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LOS SACRIFICIOS RELIGIOSOS EN LA ANTIGUA GRECIA

John Alexander Contreras Caicedo


Departamento de Lingüística
Universidad Nacional de Colombia
2014

Una cierta acción de ser, llamémosla essentia o οὐςία, de carácter sobrenatural se mantenía
presente en la mente del hombre griego primitivo quién aterrado intentó interactuar con
ella. El sacrificio religioso griego es un intento de vínculo entre lo mortal y dicha esencia
divina. Tal vínculo se justifica en la extrema vulnerabilidad del hombre ante su entorno y la
búsqueda de la prosperidad.
Ahora, como es de esperarse, no podemos entender tal vínculo sin volver a sus orígenes o al
menos aproximarnos a él tanto cuanto sea posible. Para esto podemos disponer, de una u
otra forma, de tres fuentes principales, a saber: la evidencia escrita, los hallazgos
arqueológicos de los últimos dos siglos y una escasa tradición campesina de los siglos XVII
y XVIII que parece conservar rezagadas costumbres de la antigua religiosidad griega.
La evidencia escrita, es decir, el compendio de textos que va desde los cantos homéricos
hasta el fin del helenismo, son nuestra fuente principal de información sobre las
generalidades de los sacrificios. Claro está: lo que podemos encontrar en Homero,
Eurípides y Aristófanes son relatos normalmente cortos respecto al rito y ciertamente
parciales pues finalmente no se centran en el sacrificio sino en la comunicación de mortal a
dios. No obstante, podemos hacernos una imagen más o menos viva del tipo de sacrifico
más corriente a partir de las generalidades.
Los hallazgos arqueológicos a nuestro favor incluyen osamenta abandonada en templos
cuyos suelos no podían ser pisados por mortales, excepto en una u otra fecha especial en la
que se admitía la entrada a mortales para que realizaran el sacrificio a la divinidad
correspondiente, pero también incluyen cerámicas adornadas con representaciones de ritos
religiosos particulares.
He dicho antes que el sacrificio es un vínculo que permite al hombre pretender que
interactúa con esta ούσία sobrenatural que le rodea. Hablemos entonces de tal ούσία.
Esencia

Si observamos desde nuestra época a los hombres primitivos, cegados por nuestro estilo de
vida, olvidamos lo vulnerables y asustados que se encontraban. Le temían a los animales
salvajes que en cualquier hora podían atacar a un caminante desprevenido. Las
enfermedades les tomaban por sorpresa y no sabían qué habían hecho para contraerlas.
Temían a los fenómenos naturales como rayos o terremotos y lo único que podían
aventurarse a pensar es que habían cometido algún oprobio y por tal razón eran castigados.
¿Castigados por quién? Según Nilsson (1952), cada cultura en sus inicios suele tener una
creencia en un poder o esencia presente en todo lo que conforma la realidad, bien sea maná,
luz, gracia et c. Este animismo explica todo lo que está fuera de la comprensión y el control
del hombre siendo un escenario previo a la aparición de las deidades.
Esta esencia sobrenatural giraba en torno a los eventos decisivos para el hombre: el
nacimiento, el matrimonio y la muerte. Era costumbre tras el nacimiento de un niño,
sacrificar un animal para alejar las malas energías del recién nacido y durante los próximos
días se prohibía el contacto de personas ajenas a la familia con él.
El hombre griego debía cuidarse de ser contaminado por cualquier poder maligno y esto
tiene ciertas implicaciones: si puede ser contaminado, debe existir igualmente una forma de
purificarse. Si el poder puede ser benigno o maligno deben establecerse, entonces,
costumbres y ritos, a través de un conocimiento popular religioso, para mantenerse
impregnado del buen poder, la pureza.
Esta búsqueda de lo correcto engendra un gran número de supersticiones y tabús. Por
ejemplo, cuando una mujer estaba en su ciclo menstrual quedaba impura y también lo
hacían quienes compartieran el recinto con ella o quienes tuvieran contacto mientras esté en
su ciclo. Era preciso ser purificado para poder integrarse de nuevo en la sociedad.
Cuando una persona estaba enferma, se debía a que estaba contaminada o impura. Por esta
razón, en las reuniones cada quién llevaba su propia cantimplora para que llenara y sirviera
en su copa de modo que no bebiera del mismo recipiente que algún individuo impuro.
Gilbert Murray (1912) explica que las comunidades primitivas apenas sabían nada de las
causas que llevaban a que una cosecha se lograra o se perdiera. Sólo estaban seguros de
que, en alguna forma, era debido a alguna profanación, un pecado no expiado. La fuerte
dependencia de la agricultura para sobrevivir explica la curiosa crueldad de los ritos de la
época: el desgarramiento de animales vivos, el sacrificio de humanos y los campos
empapados de sangre.
Estos ritos mortíferos tenían también un lado sublime. Las víctimas humanas eran con
frecuencia voluntarias. Murray menciona documentos de Cartago, Jerusalén y una larga
lista de príncipes y princesas que en las leyendas griegas mueren por su patria. Estos
mártires no eran necesariamente la nobleza de la ciudad. A veces eran locos, megalómanos
histéricos y víctimas del extravío o de la desesperación.
El tabú es a primera vista un elemento destacado en las religiones primitivas. Para una tribu
griega de ese entonces, el mundo estaba dividido entre lo que era θέμις y lo que no lo era,
lo legal y el tabú, lo sagrado y lo profano. Hacer algo que no fuese θέμις era seguramente la
fuente de un desastre. Por consecuencia, era necesario encontrar las reglas que se debían
seguir para ir por el camino correcto. Θέμις es la ley antigua. Murray la identifica con el
modo de conducta y las costumbres de los antepasados, es decir ταὰ πάτρια.
La ley antigua es lo que siempre se ha hecho y, por tanto, divinamente justo. En la
vida ordinaria todos conocen la θέμις, Pero cuando surgen nuevas emergencias de
las que no hemos visto nada semejante y que nos espantan, debemos dirigirnos a los
γέροντες, los viejos de la tribu, pues quizás recuerden lo que hacían sus
antepasados y en virtud de esto son los más apropiados para aconsejar al βασιλεύς.
(Murray, 1912, p.49)
Esta esencia sobrenatural constituye un tabú, es decir, es de cuidado y no cualquier mortal
puede tener contacto con ella. Sólo ciertos pocos pueden relacionarse con el poder y,
haciéndolo, la aproximación debe ser por medio de vías especiales, ritos.
Los sacrificios en virtud de rituales son mediaciones con el poder. Pero el sólo hecho de
que un mortal pueda relacionarse con el poder (el tabú) obliga a revisar los límites y a
definir lo sagrado.

ἀράομαι
Los pueblos griegos tenían un profundo respeto por lo sagrado. Lo sagrado le pertenecía a
los dioses y eran ellos los que poseían el poder divino. Se sabe que en tierras sagradas junto
a templos estaba prohibido cultivar u ocupar tales espacios. Por ejemplo, los restos de los
animales sacrificados en el templo debían permanecer allí de modo que incluso se debía
comer la carne del sacrificio adentro. A causa de esta práctica, se acumulaban montones de
desperdicios dentro de los templos y, si se quería limpiar, se cavaban fosas dentro de las
mismas tierras sagradas y allí se depositaban los restos. Dichas fosas son las que serían
encontradas tiempo después por arqueólogos como el griego Yannis Sakellarakis, quien en
1979 encontró los rastros de huesos de animales sacrificados en Zominthos, templo en
excavación de camino a Cnosos.
Sin embargo lo sagrado podía llegar a extremos mucho mayores: al templo de Dionisio
Limneo sólo se podía ingresar durante el día de su fiesta. El resto del año no había licencia
para poner un pie en dichas tierras. Hacerlo se catalogaba como acto profano.
El hombre griego que busca vivir cerca de la θέμις y por tanto cerca al favor de los dioses
debía respetar lo sagrado o incluso temerle. Nilsson hace un recuento de la etimología de
sacer en latín y nos dice que significa tanto sagrado como maldito. La misma idea se
conserva en griego antiguo con el verbo ἀράομαι que significa orar, rogar o maldecir. No es
tan difícil establecer el vínculo entre ambos significados si tenemos en cuenta que tanto lo
sagrado como lo maldito quedaba aislado o vetado para el hombre. Nadie ocupaba un
recinto impuro y nadie se apropiaba de las tierras sagradas. En la guerra del Peloponeso, el
distrito junto a la Acrópolis ateniense llamado Pelargicón o Pelásgico es una muestra del
tabú de ocupación de las tierras sagradas: Un oráculo había ordenado que no se utilizara el
templo, pero, cuando la población de Ática se congregó dentro de los muros de Atenas,
también el Pelargicón fue ocupado con viviendas; muchos consideraron que esa
transgresión de la orden había acarreado los desastres de la guerra.
Las tierras sagradas eran puras y esta idea se mantuvo a través de la Grecia arcaica y no le
fue difícil durar más allá de la época clásica. En muchos templos se podían encontrar
recipientes con agua para que se purificara quien entrara en él. Por ejemplo en Homero, al
volver de la batalla, Héctor no ofrece ninguna libación a Zeus con las manos sucias y en
Hesíodo se exige pureza y limpieza (ἀγνῶς και ὰ καθαρῶς) de quien ofrece un sacrificio.
El sacrificio

La purificación es, en últimas, la razón de ser del sacrificio. Es la garantía de que el hombre
pueda relacionarse con el poder y adentrarse en lo sagrado sin transgredir las fronteras
mortales. Si bien, el sacrificio es imprescindible, pero también variado y político.
No hay una regla común de cómo debe hacerse un sacrificio, más bien los griegos
adoptaron costumbres variadas a medida que tuvieron contacto con cada pueblo nativo
luego de las oleadas pobladoras de Grecia. En todo caso, algo era claro: se necesitaba de un
elemento vivo para purificar.
La Odisea nos ofrece una detallada descripción de un sacrificio1:
Y llegó Atenea para asistir a los sacrificios. El anciano, el cabalgador de caballos,
Néstor, le entregó oro a Laerques, y éste lo trabajó y derramó por los cuernos de la
novilla para que la diosa se alegrara al ver la ofrenda. Y llevaron a la novilla por los
cuernos Estratio y el divino Equefrón; una vasija adornada con flores y en la otra
llevaba la cebada tostada dentro de una cesta. Y Trasímedes, el fuerte en la lucha, se
presentó con una afilada hacha en la mano para herir a la novilla, y Perseo sostenía
el vaso para la sangre. El anciano, el cabalgador de caballos, Néstor, comenzó las
abluciones y la esparsión de la cebada. El hijo de Néstor, el muy valiente
Trasímedes, condujo a la novilla, se colocó cerca, y el hacha segó los tendones del
cuello y debilitó la fuerza de la novilla. Y lanzaron el grito ritual las hijas y las
nueras y la venerable esposa de Néstor, Eurídice, la mayor de las hijas de Clímeno.
Luego levantaron a la novilla de la tierra de anchos caminos, la sostuvieron y al
punto la degolló Pisístrato, caudillo de guerreros. Después de que la oscura sangre le
salió a chorros y el aliento abandonó sus huesos, la descuartizaron enseguida, le
cortaron las piernas según el rito, las cubrieron con grasa por ambos lados,
haciéndolo en dos capas y pusieron sobre ellas la carne cruda. Entonces el anciano
las quemó sobre la leña y por encima vertió rojo vino mientras los jóvenes cerca de
él sostenían en sus manos tenedores de cinco puntas. Después de que las piernas se
habían consumido por completo y que habían gustado las entrañas cortaron el resto
en pequeños trozos, los ensartaron y los asaron sosteniendo los puntiagudos
tenedores en sus manos.
Entre tanto, lavaba a Telémaco la linda Policasta, la más joven hija de Néstor, el hijo
de Neleo. Después que lo hubo lavado y ungido con aceite le rodeó el cuerpo con
una túnica y un manto. Salió Telémaco del baño, su cuerpo semejante a los
inmortales, y fue a sentarse al lado de Néstor, pastor de su pueblo. Luego que la
parte superior de la carne estuvo asada, la sacaron y se sentaron a comer, y unos
jóvenes nobles se levantaron para escanciar el vino en copas de oro. Homero,
Odisea, III, vv. 438-472.
Por otra parte, al Zeus liceo en Arcadia se le sacrificaba cada nueve años un humano y un
animal. Se mezclaban parte de las entrañas humanas con un poco de entrañas animales.
Según Platón2, quien comía la carne humana se transformaba en un lobo, y sólo podía
1
Traducción de J.L. Calvo, 1978.

2
Platón, La República, 565d–e. “ἢ δῆλον ὅτι ἐπειδαὰν ταὐτοὰν ἄρξηται δρᾶν ὁ προστάτης τῷ ἐν τῷ
μύθῳ ὃς περι ὰ τοὰ ἐν Ἀρκαδίᾳ τοὰ τοῦ Διοὰς τοῦ Λυκαίου ἱεροὰν λέγεται;τίς; ἔφη. ὡς ἄρα ὁ γευσάμενος
τοῦ ἀνθρωπίνου σπλάγχνου, ἐν ἄλλοις ἄλλων ἱερείων ἑνοὰ ς ἐγκατατετμημένου, ἀνάγκη δηὰ [565e]
τούτῳ λύκῳ γενέσθαι. ἢ οὐκ ἀκήκοας τοὰν λόγον; ἔγωγε. ἆρ᾽ οὖν οὕτω και ὰ ὃς ἂν δήμου προεστώς,
λαβωὰν σφόδρα πειθόμενον ὄχλον, μηὰ ἀπόσχηται ἐμφυλίου αἵματος, ἀλλ᾽ ἀδίκως ἐπαιτιώμενος, οἷα
δηὰ φιλοῦσιν, εἰς δικαστήρια ἄγων μιαιφονῇ, βίον ἀνδροὰς ἀφανίζων, γλώττῃ τε και ὰ στόματι ἀνοσίῳ
recuperar su forma original si no volvía a comer carne humana hasta que hubiese terminado
el siguiente ciclo de nueve años.
El caso anterior es el más conocido frente a sacrificios humanos, el más común era el de un
cerdo o un gallo. Los helenistas suelen atribuir el canibalismo y el sacrificio humano a
costumbres pregriegas, sin embargo, frente al tabú, las celebraciones Liceas eran conocidas
comúnmente y no se sabe de algún rechazo por parte de los ciudadanos griegos en general.
La idea básica del sacrificio es que el cuerpo muerto absorbe las impurezas y luego, al ser
destruido, tal cuerpo se llevaba consigo el poder maldito.
Como ya antes fue mencionado, los momentos más importantes en la relación con la
esencia divina son el nacimiento, la muerte y el matrimonio, así hay una gran casuística de
riesgos y precauciones a tomar en estas situaciones.
Los atenienses, al saber simplemente que los demócratas de Argos habían apaleado a sus
adversarios hasta matarlos, en seguida purificaron la asamblea popular3.
Estar impuro se consideraba un miasma, era algo que se podía limpiar a veces con agua,
otras veces con sangre. Cuando un bebé nacía debía ser limpiado meticulosamente y luego
debía acercarse al fuego para quemar la energía impura que le rodeara. Así mismo cuando
un miembro de la familia moría, se exponía su cuerpo frente a la casa (πρόθεσις). Durante
la πρόθεσις se prohibían los lamentos fúnebres que sí eran lícitos cuando el muerto estaba
en el interior de su hogar y finalmente se realizaban sacrificios que tenían por objeto
otorgar al muerto pureza divina por medio de la efusión de sangre (αἰμακουρία).
Para purificar a los ejércitos se les hacía caminar a través de las partes sangrantes de un
perro o de una persona (en la Grecia clásica, un criminal).
En la región jónica era popular el festival de las Targelias en el cual antes de la maduración
de los granos se paseaba por toda la ciudad a un ser humano y después se le mataba, se
quemaba su cuerpo sobre ramas de árboles estériles y se arrojaban las cenizas al mar. Esto
era considerado un festival apolíneo, pero sucedía antes de Apolo. Las culturas nativas ya lo
hacían con el sentido de purificar los campos sin la intervención alguna de un dios.
Entre los siglos XVII y XVIII se observó que los campesinos de Grecia sacrificaban un
gallo y dejaban fluir su sangre por las tierras cuando las cosechas no iban bien. Una especie
de sacrificio a ningún dios que más allá de purificar se conservaba como una superstición.
El mismo ritual era hecho por los campesinos de la antigua Grecia sólo que en este caso los
campesinos partían un gallo por la mitad y cada quien rodeaba los campos en dirección
contraía con la sangre del gallo para luego encontrarse en un punto formando un círculo
(nótese la noción de un círculo mágico).
Cada sacrificio, cual tela absorbente, toma del exterior la esencia maldita que causa el
conflicto. En primer lugar, el λόγος sirve al hombre para luchar en términos de la razón y

γευόμενος φόνου συγγενοῦς”

3
Plutarco, IV, 21, 8.
emanciparse de la autoridad del otro; en segundo lugar, la acción pone en ejecución la
habilidad física y el dinamismo que permite transformar el mundo y, en tercer lugar, el
sacrificio sirve al hombre para ligarse a lo divino y hacerse el favor de los dioses.
Los sacrificios no son más que instrumentos para interactuar con la divinidad siendo ésta
una creencia en la esencia básica de la vida que es temida en cuanto es tabú y representa
peligro, pero que igualmente añorada en cuanto es sagrada, próxima a los dioses y
consecuente con ταὰ πάτρια, las costumbres de los antepasados. Dicho carácter mágico
presente en muchos rituales, con el fortalecimiento de la figura del dios, se desvanece
lentamente para ser prolongado por la tradición y la voluntad divina, lo que termina en
rituales cuya causa o motivo son desconocidos para la población futura y que entonces se
explicarán a través de cuentos etiológicos.
BIBLIOGRAFÍA:
Bruit, Louise y Schmitt, Pauline (1991) La religión griega en la polis de la época clásica. Los
sacrificios, El sacrificio en la odisea. Madrid. Ediciones Akal S.A.

Calvo. J.L. (1978) La religión griega en la polis de la época clásica. Madrid.

Gernet, Louis y Boulanger, André (1960) El genio griego en la religión. Méjico. Unión tipográfica
editorial hispano americana.

Murray, Gilbert (1912) Cinco ensayos sobre la evolución de las divinidades clásicas. Buenos Aires,
Editorial Nova.

Nilsson, Martin (1952), A History of Greek Religion. Traducción por Atilio Gamerro. Buenos Aires.
Departamento técnico de la editorial. EUDEBA: Editorial universitaria de Buenos Aires.

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