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capítulo 55
Creer
Que el alma que hablar puede con los ojos
Al pie del Huayna Picchu, ambos se habían mirado pensando en el beso que
no se dieron.
Resultó que escalar el Huayna, no era subir como Gina imaginó. Escalar era
subir, bajar, trepar, quedarse sin aire. Atravesar espacios muy angostos y otros
trechos de sencillo recorrido. Asumir la dificultad en medio del cansancio y
creer en la fuerza de continuar pese a todo. El pico, a cuya cúspide deseaban
llegar, era la vida misma. Allí, en ese recorrido no había bienes, ni dinero, ni
nada material que estableciera diferencias entre quienes tenían el mismo
objetivo. Porque el anhelo de llegar a las metas es universal. No tiene
nacionalidad. Pertenece al mundo de los que sueñan, pero también persiguen
la posibilidad de cumplir a puro esfuerzo y convicción sus ilusiones. Es un
sentimiento que une.
–¿A caballito?
–¡No te creo! ¡No lo harás! –dijo. Pero antes de que pudiera darse cuenta su
cuerpo estaba apoyado contra Rafael, sus brazos cruzaban su cuello y él
sostenía sus piernas. Gina no supo cuánto duró ese pequeño respiro, porque
su ser sentía de pronto en todos los idiomas y le pedía que no alejara ese
contacto que era una dosis de vida.
–Tendré que bajarte. Este tramo debemos hacerlo con cuidado –anunció. Lo
hizo. Pero antes de que ella sintiera el vacío, él tomó su mano. Ella le dio más
que eso. Le concedió el control. Una nueva Gina emergía del pasado reciente.
Así, confiando en él, se dio cuenta de que lo que le daba seguridad, no era
saber lo que iba suceder, sino estar al lado de quien elegía para dar paso a lo
que la vida tuviera planeado. Rafael cambiaba su eje de sentido. Le gustaba
sentirse cuidada. Era magnífico que el desenlace de algo dependiera de otro
ser, que había empezado por tomar su mano, pero que había llegado
inexplicablemente al rincón más secreto de su corazón.
No pensaban, sentían.
No eran sus bocas, era volver a vibrar al besar. Una energía diferente fue
testigo de lo que ellos mismos no podían ver. A veces, los comienzos no se
advierten por quienes los originan. Simplemente son.
Ella peleaba contra las lágrimas de emoción que querían salir de sus ojos. No
recordaba nada. No pensó en sus hijos, ni en su familia, ni en su profesión, ni
en sus amadas mascotas.
Escucharlo era todo lo que movilizaba su ser con una intensidad que jamás
había vivido. ¿Qué era “siempre”? Entonces lo supo.
–Quizá tengas razón. Entonces quiero todas las posibilidades que el tiempo
pueda ofrecerme contigo –dijo y volvió a besarla con suavidad–. Quiero todos
tus “ahora” –agregó.
***
El descenso fue más fácil pues pese a ser el mismo recorrido, algo en ellos
había cambiado. Los unían la confianza y la seguridad que da el sentir que
dos personas creen en lo mismo.
***
–¿Quién es?
–Te echo de menos y esperar hasta la cena para verte será insoportable.
Ella sonrió. Sentía felicidad en cada poro de su piel. Abrió, sin pensar que
solo vestía su bata.
–¿Qué es lo que tienes que me atrae de esta forma? –susurró Rafael en sus
oídos.
–Me gusta tu perfume y la suavidad de tus hombros –dijo mientras corría con
dulzura parte de la bata para besarlos.
Rafael tomó su rostro con ambas manos y la miró directo a los ojos.
–Son tus miedos los que te hacen todavía más bella, si eso fuera posible.
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Puedo irme si quieres, pero puedo también cuidarte y darte todo lo que soy
ahora mismo. Tú decides. Pero debes saber que te quiero conmigo.
Gina cerró los ojos y solo pudo verlo a él y sentirse seducida por el
magnetismo que la conducía a sus brazos.
Seguían bailando al ritmo de esa atracción recíproca que los llevaba a las
mismas sensaciones de cuando eran jóvenes. Cierto pudor, fogosidad, ganas,
dudas. Pero se sumaba la experiencia, y eso hacía que todo fuese diferente.
–¿Qué piensas?
–No… solo que entiendas mis tiempos. Confío en ti –no supo si por
convicción o por qué no pudo evitarlo.
Rafael se fue quitando la ropa, sin dejar de besarla mientras avanzaban hacia
:
la cama. Ella no podía pensar, porque a su lado solo era capaz de sentir y de
sorprenderse de sí misma.
–Me gusta respirar tu olor –dijo Gina luego de un beso húmedo entre sus
senos. Las manos de Rafael tocaban su sensibilidad provocándole temblores
de gozo.
Gina volvía a ser la mujer que había perdido. Rafael estaba rendido a sus
encantos. Le gustaba todo de ella, también los indicios en su cuerpo de que
era vulnerable al tiempo tanto como él y sin que eso importara, sentirse
ambos completamente atraídos por el otro. Descubrió con fervor que el deseo
no era solo de la juventud. Estaba seguro de que no era posible sentir esa
pasión sin experiencia de vida.
:
Se disfrutaron entre más besos, alguna sonrisa cómplice y el atrevimiento que
se abría paso pausadamente hasta que naturalmente él se colocó un
preservativo y entró en su húmeda intimidad sin dejar de decirse cuanto se
gustaban.
–No sé cómo estoy, pero descubro a una nueva yo y me gusta. Quiero todo –
susurró. Sentirlo superaba lo imaginado.
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