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La Alianza

P. Franklin Eichorst, OFM Cap.

El misterio más grande de la Biblia es que Dios quiere llevar a los hombres a una vida de unión
con él. Dios no sólo hizo al hombre, sino que, también, quiere asociarse íntimamente con él. Aunque el
hombre es pecador, ignorante y débil, Dios tiene la voluntad y el gusto de invitarlo a la unión con él. Este
es el gran misterio que no se puede comprender.

La Biblia nos dice que, para formar y manifestar la unión con los hombres, Dios hizo alianzas con
ellos. Alianza significa un pacto... un contrato o testamento... un acuerdo... un convenio.

La Antigua Alianza

En tiempos muy antiguos, Dios hizo unas alianzas con ciertas familias y tribus, como las de los
patriarcas: Noé, Abraham, Isaac, Jacob y Lot. Así nos lo cuenta el libro del Génesis. Les prometió sus
bendiciones con tal de que ellos le sirvieran sinceramente a Él.

Pero la alianza más grande del Antiguo testamento es la alianza que Dios hizo durante el Éxodo
con toda la nación de Israel en el Sinaí. La alianza del Sinaí fue el momento en que Israel reconoció los
grandes favores que Dios le había hecho para liberarlo de Egipto. Israel creyó que Dios lo había escogido
especialmente. En la alianza del Sinaí, Israel aceptó la invitación de Dios a ser el pueblo propio de Dios.
Israel se comprometió a servir la voluntad de Dios.

Moisés subió hacia Dios. Yahvé lo llamó del cerro y le dijo “Esto es lo que tienes que decir a los
hijos de Israel: Ustedes han visto cómo he tratado a los egipcios y cómo a ustedes los he llevado sobre
las alas del águila y los he traído hacia mí. Ahora, pues, si ustedes escuchan atentamente mi voz y
respetan mi alianza, los tendré por mi pueblo entre todos los pueblos. Pues el mundo es todo mío. Los
tendré a ustedes como mi pueblo de sacerdotes y una nación que me es consagrada”. Entonces Moisés
bajó del cerro y llamó a los jefes del pueblo y les explicó lo que Yahvé le había ordenado. Todo el pueblo
a una voz contestó: “Haremos todos lo que Yahvé ha mandado”. (Ex 19, 3-8).

La base de este acuerdo de Israel con su Dios es la ley de Dios. Esta ley consiste en los diez
mandamientos. Junto con éstos, Israel se comprometió a cumplir también el código de la alianza. Este
código era la interpretación de los diez mandamientos como se aplicaban a los casos comunes de la vida
de los israelitas (Ex caps. 20 al 23).

Para sellar y celebrar la alianza con Dios, los israelitas sacrificaban animales: vacas, bueyes y
ovejas. Algunos de estos animales eran quemados; otros eran comidos por todos. Pero guardaban la
sangre de los animales muertos. Moisés derramó la mitad de la sangre sobre el altar, después tomo el
libro de la alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: “Obedeceremos y haremos todo lo que pide
Yahvé”. Entonces Moisés tomó la sangre y la derramó sobre el pueblo y le dijo “Esta es la sangre de la
alianza que Yahvé ha hecho con ustedes conforme a todos estos compromisos” (Ex 24, 6-8).

El uso de la sangre tenía un significado especial para los israelitas. Ellos consideraban la sangre
como la vida de una persona o animal. Como Dios es el dueño de la vida, la sangre se consideraba como
sagrada (Lv 17, 14). El derramar la sangre sobre el altar y sobre el pueblo valía lo mismo que proclamar
que Dios es dueño del altar y de ese pueblo, lo mismo que es dueño de la vida. Derramar la sangre sobre
el pueblo era signo de que Israel, por su alianza, pertenecía completamente a Dios.

En los años después del Sinaí, los israelitas renovaron su alianza con Dios muchas veces.
Especialmente en tiempos difíciles, Israel se reunía para declarar otra vez su alianza con su Dios. La Biblia
nos cuenta de muchas de estas renovaciones... en el tiempo de Josué... de David... de Joás (2R 11, 17) ...
de Josías (2R 23, 1 ss.) ... de Esdras (Ne 8). Cada año Israel celebró la alianza con su fiesta de
pentecostés.

Pero Israel no siempre cumplió con su parte de la alianza. Se mezcló con injusticias, corrupciones
e idolatrías.

Entonces se levantaron los profetas a protestar. Recordaron a Israel que sus faltas les merecían
fracasos y castigos; le recordaron que tenía necesidad de arrepentirse y volver a servir a Dios como
antes. Amenazaron a Israel con fracasos más grandes si no se componía.

Pero también los profetas desarrollaron la comprensión de lo que significaba la alianza con Dios.
Ellos hicieron comprender a la gente que su alianza no era un acuerdo frío, como entre dos negociantes.
Más bien mostraron que la relación de Dios con Israel debía ser una relación de persona a persona...
relación basada en amor y cariño.

Los profetas usaron muchas figuras para demostrar eso. Dijeron que Dios es como un Padre e
Israel como un hijo; que Dios es como un pastor que guarda y cuida de sus ovejas; que Dios es como un
rey que busca el bien de su pueblo; que la alianza de Dios con Israel es como un matrimonio donde el
esposo escoge a su esposa... la cuida, la protege y se aman (Ez 16, 6-14).

Pero, aunque Yahvé cumplió con sus promesas, Israel muchas veces no cumplió. Como
resultado, según las explicaciones que daban los profetas, Israel cayó en muchos fracasos. Sufrió la ruina
de Jerusalén. Fue dividido y repartido entre sus enemigos. Sufrió cautividad y esclavitud bajo el mando
de extranjeros.

Dios no dejó de amar a su escogido Israel. Antes bien, por medio de los profetas, exigiendo,
amenazando y prometiendo, luchaba por convencer a Israel a volver de corazón a su Dios.

La desobediencia de Israel llegó a tal punto que Dios declaró por medio de los profetas que la
alianza vieja quedaba ya rota. Oseas y Ezequiel ocupan la figura de un matrimonio deshecho por las
traiciones de la esposa, para explicar la desobediencia o traición de Israel (Ez 16, 15 y Os 2, 4-5).

Pero Dios no abandonó la idea de una alianza con Israel (Jr 31, 35-37). Al contrario, Dios
prometió por los profetas, una nueva alianza (Jr 31, 31-33). Será una alianza mejor que la vieja alianza
del Sinaí. La nueva alianza será una alianza eterna (Jr 50, 5). Será una alianza de amor, de justicia, de
fidelidad, de conocimiento de Dios, de paz (Os 2, 20-24). Serán cambiados los corazones (Jr 31, 33). Se
dará el Espíritu de Dios (Ez 36, 26-27). Otra vez Dios promete: “Ustedes serán para mí un pueblo y yo
seré para ustedes un Dios” (Ex 36, 28; Jr 31, 33).
La Nueva Alianza

Esta nueva alianza, o sea, el Nuevo Testamento, se hizo cuando vino Jesús. Jesús vino mandado
por Dios para cumplir las promesas (Ga 3, 15-18). Esta nueva alianza se hace con el hombre, no por ser
de la raza y sangre de Israel... Esta alianza se hace por la fe. El que acepte y crea en Jesús y manifieste
esta fe en el bautismo, entra en la nueva alianza de Dios con el hombre... se junta al nuevo Israel; no
fundado en la carne, sino en el espíritu. Los primeros cristianos hicieron del antiguo pentecostés, su
fiesta de la nueva alianza celebrando la venida del Espíritu (Hch 2, 1 ss.).

La nueva alianza es superior a la vieja porque quita los pecados (Rm 11, 27). Es una alianza del
espíritu y no sólo de la letra (2Co 3, 6). La nueva alianza libra a los hijos de Dios de las cargas
insoportables de la ley antigua (Ga 4, 21-30). Sobre todo, la nueva alianza alcanza a todas las naciones
del mundo (Ef 2, 11-22; Ap 5, 9-10).

Como la alianza del Sinaí, así la nueva alianza de Cristo se sellaba con sangre (Hb 9, 1-27). Cristo
selló esta alianza derramando su propia sangre en la cruz. Cristo se hizo víctima del sacrifico y al mismo
tiempo se hizo sacerdote, ofreciendo el sacrificio cuando se ofreció a sí mismo en la cruz.

Este sacrificio de Cristo en la Cruz, también es superior al sacrificio del Sinaí. El sacrificio del Sinaí
era solo signo o figura del sacrificio de Cristo. El sacrificio de Cristo verdaderamente perdona los
pecados... reconcilia al hombre con Dios... une verdaderamente al hombre con Dios (Hb 10, 1-18).

Jesús hizo su sacrificio permanente... hizo posible que todas las personas de todos los tiempos
participaran de su alianza. Jesús ordenó la celebración de su cena... la misa... como un memorial eterno.
Allí Jesús da su cuerpo y sangre bajo la forma o signo de pan y vino. Es la sangre de la nueva alianza para
el perdón de los pecados (Mc 14, 24; Mt 26, 28; Lc 22, 20; 1Co 11, 25).

Pero la alianza nueva no se llevará a su perfección completa aquí en la tierra. Habrá luchas,
sufrimientos y fracasos; aunque habrá menos cuando los hombres cumplan su alianza con Cristo. Pero la
perfección completa de la unión de Dios con el hombre se espera para después de la muerte. Entonces
se formará la nueva Jerusalén, sino sombra ni mancha (Ap 21, 1-27). Entonces Dios “fijará su morada en
medio de ellos y ellos serán su pueblo y él mismo será Dios con ellos” (Ap 21, 3).

Mientras tanto, nosotros estamos llamados por Dios a cumplir con nuestra parte de nuestra
alianza con él. Tenemos fe. Aceptamos a Cristo. Hemos sido bautizados. Pero no podemos pararnos sólo
en la fe. También tenemos que mostrar esa fe por amor. Tenemos que amar de veras a todos. Tenemos
que perdonar de veras a todos. Tenemos que unirnos de veras con todos para luchar con amor por una
vida mejor... más justa... más tranquila. Sólo formando comunidad aquí en la tierra seremos el nuevo
Israel de la nueva alianza. Sólo así tendremos derecho de llegar a esa nueva Jerusalén.

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