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Capítulo 10

La técnica clínica en el abordaje de las competencias


parentales

En este capítulo, desarrollaremos en profundidad las diversas


dimensiones y matices de la técnica clínica del profesional que trabaja
enfocado en la promoción, restitución, fortalecimiento o recuperación de las
competencias parentales, desde el enfoque ecológico-relacional que organiza
todo este libro.
La intervención exige una posición teórica y ética del profesional.
Proponemos un enfoque ecológico-relacional, que tiene como pilares la teoría
del apego (Bowlby, 1969, 1982; Cassidy & Shaver, 2016; Cortina & Marrone,
2017; Wolfberg & Marrone, 2021), la teoría de la parentalidad positiva
(Barudy & Dantagnan, 2005, 2010; Rodrigo, 2009; Rodrigo et al., 2015;
Rodrigo & Callejas, 2021), la teoría ecológica del desarrollo humano
(Bronfenbrenner, 1979; Bronfenbrenner & Evans, 2000) y la teoría de la
resiliencia humana (Cyrulnik, 2002; Walsh, 2004; Delage, 2010). La
integración de estos marcos de referencia -aun cuando comparten principios
epistemológicos y meta-teóricos de alta congruencia- supone una tarea de
cierta dificultad, pero el mayor desafío desde mi experiencia ha sido siempre
la integración de toda esta teoría y metodologías de trabajo a la persona del
profesional que interviene, la coherencia personal en conexión con los
principios y enfoques declarados (Daskal, 2017; Casas, 2021). Y es en estos
dos niveles de integración (integración teórica e integración personal) que se
juega gran parte del efecto positivo que esta forma de trabajo puede generar
(Lundhal, Nimer & Parsons, 2006; Kaminski et al., 2008; Chen & Chan, 2016;
Leijten et al., 2019).

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NOTA: este documento es parte de un libro en prensa: “Las Competencias Parentales:
un enfoque ecológico-relacional”, del Dr. Esteban Gómez Muzzio
(esteban.gomez@americaporlainfancia.com), a publicarse en Editorial Psimática,
España. Prohibida totalmente su reproducción o difusión total o parcial. Este texto es
exclusivamente material de apoyo del curso “La técnica clínica de la psicoterapia
parental” Academia FAI.
El enfoque ecológico-relacional

Optar por un enfoque "ecológico-relacional" implica evaluar y


abordar varios niveles o dominios que se hacen presentes cada vez que
trabajamos en la promoción, restitución, fortalecimiento o recuperación de las
competencias parentales. Bronfenbrenner nos invitó a pensar siempre desde la
neurona a la cultura (véase el capítulo 1), y eso trae importantes implicancias
para el abordaje profesional en este campo.
En primer lugar, un enfoque ecológico-relacional nos llama a
considerar el cuerpo de cada participante en la intervención, el cuerpo y su
narrativa vincular, aprendiendo a conocer y reconocer la voz del cuerpo y la
historia relacional que nos cuenta. Los cuerpos, las voces y miradas, los
silencios y desplazamientos, las distancias relativas y las tensiones y
derrumbes que esos cuerpos experimentan y que podemos observar sesión a
sesión, han sido ampliamente ignorados en la literatura sobre intervención en
competencias parentales, como si la crianza y la vida familiar no se jugara en
una danza entre cuerpos que se maltratan o se cuidan, se reconocen o ignoran,
se acarician o violentan. Como veremos más adelante, la técnica de
intervención profesional debe considerar el lenguaje de los cuerpos, su
contribución al éxito o fracaso de una sesión, su apertura condicionante de la
escucha y reflexión, o bien el bloqueo, disociación y angustia que paraliza y
entorpece el avance en las maniobras profesionales de intervención. Existe una
biología de la intervención en competencias parentales que fija un punto de
partida -por ejemplo, en las hormonas de estrés circulantes en un momento
dado, que impiden la escucha reflexiva de las preguntas que el terapeuta
formula-, pero también refleja una evolución a lo largo del proceso cuando éste
es exitoso -por ejemplo, en la conformación de nuevas redes neurales, en la
transformación de determinadas estructuras cerebrales claves para la salud
mental y la crianza bientratante como el hipocampo, la ínsula o la amígdala
(Swain et al., 2007; Butler et al., 2018; Kalsi et al., 2017; Mancke et al., 2018).
Y esta biología forma parte de una mirada ecológica-relacional de la
intervención, pues el primer y más primario nivel de esa ecología, es el
complejo mundo interno que se desarrolla en cada cuerpo con el que tomamos
contacto durante los procesos de intervención profesional.
Trabajar de forma ecológico-relacional implica explorar los modelos
operativos internos de apego y de cuidado que organizan o desorganizan las
interacciones cotidianas en la crianza y la vida familiar, comprendiendo que la
intervención en competencias parentales implica ir más allá de la entrega de
información sobre “prácticas de crianza respetuosa”, hacia una elaboración que
busca integrar la historia de vida, los recuerdos y aprendizajes tempranos, con
las posibilidades actuales observadas en la crianza. En algunos casos, esta
exploración nos conducirá hacia territorios personales de mucho sufrimiento,
descubriendo historias de trauma complejo en los padres, madres y
cuidadores/as con quienes trabajamos, frente a las cuales el profesional se verá
conminado a sostener y acompañar ese viaje doloroso, aportando
conversaciones transformadoras, integradoras de luces y sombras, que
permitan mayor plasticidad en la figura parental y en el sistema de
coparentalidad, restaurando la confianza relacional que habitualmente ha sido
destrozada por la violencia en los sistemas familiares.
Un enfoque ecológico-relacional invita a trabajar centrado en los
sistemas de apego, de las figuras parentales y de los niños/as y adolescentes a
su cuidado, con especial foco en la seguridad emocional, la organización de la
experiencia y la presencia disponible que se observa en mayor o menor medida
en todas las relaciones dentro de cada sistema familiar. Trabajar desde la teoría
del apego aporta una enorme riqueza teórica, conceptual y práctica al
profesional (véase Di Bartolo, 2016; Cortina y Marrone, 2017; Wolfberg &
Marrone, 2021), que nos permite el diseño de intervenciones sensibles no solo
a las dinámicas relacionales en el presente, sino también a su inscripción en
una historia vincular que les da un sentido y permite al profesional una mayor
sensibilidad con cada participante del sistema familiar. Pero trabajar desde la
teoría del apego no solo orienta la mirada del profesional hacia el sistema
familiar, sino también de vuelta hacia sí mismo/a, hacia su propio mundo
interno, en un camino de auto-conocimiento que le invita a explorar su propia
historia de apego y conservar una especial sensibilidad a las múltiples formas
en que la historia de apego del sistema consultante y cada persona con la que
toma contacto, interpela, resuena y se entrelaza con la historia de apego del/la
terapeuta (Bowlby, 1982, Cortina & Marrone, 2017).
Por supuesto, trabajar desde este enfoque incluye un énfasis central
en la parentalidad, con foco en las competencias parentales vinculares,
formativas, protectoras y reflexivas, y los dominios de lo Heredado, lo Vivido
y lo Soñado en la constelación representacional de la parentalidad (Gómez,
2021). Es importante que el profesional que trabaja desde este enfoque sepa
diferenciar cuándo está trabajando en el sistema de apego de los padres, y
cuándo se trata del sistema de cuidado, pues las competencias parentales, como
se ha señalado en varias oportunidades a lo largo de este libro, forman parte
del sistema de cuidado (Bowlby, 1982; Solomon & George, 2011), no del
sistema de apego, y sus lógicas relacionales son complementarias, pero
diferentes entre sí (Bowlby, 1982).
Al trabajar competencias parentales desde un enfoque ecológico-
relacional, nos inscribimos automáticamente en la corriente denominada
parentalidad positiva (Rodrigo et al., 2015), por cuanto este enfoque de
políticas públicas se define desde el inicio como una forma ecológica de
comprender e intervenir en parentalidad y desarrollo familiar, que va más allá
de la intervención individual, para considerar múltiples niveles articulados y
coherentes de acción:

… es importante que se apoye a las figuras parentales en varios


frentes: (a) facilitarles información, orientación y espacios de
reflexión sobre su propio modelo educativo familiar; (b) darles tiempo
para sí mismos y para compartir en familia, mediante políticas de
conciliación entre la vida personal, familiar y laboral; (c) promover la
confianza en las propias capacidades parentales de modo que
obtengan satisfacción con la tarea de ser padres y madres; y (d)
proporcionarles apoyos sociales para superar dificultades y reducir el
estrés parental y familiar que suele ir asociado a pautas educativas
inadecuadas (Rodrigo & Callejas, 2021, p. 14).

Así, las competencias parentales son el foco de nuestro trabajo, pero


previene que seamos devorados por una mirada individualista y desconectada
del contexto ecológico, relacional e institucional en que la crianza se hace
posible (o imposible). El modelo de competencias parentales expuesto en la
primera parte de este libro se convierte en un mapa de navegación para el
profesional en su intervención, tanto evaluativa como transformadora,
permitiendo identificar qué componente(s) y en qué orden será necesario
abordar. La segunda parte de este libro aporta conocimientos, reflexiones,
principios, herramientas, instrumentos y metodologías para llevar a la práctica
la teoría.
Más allá del trabajo con cada persona, este enfoque nos invita a
dirigirnos hacia las dinámicas de organización y comunicación en el sistema
familiar, con especial cuidado a los procesos de desorganización, roles, rutinas,
juego, límites, claridad comunicacional, respeto y buenos tratos en la
comunicación y reparación de las rupturas comunicacionales cuando ocurran.
Para el profesional que decida trabajar de esta manera, será necesario estudiar
fundamentos de terapia familiar, las ideas y herramientas que nos han legado
grandes terapeutas familiares como Salvador Minuchin, Virginia Satir, Juan
Luis Linares, Froma Walsh o Michel Delage entre otros; la terapia familiar
tiene una larga tradición ligada a investigación que ha permitido sistematizar
conocimiento respecto a cuáles maniobras terapéuticas obtienen mejores
resultados en diversas configuraciones y problemáticas familiares, y de esta
forma ofrecen una amplia gama de recursos técnicos y teóricos para fortalecer
el diseño de dispositivos de intervención en competencias parentales (Navarro
Góngora, 1992; Walsh, 2004; Minuchin, 2001; Delage, 2010; Linares, 2012;
Casas, 2021).
Finalmente, un enfoque de esta naturaleza abordará la ecología de la
crianza, atendiendo a la conexión o desconexión del sistema familiar con la
comunidad, las instituciones, la sobreintervencion y estigmatización, el acceso
a recursos y la co-parentalidad cuando haga falta. Cada uno de estos temas es
complementario del foco en parentalidad y apego que organiza la intervención
del profesional, pero al decir complementario no decimos menos importante,
sino que queremos subrayar que los alcances y posibilidades de esa
intervención se sostendrán sobre el andamiaje ecológico-institucional que la
familia disponga y/o seamos capaces de articular más allá del manejo de caso.
Evidentemente, la responsabilidad última por la densidad, articulación,
oportunidad y calidad de los recursos mesosistémicos y macrosistémicos que
podamos movilizar, no radica en el profesional-individuo, sino en una
Comunidad Sensible que crece y se fortalece en el territorio o por el contrario
se fragmenta, empobrece y desarticula, impactando siempre los recursos
complementarios disponibles para el logro de los objetivos trazados (por
ejemplo, en ámbitos trascendentales como la salud mental o el empleo).
Parado sobre este entramado, el profesional que interviene desde este
enfoque en competencias parentales tendrá el desafío de dominar no solo la
teoría, sino también una serie de prácticas y posicionamientos que trazan rutas
de mayor coherencia epistémica, teórica, metodológica y ética en su trabajo. A
continuación, revisaremos los principios generales que se desprenden del
enfoque para organizar la intervención.

Principios generales de la intervención en competencias parentales

Los principios generales para el trabajo del profesional y/o terapeuta


tienen que ver con su formación constante y actualizada en modelos de
evaluación e intervención en competencias parentales, así como un importante
trabajo personal para conocerse a sí mismo/a, sanar su propia historia para
poder acompañar la historia traumática del otro (Daskal, 2017; Casas, 2021).
Trabajar en competencias parentales, apego, desarrollo y salud mental infantil
y adolescente es un área de alta complejidad, que cruza muchas otras temáticas
y entrelaza desafíos que exigen al profesional no solo dominio conceptual sino
entereza personal. Al trabajar con una familia, las voces de su historia
interpelan a las voces de la propia historia personal del profesional (Casas,
2021), al punto que puede no resultar suficiente los recursos disponibles,
requiriendo la búsqueda de nuevos conocimientos, trabajo personal y
supervisión clínica reflexiva para destrabar procesos que no avanzan en la
dirección esperada.
El terapeuta en su trabajo debe ser riguroso y exhaustivo, para poder
comprender las características personales, relacionales, biográficas, y socio-
culturales de la persona o sistema familiar que intenta ayudar. No debiese
improvisarse en un tema tan delicado como éste. No debe confundirse la
flexibilidad o plasticidad del terapeuta, con llegar poco preparado, confundido,
sin objetivos claros y olvidando la historia de la persona y/o la familia con la
que ese profesional va a intervenir. La rigurosidad es necesaria en este campo,
muchas veces desprestigiado por profesionales mal preparados, sin
conocimientos o inexpertos que suponen que solo por haber vivido, o haber
buscado en internet algunas ideas, ya saben lo que se necesita para intervenir.
El primer acto de respeto hacia los niños y familias con quienes trabajamos es
el rigor profesional en nuestra intervención.
Desde este enfoque, es importante que el terapeuta tome conciencia
de su posición como figura de apego transitoria, aceptando las necesidades de
contención, regulación, mentalización, organización de la experiencia,
disponibilidad y persistencia en el tiempo que cada persona tiene respecto al
terapeuta, quien opera como una figura de apego durante el proceso terapéutico
o la intervención psicosocial. Esto no implica reemplazar a los padres, ni
ofrecerse como bastón de un sistema familiar fragmentado por el resto de su
trayectoria vital. La clave está en comprender las necesidades de apego que
cargan niños y adultos en un sistema familiar, y en vez de luchar contra éstas,
en aras de una supuesta neutralidad, distancia y objetividad profesional,
aceptarlas ofreciendo una disponibilidad transitoria, necesaria para sostener
un proceso de crecimiento y resiliencia parental y familiar que los habilite a
encontrar esos recursos dentro del propio sistema familiar y en su ecología de
la crianza.
Un elemento central de este enfoque ecológico-relacional es respetar
el principio de la “conexión sistémica” del profesional que interviene, lo que
implica trabajar conectado con otros, en red, en sistemas de ayuda y
acompañamiento. Precisamente para poder cuidar-se y evitar los riesgos éticos
ligados al desgaste profesional, para poder ser riguroso y exhaustivo en la
intervención, y para poder operar como una figura de apego transitoria, el
profesional necesita a su vez de una tribu que le sostenga, una comunidad
sensible con sus necesidades de contención, supervisión, coordinación, trabajo
en equipo y regulación en momentos de estrés profesional o personal para que
la intervención con estándar ético que buscamos, sea posible. Es en esta última
dimensión, del cuidado del profesional que interviene, que profundizamos en
el siguiente apartado.

La persona del terapeuta o profesional que interviene

La principal herramienta de intervención del modelo ecológico-


relacional ODISEA es el terapeuta. La persona del terapeuta, la persona del
profesional es clave en el logro de los resultados esperados, requiriendo una
actitud de acogida y aceptación incondicional del otro como legítimo otro
(homenaje en esta frase a Carl Rogers y Humberto Maturana). Su posición
debe ser clara durante todo el proceso: no está aquí para juzgar, ni criticar, sino
que para acompañar, empatizar, cuidar y mentalizar la experiencia emocional
de la familia que participa en la intervención en el marco de una relación
genuina (Daskal, 2017; Casas, 2021). Solo así podrá constituirse en una Base
Segura desde la cual la familia pueda explorar nuevas posibilidades, y un
Refugio Seguro ante el sufrimiento que este camino de revisión, exploración y
cambio puede activar (Bowlby, 1982).
La persona del profesional va mucho más allá de la simple técnica
clínica. Incluye su voz, su mirada, su manera de actuar, su ritmo, sus preguntas,
sus reflexiones, su forma de abordar la problemática del sistema familiar, su
estilo relacional, su forma de procesar y gestionar los conflictos emocionales
que aparezcan entre los miembros de la familia, su manera de reaccionar ante
el dolor, el trauma, las pérdidas, la desilusión, la crítica, la rabia, el cansancio
o la idealización. Ana María Daskal (2017, p. 45) nos ofrece un listado de
aspectos a considerar cuando hablamos de la persona del terapeuta, como un
recipiente donde confluyen: (a) la propia biografía; (b) las similitudes con las
vicisitudes de la vida de sus pacientes; (c) los sentimientos y vivencias en el
trabajo; (d) los valores, ideas, y creencias que pueden colisionar con las de sus
pacientes; (e) los mandatos recibidos en su formación; (f) las contradicciones
entre su capacitación específica y las posibilidades de aplicación del
conocimiento; (g) las características de su personalidad y su estilo de trabajo;
(h) los conocimientos teórico-técnicos; (i) la ética personal; (j) las presiones de
las instituciones a las que pertenece; (k) sus necesidades versus las de sus
pacientes; (l) el ritmo de trabajo y/o carga laboral; (ll) la espiritualidad. Todos
estos son ingredientes de la persona del profesional que interviene, van más
allá de los conceptos teóricos, o de los procedimientos metodológicos o
técnicos en sí mismos, y suponen un esfuerzo de integración del aprendizaje
formal con la propia historia de vida, la autobiografía y el Sí Mismo del
profesional.
Pero ¿qué es lo que decimos cuando decimos “la persona del
profesional”? ¿cuál de todos los aspectos de la persona estamos relevando
como importante para la intervención en competencias parentales? Aquí,
principalmente hablaremos del propio sistema de apego del terapeuta, los
modelos operativos internos que durante su historia de vida fue construyendo
esa profesional, las pautas del sistema familiar de origen del terapeuta (Casas,
2021) y que hoy se ponen en juego en la sesión al hablar de crianza,
competencias parentales, cuidado, respuesta. Pues la historia del padre o la
madre con quien trabajo genera resonancias en la historia del profesional que
interviene, no es viable ni saludable la tradicional petición de practicar una
“disociación instrumental” que permita la “objetividad” y “neutralidad” en la
intervención (Daskal, 2017). Los temas más delicados que trae a intervención
un sistema familiar pueden activar puntos de anclaje en los temas más
delicados de la persona que se ubica en el rol de profesional a cargo de la
intervención. Lo importante de entender en esto, es que al intervenir como
profesional, no puede disociarse lo que se piensa, siente o actúa, de lo que
piensa, siente o actúa la persona del profesional (y si aun así se intenta, esa
disociación trae aparejado un costo muchas invisible, pero terrible a largo
plazo). Y todo esto se encuentra atravesado por lo que Harry Aponte (1985)
define como el sistema de valores del terapeuta:

Dado que este sistema valórico es constituyente de nuestras


personas, es necesario que los terapeutas sean conscientes de estos
aspectos de sí mismos y no traten de evitarlos, ocultarlos o
controlarlos, sino de incluirlos como parte de la relativización de su
mirada y del rechazo a la idea de una única concepción del problema
(Daskal, 2017, p. 41).

Esto nos remite al concepto de Self que revisamos en la parte I de este


libro, en tanto proceso organizador de la experiencia. Y es que en cada sesión
se produce un entramado experiencial plagado de mensajes de distinto orden,
modo y nivel. La información nos llega por diversos canales sensoriales y es
el Self el proceso encargado de elaborar toda esa información y organizarla de
una forma que sea apropiada a la posición profesional que hemos adoptado en
ese intercambio. Se trata entonces de una persona-profesional que intenta
organizar sus propios pensamientos, emociones y conductas gatillados por la
información que está recibiendo del sistema familiar, desde un cierto “saber-
hacer” propio del rol que está desempeñando, y no de otros roles posibles para
esa persona. A veces, los profesionales confunden su rol, y cruzan límites que
perjudican la intervención, ubicándose como hijos de esos padres (por ejemplo,
un hijo vengativo), como padres de esos padres o como una hija parentalizada,
como salvador, juez o amigo/a. Todos estos roles son posibilidades legítimas
del self en tanto persona fuera del rol y el espacio profesional, pero dentro del
espacio y del rol profesional, implican confusiones que pueden producir mucho
daño tanto al sistema familiar como al propio terapeuta, llegando incluso a
transgredir el código de ética de la profesión. Por esto es tan importante la
formación del sí mismo profesional integrando su persona, su familia de
origen, su historia de vida, su historia de apego, trauma y resiliencia sea por la
vida del constante estudio y reflexión, de la psicoterapia personal y/o de la
supervisión reflexiva cuando haga falta. Y por todo lo anterior, es fundamental
que los profesionales en formación comprendan esta valiosa lección:

Que sus personas son la herramienta por excelencia de su trabajo


y que, por lo tanto, escucharse, saber interpretar señales que
sienten durante las sesiones y poder incluir datos de su propia
experiencia de vida o del momento de la sesión, lejos de ser una
peligrosa “confesión contratransferencial”, son recursos altamente
útiles para el proceso psicoterapéutico, cuando se aprende a
usarlos. (Daskal, 2017, p. 46).

Ajustarse al contexto de intervención

Trabajar las competencias parentales desde un enfoque ecológico-


relacional implica un esfuerzo por comprender e integrar la ecología en que la
intervención se desarrolla (Rodrigo & Callejas, 2021). El rol del profesional
debe ajustarse primero al contexto laboral, institucional y cultural en que el
modelo ODISEA se implemente. Esto supone que el profesional comprenda
los alcances, posibilidades y limitaciones de dicho contexto. Será muy distinto
implementar el modelo ODISEA de video-feedback o el dispositivo
terapéutico de parentalidad en una residencia de protección especializada para
el logro de una reunificación familiar, que en un centro de salud familiar para
mejorar el vínculo post-parto, o en una consulta particular para intervenir en
un caso de trastorno conductual, vínculo post-adopción o trauma complejo. La
implementación de cualquiera de las metodologías de intervención revisadas
en el capítulo 9 deberá ajustar su diseño básico (por ejemplo, considerando
más sesiones o gestiones y coordinaciones adicionales) según la combinación
de estas variables.
La intervención profesional, especialmente cuando se trata de familias
multiproblemáticas o en multi-estrés y trauma complejo, debe analizar
previamente el contexto en que esa intervención tiene lugar, clarificando sus
objetivos, recursos y limitaciones a la acción profesional (Vega, 1997). Por
ejemplo, el contexto de una evaluación pericial implica una serie de
restricciones (Budd, 2005) que el contexto de psicoterapia no tiene, y será muy
diferente intervenir en modo de consejería acotada desde un Centro de Salud
Familiar como los CESFAM en Chile, que en modo de talleres grupales en
Centros de Desarrollo Infantil Temprano como los CAIF en Uruguay. Pero
ajustarse al contexto no implica solamente reflexionar sobre cuál es esa
ecología desde la cual se despliega mi accionar, sino que invita a una reflexión
mucho más profunda y amplia, que toca a otros responsables que, con sus
decisiones, afectan los resultados últimos de esa intervención.
Existe una especie de mandato en nuestra cultura laboral que presiona
a los profesionales que trabajamos en estos temas a “dar hasta que duela”, una
especie de ética de la auto-explotación, muy coherente con la sociedad del
rendimiento que piensa y denuncia Byung-Chul Han (2012; 2015). En esa
cultura de la auto-explotación, del “querer es poder”, se piensa el éxito de las
intervenciones profesionales ligadas a las buenas o malas prácticas del
profesional, a la motivación o desmotivación, al compromiso o abandono de
un individuo con “sus casos”. En esta forma de entender nuestro trabajo, los
“fracasos” de la acción terapéutica o psicosocial en competencias parentales se
vinculan siempre a un profesional que “no se entregó lo suficiente” o que no
rindió como se esperaba. Y aunque en muchas ocasiones pueda ser cierto, esos
análisis casi nunca incorporan las dimensiones institucionales, estructurales y
sociales que moldean y determinan en gran medida los alcances de la acción
profesional.
Trabajar como propone el modelo ODISEA implica ciertas
condiciones estructurales mínimas, siendo la más fundamental la cantidad de
casos por profesional. Hoy sabemos que existen ciertos coeficientes técnicos
(casos por profesional) según el nivel de complejidad en que se interviene,
desde las intervenciones en casos de graves vulneraciones de derechos de la
niñez (maltrato grave, abuso sexual infantil), trauma complejo y familias
multiproblemáticas o multiestresadas en que no se debiese superar los 6 a 10
casos por profesional, programas centrados en diagnóstico que no debiesen
superar los 12 casos por profesional, pasando por modelos de mediana
complejidad que resisten hasta 16-17 casos por profesional, hasta modelos de
baja complejidad más cercanos a lo preventivo-promocional que resisten una
carga de 25 o más familias por profesional dependiendo del tipo de
intervención, frecuencia de contacto, dispersión territorial, complejidad de la
problemática, recursos comunitarios disponibles, entre otras variables
(Dagenais et al., 2004; Tamatani, Engel & Spieldness, 2009; Al et al., 2012;
Richard, Monroe & Garand, 2019; Kim et al., 2019). Pero más allá del
coeficiente técnico, trabajar de esta forma implica condiciones de sueldos
dignos, formación y capacitación constante, espacios de supervisión reflexiva
y cuidado de los profesionales, modelos de evaluación e intervención
informados por evidencia científica, claros y bien diseñados, una cultura de
continuo aprendizaje institucional, reconocimiento de logros pequeños y
grandes, respetos y buenos tratos en el clima laboral, redes de trabajo articulado
en el territorio, financiamientos apropiados para todas las prestaciones exigidas
en cada modelo de intervención, limitar la carga administrativa y de registros
de información para privilegiar los tiempos destinados a la intervención
directa, la planificación y/o la supervisión de casos, entre otros pilares de buena
práctica profesional (Bize, Contreras & Teitelboim, 2014; Rodrigo & Callejas,
2021) que permiten a cada profesional hacer bien su trabajo dentro de una
Comunidad Sensible, una Comunidad de Buenos Tratos que lo facilita y
promueve.

Acciones y gestiones prácticas que sostienen la intervención

El rol del profesional que implementa este modelo implica


necesariamente interiorizarse previo a iniciar su trabajo del historial de la
familia y toda información relevante que ayude a conducir una mejor sesión de
trabajo. Por ejemplo, en un caso de reunificación familiar debe siempre
chequearse que no haya indicadores o sospecha de abuso sexual por parte del
adulto con quien se vaya a proponer una interacción lúdica como parte de un
plan de mejoramiento de sus competencias parentales. También debe revisarse
la información y conclusiones de los procesos de evaluación, incluyendo los
realizados por el propio terapeuta como fase preparatoria de la intervención en
curso. En algunos casos, puede ser necesario llamar o entrevistarse con el
profesional/es que realizaron evaluaciones o intervenciones previas, con el
objetivo de calibrar mejor los objetivos a abordar y las estrategias a utilizar en
el proceso. Esta articulación reflexiva, que busca evitar la sobreintervención,
la repetición que desgasta hasta la fragmentación al sistema familiar,
provocando la disolución de los procesos familiares (Colapinto, 1995) se torna
aún más relevante cuando trabajamos con familias multiproblemáticas, con
trauma complejo y en riesgo psicosocial (Gómez, Muñoz & Haz, 2007).
Como parte de su compromiso con sostener la arquitectura del
proceso de cambio, el profesional que trabaja desde este modelo considera
importante recordar a la familia las citaciones, porque debe tomarse en cuenta
que las familias, particularmente aquellas denominadas “familias multi-
problemáticas”, suelen tener muchas otras preocupaciones, exigencias y
compromisos, en muchos casos por sobre-intervención (Gómez, Muñoz &
Haz, 2007), y la intervención ODISEA puede no estar dentro de sus mayores
prioridades. Por eso, es importante que el profesional recuerde la citación, día,
horario, lugar y relevancia, aportando al proceso de involucramiento y
adherencia de la familia.
Asimismo, en concordancia con el principio general de rigurosidad y
exhaustividad, es importante dedicar tiempo a preparar cada uno de los
materiales, espacios e insumos necesarios para que cada sesión se ejecute
correctamente. Si el profesional trabaja en dupla (lo que es altamente
recomendado, especialmente en contextos de mayor complejidad), debe
contemplar tiempos para la coordinación previa a la intervención y tiempos
para la evaluación de proceso y análisis de los ajustes necesarios post sesión
con su co-terapeuta. La experiencia implementando el taller de competencias
parentales “Crianza Positiva” en Uruguay (véase capítulo 9), mostró lo
importante que era el tiempo destinado a preparar adecuadamente todos los
aspectos necesarios para su correcta implementación: lo dijeron los
profesionales y lo destacaron las familias. Planificar lo que se va a realizar es
una buena práctica profesional cuando se trabaja en competencias parentales,
particularmente con casos de mayor complejidad o de sistemas familiares
multi-estresados, es un aspecto que reduce la carga mental para los
profesionales y es una cualidad que organiza la experiencia de las familias en
la intervención, asociándose a mejores resultados. Manuales detallados “paso-
a-paso” como los que hemos venido diseñando y ofreciendo en distintas
publicaciones ((Figueroa et al., 2017; Gómez, 2017b; Gómez & Maureira,
2017; Gómez, Maureira & Di Bartolo, manuscrito no publicado; Gómez &
Salvo, 2021) son un valioso aporte, pero no eximen al profesional de su rol en
la preparación y planificación de su trabajo.

Sobre la alianza de trabajo

La alianza terapéutica o alianza de trabajo tiene por objetivo principal


promover la motivación, participación y compromiso de los cuidadores
respecto al proceso de intervención en competencias parentales. Será
fundamental construir confianzas y que los padres o cuidadores nos consideren
aliados (colaboradores) de su proceso de aprendizaje. Para ello será de gran
relevancia el trabajo en la persona del terapeuta (Daskal, 2017; Casas, 2021),
ya que es quien en primer lugar debe experimentar esta motivación,
compromiso y convicción de su rol como tutor de aprendizaje. Además, es
quien se insertará en este nuevo sistema familiar poniendo en juego su propia
historia, subjetividad, resonancias y despliegue de habilidades de vinculación
afectiva. Este proceso se inicia entonces desde el primer contacto, se construye
durante el proceso de evaluación, y se consolida al iniciar el trabajo clínico.
Una regla básica de la terapia familiar (y en realidad, de toda
intervención familiar) es tomar en cuenta la posición, experiencia emocional y
forma de ver el problema de cada integrante del sistema familiar. Cada uno,
cada una, debe sentirse acogido, escuchado y respetado en el proceso (incluso
aquellos que “nos caen mal”, o que internamente pensamos son "culpables" del
síntoma: vaya a supervisión si siente esto). Es muy importante cuidar las
coaliciones, triangulaciones y reacciones apresuradas, cuidado con dejarse
colonizar por la narrativa del integrante más poderoso, visible, demandante o
"sufriente" del sistema. Porque entonces excluimos información y recursos
potenciales que podrían realmente ayudar al sistema a movilizarse para bien, a
construir una narrativa enriquecida, a sanar heridas psíquicas que producen
recursivamente sufrimiento en sus integrantes, que bloquean el despliegue de
nuevas relaciones, e impiden el crecimiento en la zona de desarrollo próximo
de la parentalidad.
El terapeuta o profesional que interviene con familias debe entrenar
su capacidad de observar reflexiva, amorosa, compasiva y cuidadosamente el
sistema en su conjunto. Esto incluye trabajar con los padres (hombres), incluir
a los padres, escuchar a los padres, respetar a los padres. Si el profesional tiene
problemas para comprender la importancia del padre en el diseño de su
intervención y fácilmente lo excluye con diversas excusas ("¡es que es un
cretino!", "si lo conocieras, es un maltratador", "los abandonó y ahora quiere
aparecer, cuando ni pagaba la pensión de alimentos"), entonces tal vez ese
profesional tenga una herida pendiente con su propio padre que necesita
revisar, explorar, sanar antes de seguir sentándose en la silla de terapeuta
familiar o profesional a cargo de intervenir en competencias parentales. La
terapia familiar y otros formatos de intervención en vínculos familiares y
competencias parentales, inevitablemente nos confrontan con nuestra propia
historia familiar, con cómo fuimos cuidados, amados, escuchados, validados...
o no, y qué somos capaces de hacer hoy en la intervención depende mucho de
qué tan elaborada tenemos esa historia.

Compromiso, credibilidad y buenos tratos, serán los pilares, así como


los principales desafíos a enfrentar, para poder sentar las bases de una sólida
alianza de trabajo al intervenir en competencias parentales.
Respecto al primero de estos pilares, el compromiso, el profesional
debe comprender la complejidad que implica el término Competencias
Parentales y su rol de tutor de aprendizaje en este proceso de intervención en
el cual debe facilitar a los cuidadores la salida de la zona de comodidad o
estancamiento en la que se encuentran, hacia la zona de desarrollo próximo de
la parentalidad, es decir, promoviendo el avance hacia esta zona de desarrollo
potencial a la cual se quiere llegar junto a ellos. El entendimiento de su rol
como tutor de aprendizaje será fundamental en la adquisición de su
compromiso con la familia. Se trata de un compromiso emocional y cognitivo,
afectivo y profesional, nutriéndose la alianza de ambos elementos.
Respecto a la credibilidad, entendemos que solo luego de que el
profesional haya adquirido un real compromiso con su rol hacia la familia, ésta
puede recibir el mensaje de que somos colaboradores de su proceso de cambio,
y que el cambio y la resiliencia parental y familiar son posibles (Walsh, 2004;
Rodrigo, 2009; Delage, 2010). Para ello es de gran relevancia el
reconocimiento del contexto en el cual la familia se desarrolla, valorando sus
características, recursos y fortalezas, pero también reconociendo y respetando
sus dificultades, factores de riesgo y necesidades (Gómez & Kotliarenco,
2010). Es fundamental que se le transmita a la familia de la manera más clara
y didáctica posible cuales son las condiciones, lineamientos, metodología y
objetivos generales detrás de la oportunidad que queremos facilitarles (a esto
lo llamaremos el principio de “transparencia” en la intervención).
Y finalmente, el pilar de Buenos Tratos sostiene la alianza terapéutica.
Los buenos tratos son el pilar fundamental del modelo de crianza y
competencias parentales desde el cual se trabaja, pero a la vez se concibe como
la posición ética que sostiene toda relación entre personas, siendo por tanto
clave en la definición de los parámetros relacionales que estructuran la alianza
del profesional con la familia (Rodríguez, 2016).
Hasta este punto, hemos hablado del enfoque ecológico relacional que
sostiene toda la intervención en competencias parentales, y hemos
profundizado en principios generales de trabajo (formación, rigurosidad, rol
profesional, conexión sistémica), la persona del profesional que interviene, el
ajuste a la ecología de la intervención, las gestiones prácticas que sostienen la
intervención y la alianza de trabajo fundada en el compromiso, credibilidad y
buenos tratos del profesional hacia el sistema familiar; todo lo cual configura
un escenario propicio para la intervención en competencias parentales. A
continuación, dedicaremos los siguientes apartados a desarrollar el arco mismo
de esa intervención, iniciando con la bienvenida y continuando con los
procesos transversales que organizan la intervención.

La bienvenida

Es relevante que el profesional reciba con actitud cálida y acogedora


a la familia. La bienvenida es clave para la creación de una atmósfera propicia.
También es importante explicitar un encuadre de buenos tratos como marco
del trabajo a realizar. Algunas de las reglas a comunicar incluyen: (a) nos
respetamos profundamente unos a otros; (b) nunca criticamos ni
descalificamos la narrativa ni experiencia emocional de los demás; (c) nos
involucramos plenamente en el trabajo de cada sesión, dejando otras
preocupaciones en suspenso hasta finalizar (ej., apagar el celular); (d)
buscamos recursos y fortalezas en nosotros mismos y en los demás, queremos
expandir y consolidar capacidades que nos permitan mejorar en nuestro rol
parental. La bienvenida no es un hito único, es un proceso, y se co-construye
con el sistema familiar hasta que cada integrante se sienta realmente cómodo
y a gusto en el espacio terapéutico, psicosocial o educativo, hasta que perciban
que la invitación al crecimiento y la resiliencia parental y familiar es genuina,
y que cuando se les ofrece ese espacio como su espacio, como un lugar y un
momento de seguridad, protección y confianza, el ofrecimiento es real y
honesto, sin segundas lecturas ni trampas encubiertas. Y para que esto sea así,
pues debe ser realmente así.

Los buenos tratos y el enfoque experiencial en intervención

Desde una posición ética del cuidado por el otro, el profesional busca
promover relaciones positivas, respetuosas y bien-tratantes: el terapeuta
promueve relaciones bien-tratantes durante todas y cada una de las sesiones de
trabajo. Nadie puede ofrecer lo que no recibió en su historia, nadie puede dar
lo que no se le dio, es una idea que hemos venido repitiendo a lo largo de todo
el libro. La intervención en competencias parentales y su técnica clínica, sea
en el formato metodológico que sea, es siempre una oportunidad honesta para
ofrecer aquello que en la historia de esos padres y madres hizo falta. Y si la
meta de toda crianza es poder ofrecer buenos tratos a los hijos e hijas, entonces
la intervención es siempre una oportunidad para los buenos tratos, para
sentirlos, representarlos, narrarlos, compartirlos, y finalmente poder ofrecerlos
en su propia familia. Las personas deben sentirse bien tratadas en cada
pregunta que hacemos, en cada ejercicio que proponemos, en cada contacto e
intercambio de visiones.
Esto nos lleva a apostar por una metodología experiencial en la
intervención en competencias parentales:
Los programas que se sitúan en este modelo, a diferencia del modelo
academicista o técnico, llevan a cabo una reconstrucción del
conocimiento episódico cotidiano en un escenario sociocultural de
encuentro con otros participantes. Esto supone que la tarea principal
que van a realizar los participantes es identificar, reflexionar y
analizar sus propias ideas, sentimientos y acciones en los episodios
de la vida cotidiana. En este modelo se tienen en cuenta las creencias
o ideas previas de los padres y las madres, ya que a partir de estas y
de las situaciones cotidianas, y mediante un proceso inductivo de
construcción del conocimiento cotidiano-experiencial, van a ir
construyendo su conocimiento como un traje a la medida sin seguir
modelos ideales ni dejarse llevar por la deseabilidad social. Por ello
se recomienda el uso de ilustraciones, videoclips, viñetas que
representan los episodios cotidianos y permiten su comprensión
incluso en poblaciones sin alto grado de alfabetización o con escaso
dominio del idioma local (Rodrigo & Callejas, 2021, p. 20).

Hay espacio sin duda para la confrontación, para el cuestionamiento,


para el señalamiento, para la ruptura de las narrativas dominantes, como toda
terapia familiar suele incorporar en algún momento (ej., Minuchin, 2004). Pero
esas maniobras técnicas, en este enfoque, nunca se hacen desde una posición
de simple autoridad o fuerza legal, nunca se intentan desde un marco coactivo,
pues incluso si llegasen a resultar, sería pagando el costo invisible de reforzar
el paradigma de los malos tratos hacia el sistema familiar (Barudy, 1998).
Entonces, es muy importante que el profesional considere que siempre va
primero el buen trato, que la seguridad emocional es anterior a la exploración,
que el respeto y el cuidado de la dignidad del otro anteceden a la técnica clínica,
por necesaria que esta sea.
Sólo cuando los buenos tratos están garantizados, y han sido
experimentados genuinamente por el sistema familiar y parental, podemos
ofrecer maniobras de cuestionamiento y confrontación, siempre tomando el
resguardo de anticipar al otro lo que viene. Por ejemplo, diciendo “no sé si
estás preparada para que conversemos de este tema, no quiero que te sientas
juzgada o atacada en este espacio, por eso tengo dudas sobre si es una buena
idea dar o no dar este paso. Siento que puede ayudarte a ver algo que, hasta
ahora, tal vez no has comprendido, pero puede tener el costo de que duela,
duela mucho. Mi prioridad es cuidarte, con mucho respeto por tu historia y
por quién eres… entonces esto es algo en lo que tenemos que estar de acuerdo,
y si aun te sientes insegura o temerosa con lo que estamos haciendo, puedas
decirme con confianza un “todavía no”, y yo voy a respetar eso, hasta que
realmente puedas pensar sobre estos temas sin tanto dolor”. Y luego, respetar
la decisión de esa madre o padre sobre el momento y su grado de preparación
para abordar temas más difíciles, dolorosos o angustiantes.

Un diálogo honesto, conversaciones transformadoras

Del principio de los buenos tratos se desprende este camino de


intervención. La intervención adopta la forma de un diálogo honesto, con
participación de todos. El terapeuta ODISEA busca activamente construir un
clima de transparencia y honestidad, que permita conversaciones
transformadoras, que nazcan del corazón, sinceras y abiertas. A veces es
necesario ofrecer refuerzo positivo y elogios honestos ante los logros mínimos
pero significativos que cada padre o madre va mostrando en su camino de
crecimiento parental. El terapeuta ODISEA es un compañero de viaje, un guía
que motiva a avanzar en un camino muchas veces difícil y desafiante hacia el
mundo de los buenos tratos. Como parte de su rol, el terapeuta se constituye en
un espejo que refleja la mejor versión del otro, sus fortalezas, aciertos y
posibilidades de crecimiento y sanación en el ámbito de la parentalidad.
Pero no puede quedarse únicamente en el lado luminoso del otro. Ese
será siempre el primer paso, pero no es toda la historia. Pues un enfoque que
realmente trabaje desde la resiliencia humana debe hacer espacio para la luz,
pero también para la sombra, para los recursos, pero también para las
fragilidades, para esa mejor versión del otro, pero también para la peor, y
mostrarle que él o ella es en realidad todas esas posibilidades, y que existen
condiciones que trazan una ruta más probable hacia una u otra dirección. Al
mostrar que en las redes de conversaciones que van entretejiendo los caminos
que adopta la intervención, se permite y alienta la inclusión de todas las
versiones del self parental, que el profesional no se “espanta” cuando el otro
nos muestra su lado más oscuro, que esa madre tiene permitido hablar de su
rabia hacia el hijo, de su cansancio, de su desilusión, de sus duelos, de todo lo
que siente que ha perdido, que ese padre tiene permitido hablar del costo que
trajo a su vida la crianza, de los momentos de gritos y desbordes, de las
constantes discrepancias que tiene con su pareja en la crianza, de las
disonancias que está generando el choque con los cuestionamientos a los roles
tradicionales de género (Sinay, 2007; Bacete, 2019), de cómo siente un enorme
peso que hasta ahora no había podido compartir con nadie, las familias
descubren sorprendidas que pueden hablar honestamente con el profesional, y
esa honestidad se vuelve la piedra angular en la generación de diálogos y
conversaciones transformadoras hacia los buenos tratos en la crianza.

Enriquecer las narrativas, respetar los tiempos

La técnica clínica implica integrar múltiples perspectivas en sus


reflexiones y declaraciones. Al trabajar de esta forma, el profesional enriquece
las narrativas, complejiza la visión de mundo de los participantes, y densifica
la trama de significados posibles, rompiendo con creencias rígidas enquistadas
en una historia y cultura de los malos tratos a la infancia. Pero también respeta
los ritmos y tiempos de cada participante. Parte de su rol consiste en actuar de
moderador de los tiempos, especialmente cuando se trabaje en modo grupal.
El terapeuta ODISEA comprende que los procesos de cambio y resiliencia
parental tienen su propio tiempo y desarrolla una sensibilidad especial para
detectar el momento exacto en que confluyen los objetivos profesionales con
los procesos y senderos del participante (o de los participantes), busca ese
momento de confluencia y es entonces cuando actúa.
La intervención transita siempre en dos tiempos paralelos. En un
marco temporal, el profesional se ve presionado a cumplir con la estructura
definida de la intervención, por ejemplo, respetando el número total de
sesiones y el tiempo disponible en cada una para tratar los distintos objetivos
y contenidos planificados. Este tiempo existe en todas las intervenciones, pero
es aún más evidente en instituciones públicas que ubican la acción profesional
en determinados parámetros de financiamiento, recursos disponibles y metas
esperadas. Pero existe un segundo marco temporal, dentro de cada sesión,
después de cada pregunta, es un tiempo infinito si el profesional encuentra una
paz interior (calma y serenidad, soltar control y esperar) que permite “alargar
los segundos”, por ejemplo, respetando los silencios después de una pregunta.
Es en este segundo ritmo terapéutico que se juega gran parte del efecto
terapéutico de las intervenciones. Hay profesionales que en ese silencio
posterior a una pregunta o reflexión se sienten nerviosos, como apurados por
el primer tiempo, el de la estructura, la jefatura o la institución, o bien apurados
por su propia historia que los presiona a ser eficientes y a rendir en cada
minuto, confundiendo rendimiento con llenar los silencios con palabras,
aunque sean palabras vacías, apresuradas, desconectadas del otro y, por tanto,
carentes de sentido. En ocasiones, esta maniobra también esconde la necesidad
de silenciar los propios fantasmas del profesional que se activan en el
encuentro con el otro, con su historia y sus heridas. Ese profesional se siente
incómodo con el silencio terapéutico, y pierde de vista que ese silencio es
necesario para el trabajo interior de cada madre o padre, no debiese
incomodarle, ya que la incomodidad no está en la familia, está en él o ella, y
es materia de supervisión y trabajo en la persona del profesional. Si tras ese
trabajo el profesional adquiere paz interior al conducir sus preguntas,
reflexiones y ejercicios terapéuticos, descubrirá que siempre hay tiempo para
conducir una buena sesión, que el tiempo alcanza si se aprende a reconocer y
diferenciar lo esencial de lo accesorio, y si las energías profesionales se
concentran en privilegiar los movimientos terapéuticos que apuntan a las
necesidades de crecimiento nuclear del sistema parental y familiar en la sesión.

Curiosidad e interés genuino por el otro

Es necesario que el profesional que interviene muestre una actitud de


curiosidad e interés genuino por el mundo del otro. Durante todo el proceso, el
terapeuta ODISEA muestra una actitud de interés por el mundo del otro,
incluyendo también a los bebés, niños, niñas y adolescentes participantes. Su
curiosidad surge de su voluntad de contribuir a la sanación y crecimiento
personal (especialmente en la esfera de la crianza) y familiar, y de la
comprensión de que para que esto sea posible, debo primero ver al otro, verlo
y reconocerlo, para luego iniciar el difícil camino hacia la mentalización y
comprensión de quién es la persona que tengo frente a mí, qué la hace única y
especial, y cómo puedo ayudar a que florezcan sus capacidades y recursos
escondidos.

El niño que sufre en el padre que hace sufrir

Una de las mayores dificultades que enfrentan los profesionales que


intervienen en competencias parentales y especialmente en casos de maltrato
infantil, es lidiar con el conjunto de emociones negativas que les genera el
adulto responsable de la crianza y cuidado que ha vulnerado los derechos de
un bebé, niño, niña o adolescente. A muchos profesionales les produce rabia,
rechazo, una necesidad de hacer justicia e incluso los motiva a castigar a las
figuras parentales por sus actos. Esas emociones son comprensibles, en ningún
caso delirantes, pues tienen asidero en la realidad, en una dolorosa realidad que
se ha podido constatar en todo el proceso evaluativo e investigativo que
precede a la intervención. Se escuchan relatos, se observan señales, gestos,
tristezas, miedos y tanto sufrimiento en esos niños, quienes nunca debieron
vivir lo que han vivido a manos de sus padres. Por supuesto que eso duele, y
mucho. Pero uno de los aprendizajes más difíciles que se adquieren con la
formación y la experiencia en estos temas, es que esas emociones de rabia hacia
los padres no son realmente útiles a largo plazo. Solo son útiles en un primer
momento, pues movilizan a la acción, a tomar medidas protectoras, a sacudir
a la red institucional para que se activen recursos que el interés superior del
niño demanda. Pero cuando entramos en la arena terapéutica, cuando es una
intervención especializada en competencias parentales lo que se pide, esa rabia
hacia los padres puede ser profundamente disfuncional e incluso peligrosa. Y
entonces, ¿qué hacemos con estas emociones?
La respuesta a esta pregunta no es nada sencilla, pero pasa en mi
experiencia por una idea central, un nudo en el que converge teoría, empatía y
técnica clínica para permitir los movimientos que hacen posible la resiliencia
parental: en este padre que hizo sufrir, habita un niño que sufrió algo incluso
peor; en esta madre que ha causado dolor a su hija, existe la memoria de una
niña que también sufrió experiencias desgarradoras, trauma en sus vínculos
tempranos, inseguridad y desorganización de su mundo emocional. No
podemos ofrecer lo que no se nos dio. Es una idea comprensiva, profunda y
compasiva. No en la línea de una lástima que roba dignidad a las personas con
quienes trabajamos, sino en la dirección que disuelve las emociones negativas
del terapeuta para dar paso a una comprensión completa y equilibrada de la
tragedia familiar transgeneracional que tenemos la responsabilidad de conducir
hacia una nueva trayectoria.
Ver al niño que sufre, en el padre que hace sufrir, nos conecta con la
transgeneracionalidad del trauma, es el paso terapéutico reflexivo que
realmente aplica todo el marco teórico aprendido sobre apego, parentalidad,
trauma y resiliencia a la práctica clínica. Ver al niño que sufre, en el padre que
hace sufrir, nos recuerda que el trauma relacional temprano anida en la
constelación representacional de parentalidad que hoy se despliega en la
crianza maltratante que evaluamos, el trauma relacional temprano se incrusta
en los modelos operativos internos de apego y de cuidado que trazaron una
trayectoria del dolor que se vivió, al dolor que hoy se genera al propio hijo.
Ver al niño que sufre, en el padre que hace sufrir, nos recuerda que ese trauma
relacional temprano se inscribe en el hipocampo como memorias emocionales
sin temporalidad, sin historia articulada en una narrativa coherente, y por lo
mismo, no logra convertirse realmente en un “mal recuerdo”, no se puede
simplemente dejar en el pasado, sino que sigue operando en un constante
presente, un sufrimiento que sigue existiendo como si el ayer fuera siempre un
hoy. Y así en cada padre o madre que evaluamos e intervenimos en sus
competencias parentales, en casos de malos tratos y vulneraciones de derechos,
simultáneamente estamos trabajando con el niño o niña que ellos fueron,
sufriendo un dolor que sigue presente en el ahora. Vemos al adulto en la
consulta, pero al mismo tiempo hay un niño en la habitación. Si miramos lo
suficiente en lo profundo de los ojos de ese padre, veremos un niño llorando
de dolor. Si escuchamos lo suficiente en los susurros que atraviesan el relato
defendido e incluso hostil de esa madre, llegarán esas palabras de ayuda que
cuando niña nadie pudo o nadie quiso escuchar. Y el primer paso para que toda
esta tragedia concluya, y el camino de violencia se transforme en uno de
buenos tratos en la crianza, es ver y escuchar, contener y orientar el dolor de la
niña que fue, en la madre que hoy es, el sufrimiento del niño que fue, en el
padre que hoy es, el desgarro del pasado que sigue haciendo eco en el presente.
Al empatizar de esta forma con los padres y madres, disolvemos sus defensas,
pues ya no resultan necesarias, les hacemos sentir reconocidos en su historia y
en su sufrimiento, y desde esa experiencia de haber sido vistos, mentalizados
y respetados, se hace posible para ellos iniciar el lento transitar hacia el
aprendizaje de un nuevo trato hacia sus hijos. Entender esto nos lleva a
reconocer cuatro necesidades fundamentales de quienes llegan a la
intervención.

La necesidad de ser visto

El proceso de “SER VISTO” se define como el intercambio de un


entramado de señales verbales y no verbales, entre el sistema profesional y el
sistema parental y familiar, que construyen una experiencia fundamental de
reconocimiento mutuo. Implica un adecuado manejo del lenguaje no verbal,
del lenguaje gestual, desde el momento del saludo inicial. Durante toda la
conversación es muy importante mirar a los ojos a las personas, sin ser
invasivos, dando importancia a lo que dicen, a sus énfasis y prioridades, a sus
anécdotas e inquietudes. Y en el cierre, las madres, los padres y otros
responsables de crianza se sentirán “vistos” si el profesional resume los puntos
más importantes dichos por ellos, y si al momento de despedirse, el profesional
es amable y respetuoso.
Durante las sesiones, el profesional debe mantenerse muy atento a
pequeñas señales de activación emocional, una intensificación del mensaje, un
cambio o ruptura en el relato, una duda, una vacilación, una mirada desviada
de su curso. Son pequeñas señales, importantes señales, son mensajes de que
algo importante está ocurriendo en el reino de lo sutil, de lo no evidente, sin
llegar a lo invisible. Pues es visible, pero para ojos entrenados. El profesional
capta entonces que aquí hay algo importante, y lo hace notar: “Noto que al
hablar de esto te emocionas… veo que temblaste al recordarlo… mientras
escuchas a tu madre te noto algo molesta… parece que esto que cuenta tu hijo
te sorprende y te alegra…”. La experiencia de “ser visto” como persona, con
dignidad y respeto por sus derechos humanos, sentará las bases para una
experiencia exitosa en todos los otros procesos de la intervención.

La necesidad de ser escuchado


El proceso de “SER ESCUCHADO” se define como el intercambio
de un entramado de observaciones, preguntas y reflexiones, entre el sistema
profesional y el sistema parental y familiar, que construyen una experiencia
fundamental de ser comprendido por el otro. Escuchar en este enfoque implica
destinar un tiempo a “ponerse al tanto” de los últimos sucesos de la vida
familiar, correspondiendo a lo que tradicionalmente se denomina “etapa de
socialización”, pero no se agota en ello. El proceso de escucha es permanente,
y se nutre de las herramientas que la literatura ha señalado corresponden a una
“escucha activa”: preguntando, reflejando y resumiendo lo más prioritario de
lo dicho durante el encuentro.
La literatura es categórica en destacar la importancia de la escucha.
Es necesario disponer de una actitud de escucha activa en las sesiones. El
terapeuta ODISEA es una caja de resonancia de los procesos emocionales del
otro, de su historia de apego y sus esquemas de crianza heredados, de las dudas
e incertidumbres que surgen en esa madre o padre al confrontarse con su propia
imagen y la de su hijo o hija en el proceso; ofrece un modo de escuchar
involucrado en el relato y la experiencia emocional del otro, haciendo
preguntas, ofreciendo reflexiones, conectando con otros retazos de
información que han sido esparcidos entre una sesión y otra, facilitando así su
integración en un todo coherente y renovado.
Pero también es importante aprender a escuchar lo no dicho, aquello
que se dice sin decirlo, aquello que se dice en aquello que se calla. Las
narrativas muchas veces operan de maneras misteriosas, pues muchas veces el
relato “oficial” de la familia, es un relato que han aprendido en las dinámicas
de lo institucional, en el choque de lo auténtico y honesto, con lo formalizado
y jerárquico de las relaciones de poder. Cuando este es el escenario, cuando lo
coactivo se ha tomado la relación entre el sistema profesional de ayuda y el
sistema parental y familiar, se hace necesario que el profesional aprenda a
escuchar aquello que no se está diciendo, para darle voz, para traerlo a la sesión
de forma tal que las personas descubran, muchas veces con sorpresa, que el
profesional realmente sabe escuchar.
Saber escuchar no es únicamente un proceso “hacia fuera”, hacia el
otro, sino también es un proceso “hacia dentro”, hacia uno mismo. Mientras
estamos en sesión, los temas de los que se conversa suelen ser temas difíciles,
relevantes, cargados de emociones que se mueven entre los participantes de
esa interacción. Y el profesional es uno de esos participantes, por lo que no
puede restarse de esos procesos emocionales en curso. Los relatos, las
emociones, irán generando reacciones y procesos íntimos en el profesional,
que también es necesario aprender a escuchar. ¿Qué me está pasando con lo
que esta madre me cuenta y con cómo lo dice? ¿Qué pensamientos está
gatillando el relato de este padre o la forma como mira o trata a su hija en esta
sesión? Al analizar este video previo a una sesión de devolución al responsable
parental, ¿qué me pasa con cada escena que contemplo? La escucha de sí
mismo es necesaria para limpiar y afinar la escucha del otro.
Y finalmente, está el proceso de enseñar a los padres y madres, a los
niños y adolescentes, a escucharse a sí mismos en cada sesión: “Toma contacto
contigo ahora, con lo que estás sintiendo en tu interior… deja que hable…
escucha lo que te estás diciendo a ti misma en este momento…”. Cada vez que
les enseñamos a escucharse, y a poner en palabras ese complejo mundo interno,
la terapia, la intervención en parentalidad, avanza. Esta regla aplica a todos los
integrantes del sistema familiar, incluso a los más pequeños, pues cuando se
trate de un bebé, será el terapeuta quien dará voz a su mensaje, interpretando
su lenguaje gestual, sus vocalizaciones, sus reacciones en la interacción con
sus figuras de apego. Y así irá modelando una nueva forma de ser y estar en el
vínculo, dando voz al infante, a quien aún no tiene voz… pero la tiene.

La necesidad de ser contenido

El proceso de “SER CONTENIDO” se define como el intercambio de


un entramado de vocalizaciones, gestos no verbales y comportamientos, entre
el sistema profesional y el sistema parental y familiar, que construyen una
experiencia fundamental de ser acogido y regulado. Esto es particularmente
cierto en el caso de las llamadas “familias multiproblemáticas” (Gómez,
Muñoz & Haz, 2007), esto es, aquellas familias que concentran una elevada
cantidad de factores de riesgo, estrés tóxico y problemas de difícil solución
(poli-sintomatología); crisis recurrentes, desorganización estructural,
relacional y comunicativa; una tendencia al abandono de sus funciones
parentales y en consecuencia una mayor probabilidad de presentar situaciones
de desprotección y vulneraciones graves de derechos tanto en bebés, niños y
niñas, como en adultos mayores; y un aislamiento respecto a sus redes de apoyo
social o bien una sobre-intervención de instituciones que contribuyen al caos
sistémico descrito. Contener entonces, se torna un imperativo ético y una
necesidad técnica para la intervención en competencias parentales, siendo de
suma importancia acoger también el malestar de las personas, escucharlos y
validar su sufrimiento.
Elogiar -de forma honesta- contiene, porque transmite al otro un
mensaje de aprobación y aceptación de su modo de vida, lo que de forma
invisible contribuye a reducir el estrés experimentado por la “intervención” en
la vida personal de la familia. Durante la conversación con la familia, la
contención se posibilita al ofrecer un trato cálido y cordial, afectuoso, que
refuerza positivamente los pequeños avances identificados en el proceso de
cambio de la familia. Destacar los logros, pequeños pero significativos, es una
técnica que ha demostrado efectos positivos en la literatura derivada de la
terapia centrada en soluciones y otros enfoques de intervención breve, además
de ser especialmente recomendado en la literatura sobre familias
multiproblemáticas y en riesgo social (Navarro Góngora, 1992; Colapinto,
1995; Minuchin, 2001; McDonough, 2004; Gómez, Muñoz & Haz, 2007;
Linares, 2012; Rodrigo & Callejas, 2021). Reforzar positivamente los avances
pequeños pero significativos transmite a la familia un mensaje fundamental de
aprobación, de “lo estás haciendo bien”, que reduce los niveles de estrés
experimentado y fortalece el compromiso del sistema con el proceso de
cambio. Al finalizar, el profesional contiene a la familia ofreciendo un mensaje
de esperanza y resiliencia, un optimismo razonable –construido a partir de la
narrativa desplegada por la propia familia- de que las cosas mejorarán paso a
paso (Walsh, 2004; Delage, 2010).

La necesidad de ser orientado

El último de los procesos transversales propuestos es la orientación.


“SER ORIENTADO” se define como el intercambio de un entramado de
preguntas, reflexiones, ejercicios y actividades, entre el sistema profesional y
el sistema parental y familiar, que construyen una experiencia fundamental de
estar en un proceso de crecimiento personal y familiar. La actitud que utiliza
el profesional desde el modelo ODISEA es la de un “guía”, un compañero de
ruta que opera como un mediador entre el estado actual y el estado deseado,
evitando en la medida de lo posible recurrir a consejos directos o instrucciones
formales.
Es un error habitual ubicarse en el lugar de ser el que sabe, dictando
cátedra sobre modos ideales (e idealizados) de crianza y vida familiar, incluso
sin tener la experiencia mínima de haber criado, de haber cuidado e intentado
sacar adelante una familia propia. Por supuesto que los estudios formales
aportan muchísimo, el conocimiento teórico es válido y valioso, pero no
autoriza una posición de superioridad sobre el sistema familiar, ni fuerza una
relación de subordinación de este último a la voluntad del sistema profesional
de ayuda.
Orientar a la familia es mostrarles un horizonte posible, un lugar al
que llegar y distintas formas de recorrer ese camino, pero el profesional
siempre debe disponer de flexibilidad para ajustarse a lo que no estaba
contemplado en el plan original, o que no se había comprendido plenamente
en los inicios del proceso. La familia debe recibir el mensaje de que los
protagonistas de la intervención son ellos, que es su vida, su camino, su
desarrollo individual y colectivo el que está en juego, y que lo que sea que
hagan, lo hacen para sí mismos, no para el profesional ni la institución que los
acoge en la intervención. Trabajar la humildad profesional, comprender
adecuadamente el rol profesional, permite ejercer efectivamente ese proceso
de guía y acompañamiento en el camino de derrota y esperanza, progresos y
caídas, dolor y resiliencia que esos padres van elaborando a medida que la
intervención avanza. Saber que el profesional está con ellos en el sendero de
aprendizaje que están recorriendo, y que el lugar de la intervención es un
espacio seguro donde procesar y elaborar la experiencia emocional y
relacional, las dudas y confusiones, los recursos y heridas que promueven o
perjudican su crecimiento parental, es una condición necesaria para que la
intervención cumpla efectivamente su propósito.

Sobre la técnica clínica


Una de las primeras tareas de un/a psicoterapetua, es encontrar un
"activador emocional" en el relato del paciente, un tema, recuerdo o reflexión
que enciende las emociones y carga de presencia, de sustancia, de autenticidad
su narrativa. En ese momento, la sesión se siente de pronto muy real, auténtica,
las máscaras se caen y las defensas por un instante abren paso a los significados
nucleares, aquellos que forman parte de lo que Guidano llamó la "Organización
de Significado Personal" (OSP), Bowlby llamó el "Modelo Operativo Interno",
Kelly llamó los "Constructos Personales" y Marrone denominó la
"Constelación Representacional", todos, conceptos que aluden al Self. Estos
momentos reveladores son como una puerta al nudo traumático/resiliente, es
donde se ancla el sufrimiento psíquico, pero al mismo tiempo esconden pistas
de transformación, de metamorfosis, de resiliencia y caminos al bienestar y la
salud mental. La sesión puede transcurrir sin que estos activadores
emocionales se revelen fácilmente, y es entonces resorte del terapeuta o del
equipo terapéutico, uno de sus principales desafíos, desarrollar la habilidad
para explorar, estimular, invitar y reconocer cuando aparecen estos momentos
de apertura con potencial generativo. Estos momentos de activación nos
permiten llegar a los núcleos de significado, y desde esos núcleos, continuar
elaborando un nuevo tejido que entrelaza narrativa, emoción, sensación sentida
y acción relacional en el mundo del padre o madre, y de todo su sistema
familiar.
El terapeuta que implementa este modelo con enfoque ecológico-
relacional, lo hace teniendo siempre en mente que su rol es ser un facilitador,
un tutor de resiliencia y crecimiento parental para el adulto que tiene frente a
sí. Su técnica global articula tres niveles simultáneos: (a) cuerpo; (b) voz; y (c)
mirada.

El cuerpo, la voz y la mirada en la técnica clínica

El cuerpo del profesional expresa un continente y un contenido; opera


como continente al acoger la experiencia del participante, tanto el niño como
el adulto (o del grupo cuando se trabaja en modo grupal), en todo momento.
Es un cuerpo en apertura, posicionado en actitud de aceptación incondicional
del otro, que no rechaza, que no bloquea, que no se distancia. Tanto en las
sesiones vinculares, como en las sesiones reflexivas o de comunidad sensible,
se ponen en marcha múltiples emociones, resonancias emocionales, recuerdos
y memorias que se actúan en el presente. Es el dominio de Lo Heredado siendo
convocado a manifestarse en el dominio de Lo Vivido. Y eso es una
experiencia poderosa, que puede movilizar relatos y conductas difíciles de
procesar, lo que a su vez opera en resonancia con el propio dominio de Lo
Heredado del terapeuta, del agente de cambio que interviene. Y es entonces
cuando el cuerpo del terapeuta puede bloquearse, agrietarse, construyendo una
muralla con la familia participante. En estos momentos de tensión, el
profesional entrenado en el modelo recuerda el poder equilibrante de la
respiración, y respira profundo; contempla sus propios fantasmas y demonios,
sus tensiones internas y las deja ir, usando técnicas de meditación y
mindfulness para lograr concentrarse nuevamente en el aquí y ahora, y en la
necesidad prioritaria de contención, de comprensión y orientación empática
que la familia requiere. Su cuerpo puede entonces relajarse nuevamente, y
recibir la emoción, la experiencia, la historia y su relato, acogiéndolo en una
actitud de armonía, acogida y aceptación.
Pero el cuerpo del profesional es a su vez contenido, pues comunica
un mensaje a la familia. Se tensiona y distensiona, se acerca o se aleja, se abre
o se cierra, y en cada movimiento se va orquestando una coreografía sutil de
buenos o malos tratos. Y debe recordarse que el rol del terapeuta es siempre
operar como un acompañante en el viaje del otro, donde el otro es protagonista
de su propia Odisea. El cuerpo del terapeuta, entonces, acoge la emoción,
recibe y abraza la narrativa y la experiencia de la familia, metabolizándola para
devolverla reescrita en el lenguaje de los buenos tratos, de las oportunidades
de apertura y transformación, en el idioma de la resiliencia en plena adversidad.
En segundo lugar, la técnica clínica implica un dominio de la voz. La
voz se compone de un relato, pero también de tono, ritmo y volumen. La voz
del terapeuta es un vehículo de expresión de calidez emocional y contención,
de aceptación y seguridad emocional con la cual es posible cimentar la
posibilidad de avanzar y crecer. El modelo ODISEA se sostiene en una
filosofía de la esperanza, en la idea razonable de que el cambio es posible, y la
voz del terapeuta debe transmitir esta convicción, y es así porque el terapeuta
efectivamente ha incorporado una filosofía de la esperanza y una comprensión
profunda de cómo opera la resiliencia humana (Delage, 2010). La voz puede
expresar un rango amplio de emociones, y ser origen de estrés tóxico, dolor y
sufrimiento psíquico, o bien de contención y recuperación del equilibrio
emocional perdido (Mumme, Fernald & Herrera, 1996; Gottman, Katz &
Hooven, 1997; Thompson, 2014; Gross, 2014). Cuando el terapeuta se
encuentra en un estado de bienestar y auto-regulación, su voz reflejará esta
disposición y apertura a la experiencia de la familia, del adulto o del grupo. Su
narrativa aportará a la organización de la experiencia emocional del
participante o del grupo, y su tono, ritmo y volumen acompañarán la red de
significados construidos en el lenguaje, con la cualidad sanadora de los buenos
tratos, aportando así a la puesta en marcha de los sutiles mecanismos de la
resiliencia humana (Masten & Obradovic, 2006; Rutter, 2007; Delage, 2010).
En tercer lugar, la técnica clínica supone asignar un rol a la mirada.
El efecto de la mirada nunca debe ser subestimado. El peso de la mirada puede
dañar profundamente el autoconcepto y autoestima de una madre, de un padre
o de un cuidador significativo, haciéndole sentir “en falta”, como alguien
defectuoso y en quien es difícil creer y confiar, como origen de decepción y
carencia. En los programas sociales abundan las experiencias de personas que
han sentido el latigazo hiriente de la mirada castigadora del sistema, el peso
abrumador de la mirada sancionadora del profesional institucionalizado
(Gómez, Muñoz & Haz, 2007). Por el contrario, la mirada puede acompañar,
fortalecer y sanar, puede transmitir aceptación positiva incondicional, orgullo,
complicidad y alegría, comprensión y presencia. Es en este último caso que la
mirada juega a favor de la calidez emocional como proceso central de la
resiliencia parental. Pero esta mirada es el reflejo, la transparencia genuina y
honesta de un núcleo de creencias respetuosas y dignificadoras de la persona y
del sistema familiar con el cual tenemos el privilegio de trabajar. Por ello
insistimos que la técnica clínica debe siempre sostenerse en los pilares del
compromiso, la credibilidad y los Buenos Tratos como fundamento.

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