Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
capítulo 44
Compartir
Al final solo se tiene lo que se ha dado.
Isabel Allende
“Hola… estoy bien. En el aeropuerto de Lima, volaré a Cuzco por unos días.
Espero que estén bien. Todos bien… Los quiero”.
Luego, reprodujo el audio en su oído, como hacen quienes dudan del tono
con el que envolvieron sus palabras. Se escuchó. ¿Sería escucharse a sí misma
parte del mensaje de Brujas?
“Me alegra escuchar que estás bien. Yo aquí, mejorando”, escribió Francisco
en último término. “También te queremos”, agregó supliendo la omisión de
sus hijos. Era inherente a él cuidarla. Gina lo advirtió de inmediato. Lamentó
:
realmente que se hubiera terminado el amor. Era un gran hombre. Bueno al
derecho y al revés.
¿Qué sucedía con su hijo? ¿Por qué estaba tan enojado con ella? ¿Debía
llamarlo? No tuvo deseos de una discusión. Leyó un rato, caminó por el free
shop y casi sin darse cuenta, estaba ubicada en el asiento del avión.
Una hora después arribó al aeropuerto Alejandro Velasco Astete. Hizo los
trámites en migraciones, y salió con su equipaje. Entre la gente que buscaba
pasajeros, alcanzó a leer un cartel con su nombre mal escrito de puño y letra
“Gina Ribera”.
–Es el mal de altura. ¿No va a decirme que no sabía eso cuando decidió
venir? –seguía sonriendo–. Es hasta que se acostumbre.
–Permiso –dijo. Con cuidado le sostuvo la frente con su mano mientras con la
otra apoyada en su espalda la equilibraba.
–En realidad no hay una “cura”. Podría descender de nuevo a una elevación
normal. Pero la mayoría de los turistas llegan a su hostal, descansan, beben
un mate de coca, y progresivamente se van adaptando. No hay modo de
llegar a Machu Picchu sino a través de Cuzco. Los vuelos aterrizan aquí y los
autobuses de Lima se detienen aquí también. Yo no soy un médico, pero
créame, se sentirá mejor y deseará regresar después de que conozca mi bella
tierra.
–Lo dudo –dijo en voz muy baja. Recordó a Paul y a todos sus ancestros en
diferentes idiomas. ¿Por qué la hacía pasar por esa experiencia? Si hubiera
estado en condiciones de tomar su celular, le hubiera enviado un audio, pero
no podía mover la cabeza.
–¡Hemos llegado! ¿Ha visto que está mejor? –dijo contento–. Ya no vomita
usted –Gina estaba completamente mareada–. La ayudaré con el equipaje.
Como pudo miró hacia la entrada del hospedaje. No había hotel. Era una
suerte de casa colonial. “Casa de la Gringa Hostel, calle Tandapata N°148”
creyó leer. No le produjo gran entusiasmo, pero pensó que solo quería darse
un baño y recostarse un rato.
–Tal vez no ahora, pero es para que sepa dónde está ubicado.
–Perdón, no le comprendo.
–Sí. Su amigo dijo que una habitación triple estaba bien. Hay una cuarta
cama. Tenemos de seis si desea –ofreció–. Es más económico.
–La acompaño.
Para su sorpresa la habitación era muy bonita. Una pared rosa con una
ventana colonial a la calle, les daba un aspecto juvenil a las tres camas que se
apoyaban sobre ella. Había una cuarta ubicada perpendicularmente. Los
edredones eran lisos color marfil con un detalle de flores del mismo color
rosa fuerte de la pared y verde a la altura de los pies y en la almohada. Sobre
:
cada una había un juego de toallas de color turquesa. Un cuadro de una
mujer peruana con ropa típica adornaba la pared. Un mueble de madera. Una
cortina color lila y un único armario. Lo abrió. Había ropa y diferentes
objetos como secador de cabello, perfumes, bolsos y pequeños paquetes con
artesanías del lugar.
–Te mataría si no te quisiera tanto. ¿Te has vuelto loco? ¿Una habitación
compartida sin baño privado? ¿Mal de altura? ¿Por qué no me has avisado?
Me siento fatal. Tengo cada síntoma y vomité en el camino, mientras el chofer
me sostenía la cabeza.
–Por supuesto. Bebe mucha agua y mate de coca. Descansa y luego sal a
caminar, pero sin hacer esfuerzos.
–¿Mate de coca?
:
– Sí. Es una tradición milenaria de los incas que está relacionada con la hoja
de coca. En Cuzco te lo ofrecen para aclimatarte y evitar el soroche. No es
otra cosa más que una infusión de hojas de coca.
–¿Aventura?
–Lo sé.
–¡Basta! Ni lo vi. ¿Te dije que casi vomité en sus pies? ¡Pobre hombre!
–¡Hola!
–¡Hola!
Gina pensó que en ese país aprendería a dar de otro modo y a saber recibir, a
ofrecer y a aceptar a las personas. Sin prejuicios. Siempre que su cuerpo
resistiera la altura.
Ir a la siguiente página
: