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capítulo 29
Nostalgia
El amor no conoce su propia profundidad
Khalil Gibran
–No te imaginas lo furiosa que estaba porque estoy aquí –comentó luego de
relatarle la conversación a su amigo–. Completamente desconocida –afirmó.
–Tengo la teoría de que conocemos a la mujer con la que nos casamos justo
cuando nos separamos. No digo que sea el caso de Gina, pero la estadística
habla en mi favor. Lo peor de ellas queda expuesto cuando el matrimonio
termina.
–Puede ser con todas, pero no con Gina. Siempre ha sido generosa, el tipo de
mujer que es capaz de hacer cualquier cosa por los suyos.
–¿Cuáles?
–¿Por qué?
–Porque no quiero hacerme el joven. Solo quiero a mi familia tal como era.
–¡No seas imbécil! –dijo riendo–. Hablo en serio. Es obvio que nada cambiará
tu edad, pero no está mal tener actitud frente a la vida. Estamos en el tiempo
de ir por segundas partes.
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–¿Segundas partes? Jamás volvería a formar pareja con nadie que no sea
Gina.
–No, por supuesto que no. No es necesario. Mis hijos no serán rehenes de
nada. Es más, ni bien me sienta un poco mejor, me voy a tu apartamento.
–No. Los chicos sabrían que fue por ella. Prefiero protegerla.
***
Gina ordenaba sus cosas para partir nuevamente. A la maleta de color verde
esmeralda mediana completamente llena, se sumó otra más de tono similar.
Era evidente que se iba de Nueva York con más equipaje del que había
llegado. No solo por las compras y los regalos de Paul, sino por lo vivido. ¿Era
posible que la risa, las dudas, las decisiones y la autoestima ocuparan
espacio? ¿Pesaba el enojo?
Cerró los ojos. Eran muy jóvenes, estudiaban, estaban llenos de ilusiones.
Una noche, días antes del cumpleaños de Gina, habían conversado sobre sus
sueños luego de hacer el amor en una playa solitaria a la que solían ir. La
brisa tibia los acariciaba y bajo las mismas estrellas el amor de su vida le
había preguntado:
Ella había sonreído. Uno siempre sueña cosas, pero rara vez está preparado
para enumerarlas.
–Muchos.
–Me gustaría bucear. Nunca lo he podido hacer a pesar de tener tan cerca el
mar caribeño.
–Algo así. Amo el mar. Imagino desde pequeña historias infinitas que suceden
en sus profundidades. De sirenas, de piratas, de día, de noche…
:
–¿Y qué más?
–Recibirme. Ser notaria. Casarme contigo. Tener hijos. Ser siempre tan feliz
como en este momento. –¿Por qué lo preguntas?
–Mi único sueño es estar siempre contigo. Amarte cada día más y que te
suceda lo mismo –se besaron apasionadamente.
–Esta pequeña isla tiene la tercera barrera coralina más grande del mundo,
en la que se encuentran cuarenta lugares diferentes para explorar bajo el
agua. Además de explorar esta maravilla natural, cerca de sus costas hay
embarcaciones piratas que naufragaron en sus costas, lo que hace mucho más
interesante el viaje –había recitado para convencerlo de contratarlo.
–Tienes que tomar un avión hasta San Andrés y luego otro o un catamarán a
Providencia.
–Amor, te dije que cumpliría todos tus sueños. Esto es para ti –dijo y le
entregó un folleto junto con los tickets.
–¿Qué es esto?
Con la tercera barrera coralina más larga del mundo, un mundo submarino
embellecido por su biodiversidad, aguas multicolores con una visibilidad al
interior por casi todo el año, la isla de Providencia ofrece el mejor buceo de toda
Colombia. La mayoría de sus aguas han sido declaradas como un área protegida
por la Unesco, conocida con el nombre de Reserva Mundial de la Biosfera
“Seaflower”. La isla posee un área marina que equivale aproximadamente al
10% del mar Caribe. Providencia cuenta con una gran diversidad de sitios
para practicar el buceo, como cuevas, grietas, majestuosas paredes, además
de muchas embarcaciones de piratas que han naufragado en la Isla.
Entonces, volvió al momento en que había aceptado casarse con él. Allí entre
corales y sin palabras, Francisco había sacado un anillo del equipo de buceo y
se lo había mostrado. Ella había creído morir de amor. Apresurados, subieron
a la superficie para besarse en medio de un mar turquesa de amor,
inolvidable y soñado.
Por fin le había colocado el anillo. Con dificultad había buscado el suyo para
completar el par y ella se lo había puesto en medio de los sonidos del agua
jugando contra sus manos. Los mismos que habían usado durante veinticinco
años. En realidad ella se lo había quitado; Francisco, no. Al menos todavía lo
llevaba en el aeropuerto.
Le dio nostalgia pensar en ese viaje, en aquella época. Él había cumplido sus
sueños siempre. Los que le contara de joven y todos los demás. Ella había
roto en pedazos el único de él.
¿Podían? ¿Había algo del Francisco de la isla en el hombre que había tratado
de detenerla en el aeropuerto? ¿Quedaba en algún rincón de su alma parte
de ese amor? Y él, ¿sentía amor o estaba acostumbrado a ella y elegía el
camino más fácil?
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