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Asig. LA PRUEBA EN EL PROCESO PENAL.

CURSO 2020-21

PROCEDIMIENTO PROBATORIO Y VALORACIÓN DE LA PRUEBA EN EL


MARCO DEL PROCESO PENAL

TEMA 2

II. LA PRUEBA EN EL PROCESO PENAL. ASPECTOS GENERALES: CONCEPTO, FINALIDAD,


OBJETO Y TEMA DE PRUEBA

TEMA 16 PRINCIPIOS RELATIVOS ALA PRÁCTICA DE LA PRUEBA


III.-EL PROCEDIMIENTO PROBATORIO
A) Proposición
B) Admisión
C) Práctica
D) Valoración: breve referencia

TEMA 17 VALORACIÓN Y CARGA DE LA PRUEBA


I. CONCEPTO Y FUNDAMENTO DE LA PRUEBA LIBRE.
II.- LAS REGLAS DE LA SANA CRÍTICA
III.- PRUEBA LIBRE Y PRESUNCIÓN DE INOCENCIA
A) Actividad probatoria suficiente
B) De cargo
C) Practicada con todas las garantías
D) La carga de la prueba
E) Motivación de la sentencia.

EL PROCEDIMIENTO PROBATORIO Y VALORACIÓN DE LA PRUEBA EN


EL MARCO DEL PROCESO PENAL

Los diferentes principios que informan el proceso penal, respecto de los que
son propios del proceso civil, tienen clara y trascendental repercusión en el
ámbito probatorio. De ahí lo oportuno de hacer breve referencia a alguno de
los caracteres propios de la prueba, como acto procesal de parte, en el
proceso penal y, en particular, los que atañen a la atribución de la iniciativa
probatoria en este marco, los que resultan de la vigencia del derecho a la
presunción de inocencia, junto a la indicación de las condiciones que ha de
reunir la prueba o pruebas para desvirtuarla, su libre valoración y la imposibilidad
de valoración de la llamada prueba ilícita o prohibida.

1. La iniciativa probatoria
Manifestación de la vigencia en el proceso penal de los principios de aporta-
ción e investigación se advierte en las dos fases en las que fundamentalmente
se estructura. El principio de investigación u oficialidad, rige en la fase de instruc-
ción, mientras el de aportación es rector en la fase de juicio oral.
Los hechos son introducidos en la fase de investigación o instrucción de di-
versas formas. Constan, efectivamente, en los distintos instrumentos de inicio del
proceso —denuncia, querella, y atestado policial— pero, en absoluto queda el
Juez de Instrucción vinculado a los hechos que estos incorporan; el sumario, las
diligencias previas o urgentes que incoa, dan pie a la práctica de actos de
investigación, en buena medida propuestos por las partes, pero que el juez, de
oficio, puede acordar, a los efectos de hacer constar la existencia del delito y
su presunta autoría. En consecuencia, y como resultado de la actividad de
investigación desarrollada, puede introducir nuevos hechos o modificarlos.
En la fase de juicio oral, la vigencia del principio acusatorio y la necesidad de
preservar la imparcialidad judicial, determinan que la aportación de los hechos
al proceso corresponda a las partes a través de la formulación de sus respectivos
escritos de calificación —en el juicio por delitos leves, de forma oral— y estos —
los hechos así introducidos— vinculan al juzgador, que no puede variarlos de
forma sustancial.
De igual modo, son las partes las que, en tales escritos, proponen las pruebas
de las que intenten valerse, para su práctica en el acto del juicio oral, sin
perjuicio de la posibilidad de que el propio juez decida, de oficio, ordenar la
práctica de las que entienda oportunas. En el proceso penal ha de alcanzarse
la verdad material, que no formal —la buscada en el proceso civil— de ahí el
peso de su intervención en el desarrollo de la actividad probatoria tendente a
su consecución, tanto en lo que atañe al acuerdo cuanto a la práctica de los
distintos medios de prueba, en la que participa activamente.

2. El procedimiento probatorio (Ep. III, Tema 16)


Haciendo abstracción de los aspectos específicos de la proposición,
admisión y práctica de cada uno de los distintos medios de prueba, el
procedimiento probatorio en el marco del proceso penal es, a grandes rasgos,
como sigue.

2.1. Proposición de las pruebas


Como se adelantaba, el primero de los pasos en los que se estructura el pro-
cedimiento probatorio, la proposición de los medios de prueba para su práctica
en el acto del juicio, tiene lugar, con carácter general, a través de la
formulación, por las partes, de los escritos de calificación —en el proceso
sumario, los escritos de calificación provisional (art. 650 LECrim), en el
procedimiento abreviado, en los escritos de acusación y defensa (arts. 781 y 784
LECrim), también así en el procedimiento seguido ante el Tribunal de Jurado, y
en el seguido para enjuiciar delitos leves, en el mismo trámite del juicio.
Excepción a lo anterior representa la facultad atribuida al juzgador de
acordar, de oficio, la práctica de aquellas pruebas que entienda oportunas
para acreditar la existencia del hecho o su autoría. También el surgimiento de
nuevos hechos o nuevos elementos de prueba, pueden conducir a la
articulación de medios probatorios distintos de los inicialmente propuestos.262
Verónica López Yagües
En el marco, tanto del proceso ordinario, cuanto del procedimiento
abreviado pueden las partes, al inicio del acto del juicio, proponer nuevas
pruebas conducentes a acreditar alguna circunstancia relevante para la causa
que, de ser admitidas, podrán ser practicadas en el acto del juicio (vid. art. 786.2
LECrim).
Y excepcional, pero posible, es la práctica de nuevas pruebas a instancia de
la defensa si, como resultado de las practicadas en el acto del juicio, resulta
modificado en el escrito de conclusiones definitivas el tipo penal por el que se
acusa o el grado de participación del acusado, de conformidad con lo previsto
por el art. 788.4 LECrim.

2.2. Admisión
A la vista de los medios de prueba propuestos por las partes, ha de resolver el
juez su admisión, indicando de ese modo los que ha de ser practicados y los que
no, al ser rechazados.
La admisión de la prueba en el proceso penal se sujeta al triple requisito de
pertinencia, utilidad y licitud. Si el Juzgador —a la vista de los escritos de califica-
ción formulados— aprecia la observancia de estos requisitos básicos, junto a los
que, de este orden, se exigen específicamente a cada uno de los medios de
prueba, admitirá los propuestos, determinando así los que han de ser
practicados.
Téngase presente que el Juez o Tribunal admitirá, de entre los legalmente pre-
vistos, aquellos que las partes interesen practicar, siempre que la fuente de
prueba se haya obtenido sin vulnerar derechos fundamentales, toda vez que,
su conculcación genera la que se conoce como “prueba ilícita o prohibida”
que, como se adelantaba, no puede surtir efectos en el proceso ni, en
consecuencia, ha de tener entrada en él y ser valorada, pudiendo además
transmitir su ineficacia a otra u otras que tengan en ella su origen (pruebas, pues,
derivadas de la originariamente ilícita).
La resolución judicial que resuelve la admisión o inadmisión de la prueba
adopta forma de auto. En el marco del proceso sumario u ordinario, frente al
auto que admite la prueba, no cabe recurso, sin embargo, el auto que la
inadmite en el marco del proceso ordinario, puede ser recurrido en casación.
Contra el auto, tanto admisorio, cuanto inadmisorio de la prueba no cabe
interponer recurso, si bien, la parte o partes a las que le fuera denegada pueden
reiterar su petición al inicio de las sesiones del juicio oral. Y también irrecurrible
es el auto que resuelve la admisión probatoria en el procedimiento que se sigue
ante el Tribunal de Jurado, si bien, cabe protesta a efectos de ulterior recurso,
en caso de rechazo de la prueba propuesta.
2.3. Práctica de la prueba
La prueba ha de ser practicada en el acto del juicio, rodeada de los
principios de oralidad, publicidad, inmediación y contradicción, excepción
hecha de los supuestos en los que se preconstituye o ha de ser practicada
anticipadamente, ante el riesgo o efectiva imposibilidad de su práctica en ese
acto.
En principio, pues, lugar de práctica de la prueba es la sede del Juzgado o
Tribunal ante el que se desarrolla el juicio oral, a no ser que, por razones extraor-
dinarias o relacionadas con la propia naturaleza del medio probatorio, haya de
ser practicada en un lugar distinto (sucede así, v.gr., con la “inspección ocular”
por parte del juez, la testifical o la propia declaración del acusado, en el lugar
de comisión del hecho delictivo etc). Como ya se conoce, también la práctica
de las pruebas anticipadas y preconstituidas se lleva a cabo fuera del juicio oral.
En lo que atañe a la forma de práctica de la prueba en el juicio oral, dispone
el art. 744 LECrim que esta tendrá lugar de forma concentrada, en una o el me-
nor número de sesiones consecutivas posible, con el fin de evitar que un amplio
transcurso de tiempo entre el desarrollo de la actividad probatoria y su
valoración dificulte o impida al juzgador retener todos los extremos que, a la
vista de su práctica, deba tener en consideración para resolver acerca de la
existencia del delito y la responsabilidad por su comisión.
En el acto de juicio, los distintos medios de prueba son practicados, en
principio, con arreglo a un orden legalmente establecido —comenzando con
la declaración del acusado, las testificales, las periciales y la documental, en su
caso— y cada uno de estos, en el orden en que son propuestos por las partes
en sus escritos de calificación, a no ser que el juzgador, a instancia de parte o
de oficio, estime la conveniencia de alterarlo para facilitar su práctica y así
“lograr el mejor esclarecimiento de los hechos o el más seguro descubrimiento
de la verdad” (vid. art. 701 LECrim)
Así, en primer término, se ha de practicar la prueba propuesta por la
acusación —la interesada por el acusador público (Ministerio Fiscal) seguida, en
su caso, por la del resto de acusaciones— y, a continuación, la que haya sido
propuesta por la defensa, pudiendo cada una de las partes intervenir en la
práctica de la propuesta por la contraria, a efectos de contradicción, garantía
que exige pleno respeto en el desarrollo del conjunto de la actividad probatoria.

3. Libre valoración de la prueba penal (Tema 17, Valoración y carga


de la prueba)
La Ley de Enjuiciamiento Criminal española acoge, sin fisuras, un sistema de
libre valoración de la prueba, tal y como se desprende de lo dispuesto por el
art. 741 LECrim, según el cual, el juez ha de apreciar “según su conciencia, las
pruebas practicadas en el acto del juicio” y del art. 717 LECrim, que remite a
“las reglas del criterio racional”.
Esta potestad atribuida al juzgador le permite valorar la prueba,
aparentemente, sin sujeción a regla alguna más allá de las impuestas por su
“conciencia”, sin embargo, no es ni ha de entenderse una potestad absoluta o
libérrima, sino que, tal y como vino a aclarar la paradigmática STC 31/1981, de
28 de julio, le confiere la facultad de valorar, sí, libremente las pruebas
desplegadas en el plenario, siempre que observe estas exigencias:
a) La valoración ha de recaer sobre auténticas pruebas, por mínimas que
sean.
Ello se traduce en la doble exigencia de que exista prueba —o, si se prefiere,
una “mínima actividad probatoria”— y que solo la prueba, y no el resultado de
los actos de la instrucción —que carecen de esa calidad o eficacia, como
regla— ha de ser valorada como tal para formar su convicción.
b) Objeto de valoración ha de ser solo la prueba “practicada con todas las
garantías” de suerte que la licitud en la obtención de su fuente ha de
entenderse como la primera de esas garantías que se le exigen. En
consecuencia, la prueba lograda de forma ilícita —generadora de lo que, a
nivel doctrinal, se conoce como “prueba prohibida” o “ilícita”— no tiene cabida
en el proceso, de suerte que no han de acceder al mismo y, de encontrarse en
él, ha de ser expulsada, y en caso alguno puede ser objeto de valoración por el
juzgador para formar su convicción.
c) El escrupuloso respeto a la presunción de inocencia y, como clara implica-
ción de este derecho, la necesidad de que la prueba acredite debidamente la
culpabilidad del acusado. La presunción de inocencia exige que la
culpabilidad del sujeto o, si se prefiere, su participación en la comisión del hecho
delictivo, se infiera razonablemente de la prueba practicada, de modo que no
pueda ser condenado sin prueba de cargo válida. En definitiva, solo el pleno
convencimiento acerca de la culpabilidad permite la condena, de manera que
toda insuficiencia probatoria ha de conducir, pues, a la absolución.
La extraordinaria incidencia de estos dos últimos elementos en el ámbito pro-
batorio penal —esto es, la existencia de una regla de exclusión probatoria y la
vigencia del derecho fundamental a la presunción de inocencia— hace
conveniente traer a estas líneas una breve referencia a ambos, que anticipe
ideas básicas acerca de su contenido y alcance.

3.1. La regla “in dubio pro reo” y el derecho a la presunción de


inocencia
El derecho fundamental a la presunción de inocencia que consagra el art.
24.2 CE asiste a todo acusado por delito —también al investigado o
encausado— y comporta para este, la imposibilidad de ser condenado sin
pruebas y la exigencia de que, en caso de haberlas, estas reúnan las garantías
que permitan obtener la verdad material, como fin primordial del proceso
penal.
Su contenido es, en parte, coincidente con el del principio o regla “in dubio
pro reo”, aunque superior y más amplio, en la medida en que no solo implica la
necesidad de absolver al acusado en caso de no existir certeza acerca de su
participación en la comisión del hecho delictivo, sino que comporta la
exigencia de la existencia de prueba, en sentido objetivo, y además rodeada
de ciertas garantías, para resolver su condena.
El precepto, sin embargo, proclama este derecho sin dotarlo de contenido ni
delimitar su alcance, razón por la que ha sido la Jurisprudencia —especialmente
la procedente del Tribunal Constitucional— la encargada de precisar tales
extremos, lo que ha generado como efecto sustanciales modificaciones en la
norma procesal penal, de especial incidencia en materia probatoria. También
la Jurisprudencia sentada por el Tribunal Supremo ha venido a llenar este vacío
y ofrece pautas válidas para, a partir de su distinción respecto del “in dubio pro
reo”, determinar el alcance que, en lo que atañe a la prueba, ha de darse al
insoslayable derecho a la presunción de inocencia.
Así, y de acuerdo con la doctrina sentada, entre otras muchas, por la STS de
3 de noviembre de 2011, la regla in dubio pro reo presupone la existencia de
una actividad probatoria de cargo que no llega a disipar totalmente en el
juzgador las dudas razonables acerca de la culpabilidad del acusado o, si se
prefiere, de la concurrencia de los elementos objetivos y subjetivos integrantes
del tipo penal y/o de la participación del acusado en su comisión, lo que obliga
al juzgador a decantarse por su absolución.
La presunción de inocencia —como bien declara la STC 88/2013, 11 de abril—
engloba en su contenido la exigencia anterior, sin duda más amplio, merced a
su configuración como derecho a no ser condenado sin prueba de cargo
válida, lo que se traduce como exigencia, de cara a su observancia, que los
órganos judiciales no puedan sustentar la condena valorando una actividad
probatoria lesiva de otros derechos fundamentales o carente de garantías, que
la condena se declare con una resolución carente de motivación —dicho de
otro modo, la necesidad de que la sentencia condenatoria refleje el resultado
de dicha valoración— o la necesaria razonabilidad —por lógico y suficiente—
del iter discursivo que conduce de la prueba al hecho probado (véase,
asimismo, la STC 16/2012, de 13 de febrero).

3.2.La expulsión o imposible valoración de la prueba prohibida o ilícita


A diferencia del proceso civil, en el que se hace prevalecer una verdad
formal, en el proceso penal se persigue y ha de obtenerse la verdad material
que no ha de lograrse a cualquier precio. Esa labor de búsqueda o averiguación
de la verdad no puede desarrollarse sin límite a través de la práctica de actos o
diligencias de investigación que, inevitablemente, implican la restricción de la
esfera de derechos del sujeto investigado.
Con la finalidad, pues, de aplicar el ius puniendi, en el marco de la
investigación y la prueba, el Estado se irroga de poderes y facultades que
entrañan la restricción de los más elementales derechos de la persona,
derechos que, en consecuencia, no pueden afirmarse absolutos, sino que
todos, en algún punto y a excepción del derecho a la vida, admiten ser
limitados, siempre que se regule el modo al efecto por la ley, y en atención a
ciertos presupuestos y fines, en definitiva —como en su momento se conocerá
debidamente— si, a tal efecto, se observan las exigencias derivadas del
principio de proporcionalidad. Solo de este modo, la medida o acto de
investigación puede entenderse legítima desde el punto de vista constitucional
y sus resultados alcanzar en el proceso el valor o eficacia que le es propio.
En ese choque inevitable que, como bien señala la propia Exposición de Moti-
vos de la vigente LECrim —promulgada por RD de 14 de septiembre de 1882—
se da siempre en materia penal, entre el interés estatal en la persecución y
castigo del delito y el interés particular o privado del sospechoso en defenderse
y ver preservada su esfera de derechos, no ha de hacerse prevalecer uno sobre
otro, sino armonizarlos. Ha de hallarse, pues, un punto de encuentro, e
instrumento válido para marcar ese equilibrio es la introducción en el proceso
de la llamada “teoría de la prueba ilícita o prohibida” de origen jurisprudencial
y más tarde consagrada en el art. 11.1 LOPJ, al señalar que “no surtirán efecto
las pruebas obtenidas, directa o indirectamente, mediante la vulneración de
derechos fundamentales”, un teorema, en definitiva, que impide al juez o
tribunal valorar una prueba con absoluta independencia de su origen.
Como ya se conoce, la regla que incorpora el precepto se traduce en la
necesaria inadmisión e imposible valoración de toda prueba lograda mediante
la conculcación de un derecho fundamental que, en ese caso, recibe la
denominación de prueba ilícita o prohibida. Esta, a diferencia de la prueba
irregular —resultante de la infracción de un precepto de legalidad ordinaria—
nace de la infracción de un precepto constitucional que tutela un derecho
fundamental (v.gr., art. 18.3 o 17 CE), no solo ha de entenderse nula o ineficaz,
sino que su ineficacia o falta de virtualidad probatoria —y este es el rasgo que
la distingue de la irregular— puede alcanzar a otra u otras pruebas, quizás
lícitamente logradas pero derivadas o que tienen origen, más o menos remoto,
en la prueba que padece el vicio o ilicitud original.
Nótese que la ilicitud y los efectos que esta genera no se concretan en la
fuente de prueba obtenida “directamente” de la lesión del derecho
fundamental —prueba directa— sino que alcanzan a la prueba o pruebas
logradas, indirectamente, merced a esa vulneración —pruebas indirectas o
derivadas—. La prueba ilícita o prohibida genera, pues, efectos directos e
indirectos o reflejos, expresión de la fruit of the poisonous tree doctrine
norteamericana —teoría del “fruto del árbol envenenado”, acuñada por el TC
como “teoría del árbol del fruto ponzoñoso”— a cuya luz, el vicio o ilicitud y, por
ello, carencia de efectos de la fuente de prueba originaria, se transmite y
contamina a toda otra, incluso lícitamente obtenida, que tengan en la anterior
su causa. El efecto puede expresarse gráficamente mediante la consideración
de que, si el árbol está envenenado, también lo están los frutos nacidos de este.
A pesar de la aparentemente amplia formulación legal, la operatividad de
esta regla a nivel jurisprudencial viene sufriendo una continua —y también
peligrosa— oscilación que ha llevado a pasar de su plena admisión y, de ese
modo, a reconocer la eficacia refleja o indirecta de sus efectos, a su claro
rechazo, y a la inversa. Además, y quizás influenciados por su declive en la
Jurisprudencia estadounidense de la que es originaria y el percibido como
desorbitado alcance de la sanción procesal que incorpora —la expulsión del
proceso o imposible valoración, tanto de pruebas prohibidas directas cuanto
indirectas y, de este modo, en ocasiones, el derrumbe del todo el acervo
probatorio— el TC daba un serio vuelco a sus postulados —con ocasión del
dictado de la histórica STC 81/1998, de 2 de abril— e introducía nuevos
parámetros a los que atender para resolver la validez o ineficacia de pruebas,
en sí lícitas, pero derivadas de otra u otras ilícitas, con lo que se iniciaba el
proceso de involución en el que actualmente vive esta máxima en el Derecho
español1.

3.3. Valoración probatoria y deber de motivación


Resolver la cuestión criminal o, si se prefiere, determinar la inocencia o culpa-
bilidad del acusado y si, en consecuencia, ha de responder o no y en qué
medida por el delito que se afirma cometido, exige al juez la realización de un

1
Un estudio en profundidad acerca de la prohibida ilícita o prohibida y sus consecuencias o
efectos, desde el plano legal, doctrinal y jurisprudencial, se contiene en el manual (ASENCIO
MELLADO et. alt.), Derecho Procesal Penal, Tirant lo Blanch, 2020.
complejo razonamiento que le lleva a valorar todo lo actuado y, en especial, la
prueba practicada durante el desarrollo del juicio y sus resultados, y “a
interpretar y aplicar normas penales y procesales correspondientes a los hechos
punibles enjuiciables”. Así, el órgano judicial penal lleva a cabo una doble
operación.
Inicialmente realiza lo que puede entenderse como “juicio histórico” dirigido
a resolver si los hechos objeto de acusación existieron o no al margen y con
anterioridad al proceso, a cuyo efecto se sirve de las pruebas practicadas y su
posterior valoración; juicio este que se hace recaer sobre un acontecimiento de
la vida, un hecho natural o histórico, aunque con relevancia jurídica.
A la hora de determinar la existencia del hecho o hechos que son objeto de
acusación, no puede atenderse a un criterio meramente naturalista, limitado a
simples circunstancias temporales o espaciales ante la dificultad de fijar de ese
modo “el trozo de la vida de relevancia para el proceso”, los elementos que
interesan al juicio. Así pues, no puede el órgano judicial realizar el juicio histórico
sin servirse de elementos normativos que implican atender a criterios tales como
actividad, resultado de esa actividad y el bien jurídico lesionado por la misma.
Ahora bien, dado que el juez penal se halla vinculado por el concreto hecho
objeto de acusación, la conclusión que resulta de esta primera operación no
puede ser otra que la afirmación o negación, en términos de relativa certeza y
no mera probabilidad, de que el hecho acusado ha existido, esto es, sucedió
en el pasado.
Solo si el juicio histórico arroja un resultado positivo, por entender el juez que
los hechos existieron o existen, ha de proceder a su valoración, esto es, ha de
realizar —y he aquí la segunda de las operaciones a las que se aludía— un “juicio
jurídico” sobre los mismos. El “juicio de valoración jurídica” no es sino el razo-
namiento tendente a averiguar si el hecho o conjunto de hechos que se
entienden acaecidos han de reputarse o no constitutivos de delito y, en
consecuencia, han de llevar o no aparejada la imposición de una pena o
medida de seguridad concreta, esto es, el órgano judicial ha de determinar si
el mismo tiene o no encaje en tipo penal determinado.
Es más, esta segunda operación no se agota con la mera subsunción del
hecho o hechos en un tipo delictivo concreto, sino que exige, además, apreciar
la posible concurrencia en la persona del inculpado de circunstancias
modificativas de la responsabilidad criminal, no en vano, el juzgador ha de
atender y determinar su grado de participación y el de perfeccionamiento o
ejecución del ilícito para proceder a la individualización de la pena.
Resulta, pues, inexcusable que el juzgador exteriorice ese juicio lógico
realizado sobre el resultado probatorio y su repercusión en el fallo que acabe
dictado. Las sentencias, especialmente las de carácter penal condenatorias,
en las que, viéndose implicado el derecho a la presunción de inocencia y el
derecho a la libertad personal “se hace imprescindible una mínima explicitación
de los fundamentos probatorios del relato fáctico, con base en el cual se
individualiza el caso y se posibilita la aplicación de la norma jurídica”.
La exigencia de motivación de la sentencia, estrechamente vinculada con
la presunción de inocencia, obliga al juzgador a relacionar los distintos medios
de prueba practicados con los hechos considerados probados en la propia
sentencia, de forma que resulte manifiesta y pueda apreciarse la perfecta co-
rrelación y racionalidad de la inferencia. Motivar es tanto como justificar la
decisión adoptada, acompañándola de una argumentación convincente que
permita conocer las operaciones racionales, inevitablemente internas, efectua-
das por el juez.
Sin embargo, según declara la Jurisprudencia, esta exigencia de motivación
de las resoluciones judiciales no supone que aquellas hayan de ofrecer
necesariamente una exhaustiva descripción del proceso intelectual que ha
llevado a decidir en un determinado sentido, ni tampoco requiere un
determinado alcance o intensidad en el razonamiento empleado. Lo esencial
e inexcusable es que dicha motivación ponga de manifiesto que la decisión
judicial adoptada responde a una concreta interpretación y aplicación del
Derecho ajena a toda arbitrariedad y permita la eventual revisión jurisdiccional
mediante los recursos legalmente establecidos.

ESQUEMA

Actos de prueba: actos de parte dirigidos a obtener una determinada resolución del
órgano judicial. Despliegan efectos dentro del proceso si reúnen la doble condición de ser
admisibles y resultar fundados.

El término “prueba” designa:


. la actividad en que esta consiste
. el resultado o conclusión a la que conduce
. el medio a través del cual se alcanza ese resultado
Prueba

Actividad de carácter procesal dirigida a convencer al juzgador acerca de la veracidad o


exactitud de los hechos que se afirman existentes en la realidad.

Clases de prueba

Directa
Indirecta

Prueba principal
Contraprueba
Prueba de lo contrario

Prueba plena
Prueba semiplena

El procedimiento probatorio (proposición, admisión y práctica de la prueba) en el proceso


penal

Proposición: La iniciativa probatoria

. La proposición y práctica de la prueba a instancia de parte


. Posible acuerdo, de oficio, por el órgano judicial

Admisión de la prueba: superación del triple juicio


. pertinencia
. utilidad
. ilicitud

Resolución del juicio de admisibilidad. El auto judicial inadmisorio y su impugnación

La práctica de la prueba

. Ante el órgano judicial (excepción: prueba preconstituida)


. En el acto del juicio oral (excepción: supuestos de anticipación probatoria)

Garantías: oralidad, publicidad, inmediación, contradicción

Valoración de la prueba penal

. Principio de la libre valoración


. Respeto a la regla in dubio pro reo y el derecho a la presunción de inocencia: sobre
auténticas pruebas, practicadas con todas las garantías y que resulten “de cargo”

. La expulsión o imposible valoración de la prueba prohibida o ilícita

Necesaria motivación, en la sentencia, de la valoración probatoria

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