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El gran cúmulo de conocimientos que los grupos humanos reunieron durante la fase de cazadores-
recolectores respecto a su entorno, a la ecología, distribución y estacionalidad de los grupos de
plantas o animales que eran de su interés y utilización, los condujeron a aprovechar aquellas
especies que contribuyeron a su sustento y mantenimiento (Gepts et al 2012). A este manejo,
aprovechamiento, orientación, favorecimiento, protección de ciertos grupos de plantas, animales,
hongos y microorganismos se le conoce como proceso de domesticación o evolución bajo
domesticación. En este proceso los grupos humanos seleccionan, favorecen y mantienen
poblaciones de especies con ciertas características que les son útiles: plantas con mejor sabor, de
frutos grandes, con maduración uniforme, de tamaños adecuados para su cosecha, con menor
contenido de sustancias tóxicas; animales acostumbrados a la presencia humana, más dóciles, con
mejor producción de carne, piel, cuero, pelo, leche, o más resistentes al trabajo.
Si bien numerosas especies de interés se someten a un manejo, las especies domesticadas son
aquellas que se vuelven completamente dependientes del ser humano. A través del proceso de
selección artificial, han perdido diferentes atributos o características que les permitían sobrevivir
como especies silvestres (semillas con latencia, con diferentes medios y estrategias de dispersión,
contenido de sustancias tóxicas, etc.). A esta pérdida y al efecto del manejo para un mejor
aprovechamiento de estas especies útiles se le ha denominado síndrome de domesticación.
Especies manejadas
Quelites chivitos
Escamoles
Colorín
Especie domesticada
Maíces nativos
En la actualidad podemos encontrar plantas bajo distintas etapas de domesticación. Por ejemplo
algunas plantas y animales se siguen recolectando directamente en su estado silvestre (quelite
chivitos, flor del árbol colorín, insectos como los escamoles, entre otros), mientras que otras se han
introducido en los huertos, traspatio y solares de las casas para ser sometidas a procesos de
selección y cuidado que dan como resultado ejemplares con las características deseadas como las
mazorcas de gran tamaño, en el caso del maíz; vainas con varios frijoles, entre otros muchos
ejemplos. La selección y siembra cuidadosa de aquellas plantas interesantes por diferentes razones
(alimento, medicina, ornamento, entre otras) ha dado origen a los sistemas de agricultura intensiva
de monocultivos en los cuales se pretende uniformidad. El maíz por ejemplo, es una especie que
podemos considerar en un proceso de domesticación extrema ya que es en la actualidad, incapaz
de mantenerse sin el cuidado humano (Casas y Parra, 2016).
La domesticación es un proceso continuo que se mantiene hasta nuestros días. Por ejemplo, el maíz
se domesticó en México hace 8,000 años, luego se llevó a Sudamérica hace 5,000 años, a Estados
Unidos hace 3,000 y al resto del mundo posterior a la llegada de los españoles. En la actualidad en
México se siembran millones de hectáreas con maíces nativos (también llamados criollos, es decir
variedades de maíz originarias de México que han estado en manos de los y las campesinas por
miles de años) que están adaptados a condiciones que van del nivel del mar hasta los 3,000 metros
de altitud. El maíz puede crecer en esa gran gama de ambientes gracias a que los grupos humanos
de cada región han continuado el proceso de domesticación localmente.
Cartel: Chiles de México
Cartel: Maíces mexicanos
Hoy, luego de miles de años del proceso, muchos grupos humanos siguen eligiendo las semillas de
las mejores plantas de su cosecha de acuerdo a sus características de tamaño, color, sabor, forma,
facilidad de digestión o calidad de las fibras, por ejemplo. Estas semillas son guardadas para ser
intercambiadas con otros grupos y para ser cultivadas en la temporada siguiente, de esta forma el
proceso de domesticación continúa hasta la fecha. Esta relación entre la biodiversidad y la cultura
hace que la domesticación sea un proceso que implica la generación de variantes que dependen de
las necesidades y gustos de los grupos humanos asociados a estos recursos, pero también de las
condiciones ambientales bajo las cuales se requiere que crezcan.
Cabe destacar que la domesticación también puede ocurrir a nivel de paisajes y ecosistemas, lo que
involucra el acondicionamiento de los componentes del ecosistema (especies y elementos físicos,
como ríos o lagos) y procesos del sistema (como la inundación o desecación de una zona) a las
necesidades humanas (Casas y Parra, 2016). Así mismo, en el proceso de domesticación interviene el
ser humano pero también la interacción entre la especie que está siendo modificada y el ambiente
(selección natural), así como de la deriva génica (“evolución al azar”). Esta es la razón por la que
existen variedades diferentes de maíces en Mesoamérica o de papas en los Andes.