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NUEVOS CAMINOS DE LA TERAPIA PSICOANALÍTICA – SIGMUND FREUD

Estamos dispuestos a reconocer las imperfecciones de nuestro conocimiento, añadir a


él nuevos elementos e introducir en nuestros métodos que puedan significar un progreso.

He de inclinarme a revisar el estado de nuestra terapia y a examinar en qué nuevas


direcciones podría continuar su desarrollo.

Hemos formulado nuestra labor médica determinando que consiste en revelar al enfermo
neurótico sus tendencias reprimidas inconscientes, y descubrir con este fin las
resistencias que en él se oponen a semejante ampliación de su conocimiento de sí
mismo. Una vez descubiertas las resistencias confiamos en alcanzar su vencimiento
utilizando la transferencia del enfermo sobre la persona del médico para infundirle nuestra
convicción de la falta de adecuación de las represiones desarrolladas en la infancia y de
la imposibilidad de vivir conforme a las normas del principio del placer

A la labor por medio de la cual hacemos llegar lo reprimido a la consciencia del enfermo
le hemos dado el nombre de psicoanálisis. ¿Por qué análisis, término que significa
descomposición y disociación? Los síntomas y las manifestaciones patológicas del
enfermo son, como todas sus actividades anímicas, de naturaleza compuesta. Los
elementos de esta composición son, en último término, motivos o impulsos instintivos.
Pero el enfermo no sabe nada de estos motivos elementales. Nosotros le descubrimos la
composición de estos productos psíquicos; referimos los síntomas a las tendencias
instintivas que los motivan y le revelamos en sus síntomas la existencia de tales motivos
instintivos, que hasta entonces desconocía. Igualmente, mostramos al enfermo, en sus
manifestaciones anímicas no consideradas patológicas, que tampoco era perfecta su
consciencia de la motivación de las mismas.

También hemos arrojado mucha luz sobre el instinto sexual, descomponiéndolo en sus
elementos, y cuando interpretamos un sueño, prescindimos de considerarlo como un todo
y enlazamos la asociación a cada uno de sus factores.

En la vida psíquica hemos de operar con impulsos dominados por una tendencia a la
unificación y a la síntesis. Cuando conseguimos descomponer un síntoma, separar un
impulso instintivo de la totalidad en que se hallaba incluido, no permanece aislado, sino
que se incluye en seguida en otra nueva totalidad.

El enfermo neurótico nos aporta una vida anímica desgarrada, disociada por las
resistencias; pero mientras la analizamos y suprimimos las resistencias, esta vida anímica
va soldándose. el enfermo neurótico nos aporta una vida anímica desgarrada, disociada
por las resistencias; pero mientras la analizamos y suprimimos las resistencias, esta vida
anímica va soldándose,

El desarrollo de nuestra terapia emprenderá quizá otros caminos, aquellos a los que
Ferenczi ha dado el nombre de psicoanálisis activa
Veamos, en qué puede consistir esta conducta activa del analista. Hasta ahora nuestra
labor terapéutica se circunscribía a hacer consciente lo reprimido y descubrir las
resistencias, tarea ya suficientemente activa. A mi juicio, semejante actividad del médico
analista está más que suficientemente justificada.

La norma fundamental de nuestra acción: La cura analítica ha de desarrollarse, dentro


de lo posible, en la abstinencia.

El concepto de abstinencia no supone la ausencia de toda satisfacción, ni ha de


interpretarse tampoco en su sentido vulgar de abstención del comercio sexual, entraña un
significado distinto, enlazado a la dinámica de la adquisición de la enfermedad y de su
curación.

Recordarán que lo que hizo enfermar al sujeto fue una privación, y que sus síntomas
constituyen para él una satisfacción sustitutiva. Hemos de cuidar de que la dolencia del
enfermo no alcance un término prematuro. Al quedar mitigada por la descomposición de
los síntomas, tenemos que instituir otra nueva, sensible privación, pues si no corremos
peligro de no alcanzar ya nunca más que alivios insignificantes y pasajeros.

Este peligro nos amenaza por dos lados. En primer lugar, el enfermo se esfuerza
afanosamente en crearse nuevas satisfacciones sustitutivas, exentas ya de carácter
patológico, en lugar de sus síntomas. Aprovecha la extraordinaria facultad de
desplazamiento de la libido parcialmente libertada para cargar de libido las más diversas
actividades. Encuentra constantemente nuevas derivaciones de este género que
acaparan la energía necesaria para la propulsión de la cura. Se nos plantea así la labor
de exigir al paciente que renuncie a ellas. El enfermo a medias curado puede también
emprender caminos más peligrosos; por ejemplo, ligarse irreflexiva y precipitadamente a
una mujer.

La actividad del médico ha de manifestarse como una enérgica oposición a las


satisfacciones sustitutivas prematuras.

El segundo de los peligros que amenazan la energía propulsora del análisis consiste en
que el enfermo buscará preferentemente la satisfacción sustitutiva en la cura misma, en la
relación de transferencia con el médico.

Gran parte de los deseos del enfermo, en cuanto a su relación con el médico, habrán de
quedar incumplidos, debiendo serle negada precisamente la satisfacción de aquellos que
no parezcan más intensos y que él mismo manifieste con mayor apremio.

Rehusamos decididamente adueñarnos del paciente que se pone en nuestras manos y


estructurar su destino, imponerle nuestros ideales y formarle, con orgullo creador, a
nuestra imagen y semejanza. He podido auxiliar con toda eficacia a sujetos con los que
no me unía comunidad alguna de raza, educación, posición social o principios, sin
perturbar para nada su idiosincrasia. No podemos evitar encargarnos también de
pacientes completamente inermes ante la vida. Pero en estos casos habremos de actuar
siempre con máxima prudencia, tendiendo a desarrollar y robustecer la personalidad del
paciente en lugar de imponerle las directrices de la nuestra propia.

El descubrimiento de que las distintas formas patológicas que tratamos no pueden ser
curadas todas con la misma técnica nos ha impuesto otra especie totalmente distinta de
actividad. Nuestra técnica se ha desarrollado en el tratamiento de la histeria y permanece
aún orientada hacia esta afección. Pero las fobias nos obligan ya a salirnos de nuestra
conducta habitual. Tomemos como ejemplo la agorafobia en sus dos grados, leve y grave.
El enfermo de agorafobia leve siente miedo de ir solo por la calle, pero no ha renunciado a
hacerlo. El enfermo grave se protege ya contra la angustia, renunciando en absoluto a
salir solo. Con estos últimos no alcanzaremos jamás resultado positivo alguno si antes no
conseguimos resolverlos a conducirse como los primeros, esto es, a salir solos a la calle.
Hemos de tender antes a mitigar la fobia, y una vez conseguido esto mediante nuestra
intervención activa, el enfermo se hace ya con aquellas ocurrencias y recuerdos que
permiten la solución de la fobia.

En los casos graves de actos obsesivos la única técnica acertada en estos casos
consiste en esperar a que la cura misma se convierta en una obsesión, y dominar
entonces violentamente con ella la obsesión patológica. Estos dos ejemplos: una muestra
de las nuevas direcciones en que parece comenzar a orientarse nuestra terapia.

Nuestra acción terapéutica es harto restringida. Somos pocos, y cada uno de nosotros
no puede tratar más que un número muy limitado de enfermos al año. Nuestras
condiciones de existencia limitan nuestra acción a las clases pudientes de la sociedad. De
este modo, nada nos es posible hacer aún por las clases populares, que tan duramente
sufren bajo las neurosis.

Pasará quizá mucho tiempo hasta que el Estado se dé cuenta de la urgencia de esta
obligación suya.

Se nos planteará entonces la labor de adaptar nuestra técnica a las condiciones.


Seguramente comprobaremos que los pobres están aún menos dispuestos que los ricos a
renunciar a su neurosis, pues la dura vida que los espera no les ofrece atractivo alguno.
Es probable que sólo consigamos obtener algún resultado cuando podamos unir a la
ayuda psíquica una ayuda materia

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