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Revisión con enfoque etnobotánico

del frijol (Phaseolus vulgaris)

Monica Muñoz Delgado

201751369

Etnobotánica

Dr. David Martínez Moreno


Introducción
Nuestros antepasados fueron cazadores-recolectores durante más de un millón de años. En el
periodo de 3000 - 8000 a.C. apareció la primera sociedad humana sedentaria capaz de
producir alimentos, y comenzó a domesticar diversos animales y plantas. En diferentes partes
del mundo, incluida Centroamérica y los Andes del continente americano (Smith, 2006). La
domesticación de animales y plantas es "La Revolución Neolítica", fue un hito histórico para
el ser humano, pues la agricultura se ha convertido en la base económica. El proceso de
domesticación de las plantas fue creado por la combinación de la evolución natural y la
selección empírica de la práctica humana, que conduce a cultivos domesticados por
progenitores ancestrales. En términos generales, es comprensible que las plantas son un
proceso dinámico y continuo (Zohary, 1999) y es de suma importancia identificar los sitios
originales de domesticación de un cultivo desde el punto de vista evolutivo, así como de
importancia práctica para los fitomejoradores y conservacionistas.
En el caso del frijol la domesticación redujo la diversidad genética por el fenómeno de
“cuello de botella de la domesticación”, este consiste en la reducción de la diversidad
genética de la población en comparación con su ancestro, debido al pequeño número de
individuos que fundaron las poblaciones domesticadas (efecto fundador) (Ladizinsky, 1998),
y posteriormente existió una selección de las características particulares que contribuyeron a
una mayor reducción de la diversidad genética de locis específicos y regiones genómicas
circundantes (Papa et al., 2006).
El género Phaseolus incluye cinco especies domesticadas: P. vulgaris (frijol común), P.
lunatus (frijol lima), P. acutifolius (frijol tépari), P. coccineus ssp. coccineus (frijol ayocote)
y P. coccineus ssp. darwinianus (frijol de año) (Freytag et al., 2002). Las primeras
investigaciones sobre el origen y evolución del frijol se remontan a Miranda-Colín (1967) y
Gentry (1969), quienes afirmaron que la forma silvestre de frijol se encuentra en
Mesoamérica. Posteriormente, se propusieron centros de origen y domesticación alternativos
que trabajos sucesivos han ratificado o rectificado (Kwak et al. 2009).

Enfoque arqueológico
Una de las estrategias actuales y precisas para la datación de restos es el uso de técnicas como
el carbono catorce, cuyos resultados ayudan a entender el origen y domesticación de las
plantas cultivadas. Los restos más antiguos de P. vulgaris se encontraron en el Continente
Americano, en dos áreas geográficas lejanas: Mesoamérica y los Andes (Kaplan, 1965;
Kaplan et al., 1973). Mesoamérica fue centro de domesticación de cultivos importantes: maíz
(Zea mays), frijol (P. vulgaris), calabaza (C. pepo), chile (Capsicum sp.) y cacao (Theobroma
cacao) (Zizumbo-Villarreal et. al., 2010). Kaplan en 1965 estableció que P. vulgaris fue
domesticado en el Valle de Tehuacán, Puebla, en México hace aproximadamente 7000 años,
probablemente en asociación con el maíz. En las cuevas ‘El Guitarreo’ y ‘El Callejón’ en
Hualyas, Perú fueron recuperados restos de P. vulgaris, con características similares
a las formas actuales cultivadas de frijol. Esto indica que Perú pudo ser uno de los primeros
centros de domesticación del frijol. El análisis de los restos de plantas con base en la prueba
del carbono 14 indicó que la edad media del P. vulgaris domesticado es de 7680 ± 280 años
(Kaplan et al., 1973).
Fueron analizados los vestigios de frijol, maíz y calabaza encontrados en cuevas de México
(Tamaulipas, Puebla y Oaxaca) por medio del método del radiocarbono y el uso de la
espectrofotometría de masas con acelerador (AMS), revelando una edad de la forma
domesticada del frijol más reciente y menor a 2400 años (Smith, 2001). Las evidencias y
estudios arqueológicos soportan el origen Mesoamericano del frijol.

Domesticación
La domesticación de especies silvestres se inició en diferentes partes del mundo hace unos
12.000 años, lo que se ha convertido en uno de los hechos más importantes del mundo para la
historia humana. El cultivo conduce a la selección artificial de plantas. Esto llevó al
desarrollo de cultivos modernos adaptados al entorno artificial. Durante este período, después
de la domesticación, el frijol ha sufrido muchos cambios morfológicos y fisiológicos que lo
distinguen de los parientes silvestres, como la latencia de la semilla, la dehiscencia, hábitos
de crecimiento, sensibilidad al fotoperíodo y al color, y forma y tamaño de plantas, semillas y
frutos. Estos caracteres son conocidos como síndrome de domesticación (Hammer, 1984).
Una de las consecuencias de la domesticación en la mayoría de las especies de cultivo, es la
reducción de la diversidad genética. A pesar de que las poblaciones silvestres del acervo
Mesoamericano muestran una elevada diversidad genética en comparación con las Andinas,
diversos estudios han analizado la pérdida de diversidad debida a la domesticación, en donde
una se concluye que al comparar poblaciones silvestres frente a domesticadas, la pérdida de
diversidad es mayor en Mesoamérica que en los Andes. Esta diferencia se explica como el
resultado de los cuellos de botella que se produjeron antes de la domesticación en los Andes
(Bitocchi et al., 2013), lo que empobrece drásticamente las poblaciones silvestres, dando
lugar a los efectos secundarios del cuello de botella posterior a la domesticación.
Se cree que inicialmente fue domesticada debido al valor estético de sus granos más allá del
valor nutricional que presenta. Así también, algunos autores sugieren que, en base a sus
diferentes formas y colores, las semillas de P. vulgaris se utilizaron como una forma de
escritura no fonética en tiempos precolombinos. Fue recién en el siglo XVII que se distribuye
esta especie a toda América, África, Asia y Europa.

Taxonomía
No existe consenso y claridad sobre el número de especies que componen el género
Phaseolus. Su complejidad taxonómica se atribuye principalmente a la intrincada morfología
floral y a la considerable cantidad de nombres publicados en el género. El Sistema Nacional
de Germoplasma Vegetal de Estados Unidos (NPGS), reconoce 81 especies aceptadas en su
base de datos online denominada Red de Información sobre Recursos de Germoplasma
(GRIN). Ese número se incrementa hasta 117 cuando se incluyen las subespecies y
variedades botánicas. En un análisis amplio sobre las especies de América del Norte y
Central se han reconocido 36 especies, varias de ellas con una o más subespecies, cinco de las
cuales son de importancia agrícola (FAO, 2018).
Existen más de 70 variedades de frijol que han sido agrupados de acuerdo con su color en:
negros, amarillos, blancos, morados, bayos, pintos y moteados; las variedades más
consumidas son azufrado, mayocoba, negro Jamapa, peruano, flor de mayo y flor de junio.

Mito, rito y religión


En México existe la leyenda de un dios en forma de serpiente, pero cubierto de plumas, de
nombre Quetzalcóatl, quien creó nuestro mundo y nos creó a nosotros. Quetzalcóatl también
se preocupó por darnos alimento, y fue por eso que se convirtió en hormiga negra, para ir
detrás de la hormiga roja y conseguir el maíz que nos daría fuerza. Pero el maíz no era
suficiente, Quetzalcóatl quería sacar el maíz negro, el blanco, el frijol, la chía y todos los
alimentos que había en el cerro de la subsistencia, para lo cual llamó a Nanáhuatl para que
destrozara el cerro con su rayo y los dioses de la lluvia arrebataran el alimento que ahí había
(Itier, 1997).
Los mitos forman parte fundamental de una comunidad: son un motivo más que les da
identidad y persistencia, porque son relatos que se conciben como un complejo de creencias,
como una forma de captar y expresar un tipo específico de realidad, como un sistema lógico o
como una forma de discurso (Cook, 1987). Tienen la naturaleza de símbolo que, por poseer
cierto grado de convencionalidad, son productos sociales. Se acepta también que el mito es
una manera de representar el inconsciente colectivo cuya función esencial es expresar y
mantener la solidaridad del grupo. Es decir, alude a un acontecimiento pasado donde sucedió
algo, es un fragmento del comportamiento verbal tradicional, ya que una tradición oral
contiene información normativa, rasgos estructurales de la cosmología, los cuales aparecen
en el contenido y la organización de dicha tradición (Saldaña, 2010).
Muchos ritos y tradiciones giran alrededor de la milpa, ya sea en relación con las acciones
ambientales o productivas. Desde la época prehispánica este cultivo ha sido parte
fundamental en la alimentación, la salud, la visión del cosmos y en su vivir cotidiano, por lo
tanto, se ha mantenido a pesar de las imposiciones españolas y modernas.
Diversas situaciones provocan una vulnerabilidad e incertidumbre para las prácticas
agrícolas, ante la cual las comunidades indígenas mayas, al igual que otras comunidades de
América Latina, han establecido prácticas rituales y ceremoniales para mantener una
comunión íntima con la naturaleza y las deidades, las cuales están indisolublemente ligadas a
su quehacer cotidiano (INAI, 2007).
Los rituales permiten a cada sociedad expresar un respeto ante lo sagrado, establecer una
continuidad en el tiempo, imprimir una lógica cultural al conjunto de momentos que marcan
la vida social, a la propia existencia del grupo y, de esta manera establecer un sentido
histórico. Asimismo, la tradición se concibe como los patrones culturales que una o varias
generaciones heredan de las anteriores y por estimarlos valiosos los trasmite a las siguientes.
El cambio social altera el conjunto de elementos que forman parte de las tradiciones. Se
considera tradición a los valores, creencias, costumbres y formas de expresión artística
característicos de una comunidad, en especial aquellos que se transmiten por vía oral.
Los conocimientos de los mitos, rituales y tradiciones se transmiten a través de símbolos que
se expresan por medio de normas, valores sociales y formas de conducta (Lupo, 2001).
En el caso de los mayas peninsulares, los rituales asociados a la milpa, han sido sumamente
importantes en la dinámica agrícola, ya que sin ellos, desde su cosmovisión campesina, sería
imposible cosechar nada (Arias, 1995). Los campesinos mayas, a través de sus procesos
rituales y ceremoniales alrededor de la milpa, establecen “convenios” para mantener la
comunión con sus diversos dioses, con quienes realizan intercambios recíprocos
(Bastarrachea, 2004), para solicitar, suplicar o agradecer los productos obtenidos durante el
ciclo agrícola. De esta manera pueden afrontar los diversos riesgos y la incertidumbre
cotidiana.
Fig. 1. Distribución y diversidad de los frijoles en México (Delgado, 2015).

Nombre común: En casi todos los países de América Latina y el Caribe, a esta legumbre se le
conoce como frijol, nombre que a su vez proviene del catalán fesol. Sin embargo, en ciertos
países se usan términos locales que provienen de lenguas nativas. Se conocen con los
nombres de frijol, poroto, alubia, caraota y judía. En náhuatl se les llamaba etl o etle. A
continuación, se mencionan algunas de las denominaciones utilizadas en la región: poroto
(Bolivia y Perú, del quechua p’urutu); korish (Bolivia, en lengua mosetén); bean (Barbados,
Guyana, Jamaica y Trinidad y Tobago, en inglés); fréjol (Ecuador); chicong o chicun
(Guatemala, en lengua ixil); ubal, cuyenc o xenc (Guatemala, en lengua mam); pilín, ch’ux o
quenq (Guatemala, en lengua poqonchí); tut (Guatemala, en lengua chuj); chenec
(Guatemala, en lengua tzental); et (Guatemala, frijol negro en lengua pipil, región de
Salamá); quinac, kin’ac o quencc (Guatemala, en lengua k’iché); chicul o chicun (Guatemala,
región de Aguacatán); hubal (Guatemala, en lengua chuj, región de San Pedro Soloma); tut
(Guatemala, en lengua chuj, región de San Mateo Ixtatán); gupal o hupal (Guatemala, región
de Jacaltenango); chenec (Guatemala, en lengua tzotzil); quina’c (Guatemala, en lengua
poqomam); habilla (Paraguay); feijão (Paraguay, variedades negras, en portugués, regiones
fronterizas con Brasil); judía, porotillo, vainita o yunya (Perú); ahuihua, alorba, ama poroto,
hujia, kopuro, biik o niik (Perú, en lenguas aguaruna y huambisa); chanca, chancha, chaucha
o chooch (Perú, en lengua amuesha); mica (Perú, en lengua candoshi); nambia, nudia, numia,
ñuña nudia, hudia o porotyo (Perú, en lengua ocaína); p’urutu (Perú, en lenguas quechua,
cocama y ticuna); machaki (Perú, en lengua asháninka) (FAO, 2018).
Zonas productoras: Su cultivo se realiza en 32 estados de la república, sin embargo son sólo
cinco (Zacatecas, Sinaloa, Durango, Nayarit y Chihuahua) los que concentran el 63.48% de la
superficie sembrada y el 65.29% de la producción total del país (Olvera, 2013).
En los mercados de Puebla se ofrecen las variedades de frijol ayocote, frijol peruano, frijol
negro, frijol vaquita, ayocote morado y San Francisco.
El frijol es un cultivo clave en la dieta nacional, la producción nacional cubre casi toda la
totalidad del consumo de los mexicanos. El conocer de los cultivos y la gente que realiza la
labor de la producción de los alimentos nos permite sensibilizarnos en el uso de las plantas y
de otros recursos naturales, reconociendo la importancia tanto de las plantas, como de las
personas que se dedican a su cuidado.

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