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1.

La Condescendencia de Dios en la Biblia

El fenómeno de la inspiración bíblica no podemos considerarlo, tal como lo hemos


descrito en páginas anteriores, de una forma demasiado “plural”, es decir, como
realizado en un solo momento o instante, sino de una manera “lineal”, un
conjunto de actos que configuran un proceso continuo.

Este proceso se podría esquematizar más o memos así: el Dios invisible se


automanifiesta libre y gratuitamente a través de diversos signos, vgr. la
naturaleza, la historia y Jesús de Nazaret; el hombre de fe, el profeta, descubre
esa presencia reveladora de Dios, y en clave humana, en lenguaje de hombre, la
comunica al pueblo; en este pueblo comienza a vivirse el mensaje del profeta, se
profundizando y ampliando, hasta que ese mismo profeta u otro, surgido del
pueblo, pone por escrito lo anunciado y vivido anteriormente para que sirva a los
demás como “norma de fe y costumbres”; tal vez escriben muchos, pero el
mismo pueblo o comunidad de fe, representado en sus líderes religiosos, la
Jerarquía (los Rabinos en el Concilio de Yamnia, al final del siglo I d.C., para el
antiguo testamento; el magisterio de los Apóstoles y sus sucesores los Obispos,
al final del siglo II prácticamente, para el Nuevo Testamento), elige de entre los
textos existentes sólo aquellos que considera ejemplares para le fe y costumbres
de la comunidad y deja a un lado los que no muestran claramente dichas
exigencias; los libros elegidos son considerados “Canónicos” y los otros
“Apócrifos” (pero no son canónicos porque lo declaren los líderes religiosos del
Pueblo de Dios, sino que éstos los declaran tales porque los ven como una buena
norma de fe y costumbres, porque expresan la fe de esa comunidad). En todo
este proceso no se puede reducir la acción del Espíritu Santo a uno de sus actos
aisladamente, sino que de alguna forma está actuando y asistiendo desde el
comienzo hasta el final en todos ellos.

Este proceso que acabamos de describir nos recuerda lo que los antiguos escritos
griegos de la Iglesia llamaban el abajamiento de Dios, la “synkatábasis”, la
condescendencia o adaptación que Dios hace para revelársenos en forma
inteligible, en clave humana. Y no es que Dios no pudiera revelarse
directamente… Es que el hombre, en su constitución material (necesariamente se
comunica a través de sus sentidos corporales) no podría entender a Dios, que es
espiritual. También esto lo ha subrayado el Conc. Vaticano II:

“En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la


santidad de Dios, la admirable "condescendencia" de la sabiduría eterna,
"para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta
adaptación de palabra ha uso teniendo providencia y cuidado de nuestra
naturaleza". Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas
se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo
del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo
semejante a los hombres” (DV 13).
Por consiguiente, así como la Palabra encarnada en Jesucristo por iniciativa del
Espíritu Santo tomó carne y hueso de su Madre, María, y necesariamente tuvo
que asemejarse a Ella en sus rasgos humanos y adaptarse al ambiente cultural de
su época, país, lengua, costumbres, etc., así la Biblia, y cada uno de sus Libros,
aunque escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen que asemejarse
necesariamente a lo autores humanos que los escribieron.

Por eso, como ya afirmaba Pío XII: el lector de la Biblia “ha de esforzarse por
averiguar cuál fue la propia índole y condición de vida del escritor sagrado, en
qué edad floreció, qué fuente utilizó, ya escritas, ya orales, y qué formas de decir
empleó”. Concretemos algunos puntos:

- Es muy importante hace un esfuerzo, por ejemplo, para conocerla psicología de


cada uno de los hagiógrafos, con sus riquezas y con sus lagunas, porque todo ello
ayuda a comprender mejor el mensaje divino transmitido por ellos. Hay que
pensar que ya el mismo Dios eligió los hombres más aptos para el mensaje
particular que por cada uno de ellos quería transmitir: no eligió a un romántico
sentimental para escribir el libro de los Números, lleno de cifras, genealogía y
datos históricos, ni a un hombre cerebral para redactar el Cantar de los Cantares.

- El ambiente externo que rodea a un autor tampoco debe olvidarse, por que él
va a utilizar el vocabulario e su cultura, e incluso las comparaciones de su
ambiente y época. El autor del Génesis, por ejemplo, con el estilo y la
cosmovisión precientífica de su época nos transmite los grandes y graves
problemas del origen del mundo: creación, formación particular del hombre,
pecados primero, promesa de un liberador, etc., pero sería un concordismo
barato pretender aplicar nuestros conocimientos científicos sobre el mundo para
explicar la Biblia, como pretenden imponer los datos precientíficos de la Biblia a la
visión científica actual.

- El conocimiento de la síntesis ideológica de un autor determinado nos lleva a


conocer lo más íntimo de su alma y de su psicología, sobre todo si se trata de
autores que se distinguen pos su profundidad; así, por ejemplo, podemos
considerar el profeta Óseas dominado continuamente por el sentimiento del
amor: un amor tierno que ha tenido a su esposa, aunque ésta no le haya
correspondido; un amor infiel por parte de ella que le obliga a pensar en el amor
adúltero del pueblo para con Dios. San Pablo está dominado por experiencia del
Cristo glorioso que un día se le apareció en el camino a Damasco, y ese
pensamiento le lleva a ver en Cristo resucitado al gran Mediador entre Dios y los
hombres. Esta síntesis ideológica de un autor concreto las más de las veces ha
tenido su origen en una experiencia personal o comunitaria que le ha dejado
marcado para toda su vida.

- Incluso el puesto que cada uno de los autores ocupa como eslabón en la historia
de la revelación no debe pasar desapercibido al lector bíblico. Dios pudo habernos
revelado todo lo que nos ha dicho, desde el Génesis al Apocalipsis, ya en los
primero albores de la humanidad. Pero, ¿el mundo le ha comprendido? ¿No habrá
sido mejor que, como un buen pedagogo (Cfr. Gál. 3,25; 4,1-8; Hb. 1,1-3), haya
ido conduciendo de lo fácil a los difícil, de lo menos perfecto a lo mas perfecto?...
así lo ha hecho, en efecto: con una pedagogía que podríamos calificar de
condescendiente, exigente y progresiva, se ha ido acomodando al hombre y le ha
ido conduciendo poco a poco de lo imperfecto a lo perfecto, por ejemplo: de la
salvaje ley del más fuerte (Gn. 4,23s), pasando por la justiciera “ley del talión”
(Ex. 21,23-25), hasta llegar al amor a los enemigos propuesto por Cristo (Mt.
5,44ss; 18, 22); desde el politeísmo patriarcal de Abraham, pasando por el
monoteísmo de Moisés hasta llegar al descubrimiento que nos hace Cristo del
misterio trinitario; desde la prohibición de los pecados carnales de bestialidad y
sodomía, típicos de una época nómada, pasando por la prohibición del adulterio
en la época mosaica, hasta llegar al adulterio de sólo pensamiento o deseo en el
cristianismo…

“Esforzarse - escribe un autor - por comprender desde dentro, por revivir el


estado de espíritu de la época patriarcal, las pericias nacionales y religiosas de la
época davídica, el enriquecimiento y la floración de la Idea de Dios, de la idea de
Alianza entre los profetas de Israel, desde Amós a Malaquías, las tendencias
fundamentales de la religión del Antiguo Testamento que son respuesta al
llamamiento de Dios, obediencia, la renovación interior de los exiliados de
Babilonia bajo acción de Ezequiel, del Deutero - Isaías, y así sucesivamente hasta
el fin de la época apostólica… todo este esfuerzo de interpretación literal, objetiva
y realista, del medio bíblico, no nos aparta del sentido divino de la Escritura, sino
que nos capacita, incluso, para comprender mejor, para penetrar mejor este
sentido divino en toda su profundidad”.

En este sentido, hablamos de libros del Antiguo Testamente, que producen


extrañeza a más de algún piadoso lector cristiano, el Vaticano II llega a decir que
“aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía
divina” (DV 15).

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