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1) LU.

2) GABI.
3) Por un lado, sus plegarias presentan unas formulaciones por las que se establecen con
mucha precisió n las relaciones recíprocas entre dioses y hombres, y recogen todas las
posibilidades que podrían hacer nulo el contrato o restarle validez. Este pacto afecta tanto al
culto privado como al culto pú blico. Y no solo queda plasmado en las plegarias, sino que en
todos los aspectos del culto, durante el cual se evita todo lo que pueda perturbarlo. En la
plegaria, el hombre debía invocar a la deidad correctamente con su nombre exacto. Algunos
dioses eran tan poderosos para el Estado que tenían nombres secretos. El siguiente paso de la
plegaria era convencer al Dios de que era razonable.
Por otro lado, los sacrificios han de celebrarse sobre arae o foci. Ara es la construcció n,
generalmente de piedra y de forma cuadrada o rectangular, sobre la que se ofrecían sacrificios
y se quemaban las ofrendas a los dioses. Se erigían al aire libre, ya sea ante los pó rticos de los
templos, frente a las imá genes de los dioses, junto a los ríos y arroyos, en los cruces de
caminos o en los campos, etc. Mientras que Ara es el término comú n a todos los altares, focus
se reservaba a aquellos que servían como base al fuego encendido para usos culturales y
elemento esencial en todos los sacrificios. En el culto familiar se designaba focus al lugar en el
que se conservaba el fuego, por ejemplo: sobre el hogar el fuego siempre estaba encendido y
ante él se llevaban a cabo las ceremonias religiosas, como la ofrenda de primicias antes de
cada comida y las libaciones u ofrendas de vino o leche.
4) LU.
5) GABI.
6) Considerada de este modo la religió n romana parece muy fría y los historiadores modernos
consideran que la vida religiosa estaba reducida al cumplimiento formal de un contrato entre
el hombre y las divinidades. Por esa cuestió n visualizan có mo Roma se mostró abierta al
ingreso de cultos orientales má s susceptibles de satisfacer las necesidades má s profundas del
alma, ya que ese “formalismo” vacío de la religió n romana preparó el camino del cristianismo.
La vida religiosa de los romanos era infinitamente má s compleja, ya que no só lo consideraban
su religió n oficial sino que lo “sagrado” en sus manifestaciones cotidianas monó tonamente
repetitivas formaban parte de su vida de la que no podían eludir.
El término “Religio” es oscuro. En principio, se designaba al culto rendido a las divinidades,
sentimiento vago, instintivo, impresió n de encontrarse ante algo sobrenatural, É sto es por
ejemplo, el “dejar para mañ ana” la acció n que “no se presenta bajo auspicios felices”; pisar un
suelo sagrado o partir para un viaje; un pá jaro que pasa o una palabra que se oye que es de
“mal augurio. Estas impresiones que el hombre moderno también experimenta en tanto mira
al universo como algo incomprensible en toda su dimensió n, tenían para el romano una
impresió n mucho má s elevada por cuanto no desechaban interpretaciones, por el contrario,
las tenían en cuenta. [Dai]
7) Luchi.
8) Gabi.
9) Las divinidades de la religió n oficial son aceptadas a título de símbolos o de
aproximaciones. Los epicú reos mismos, a los que se acusa sin razó n de ateísmo, hacen de ellas
los símbolos de la felicidad suprema y piensan que su contemplació n serena puede contribuir
a conducir el alma hacia la felicidad. En cuanto al resto de lo que hoy día se considera como
perteneciente a la religió n, el problema de la inmortalidad y del má s allá , se abandona al libre
albedrío; el reconocimiento de lo divino no implica entonces, en modo alguno, que se crea en
la persistencia de la persona después de la disolució n del cuerpo. Las doctrinas má s
espiritualistas admiten como posible una divinizació n del alma separada de su envoltura
terrestre; el alma, suficientemente purificada por la práctica de la virtud, suficientemente
disciplinada por haber discernido y desarrollado en sí misma los gérmenes de lo divino, volará
hacia las altas regiones del cielo y contemplará las verdades eternas. 
Todavía aquí platonismo y estoicismo convergen y está n de acuerdo en proponer la
inmortalidad astral, es decir, el retorno del alma individual al seno del Alma del mundo como
recompensa de una vida pura. Pero se trata má s bien de un mito, es decir, de una bella
esperanza, que de una fe. Y, por otra parte, esta apoteosis personal no podía ser má s que una
excepció n: se ofrece solamente a las almas escogidas, capaces de realizaciones y de virtudes
inaccesibles al comú n de los hombres. El hombre divino es el gran político, el gran poeta, el
pensador; en él se unen y se equilibran sabiduría y cultura, y si llega a ser un dios es que ha
podido en vida, gracias tanto a la posesió n de felices cualidades como a su energía y a su
voluntad, ser plenamente un «hombre». [Dai]
10) Luchi.
11) Gabi.
12) Hacia el siglo I d.C. comenzó a extenderse por el Imperio la religió n de Mitra. Mitra era un
dios persa cuyo culto se había desarrollado sin duda en las riberas del Ponto Euxino; en un
principio parece haber sido, sobre todo, el protector de los soldados y en su religió n se
mezclaron las aportaciones venidas de todas las regiones del Asia Menor y las creencias
irá nicas impregnadas de una teología de origen semítico. A los ojos de sus fieles, Mitra es el
Sol-Rey, el Sol Invencible. Se contaba que había nacido sobre una roca el día del solsticio de
invierno y que los pastores habían acudido espontá neamente a ofrecerle los productos de sus
rebañ os. De sus orígenes iranios Mitra había heredado una leyenda de significació n có smica.
Se le mostraba en lucha con un toro, al que finalmente inmolaba clavá ndole un cuchillo en la
garganta. Y la sangre sagrada del animal, derramada sobre la tierra, la fecundaba. De ella
nacían las plantas nutritivas. Se decía que los hombres eran acreedores a Mitra de una
infinidad de beneficios, entre ellos todos los que prodiga la naturaleza, y Mitra, como en otro
tiempo Hércules, había combatido para apartar de la tierra los azotes que la destrozaban.
[Dai]
La liturgia mitriá tica simbolizaba las diferentes peripecias de su mito y revestía por esta razó n
un carácter violentamente dramá tico. El lugar del culto era con frecuencia subterrá neo; debía,
en efecto, evocar la caverna en la que el dios había nacido, en la oquedad de una roca. La
bó veda de esta caverna simbolizaba el cielo estrellado. El momento má s sagrado era el de la
inmolació n del toro —el tauroholio—. El animal era degollado sobre un foso y su sangre
chorreaba sobre uno de los fieles, que esperaba, de pie en el foso, aquel bautismo fecundante.
13) Luchi.

14) Gabi.
15) Igualmente fue popularizada por los sirios la astrologia caldea, que los filó sofos de
inspiració n neopitagó rica habían ya intentado fundamentar científicamente mediante
razonamientos, pero cuyas prácticas alcanzaron a todas las capas sociales hasta el punto de
que los emperadores debieron tomar, en repetidas ocasiones, severas medidas contra los
magos y los que se llamaban los «caldeos». No es que los emperadores hubiesen querido de tal
manera proteger al pueblo contra el error, sino porque, persuadidos ellos mismos de la verdad
de la ciencia astroló gica, temían sus efectos y querían reservarla para su propio uso. Roma,
desde los orígenes, conocía la magia, puesto que en las Doce Tablas figura una ley prohibiendo
el malum carmen, el encantamiento maléfico.
Sobre un terreno tan favorable, las prácticas de la magia oriental no podían menos que
prosperar. Fueron sobre todo las mujeres las que se entregaron a este oficio —muy lucrativo al
parecer—. Horacio nos ha conservado el recuerdo de la horrible Canidia, experta en
nigromancia, que iba a desenterrar en los osarios los cadáveres que despedazaba para
procurarse los ingredientes necesarios a sus filtros y que incluso no vacilaba en matar de
hambre, enterrá ndolo hasta el cuello, a un niñ o cuya médula se encontraba de esa manera
llena de virtudes má gicas. Como sucede comú nmente, esas hechiceras, a las que se pedían
filtros de amor, sabían también, por medio de secretos venenos, suprimir a los maridos
molestos o a los padres que tardaban demasiado en morir.

16) Luchi.
17) Gabi.
18) De tiempo en tiempo, una ola de misticismo recorría la península. Se asistía al despertar
de los ritos má s naturalistas y se veía formarse colegios de místicos para celebrar en comú n
ceremonias orgiá sticas. Pero las autoridades romanas intervenían y por medio de severas
medidas policiales hacían que todo volviese al orden. Un caso célebre fue el de la religió n
díonisíaca, que al comienzo del siglo II a.C. se extendió de manera inquietante por los campos
y las ciudades. Los iniciados, hombres y mujeres, se reunían y abandonaban a los transportes
de las bacantes, llegando incluso hasta consumar sacrificios humanos. La reacció n del Senado
romano fue implacable. Un senado consulto prohibió , bajo pena de muerte, formar
asociaciones dionisíacas. Pero el culto del dios mismo no fue prohibido, a condició n de ser
celebrado abiertamente y oficiado por un sacerdocio sometido a la vigilancia de los
magistrados. No podríamos, sin embargo, hablar en este caso de tolerancia romana. El
sentimiento que animaba a los senadores no era en modo alguno el respeto de la libertad de
conciencia, sino una elemental prudencia ante lo que consideraban como una evidente
manifestació n de lo divino. Conscientes de la riqueza infinita de ello, no ignoraban que la
religión oficial no lo abarcaba todo y estaban dispuestos a asegurar al Estado el
beneficio de toda nueva teurgia. Pero, en desquite, exigían que las prácticas toleradas
no pusiesen en peligro el equilibrio y la disciplina de la ciudad. Este estado de espíritu,
que persistió hasta el fin de Roma, explica en buena parte la política seguida por los
emperadores frente al cristianismo. No había en éste nada que pudiese escandalizar
profundamente a la conciencia religiosa de los romanos; la religió n de Mitra también afirmaba
un monoteísmo exclusivo y poseía su jerarquía interna, su moral, su bautismo y su teología. La
religió n isíaca, igualmente, imponía a sus adeptos prácticas ascéticas y ceremonias cotidianas,
así como, en ciertas circunstancias, un vestido especial y prohibiciones alimenticias. No
obstante, ni Mitra ni Isis provocaron persecuciones. La predicación cristiana, se ha dicho a
veces, ofrecía el riesgo de comprometer la organización social, predicando la igualdad
de los hombres ante Dios. Pero tales ideas eran a menudo expresadas por los filó sofos, y la
evolució n social bajo el Imperio tendía por sí misma a borrar las barreras tradicionales entre
conquistadores y conquistados, entre hombres libres y esclavos. Las razones de las
persecuciones dirigidas contra los cristianos fueron diferentes; residen primeramente
en la intolerancia cristiana, inexistente en los otros cultos orientales. Por lo general,
fueron los cristianos quienes se mostraron agresivos, negándose a aceptar lo que había
llegado a ser el principio esencial de la vida política, la divinidad del emperador, y
rehusando también el juramento militar, que era de esencia religiosa. Pero cuando los
emperadores hicieron cesar la lucha contra el paganismo oficial y contra el
cristianismo, lo hicieron en nombre del principio que en otro tiempo había animado a
los redactores del senadoconsulto sobre las bacanales: «Hemos decidido —dice el
rescripto de Licinio publicado en el añ o 313 d.C.— que convenía colocar por encima de todas
las cosas lo que se refiere al culto de la divinidad, y, por esto, conceder a los cristianos, como a
todo el mundo, la libre facultad de seguir la religió n que quieran, a fin de que todo lo que hay
de divinidades en la estancia celeste, pueda sernos favorable y propicio, a nosotros y a todos
los que está n colocados bajo nuestra autoridad.» Así se terminaba, en la má s pura tradició n
romana, una lucha sangrienta que duraba en aquel momento cerca de tres siglos. [Dai] 
Apéndice
El sacerdote proporciona lo sagrado. Es el ú nico que puede comunicarse con las divinidades.
Esto es en un sentido unívoco, las deidades podían comunicarse con los hombres en cuanto
quisiera. El sacerdote era el representante de lo religioso en la comunidad y el encargado de
llevar a cabo los ritos o vigilar su estricto cumplimiento.
Colegios de los pontífices, de las vestales, de los augures, flamines, Sacerdotes que consultaban
los Libros Sibilinos, hermanos arvales dedicados al culto agrario, Salios (sacerdotes
danzantes), cofradía de los Fetiales.
Sibilas. Devotio Evocatio. Mola salsa.
Rú tulos, Sabinos, sarrastres, equiquedas, marsos, argivos, auruncos, sicanos, sacransos,
lá bicos, volscos.

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