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Volver a mí

June 20, 2022

Capítulo 61. Dudas


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capítulo 61

Dudas
Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se
abrazan. Ese lugar es mañana.

Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a


estar juntos.

Eduardo Galeano

Esa noche Gina se abrazó a Rafael al salir del restaurante. Después,


caminaron en silencio. La despedida era inminente y ya no era posible
mantenerse alejada de las preocupaciones. Necesitaba ver a Josefina,
informarse sobre su salud. Hablar con sus hijos. En definitiva, regresar. Una
urgencia que había olvidado cómo la hacía sentir se había apoderado de ella.

Esa tarde se había despedido de sus jóvenes compañeras de habitación.


:
Estaba sola. Por tercera vez en su vida tenía que armar una maleta simbólica.
¿Entraría en ella lo que había puesto al salir más todo lo que ese viaje había
sumado a su equipaje?

***

A veces hay que volver. Tomar decisiones simples y auténticas. Reunir en un


mismo acto de valentía fuerzas que se tienen y verdades que se encontraron.
Acercarse. Abrazar lo nuevo y respirar en la intensidad de lo que se conoce,
aunque ya no se necesite.

Hay momentos en la vida en los que una maleta es la única opción. No es


viajar por el mundo. Es haberse perdido en él y después de una búsqueda
única haber encontrado a la mujer que habita nuestro cuerpo y tenerla al
alcance.

¿Qué falta cuando aparentemente se lo tiene todo? Saber oír y mirar. Decidir
y recuperar.

¿Es posible haber perdido, en las idas y venidas del tiempo, la capacidad de
reconocer los momentos valiosos y la posibilidad de disfrutar de las pequeñas
cosas simples? Sí, pero no es definitivo.

Asusta el camino a todos los hallazgos. Sin embargo, el desafío de entender


que la vida pasa y el tiempo no pide permiso estaba cumplido. La misión de
ser feliz era un hecho asumido ineludiblemente.

A veces, hay que volver. Saber leer la brújula del alma y enfrentar la voz del
destino.

¿Dónde? Allí donde se pertenece.

¿Cómo? De manera honesta y segura.

***

Con el beso de Rafael, latiendo en sus labios y la noche que habían pasado
juntos, Gina no pudo contener las lágrimas. Ubicada en el asiento del avión,
:
recordó las últimas palabras antes de embarcar. Continúa confiando en mí. No
hay ningún final aquí. Solo te subes a un avión y yo, a otro. ¿Era eso verdad?
¿Qué quería la nueva Gina? Una pareja no estaba en sus planes. Había amado
compartir ese tiempo, pero ¿cómo podría eso adecuarse a su vida cotidiana?
Ella no tenía la menor intención de negociar aspecto alguno de su
independencia. Había recuperado el control de sus prioridades, no se correría
del primer lugar. También había logrado preservarse, tampoco quería
exponer su vulnerabilidad a un hombre que, por mágico que fuera, era
hombre al fin. También Francisco la había deslumbrado tiempo atrás. Sin
embargo eso había terminado sin que ella supiera ni cómo ni cuándo.

Había avisado el horario de arribo a Bogotá solo a su amiga María Dolores.

Las horas de vuelo fueron interminables. No había un Paul a su lado. En su


lugar, la ausencia ocupaba un espacio infinito y su corazón parecía gritarle
latidos a un hueco que escribía el nombre de Rafael en las nubes que veía por
la ventanilla. ¿Podía extrañarlo? ¿Qué le sucedía? Los recuerdos no la
dejaron dormir ni un rato. Las vivencias, cada lugar, cada momento en que
ese viaje le había dado la posibilidad concreta de reencontrarse, de reír, de
llorar, de sentir, de bailar se enredaban en sus pensamientos hasta provocarle
suspiros y alguna lágrima de emoción. Todo parecía parte de un gran plan de
nostalgia. La película del vuelo no ayudaba, nada más ni nada menos que
Ghost: la sombra del amor. ¿Era necesario ese film? Pensó en Paul, él hubiera
reído primero y llorado después. Pero no estaba.

Pensó en ella misma, y apagó la pantalla. Un minuto después volvió a


encenderla. Era mujer, el amor la definía.

***

Mientras tanto, Francisco y Amalia vivían un romance que ni ellos podían


creer. La pierna había evolucionado del mejor modo y solo usaba una faja de
neopreno para inmovilizar rodilla y una bota Walker. Ya no eran necesarias
las muletas.
:
Mantenían la relación a resguardo del mundo, solo por los hijos de Francisco,
por Ángeles y porque Amalia sostenía que era necesario que fuera Gina la
primera en saber. Durante esa cena en un hotel en el que pidieron servicio a
la habitación, él la escuchó atentamente.

–Fran, soy feliz contigo. He recuperado en este tiempo cada lágrima


derramada hace veintiséis años, pero ya no soy una jovencita.

–Me alegra que no lo seas, porque amo como me haces sentir.

–Me refiero a que no quiero perder tiempo.

–¿Qué quieres decirme concretamente? No es mi intención que pierdas nada,


salvo los recuerdos tristes.

–Te amo, lo sabes. Siempre ha sido así. Pero necesito que pienses muy bien
qué paso darás. Todavía vives en casa de Gina…

–Justamente de eso quería hablarte. He trasladado todas mis cosas al


apartamento con ayuda de Ignacio. Lo he ordenado como pude. No soy
bueno en eso. Quería sorprenderte. Tampoco tengo habilidad para decorar
nada, pero he comprado un somier tamaño queen y un edredón de color azul.
¿Te gusta el azul, verdad? Lo digo por tu ambo.

Ella comenzó a reír.

–¿Es en serio?

–Sí, lo es. ¿Me equivoqué de color? –preguntó como si eso fuera importante.
Era tan inocente para sus años. Tan primario en la seducción, pero tan dulce
en sus ideas. Amalia no podía sentir más amor por él.

–No. Me gusta el azul –dijo para darle tranquilidad.

–Bueno, quiero que mi casa sea un lugar para los dos. No pretendo que te
mudes hasta que estés segura, pero debes saber que el resto del decorado
estará a tu cargo.

–Gina regresará. Antes de ninguna decisión, debes prometerme que hablarás


:
con ella. Serás honesto con tus sentimientos y si sigues eligiéndome, entonces
tú mismo le dirás que nos reencontramos y que estamos juntos si no…

–No hay “si no” posible. Me volví a enamorar de ti, pero esta vez no se
terminará. Ni por Gina ni por ninguna otra mujer.

–Quiero que estés muy seguro de eso. Solo cuando la veas podrás tener
certeza.

–La tengo ahora.

–Pero yo no. Necesito que lo hagas. Si tú tienes razón, quiero que tengas con
ella una relación adulta. Están tus hijos y mi sobrina. Es necesaria la armonía.
Tengo miedo de que ella quiera volver contigo y tú cambies de idea.

–Lo entiendo, pero eso no sucederá. Estoy convencido de lo que siento. Me


haces bien. Sacas lo mejor de mí, cosas que había olvidado que era capaz de
hacer.

–Tú me has devuelto a la vida. Entiende que todavía no me acostumbro a que


eso no pase.

–Lo entiendo y me ocuparé de cada miedo. Eliminaré uno a uno tus temores
con besos. Te haré el amor por cada duda que te angustie hasta que solo
quede en ti la seguridad de que estamos unidos por todo el tiempo que nos
queda por vivir. Y lo viviremos. Te lo prometo. Pasarán cosas lindas y de las
otras, la vida es eso. No puedo garantizarte solo felicidad, pero sí puedo
decirte que estaré a tu lado, sea cual sea el destino que espera por nosotros.

Amalia, simplemente, fue feliz. Se besaron.

–Luego de que hables con Gina, si todo es como dices, le contaré a Ángeles.
Creo que algo sospecha pero es tan respetuosa y tiene tanto miedo de hacer
algo mal, que no me pregunta. Solo me observa y sonríe.

–No dudes de mí. Tuvo suerte de que seas su tía. ¿Supiste algo de tu
hermana?
:
–Me enteré por una vecina suya, que es mi paciente, que salieron del país.
Vendieron todo antes. No me extrañaría que no regresen. Creo que nunca
amó a su hija.

–Mejor que estén lejos –meditó un instante–. Haré lo que me pides. Hablaré
con Gina –dijo.

En ese mismo momento tomó su celular y le envió un mensaje.

“Gina, no sé cuándo regresas. A partir de mañana ya no estaré en la casa.


Estoy bien, pero necesito hablar contigo. Avísame si vuelves pronto o si puedo
llamarte. Deseo que tú también estés bien”.

Amalia lo leyó. El celular de Gina estaba fuera de línea.

–Luego, les diré a mis hijos. Quiero que todos sepan de ti.

Pocas personas tenían la oportunidad de volver a vivir el mismo primer amor,


pero mejor en todo sentido. Amalia dio gracias a la vida por darle tanto.
Francisco estaba haciendo más de lo que ella imaginó posible.

***

A la mañana siguiente ambos despertaron y el mensaje había sido


respondido.

“Estoy regresando. Me alegra que estés bien. Si es por lo de Josefina, he


hablado con Andrés. Si no, cuenta conmigo para lo que necesites. Te llamaré
cuando esté en casa”.

Amalia se sintió cómoda al leer la respuesta. Parecían amigos. No advertía en


sus palabras las de una mujer enamorada. Su intuición tampoco le indicaba
ninguna alerta. Estaba tranquila.

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