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2.

La Crítica Textual

La Crítica textual es el esfuerzo y proceso científico mediante el cual se pretende


restituir en todos los detalles posibles un texto literario a su estado de origen, tal
como salió de las manos de su redactor. Con la Biblia lo hacemos porque
queremos leerla tal como nos la transmitieron sus autores inspirados. Por respeto
y fidelidad a la Palabra de Dios no aceptamos que alguien la altere cambiando,
suprimiendo o añadiendo palabras. Pero lograr el texto original de la Biblia no es
nada fácil.

Ante todo porque no conservamos, tal como salió de las manos de sus autores, ni
un sólo original de los Libros sagrados. Únicamente tenemos copias de segunda o
tercera mano de dichos manuscritos originales, lo mismo que sucede con las
grandes obras de la antigua literatura clásica, vgr. La Ilíada, la Odisea o la
Eneida. Y todo eso por múltiples causas y muy en particular por el material
mismo utilizado para escribir en la antigüedad.

Afortunadamente hoy día tenemos la imprenta, papel bueno para imprimir y bi-
bliotecas muy bien atendidas. No sucedía esto en la antigüedad. Mensajes breves
se podían escribir en piedras, pizarras, óstracas o ladrillos – tablas cocidos. Para
escribir largos mensajes, sin embargo, se utilizó al principio el papiro, unas tiras
largas y delgadas, preparadas de este arbusto de Egipto, que se pegaban unas a
otras hasta formar un gran rollo. Era un buen material para escribir, pero se
deterioraba fácilmente, sobre todo en lugares húmedos. En este material se
escribieron la mayor parte de los libros del Antiguo Testamento.

Ya en el siglo II a.C. se utilizó el pergamino para escribir, y que toma su nombre


de Pérgamo, ciudad del Asia Menor, donde se desarrollaba la manufactura de este
material: la piel de terneros, cabras o corderos bien curtida (depilada, alisada y
bloqueada). Así se obtuvo un material muy duradero que desplazó al papiro,
podía escribirse por ambas partes y coserse para formar libros en vez de rollos.
Algunos libros de la Biblia fueron escritos en pergamino. Pero también los
originales han desaparecido. Y las copias, tanto de los antiguos rollos en papiro,
como de los pergaminos, por más esmero que hayan tenido los copistas, pueden
tener el texto original alterado. Todo esto se evidencia cuando hoy comparamos
dichas copias más antiguas. Por eso los estudiosos del texto para restituirle a su
estado original necesitan de una sabiduría, de un olfato o intuición especial, algo
que bien podríamos llamar "el arte" de la crítica textual. Por eso escribía el papa
Pío XII en la Divino Afilante Spiritu:

"Hoy este arte que lleva el nombre de crítica textual y que se emplea con
gran loa y fruto en la edición de los escritores profanos, con justísimo
derecho se ejercita también, por la reverencia debida a la divina palabra, en
los Libros sagrados. Porque por su mismo fin logra que se restituya a su ser
el sagrado texto lo más perfectamente posible, se purifique de las
alteraciones introducidas en él por deficiencias de los amanuenses y se
libre, en lo posible, de glosas y omisiones, de inversiones y repeticiones de
palabras, y de otra clase de faltas que suelen furtivamente introducirse en
los libros transmitidos de uno a otro por muchos siglos".

No hay duda de que cuantos leemos hoy la Biblia, incluso en sus lenguas origina-
les, la encontramos llena de glosas, omisiones, repeticiones, etc. Fácilmente se
comprueba tomando en nuestras manos una edición crítica moderna, como la
Kittel-Kalhe para el A.T. o la de Merk, por ejemplo, para el N.T. Hasta 900.000
variantes llegó a encontrar el famoso Kennicot al revisar los manuscritos del A.T.
Ciertamente las variantes son levísimas, pues la mayoría de las veces se trata del
simple cambio de una letra que no afecta al texto o al sentido del mismo.

Las causas de la alteración del texto fueron muchas: a pesar del cuidado
especialísimo de la Providencia divina en conservar bien sus escritos santos, ha
habido algunos resquicios por donde se ha filtrado el descuido y la variación del
texto. Estas causas han sido unas de tipo histórico y otras de tipo psicológico.

Las causas históricas no podían menos de influir en el texto original. A 30 siglos


de distancia de las primeras tradiciones escritas del Pentateuco, después de todos
los peligros que ha tenido que pasar el pueblo hebreo, no sería sino un milagro -
que no hay que suponer mientras no conste- el que se conservara intacto el texto
original. Los trastornos políticos de la división del reino y sobre todo, más tarde,
del destierro y luchas greco-romanas, no podían menos de afectar a los Libros
santos. Añadamos que los sistemas escriturísticos han cambiado dentro de la
escritura hebrea, durante ese tiempo, desde la transcripción cananea hasta la
escritura cuadrada; desde la escritura solamente en consonantes, hasta los
signos vocálicos que implantaron los Masoretas para fijar mejor el texto. El
mismo material del libro estuvo sometido al influjo del tiempo: los papiros, por
ejemplo, que pueden durar largo tiempo en países secos como Egipto, fácilmente
se deterioran en los húmedos como Palestina. Después vino el cristianismo y los
judíos se quedaron fuera de la Iglesia...

"Después de semejantes incidencias, escribe un autor, ¿con qué confianza


puedo tomar en mis manos un canto de Isaías tal como ha llegado hasta
nosotros y escuchar en él la voz original, inspirada por Dios? Aunque la
providencia de Dios cuida los pájaros y flores con medios naturales, parece
mucho suponer que haya velado milagrosamente por los acentos menudos
del Libro inspirado, y por las vocales que apenas se escribían en tiempo de
los profetas. Su providencia ha sido especialísima, pero no nos consta que
haya sido milagrosa: ha dirigido la conservación substancial de los libros
inspirados permitiendo errores humanos de transcripción".

Las causas psicológicas se debieron a la debilidad humana de los copistas del


texto. En algunas ocasiones les fallaban los sentidos involuntariamente: el ojo por
miopía o distracción, no leía lo que ponía el texto que estaba copiando; a veces
se equivocaba de línea y saltaba a otra parecida, comiéndose algunas palabras, o
repitiéndolas, o confundía letras parecidas, etc.; el oído, cuando el texto se
dictaba, también podía interpretar mal lo que el copista quería copiar; la memoria
fácilmente se engañaba al escribir otros textos parecidos, pero no iguales. Otras
veces los cambios se hacían voluntariamente: más de una vez el copista se creía
con derecho a retocar la sintaxis o el estilo, o a armonizar textos, e incluso a
introducir una explicación a un texto difícil.

La crítica textual trata de las alteraciones del texto devolviéndolo a su estado


primitivo. Para ello se necesita una gran preparación científica y una paciencia
investigadora nada común. Pero, además, la crítica textual es un arte: tal vez
donde la ciencia y la investigación más profunda no han llegado, el olfato de uno
de esos grandes detectives del texto ha dado con una glosa y su explicación.

No nos detenemos a dar las reglas de esta ciencia-arte. Al lector ordinario de la


Biblia le basta con saber que existe este proceso. Por otra parte, los traductores
de nuestras versiones modernas suelen partir ya de un texto original crítico, o
nos avisan con notas al pie de página.

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