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June 20, 2022

Capítulo 41. San Andrés


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capítulo 41

San Andrés
El mar es un antiguo lenguaje que ya no alcanzo a descifrar.

Jorge Luis Borges

Alojados en el hotel MS San Luis Village Premium, no le resultó difícil a


Josefina imaginar la razón por la que Gina y Francisco tenían los mejores
recuerdos de ese lugar. Era un paraíso en la tierra. Para ella, que nunca había
salido de Bogotá, era la constante sensación de felicidad. Cuando lograba
olvidar las causas por las que estaban allí, sentía que lo tenía todo. Al hombre
que amaba, la carrera que había elegido, padres buenos, armonía familiar y
muchos sueños por cumplir. Sin embargo, el lado B de su vida la enfrentaba
con la más terrible posibilidad, que no era morir, sino soportar su amor,
después de eso, lejos de Andrés.

El hotel estaba frente a la playa. Solo siguiendo un camino llegaban desde su


:
habitación directamente a la tibieza de una arena casi blanca que terminaba
donde un mar turquesa y transparente les regalaba frescura. Un mar que se
juntaba con el cielo del mismo color, mientras el sol interrumpía la escena
para iluminarlo todo.

Disfrutaron todo el tiempo de cada detalle. En la isla eran dos seres


enamorados que estrenaban besos diferentes, se tomaban selfies, reían,
escuchaban música y se divertían con todas las actividades previstas para los
turistas. Dentro de la habitación, eran amantes apasionados que querían ir
siempre por más.

Una noche, entre las sábanas blancas que fueron testigo de su amor
incondicional, cuando Andrés estaba dentro de Josefina, ella le pidió que se
detuviera, pero sin abandonar su cuerpo.

–¿Te he lastimado? ¿Tienes algún dolor? –preguntó preocupado.

–Vida… ¿Cómo podrías lastimarme? No es eso. Quiero verte, sentirte, grabar


este momento en mi memoria. Deseo detener el tiempo…

Andrés la besó manteniendo la quietud en ese instante de pasión. No podía


responderle. No era capaz de pensar en nada, porque en ese momento
mientras ella acariciaba su rostro y le miraba el alma, él lo tenía todo.
Compartían una rara excitación que no era acompañada de ímpetus, sino que
les nacía en las entrañas. Andrés había apoyado sus manos a los lados de ella
y la besaba pausadamente. Las caricias de ella eran suaves pero
provocadoras, sus palabras irresistibles.

–Quiero una implosión –pidió.

Él sonrió. La besó.

–¿Y que sería eso?

–Quiero que estallemos por dentro. Que el orgasmo llegue así, despacio y
explotar sin más movimiento que nuestro parpadeo.

Andrés comprendió lo que quería y no tuvo que esforzarse, porque comenzó a


:
suceder mientras ella hablaba. Sus cuerpos latían temblorosos como en el
segundo previo a un sismo. El calor interno se evidenciaba en el sudor. Les
ardía la piel y brillaban sus ojos que no se soltaban ni por un instante. Ambos
lo sintieron, era el momento, Josefina arqueo levemente su pelvis y Andrés
con un movimiento urgente, pero casi imperceptible, derramó su amor.

Luego de mirarse más allá de ellos mismos, ella cerró los ojos y él se
desplomó sobre su cuerpo.

–Te amo.

–Lo sé. Yo no podría amarte más.

–Quiero pedirte algo –dijo ella.

–Lo que quieras.

–Cada vez que pienses en mí, que este momento y este viaje sean lo primero
que recuerdes.

–No me hables como si eso fuera a ocurrir sin la posibilidad de hablar


contigo.

–Nada hay en este mundo que yo quiera y tú no me hayas dado. Debes


saberlo. No voy a hablar de cosas tristes. No perderé ese tiempo. Solo quiero
que esta felicidad nos acompañe siempre.

Andrés entendía la profundidad de sus palabras. Ella no necesitaba que él


egoístamente pensara en sí mismo y diera prioridad a sus miedos. Se corrió
emocionalmente de su dolor.

–Así será, bonita. Y volveremos aquí cada año a celebrar la vida. Y una noche
cualquiera en este lugar, no en otro sitio, le daremos vida a nuestro primer
hijo. Lo prometo.

Ella fue feliz.

–Me encanta la idea. ¿Y cómo se llamará ese hijo?


:
–Será una niña y la llamaremos Victoria.

–No me gusta ese nombre. No quiero trasladarle a nuestra pequeña


situaciones del pasado… –dijo sinceramente.

–¿Cómo te gustaría entonces?

Desde la cama podían oír el murmullo de las olas y ver a la luz de la luna ese
mar turquesa que los envolvía en su inmensidad. Ambos pensaron lo mismo.
Tenía que ser un nombre que les recordara ese lugar.

–María del Mar… ese será su nombre.

Andrés volvió a besarla. Rieron imaginando sus rizos, sus ojos y las travesuras
que haría hasta que un sueño reparador los alcanzó.

***

A la mañana siguiente disfrutaron su último día en la isla. Una tristeza


silenciosa asomaba en la mirada de Josefina. No decía nada, pero como
Andrés había imaginado que eso podía suceder, había elegido esa noche para
sorprenderla.

Las palmeras y la playa durante la noche eran realmente una provocación


para los sentidos.

–Me gustaría ir a caminar por la arena, descalzos –propuso Andrés.

–¿Ahora? Son casi los dos de la madrugada –dijo ella. Se habían acostado
tarde preparando el equipaje.

–Sí. Para despedirnos del lugar.

–Bueno –respondió dubitativa.

–Y tal vez, bañarnos en el mar de noche –avanzó.

–¿Qué es lo que tienes planeado? Te conozco –lo inquirió sonriendo.

–No lo arruines entonces –agregó. Era la desventaja de estar tan unidos. Se


adivinaban los pensamientos.
:
Ambos rieron con cierta complicidad. Se pusieron sus trajes de baño y algo de
ropa. Minutos después llegaban a la playa. No había nadie. Solo el sonido de
la naturaleza y el amor.

Él se quitó la camiseta a orillas del mar y la invitó a hacer lo mismo. Entraron


en el agua y sintieron la calidez de una caricia. La silueta de ambos se fundió
en un beso nocturno. Sus cuerpos mojados comenzaban a excitarse cuando él
sacó una cajita del bolsillo de su short.

–Josefina… –comenzó a decir.

–¡Sí! –respondió ella vencida por la ansiedad. –¡Sí! –repitió y lo besó antes de
que él pudiera abrir el pequeño tesoro.

–¡No me dejaste hablar!

–Perdón. ¿Qué querías decirme? –dijo sin disimular su felicidad como si fuera
posible volver el tiempo atrás para escuchar una propuesta.

–Creo que no hace falta que lo diga. Escuchaste mi pensamiento. Para


siempre, bonita. Este amor es para siempre y quiero que el mundo lo sepa.
Nos casaremos al llegar a Bogotá. Así, solo nosotros –dijo.

–Para siempre, vida.

Se colocaron los anillos bajo la luz de la luna.

La noche los abrazó, el mar se mezcló con ambos en los rincones más
secretos de sus sueños y no hicieron falta más palabras para que el tiempo se
detuviera en ese momento sin riesgo de olvido.

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