Does She Makes You Want To Write or To Live - V.S.W

1/3/22, 1:20 Does she makes you want to write or to live? │V.S.
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—¿Ella te hace querer

vivir o escribir? —le
había preguntado
Nessa, hacía algún
tiempo atrás.
Adeline lo había
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reflexionado por el
lapso de unos
segundos, con la
mirada muy perdida en
el fondo de sus
pensamientos.
—Las dos —contestó,
taciturna, sin un
ADELINEdoblez de inseguridad en su voz.

C. STEPHEN
Sarah la había visitado con mucha asiduidad luego de le
dieran el alta de la Casa de Reposo. Por muy impertinente o
molesta que le resultara su presencia, aparecía en los
lugares menos esperados: en su cuarto de escritura, en el
jardín o en la biblioteca. Con su cofia de enfermera, que se
retiraba para dejar caer el cabello dorado sobre sus
hombros y su delantal blanco, en el que escondía las
pastillas que no la obligaría a tomar. Al verla siempre
recordaba la primera impresión que tuvo de ella: demasiado
superior al entorno que la rodeaba. Viejas de mirada
ausente con los dientes amarillos, jóvenes adormiladas que
parecían viejas y niñas que jamás serían jóvenes. Todas
ellas eran fantasmas grises, los secretos de su familia,
anquilosadas a una Casona elegante de pulcras paredes
 blancas. La otras mujeres, las que no eran pacientes,
también resultaban una triste sombra a su lado.


Sí, desde que había abandonado la Casa de Reposo, Sarah
la visitaba con frecuencia. La única diferencia era que sólo
aparecía en sus sueños. Las primeras noches había
intentado arrancarla de allí a base de sobredosis de
Veronal . Con el transcurso de las semanas, se rindió a sus
apariciones con una resignada mansedumbre. La dejó
revolotear a su alrededor como al resto de sus falenas
imaginarias: su imagen ocupó su mente durante noches
enteras que se convirtieron en meses y luego se
transformaron en un año. Una madrugada fría de Julio, la
atrapó en su red. Se despertó, encendió la lámpara, bajó
tranquilamente las escaleras hasta su estudio y a merced
de una tenue luz, dio comienzo a lo que luego se convertiría
en Nadies , su obra más popular. Su pluma había fluido con
la velocidad de un aleteo: las palabras salieron de sus
dedos con tanta prisa como si las hubiera estado aferrando
con fuerza para contenerlas. En menos diez noches, tenía
un nuevo libro para la Lumen-press y había exorcizado al
insecto fantasma que la acechaba ni bien cerraba los ojos.
Lo había inmovilizado dentro de las páginas de su
manuscrito.
Desde entonces, sólo pensaba en ella cuando se permitía la
debilidad del sentimentalismo. Volvió al duro trabajo en la
imprenta, a sus críticas y a sus lecturas con la misma
disciplina que tenía antes de la enfermedad. Se despertaba
con vitalidad, caía en la cama totalmente desecha. El
tiempo corrió y pronto se vio obligada a trotar al al lado de
él: reseñas, columnas de opinión, nuevos ensayos y las
investigaciones sobre Emma. La Casa de Reposo se quedó
atrás y la consumió el presente con sus nuevas demandas y
ausencias.
La mañana en que tocaron el timbre de su casa, estaba
reclinada sobre un escritorio repleto de papeles que
giraban en torno a la muerte de su hermana y tenía los
 dedos llenos de tinta. Al escucharlo, los limpió un poco en
el reverso de su falda plisada y se preguntó si habría

 olvidado alguna visita que su esposo le hubiera anunciado.
Benjamin no estaba en la casa y Adeline sólo recibía a dos
personas: a su cuñado y a Nessa. Con una sensación de
extrañeza en el pecho, acudió al llamado de la puerta.
Despeinada, calzada con unas sandalias antiguas y decidida
a despechar rápido al inoportuno intruso, se encontró con
el fantasma de Sarah. Sin cofia, sin delantal, bajo un sol
que resaltaba su vestimenta elegante. La señora Stephen
casi gritó, convencida de que en cualquier momento
volvería a escuchar a los pájaros cantar en griego. Sus
alucinaciones jamás habían sido tan nítidas. ¿Su
imaginación era capaz de recrear tanta belleza?
Dio, casi inconscientemente, un paso hacía atrás. Cerró los
ojos con fuerza y los volvió a abrir: Sarah seguía allí, tenía
una copia de Nadies de C. Eliot entre sus manos. ¿Era real?
—Yo... —intentó empezar una frase; las palabras no se
hilaban en su boca. Sintió como si la locura estuviera
volviendo a ella como una antigua amiga, o si se obligaba a
no auto-censurarse, como una antigua amante.
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Un año. Cinco meses. Veintiocho días. Apenas rompía el
alba contra el cielo cuando escuchó el teléfono sonar en la
habitación. Con los ojos aún cerrados y la mente
enclaustrada entre sueños se puso de pie para coger

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aquella infame llamada. Se trataba de Daniel, su voz
 resultaba inconfundible. La mención de un libro que
contenía un relato muy similar a “su gran fracaso” hizo que
las ideas se le acomodaran y que su cuerpo por fin
despertara. Usualmente prefería despertarlo con café y
leche. Escuchó con atención el caso que su amigo quería
que supervisara. Volkenrath sabía perfectamente que las
órdenes que ella tomaba ya no provenían de él, no desde

VERA SAINSBURY-WEST
que la fracción de inteligencia de Washington la había
arrastrado afuera de esa institución psiquiátrica. Le dolía
sentir como el hombre pensaba que todavía le debía algo.
Aún así, tras una breve pausa, aceptó lo que le proponían
sin demasiados problemas. De existir alguien que estuviera
robando su historia, quería conocerlo. Más si tomaban en
cuenta que el autor de dicha obra maestra era tan
aclamado y exitoso. Nadies , murmuró para sí misma
mientras anotaba presurosamente una dirección en su
cuaderno de apuntes. Cómo habían localizado con tanta
facilidad la propiedad de C. Eliot era algo que estaba lejos
de interesarle. Conocía los métodos de su antiguo oficio e
incluso los del FBI, con un par de llamas resultaba sencillo
encontrar a cualquier persona en el país. Casi…
Por primera vez en el día había pensado en Adeline. Parecía
ser una broma de mal gusto que apareciera periódicamente
en su cabeza, como un cuadro surrealista de algún célebre
pintor. Últimamente todo le parecía surrealista, incluso el
rostro de la que fue su compañera de pesadillas y de vida.
El rostro que tanto había adorado comenzaba a difuminarse
y eso la aterraba, aún cuando en voz alta se intentara
convencer a sí misma de que lo mejor para ella era olvidar.
Tienes trabajo que hacer, Vera . La voz de Daniel volvió a
hacerse latente, esta vez fuera del teléfono y con un tono
juzgador mucho más evidente. Se obligó a sí misma a
escapar de su ropa de noche y meterse a la tina para darse
un rápido baño. Calzó sus pantalones de tela grises como
normalmente lo hacía y se abotonó la blusa color perla lo
más rápido que pudo. Antes de salir por la puerta, se vistió
con una chaqueta que le llegaba hasta los tobillos.
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El aire de Manhattan en el Upper West Side era tan
 refrescante que por un minuto contempló la idea de
retrasar su labor para disfrutar del clima. Sin embargo,
parte de su ética kantiana, al menos en lo que aplicaba al
deber, se impuso para botarla del ensimismamiento y
guiarla hasta la dirección indicada. Le tomó poco tiempo
llegar. Tocó el timbre dos veces y esperó con paciencia
mientras se recogía en su chaqueta y observaba pasear a
los escasos peatones que salían a esa hora.
—Agente Sainsbu… —contuvo el aire por lo que pareció una
hora completa. Cuando pudo respirar de nuevo ya era muy
tarde para negar lo que sus ojos estaban viendo —¿Adeline?
—preguntó como si el nombre le resultara extraño. Miró
nuevamente el número del domicilio para compararlo con el
que tenía la hoja. Era el mismo.
Su mente intentaba encajar las piezas sin sentido, pero
algo en su interior le decía que ya no era necesario. Era un
cálculo sencillo de hacer, por supuesto. Daniel jamás le
hubiera jugado ese tipo de bromas. La miró de pies a
cabeza sin poder creer que hubiese transcurrido
aproximadamente un año y medio.
—Agente Sainsbury-West —se corrigió con propiedad
mientras le mostraba su placa del FBI e intentaba no verla
directamente. Los ojos marrones de Adeline aún le
quemaban por dentro —Lamento molestarla en su hogar,
pero tengo algunas preguntas que hacerle y creo que es
mejor que lo platiquemos adentro.
Acto seguido sacó una nota de su chaqueta y se la
extendió; ”Nadies. C. Eliot” .
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Las impresiones se
estrellaron
violentamente contra
sus sentidos. Adeline
vaciló; el mundo
pareció encogerse.
concentrarse y
contraerse en la
pequeña porción de
espacio que Sarah, o la « agente Sainsbury-West »,

ADELINE C. STEPHEN
ocupaba. Su mente se llenó de frases incoherentes, de
preguntas: "¿qué pasó con tu cofia de enfermera? ¿por qué
me hablas con tanta formalidad? ¿por qué me
abandonaste?". Fue incapaz de pronunciarlas en voz alta.
Era buena para maniobrar con la palabra en los folios de
sus cuadernos, temerosa para verbalizarla. « Qué pena.
¿No? Escribe hermoso. Lástima que sea tan cobarde cuando
habla ». Su mano, aún posada sobre el picaporte, tembló. El
impulso de cerrarle la puerta en la cara subía por su espina
dorsal, igual que el resto de las emociones.
 Los botones de la blusa eran de nácar. Formaban una hilera
 impecablemente abotonada. El sol, con su bruma dorada,
se reflejaba en su superficie blanca. La escritora dejó su
vista allí, en los brillantes y pequeños círculos abrochados;
sin alzarla hasta la cara del fantasma que la visitaba. Al oír
su voz supo que no era una trampa de su mente: no se
desvanecería, ni cantaría en griego ni se marcharía en
silencio como en sus sueños. Era real, era ella pero...con
otro nombre, con una actitud con la que nunca antes la
había visto y estaba sujetando el libro que había escrito
para exorcizar su recuerdo. La desconocía. Desconocía a su
querida criatura .
—Después de todo este tiempo... —tartamudeó, muy bajo.
Su mirada se había vuelto sombría. Sus pupilas reflejaban
sólo la imagen de los botones. Sus dedos aferraban con
fuerza el pomo de la puerta. Apenas se había movido de su
sitio: despeinada, vestida con ropa de entre casa y con las
manos llenas de tinta. Las olas de emociones iban y venían
en su pecho: se replegaban por un segundo y luego
estallaban contra él con violencia. —Después de todo este
tiempo, te presentas repentinamente en mi casa y...¿eres tú
quien tiene preguntas que hacer? —musitó. La situación le
parecía increíble; hija de las fantasías sobre las que flotaba
a la hora de concebir un libro. Pero, a diferencia de lo que
sucedería en una historia contada por la pluma de un autor
mediocre, entre ellas no hubo un reencuentro
melodramático. Sólo un reproche y el silencio que les cayó
encima con el peso de una mortaja.
La última vez que se habían visto, Adeline estaba recluida
en una casa de reposo y la agente Sainsbury-West era una
enfermera que estaba encargada de su cuidado. La escritora
no reconocía el nombre que acababa de darle, ni a la mujer
que se presentaba en su pórtico con una exigencia y mucho
menos su forma de dirigirse a ella. Todavía no la invitaría a
pasar. Tampoco cogería la nota que su sostenía.
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Su mirada se encontró con lo que parecía ser el cadáver de
una mujer. Porque los fantasmas no existían. No se los
permitía. Adeline se negaba a mirarla y habría apostado a
que su mente se encontraba en otro lado. Se sintió mal por
ella unos instantes; en ocasiones olvidaba que había un
mundo a su alrededor plagado de personas que también
sentían. Llevaba años pretendiendo que los
sentimentalismos no existían, ni siquiera en ella misma.
Adeline le recordó que no era así, que aún tenía algo dentro
que palpitaba y purgaba por salir. Incluso los recuerdos que
tanto reprimía a diario la azotaron con una violencia
insospechada. ¿Podía culpar a la mujer que tenía al frente

VERA SAINSBURY-WEST
por eso? ¿Tenía el derecho? La respuesta que recibió la
sacó de dudas. Con algo de vergüenza miró hacia los
costados en busca de algún fisgón o gente imprudente,
afortunadamente era demasiado temprano para que
cualquier persona saliera a pasear.
—Después de tanto tiempo sigues metiéndote en
problemas— rectificó con un tono más cercano que el que
había empleado anteriormente. Sin embargo, mantuvo la
distancia entre ambas y no forzó su entrada —No vengo a
hablar de asuntos personales, Adeline. C. Eliot es quien nos
interesa. Pero si quieres platicar de otro tema estoy
dispuesta, después de todo siento que crees que te debo
una explicación.
Y se la debía. Sin embargo, no había tiempo para
desperdiciar en historias que la mujer no creería de todas
 formas. Con cuidado guardó la nota e insistió en tenderle el
libro para que lo reconociera, después de todo ella era la

 autora y no tenía dudas de aquello. Sólo Adeline podría
haber plasmado la historia de ambas de esa manera. Por
unos segundos pensó en volver a mencionar su rango y
oficio para que entendiera la gravedad del asunto, pero
finalmente optó por guardar silencio y permitir que su
antigua paciente asimilara todo antes de tomar medidas
más forzosas.
—Le pido que mire bien el cuadro completo, señora
Stephen. Sólo intento que no tenga problemas con el FBI y
le pido que coopere. Mientras más rápido aclaremos la
situación, más rápido desapareceré de su vida. De lo
contrario me veré obligada a hacer cumplir la ley.
No lo haría, jamás lo haría. Prefería irse de ese lugar con las
manos vacías e inventar alguna historia para Daniel antes
de arrestar a Adeline. En el fondo se preguntaba por qué no
había tomado esa determinación desde un inicio. Temía que,
si se empeñaba en destapar la verdad, pudiese encontrar
respuestas incómodas; quizás no deseaba dejar de mirar a
la mujer que tenía por delante. Quizás… Le quitó la mirada
de encima con brusquedad y tuvo la sensación de que sus
mejillas se llenaban de color. Detestaba la idea de parecer
débil frente al resto, más aún si se suponía que era su
deber dar la talla para una agencia como la suya. Estaba
ahogándose entre sentimientos que no deseaba tener.
Cómo se le ocurría a Daniel enviarla a una tarea de ese tipo
sin investigar bien qué estaba sucediendo. Lo maldijo en
voz baja y luego respiró el aire de la mañana para guardar
su temperamento.
—No es necesario que me permita entrar a su hogar.
Podemos platicar aquí si así está más cómoda. Sé que no
debe estar feliz con mi presencia, pero le vuelvo a pedir
que nos ayude para así evitarle un nuevo dolor de cabeza.
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La agente Sainsbury-
West hablaba mucho.
Adeline veía el
movimiento de sus
labios pero apenas
lograba escuchar lo
que estaba diciendo.
El mundo a su
alrededor parecía
haberse embotado; los
sonidos y las imágenes
chocaban contra la superficie blindada de su mente que,

ADELINE C. STEPHEN
avasallada de estímulos, se había cerrado sobre sí misma.
Alcanzó a atrapar algunos retazos de significado; los
suficientes como para no entregarse al pánico que
cosquilleaba en la punta de sus dedos. ¿La estaba
amenazando? ¿Sarah aparecía en la puerta de su casa, sin
aviso, para amenazarla? Si estuviera menos aturdida, se
hubiera echado a llorar.
 Se quedó callada por un breve lapso de tiempo. Luego, giró
la cabeza y miró el interior de su casa. Una vez, Adeline

 había abierto las puertas para que aquella mujer entrara en
su vida y aún así, la había abandonado sin dar explicaciones
ni pedir disculpas. Su hogar era un espacio muy privado
para ella; casi sagrado. Sólo lo visitaban personas en las
que confiaba, por las que pondría las manos en el fuego.
Sarah, o como se llamara, no tenía derecho a poner los pies
en la sala de visitas que compartía con Benjamín. Salió al
pórtico y cerró la entrada a su casa. Tenía la llave en el
bolsillo de la bata.
—Señora Graham. Stephen es mi apellido de soltera—
corrigió, llevando la mirada hasta el libro en el que estaba
escrito su seudónimo. Jamás pensó en la posibilidad de que
pudiera leerlo o de que se hubiera enterado de su
existencia. Sarah había mencionado al FBI, aunque no se le
ocurría por qué podían buscarla a ella si no era por las
actividades políticas de su marido o por la muerte de su
hermana. De esa, ni los policías mismos se ocupaban. —Es-
espero discreción de su parte...—tartamudeó, sonrojándose
hasta la raíz del pelo. —Prefiero mantener oculta mi
intimidad. ¿O sería tan difícil para usted como resultó
despedirse?
Las palabras salieron de su boca como cuchillos; sin que
pudiera contenerlas. Su tono de voz, sin embargo, era bajo y
tenía los ojos clavados en el suelo. Aún no podía mirarla a
la cara. Señaló la acera, en una clara invitación a que dieran
un paseo por el vecindario. No le apetecía que sus vecinos
la vieran en su compañía y, además, caminar la ayudaba a
que sus nervios se distendieran. En eso momento, su
cuerpo era un nudo de nervios en tensión,
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Su ceño se frunció sin que pudiera evitarlo en cuanto
escuchó a Adeline mencionar el apellido “Graham”. La mujer
jamás había sido del tipo de persona que necesitaba
escudarse detrás de su esposo. ¿Qué había cambiado? La
incertidumbre le provocó una sensación de opresión en la
boca del estómago, como si aún importara la respuesta.
Asintiendo con la cabeza en señal de aprobación le permitió
hablar. Para alguien tan hábil con la pluma, Adeline era
horriblemente celosa con sus palabras. La fuerza que
plasmaba en sus escritos no era rival para la sumisa mujer
que estaba viendo en ese momento. Aún así, su discurso
dolía más de lo que le hubiese gustado admitir. Guardó el

VERA SAINSBURY-WEST
libro en su abrigo, sin atreverse a dejarlo ir por miedo a
quizás no encontrar otra copia. Una ridiculez, si le
preguntaban.
—Señora Graham —se corrigió con la voz rígida y la mirada
pegada a la puerta. Su mente estaba en otro lugar, por lo
que apenas se percató de que el sol comenzaba a bordear
el contorno de la casa y de su dueña. El cabello de la mujer
solía brillar igual que en la estancia de reposo —Por
supuesto que tiene mi discreción. No buscamos exponer a
nadie, sólo acallar especulaciones.
Hasta entonces no había notado que Adeline era ciega ante
las mentiras que su grupo de espionaje la había obligado a
decir. Para su antigua paciente toda esa intervención
resultaba extravagante e innecesaria. ¿Había una forma de
escapar sin que la historia se mezclara con relatos
personales? ¿Sin que el engaño se mezclara con la verdad?
Supuso que se lo debía, por más que la sensación de
invocar el pasado la encerrara en un sitio en el que no
deseaba estar. Recordaba la despedida entre ambas, los
 sentimientos involucrados y la noción de que su corazón
estaba siendo arrancado por terceros que la manejaban a

 voluntad. Desde entonces no los había culpado a ellos y, en
su lugar, prefería dejar ir a Adeline. Su memoria, sin
embargo, no le permitía matar a los fantasmas.
—No permitieron que me despidiera —comentó con un tono
más privado e indicándole con la cabeza que la siguiera por
la calle. Había pasado por un parque unas pocas cuadras
atrás. Parecía que finalmente tendría la pausa matutina que
deseaba. Hizo un gesto de molestia apenas perceptible —Mi
nombre es Vera, no Sarah, y trabajo para el FBI como te he
mencionado antes. Es difícil de explicar, así que no me
pidas que lo haga —agregó con la egoísta sensación de
tener la razón. Su paso era lento, como si en el fondo
buscara prolongar el paseo. —Sólo debes saber que el que
hagas pública nuestra historia, despierta mucho interés en
los círculos de inteligencia del país. Nunca es bueno que un
espía se haga conocido.
¿Cuánto más podía decirle? El límite lo conocía, pero no
quería respetarlo. Había hablado incluso más de lo
propuesto en primera instancia, sin detenerse a mirar lo
peligroso que eso podía ser para Adeline. Al dedicarle una
segunda lectura decidió seguir procediendo con distancia y
ateniéndose a su resolución inicial.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó de forma automática
mientras le dedicaba una mirada de soslayo —Es peligroso
para ti.
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Los pasos de Adeline
eran silenciosos. Al
caminar al lado de una
mujer como
Sainsbury-West, se
convertía en una
sombra desgarbada,
vestida con bata de
entrecasa y
desaliñada. La mirada
de la escritora se centró en las ventanas de sus vecinos; la
ADELINE C. STEPHEN
mayoría tenía las cortinas cerradas y no se advertía ninguna
cabeza curiosa entre los pliegues de las telas. Suspiró y sus
ojos volvieron a sus pies; que se arrastraban, uno delante
de otro, casi de manera automática. Le hubiera gustado que
Benjamin o Vanessa hubiera estado en su casa cuando
Sarah—no, Sarah no. Vera. Sarah no existía—apareció. Sus
nervios eran demasiado frágiles para soportar tanta
información: de repente, la enfermera a la que conocía, de
la que se había enamorado, le confesaba que no existía.
Había sido una mentira, una invención, a la que ella le había
dedicado no sólo un libro, si no noches enteras de desvelo
y de tortura. Sarah nunca había sido un fantasma; era una
quimera y la señora Graham odiaba las apariencias
engañosas. De repente, estuvo a punto de pedirle el libro
para quemarlo. Llamaría a todas las librerías para que
 quemaran todos los ejemplares que se habían vendido en
Nueva York, en Estados Unidos, en todo el país.

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—El libro no habla de espías... —comentó, por lo bajo, en
un tono que en otra boca hubiera sonado severo. El «
¿acaso lo has leído? » pendió de sus labios pero era lo
suficientemente juiciosa como para acallarlo. —y tampoco
exclusivamente de ti. No veo cual es el interés que pueda
tener el FBI en él—mintió y la mentira le sonaba amarga en
la lengua. Le gustaría correr hasta su hogar, encerrarse en
su habitación y no salir de allí por días. Por semanas, por
meses; hasta que su cabeza comenzara a asimilar todo lo
que estaba sucediendo. Sarah jamás la había abandonado
porque Sarah no existía. No existía, no existía...el bucle de
su pensamiento comenzó a girar con una velocidad tan
vertiginosa que le dio náuseas. —O en mí o en la historia.
Supongo que deberíamos hablar con un abogado de por
medio.
La última pregunta la impresionó. ¿Cómo podía, cómo se
atrevía...? Adeline siguió caminando por un par de metros
más; las fachadas de las casas, los árboles, los jardines
frontales con perfectos rosedales delanteros pasaban por
su campo de visión sin que los notara. Estaban yendo en
dirección de un pequeño parque con el que acostumbrada a
pasear junto a Benjamín todas las tardes. Se detuvo en la
acera, luego de meditarlo, incrédula por la insensibilidad de
la supuesta agente. El único peligro que notaba en varios
kilómetros era su presencia; nada más.
—El proceso del escritor no es tan fácil de explicar. A veces,
no hay un por qué. Decididamente, no con el objetivo que el
FBI me persiga. ¿Crees que pensaba que me pondría en
riesgo si hablaba de una enfermera? Tú eras eso, una
enfermera que trabajaba en la Casa de Reposo en la que mi
esposo me internó. Lo demás, es una fábula de la que
apenas me acabo de enterar —respondió. —No me
imaginaba la cantidad de mentiras que me habías dicho,
Sarah.
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Sarah. Aquel nombre que pendía de los labios de Adeline
tan celosamente le hacía más daño que cualquier otra cosa,
que cualquier otro evento que hubiese podido anticipar. Ella
siempre la había visto dentro de un papel que la real Vera
jamás hubiese podido interpretar con facilidad. ¿Entonces
por qué le dolía tanto que su antigua novia le tratara como
a una extraña? Resultaba evidente que todavía no era capaz
de dejar ir los sentimientos que tenía por la señora Graham.
”Si tan sólo te importaran” , pensó mientras miraba los
árboles que comenzaban a decorar el paisaje. Si le
importaran estaría jodida. Quizás, después de todo, era algo
bueno que Adeline le guardara ese rencor y se mantuviera

VERA SAINSBURY-WEST
segura bajo el ala del desconocimiento. Le quedaba claro
que no era una mujer que manejara bien la verdad y el peso
de su vida, lo quisiera o no, terminaría por aplastarla. Lo
que más le molestaba, sin embargo, no era la indiferencia
de Adeline, sino su descaro. La estaba juzgando y de eso no
tenía dudas. Lo entendía de cierta manera, pero no lo
compartía.
—Pensé que me comprenderías mejor —murmuró con algo
de osadía y cayendo finalmente en las olas de molestia que
la quemaban por dentro. Frenó de pronto y se ladeó para
mirar a la que alguna vez había estado de forma
incondicional a su lado —Después de todo, ¿no eres tú
quien se esconde detrás de un pseudónimo de hombre? No
espero que me perdones, Adeline, pero sí que me
 entiendas. Puede que tengamos otros nombres, pero en el
fondo somos las mismas.

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Porque si existía algo de realidad entre todas las mentiras
que había dicho, eran los sentimientos que guardaba por la
mujer. Jamás le había mentido respecto a lo que existía en
su interior y eso para ella era más valioso que cualquier
otra cosa. Adeline la conocía, sólo debía encontrar las
agallas para aceptarlo. Y si no lo hacía… entonces sería lo
más sensato. Involucrarse con ella nuevamente era un
despropósito y pondría en riesgo su seguridad. Lo último
que deseaba era eso y mientras más rápido saliera de la
vida de la mujer que tenía enfrente, mejor.
—No creo que sea necesario un abogado, pero estoy de
acuerdo si es lo que deseas. Únicamente vengo a advertirte
que la operación que llevamos a cabo no puede ser
descubierta. Ya no hay nada que hacer respecto al libro,
pero te pido que tengas más precaución de ahora en
adelante. Yo procuraré no volver a tu vida para evitarte
disgustos y tú evita hablar sobre mí en tus libros. ¿Estamos
de acuerdo?
No, no lo estaban. Respiró profundamente sintiéndose
mareada por la cantidad de emociones que sentía. Casi
podría haber jurado que le faltaba el aire. Necesitó un par
de segundos para recomponerse mientras miraba por sobre
el hombro de Adeline. Sostenerle la mirada le resultaba
imposible, pero perderla de vista era aún más doloroso.
Deseó por un momento poder explicarle todo, pero estaba
segura de que ella no querría oír sus palabras o siquiera
estar un segundo más en su presencia. Le regalaría la
satisfacción de desaparecer para siempre. Dándose un
tiempo para guardar la tranquilidad, se acomodó la
chaqueta y tosió por lo bajo.
—Puedes llamarme como quieras, a estas alturas he usado
tantos nombres que poco importa. Sólo quiero que sepas
que nunca he querido herirte, ni mucho menos usarte. Todo
 lo que respecta a mí puede ser una mentira, pero lo que
siento nunca lo fue. Ese es el motivo del porqué me

 alejaron de ti y toda la verdad que necesitas saber.
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Does She Makes You Want To Write or To Live - V.S.W

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1/3/22, 1:20 Does she makes you want to write or to live? │V.S.

 Pon aqui tu frase

—¿Ella te hace querer

ADELINEdoblez de inseguridad en su voz.

Sarah la había visitado con mucha asiduidad luego de le

dieran el alta de la Casa de Reposo. Por muy impertinente o

molesta que le resultara su presencia, aparecía en los

lugares menos esperados: en su cuarto de escritura, en el

jardín o en la biblioteca. Con su cofia de enfermera, que se

retiraba para dejar caer el cabello dorado sobre sus

hombros y su delantal blanco, en el que escondía las

pastillas que no la obligaría a tomar. Al verla siempre

recordaba la primera impresión que tuvo de ella: demasiado

superior al entorno que la rodeaba. Viejas de mirada

ausente con los dientes amarillos, jóvenes adormiladas que

parecían viejas y niñas que jamás serían jóvenes. Todas

ellas eran fantasmas grises, los secretos de su familia,

anquilosadas a una Casona elegante de pulcras paredes

 blancas. La otras mujeres, las que no eran pacientes,

también resultaban una triste sombra a su lado.

la visitaba con frecuencia. La única diferencia era que sólo

aparecía en sus sueños. Las primeras noches había

intentado arrancarla de allí a base de sobredosis de

Veronal . Con el transcurso de las semanas, se rindió a sus

apariciones con una resignada mansedumbre. La dejó

revolotear a su alrededor como al resto de sus falenas

imaginarias: su imagen ocupó su mente durante noches

enteras que se convirtieron en meses y luego se

transformaron en un año. Una madrugada fría de Julio, la

atrapó en su red. Se despertó, encendió la lámpara, bajó

tranquilamente las escaleras hasta su estudio y a merced

de una tenue luz, dio comienzo a lo que luego se convertiría

en Nadies , su obra más popular. Su pluma había fluido con

la velocidad de un aleteo: las palabras salieron de sus

dedos con tanta prisa como si las hubiera estado aferrando

con fuerza para contenerlas. En menos diez noches, tenía

un nuevo libro para la Lumen-press y había exorcizado al

insecto fantasma que la acechaba ni bien cerraba los ojos.

Lo había inmovilizado dentro de las páginas de su

Desde entonces, sólo pensaba en ella cuando se permitía la

debilidad del sentimentalismo. Volvió al duro trabajo en la

imprenta, a sus críticas y a sus lecturas con la misma

disciplina que tenía antes de la enfermedad. Se despertaba

con vitalidad, caía en la cama totalmente desecha. El

tiempo corrió y pronto se vio obligada a trotar al al lado de

él: reseñas, columnas de opinión, nuevos ensayos y las

investigaciones sobre Emma. La Casa de Reposo se quedó

atrás y la consumió el presente con sus nuevas demandas y

La mañana en que tocaron el timbre de su casa, estaba

reclinada sobre un escritorio repleto de papeles que

giraban en torno a la muerte de su hermana y tenía los

 dedos llenos de tinta. Al escucharlo, los limpió un poco en

el reverso de su falda plisada y se preguntó si habría

Benjamin no estaba en la casa y Adeline sólo recibía a dos

personas: a su cuñado y a Nessa. Con una sensación de

extrañeza en el pecho, acudió al llamado de la puerta.

Despeinada, calzada con unas sandalias antiguas y decidida

a despechar rápido al inoportuno intruso, se encontró con

el fantasma de Sarah. Sin cofia, sin delantal, bajo un sol

que resaltaba su vestimenta elegante. La señora Stephen

casi gritó, convencida de que en cualquier momento

volvería a escuchar a los pájaros cantar en griego. Sus

alucinaciones jamás habían sido tan nítidas. ¿Su