Está en la página 1de 7

Volver a mí

June 20, 2022

Capítulo 48. Perú


Página 50 de 69

capítulo 48

Perú
Voy a vivir el momento

Para entender el destino

Voy a escuchar en silencio

Para encontrar el camino.

Marc Anthony

Gina fue a la plaza cada atardecer y se sentó en el mismo lugar, aguardando


por la misteriosa mujer que le había hablado sobre oír, sobre un cambio en su
vida y sobre la voz del destino. Pero ella no había vuelto a aparecer. Estaba
segura de que era real. La habían visto sus ojos. En ese momento pensó ¿La
habrían visto los demás? Los misterios de Cuzco comenzaban a avanzar sobre
ella.
:
Había bebido mate de coca, pero esa mañana deseaba café. Lo pidió. Sin
pensar en la infusión bebió un sorbo que casi no pudo tragar. Era
concentrado, tan fuerte que se convertía en asqueroso. Entonces pidió leche.
La agregó, pero al beber, un sabor que su paladar no reconoció, la invadió.

–Es de cabra, señora –dijo la amable mujer que se la había traído. Optó por
un jugo de frutas.

La excursión de canotaje que había contratado Paul, pasaría a buscarla en


breve. Iría al río Urubamba. Paul había dicho que podía participar del nivel
uno, pues eran tramos sin dificultad e iría un guía.

Llegaron en un mini bus de ocho personas. Había algunos italianos y se


habían sumado sus compañeras de habitación, Mía y Zoe.

Los paisajes eran espectaculares sobre el Valle Sagrado de los Incas, en medio
de lugares que fusionaban lo milenario y la más pura emoción de aventura. El
tramo que harían era Calca, Urubamba, Huarán. Hacía calor. Les dieron los
chalecos salvavidas y las instrucciones. El rafting era un trabajo en equipo. El
guía explicó en español y en italiano que, según los rápidos del río, había que
remar de un lado en un sentido y del otro, en el contrario cuando deseaban
girar. Él era experto y les indicaría.

“Izquierda o sinistra” y “derecha o destra”, serían las voces de mando.


Subieron a ese bote y Gina no podía creer que lo estaba haciendo. Eso no le
daba ninguna seguridad. Se sentía prensada por el chaleco salvavidas y tenía
calor. Así, la pequeña tripulación con cuatro pasajeros de cada lado y el guía
al centro comenzaron la aventura.

Era tranquilo, seguían las órdenes. Reían, hablaban entre ellos en ambos
idiomas. Hasta que el primer rápido los sorprendió. Primero se empaparon,
luego la fuerza que debían hacer para remar era terrible. Los debilitaba la
risa. ¡Destra! ¡sinistra! Todos se divertían incluso Gina. Sus compañeras la
animaban. Los hombres, algunos jóvenes y otros no tanto, estaban en grupo,
se conocían y eran muy alegres. Disfrutaban. La tarea de llegar a destino fue
:
titánica. Atravesaron varios rápidos. Les dolía el cuerpo por el esfuerzo físico.
Luego almorzaron en medio de ese paraíso recordando anécdotas del día. De
regreso al hotel, Gina no podía levantar los brazos en la ducha para lavarse el
cabello: los rápidos se habían quedado con toda su energía y le habían dejado
mucho dolor muscular. Tomó un analgésico.

Supuso que la enseñanza era que no había que bajar los brazos, pero ¿cómo?
Esa noche se durmió contenta. Había conocido una Gina que no hubiera sido
capaz de imaginar ni en sus mejores sueños. Podía ser parte de una aventura
y disfrutarla. Había logrado actuar sin conocer los resultados de nada. La
notaria lograba el cambio que la mujer le imponía a su equilibrada vida.

Al día siguiente la excursión consistía en ciclismo de montaña en Cuzco.


Conocer antiguas vías incas y preincaicas, sitios arqueológicos, pueblos
pintorescos y el paso por diferentes pisos ecológicos en pocas horas, era el
plan de ese turismo de aventura. Había diversas rutas que iban desde la
ciudad hasta las zonas arqueológicas cercanas, pero ella, por decisión de
Paul, tomaría el circuito de los andenes circulares de Moray que pasaba por
las salineras de Maras para bajar hacia el valle del Urubamba o Valle Sagrado
de los Incas.

Gina se preguntó cuánto tiempo hacía que no andaba en bicicleta. No lo


recordaba. Los brazos y hombros le dolían más que el día anterior. Un mini
bus la trasladó junto a otros turistas al inicio del circuito, donde le dieron su
bici y el equipo adecuado para proteger sus codos y rodillas, además de un
casco. Parecía un astronauta, así se sentía. ¿Lo lograría? Tenía que hacerlo.
Su orgullo iba en esa aventura. Una española, que viajaba sola, muy
graciosamente le daba conversación. Se reía con ironía de lo que intentarían
hacer. La mujer le contó que su esposo le había dicho que ella no era capaz
de eso. Era un desafío. Ya no tenía ese esposo, pero sí la marca en su
autoestima de esas palabras y tantas otras que la limitaban. Así, iba por el
mundo celebrando su divorcio y haciendo todas y cada una de las cosas que
su ex le había dicho que no era capaz de lograr. Era libre en ese momento y
quería vivir. Cierta empatía se generó entre ambas. Compartieron risas,
:
insultos, caídas, golpes y más insultos y más risas y otros magullones, pero
consiguieron llegar a la meta.

Con cierta nostalgia, se despidieron con un abrazo e intercambiaron números


de celular. Esas horas las habían unido en el esfuerzo de descubrir que eran
capaces de mucho más de lo que creían.

Durante esos días Gina no quiso comunicarse ni con sus hijos ni con
Francisco. Solo había hablado brevemente con su madre y largo rato con
María Dolores. Se sentía juzgada por los demás y no deseaba exponerse a
eso. Extrañaba a Parker y a Chloé con desesperación. También, al chequear la
cotización en alza del dólar, llamó a Alicia para que les avisara a unos clientes
que la notaría no les cobraría honorarios por su trabajo. La demora era
imputable a la otra parte, pero no obstante preocupaba a Gina. Así los
comparadores de esa propiedad estarían más tranquilos.

Regresó al hostel, se dio una ducha y se desplomó en la cama. Le dolían las


piernas de una manera feroz. Le latían por la osadía muscular realizada.
Decidió que cenaría allí si lograba despertarse.

Algunas horas después, abrió los ojos. Su cuerpo le recordaba cada segundo
de las aventuras vividas. Comenzó a reírse sola de sí misma. Paul llamó.

–¡Hola, bella Gina! ¿Cómo estás?

–Rota. Literalmente mi cuerpo debería ser descartable. No hay una sola parte
de él que no me duela –rio–. ¡Estoy hecha un desastre! Con una coleta de
caballo, sin maquillar, cansada y todo el día en calzado deportivo. Fueron
muy atinadas mis compras en Nueva York.

–¿Y por dentro?

–Paul, me he divertido sin pensar. Creo que mi capacidad de disfrutar quién


soy se despertó en mi viaje, pero aquí se potenció.

–Así sucede. Bueno, debo dejarte. Arréglate un poco. ¡Uno no sabe dónde
puede encontrar el amor de su vida!
:
–Por Dios, Paul. No estoy para citas. Luego de mi excursión a Machu Picchu,
iré pensando en regresar.

–¿Quieres hacerlo?

–No. La verdad no.

–¿Hay problemas en la notaría?

–No, en absoluto. Alicia se ocupa de todo junto a mi adscripta. Estoy


comunicada a diario.

–Entonces, no te apresures. Quizá no oíste todo todavía. ¿Apareció la anciana


otra vez? –preguntó con referencia a la señora sobre la que Gina le había
dado cada detalle.

–No…

–¡I love you, darling!

–Yo también te quiero.

Gina se vistió con su short de jean, su calzado deportivo y la camiseta que


Paul le había regalado en su despedida en Bélgica. Quiso cenar en el hostel,
pero no existía esa posibilidad a menos que ella misma cocinara en el espacio
común. Descartó esa idea. Si bien se estaba habituando a compartir, no tenía
la menor intención de ir al mercado en ese lugar y proveerse su comida. Fue
al centro nuevamente y sin saber por qué, eligió un restaurante que había en
un primer piso. La mejor ubicación era la única mesa para dos desocupada.
Daba a una gran ventana desde la que se podía ver toda la plaza. Había
música popular y gente de todas las nacionalidades y edades. Se sintió
cómoda. No era un lugar ruidoso y estéticamente era muy tradicional. Le
gustaba. Se ubicó en la mesa. Observaba la calle desde arriba, buscaba a la
anciana de los anunciados misterios.

–Perdón, creo que se ha equivocado de lugar. He reservado esta mesa.

Gina no quería girar. La voz. Esa voz la había captado por completo hasta
:
aislar cualquier otro sonido del espacio. El tono era el más seductor que había
escuchado en toda su vida. Quería que continuara hablando. En un instante
imaginó un hombre irresistible, al siguiente no le importaba su imagen, solo
quería oírlo.

–¿Me ha escuchado? –insistió. Era educado y su tonada no era peruana. Le


sonaba familiar.

La latía el corazón. ¿Qué sucedía con ella? Nada ni nadie le había atraído
desde su separación, ni siquiera le había llamado la atención. Sin embargo,
allí detrás de ella el magnetismo de una voz la había hipnotizado. Justo
cuando iba a responder una mano se posó sobre su hombro.

–¿Está usted bien?

Una energía eléctrica le erizó la piel. Se desconoció. Tomó valor y giró. Fue
entonces cuando sus ojos vieron la sonrisa del dueño de la voz.

–Estoy bien. Disculpe. Vi la mesa desocupada –titubeó.

–Supongo que no advirtió el cartel –agregó dirigiendo los ojos a un cartelito


que decía “Reservada”.

–No, claro que no– respondió. Pero no se levantaba para irse. Quería que
siguiera hablando, no importaba de qué. Se hubiera quedado absorta
mientras le leía la Biblia. Era un hechizo. Además, tenía una mirada dulce.
Jamás antes le había sucedido algo así. Su cuerpo se despertó enviando
señales de alerta, de ganas, de energía viva y de oportunidad a cada una de
sus terminales nerviosas.

–Bueno, creo que solo tenemos tres opciones. O se queda usted con mi
reserva lo que implicaría no cumplir una promesa para mí, o se retira, o
compartimos la cena. ¿Qué prefiere?

Gina sentía que ese hombre podía ver los latidos de su corazón asomando por
la paradójica frase “Choose life”. No le importaba. Solo deseaba que
continuara hablando.
:
–Creo que podemos compartir la cena –respondió–. Al escucharse, pensó que
desde su llegada a Cuzco era la primera noche que salía a cara lavada. Lo
lamentó. Se sintió atrevida. ¿Estaba bien cenar con un extraño por su voz?
¿De qué hablarían? Las dudas se le vinieron encima, iba a levantarse cuando
recordó las palabras de la anciana y se detuvo. Él se sentó enfrente de ella sin
dejar de observarla.

Gina perdió la noción del tiempo y de la situación. ¿Era esa la voz del destino
que la llevaría a su felicidad?

Ir a la siguiente página
:

También podría gustarte