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June 20, 2022

Capítulo 42. Seguridad


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capítulo 42

Seguridad
Siempre gana quien sabe amar.

Hermann Hesse

Lucía se había tomado su tiempo para dar respuesta a Isabella sobre la


columna de la revista por dos razones: la primera, quería observarla. Quería
intentar darse cuenta de si estaba ansiosa o no. Si lo estaba, podía ser que
solo fuera creativa, pero si no, significaba además que había exorcizado sus
demonios y continuaba su camino. En este caso, lo que escribía tenía directa
relación con su vida. Lucía, a su vez, iba avanzando en su propio proceso
interior a la par de la escritura de esa jovencita que, además de talentosa,
parecía tener mucho en común con ella a la hora de inventariar heridas
abiertas.

Lucía estuvo dos días pendiente de Isabella, solo la veía centrada en su


:
computadora y casi sin interactuar con Matías, el diseñador gráfico. Eran
amigos. Eso era raro. ¿Eran amigos? Recordó el rímel en la camisa de él. No
era justo suponer nada, quizá solo la había contenido. Entonces, ubicó su
atención en él y lo supo. Algo sucedía entre ellos. La manera en que Matías la
miraba era infinita. Como si no fuera capaz de dejar de hacerlo. ¿Era eso un
problema? Siendo estricta, claramente sí. No era recomendable mezclar
trabajo con relaciones. Sin embargo, algo la impulsaba a ser más permisiva, a
mirar para otro lado. Si su diseñador era el disparador de esas columnas,
hasta por una cuestión comercial no debía interferir. ¿Qué rol ocupaba el
esposo de Isabella? Quizá el próximo trabajo le diera alguna pista.

La llamó a su escritorio por el conmutador. Isabella se veía tranquila, eso


apoyaba su idea de que se había desahogado sin más expectativas que sacar
de ella esos gritos encerrados y lograr algo de libertad. Su creatividad era un
don.

–No todos los días –dijo Lucía.

–Perdón, no comprendo.

–Tu columna. Me gusta este estilo de finalizar con una pregunta. Te la estoy
respondiendo.

Isabella recordó cómo terminaba su texto Muerte: “Tú, ¿estás realmente


viva?”. “No todos los días”, había dicho Lucía. ¿Había escuchado bien?

De inmediato recordó sus Mamushkas y la respuesta de Lucía. “Tú, ¿cuántas


mamushkas llevas dentro de ti?”. “Muchas”, había contestado. La magia de
las palabras la abrumó. ¿Acaso ella y su distante editora tenían sentimientos
parecidos en algún punto de su historia? Isabella no sabía nada de la vida de
Lucía, pero comenzaba a interesarle.

–¿No vas a preguntarme nada?

–¿Puedo?

–Supongo que sí, es tu artículo. Tu presentación en la primera página.


:
–¿Por qué los temas? El perdón y la muerte no parecen ser cuestiones al azar.

–Nada lo es.

–¿Qué le sucede? –preguntó sin pensar. Al oírse casi se descompone. ¿Qué


pasaba con ella? ¿Cómo podía tan siquiera sentir que tenía el mínimo
derecho de preguntar sobre su vida privada? –Perdón. Perdón no quise
inmiscuirme. Fue un atrevimiento. Le pido disculpas. Sucede que usted me da
cierta seguridad tácita –justificó.

Lucía, sonrió.

–Soy tu editora. Darte seguridad es parte de mi trabajo. No te disculpes. ¿Por


qué supones que me sucede algo?

–Por las respuestas a las preguntas de mis columnas.

Era intuitiva además de talentosa. Le agradaba, cada vez más.

–Pues la vida es lo que a todos nos ocurre –evadió una respuesta precisa–.
Solo quiero felicitarte. Deberás ir con Matías a una sesión de fotos. Quiero
opciones para elegir la imagen de ti que acompañará tus trabajos. Es muy
importante que te veas luminosa y honesta.

–¿Fotos?

–Sí. Te maquillarán en el estudio.

–Está bien –aceptó sin más opciones.

–Luego de eso, que será en un rato, quiero que vayas pensando en la


siguiente columna. Debes escribir sobre el abandono –Isabella tuvo deseos de
salir corriendo. ¿Abandono? ¿Abandonar? ¿Que te abandonen? Era terrible.
Esa mujer tenía un detector de sus peores experiencias y de sus dudas. Si no
fuera por la certeza de que nadie conocía su historia, hubiera asegurado que
era a propósito–. ¿Algún inconveniente?

–Ninguno. Es un tema muy actual. ¿Quién no fue abandonado o desea


abandonar a alguien?
:
–No lo sé. Tú me lo dirás. Se lo dirás a miles de mujeres, en realidad –Lucía
supo que Isabella estaba enredada en un secreto–. ¡Hola, Matías! –saludó–. Ya
le dije a Isabella acerca de las fotos. Pueden ir ahora mismo, los esperan.

Isabella sentía que los latidos del corazón se le salían del cuerpo. No quería
darse vuelta para saludarlo. Ignoraba si podría disimular el sentimiento que
había nacido y se obligaba a negar.

–Hola, Isabella. ¿Vamos? –dijo él de modo completamente natural.

–¡Hola! Sí, claro.

Lucía los observó. Supo que tenía razón.

***

–Escúchame. Haremos nuestro trabajo. Mientras te tomen las fotografías


disfrutarás de ese momento, porque sencillamente es el rostro de tus
columnas. Así te conocerá toda Colombia. No pensarás en lo que hemos
compartido o sí, si te piden que recuerdes un momento que deseas repetir –
bromeó.

Isabella se relajó al ver que además del hombre, allí seguía su amigo, su
persona en el mundo. ¡Era tan lindo! ¿Cómo no se había dado cuenta de eso
antes?

–Basta, Matías. Eres mi persona en el mundo, mi amigo. Nada de lo que


ocurrió debió haber sucedido. Ambos lo sabemos –respondió. Pretendía que
alejándolo las dudas que habían nacido en ella se disiparían.

–Es cierto, soy tu persona en el mundo, tu amigo, y tú, la mía. El resto lo


conversaremos luego de las fotos.

La sesión fue agotadora. Peinaron y maquillaron a Isabella y le dieron dos


conjuntos diferentes de ropa. En ambos se veía juvenil y fresca. Era la imagen
de una mujer inteligente. Su belleza no era la de una modelo. No tenía
exagerados pómulos o una nariz respingada. Era simple, bonita y transmitía
sensibilidad. Matías le hacía muecas y le hablaba en italiano para robarle
:
sonrisas. Mientras duró ese trabajo, ella logró sentirlo como siempre, pero no
pudo evitar desearlo como nunca le había ocurrido con nadie. ¿Qué haría con
esas ganas en exceso?

–Te invito una cerveza. En mi casa –dijo él.

–Matías…

–Hace calor. ¡No eres irresistible! –dijo con humor.

Tú, sí. Ese es el problema, pensó.

Entonces, la mamushka arriesgada que vivía en ella tomó el reto de hacer lo


que sentía y no lo que debía. No miró su reloj, no permitió al pasado ocupar
su memoria. Olvidó la alianza que lucía en su mano izquierda. Suspiró.

–Solo una –respondió.

Continuaron conversando sobre la columna, el trabajo, las fotos y la vida que


compartían. Él no la presionaba. Al contrario, había dejado espacio al amigo.
Le daba seguridad. Acostarse con él no había modificado la relación.
Tampoco la juzgaba. Esa actitud lo volvía irresistible.

Llegaron al apartamento. Él buscó los dos vasos y sirvió la cerveza helada. No


intentó besarla o acercarse demasiado. Isabella comenzó a preocuparse. ¿No
había dicho que se había enamorado de ella? Así, hablando de temas varios,
pero pensando en devorarse de un minuto a otro, bebieron dos botellas.

–Me voy –dijo de pronto.

–¿Quieres hacerlo?

–Debo hacerlo.

–No me has respondido.

–No, no quiero. Igual no te entiendo del todo. Dijiste que estabas enamorado
de mí y sin embargo, después de haberlo compartido todo, hoy no te has
acercado…
:
–Intento hacerte sentir lo que es el verdadero amor. Lo que tú necesitas,
puede no coincidir con lo que yo deseo, pero entre ambas cosas elijo que te
sientas segura.

Isabella sintió el efecto de esas palabras rodar por su alma y caer directo en
su corazón.

–¿Eres real?

–Tú dime.

–No lo creo. No conozco ese modo generoso de amor.

–Pues lo que conoces no es amor. No hay modo generoso y modo egoísta. Hay
amor y eso significa que el otro es lo primero en tu vida. Su felicidad es la
tuya.

Ella tomó su bolso y fue a la puerta para marcharse. La abrió. Sentía la


necesidad de Matías en todo el cuerpo. Él permanecía en su lugar, solo
mirándola. Entonces, giró sobre sus pasos, dejó caer el bolso, cerró la puerta
y regresó a él. Lo besó de manera provocadora. Quería que le hiciera el amor.
No resistía tenerlo cerca y no poder tocarlo. Él era de ella.

Matías le respondió a sus labios con el doble de intensidad. Comenzaron a


desvestirse con torpeza allí mismo, en medio de la sala. Matías no dejaba de
provocar en ella un deseo inusitado. Isabella estaba entregada a sentir. Las
caricias que había recordado desde la primera vez eran más y mejores que en
su memoria, porque sobre la piel, le incendiaban el cuerpo. Él la llevó entre
más besos y pasión contra la pared. No había música, pero los sonidos del
placer eran una sinfonía para los oídos de ambos, que encontraban en cada
uno nuevas sensaciones para ir por más. Matías con destreza posó su mano
por debajo de la ropa interior de Isabella. La humedad crecía entre sus dedos
mientras ella se arqueaba y jadeaba ante el inminente estallido. Él la miraba
enardecido y no podía creer que verla alcanzar un orgasmo a medio vestir y
sin estar dentro de ella fuera tan excitante.

Isabella recuperó el aliento y, guiada por un impulso que no quiso detener, le


:
quitó su ropa interior, lamió su intimidad con suavidad y con los labios
sedientos volvió a besar su boca seduciendo hasta el último rincón de su
cuerpo y de su alma. Matías sintió el paraíso y en pleno éxtasis la recostó en
el sofá y entró en ella de una embestida. El placer era infinito. El calor de la
sangre parecía encender el sexo y quemar todo aquello que pudiera alejarlos.
Hallaron juntos el momento en el que perdieron la noción del tiempo y de sus
reacciones. Unos minutos después Matías pudo hablar.

–Mentí –dijo. Ella se puso alerta–. Eres insoportablemente irresistible.

–Mentira. Me dejabas partir…

–No. Te daba tiempo para estar convencida.

–Lo estoy. No sé cómo voy a ordenar mi vida, pero esto es lo que quiero para
siempre. Estoy segura.

Matías comenzó a recorrer cada rincón de su cuerpo con caricias y besos. La


exploró sin límites. Conoció el origen de sus dudas y también los sueños que
nacían en su fortaleza. Ella lo dejaba hacer. Se había abandonado en los
brazos del poder de ese sentimiento que no conocía. Había dejado ser a la
mujer que la invadía. Sin miedos. Tenía que ser amor.

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