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June 20, 2022

Capítulo 53. Rafael


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capítulo 53

Rafael
Lo que es para ti, te encuentra.

Anónimo

Rafael era periodista. Había ido a Perú para despedir a un colega y amigo. Se
sentía diferente, había sumado algunos interrogantes, pero su sentido de la
trascendencia lo ubicaba en un lugar frente a la enfermedad que no era el de
la tristeza, sino el de pensar que cada persona tenía una misión en la vida.
Los que partían temprano, por la causa que fuera, la habían cumplido. De
modo que cuando su amigo le dijo que el tiempo que le quedaba era breve,
tomó la decisión de viajar a Cuzco. Los unía una amistad de toda la vida, de
esas en las que no importa la frecuencia, sino la calidad del vínculo.
Hablaban a diario y se veían todo lo seguido que la distancia les permitía.

Rafael vivía en Barranquilla, pero viajaba bastante seguido por


:
Latinoamérica. Trabajaba para un periódico local. Tenía voz de locutor. Le
habían ofrecido puestos en los medios televisivos, pero él prefería la
tranquilidad de su computadora.

Unos días antes de la noche en que Gina había ocupado su mesa, su amigo
Darío la había reservado, con la idea de salir a cenar y beber pisco. Sin
embargo, eso no había podido cumplirse. La enfermedad había avanzado y lo
que pudo ser otra oportunidad para celebrar la amistad, se había convertido
en un ritual que cumpliría a solas para honrar su memoria. Recordó la última
conversación.

–Debes ir a conocer ese lugar –había dicho al darse cuenta de que no podría
acompañarlo.

–Es solo un restaurante, amigo.

–No. Es el lugar que he elegido desde hace un tiempo para disfrutar de una
buena cena, beber un pisco y ver esta maravillosa ciudad. No puedes
perdértelo.

–Si es tu deseo, iré. Lo prometo.

–Mi mesa está reservada como cada sábado. No podré ir… Dudo que mi
salud me permita volver –estaba internado. Rafael lo había mirado, ambos
sabían que era cierto. Darío había adivinado sus pensamientos–. Estoy
tranquilo. Viniste a despedirte y eso harás.

–Amigo… –cierta conmoción lo dominaba. Lo extrañaría. Había perdido


mucho peso y el dolor físico del cáncer tomaba protagonismo. Si lo sedaban,
los efectos de la morfina lo obligarían a extraviarse y a convertirse en el Darío
de las drogas y los médicos. Ya no sería su amigo. Los rescates de calmantes
eran cada vez más seguidos, Rafael no sabía cuántas de esas conversaciones
lúcidas quedaban por llegar.

–Solo dame un abrazo. Volveremos a vernos cuando sea el momento. Estarás


bien. Yo también –Rafael, lo había abrazado en silencio. No hacía falta decir
nada más–. Por favor, ve por la enfermera y dile que tengo dolor.
:
A la mañana siguiente todo había concluido. Luego del servicio y de saludar a
los hijos, Rafael había decidido permanecer en Perú hasta cumplir esa
pequeña promesa. Cenaría en ese lugar y vería Cuzco a través de la mirada
de su amigo.

Pero una vez más, el universo disponía sobre sus planes. Una mujer había
ocupado la simbólica mesa y no parecía querer abandonarla. Así, una extraña
se había convertido en la compañera de esa cena que había pensado
compartir con su nostalgia y los recuerdos. ¿Acaso su amigo había sentido
como un presagio que eso sucedería? Imposible saberlo, pero era lindo
pensarlo.

***

Rafael había acompañado a Gina hasta el hotel. Ambos caminaron por las
empedradas calles coloniales conversando a la luz de la luna como dos
adultos que valoran el tiempo. La había tomado de la mano con tanta
naturalidad que parecía que le pertenecía.

Gina había llegado completamente confusa a su habitación. Recordaba una y


otra vez sus palabras. La historia de la reserva de esa mesa. El destino que lo
había llevado allí. Su voz. Ese sonido que le provocaba un temblor en su
interior. El modo en que la había mirado entre la curiosidad y el interés. Su
dolor de estómago frente a su sinceridad luego de brindar con pisco por su
amigo y por la vida.

–Me gustas.

–No me conoces. No me habías visto nunca hasta hace una hora –había
respondido ella como si no fuera posible que eso le sucediera.

–Me gustas –había repetido–. Me gustas desde hace una hora entonces.

–Rafael, hemos coincidido por obra del azar y nos hemos divertido, pero solo
eso ocurre aquí.

–No sé qué es lo que sucede aquí, como tú dices, pero quiero averiguarlo.
:
Cuéntame quién eres. Cómo has llegado a esta mesa.

Gina se había sentido libre de hablar, pero de inmediato la sorprendió la


sensación de tener que armar una síntesis de su historia personal por primera
vez frente a un hombre que no le era indiferente luego de veinticinco años.
No sabía por dónde empezar. ¿Quién era? ¿Era notaria, separada con tres
hijos? No. sonaba a un perfil de esos sitios de internet en que se busca pareja.
¿Era una mujer que recién se había separado y había viajado para
reencontrarse? No. Tampoco. Era más que eso. ¿Quién era? Era difícil
describirse a sí misma. La ventaja era que no podía ser juzgada por alguien
que no la conocía. Decidió no armar su discurso previamente desde el
razonamiento. Dejaría fluir la conversación. Eso le habría aconsejado Paul.

–¿Quién soy? Es una gran pregunta.

–Creo que lo grande es la respuesta.

–¿Quién crees que soy? –comenzaba un juego de seducción sin saberlo. Casi
instintivamente.

–No tengo idea pero como te dije, me gusta. Así es que sorpréndeme.

–Soy una mujer que puso su vida al servicio de su familia y que un día, no
hace mucho, se dio cuenta de que no era feliz.

–¿Entonces?

–Entonces, quiero ser feliz otra vez. ¿Sabes? En algún momento de los
últimos años me he perdido. Podría decirse que lo tenía todo, pero no lograba
disfrutar de casi nada. Toda mi vida fui organizada. Mi profesión de notaria
me coloca en una posición de control. Sin embargo, eso no ha funcionado
con mi vida personal. Por primera vez, decidí pensar en mí. Dejé a mi esposo
y me animé a este viaje, con el objetivo de priorizarme. No es fácil, pero he
logrado mucho.

–Es interesante tu planteo. ¿Cómo has llegado a Cuzco?

–La pregunta debería ser: ¿por qué estoy viajando sola?


:
–Eso es algo obvio. Porque querías dejar algo atrás y no deseabas a nadie a tu
lado.

–Es cierto –la sorprendió su precisión para entender sus sentimientos–. Paul.
Estoy aquí por mi amigo Paul Bottomley –respondió a la pregunta de cómo
había llegado allí–. Lo conocí en el avión a Nueva York. Él es lo mejor que
pudo sucederme –Rafael la observó. Era evidente que había pensado que
podía sentirse atraída por ese hombre–. Es mi consejero. Su novio lo engañó
con el mejor amigo de ambos –dijo para despejar toda duda. ¿Por qué
explicaba eso? No sabía.

–Entiendo –sonrió sin disimular ante esa aclaración.

–Él ha sido, además de amigo, una suerte de agente de viajes. He estado en


Brujas y luego, he llegado aquí. Paul me aconsejó los lugares que debía
conocer para encontrar las partes de mí que había perdido. Yo confié en él y
me dejé llevar.

Hablaban como si se hubieran conocido hacía mucho tiempo.

–¿No estás triste por lo de tu amigo?

–Me duele su ausencia, pero entiendo que la vida termina para todos. Eso es
inevitable. Por eso hay que disfrutar cada momento. Quizá lo que más me
afecta es que él tenía mi edad.

–¿Qué edad tienes?

–Cincuenta y tres. Eso me ubica en el lugar de pensar que pude ser yo o


cualquiera de mis amigos. Ya no son mis padres o gente mayor, lo cual sería
ley de vida. Son pares. O sea que esto me conecta con la finitud de la
existencia. Y lo raro es que no es tan lejana como uno puede suponer.

–Es cierto –Gina estaba fascinada no solo con su voz, sino también con el
contenido de sus palabras. Aunque por momentos se distraía solo mirándolo
y pensando cómo era posible que estuviera viviendo esas emociones que
había olvidado.
:
–Siempre creí que la mejor manera de vivir es intentando no hacerse
demasiados problemas. No forzar las cosas que se resisten. Cuando algo debe
ocurrir, simplemente sucede y cuando no, no hay nada que pueda hacerse
para ganarle la pulseada al destino –continuó.

Ese hombre se estaba metiendo por la única grieta que su alma había dejado
abierta sin saberlo. La desconcentraba y a la vez, absorbía su entera atención.
¿Quién era? ¿Por qué allí? Era tan caballero sin dejar de ser seductor. El
príncipe más azul que había visto jamás. Se sorprendió en esos pensamientos
al darse cuenta de que no sabía qué estaba diciéndole. Entonces, sonrió y
reinició la conversación con otra pregunta rezando porque no fuera su turno
de contestar algo. La fascinación y un terremoto de sensaciones la habían
sacado de allí por unos instantes.

–¿Y quién eres tú? –preguntó mientras lo poco que sabía de él comenzaba a
instalarse entre su alma y su búsqueda.

–Soy un hombre que se divorció hace tres años. Padre de dos hijas. Que creyó
que estaría solo el resto de su tiempo y que esta noche considera la
posibilidad de que eso puede no ser así –Rafael no había tenido que elaborar
su respuesta. Él sabía bien quién era–. Además, tengo una hermana, el resto
de mi familia ya no está. Era pequeña.

¿Cómo era la atracción en las segundas partes? ¿Cómo sería besar sus labios?
Él hablaba y Gina se perdía entre su voz y sus palabras tratando de entender
por qué se sentía de esa manera. Sus latidos le gritaban a sus sueños que el
universo siempre provee lo que se le pide.

–¿Qué harás mañana? –dijo él de pronto.

–Iré a Machu Picchu.

–¿Y por la noche?

–¿Me invitas a una cita? –había cierta naturalidad que no reconocía como
propia en su diálogo. Estaba floreciendo la mujer sin prejuicios que empezaba
a conocer el mismo mundo pero con otra visión.
:
–Sí. ¿Qué me dices? ¿Le darías la oportunidad a este extraño?

–Sí, se la daré. Pero mañana por la noche dormiré en Aguas Calientes.

–Que sea pasado mañana entonces –dijo. Intercambiaron celulares y la noche


continuó.

Rememorando las sensaciones de esa conversación, Gina había llegado a la


mañana siguiente al bus turístico que partía desde Cuzco y paraba a lo largo
del Valle Sagrado, una de las zonas más valoradas del Imperio Inca, rumbo a
las Ruinas. Se sentía nerviosa por la salida y a la vez no podía dejar de pensar
en eso. Oscilaba entre cancelar y no exponerse a que ese sentimiento
avanzara dentro de su ser. Luego pensó que, aunque no tuviera idea de cómo
continuar, iba a arriesgarse a conocerlo.

El guía hablaba y explicaba que el lugar tenía un valor arqueológico y


patrimonial incalculable. Vestida de manera casual y mezclada entre los
turistas, pensaba en Rafael. Le gustaba su nombre. Pasaron por
Ollantaytambo, un poblado que sigue habitado y mantiene una formidable
fortaleza inca. Allí almorzó antes de tomar un tren hacia Aguas Calientes, el
último pueblo para alcanzar Machu Picchu.

Al día siguiente por la mañana, un autobús la llevó hasta la puerta del


complejo arqueológico. Se había puesto ropa liviana y otro par de calzado
deportivo adecuado para la excursión.

No podía sacar a Rafael de su memoria. Sonó su celular. Un mensaje de


WhatsApp.

“¿Puedes mirar detrás de ti?”.

Gina giró de inmediato. Sin pensar. Solo sintiendo deseos de que fuera cierto.
Allí estaba él.

–¡Hola! No creo que debas escalar sola el Huayna Picchu.

–¿Qué haces aquí?


:
–Vine a buscarte.

–¿Por qué?

–Porque pensar en ti hasta mañana por la noche iba a ser insoportable.


¿Puedo acompañarte?

Gina sintió que la felicidad brillaba en su expresión. No intentó disimular.


¿Escalar había dicho? No importaba. Haría lo que fuera para compartir más
tiempo con él, incluso escalar. Le dolía todo el cuerpo, pero su alma bailaba y
le regalaba el sabor de buenos tiempos.

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