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capítulo 53
Rafael
Lo que es para ti, te encuentra.
Anónimo
Rafael era periodista. Había ido a Perú para despedir a un colega y amigo. Se
sentía diferente, había sumado algunos interrogantes, pero su sentido de la
trascendencia lo ubicaba en un lugar frente a la enfermedad que no era el de
la tristeza, sino el de pensar que cada persona tenía una misión en la vida.
Los que partían temprano, por la causa que fuera, la habían cumplido. De
modo que cuando su amigo le dijo que el tiempo que le quedaba era breve,
tomó la decisión de viajar a Cuzco. Los unía una amistad de toda la vida, de
esas en las que no importa la frecuencia, sino la calidad del vínculo.
Hablaban a diario y se veían todo lo seguido que la distancia les permitía.
Unos días antes de la noche en que Gina había ocupado su mesa, su amigo
Darío la había reservado, con la idea de salir a cenar y beber pisco. Sin
embargo, eso no había podido cumplirse. La enfermedad había avanzado y lo
que pudo ser otra oportunidad para celebrar la amistad, se había convertido
en un ritual que cumpliría a solas para honrar su memoria. Recordó la última
conversación.
–Debes ir a conocer ese lugar –había dicho al darse cuenta de que no podría
acompañarlo.
–No. Es el lugar que he elegido desde hace un tiempo para disfrutar de una
buena cena, beber un pisco y ver esta maravillosa ciudad. No puedes
perdértelo.
–Mi mesa está reservada como cada sábado. No podré ir… Dudo que mi
salud me permita volver –estaba internado. Rafael lo había mirado, ambos
sabían que era cierto. Darío había adivinado sus pensamientos–. Estoy
tranquilo. Viniste a despedirte y eso harás.
Pero una vez más, el universo disponía sobre sus planes. Una mujer había
ocupado la simbólica mesa y no parecía querer abandonarla. Así, una extraña
se había convertido en la compañera de esa cena que había pensado
compartir con su nostalgia y los recuerdos. ¿Acaso su amigo había sentido
como un presagio que eso sucedería? Imposible saberlo, pero era lindo
pensarlo.
***
Rafael había acompañado a Gina hasta el hotel. Ambos caminaron por las
empedradas calles coloniales conversando a la luz de la luna como dos
adultos que valoran el tiempo. La había tomado de la mano con tanta
naturalidad que parecía que le pertenecía.
–Me gustas.
–No me conoces. No me habías visto nunca hasta hace una hora –había
respondido ella como si no fuera posible que eso le sucediera.
–Me gustas –había repetido–. Me gustas desde hace una hora entonces.
–Rafael, hemos coincidido por obra del azar y nos hemos divertido, pero solo
eso ocurre aquí.
–No sé qué es lo que sucede aquí, como tú dices, pero quiero averiguarlo.
:
Cuéntame quién eres. Cómo has llegado a esta mesa.
–¿Quién crees que soy? –comenzaba un juego de seducción sin saberlo. Casi
instintivamente.
–No tengo idea pero como te dije, me gusta. Así es que sorpréndeme.
–Soy una mujer que puso su vida al servicio de su familia y que un día, no
hace mucho, se dio cuenta de que no era feliz.
–¿Entonces?
–Entonces, quiero ser feliz otra vez. ¿Sabes? En algún momento de los
últimos años me he perdido. Podría decirse que lo tenía todo, pero no lograba
disfrutar de casi nada. Toda mi vida fui organizada. Mi profesión de notaria
me coloca en una posición de control. Sin embargo, eso no ha funcionado
con mi vida personal. Por primera vez, decidí pensar en mí. Dejé a mi esposo
y me animé a este viaje, con el objetivo de priorizarme. No es fácil, pero he
logrado mucho.
–Es cierto –la sorprendió su precisión para entender sus sentimientos–. Paul.
Estoy aquí por mi amigo Paul Bottomley –respondió a la pregunta de cómo
había llegado allí–. Lo conocí en el avión a Nueva York. Él es lo mejor que
pudo sucederme –Rafael la observó. Era evidente que había pensado que
podía sentirse atraída por ese hombre–. Es mi consejero. Su novio lo engañó
con el mejor amigo de ambos –dijo para despejar toda duda. ¿Por qué
explicaba eso? No sabía.
–Me duele su ausencia, pero entiendo que la vida termina para todos. Eso es
inevitable. Por eso hay que disfrutar cada momento. Quizá lo que más me
afecta es que él tenía mi edad.
–Es cierto –Gina estaba fascinada no solo con su voz, sino también con el
contenido de sus palabras. Aunque por momentos se distraía solo mirándolo
y pensando cómo era posible que estuviera viviendo esas emociones que
había olvidado.
:
–Siempre creí que la mejor manera de vivir es intentando no hacerse
demasiados problemas. No forzar las cosas que se resisten. Cuando algo debe
ocurrir, simplemente sucede y cuando no, no hay nada que pueda hacerse
para ganarle la pulseada al destino –continuó.
Ese hombre se estaba metiendo por la única grieta que su alma había dejado
abierta sin saberlo. La desconcentraba y a la vez, absorbía su entera atención.
¿Quién era? ¿Por qué allí? Era tan caballero sin dejar de ser seductor. El
príncipe más azul que había visto jamás. Se sorprendió en esos pensamientos
al darse cuenta de que no sabía qué estaba diciéndole. Entonces, sonrió y
reinició la conversación con otra pregunta rezando porque no fuera su turno
de contestar algo. La fascinación y un terremoto de sensaciones la habían
sacado de allí por unos instantes.
–¿Y quién eres tú? –preguntó mientras lo poco que sabía de él comenzaba a
instalarse entre su alma y su búsqueda.
–Soy un hombre que se divorció hace tres años. Padre de dos hijas. Que creyó
que estaría solo el resto de su tiempo y que esta noche considera la
posibilidad de que eso puede no ser así –Rafael no había tenido que elaborar
su respuesta. Él sabía bien quién era–. Además, tengo una hermana, el resto
de mi familia ya no está. Era pequeña.
¿Cómo era la atracción en las segundas partes? ¿Cómo sería besar sus labios?
Él hablaba y Gina se perdía entre su voz y sus palabras tratando de entender
por qué se sentía de esa manera. Sus latidos le gritaban a sus sueños que el
universo siempre provee lo que se le pide.
–¿Me invitas a una cita? –había cierta naturalidad que no reconocía como
propia en su diálogo. Estaba floreciendo la mujer sin prejuicios que empezaba
a conocer el mismo mundo pero con otra visión.
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–Sí. ¿Qué me dices? ¿Le darías la oportunidad a este extraño?
Gina giró de inmediato. Sin pensar. Solo sintiendo deseos de que fuera cierto.
Allí estaba él.
–¿Por qué?
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