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HISTORIA DE LA BIENAVENTURADA ‘ ANUGARITA ARIA ALACOQUE Y DE Los ORIGENES DE LA DEVOCION aL SAGRADO CORAZON DE JESUS por el ABATE BOUGAUD Vicario general de Orleans, TRADUCIDA DEL FRANCES AL CASTELLANO POR EL Pbro. Lic. Tirso R. Cordoba. Segunda edicién notablemente corregida y aumentada, MEJICO LIBRERIA RELIGIOSA ierrero Hermanos, Editores 3, San Jos¢ el Real, 3. 1897 oe. * SE ELE me oa rar ee INTRODUCCION ERMINADA creja toda mi tarea al consagrar dos vo-: lamenes 4 referir la Historia de. Santa Juana i Francisca Fremiot de Chantal y los origenes de la Visitacién. Pero he aqui que una voz pura-y blanda me llama de nuevo, La primera de las hijas de aquella gran Santa ha sido elevada 4 los altares. Mas atin: ha.sido elegi- da por Dios para terminar la obra de San Francisco de Sa~ les y de su insigne cooperadora. Ambos habian.trabajado juntos en la construccién del edificio: habjan cavado sus cimientos , trazado sus grandes lineas ; pero faltdbale la Co.” rona. Y esta Santa humilde Virgen fué encargada de ponér- sela. De manera que Ja Vida de Nuestra Bienaventurada es como un apéndice necesario de la historia de la Santa Fran- cisca de Chantal. La biografia de la una ilustra y completa la biografia de Ja otra. Mas si la Bienaventurada nos interesa y conmueve ya bajo este aspecto, como la primera hija glorificada de los 6 INTRODUCCION dos Santos fundadores de la Visitacién, no vacilamios al de~ cir que nos interesa y conmueve todavia mas, bajo otro punto de vista. Por oculta que haya vivido en la obscuridad de un claustro, en el fondo de una pequefia ciudad distante de Paris, ha recibido una misién de primer orden. Le ha ‘confiado Dios el encargo de venir en ayuda de la Iglesia para el cumplimiento de Ja obra mis grande y al propio tiempo la m4s formidable que esa misma Santa Iglesia lleva 4 cabo en este mundo. Esta obra, como todos lo sabemos, no es la de permane- cer en pie en medio de esta estabilidad de las cosas huma- nos que un dia ti otro lo sepulta todo en el polvo, las dinas- tias, los imperios, los pueblos mismos; no es tampoco imponer 4 la orgullosa razén del hombre un conjunto de dogmas, cuyos titulos tiene sin duda el derecho de estudiar, pero que no pueden regenerarlo sino humilldndolo: esta obra, mas elevada que las otras dos, obra 4 la vez tan )umi- nosa y tan obscura, es persuadir al hombre de que Dios le ama, Si, un dia, en Jas profundidades de su eternidad, Dios ha visto al hombre; y 4 semejanza de un rey, de un genio po- deroso, rendido por los encantos de su hijo pequefuelo que balbuce, asi Dios se ha rendido al amor del hombre, le ha amado hasta ja pasion. Ie ha amado hasta hacerse hombre, para suprimir esas distancias que, de cualquier naturaleza que sean, son siem- pre insoportables al amor, Le ha amado hasta sufrir, hasta morir por él. Si, aquel que esté alli pendiente de aque! cadalso, con los INTRODUCCION 7 ples ¥ las manos traspasados, con el coraz6n abierto, es Dios! Y gqué hace alli?—j Ah! sufre, muere por amor: mejor dicho, muere de amor! He aqui lo que la Iglesia est4 encargada de hacer creer al hombre, Su regeneraci6n ha de adquirirse 4 este precio. Fuera de ello, no hay sino debilidades, decepciones del co- taz6n, catdstrofes de costumbres. J.a locura del sacrificio, de la virginidad, de la abnegacién, del martirio, no comien- za sino cuando se cree en la locura de la Cruz. Este amor de Dios por el hombre es tan grande, tan pro- digioso, que es como el escandalo del mundo. Es fa ultima raz6n de todos los cismas y de todas las incredulidades. Si Arrio, por ejemplo, se separé de la Iglesia, fué porque no _ podia creer que este hombre que apareciera un dia en la Judea, fuese verdaderamente sin frases, sin hipérboles «el nico hijo del verdadero Dios». Habia en semejante humi- {lacién tal grandeza de amor que sublevaba el orgulloso es- piritu de aquel heresiarca, Lo mismo ha pasado con Nesto- rio. No admitia éste que el Hijo eterno de Dios hubiese re- posado en el seno de una humilde mujer, que ella le hubiese alimentado con su leche, que El la hubiese Namado Madre suyal Y Lutero y Calvino zpor qué han roto de nuevo la unidad de ja Iglesia? Porque no podian creer ni en el tribunal dela reconciliacién, es decir, en una misericordia que no se cansa de ninguna ingratitud; ni en las indulgencias, esto es, en una de las mas tiernas industrias del Salvador para suplir 4 nuestra perpetua insuficiencia; ni en la Sagrada Eucaristia, § INTRODUCCION es decir, en la permanente habitacién de ese buen Dios con jos que ama. jCorazones estrechos! ;Sabian ellos acaso lo que es el amor? Y si en nuestos dias hay tantos hombres que que pasan moyiendo Ja cabeza delante de la Cruz, sonriendo de desprecio al mirar el altar, qué es lo que los subleva si- no la misma locura? La humanidad egoista, incapaz de amar, sucumbe bajo el peso de tales misterios; y la Iglesia no consigue atin arrancarle este grito que sin embargo la transfiguraria: Ht nos credidimus charitati quam habet Deus in nobis. Si, nosotros creemos en ese amor inmenso que tiene Dios por nosotros! '. Mas precisamente por que la otra es formidable, porque la Iglesia parece A veces inclinarse bajo su peso, Dios viene en su ayuda con admirable providencia y por medio de obras verdaderamente maestras, Asi como cuando los sofismas se multiplican, ei Sefior hace una sefial y se ve aparecer 4 esos hombres que bien podriamos Hamar los agentes extraordi- narios de la verdad: un San Agustin, un Santo Tomas, un Bossuet; del mismo modo, cuando el mundo se enfria y no crece ya en el amor de Dids, y se ve bajar la pureza, el sa~ crificio, el apostolado, la abnegacién y el martirio, cosas to- das que traen su origen de] coraz6n, pero del corazén trans- figurado por el amor divino, Dios hace una seiial y se ve aparecer 4 aquellos que bien merecen el nombre de agentes extraordinarios del amor. Asi, por ejemplo, cuando al siguiente dia de las persecu- siones, Constantino subié al trono, y extendiendo sobre ta 1 TS. Joan, ty, b6 INTRODUCCION 9 Iglesia su manto de purpura, introdujo en ella, sin quererlo, on los honores de un principio de enfriamiento; cuando aparecieron esos frios dactores que he citado, Arrio, Nes- torio, Eutiques, cuya doctrina no era enel fondo sino la negacién del amor infinito; en aque! punto en que el vicjo sensualismo pagano penetraba poco 4 poco en Ia Iglesia, las entrafias de la tierra se abrieron y de ellas se vieron salir fos instrumentos de la pasiéa de Jesucristo: la Cruz enla cual habia muerto, los clavos que habian atravesado sus pies Y manos, la corona que habia taladrado su frente, la lanza que habia abierto su corazén. El mundo fué providencial- mente llamado 4 reanimarse al contacto sagrado de los ins- trumentos de la Pasién. Y zeudl fué la criatura privilegiada 4 quien Dios plugo confiar esa gran misién de inflamar al mundo en el siglo tv? Fué una mujer, una esposa, una madre, la piadosa Santa Elena, la madre del emperador Constantino, el libertador de la Iglesia. Fué una mujer, y es facil adivinar la raz6n. Inferior por lo comin al hombre respecto 4 las dotes del es- piritu, la mujer es superior 4 él, tratandose de los dones del coraz6n. Ella ama mas; ella ama mejor: no separa en su pen- samiento el amor del sacrificio; para ella amar es inmolarse siempre! Fué, pues, una mujer, y ademds fué una madre. Se

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