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Límites y objetivos de la Crítica bíblica

En 1941 un sacerdote católico italiano, Dolindo Ruotolo, que firmaba con el


seudónimo de Dain Cohenel, escribía un folleto, que envió al Romano Pontífice y a
los Obispos de Italia, con el título "Un gravísimo peligro para la Iglesia y para las
almas: el sistema crítico-científico en el estudio y en la interpretación de la
Sagrada Escritura; sus desviaciones funestas y sus aberraciones".

En sus páginas anatematizaba, como racionalistas y modernistas, a una serie de


biblistas católicos italianos y muy en particular al Instituto Pontificio Bíblico de
Roma. Los autores fustigados trataban de explicar la Escritura basándose en una
crítica racional histórica, literaria y textual como había hecho en gran parte, y
según sus medios elementales, la antigua tradición católica.

La Iglesia católica, primero por la voz de su órgano representante para las cues-
tiones bíblicas, la Pontificia Comisión Bíblica, y más tarde por la voz del supremo
pastor. Pío XII, salió al frente de este folleto condenándolo como totalmente
erróneo, y afirmando la necesidad de recurrir a una seria lectura crítica de la
Biblia en todos los campos, por tratarse de la Palabra de Dios, escrita en lenguaje
de hombres. Estos debates, que parecían superados, volvieron a repetirse, casi
de forma idéntica, a comienzos del C. Vaticano II y fueron resueltos igualmente
en la magnífica Constitución Dei Verbum, sobre la Palabra de Dios.

Con estos casos, sin embargo, hemos querido presentar la postura más o menos
solapada, de todos los que militan contra la crítica de la Biblia y prefieren leerla
de una forma acrítica y "fundamentalista": en el fondo, no difieren mucho de los
que se imaginan que Dios ha "dictado" la Biblia por teléfono o por algún rayito de
luz a los hagiógrafos y, por consiguiente, hasta los acentos y las comas, están
escritos por Dios mismo. Para todos ellos es un escándalo simplemente oír hablar
de "crítica" aplicada a la Biblia. ¿Cómo criticar la Palabra de Dios?, dicen.

Y sin embargo, el sentido común y las reglas más elementales de interpretación


de un libro, nos dicen que la Biblia puede y debe ser sometida a un estudio
crítico. Así lo hizo la tradición católica desde los primeros siglos: san Agustín, san
Jerónimo, el mismo Orígenes, practicaron con frecuencia la crítica de la Biblia. A
santo Tomás de Aquino no le faltó en la Edad Media, un sentido crítico tanto o
más profundo que el que tendría unos años más tarde Lulero. El mismo Concilio
de Trento mandaba corregir el texto, muy alterado, de la Vulgata. E incluso el C.
Vaticano II (cf DV 22).invita a que "se hagan traducciones exactas... partiendo de
los textos originales", lo cual supone una crítica "textual".

Porque "criticar" es separar lo bueno de lo malo; es discernir entre lo que


debemos aceptar o rechazar; es tratar de comprender el auténtico y verdadero
sentido del mensaje de Dios, transmitido a través de escritores humanos, ya que
la Biblia que nosotros poseemos no son los textos originales y vivimos en una
época muy distinta de la que vivieron los autores inspirados.
Las Biblias que normalmente leemos no son sino traducciones -y toda traducción
es siempre una interpretación del traductor- de los textos originales.
Desgraciadamente no poseemos ni un solo texto original de los Libros sagrados.
Otra cosa sería si leyéramos los mismos textos en su lengua original. Lo que Dios
inspiró y escribió el hagiógrafo esa es la Escritura inspirada; todo lo demás no
pertenece al mensaje bíblico, y debe ser eliminado de la Biblia. Aún así, hay que
enmarcar el mensaje en su ambiente histórico y geográfico y hacer un esfuerzo
para captar la intención de los autores que escribían con unas formas de hablar
no siempre iguales a las nuestras.

Este ha sido y debe ser el trabajo de la auténtica crítica científica. Eso es lo que
han pretendido todos los autores, conscientes de su saber científico, y lo que hizo
un Ricardo Simón, sacerdote oratoriano, auténtico fundador a mediados del siglo
XVII, de la crítica bíblica moderna; eso es lo que hizo el médico católico Astruc
cuando en 1753 publicaba en Bruselas sus "Conjeturas sobre los textos originales
de los que parece haberse servido Moisés para componer el libro del Génesis";
esto lo han hecho otros muchos autores católicos para llegar a la mejor
comprensión del texto sagrado. Hay que reconocer, sin embargo, que han sido
sobre todo nuestros hermanos Protestantes los que han realizado el trabajo más
crítico de la Biblia.

El camino a recorrer por la crítica bíblica ha de ser terriblemente paciente, amplio


y ceñido al menos a tres niveles: hay que restituir el texto a su estado original
primitivo en hebreo, arameo o griego: es la labor de la crítica textual; una vez
obtenido el texto original, hay que tratar de encontrar la forma o modo de escribir
o narrar, el género literario: es el trabajo de la crítica literaria; por fin, hay que
reconstruir en lo posible el ambiente histórico o el marco en el que se
desenvuelve el libro que leemos: es el objetivo de la crítica histórica.

A pesar de este gran valor, hay que reconocer que la crítica bíblica tiene sus
límites: es un punto de partida solamente para comprender un libro; con la crítica
llegamos fácilmente a entender el elemento humano de la Escritura, que por ser
humano, está bajo el control; pero el elemento divino escapa a los linderos de !a
crítica. Además, la mayor limitación a la crítica le viene por lo que es ella misma
en sí, humana, y por consiguiente limitada. Por mucho que la ciencia trabaje, no
liega ordinariamente más que a algunas cosas ciertas y a muchas hipótesis de
estudio. La historia de la crítica bíblica puede demostrarlo. Pero reconocer los
límites de la crítica bíblica, no es rebajarla, despreciarla; es situarla sencillamente
en su punto. Porque amamos la Biblia queremos leerla tal cual es, sin escorias ni
glosas, sin lecturas falsas que nos lleven a tergiversar el mensaje divino.

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