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UNIVERSIDAD CATÓLICA SANTA MARÍA LA ANTIGUA

FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS RELIGIOSAS


Dirección de Formación Integral
Fundamentos del Cristianismo

LA ALIANZA DE DIOS CON LOS HOMBRES

Contenido:
- La alianza, en el Oriente y en la Biblia
- El Dios de la alianza
- Forma y rito de la alianza
- Objeto y esencia de la alianza
- Moisés, el mediador de la alianza
- Una nueva y más excelente alianza

El enemigo del pueblo ha sido vencido. El pueblo ha sido liberado de la opresión. Ya


puede emprender confiado y seguro el camino hacia la tierra de las promesas (cf. Ex 15,
22).
Con los descendientes de Jacob ha salido "una gran muchedumbre de toda suerte de
gentes" (Ex 12, 38). Ellas y las distintas tribus procedentes del lejano patriarca forman
como un "amasijo de pueblos" (Núm 11, 4). Esta muchedumbre abigarrada y confusa,
por una dignación especial de Yahvé, por una condescendencia suya, va a ser objeto de
una alianza con él, que la va a convertir en "el pueblo de Yahvé", el pueblo elegido,
propiedad especial suya y exclusiva entre todos los pueblos de la tierra. Se completa así
la salvación iniciada con la liberación de Egipto, que a ella se orientaba (cf. Ex 6, 6-8).

La alianza, en el oriente y en la Biblia

La alianza era la forma ordinaria de establecer una relación casi familiar entre tribus de
distintos troncos. Regulaba las relaciones entre ambos clanes. Más tarde se hace forma
ordinaria para regular las relaciones entre pueblos distintos. Hasta nosotros han llegado
muchos formularios de esas alianzas, entre dos reyes en iguales condición eso entre un
rey vencedor y un vasallo. A la luz de estas alianzas se entienden mejor los elementos
que constituyen y forman la alianza del Sinaí entre Yahvé y el pueblo y, al mismo
tiempo, su peculiaridad.

De todos es conocida la importancia que la "alianza" tiene en la Biblia, y cómo


constituye el tema que unifica todos sus libros. Los momentos más solemnes de la
historia de Israel se caracterizan por una renovación de la alianza del Sinaí:
- en Moab, antes de atravesar el Jordán para emprender la conquista de la tierra
prometida (Dt 28-32);
- en Siquén, una vez conquistada la tierra (Jos 24);
- en la reforma religiosa llevada a cabo por el rey Josías, con motivo del
descubrimiento del libro de la alianza, el Deuteronomio, el año 622 (2 Re 23);
- al volver del destierro de Babilonia y reedificar Jerusalén (Neh 8-10).
El Dios de la alianza

La tradición bíblica sitúa la realización de la alianza entre Yahvé y el pueblo en el


"desierto de Sinaí", en la "montaña", sin precisar más. La iniciativa vuelve a partir de
Yahvé. Todas las tradiciones coinciden en subrayar este hecho, cada una a su manera y
según sus peculiaridades características. Yahvé es el que llama a Moisés desde lo alto
de la montaña y le promete la alianza: “Descendió Yahvé sobre la montaña del Sinaí,
sobre la cumbre de la montaña, y llamó a Moisés a la cumbre y Moisés subió a ella” (Ex
19, 20).

El mismo sentido ofrece la teofanía que entonces tiene lugar, que recogen también todas
las tradiciones.
Al tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos, y una densa nube sobre la
montaña, y un muy fuerte sonido de- trompetas, y el pueblo temblaba en el campamento
(Ex19, 16; cf. v. 19 s).

La exigencia de purificación y santificación por parte del pueblo para disponerse a


recibir las palabras de la alianza, marcan y señalan la distancia que separa al pueblo del
Dios santo que va a "descender" a su encuentro, y la indignidad radical del mismo para
tal gracia: “Yahvé le dijo: ve al pueblo y santifícalos hoy y mañana...Tú marcarás un
límite al pueblo diciendo: guardaos de subir vosotros a la montaña y de tocar el límite,
porque quien tocare la montaña, morirá” (Ex 19, 11-12; cf. v. 21-22).

La alianza es, pues, una "condescendencia" de Dios, una humillación, un rebajarse para
ponerse al nivel del hombre. Es, en una palabra, "una gracia".
El pueblo no tiene nada que alegar, ningún título que exhibir para hacerse acreedor a tal
don. La tradición deuteronómica, posterior y fruto de una mayor reflexión sobre esta
condescendencia, empleará la palabra clave que da la explicación de esta sinrazón: el
amor. “Si Yahvé se ha ligado con vosotros y os ha elegido, no es por ser vosotros los
más en número entre todos los pueblos, pues sois el más pequeño de todos. Porque
Yahvé os amó” (Dt 7, 7-8; cf. 4, 30-40)

Sin embargo, precisamente porque es el amor el que ha realizado tal maravilla, Yahvé
no impone la alianza, sino que la expone, la propone al pueblo por medio de Moisés,
para su aceptación: “Moisés vino y llamó a los ancianos de Israel (los representantes del
pueblo) y les expuso todas estas palabras, como Yahvé se lo había mandado. El pueblo
todo entero respondió: nosotros haremos todo cuanto Yahvé ha dicho” (Ex19, 7-8).

Forma y rito de la alianza

La formulación del pacto entre Yahvé y su pueblo sigue el modelo de las alianzas
profanas de la época. La alianza entre un rey superior y otro inferior consta siempre de
los siguientes elementos:

a) Preámbulo, en que se da a conocer el nombre y los títulos del soberano que establece
la alianza.

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b) Prólogo histórico, que recuerda los beneficios que el rey soberano ha hecho al rey
vasallo o personalmente o en sus antepasados. Con ello se pretende lograr la .gratitud de
vasallo y moverle a la aceptación de las cláusulas.

c) Estipulaciones o cláusulas de la alianza. Son la ex- presión de la voluntad del


soberano, y suelen consistir en la ayuda que el vasallo debe prestarle en caso de guerra,
el pago de tributos, la defensa de los intereses del rey superior por parte del inferior.
Estas estipulaciones suelen llamarse "palabras" o "palabras de alianza".

d) Invocación de los dioses, como testigos de la alianza establecida y garantes de su


cumplimiento.

e) Bendiciones y maldiciones, según la fidelidad o infidelidad del vasallo a los


compromisos estipulados; bendiciones y maldiciones a las que se les atribuye una
eficacia garantizada por los dioses testigos.

f) Finalmente, el tratado de alianza terminaba con un 1rito que varía de alianza a


alianza, según la época, las costumbres, que podía consistir o en un sacrificio de
animales que, una vez divididos, se pasaba por entre las partes deseándose la suerte del
animal si se era infiel a la alianza, o en un banquete sagrado.

Este esquema que, al hacerse común constituye un género literario, un modo de dar a
entender una realidad, es frecuentísimo en la Biblia. Más aún, alguno de los libros,
concretamente el Deuteronomio, está construido todo él según dicho esquema. La
redacción de la alianza de Yahvé con el pueblo en el Sinaí se ajusta también a él (cf. Ex
20; Dt 5).

1. "Yo soy Yahvé, tu Dios", constituye el preámbulo. En él se presenta el


contratante principal con su nombre: Yahvé, y su título con relación al pueblo: tu
Dios.

2. El beneficio fundamental que Yahvé ha realizado al pueblo y en el que se apoya


el establecimiento de la alianza y la exigencia de los compromisos es el hecho de
haber sacado a Israel de Egipto, "de la casa de la servidumbre" (20,2). Así se
recalca el aspecto salvífico del beneficio divino, apareciendo Yahvé como el
"salvador". La relación que une a Israel con Yahvé es de orden experimental, no
especulativo. Israel ha visto lo que Yahvé ha hecho con ellos (cf. Ex 19, 4; Ex
14, 30-31).

3. De ese beneficio se derivan las estipulaciones de la alianza, resumidas en el


decálogo. Yahvé es el único que ha sacado a Israel de Egipto. El pueblo debe
reconocerle este carácter de unicidad: "No tendrás otro dios que a mí". Es una
exigencia de servicio exclusivo, ya que el "tener" otros dioses importa adorarlos,
reconocerlos, darles culto, "servirles".

La experiencia histórica es la que ha dado a Israel el concepto de un Dios único,


concepto rarísimo en la historia del pensamiento humano, que singulariza a Israel entre
los pueblos de toda la antigüedad.
Esto no es fruto del mero pensamiento humano en Israel ya que constantemente se va
tras otros dioses, tiende a asociar a Yahvé con los dioses de los pueblos que le rodean.

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Israel es, pues, monoteísta a pesar suyo. Si cree en Yahvé como Dios único y exclusivo
es porque Yahvé se le ha manifestado como tal. El monoteísmo es fruto de una
revelación.

La segunda exigencia de la alianza se refiere a la naturaleza de Yahvé, el Dios salvador.


Nada de lo humano es capaz de representarlo, de expresar su naturaleza. Cualquier
representación (figura, imagen, escultura) es inadecuada, es blasfema. Nada de lo
creado sirve para decirnos cómo es Dios. Así se reconoce la distancia que separa a la
criatura, incluido el hombre, del ser de Dios. Todo culto que se dé a lo humano, a lo
creado, es una idolatría. Con ello se exige al hombre luchar contra su tendencia in nata a
adorarse a sí mismo y a las obras de sus manos, a "ser como dios". Cuando lo humano
se eleva a la categoría de Dios, o cuando Dios se rebaja a la categoría de lo humano, se
está siendo infiel a la alianza. 'Dios se revela como totalmente distinto de todo lo
creado, aun lo más sublime y "divino" (astros, sol, etc.) y se nos revela al mismo tiempo
como un Dios escondido, invisible.

Esta exigencia de la alianza se expresa también y se manifiesta en el respeto por el


nombre de Yahvé, que es respeto por su persona, al no garantizar con su nombre en el
juicio algo falso, provocando la condenación de un inocente indefenso (Ex 20, 7), ya
que Yahvé se constituye en defensor del injustamente oprimido, castigando al "que
tome en falso su nombre”.

La "institución" del sábado como día consagrado, santificado, reservado para Yahvé, es
también expresión y memorial perenne de las maravillas realizadas por Dios en favor
del hombre. Estas comienzan ya con la creación, a la que sigue el descanso de Dios.
Así, el pueblo, mediante una institución perpetua, recuerda durante los seis días de
trabajo la obra creadora de Dios y el séptimo lo consagra a Yahvé, recordando su
descanso (Ex 20, 8-11).

La redacción del Deuteronomio profundiza más en la motivación de la institución del


sábado. La razón de la misma es más humanitaria. La gesta liberadora de Yahvé al sacar
a Israel de Egipto es la que el pueblo recuerda el sábado: “Acuérdate de que siervo
fuiste en la tierra de Egipto, y que Yahvé tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y brazo
tendido; y por eso Yahvé tu Dios te manda guardar el sábado” (Dt 5, 15).
Con esta institución, el pueblo, a la vez que recuerda, hace presente aquella salvación
obrada por Yahvé liberándose y liberando a los suyos de la opresión del trabajo (Dt
5,14).

Las demás cláusulas de la alianza regulan las relaciones con el prójimo, y comprenden
la vida familiar y social, tanto en lo que se refiere a la integridad de las personas en sí
como a la de sus bienes. En estas exigencias de la alianza se descubre la importancia
que el hombre en sí y en sus bienes, que hacen posible su vida y su independencia
social, tiene en su relación, como ser humano, con Dios. Relación que no aliena al ser
humano, ni le saca de la situación concreta en que se encuentra, sino que le obliga para
con el prójimo. De tal forma que ya sugiere y hace posible una profundización aún
mayor que llegará cuando se afirme que todo lo que se haga al hombre se considera
hecho a Dios. La relación del ser humano con sus semejantes, sin embargo, se eleva a
un rango especial de dignidad, desde el momento en que ya no se funda en razones de
mera filantropía, sino en las intervenciones salvadoras de Dios.

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Con el tiempo, y a medida que el pueblo de Israel se encuentra en nuevas situaciones,
con nuevos problemas, tiene que adaptar sus costumbres y sus leyes a esas nuevas
circunstancias. Nunca esas nuevas leyes se considerarán como algo profano. Serán
siempre prolongaciones de la alianza, adaptaciones de la misma, concretizaciones de
aquellas cláusulas generales. Así ocurre con toda la legislación que procede de ordinario
del legislador humano, tanto en el orden social, como en el judicial, como en el cultual.

Toda ley futura de Israel es, por tanto, una nueva exigencia de la alianza, y su
cumplimiento una nueva manifestación del amor agradecido que el pueblo tiene a
Yahvé. Los c. 21-23 del Éxodo son una muestra de esa legislación posterior inspirada en
la alianza (cf. Dt 12-26).

4. Por ser Yahvé el que hace la alianza, se omite la invocación de los dioses que
han sido excluidos como objeto de culto por parte de Israel. No faltan, sin
embargo, en otros pasajes bíblicos alusiones al cielo y a la tierra, como testigos
garantes del compromiso adquirido (cf. Dt 4, 26;30, 19; 31, 28). Como se ve, ha
desaparecido cualquier alusión a la divinidad, y es sólo la majestad y la
perennidad de los cielos y de la tierra lo que hace escogerlos como garantes de la
perennidad del compromiso de los hombres. Por otra parte, los cielos y la tierra
tienen valor religioso en la Biblia en cuanto manifiestan la gloria de Yahvé que
los creó (cf. Sal 19, 2-7).

5. El quinto elemento de la alianza se presenta en Ex23, 20-33, insistiendo en la


bendición, porque el autor excluye en este momento la perspectiva de
infidelidad. No falta sin embargo una alusión velada a la posibilidad de la
infidelidad, con su correspondiente "maldición" (23, 21, 33). En el
Deuteronomio, cuando el pueblo está sufriendo ya en su carne la "maldición de
la alianza", se insiste en esto, como explicación y justificación sin duda del mal
que padece (cf. Dt 27-28).

En este período inicial de la alianza, la bendición y maldición no rebasan los límites


materiales de la fecundidad de la tierra, de los animales y de los hombres, de las pestes,
de las derrotas en la guerra, o de la tranquilidad y goce de la paz. La eficacia de la
palabra de Dios pronunciada garantiza el cumplimiento del bien y del mal que la
bendición o la maldición anuncian para los que hayan sido fieles o infieles a los
compromisos adquiridos por la alianza.

6. El último elemento nos viene indicado en el c. 24 del Éxodo: el rito escogido es


la edificación de un altar y la inmolación de víctimas pacíficas a Yahvé. Moisés
toma una parte de la sangre de aquellas víctimas consagradas a. Yahvé y la
derrama sobre el altar, mientras que con otra parte asperja al pueblo que
solemnemente acaba de pronunciar su "sí" a la alianza: "Todo cuando dice
Yahvé lo cumpliremos y obedeceremos" (24, 7; cf. v. 2). Al asperjar al pueblo,
Moisés pronuncia unas palabras solemnes y misteriosas:

Esta es la sangre de la alianza que hace con vosotros Yahvé sobre todos estos preceptos
(Ex 24, 8).Con esta efusión de sangre se significa la comunidad de vida que se inicia
entre Yahvé y .el pueblo, puesto que la sangre es el "alma", el principio de la vida (cf.
Dt 12, 23; Lev 17, 14). Pero como la sangre de las víctimas, por el sacrificio, se ha
hecho en cierto sentido "sangre de Dios", esta aspersión de sangre no sólo significa la

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comunión de' vida, sino que, en un sentido verdadero aunque todavía no pleno, la
realiza.

Esta comunión de vida queda también patente en el banquete ritual que sigue a la
celebración de la alianza: "Subió Moisés con Aarón, Nadab y Abiú y setenta ancianos
de Israel y vieron al Dios de Israel... No extendió su mano contra los elegidos de Israel.
Le vieron y comieron y bebieron" (24, 10-11).

Objeto y esencia de la alianza

La esencia de la alianza viene constituida por la relación que se establece y se inicia


entre las dos partes que se ligan con ella. En el origen, la alianza realizada entre tribus
distintas se consideraba como un sustituto de las relaciones familiares, de tal manera
que las dos tribus venían a considerarse como pertenecientes a una misma familia. La
alianza causaba una extensión de la comunidad de sangre existente entre los miembros
de una misma familia

Para definir tal relación tenemos que recurrir al amor que es el que expresa las
relaciones más íntimas entre los hombres. La alianza hace posible y da origen a la
imagen bíblica que compara las relaciones entre el pueblo de Israel y Yahvé con las
relaciones entre padres e hijos: “Pero ahora, escucha, Jacob, mi siervo, Israel a quien
elegí yo. Así habla Yahvé, que te ha hecho, y en el seno materno te formó y te socorre”
(Is 44, 1-2). “Sión decía: Yahvé me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí.
¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?
Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría” (Is 49, 14-15)

Más aún, esa relación se compara con aquella otra experiencia más profunda del amor
humano, la relación matrimonial, de esposo a esposa, comparando la infidelidad a la
alianza con el adulterio de la esposa infiel: “Me acuerdo en favor tuyo del afecto de tu
adolescencia, del amor de tus desposorios, de tu seguirme en el desierto...” (Jer 2, 2).
“¿Por ventura no me invocas desde ahora: padre mío, tú eres el esposo de mi juventud?
Como la mujer infiel a su marido a sí has sido tú infiel a mí, casa de Israel” (Jer 3, 4.20).
“Así la atraeré y la llevaré al desierto y la hablaré al corazón... y allí cantará como
cantaba los días de su juventud, como en los días en que subió de la tierra de Egipto.
Entonces, dice Yahvé, me llamará Ishí (esposo mío) no me llamará baalí (mi señor).
Seré tu esposo para siempre y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en
misericordia y piedades, y yo seré tu esposo en fidelidad, y tú reconocerás a Yahvé (Os
2, 14-21).

La alianza establece una relación de propiedad entre Yahvé y el pueblo. Yahvé es dueño
de toda la tierra y de todos los pueblos que la habitan. Ha querido sin embargo ligarse
especialmente, con "ligaduras humanas, con lazos de amor"(Os 11, 4) , con una serie de
tribus haciendo de ellas su "propiedad", uniéndolas en un solo pueblo, reservado para él,
el "pueblo de Yahvé" (cf. Lev 26, 12). “Ahora si oís mi voz y guardáis mi alianza,
vosotros seréis mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra, pero
vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19, 5.6).

Yahvé se convierte por la alianza en el Dios propio de Israel. Esta propiedad mutua
(Israel el pueblo propiedad de Yahvé, Yahvé el Dios propio de Israel), hace de Israel un
pueblo, una nación "santa", un pueblo dedicado al servicio exclusivo de Yahvé,

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reservado para él, separado, por consiguiente, de todos los demás pueblos con los que
Yahvé no se ha ligado tan especialmente. Tarea de este pueblo en la tierra es dar a
Yahvé y a él solo el culto que le pertenece (pueblo sacerdotal).

La relación de Yahvé con el pueblo supone una presencia especial suya en él:
"Estableceré mi morada entre vosotros y no os abominará mi alma. Marcharé en medio
de vos-otros" (Lev 26, 11-12). Esta presencia, característica de todas las intervenciones
de Dios en la historia de la salvación, se repite aquí y se hace estable, mediante el arca
de la alianza, sobre la que descansa la gloria de Yahvé, signo de su presencia: "Yahvé
habló a Moisés diciendo: Hazme un santuario y habitaré en medio de ellos" (Ex 25, 8).

Esta arca, que contiene el documento escrito del pacto, necesario en toda alianza para
su validez, es depositada más tarde en la tienda de la reunión, sobre la que desciende la
nube, símbolo de la gloria y de la presencia de Yahvé, que se establece en medio del
pueblo: "Entonces la nube cubrió el tabernáculo de la reunión, y la gloria de Yahvé
llenó el habitáculo" (Ex 40, 34).Más tarde, ya en la tierra prometida, el arca será traslada
da al templo construido por Salomón, y la presencia de Yahvé en medio de su pueblo irá
ligada al templo (cf. 1Re 8).

La alianza crea entre Yahvé y el pueblo una comunidad de intereses, de tal manera que
Yahvé se hace garante de la seguridad del pueblo en todos los sentidos, como aparece
por las bendiciones anexionadas a la alianza: “Yo mandaré un ángel ante ti, para que te
defienda en el camino, y te haga llegar al lugar que te he dispuesto... seré enemigo de
tus enemigos, y oprimiré a tus opresores (Ex 23,20, 22).

Es la actualización de la promesa hecha a Abrahán. Y en lontananza se adivina ya la


identificación real que la nueva alianza va a traer, de tal manera que "lo que a uno de
estos pequeños hagáis, a mí me lo hacéis" (cf. Mt 25, 40).

La alianza crea, como hemos visto, una relación de amor. Esta relación de amor al
pueblo por parte de Yahvé exige de éste una respuesta también de amor. Esa respuesta
de amor se concreta y se expresa a través de la ley. Esta es, pues, para Israel, el modo
real de manifestar su agradecimiento por el beneficio de la liberación de Egipto, su
amor a Yahvé. Por eso el comentario que el Deuteronomio hace al decálogo se inicia
resumiendo toda la ley en este precepto:

Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu poder, y
llevarás muy dentro del corazón todos estos mandamientos que yo te doy (Dt 6, 5-6).
Este amor, si es sincero, necesariamente desembocará en servicio, en cumplimiento de
esos mandamientos (Dt 6,13-14). Así se entiende y se explica el aprecio y estima de los
israelitas piadosos por la ley en la que encuentran su salvación, su deleite, su paz y su
alegría: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos; ni entra por la senda
de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del
Señor, y medita su ley día y noche” (Sal 1, 1-2; cf. Sal 118, 9-16).

Y esta orientación hacia el amor ya en la antigua alianza explica el hecho de que la


nueva resuma toda la ley y los profetas en el amor en su doble vertiente, a Dios y al
prójimo. "El amor es la plenitud de la ley" (Rom 13, 10).

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Moisés, el mediador de la alianza
Yahvé tiene la iniciativa de la alianza. El pueblo es el destinatario de la misma. Entre
Yahvé y el pueblo se halla la figura señera de Moisés. El es el que sube a la montaña, el
que penetra en cierto sentido .en la esfera de lo divino, mientras el pueblo tiene que
permanecer alejado de la santidad de Yahvé; él es el que oye sus palabras, recibe sus
confidencias, para bajar" después, incorporarse y comunicarle al pueblo todo lo que
Yahvé le ha dicho. Moisés es el intermediario, el mediador de la alianza. Es el hombre
escogido por Dios como representante del pueblo para transmitir a éste su designio. Es
el intercesor por el pueblo cuando éste peca, salvándole de la destrucción que el "celo"
de Yahvé exigiría: “Al día siguiente, dijo Moisés al pueblo: habéis cometido un gran
pecado. Yo ahora voy a subir a Yahvé, a ver si os alcanzo el perdón. Se volvió Moisés a
Yahvé y le dijo: Oh, este pueblo ha cometido un gran pecado. Pero perdónales su
pecado (Ex 32, 30-32; cf. Núm 14, 13 s; Ex 32, 11-14). Moisés es el salvador del
pueblo. Es el que le ha sacado de Egipto, el que le ha hecho atravesar el mar Rojo, el
que, con su intercesión le da la victoria en las luchas del desierto (Ex 17,8-16; Dt 1-4).
Es el sacerdote en el establecimiento de la alianza, derramando la sangre de las víctimas
sobre el altar y asperjando con ella al pueblo; él consagra a Aarón sacerdote y la
tradición bíblica hace proceder de Moisés también la legislación cultual.

Es finalmente el hombre solidario con el pueblo en la salvación, en la opresión y la


desgracia. Hasta tal punto llega esta solidaridad del mediador con el pueblo que corre la
misma suerte viéndose privado de entrar en la tierra prometida: “Subió Moisés desde los
llanos de Moab al monte Nebo...y Yahvé le mostró la tierra toda, desde Galad hasta
Dan... y le dijo Yahvé: ahí tienes la tierra que juré dar a Abrahán, Isaac y Jacob... te la
hago ver con tus ojos, pero no entrarás en ella. Moisés, el siervo de Dios, murió allí en
la tierra de Moab, conforme a la voluntad de Yahvé...” (Dt 34, 1-5; cf.1, 37).

El elogio que de él hace a continuación el Deuteronomio resume la conciencia que


Israel tiene de la importancia de Moisés para su historia y del sentido de su figura: “ No
ha vuelto a surgir en Israel profeta semejante a Moisés con quien cara a cara tratase
Yahvé ni en cuanto a las maravillas y portentos que Yahvé le mandó hacer en la tierra
de Egipto contra el faraón y contra todos sus servidores y contra todo su territorio, ni en
cuanto a su mano poderosa ya tantos terribles prodigios como él hizo a los ojos de todo
Israel” (Dt 34, 10-12).

Moisés representa y testifica la colaboración humana en la obra de la salvación,


realizada por Yahvé en favor pueblo.

Una nueva y más excelente alianza (cf. Heb 8, 6; 9, 15)


El pueblo complacido acepta la voluntad de Yahvé y se compromete a observar la
alianza. Pero bien pronto falla, según interpretó la tradición posterior el hecho del
becerro de oro (Ex 32). Una vez instalado Israel en Canán, al con-tacto con los cultos
cananeos, más atractivos y sensibles que el sobrio culto yavístico, rompe la alianza, se
muestra infiel al compromiso adquirido con Yahvé, cae repetidamente en la idolatría.
De poco valen las exhortaciones de los profetas. Todos los desastres que la infidelidad
trae sobre el pueblo, realización de las maldiciones de la alianza, son inútiles. El pueblo
cae nuevamente. La infidelidad es algo profunda-mente grabado en el corazón del
hombre.

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Yahvé, a pesar de todo, sigue siendo fiel, no retracta su compromiso. Si una vez se ligó,
lo hizo para siempre. Teniendo en cuenta estas dos realidades, la inclinación al mal con
natural al hombre y la fidelidad de Dios, los profetas toman conciencia del problema y
reciben una nueva revelación: Dios establecerá una nueva alianza, en la que el corazón
del hombre será transformado para que también éste pueda ser fiel al compromiso
adquirido.

“He aquí que vienen días, oráculo de Yahvé, en que yo haré alianza con la casa de Israel
y la casa de Judá, no como la alianza que hice con sus padres cuando, tomándolos de la
mano, los saqué de la tierra de Egipto... Porque ésta será la alianza que yo haré con la
casa de Israel después de aquellos días, oráculo de Yahvé: yo pondré mi ley en su
interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 31, 31-
33).

“Os asperjaré con aguas puras y os purificaré de todas vuestras impurezas, de todas
vuestras idolatrías. Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo, os
arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de
vosotros mi espíritu y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptos y
ponerlos por obra. Entonces habitaréis la tierra que yo di a vuestros padres, y seréis mi
pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ez 36,25-28).

Ambos anuncios profético s se desarrollan en la misma línea: una línea de purificación


de los pecados, de transformación del corazón humano, de interiorización de las
exigencias de la alianza, mediante la comunicación del propio espíritu de Yahvé que se
anuncia como la ley puesta dentro del corazón.

El anuncio se hace realidad y presencia en Jesús de Nazaret. Como Moisés, él es el que


comunica la nueva ley al nuevo pueblo de Dios (Mt 5-7), una ley que no viene a abolir
la antigua sino a perfeccionarla, reduciéndola a lo esencial: el amor. Con él la presencia
de Dios entre los hombres. se hace persona. "El verbo se hizo carne y habitó entre nos-
otros" (Jn 1, 14), Y se interioriza en el corazón de los creyentes que, por su inserción en
Cristo por el bautismo, se hacen "templos de Dios" (1 Cor 3, 16); él es el que asegura al
nuevo pueblo de Dios un alimento imperecedero para su peregrinación por el desierto,
el alimento que es él mismo, su propia carne: “Ellos le dijeron: pues tú ¿qué señales
haces para que veamos y creamos?... Nuestros padres comieron el maná en el desierto,
según está escrito: les diste pan del cielo. Díjoles, pues, Jesús: en verdad, en verdad os
digo, Moisés no os dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del
cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo... En verdad,
en verdad os digo, que si no coméis la carne del hijo del hombre no tendréis vida en
vosotros... Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron los padres y
murieron; el que come este pan, vivirá para siempre” (Jn 6, 30-32.53-58).

Como Moisés, Jesús establece la alianza con Dios, no ya de un pueblo concreto, sino de
"muchos", de todos los hombres. Establece la alianza durante una comida ritual con sus
discípulos en la última cena: “Tomando el pan, dio gracias, lo partió y se lo dio,
diciendo: este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía.
Asimismo el cáliz, después de haber cenado, diciendo: este cáliz es la nueva alianza en
mi sangre que es derramada por vosotros” (Lc 2, 19-20; cf. Mt 26, 20-25;Mc 14, 17-21;
1 Cor 11, 23-26).

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Esa alianza 'queda sellada con la muerte del mediador en la cruz, muerte que es
ofrecimiento y sacrificio que Jesús hace de sí mismo al Padre: “Por lo cual, entrando en
este mundo, dice: no quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un
cuerpo. Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije:
heme aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad... En virtud de esta voluntad
somos nos-otros santificados por la oblación del cuerpo de Cristo, hecha una sola vez”
(Heb 10, 5-7.10).

La nueva alianza supone y realiza, pues, aquello que la antigua anunciaba: la remisión
del pecado que impide la comunión de vida con Dios. Por la sangre de Cristo, éste se ha
adquirido un nuevo pueblo, con una nueva vida, que es la vida misma de Dios
comunicada por su Espíritu y alimentada por la carne del mediador de la alianza.

Este pueblo se ha hecho acreedor a una nueva y más sublime herencia, no de una tierra
particular, sino del mismo Dios, coheredero de Cristo, una herencia eterna (Heb9, 15).
Esta nueva alianza lleva consigo una nueva y más perfecta ley, que es el mismo espíritu
de Dios infundido en nuestro corazón, que desde dentro atrae e impulsa a responder, con
el amor, al amor que Dios nos ha manifestado entregando a su Hijo por nosotros.

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