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capítulo 14
Hermanos
Aunque eres diferente de mí, hermano mío,
Antoine de Saint-Exupéry
Isabella extrañaba a Gina aunque recién hubiera partido. Sabía que su madre
era su amparo. Agradecía poder hablar con ella sin reservas y que siempre
tenía un consejo para darle sin juzgarla. Muchas veces le había dicho que
quería hijos felices y libres de tomar decisiones. Que solo intervendría cuando
le pidieran que lo hiciera o en las oportunidades en las que amenazaba un
error, solo para advertirlo, pero si tenían que equivocarse permitiría que eso
sucediera. Quizá, su matrimonio era una de esas equivocaciones.
Luciano era bueno, pero muy posesivo. En verdad, Isabella pensaba que se
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habían casado por amor y gratitud, pero también porque en ese momento le
habían propuesto un trabajo en la revista en la sede de Nueva York y Luciano
había encontrado el modo de entusiasmarla con la familia y de que lo
rechazara. Nunca le había pedido que lo hiciera, pero en los hechos esa había
sido la consecuencia directa. En aquel momento, algo más de un año atrás,
Gina le había dicho que lo pensara muy bien, que era una gran oportunidad.
Su padre le había sugerido que aceptara el trabajo por un tiempo y que si el
amor era verdadero, el matrimonio ocurriría de todas formas. Sin embargo,
Luciano había sido más hábil. El pasado pesaba en su favor. El amor y cierto
romanticismo la habían inducido a elegirlo.
Andrés era su hermano del medio, se llevaban apenas un año y eran muy
compañeros. Se contaban sus cosas y se aconsejaban. Él no quería para nada
a Luciano, pero lo trataba con respeto porque su hermana lo había elegido.
No le parecía auténtico y tenía la sensación de que su hermana se postergaba
a su lado. Cada vez brillaba menos. Eso era un hecho.
Esa tarde Isabella lo llamó, estaría sola y le pidió que pasara por su casa
cuando terminara de trabajar.
–Tengo un atraso. Antes de que digas algo, tienes que saber que no estoy
contenta –comenzó a decir.
Lejos de la reacción habitual de quien se entera que podría ser tío, Andrés
mostraba preocupación en su expresión.
–No. No entiendes. Por supuesto que los cuidaría, como hizo mamá con
nosotros, pero él pretende que deje de trabajar. Yo no quiero eso. Me gusta la
revista y escribir mi columna –dijo refiriéndose a la sección dedicada a la
mujer que cada semana se publicaba, además de su tarea periodística.
–Es que eres el hombre perfecto –dijo con ternura. Lo admiraba. Su visión de
la realidad era tan simple que solía decir que su hermano la había
entendido–. Tú entiendes la vida. Josefina tiene mucha suerte.
–¡La verdad es que sí! –dijo con humor para inclinar la conversación hacia
una zona no tan tensa.
–Sí, le conté antes de que se fuera. Ella fue muy prudente. Dijo que tenía que
esperar, que posiblemente fueran mis nervios los que ocasionaban el atraso.
Que tenía que hablar con Luciano. No entiende que no es fácil…
–Yo tampoco entiendo eso. El diálogo es lo que hace más fuerte a una pareja,
más que el sexo o todo lo demás. Jose y yo, hablamos todo.
–Somos del mismo mundo que tú y tu esposo, solo que yo no soy egoísta y
ella no duda tanto al momento de darse cuenta de que algo no le gusta.
–Entendí. Sé que soy insegura. Que no tomo decisiones. Que estoy triste.
–No eres insegura. Luciano te hizo así. Desde que te casaste, estás cada vez
peor. Dependiente de él, de lo que diga, de lo que piense, de lo que desee.
Sus planes son el centro de tus proyectos. ¿Dónde quedaron los tuyos? Solías
ser alegre y divertida. Disfrutabas la vida tanto como yo. Ahora, siento que te
estás apagando a la sombra de este matrimonio. No sé cuánto lo amas, pero
debe ser mucho –agregó.
–Bueno, solo tú puedes encontrarte. Y tienes que hacerlo. ¿Quieres que vaya
a comprar el test?
–Tengo miedo.
–Está bien.
Negativo.
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