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María Legorburu
1) Lo que plantea el prólogo del libro de Meirieu es, en primer lugar, que
cualquiera puede aprender y en cualquier lado. Luego hace mención a que
no siempre el sujeto está dispuesto a aprender, que quizás haya preferencias
por otras cosas más atrapantes a estar sentados en un aula escuchando al
educador. Y es tarea del mismo encontrar el punto de interés del educando
para atraerlo y motivar al aprendizaje. Aborda también el papel que debe
cumplir la escuela para formar a ese sujeto que luego pondrá en práctica
(esos conocimientos y otros) a lo largo de su vida, ese papel es el de
asegurar que todos adquieran un cierto número de saberes, además de
gestionar el aprendizaje.
Más adelante nos habla de la posición de la escuela (maestros y profesores)
en el marco social, de la desigualdad del prestigio o reputación en el papel
del educador, comparándolo con otras profesiones, así como el peso de la
responsabilidad en formar sujetos para que sean “capaces” de cumplir ciertas
funciones y ser “habilidosos”. Aparece así el dilema de cómo enseñar a los
sujetos y cómo despertar su deseo de aprender, qué herramientas y recursos
son las más eficaces y así responder a la demanda también de la familia, a la
presión, quién exige en el educador la obligación de formar a sus hijos.
3) El punto 3 del capítulo 1 plantea lo vano de la base teórica, que la tensión del
aprendizaje está en la práctica misma y que ésta es historia.
Además de que la dificultad más grande de las teorías de aprendizaje es
asumir que la historicidad del aprender es lineal en lugar de dialéctico.
El aprendizaje relaciona la historia del alumno, con sus saberes ya
incorporados y la historia del maestro, con los nuevos conceptos. Ahí se
produce una tensión al deseo de infundir conceptos y a la instrumentalización
de nuevos saberes. Enseñar es, según el autor, tomar en cuenta las dos
historias, y lo maravilloso es el final de ese proceso si se da efectivamente el
proceso de aprendizaje.
Es decir, que en el proceso de enseñanza y aprendizaje se encuentran dos
historias (de quien enseña y de quien aprende) las cuales se enriquecen una
de la otra, y ambos (educador y educando) no salen de la misma forma una
vez finalizado el proceso de aprendizaje.
“Pero la historia no se escribe nunca por adelantado y, para ella, no tenemos
recetas; la historia no se repite y no podemos tener certeza de salir
totalmente indemnes”.
Para profundizar en este tema de la relación pedagógica antes mencionada,
J.Piaget dice que en el equilibrio de lo que ya existe en el sujeto y lo nuevo a
adquirir se enriquece y se modifica las estructuras de ambos (educador y
educando) permitiendo la adquisición de nuevas estructuras y saliendo así de
manera diferente.
Como docentes debemos buscar incansablemente (como dice Meirieu) lo que
podemos “querer juntos” y dejar de lado el “haz lo que quieras” o “haz lo que
quiero yo”.
Un ejemplo de esta práctica que nos lleva a vivir en la historia podría ser
enseñar a leer y a escribir, culminar el curso de nivel 1er año de primaria en
donde el objetivo de que los alumnos hayan incorporado la lectura y escritura
se haya cumplido es satisfactorio para ambos actores (alumno y maestro),
como maestro me sentiría plena, satisfecha de cumplir con el objetivo, y de
seguro en el alumno se genera un cambio grande de registro existencial que
le cambiará “la vida”.