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capítulo 49
Amigos
El Samurái debe obrar sin dudar, sin confesar el más mínimo cansancio ni el
más mínimo desánimo hasta concluir su tarea.
Yamamoto Tsunetomo
–Cuéntame, Manuel. ¿Cómo estás? –dijo Francisco que hacía más tiempo que
no lo veía. Aunque estaba al tanto de sus novedades.
–Supongo que estoy mejor. Más tranquilo, seguro, pero mis sentimientos no
han cambiado. Es mi razón la que se ubica, pero yo…
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–¡No lo digas! –interrumpió Ignacio.
–¿Y tú?
–¿Y te gusta?
–¿La verdad? Estamos grandes para eso, pero debo confesar que pienso en
ella más de lo que imaginé, y en consecuencia, pienso menos en Gina. Eso
está bien ¿no?
–Mira, cuando te sientes así es porque lo que pasa es muy importante –dijo
Manuel.
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–Conocí una mujer. Ella dinamitó mis sentidos. Es divina, sagaz, profesional y
muy inteligente –contó con entusiasmo.
–Cincuenta.
–A ti te gusta, eso está claro, pero ¿qué piensa ella del asunto? –preguntó
Manuel.
–Bueno, ella enviudó hace algo menos de un año. Nos conocimos en una
librería.
–Supongo que pocas personas. Pero en mi defensa debo decir que no pude
evitar hablar con ella cuando me di cuenta de que ambos teníamos en
nuestras manos un ejemplar del mismo libro.
–¿Quién lo dice? ¿Alguien con quien practicaron tiro al blanco con adornos,
flores y cristales europeos?
Los tres comenzaron a reír. La vida era más fácil con amigos.
–Muchachos, no les contaré eso. Nos estamos conociendo, pero algo es muy
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diferente. Puedo sentirlo. Cuando sea el momento se las presentaré. Deberían
ambos leer sobre estos temas –aconsejó–. ¿Qué harás con Amalia? –preguntó
cambiando el eje de la charla.
***
–No lo es, salvo que haya otros análisis con resultados que indiquen causas
graves, pero mentí.
–¿Quieres venir? –la invitó sin pensar–. Iría a buscarte si pudiera conducir.
–Prométeme algo.
–¿Qué?
–Lo prometo –Amalia sintió que él la protegía. Había olvidado como eso la
hacía sentir.
–¿Fue Diego?
–Sí.
–Bien.
–Escucha ¿puedo invitarte un café? Tendrás que pasar por mí, dado que como
sabes estoy con muletas –rio de los nervios. ¿Cómo se había animado?
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El corazón de Amalia no le entraba en el pecho. ¿Qué parte de ella no había
entendido que habían pasado veintiséis años? ¿Por qué se sentía como una
adolescente?
***
***
Era raro, pues no se sentían incómodos por la situación. Más bien estaban
unidos por el pasado y por la importancia de un presente que los había
ubicado del mismo lado frente a la adversidad.
Él no había estado con ninguna mujer que no fuera Gina durante esos años y
ella, algunas pocas relaciones pasajeras. No eran expertos en seducción. Sin
embargo, parecía que la seducción era experta en sí misma, porque por
alguna razón que ellos no controlaban, un sentimiento auténtico crecía al
ritmo de una conversación que fue en parte un viaje en el tiempo, un modo
de sanar heridas y una promesa para el futuro.
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