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Volver a mí

June 20, 2022

Capítulo 60. Volver


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capítulo 60

Volver
Déjame volver con el recuerdo de aquellas esperanzas del día que partí.

Homero Expósito

Gina estaba recostada en su cama de la habitación del hostel, mirando la


nada y sintiendo en todo su cuerpo el aluvión de sensaciones reencontradas
que habían despertado en su piel y en su alma durante los últimos días. Su
estadía en Cuzco se había prolongado más de una semana. Esto había
extendido su viaje a algo más de un mes. Claramente no era Perú el motivo.
Si bien había aprendido a amar lo que ese país había provocado en ella,
claramente no era su lugar en el mundo. Pero no era dónde, era con quién.
Esa verdad era irrefutable.

Sin embargo, esa tarde casi noche sentía nostalgia. Extrañaba a sus hijos, sus
animales, a María Dolores, a Alicia. Comenzó a pensar en la salud de sus
:
mayores. Le dolió haber podido comunicarse solo con su madre y ser
enjuiciada tan duramente por su padre. Necesitaba ver al viejo Parker, echaba
de menos la ternura de su mirada. Quería besar a su amada gata Chloé y
hablarle como solía hacerlo cada día. Todo lo que había dejado comenzaba a
reclamar su lugar. Extrañaba. ¿Por qué? Era simple la respuesta, porque nada
ni nadie, por muy lejos que estuviera, podía cambiar el sentimiento que la
unía a sus seres. Priorizarse era la mejor decisión, pero en modo alguno
significaba dividirse. Ella los amaba profundamente y desde ese lugar, la
distancia comenzaba a angustiarla. No estaba arrepentida de nada, pero sabía
que no podía prolongar para siempre ese idilio. Una dosis de realidad se
había apoderado de ella.

Rafael era todo lo que una mujer como ella podía imaginar en un hombre. Se
divertían, reían, hablaban seriamente de los hijos, compartían sus proyectos y
algo diferente les sucedía. Lo habían hablado. Se admiraban. Eso era algo que
no les había ocurrido nunca. Sentir admiración por alguien y que fuera
recíproco. Admirar a ese ser con quien se comparte la entrega absoluta. A
quien se le da el control del propio cuerpo y la llave de las emociones más
secretas. Porque después de los cuarenta y cinco años, compartir una cama
no era dormir juntos o tener sexo, era algo que iba más allá de todo el placer
y se convertía en el disfrute del después garantizado. Gina recordaba su olor,
sus palabras y sus caricias con la misma sonrisa que en su momento y junto a
la necesidad de volverlas a sentir. Rafael tenía a Gina instalada en su corazón
y sus pensamientos en forma permanente. Solo quería volver a sentirla del
modo que fuera y mirarla. Ver su expresión cuando lo escuchaba no se
comparaba con nada que él hubiera conocido antes. El tiempo juntos era tan
valioso entre las sábanas como durante una conversación en el transcurso de
un paseo.

Ese sentimiento de admiración mutua en todos los aspectos llevaba una


connotación importantísima en su búsqueda. Había concluido que debía ser
requisito en cada pareja, porque sin admiración el amor envejece, se debilita
y en muchos casos puede ser la causa de su fin.
:
¿Cómo seguía esa historia? Él vivía en Barranquilla; ella, en Bogotá. No
quería una relación a distancia. Nunca había creído en ellas. Por otra parte,
no sabía bien si quería una relación. Su búsqueda no tenía que ver con un
hombre sino con ella misma, con su capacidad de ser feliz, de recuperar a la
Gina que se había perdido en la rutina de una vida puesta al servicio de los
demás. Se comunicaba con todos por mensajes o llamadas, pero comenzaba a
sentir que salvo Alicia, ninguno de los demás eran los mismos. ¿Acaso su
cambio no era el único? ¿Por qué sus hijos y Francisco no sonaban como
siempre?

Sentía incertidumbre porque debía tomar decisiones y eso se mezclaba con


sentimientos contradictorios. En ese momento su celular sonó. Atendió.

–¡Hello, my darling! ¿Cómo sigue el romance de Lady Marian y Robin Hood?


–dijo Paul, que estaba al tanto de lo que sucedía con Rafael–. Debes hacer
que valga la pena, porque ayer he desalentado a Peter Jenkins por completo.
Le dije que tu recuerdo será todo lo que tendrá de ti.

–Hola, amigo mío. Llueve en Cuzco y no tengo un gran día. Mándale mi


cariño a Peter –sonrió al recordar la situación en el crucero. Dile que ha sido
el principio de un gran cambio para mí. No lo olvidaré.

–¿Por qué suenas tan dramática?

Ella sonrió. Paul lograba siempre su sonrisa.

–Porque los sueños terminan. Esto que vivo no es la realidad. Debo volver.
Extraño a mis hijos y mis mascotas. Además, Rafael no es compatible con mi
vida. Él es periodista en Barranquilla y yo, notaria en Bogotá.

–Bueno, ambos están en Colombia –dijo optimista.

–¡No te burles!

–No lo hago. Creo que no eres honesta contigo. Lo que tienes, además del
sentimiento “viaje pos mes”, es miedo.

–¿Qué es el sentimiento “viaje pos mes”?


:
–Es la angustia y la añoranza del lugar de origen. Es el momento en el que el
mundo te ahoga y te muestra la real dimensión de la distancia. Cuando
quieres volver, al menos por una hora, para ver a todos y después regresar. En
la mayoría de los casos un pasaje de regreso es el que marca esa hora en el
reloj. En el tuyo es peor, porque además debes tomar la decisión y creo que te
has enamorado en el camino. Por eso tienes miedo.

Gina escuchó atentamente cada una de sus palabras. Él siempre tenía razón.

–Quisiera que estuvieras aquí. Tengo ganas de llorar y necesito tu abrazo.

–No puedo abrazarte ahora, pero no es lo que necesitas. Piensa. Confía.

–¿Qué quieres que piense? ¿En qué debo confiar?

–Estás en la parte melancólica de Dirty Dancing o de Pretty Woman o de Reto


al destino o de La boda de mi mejor amigo o de tantos clásicos del cine. Confía
en ti, en lo que eres y sientes. Este viaje, Rafael y tu voluntad te trajeron de
vuelta. Ya no estás perdida. Sigue tu corazón.

–¿Y el miedo?

–En este momento le tienes miedo a todo, por lo tanto postérgalo. Tienes
temor de regresar, de quedarte, de Rafael, de tu gente, del tiempo, de ti
misma… ¿Sigo?

–No. Creo que es suficiente. Te quiero ¿Lo sabes?

–Por supuesto. También yo. Te llamaré mañana. Debes creer en tus


decisiones. Eres la misma mujer que supo reencontrarse. Lo que hagas en
adelante estará bien. ¿Has escuchado la voz? –preguntó con referencia a la
anciana de Brujas y de la Plaza de Armas.

–Sí.

–¿Cuándo? ¿Qué te dijo? ¿Por qué no empezamos la conversación por ahí? –


preguntó ansioso. Su superstición era extrema.

–Anoche en sueños. Dijo “Avanza”.


:
–¿En qué contexto?

–No recuerdo nada más.

Paul se quedó callado unos instantes.

–Hazlo, hermosa Gina. El destino te está hablando. Estás volviendo a ti.

–¿Cómo crees que debo seguir?

–Solo tú lo sabes.

***

Gina se despidió de Paul y su celular volvió a sonar. Atendió con urgencia. Su


corazón comenzó a latir nervioso.

–Hola. ¿Qué te sucede? –era la primera vez que la llamaba.

–Te necesito, mamá.

Gina se quedó sin aire. Quería transportarse por alquimia a Bogotá, pero
conservó la calma.

–¿Qué te pasa, Andrés?

–Es Josefina. Tiene cáncer de mama. El pronóstico es bueno. La biopsia


indicó que no será necesaria quimioterapia pero ha comenzado las sesiones
de rayos y yo, en fin… me gustaría que estuvieras aquí –su voz sonaba
quebrada.

Gina no pensó en su reacción. En un instante su rol de madre se apoderó de


ella. Entendió las razones del matrimonio sin avisar.

–Hoy mismo sacaré el pasaje de regreso. ¿Cómo está ella?

–Bien. Dentro de las circunstancias lo llevamos bien. ¿Sabes? Yo no soy quien


debe ponerte al tanto, pero a Diego le suceden cosas y también a Isabella.

–¿Qué les pasa? No me asustes.

–No puedo contarte. Ellos me han pedido reserva pero sí puedo, sin
:
traicionarlos, decirte que creo que es tiempo de que vuelvas.

Andrés sabía todo lo que les sucedía a sus hermanos. Isabella le había
confiado con detalles lo que ocurría con Luciano y Matías. Diego lo tenía al
corriente de lo sucedido con Ángeles, también. Entre ellos, habían hablado
poco porque Diego era de pocas palabras pero se habían reunido y la sangre
que compartían había precipitado sus confesiones más sinceras. Los tres
hermanos se aconsejaban y acompañaban de diferentes maneras, acordes a
sus conflictos y temperamentos.

–¿Y papá? –preguntó refiriéndose a Francisco. Antes lo llamaba así.

–Él está siempre para nosotros.

–¿Sabe todo lo que no me dices?

–Algunas cosas sí y otras, no. Debes confiar en mí. Regresa.

–Lo haré, mi amor. De inmediato.

–Gracias.

–Te amo.

–Yo también.

Gina llamó a su agencia de viajes y compró el ticket de regreso para el día


siguiente. Sus sentimientos de ese día habían sido un presagio. Su intuición le
había avisado que debía volver. No la alertó sobre la necesidad de los otros de
ella, sino que, concordante con su decisión de priorizarse, la colocó adelante
y la hizo sentir que necesitaba regresar por ella misma.

***

Esa noche salió con Rafael a cenar a un restaurante argentino, donde


escucharían tango. Se había puesto otra vez el vestido rojo. Él pensó al verla
que le hubiera gustado alterar el orden de la salida. Postergar la cena para
llevarla a la cama primero. Era irresistiblemente sensual. Su espalda era
perfecta.
:
Su voz tenía el mismo magnetismo de siempre para Gina, pero su expresión
era otra y él lo advirtió de inmediato.

–¿Qué sucede, Gina?

–Mañana regreso a Bogotá –dijo de forma directa.

Rafael la observó. No parecía sorprendido.

–Está bien.

Gina, esperaba otra reacción. ¿No le importaba? ¿Por qué no ofrecía


resistencia? ¿Por qué no preguntaba?

–“Está bien”. ¿Solo eso dirás?

–Confío en ti. Sabíamos que no podíamos quedarnos aquí para siempre.

–Nunca lo dijiste.

–“Siempre” es una ilusión. “Ahora” es lo único que tenemos. Eso dijiste,


¿recuerdas?, que éramos dueños de pequeñas fracciones de tiempo que nos
ofrecen posibilidades. Cuando me besaste, aceptaste una. Me dijiste que este
viaje te había enseñado eso y yo respondí que quería todas las posibilidades
que el tiempo pudiera ofrecerme contigo. Que deseaba todos tus “ahora”.

Gina rememoró ese diálogo en la cima del Huayna Picchu. Tenía razón.
¿Cómo podía recordar con ese nivel de precisión?

–Me sorprende que te acuerdes casi textual lo que dije.

–Sucede cuando vives uno de los mejores momentos de tu vida, en un lugar


memorable junto a una mujer increíble.

Su voz seguía siendo música para ella. Se caía en su sonido rendida ante lo
que le provocaba.

–He hablado con mi hijo mayor. Su novia, su esposa –corrigió– está enferma.
Tiene cáncer. Me necesita. Además, no me dijo qué, pero a mis otros dos hijos
les suceden cosas –explicó proporcionando los pocos detalles que tenía–.
:
Debo volver.

–No debes, quieres. Y está bien. Eres madre y no me gustaría que dieras la
espalda a ese llamado. Ni por mí ni por nadie. Tu decisión habla de ti.

–Me angustia no volver a verte –confesó.

–¿Por qué te angustia algo que no sucederá?

–Así será. Vivimos en diferentes lugares, nuestros trabajos, los compromisos…


–comenzó a decir–. ¿Es qué no te das cuenta de que es el fin?

–Paso a paso, Gina. Yo mismo te acompañaré al aeropuerto. Luego, la vida irá


diciendo –no quiso asustarla. No era momento para decirle que jamás iba a
renunciar a ella, salvo que ella misma se lo pidiera.

Acompañando el diálogo sonaba el tango Volver, de Carlos Gardel. Ya había


comenzado cuando ambos prestaron atención a su letra.

[…] Tengo miedo del encuentro


con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenan mi soñar.

Pero el viajero que huye


tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón.

Los ojos de Gina brillaron. Rafael tomó su mano.

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