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June 20, 2022

Capítulo 29. Nostalgia


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capítulo 29

Nostalgia
El amor no conoce su propia profundidad

hasta la hora de la separación.

Khalil Gibran

Mientras Gina se despedía de Nueva York. Francisco sentía un dolor agudo en


el alma. Gina, lejos de darle alguna esperanza, lo había decepcionado. No era
posible que un lado tan egoísta y tenebroso hubiera salido de sus palabras,
ignorando las razones concretas por las que él estaba allí, en la cama que
fuera de ambos.

Ignacio llegó a visitarlo después de la hora de la cena. Andrés se había


quedado un rato más en casa de Josefina aprovechando que su padre tenía
compañía. Diego había regresado de correr. Se había duchado y estudiaba,
:
pero no dejaba pasar demasiado tiempo sin ir a la habitación de su padre
para verificar si necesitaba algo. Isabella había pasado a verlo luego de su
trabajo.

–No te imaginas lo furiosa que estaba porque estoy aquí –comentó luego de
relatarle la conversación a su amigo–. Completamente desconocida –afirmó.

–Tengo la teoría de que conocemos a la mujer con la que nos casamos justo
cuando nos separamos. No digo que sea el caso de Gina, pero la estadística
habla en mi favor. Lo peor de ellas queda expuesto cuando el matrimonio
termina.

–Puede ser con todas, pero no con Gina. Siempre ha sido generosa, el tipo de
mujer que es capaz de hacer cualquier cosa por los suyos.

–Esos son los temas que tendrás que asumir.

–¿Cuáles?

–Dijiste “siempre ha sido generosa”. Es cierto, pero quizá cambió y además,


ya no eres parte de “los suyos”. Ella te sacó de allí y no quiso permitirte
volver. No digo que no te quiera como padre de sus hijos, pero ya no eres
prioridad como hombre, como pareja. Sé que es horrible lo que digo, pero
debes comenzar a asumir que tomó una decisión. Tienes que recuperarte.
Iremos al gimnasio, saldremos con mujeres, quizá hasta hagamos un viaje. Sé
que ahora todo eso no te interesa, pero cambiarás. Sé de lo que hablo.

–La verdad es que no tengo ganas de nada de lo que mencionaste. No es por


mi pierna. Si estuviera sano, tampoco lo haría.

–¿Por qué?

–Porque no quiero hacerme el joven. Solo quiero a mi familia tal como era.

–¡No seas imbécil! –dijo riendo–. Hablo en serio. Es obvio que nada cambiará
tu edad, pero no está mal tener actitud frente a la vida. Estamos en el tiempo
de ir por segundas partes.
:
–¿Segundas partes? Jamás volvería a formar pareja con nadie que no sea
Gina.

–Eso dices ahora. También yo lo dije al principio.

–Pero tú estás solo –inquirió.

–Es verdad. No quiero compromisos, pero también es cierto que no encontré


una mujer que me hiciera pensar en lo contrario. A veces, me imagino que
llegará una que dinamitará mis sentidos y entonces no sé. Quizá suceda en
días lo que no paso en años.

–Puede que tengas razón. De momento no soy buena compañía.

–¿Les dijiste a los chicos que se enojó?

–No. Si bien ninguno la critica abiertamente, a su modo todos me


demuestran malestar por su viaje. Advierto que su decisión de no volver fue
peor que el hecho de mi accidente.

–Y no saben que habías ido a buscarla al aeropuerto…

–No, por supuesto que no. No es necesario. Mis hijos no serán rehenes de
nada. Es más, ni bien me sienta un poco mejor, me voy a tu apartamento.

–Puedes venir ya.

–No. Los chicos sabrían que fue por ella. Prefiero protegerla.

***

Gina ordenaba sus cosas para partir nuevamente. A la maleta de color verde
esmeralda mediana completamente llena, se sumó otra más de tono similar.
Era evidente que se iba de Nueva York con más equipaje del que había
llegado. No solo por las compras y los regalos de Paul, sino por lo vivido. ¿Era
posible que la risa, las dudas, las decisiones y la autoestima ocuparan
espacio? ¿Pesaba el enojo?

Claramente no era la joven que había partido de su pueblo. Ese era un


:
recuerdo cada vez más distante. Lo raro había sido darse cuenta de que no
era tampoco la notaria que había partido de Bogotá apenas algo más de una
semana atrás. Pensó en Francisco. Estaba muy sensible y lloró. No se sentía
cómoda con lo que le había dicho, aunque había sido completamente sincera.
De pronto un recuerdo la envolvió. Pensó en el hombre del que se había
enamorado perdidamente. En aquel entonces, creía que ningún otro podía ser
capaz de algo tan hermoso para demostrar su amor. Hizo una pausa. Suspiró,
mientras daba lugar a la memoria y siguió llorando. No eran sollozos sino
lágrimas mudas de esas que desempolvan recuerdos que duelen en el
presente. Quizá, no hubiera otro Francisco en ningún lugar del mundo. La
memoria la enfrentaba al hombre que había dejado atrás, pero no al que no
supo escuchar que ella ya no era feliz sino al que le debía muchos años de
felicidad.

Cerró los ojos. Eran muy jóvenes, estudiaban, estaban llenos de ilusiones.
Una noche, días antes del cumpleaños de Gina, habían conversado sobre sus
sueños luego de hacer el amor en una playa solitaria a la que solían ir. La
brisa tibia los acariciaba y bajo las mismas estrellas el amor de su vida le
había preguntado:

–Gina, ¿cuáles son tus sueños?

Ella había sonreído. Uno siempre sueña cosas, pero rara vez está preparado
para enumerarlas.

–Muchos.

–¿Cuáles? –había preguntado con gran interés.

–Me gustaría bucear. Nunca lo he podido hacer a pesar de tener tan cerca el
mar caribeño.

–¿Bucear entre corales?

–Algo así. Amo el mar. Imagino desde pequeña historias infinitas que suceden
en sus profundidades. De sirenas, de piratas, de día, de noche…
:
–¿Y qué más?

–Recibirme. Ser notaria. Casarme contigo. Tener hijos. Ser siempre tan feliz
como en este momento. –¿Por qué lo preguntas?

–Porque quiero cumplir todos tus sueños.

Él era además de atractivo, muy dulce y estaba enamorado. Lo decía, lo


demostraba, lo gritaban sus ojos cuando la miraba. Gina jamás olvidó
aquellas palabras. Ninguna mujer podía pedir más que amar al hombre que
deseaba cumplir todos sus sueños.

–¿Y a ti qué te gustaría? ¿Qué sueñas?

–Mi único sueño es estar siempre contigo. Amarte cada día más y que te
suceda lo mismo –se besaron apasionadamente.

Al regresar a su casa, Francisco tenía un propósito que cumpliría a la mañana


siguiente. Así se había contactado con un operador de turismo que le había
recomendado la isla de Providencia, ubicada en el mar Caribe, cerca de San
Andrés, para llevar a cabo su plan.

–Esta pequeña isla tiene la tercera barrera coralina más grande del mundo,
en la que se encuentran cuarenta lugares diferentes para explorar bajo el
agua. Además de explorar esta maravilla natural, cerca de sus costas hay
embarcaciones piratas que naufragaron en sus costas, lo que hace mucho más
interesante el viaje –había recitado para convencerlo de contratarlo.

–¿Cómo debo llegar?

–Tienes que tomar un avión hasta San Andrés y luego otro o un catamarán a
Providencia.

Enseguida Francisco había consultado precios y supo que podía pagarlo. Lo


hizo. Así, como regalo de cumpleaños, había invitado a Gina a viajar a San
Andrés. Sería el primer viaje junto a ella, quien había aceptado emocionada y
feliz. Habían pasado en esa isla, los mejores días de sus vidas y por eso
habían decidido que cuando tuvieran un hijo lo llamarían Andrés. Sin
:
embargo, cuando ella sentía que nada podía ser mejor algo ocurrió y le
demostró lo contrario.

–Amor, te dije que cumpliría todos tus sueños. Esto es para ti –dijo y le
entregó un folleto junto con los tickets.

–¿Qué es esto?

–Iremos a bucear. Juntos.

Gina tomó el folleto en sus manos temblorosas y leyó:

Con la tercera barrera coralina más larga del mundo, un mundo submarino
embellecido por su biodiversidad, aguas multicolores con una visibilidad al
interior por casi todo el año, la isla de Providencia ofrece el mejor buceo de toda
Colombia. La mayoría de sus aguas han sido declaradas como un área protegida
por la Unesco, conocida con el nombre de Reserva Mundial de la Biosfera
“Seaflower”. La isla posee un área marina que equivale aproximadamente al
10% del mar Caribe. Providencia cuenta con una gran diversidad de sitios
para practicar el buceo, como cuevas, grietas, majestuosas paredes, además
de muchas embarcaciones de piratas que han naufragado en la Isla.

El amor entre ambos había adquirido dimensiones extraordinarias, llevaban


la sonrisa como una señal. Eran felices.

Gina detuvo el recuerdo. La habitación en Nueva York era otra vez el


escenario. El cuadro parecía tener la espalda más grande como si la libertad
estuviera perdida para siempre.

Entonces, volvió al momento en que había aceptado casarse con él. Allí entre
corales y sin palabras, Francisco había sacado un anillo del equipo de buceo y
se lo había mostrado. Ella había creído morir de amor. Apresurados, subieron
a la superficie para besarse en medio de un mar turquesa de amor,
inolvidable y soñado.

–¿Quieres casarte conmigo? –había dicho él, flotando en medio de un paraíso


mientras apretaba en su mano la alianza para no perderla.
:
–¡Sí! Te amo –había respondido tan rápido que ambos rieron.

Por fin le había colocado el anillo. Con dificultad había buscado el suyo para
completar el par y ella se lo había puesto en medio de los sonidos del agua
jugando contra sus manos. Los mismos que habían usado durante veinticinco
años. En realidad ella se lo había quitado; Francisco, no. Al menos todavía lo
llevaba en el aeropuerto.

Le dio nostalgia pensar en ese viaje, en aquella época. Él había cumplido sus
sueños siempre. Los que le contara de joven y todos los demás. Ella había
roto en pedazos el único de él.

En algún momento, la rutina, enemiga íntima de las palabras “para toda la


vida”, se había devorado a aquella pareja que había definido el amor, la
felicidad y la plenitud en la isla de Providencia.

Entonces tomó su celular y escribió un WhatsApp.

“Francisco, perdóname. No mereces lo que dije. Puedes quedarte en la casa el


tiempo que necesites. Gracias por lo que alguna vez fuimos”.

“Todavía podemos serlo”, respondió.

¿Podían? ¿Había algo del Francisco de la isla en el hombre que había tratado
de detenerla en el aeropuerto? ¿Quedaba en algún rincón de su alma parte
de ese amor? Y él, ¿sentía amor o estaba acostumbrado a ella y elegía el
camino más fácil?

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