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Existen diversos significados sobre el término modelo. Una primera acepción hace
referencia a un modo concreto de concebir el propio statu quo de la psicopatología, como
ciencia diferente y diferenciada, incluyendo tanto la definición del objeto mismo, como de los
procederes técnicos y metodológicos más adecuados para abordarlo: en términos generales
“escuelas de la psicopatología”.
EL CRITERIO ESTADÍSTICO
En psicopatología, la estadística transmutó en criterio definitorio del objeto y adquirió
rango de concepto.
El postulado central del criterio estadístico es el de que las variables que definen
psicológicamente a una persona poseen una distribución normal en la población
general de referencia de esta persona. Consecuentemente, la psicopatlogía es todo
aquello que se desvía de la normalidad, “algo” que resulta poco frecuente, que no
entra en los límites de la distribución normal. Hablamos de hiper o hipo para catalogar.
Además, no todas las personas que manifiestan quejas son catalogables como
psicopatológicas, incluso aun cuando recurran a un psicólogo clínico o a un psiquiatra.
El criterio subjetivo o personal no tiene tampoco en cuenta los efectos que un
comportamiento anormal produce en el contexto social inmediato de la persona y que
lo exhibe (mientras que sí lo hace el alguedónico). Y ninguno de los dos permite
distinguir entre: psicopatología y reacciones normales de adaptación al estrés.
Lo que ya no está tan claro es que el hecho de que se descubra una etiología orgánica
signifique descartar sin más la intervención de factores estrictamente psicológicos y
sociales, o sea, de naturaleza no primariamente biológica, bien sea en la etiología
misa, bien en su mantenimiento, bien en las consecuencias que una causa orgánica
tenga en el funcionamiento psicológico del individuo afectado.
Las dificultades que tienen las personas con psicopatologías les impiden lograr sus
niveles óptimos de desarrollo social, afectivo, intelectual y/o físico. Y esas dificultades
no son exclusivamente el resultado de condicionantes socioculturales insuperables
para un individuo particular, sino que están producidas por anomalías en sus
actividades, procesos, funciones y/o estructuras, ya sean cognitivas,
afectivo/emocionales, sociales, biológicas y/o comportamentales.
El modelo biológico.
Los trastornos mentales estarían relacionados con las alteraciones celulares del
cerebro. Las alteraciones pueden ser anatómicas (el tamaño o la forma de ciertas
regiones cerebrales puede ser anormal) o bioquímicas (los elementos bioquímicos que
contribuyen al funcionamiento neuronal pueden tener alterada su función, por exceso
o por defecto).
También se ha puesto de relieve la frecuencia con que ocurren los trastornos mentales
entre parientes biológicos. Se plantea qué si un determinado trastorno ocurre con una
relativa frecuencia en una familia en relación a la población general, quizás es porque
alguno de los miembros de esa familia ha heredado una predisposición genética a
padecerlo. También desde este modelo se ha puesto de relieve la investigación
epidemiológica sobre los denominados grupos de riesgo, observando casos de
numerosos pacientes biológicos de un paciente diagnosticado de una alteración
psicopatológica específica que presenta el mismo trastorno.
Cuando se presupone una vulnerabilidad orgánica asociada al efecto de agentes
externos patógenos se ha explicado en términos de una interacción denominada
predisposición-estrés (diatesis-estrés). Una vez que se han precisado las áreas
concretas afectadas de una probable disfunción orgánica, el clínico estará en una
mejor posición para prescribir el tratamiento biológico a seguir.
El modelo biológico tiene bastantes virtudes. Primero, sirve para recordarnos que los
problemas psicológicos pueden tener causas o concomitantes biológicos dignos de
evaluación y estudio. Segundo, gracias al desarrollo de sofisticadas técnicas
biomédicas, la investigación sobre los aspectos neurofisiológicos y genéticos de la
conducta anroaml a menudo progresa con rapidez, produciendo nueva y valiosa
información. Tercero, los tratamientos biológicos han proporcionado significativas
aportaciones en la terapia de los trastornos mentales, bien cuando otras estrategias de
intervención se han mostrado ineficaces.
El modelo conductual.
Enfatiza la necesidad de una teoría que explique la conducta compleja que implica
factores internos (cognitivos) no reductibles a relaciones de estímulo-respuesta (E-
R). Los autores sugieren que la teoría E-R aporta una base irreal para la terapia de
conducta, ya que los terapeutas deben emplear constructos no claramente
definidos por la teoría, como la imaginación, la fantasía, etc. Propusieron como
alternativa una “teoría de estrategia central”. En ella afirman que en la neurosis se
aprenden una serie de estrategias centrales que guían la adaptación del individuo
a su medio. Esta fue duramente rechazada por algunos autores y aceptada por
otros.
DIRECCIONES ACTUALES
Actualmente conviven varias orientaciones conductuales. Tres de ellas ocupan un
lugar prominente: la mediacional (clásica o clásica/operante); la operante o
análisis experimental de la conducta, y la conductual-cognitiva. Las dos primeras se
centran prioritariamente en facetas observables de la conducta (estímulos y
respuestas), mientras que la tercera lo hace explícitamente en los procesos
cognitivos.
El modelo cognitivo.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Se va produciendo un cambio de perspectiva desde la visión analítica de la ciencia,
hacia una visión más sistémica e integradora de los distintos componentes de
cualquier proceso. Se desarrollaba aquí la analogía funcional del ordenador, que
iba a ser esgrimida como garantía de cientificidad por el procesamiento de la
información (PI) el cual a su vez iba a erigirse como el movimiento o paradigma
más visible de la nueva psicología cognitiva.
La analogía permitía admitir que el cerebro es, ante todo, un dispositivo capaz de
tratar con información, y no algo que sirve únicamente para responder a ciertos
tipos de estímulos. El reconocimiento de esta posibilidad abría el camino para que
los psicólogos pudieran investigar sobre las representaciones internas, sin
necesidad de recurrir a marcos de referencia neurológicos o bioquímicos, ya que
independientemente de su naturaleza física, esas representaciones internas
podían comenzar a ser explicadas en términos del tipo y la cantidad de
información que contenían. La analogía, aun siendo solamente funcional, no
dejaba de ser también excesivamente formalista, por lo que se iba a enfrentar con
no pocas dificultades para traducir o trasladar los hallazgos e hipótesis generadas
en el contexto del laboratorio y del análisis formal, a la vida real.
DESARROLLOS POSTERIORES
Estudiar cómo se registran, elaboran y recuperan los estímulos sociales, tales
como la información acerca de uno mismo y de los demás, y cuáles son los
contenidos de esos estímulos, constituyen sin duda objetivos importantes para
nuestra disciplina.
A pesar del dominio conductista, psicólogos sociales enfatizaban en sus
investigaciones y sus modelos teóricos la importancia de la percepción consciente
y de su evaluación a la hora de explicar el comportamiento humano. Aludían a
conceptos tan mentalistas y, desde luego, tan alejados del conductismo de su
época, como los de “expectativa”, “nivel de aspiración”, “balances”,
“consistencia”, “atribución causal” o “disonancia cognitiva”. Ninguno de estos
conceptos posee una correspondencia unívoca y directa con el comportamiento
observable, pero son procesos hipotéticos que permiten explicar ese
comportamiento.
Otra disciplina importante es la psicología de la personalidad, especialmente la
que deriva de los planteamientos que sobre los sistemas de constructos
personales con los que las personas categorizamos el mundo, interpretamos los
eventos que en él suceden y elaboramos predicciones. A partir de aquí, es posible
entender la actual consideración de los rasgos de personalidad como categorías
cognitivas, o los estudios sobre los estilos y dimensiones cognitivas, los
planteamientos sobre la construcción social de la personalidad o la revitalización
de las investigaciones sobre el sí mismo y los procesos cognitivos involucrados en
su adquisición y desarrollo.
Las teorías cognitivas sobre la emoción parten del supuesto de que todo estímulo
o situación debe ser primero identificado, reconocido y clasificado antes de que
pueda ser evaluado y de que suscite o active una respuesta emocional. En
consecuencia, la cognición es una condición necesariamente previa a la elicitación
de una emoción. Este tipo de planteamientos ha recibido muchas críticas, ya que
convierte a las emociones y los afectos en un proceso más de conocimiento,
secundario a otros tales como la atención, la percepción o la memoria.
CONCEPTOS BÁSICOS
El término psicología cognitiva implica un conjunto de contenidos que son los que
guían la investigación. Esos contenidos hacen referencia a la cognición, la actividad
mental humana y sus productos, o sea, al conocimiento. Implica la consideración
del hombre como ser autoconsciente, activo y responsable que no se haya
inexorablmente ligado a los condicionantes ambientales ni a la lucha por la mera
adaptación pasiva al medio, por la supervivencia. Un ser que busca activamente
conocimiento y que, por lo tanto, se halla en un proceso constante de
autoconstrucción. Implica la aceptación del supuesto de que los procesos de
búsqueda y transformación de la información operan sobre representaciones
interna de la realidad. Conlleva la idea de que es posible elaborar modelos que
expliquen la organización estructural y funcional de las diferentes fases y
momentos implicados en el procesamiento.
Todos los modelos intentar identificar cuáles son los subprocesos más
simples en los que se puede descomponer un proceso complejo. El
paso siguiente suele consistir en elaborar hipótesis plausibles y
verificables acerca de cómo están organizados esos subprocesos. Y es
aquí donde aparecen las mayores diferencias entre los diversos
modelos: los más sencillos postulan que los mencionados subprocesos
son en realidad etapas o fases de procesamiento, independientes
entre sí, lineales y secuenciales, esto es, que una vez acabada una,
comienza la siguiente. Cada una de las etapas recibirá información de
la anterior, realizará ciertas transformaciones sobre ella y dará lugar a
un output, que será recogido por la subsiguiente etapa, que a su vez
reobrará sobre la información recogida, y así sucesivamente. Uno de
los atractivos es el de que permiten averiguar cuáles son los
componentes básicos, y cuáles sus invariantes, de los procesos que
forman la actividad mental. Si se pudieran identificar exhaustivamente
todos y cada uno de los subcomponentes de cada proceso, sería
factible entonces elaborar modelos más complejos.
Un primer problema que surge ante cualquier planteamiento teórico es que la realidad
clínica no parece ajustarse muy bien a los modelos que le respaldan.
Tal vez la necesidad de una aproximación multidisciplinar sea más metodológica que
epistemológica. Los psicopatólogos emplean frecuentemente el sistema categorial vigente de
clasificación y diagnóstico de la American Psychiatric Association (APA). Los criterios de
diagnóstico se establecen fundamentalmente sobre la base de conductas observables directa o
indirectamente, es estrictamente descriptivo y no implica asunciones teóricas. Es fruto
principalmente del modelo médico.
Una de las principales dificultades con que nos encontramos para asumir que este
modelo tiene un estatus científico claramente diferente del conductual es el gran
solapamiento conceptual que existe entre ambos, en concreto entre los conceptos de
cognición y condicionamiento.
A veces se han separado los procesos del condicionamiento y los cognitivos sobre la
base de conceptos como no consciente y consciente, automático y controlado, involuntario y
voluntario, etc. Este tipo de diferencias han resultado inútiles e irreales. Los términos
cognición y condicionamiento no están bien definidos y generalmente se refieren a fenómenos
altamente solapados que incluyen tanto los procesos automáticos como los que implican
esfuerzo.