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June 20, 2022

Capítulo 49. Amigos


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capítulo 49

Amigos
El Samurái debe obrar sin dudar, sin confesar el más mínimo cansancio ni el
más mínimo desánimo hasta concluir su tarea.

Yamamoto Tsunetomo

Manuel intentaba recuperar su vida. Poco a poco había comenzado a hacerse


a la idea de que para María Dolores los unía solo el pasado y el hijo por
nacer. Se habían visto en los tribunales acompañados de sus respectivos
abogados para firmar el acuerdo. Solo se habían saludado con un distante
“Hola”. Sus miradas habían cambiado radicalmente. Ninguno de los dos tenía
velos o excusas. Algo los obligaba a mirarse como en verdad eran. Así fue
que, mientras Manuel la veía más hermosa y segura que nunca, ella, por el
contrario, observaba a un simple hombre que, sin ser malo, había tomado un
camino sinuoso que en modo alguno era acorde con su perfil. No sabía si era
:
culpa de su amante, de él mismo o de los dos. Pero tenía la certeza de que
había vivido equivocada sorteando su tiempo, sus sueños y la posibilidad de
ser feliz, al lado de un hombre que no la había valorado lo suficiente. Había
iniciado una terapia y se sentía mejor. Estable emocionalmente. Centrada en
su embarazo. Extrañaba mucho a Gina, quien a solo un pensamiento de
distancia acompañaba su proceso de cambio a través del celular. Le había
enseñado a reír de lo peor y a estar conforme con sus decisiones. Su amiga le
mostraba la parte de sí misma que no conocía, siempre había intentado
hacerlo, pero las cosas suceden cuando debe ser, ni antes ni después.

Raquel, por su parte, construía su futuro junto a Manuel. Si bien a veces se


daba perfecta cuenta de que tenía su cuerpo, pero no lograba atrapar por
completo sus pensamientos, elegía no exigir en ese sentido. Quizá, aunque le
diera furia reconocerlo, se había convertido en la mujer que decide no
indagar. No era todavía su esposa, pero ese era el proyecto una vez que se
dictara la sentencia de divorcio. Había desistido temporalmente de la idea de
tener un hijo. Sus mejores armas eran su sensualidad y tener todo su tiempo
para él, no cambiaría eso todavía.

Manuel, a pura voluntad y por consejos de Ignacio, había retomado el ritmo


de trabajo. Tenía días muy buenos y de los otros, pero poco a poco salía
adelante. Internamente seguía amándolas a las dos, pero no había vuelto a
repetirlo delante de nadie.

Esa noche saldrían a cenar junto a Ignacio y a Francisco. Raquel lo impulsaba


a que recuperara su vida social.

Ya en el restaurante los tres amigos ordenaron y después de conversar


brevemente sobre trabajo, sus vidas fueron el tema de interés.

–Cuéntame, Manuel. ¿Cómo estás? –dijo Francisco que hacía más tiempo que
no lo veía. Aunque estaba al tanto de sus novedades.

–Supongo que estoy mejor. Más tranquilo, seguro, pero mis sentimientos no
han cambiado. Es mi razón la que se ubica, pero yo…
:
–¡No lo digas! –interrumpió Ignacio.

Los tres rieron.

–¿Y tú?

–La verdad es que he tenido épocas mejores. Mi esposa me dejó y está


buscando no sé qué por el mundo. Tuve un accidente, mi hijo mayor se casó
sin avisar, mi hijo menor atraviesa un drama que no puedo evitarle y me he
reencontrado con la única ex que me importó luego de veintiséis años. ¿Qué
me dices?

–La ex se llama Amalia, para que te ubiques, y es muy distinta de Gina –


agregó Ignacio.

–¿Y te gusta?

–¿La verdad? Estamos grandes para eso, pero debo confesar que pienso en
ella más de lo que imaginé, y en consecuencia, pienso menos en Gina. Eso
está bien ¿no?

–No soy el mejor para dar consejos, pero no les mientas.

–¡Ah, eres un caradura profesional! –comentó Francisco riendo–. ¿Escuchaste,


Ignacio?

Pero Ignacio estaba distraído con su celular.

–Perdón, no. Estaba respondiendo un mensaje.

Manuel y Francisco se miraron.

–¿En qué andas?

–Bueno, ustedes tienen tantos problemas y yo no estoy muy seguro de lo que


me pasa.

–¿Cómo que no estás seguro de lo que te pasa? –repitió Francisco.

–Mira, cuando te sientes así es porque lo que pasa es muy importante –dijo
Manuel.
:
–Conocí una mujer. Ella dinamitó mis sentidos. Es divina, sagaz, profesional y
muy inteligente –contó con entusiasmo.

–¿Cuántos años tiene?

–Cincuenta.

–A ti te gusta, eso está claro, pero ¿qué piensa ella del asunto? –preguntó
Manuel.

–Bueno, ella enviudó hace algo menos de un año. Nos conocimos en una
librería.

–¿Quién conoce a alguien en una librería? –agregó Francisco interesado.

–Supongo que pocas personas. Pero en mi defensa debo decir que no pude
evitar hablar con ella cuando me di cuenta de que ambos teníamos en
nuestras manos un ejemplar del mismo libro.

–¿Y qué libro era ese?

–Hagakure. El camino del Samurai.

Manuel y Francisco no comprendían.

–¿Practica artes marciales? –preguntó Manuel–. ¡Eso puede ser peligroso! –


bromeó.

–¿Quién lo dice? ¿Alguien con quien practicaron tiro al blanco con adornos,
flores y cristales europeos?

Los tres comenzaron a reír. La vida era más fácil con amigos.

–No. No practica artes marciales, pero es muy inteligente. Está cerrando un


ciclo y encuentra sabiduría en la filosofía japonesa.

–¡Eso sí es bien difícil de hallar!

–¿Y hasta dónde han llegado, si puede saberse?

–Muchachos, no les contaré eso. Nos estamos conociendo, pero algo es muy
:
diferente. Puedo sentirlo. Cuando sea el momento se las presentaré. Deberían
ambos leer sobre estos temas –aconsejó–. ¿Qué harás con Amalia? –preguntó
cambiando el eje de la charla.

–Por ahora, pensar en ella. Debo esperar que regrese Gina.

–Tú no debes esperar a nadie.

–Pienso lo mismo –agregó Manuel.

–De todas maneras, no es un gran momento para nada.

–Nunca sabemos cuándo es el momento, simplemente ocurre –comentó


Ignacio.

Cenaron entre variados temas. Si hubiera sido una cena de mujeres,


probablemente Ignacio habría tenido que informar hasta el ADN de la dama
de la librería, pero como eran hombres y no eran curiosos sino un modelo
básico de aceptación, ninguno continuó preguntando. Esperarían a que él
mismo les contara como lo había hecho esa noche.

***

Francisco se recostó con el agradable sabor de haber cenado con amigos. No


se había dormido cuando sonó su celular. Era Amalia.

–Francisco, ¿puedes hablar?

–Sí, claro. ¿Qué te sucede?

–Acabo de salir de la casa de mi hermana. Estaba ese depravado con ella. Le


he dicho que no busque a Ángeles, que está conmigo. Que ese hijo de puta la
violó y que si se acerca cualquiera de los dos, radicaremos la denuncia e irán
presos.

–¿Por qué fuiste sola? Hubiera ido contigo. ¿Qué sucedió?

–Mi hermana me trató de mentirosa. El tipo me echó de la casa. Entonces le


dije que Ángeles estaba embarazada y que le haría una punción amniótica
:
para poder probar el ADN del bebé y que guardaría ese resultado para
acusarlo si intentaban acercarse.

–¿Pero no me has dicho que eso no es posible?

–No lo es, salvo que haya otros análisis con resultados que indiquen causas
graves, pero mentí.

–Entiendo. ¿Dónde estás?

–En la calle, en mi auto. Estacionada en algún lugar.

–¿Quieres venir? –la invitó sin pensar–. Iría a buscarte si pudiera conducir.

–Ángeles está sola en casa. Debo volver.

–Prométeme algo.

–¿Qué?

–Jamás regresarás a hablar con esa gente sola. Yo iré contigo.

–Lo prometo –Amalia sintió que él la protegía. Había olvidado como eso la
hacía sentir.

–¿Fue Diego?

–No. Aún no.

–¿Crees que lo hará?

–Sí.

–Pues ojalá sea rápido. Es necesario que hablen.

–Bien.

De pronto unas ganas irresistibles de verla se adueñaron de Francisco. Quizá


ella se negaba a ir porque era la casa de Gina.

–Escucha ¿puedo invitarte un café? Tendrás que pasar por mí, dado que como
sabes estoy con muletas –rio de los nervios. ¿Cómo se había animado?
:
El corazón de Amalia no le entraba en el pecho. ¿Qué parte de ella no había
entendido que habían pasado veintiséis años? ¿Por qué se sentía como una
adolescente?

–Supongo que sí.

***

Un rato después, él se había cambiado y puesto su perfume. ¿Por qué se


había puesto perfume? Casi ni lo usaba desde hacía mucho tiempo. La
respuesta era evidente. Ya se manejaba con menos dificultad con las muletas.

Andrés y Josefina estaban buscando apartamento y mientras tanto vivían allí.


Esa noche se habían ido a dormir temprano. Les dejó una nota en la cocina.
Diego no estaba. Parker ladró cuando el vehículo de Amalia estacionó en la
puerta. Entonces él salió.

***

Era raro, pues no se sentían incómodos por la situación. Más bien estaban
unidos por el pasado y por la importancia de un presente que los había
ubicado del mismo lado frente a la adversidad.

Él no había estado con ninguna mujer que no fuera Gina durante esos años y
ella, algunas pocas relaciones pasajeras. No eran expertos en seducción. Sin
embargo, parecía que la seducción era experta en sí misma, porque por
alguna razón que ellos no controlaban, un sentimiento auténtico crecía al
ritmo de una conversación que fue en parte un viaje en el tiempo, un modo
de sanar heridas y una promesa para el futuro.

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