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capítulo 34
Brujas, Bélgica
Le expliqué que el mundo es una sinfonía, pero que Dios toca de oído.
Ernesto Sábato
Justo arriba del museo se detuvo a comer algo, pues tenía hambre. En la
mesa ubicada a su lado, un joven devoraba un waffle. ¿Cuánto hacía que ella
no se permitía un exceso de calorías de esa magnitud? Años. Se sintió
tentada. Minutos después, un waffle con helado de crema y pasta de
avellanas le anunciaba un momento de placer irrepetible. Jamás había
comido algo tan exquisito. No sabía si era el sabor único, un ingrediente
mágico o si, simplemente, su paladar se había entregado a la posibilidad de
disfrutar una delicia sin culpa. Desde allí podía observar todo el centro. Nada
se parecía a lo urbano clásico. Le gustaba. Poco a poco la energía de esa
ciudad maravillosa se había metido en los mismos poros, agotados de
soledad, para llenarlos de expectativa silenciosa. ¿Qué se llevaría de esa
experiencia? Cada lugar dejaba una huella invisible en su historia.
Caminó apartándose del área y sin darse cuenta se detuvo ante una puerta
sombría. Negra, de doble hoja. Cinco escalones se alzaban en señal de
respeto hacia la entrada y un león de cada lado parecía custodiar el ingreso.
No pudo creer lo que sus ojos vieron. Era tanto el dorado, que sintió que el
color del oro se había inventado allí. No había un solo espacio vacío en ese
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escondite católico. Los detalles se sumaban unos sobre otros, haciendo del
lugar un sitio denso que le daba poder. Instintivamente, y sin dejar de
observar, se acercó al altar. Miraba desde las entrañas y hasta con el alma,
porque los ojos no eran suficientes para grabar en su memoria el escenario y
lo que sentía. No cabía en su ser esa inexplicable sensación de presagio. Se
arrodilló en la primera banca, rezó una plegaria con los ojos cerrados.
Entonces, sucedió.
–No importa. Solo debes oír –repitió la voz. Sintió una mano posarse sobre su
hombro y cuando quiso tocarla, ya no estaba allí. Ni la mano ni la mujer.
Había anochecido cuando salió. Todo estaba cerrado. Parecía que el tiempo
se había dormido profundamente. El silencio devoraba la quietud. Miró a su
alrededor confundida. Solo un farol lanzaba una luz amarillenta como un
dardo sin punta. La nada en ese pequeño lugar en el mundo llamado Brujas.
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