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"Año de la Inversión para el Desarrollo Rural y la Seguridad

Alimentaria"

I.E. “MONITOR HUASCAR”


S.J.L Nº 131

TEMA:

“LA VIDA DE JESUS”

ASIGNATURA:

RELIGION

ALUMNO:

AROSQUIPA, JOHANA

DOCENTE:

GRADO Y SECCION:

2º “A”

AÑO:

2013
A mis padres, a quienes debo todo lo que soy
y lo que seré.
INTRODUCCIÓN

Muchas personas conocen la vida de Jesús a través de la biblia. En los

evangelios se habla de sus milagros, la oposición que tuvo que afrontar por las

autoridades religiosas y políticas de ese entonces, etc.

Este es un estudio sobre la persona y vida de Jesús que analiza sus atributos

divinos y su naturaleza humana. Podemos conocer a Jesús como Dios hecho hombre

y como Mesías redentor por el relato de los Evangelios. Pero sobre todo este estudio

pretende dar a conocer a Jesús como el modelo ético y moral a seguir por el cristiano.
1. CONTEXTO HISTORICO Y SOCIAL

No pueden entenderse la doctrina y la vida de Jesús sin situarlas en su contexto


histórico. Palestina era un territorio administrado por los romanos, cuyo imperio había
iniciado su período de máximo esplendor político y territorial. Con la ascensión de
Augusto, que murió el año 14 después de Cristo y al que sucedió su hijo Tiberio,
coetáneo del Nazareno, el Mediterráneo se había convertido en un lago romano y la
autoridad imperial prevalecía en todas sus costas. En tiempos de Jesús la metafísica
de Platón y Aristóteles había perdido su atractivo. Los sistemas filosóficos más
extendidos eran el epicureísmo y el estoicismo. La doctrina de Jesús contiene algún
elemento de ambos sistemas. Por ejemplo, los estoicos proclamaron la igualdad y la
hermandad de todos los hombres. Por otra parte tenían vigencia aún los misterios,
como el de Eulesis y el de Dionisio. Incluso el misterio egipcio de Osiris gozaba de un
buen predicamento en Roma.

El mundo judío bajo dominio romano empezó con Herodes el Grande, del 37 al 4 a.C.
El emperador Octavio Augusto le confirmó en su puesto de rey de los judíos porque
Herodes le había ayudado en su marcha final desde el territorio tolomeo hasta Egipto.
En su testamento, Herodes dividió su reino entre sus hijos Arquelao, Filipo y Herodes
Antipas, este último tetrarca de Galilea y Perea en tiempos de Jesús. Heredero de una
vasta tradición religiosa, el mundo judío estaba dominado básicamente por dos grupos
o sectas: los fariseos y los saduceos. Los primeros provenían íntegramente de la clase
media; los saduceos, de la rica aristocracia sacerdotal, que en tiempos de Jesús tenía
en la familia de Annás la saga más poderosa. Los fariseos sostenían su autoridad a
base de piedad y cultura; los saduceos, mediante la sangre y la posición. Los fariseos
eran más bien progresistas; los saduceos, más conservadores, aceptaban fácilmente
el dominio romano porque les permitía conservar su posición privilegiada. Los fariseos
se preocupaban por elevar el nivel religioso de las masas; los saduceos, de adoctrinar
y atraer a aquellos que tenían relación con la administración del Templo y los ritos.

Al margen de ambas tendencias se situaban los zelotes. Cuando hacia el año 6 a.C. el
legado Quirino ordenó un censo general de Palestina, el fariseo Sadduq y el galileo
Judas Gamala encabezaron la revuelta de los judíos descontentos. A su alrededor
reunieron un grupo que llevó a cabo diversas campañas contra los romanos. Éste fue
el origen de los zelotes, patriotas ardientes que, separados ya totalmente de los
fariseos, utilizaron toda clase de medios, sin excluir el atentado mortal, para librarse
del opresor extranjero y castigar a los judíos colaboracionistas. Usaban para sus
asesinatos una daga corta llamada sicca, por lo que fueron conocidos entre los
romanos con el nombre de sicarii ('sicarios').

2. NACIMIENTO DE JESUS

Todo lo anteriormente señalado sucedía en el siglo I de nuestra era. Sin embargo,


incluso para la exégesis católica más racional, ningún dato relativo a la vida de
Jesucristo puede fijarse con absoluta certeza. Jesús, hijo de José y de María de
Nazaret, fue concebido en este pueblo de Galilea a tenor del misterioso anuncio que el
ángel Gabriel le hizo al artesano de que su prometida (aún no se había celebrado la
boda) estaba encinta, pero que el fruto de su vientre no era obra de un ser humano
sino del Espíritu Santo. María era prima de Isabel, esposa del sacerdote Zacarías,
quienes en la vejez engendrarían a Juan Bautista.

En aquellos días se promulgó un decreto de César Augusto por el que todos los
habitantes del imperio debían empadronarse, cada cual en la ciudad de su estirpe.
José y su joven esposa hubieron de dirigirse a Belén, en Judea, a unos 120 kilómetros
de Nazaret. Probablemente hicieron el viaje en caravana con otros que seguían el
mismo camino. La pareja, de escasos recursos económicos, pernoctó en las afueras
de Belén, refugiándose en una de las cuevas utilizadas por los pastores. Estando allí,
a ella se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, al
que recostó en un pesebre porque no tenían sitio en la posada.

Adoración de los pastores (c. 1655), de Murillo


El humilde nacimiento de Jesús tuvo lugar en tiempos del rey Herodes el Grande. Por
lo tanto, no pudo ocurrir más allá del 4 a.C., fecha de la muerte del tetrarca. Siguiendo
a Lucas (2, 1), Jesús nació en tiempos del censo ordenado por Augusto y efectuado
por Quirino, gobernador de Siria. Tertuliano atribuyó ese censo a Sencillo Saturnino,
legado de Siria del 8 al 2 a.C.; éste muy bien pudo haber completado un censo
comenzado por Quirino. Por ello, se suele aceptar que el nacimiento de Jesús tuvo
lugar entre los años 7 y 6 a.C.

El evangelio de Lucas narra los hechos a la vez simples y extraordinarios que


acompañaron el nacimiento de Jesús: el anuncio de los ángeles a unos pastores, que
acudieron a Belén y fueron los primeros en "alabar y glorificar a Dios por todas las
cosas que habían visto y oído" (Lc. 2, 20). Mateo, en cambio, narra la visita de tres
misteriosos reyes de Oriente que, guiados por una estrella, acuden a adorarlo y le
ofrendan oro, mirra e incienso. Previamente, estos reyes "magos" habían pasado por
Jerusalén preguntando "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?" Tal
pregunta llenó de temor al rey, quien ordenó pocos días después una terrible matanza
de niños varones, que la tradición cristiana recuerda cada 28 de diciembre como el Día
de los Santos Inocentes. Advertidos del peligro que los acechaba, José y María
huyeron de Belén con su hijo y se refugiaron en Egipto, donde permanecieron hasta la
muerte del rey Herodes.

De nuevo en Nazaret, Jesús aprendió las Escrituras y la tradición oral judía hasta el
punto de sorprender con sus conocimientos a los doctores de la Ley que lo
escucharon en el templo cuando sólo tenía doce años. Mientras el "niño crecía y se
fortalecía, llenándose de sabiduría" (Lc. 2, 40), llevó una vida normal, trabajando con
su padre. Hasta los treinta años nada más vuelve a saberse de su vida; sólo lo que
fantásticamente narran los evangelios apócrifos, es decir, aquellos escritos de origen
desconocido o erróneamente atribuido, en su mayor parte de origen gnóstico, que
tratan de la vida de Jesús en los últimos años de su juventud. Particularmente llama la
atención el cúmulo de elementos milagrosos, frecuentemente abstrusos y
desagradables, en los que historia y fábula se confunden.
3. LA PREDICACION

Para datar el inicio del ministerio público, Lucas pone especial énfasis en presentar los
datos exactos acerca de la predicación de Juan Bautista, a quien Jesús acudiría para
hacerse bautizar. Sin embargo, sólo un dato es en verdad útil: «el año decimoquinto
de Tiberio César», el reinado del cual empezó el 19 de agosto del 14 d. C. El año
decimoquinto debía ser, según el sistema romano, del 19 de agosto del 28 d. C. al 18
de agosto del 29 d. C. Por otra parte, tampoco hay unanimidad acerca de la duración
de su vida pública. Mientras los tres sinópticos hablan de una sola Pascua, Juan
Evangelista especifica claramente tres.

Juan Bautista comenzó predicar la pronta llegada del Mesías y a bautizar a quienes lo
escuchaban en las aguas del Jordán. Cuando Jesús fue bautizado por Juan (que era
primo suyo), hubo según los evangelistas un signo celestial que lo señaló como hijo de
Dios. Antes de iniciar su propio ministerio, Jesús se retiró al desierto un período "de
cuarenta días", durante los cuales, según la narración evangélica, ayunó y puso a
prueba su fortaleza espiritual ante las tentaciones del demonio.

El bautismo de Cristo (c. 1623), de Guido Reni


A su regreso del desierto, Jesús inició la divulgación de su doctrina en solitario,
dándose a conocer en la sinagoga, a la que acudía todos los sábados. Un día lo hizo
en su pueblo. Escogió una lectura del profeta Isaías que prefigura al Mesías, el ungido
de Dios que anunciaría a los pobres la Buena Nueva y que daría la libertad a los
oprimidos. Les dijo que era él de quien el profeta hablaba. Fue denostado por tamaña
soberbia (todos sabían que era el hijo de José) e intentaron despeñarle. Sería el
destino de todo su ministerio: la incomprensión de los suyos, que culminaría con la
traición de uno de sus discípulos predilectos. Pero pronto sus predicaciones
convocaron a su alrededor multitudes a las que enseñaba mediante parábolas,
obrando a la vez milagros que llenaban de asombro y alimentaban la fe en su doctrina.

Se granjeó así las antipatías de escribas y fariseos, a los que aquel advenedizo
robaba protagonismo y popularidad entre las gentes. Los fariseos se quejaban de que
Jesús celebraba fiestas y banquetes. Peor aún, lo hacía con publicanos, pecadores,
gentuza proscrita: por eso los fariseos lo tachaban de borracho y juerguista.
Entretanto, Jesús eligió a doce de entre sus discípulos: Simón (a quien llamó Pedro) y
su hermano Andrés, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo y Tomás, Santiago
de Alfeo y Simón (llamado Zelotes), Judas de Santiago y Judas Iscariote. Eran
hombres sencillos, la mayoría pescadores que se ganaban el sustento con fatiga.
Hombres integrantes de la masa que soportaba los impuestos de los romanos y que
se rebelaba ante la vida privilegiada de escribas, saduceos y fariseos. Jesús les
propuso un orden religioso e incluso social nuevo, sin hipocresías, solidario con los
pobres, vital.

El llamado "sermón de la montaña" acaso sea el más significativo de todos cuantos


pronunció, tanto por su contenido doctrinal como porque viene precedido, según
Lucas, por la elección de los doce discípulos y la realización de numerosos milagros
en tierras de Galilea. En este discurso evangélico, llamado en la tradición bíblica "Las
bienaventuranzas", Jesús saluda a la muchedumbre con un "bienaventurados los
pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos; bienaventurados los que tenéis
hambre ahora, porque seréis saciados; bienaventurados los que lloráis ahora, porque
reiréis" (Lc. 6, 20-21), y enseguida expone las condiciones que han de cumplir quienes
elijan seguirlo: "Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os
expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del
hombre..." Es precisamente la idea de la paternidad divina el tema central de su
mensaje, pues es de esa realidad de donde emana el amor y la generosidad del
Creador hacia toda criatura humana.
El sermón de la montaña pone de manifiesto su profundo conocimiento de la conducta
humana, y reinterpreta además la Ley mosaica dilucidando sus principios
fundamentales y adaptando sus preceptos a las necesidades humanas. Es en este
sentido que dice, por ejemplo, "el sábado ha sido instituido para el hombre y no el
hombre para el sábado" (Mc. 2, 27), cuando los fariseos le reprochan que sus
discípulos hayan arrancado unas espigas o que él mismo haya obrado milagros y
curado enfermos en ese día sagrado para los judíos. El amor a los enemigos ("amad a
vuestros enemigos, haced bien a los que os odien"), la misericordia ("sed compasivos,
como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y
no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados"), la beneficencia ("Dad y se os
dará [...], porque con la medida con que midáis se os medirá") o el celo bien ordenado
("no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto
bueno") son aspectos diferentes de una misma idea fundamental formulada en la frase
"amar a Dios y al prójimo".

Cena en Emaús (1606), de Caravaggio

Una visión estrictamente laica sitúa a Jesús en un exclusivo marco humano, pero no
por ello su figura es menos digna de estudio y consideración. Él, que se autodefinía
Maestro, no seguía las pautas de la clase poderosa judía: transgredía la norma
sabática, iba acompañado de mujeres (María y Marta; Juana, mujer de Cusa, un
administrador de Herodes; Susana, y otras muchas) y se hospedaba en sus casas.
Sus amigos eran gente llana y sencilla a los que acompañaba en sus fiestas y bodas.
Las enseñanzas de Jesús, que por primera vez hablaban de conceptos nuevos como
el amor al prójimo y a los enemigos, la piedad hacia los pecadores y el respeto a las
personas por encima de su condición, no tardaron en entrar en colisión con el clero
judío.

La casta sacerdotal judía veía con temor los efectos de las prédicas de Jesús en el
pueblo y dispuso que escribas y fariseos asistieran a ellas para cuestionar con
preguntas capciosas su autoridad. Jesús sorteó con habilidad todas las trampas que
se le tendieron y el Sanedrín demandó sin éxito el apoyo de la autoridad romana para
reprimir al "agitador". Pero el desasosiego no cundía solamente entre los sacerdotes,
sino también en el mismo Herodes, porque aquel nazareno consentía que se le
llamase rey de los judíos, título que a Herodes le había costado la adulación al opresor
extranjero. Llegó un momento en que Jesús habló sin tapujos: «El que no está
conmigo, está contra mí. No hagáis como los escribas y fariseos hipócritas, víboras,
sepulcros blanqueados por fuera y llenos de carroña por dentro... No amaséis
fortunas, vended los bienes y dad limosnas...» Y los acontecimientos acabaron
precipitándose.

Jesús envió a predicar de dos en dos a setenta y dos discípulos suyos por los pueblos
de Judea, en donde iniciaron un intenso movimiento religioso como si se tratara de
conquistar la Ciudad Santa. Hacia ella se dirigió Jesús desde Galilea consciente de
que había llegado su hora. Herodes, a quien Jesús había llamado zorro, estaba al
acecho; los sacerdotes, ojo avizor para tenderle una trampa. Pero Jesús no se
amedrentó. Al contrario, entró en Jerusalén en actitud provocadora, haciéndose
entronizar como rey por una multitud que llenaba la ciudad en ocasión de la Pascua. Y
en el mismo centro neurálgico del mundo judío, el Templo, hizo valer su autoridad:
expulsó a los vendedores a latigazos porque le repugnaba que un lugar de oración se
hubiera convertido en un lucrativo mercado.
4. PASIÓN Y MUERTE DE JESUS

Llegado el día de los Ázimos, en el que se sacrifica el cordero de Pascua, Jesús


prepara la que será su última cena con sus discípulos y en ella les anuncia su fin: "Con
ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo
que yo no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc.
22,16). En el relato evangélico de la cena pascual, Jesús lava los pies a sus discípulos
y comparte con ellos el pan y el vino como expresión de la Nueva Alianza de Dios con
los hombres. Luego, les advierte de lo que ha de ocurrir en los próximos días. Ante el
estupor y desasosiego de los discípulos, les anuncia que uno de ellos llegará a
traicionarlo: "La mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa" (Lc. 22,
21) y que su amado Pedro lo negaría tres veces, aunque finalmente se arrepentiría de
su acción: "Yo te aseguro [Pedro]: hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante
dos veces, tú me habrás negado tres" (Mc. 14, 30).

La última cena, de Juan de Juanes

Tras estas dramáticas revelaciones, una vez acabada la comida pascual, Jesús y sus
discípulos abandonaron el cenáculo y caminaron hasta el huerto de Getsemaní.
Enseguida, Jesús se apartó en compañía de Pedro, Santiago y Juan, a quienes les
dijo: "Mi alma está triste hasta al punto de morir, quedaos aquí y velad" (Mc. 14, 33). Y
diciéndoles esto se adelantó y, arrodillado, comenzó a orar: "Padre, si quieres, aparta
de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc. 22, 42). Poco
después, la guardia del Templo se hizo presente en el lugar y prendió a Jesús; los
sacerdotes del Sanedrín habían preferido hacerlo detener lejos de la muchedumbre
que lo seguía con fervor. Con el propósito de sorprender a Jesús indefenso, el
Sanedrín había comprado la voluntad de Judas Iscariote pagándole treinta monedas
de plata, cantidad al parecer equivalente a ciento veinte denarios, que era el precio
que se pagaba entonces por un esclavo o el rescate de una mujer, de acuerdo con lo
prescrito por la Ley mosaica.

Perseguido por el Sanedrín, traicionado por su discípulo Judas Iscariote y negado por
Pedro, Jesús afrontó solo y con determinación la condena del Sanedrín, el rechazo de
Herodes Antipas, quien lo remitió de nuevo a Poncio Pilato, y la sentencia que éste
pronunció después de "lavarse las manos" y de soltar en su lugar a Barrabás, al
parecer un cabecilla de un movimiento sedicioso acusado de asesinato. En vano el
procurador romano había intentado evitar la crucifixión de Jesús, a quien consideraba
en realidad inocente de los cargos que le imputaban. Presionado por los sacerdotes
del Sanedrín, que habían excitado a la muchedumbre para que pidiese la muerte del
peligroso "agitador", acabó condenándolo a morir crucificado.

Cristo llevando la cruz (1580), de El Greco


Los delitos que le imputó el Sanedrín fueron anunciar la destrucción del Templo ("Esto
que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra"; Lc. 21, 6) y
reconocerse como el Hijo de Dios. Y, frente a las leyes romanas, creerse rey de los
judíos, lo que contribuía a aumentar la inestabilidad política, según el criterio de los
influyentes sacerdotes del Sanedrín. Una vez condenado, Jesús fue vejado, torturado
y obligado a cargar su propia cruz hasta el monte Calvario, donde fue crucificado.

Los cuatro evangelistas están de acuerdo en que Jesús murió en viernes. El día de la
muerte de Jesús no fue un día de descanso sabático porque los guardas llevaban
armas y las tiendas estaban abiertas (José de Arimatea pudo comprar una sábana y
las mujeres aromas para embalsamar el cuerpo). Lo más probable es que Jesús
anticipara un día la cena pascual. Reunidos todos los datos (el procurador Pilato
gobernó entre el 26 y el 36 d.C.), se puede asegurar que Jesús murió el viernes 14 de
Nisán (primer mes del calendario hebreo bíblico) del año 30 d.C., lo que equivale al 7
de abril del 30 d.C. Y al tercer día, según las Sagradas Escrituras, resucitó y,
apareciéndose a sus discípulos, los alentó a predicar la palabra de Dios.

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