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Semana 3

SEMANA 3: EMOCIONES BÁSICAS

“En la vida hay sufrimiento, así como derrotas. Nadie los pude evitar. Pero es mejor
perder alguna de las batallas por tus sueños que ser derrotado sin ni siquiera conocer
por lo que estás luchando” Paulo Coelho

Todos sentimos emociones, y siempre estamos en un estado emocional. Solo con leer estas dos
afirmaciones podemos darnos cuenta de la importancia de la emocionalidad en nuestras vidas
y lo poco que sabemos sobre ellas.

Como humanos que somos tomamos decisiones, actuamos… pero ¿qué es lo que dirige nuestros
actos? Los pensamientos y emociones que tenemos sobre algo. Es decir, nuestras pensamientos
y emociones condicionan el sentido de lo que hacemos. Y como los pensamientos están influidos
por nuestras creencias y esquemas, las emociones también se pueden ver teñidas por estos
patrones inconscientes dado el poder que tiene sobre ellas el pensamiento.

Una definición de emoción, que viene de la palabra latina emovere1, podría ser lo que mueve a
la acción. Es decir, actuamos en función de lo que sentimos. Así, las emociones pueden ser
definidas como la respuesta de nuestro cuerpo al pensamiento. Lo que sucede muchas veces es
que estamos tan desconectados del cuerpo que cuando entramos en una emoción nos
enganchamos al pensamiento que la ha generado y nos olvidamos de “regular”, es decir, cuidar
su efecto en el cuerpo, que es desde donde podemos eficazmente calmarlas.

Fue Charles Darwin2 el primer científico en señalar que las emociones surgieron para que los
animales tuviéramos un mecanismo que nos preparase para la acción, en especial, en
situaciones de emergencia. ¿Cómo poder regular las emociones, gestionarlas, en esos
momentos de desequilibrio que acompañan el hecho de vivir? Veamos primero para qué regular
una emoción.

Inteligencia Emocional

Tras los estudios de Goleman3 y las investigaciones de McClelland4, conocemos los beneficios de
una adecuada gestión emocional y los efectos que tiene en las personas: sociabilidad, mayor
optimismo y capacidad de relacionarse con otros… Es decir, una persona emocionalmente
inteligente es quien es capaz de darse cuenta de lo que siente y sienten los demás, y lo gestiona
adaptándose a la situación.

Pero, para poder regular una emoción (bajar su intensidad si es demasiado desagradable,
cambiarla si las circunstancias lo necesitan…) primero necesitamos identificarla. ¿Podrías saber

1
Moveré significa moverse y el prefijo ex, que fue eliminado por los latimos para una mayor elegancia
verbal (dado que exmovere tiene más dificultades de pronunciación) significa hacia afuera.
2
Darwin, “La expresión de las emociones en los animales y el hombre”, Alianza Editorial, Madrid, 1998.
3
Goleman, “Inteligencia Emocional”, Kairos, Barcelona, 1996.
4
McClelland, “Estudio de la motivación humana”, Narcea Ediciones, Madrid, 1989.

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si tu vehículo necesita carburante sin el indicador que lleva? Ese es el papel de las emociones:
nos indican cómo estamos y lo que necesitamos.

1- La utilidad de las emociones

Frecuentemente escuchamos que las emociones son buenas o malas, haciendo referencia a las
sensaciones que producen. Pero no es un enfoque acertado:

Las emociones son funcionales, útiles, son información clave para orientarnos en la situación,
adaptarnos a ella.

Por tanto, si las emociones son información importante para nosotros ¿cómo seguir diciendo
que son malas? En su lugar podremos afirmar que las emociones son agradables o
desagradables. Y este pequeño matiz tiene una relación importante para el trabajo de Atención
Plena. Si sabemos que algo es útil, aunque desagradable, ¿huiremos de ello? Si lo necesito para
poder evolucionar, para poder decidir, para poder situarme en mi contexto, afrontarlas será la
opción más inteligente. Por eso cuando se trata de emociones incómodas o desagradables
necesitamos utilizar una herramienta que nos permita estar en ellas con menor intensidad. Esta
práctica la llevaremos a cabo esta semana y la detallaremos en seguida.

Además de lo anterior, las emociones tienen una función biológica: dar una información que
ayude a la fisiología corporal a prepararse para la acción, por ejemplo, en el caso del miedo (la
emoción sirve para saber qué hacer, como huir del peligro, y además para que el cuerpo se
prepare físicamente para esa huida).

2- Identificar y comprender las emociones, el paso clave para regularlas

Una de las definiciones de emoción que más me gusta es la siguiente: emoción es el efecto del
pensamiento en el cuerpo. Así que podemos ir al cuerpo para determinar lo que nos pasa. ¿Es
algo expansivo o lo contrario? ¿Qué le pasa al cuerpo en esa situación?

Por tanto, podemos identificar las emociones a través de las sensaciones corporales que van
unidas a ellas. Además, como la mente se dispara cada vez que estamos en una emoción, los
pensamientos que van unidos a ellas serán una pista clave para la identificación emocional.

Una vez que hemos identificado una emoción, ¿sabemos qué significa? En esto consiste
comprender las emociones: conocer qué están diciendo de mi y de la situación en la que estoy
involucrado. ¿Qué acción es la que me invita a tomar? ¿Qué necesidad detecta?

Además de identificar y comprender las emociones, podemos regular su intensidad, gestionar


qué hacer con ellas para lograr más equilibrio o bienestar.

3- Regular las emociones

Una de las prácticas propias de Mindfulness es la atención a la respiración, que ayuda a regular
las emociones dado que consiste en lo siguiente:

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1. Reconocer la emoción, darme cuenta de qué emoción hay en mi


Ej. hay miedo o preocupación en mi / esto es tristeza
2. Aceptarla sin culpar, es decir, no rechazarla o ignorarla
Ej. ahora estoy preocupado o tengo miedo o estoy triste
3. Abrazar con Conciencia Plena (atención a la respiración y sensaciones del
cuerpo), es decir, atender a lo que el cuerpo pide, darme cuenta de lo que le pasa
al cuerpo. Aquí podemos centrarnos en la respiración si la intensidad es muy alta.
4. Mirar al Interior, con calma, entender las causas profundas
(condicionamientos, juicios, miedos…). Cuando pasa esa intensidad emocional
estamos en condiciones de comprender lo que nos sucede.
5. Sabiduría, ver el proceso de forma impersonal. Poco a poco, la práctica de este
hábito de regulación emocional genera en nosotros una evolución y crecimiento
personal.

“La experiencia de acoger, cambia la experiencia”

En conclusión: las funciones de las emociones son dos principalmente: informar al cuerpo de
que sucede algo y que se prepare para actuar, es decir, inducir a una acción, y también coordinar
las funciones y órganos internos del cuerpo para responder a esa necesidad.

Por ejemplo, si alguien me ataca mis manos se ponen rígidas para poder enfrentarme a ese
ataque, es decir, se tensan los músculos necesarios porque la emoción se lo marca y así yo podré
defenderme, por ejemplo, devolviendo el golpe.

Como las emociones dependen de la interpretación del acontecimiento (ahí entra el


pensamiento), conocer qué emociones viven en nosotros nos dará información valiosa sobre
quiénes somos y quizá qué necesitamos cuestionar y/o cambiar para tener mayor bienestar.

Es natural y humano experimentar diferentes emociones. Cuando alguna es constante y no


conseguimos salir de ella es cuando quizá debamos ver qué pasa. Con la práctica de Mindfulness
somos capaces de observar eso que acontece para poder identificarlo, aceptarlo, acogerlo y
mirar en nuestro interior para descubrir qué sucede y ver más allá con la sabiduría del
observador que es capaz de modificar sus conductas y pensamientos porque al observarlos y
separarse de ellos ya no está en ellos, no se deja llevar por ellos, no le condicionan.

Como estamos abordando el estrés, vamos a explicar las emociones relacionadas con él: miedo,
rabia, tristeza y alegría (que junto con asco son las emociones básicas, es decir, universales).

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Ante una situación estresante solemos encontrarnos con dos opciones: luchar o huir. Veamos
qué consecuencias tiene esta dualidad y su utilidad en la sociedad actual.

Miedo

Es una de las emociones clave en el estrés porque como hemos visto, la percepción de amenaza
es el factor desencadenante de la emoción- El miedo es una emoción que surge cuando me
siento amenazado, bien por peligros reales o bien peligros que interpreto que pueden suceder
(aunque no sean “reales”), en definitiva, siento amenazada mi identidad, mi ser más profundo.
El miedo, por tanto, me sirve para identificar un peligro y protegerme de él.

Miedo que se produce porque queremos atar el futuro, queremos que las cosas sean de una
forma y tememos que no pase lo que esperamos, lo que está en nuestras creencias,
expectativas, planes...

Pongamos un ejemplo: suena un ruido a la noche, te levantas de la cama inquieto, asustado


(miedo) y al llegar a la sala te das cuenta de que te habías dejado la ventana abierta y el viento
era quien causaba el ruido. Otra situación: estás en el monte y oyes algo entre la maleza; te
asustas porque el ruido es importante, crees que es un animal y estás solo. ¿La emoción será la
misma si quien está escuchando ese sonido es un cazador que busca una presa?

Función del miedo

Como hemos visto antes, nos avisa de un peligro, luego es de una utilidad fundamental. Y dado
que la situación es de peligro, la respuesta natural será la de huir, evitar la causa del miedo. Y el
cuerpo realiza todas las reacciones físicas necesarias para ello: temblores, tensión en la espalda
y estómago, respiración acelerada, … A veces el estímulo es percibido como tan grande que la
reacción es de paralización, fruto de nuestro pasado animal que lo utilizaba cual presa que trata
de ocultarse del depredador.

Pero ¿qué sucede entonces cuando tenemos miedo de una situación de trabajo, personal o la
incertidumbre propia del hecho de vivir (miedo también)? Que son situaciones de las que
probablemente no podemos huir, deben permanecer y de ahí la importancia de gestionar la
mente en ese caso: quizá no puedo huir de mi jefe o de una situación que no me gusta; o
situaciones donde huir no será una buena decisión a medio plazo. Por ejemplo, me encargan un
trabajo y no se cómo abordarlo, el miedo me estará diciendo que tenga cuidado, a ver si no voy
a ser capaz de hacerlo (por tanto, dudo de mis capacidades); en cambio, si lo tomo como un
reto, sentiré miedo y al darme cuenta de ello lo gestionaré para darme cuenta de que tengo
habilidades y recursos. No se trata de lo que ocurre sino de qué significado doy a lo que ocurre.

Si no gestionamos el miedo podemos caer en miedos crónicos, tendencia automática a la


evitación (seguro que alguna vez habéis oído hablar de las personas con miedo al compromiso,
que huyen cuando observan que la situación les desborda, cuando sienten que puede ocurrir
una mayor vinculación)…

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¿Y qué pensamientos van unidos al miedo? Pensamientos de futuro: miedo a que….. De hecho,
una de las conclusiones que suele generarnos más inquietud es darnos cuenta de que cada vez
que vamos de prisa (conduciendo, andando, vistiéndonos…) es el miedo la emoción activada.
Miedo a no llegar (prisa), miedo a que se enfaden (callar o ceder en contra de uno mismo), miedo
a no cumplir (trabajo sin parar a descansar, perfeccionismo, …) miedo a equivocarme (ausencia
de toma de decisiones, excesivo sentido crítico…), …

Gracias a la información oculta tras el miedo nos podemos dar cuenta de que necesitamos
protegernos más, prepararnos en algo, o ser algo más prudentes en alguna situación. Cuando
realizamos este análisis como si fuéramos en busca de un tesoro, estamos ya gestionando ese
miedo. De lo contrario, podría transformarse en ansiedad, pánico, inseguridad o desconfianza.

Por tanto, gestionar el miedo es una de las claves actuales para mejorar los niveles de estrés.
Sobre todo si, quizá en este momento, nos damos cuenta de que son muchas las situaciones en
que estamos con miedo y ni éramos conscientes de ello. Algunos comportamientos indicadores
de miedo son las prisas, impaciencia, perfeccionismo, sometimiento, engaños, obsesión…

Antes avanzábamos la técnica de regulación emocional: cada vez que me doy cuenta de que
estoy tenso, estomago tengo, … puedo parar y realizar la práctica de atención a la respiración;
cada vez que me observo corriendo, puedo decelerar y hacer las tareas con más calidad mental.
De hecho, una de las claves de la Atención Plena es la de realizar las cosas con atención al
proceso en lugar de actuar con rapidez máxima pensando en la siguiente a hacer o pensando en
acabarla cuanto antes.

Y para ello, una vez pasada la situación de peligro, podemos preguntarnos ¿qué trata de decirme
esta emoción? ¿qué valor importante para mi quiero proteger?. Cuando actuamos con prisa
muchas veces nos está moviendo la necesidad de proteger nuestra autoimagen de que somos
capaces de llegar a todo, cumplir al 100%... Si nos paramos a reflexionar: ¿necesito correr
siempre, actuar con prisas para cuidar esa imagen? ¿Podría hacerlo de otra forma más sana?

Como escuche a uno de los maestros del fluir del vivir, Fidel Delgado, al miedo hay que
reconocerle los servicios prestados y darle las gracias por ese aviso que ahora como adultos
somos capaces de gestionar.

En ocasiones el miedo no gestionado puede desplazarse a la rabia o enfado. En otras ocasiones


se desplaza a la tristeza.

Rabia

Enfado, irritabilidad, … son emociones de la familia de la ira. Y sentimos enfado cuando


consideramos que algo es injusto. Y por tanto, nos gustaría defendernos de ello, luchar por ello.
La utilidad por tanto será defender mis valores o mis esquemas.

Por ejemplo, cuando observamos a una persona agrediendo a otra, o a un animal, cuando un
compañero hace o no hace algo que considero debería ser de otra forma…. Es decir, no estoy de
acuerdo con lo que ocurre y quiero defenderme y exteriorizar mi identidad.

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Función del enfado o rabia

Gracias al enfado lo primero que aprendemos es una característica propia: algo importante para
mi está siendo agredido, por lo que puedo conocer un valor personal como consecuencia de
tener rabia. Dado que quiero cambiar lo que acontece, la respuesta natural será la de luchar. Y
de ahí que los pensamientos que acompañan a la rabia sean de presente: ¡“es que voy y le digo…;
qué injusto es esto”!

Así, el cuerpo se preparar para ello y de ahí sus reacciones físicas: calor en la cara, puños
cerrados o tensión en los brazos, mandíbula tensa (de nuevo nuestro pasado animal: preparados
para morder)

Pero exteriorizar el enfado con conductas agresivas puede generar consecuencias muy
perjudiciales para nosotros mismos y los demás. Porque ¿qué sucede si le grito a mi compañero
“¡basta ya!” o le agredo a una persona por algo que no me gusta?.

La gran virtud de la rabia es que moviliza una energía que podemos utilizar en nuestro beneficio:
¿qué puedo hacer para gestionar esta emoción y así luchar por esos valores o intereses en
juego? ¿cómo lo puedo hacer respetando a la vez los intereses del otro?

Y es aquí donde está la clave para hacer algo con esa emoción, gestionarla y así no caer en la
frustración (emoción que se produce cuando no hacemos algo que nos gustaría que ocurriese y
nos parece injusto).

Así, gestionar la rabia es otra de las claves actuales para mejorar los niveles de estrés. Podemos
identificar estados de rabia en personas impulsivas, irritables, intolerantes, con alta exigencia
para uno mismo y los demás… o quienes padecen rabia crónica que se identifica por
desconfianza o ironía ante casi todo lo que sucede… Gracias a la rabia tenemos la energía
necesaria para tratar de cambiar las cosas, decir que no, poner límites, defender nuestros
derechos y nuestra propia identidad.

Como exteriorizar la rabia en su estado inmediato no siempre es lo más recomendable para uno
y el entorno, necesitaremos regular su intensidad y/o posteriormente reflexionar sobre lo que
nos enfada para valorar cómo hablar con esa persona de una forma asertiva (veremos esta
habilidad clave en el Capítulo 6), tomar otro tipo de acciones que sirvan para defender nuestros
intereses o quizá darnos cuenta de que esa percepción estaba equivocada y que no hay tal
motivo para enfadarnos… Quizá no siempre tendremos que esperar y reflexionar, pero lo que
siempre ayuda a exteriorizar nuestra opinión es bajar la intensidad de esta emoción para decir
¡ya vale!.

Como dice una famosa frase:

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Cualquiera puede enfadarse, eso es muy sencillo; pero enfadarse con la persona adecuada, en el
grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso
ciertamente no es tan sencillo”. Aristóteles

En definitiva, la rabia nos ayuda a tomar decisiones, poner límites, decir que no, reaccionar y
defendernos ante aquello que consideramos injusto. Es decir, gracias a la rabia nos enfrentamos
a los problemas. Lo que sucede es que la forma de enfrentarnos necesita de cierta regulación
para evitar comportamientos agresivos y además para luchar contra algunos síntomas de rabia
excesiva como son el autoritarismo, crítica constante a lo que sucede, intolerancia,
sobreexigencia… Esto puede conllevar que estas personas no sean de nuestro agrado y las
evitemos, por lo que vivir con rabia nos pude llevar a la soledad.

Cuando la rabia se queda dentro y no la soltamos, puede desplazarse a la tristeza. Este es uno
de los motivos de la frustración en el trabajo, emoción que suma rabia y tristeza dado que creo
que no puedo decir lo que pienso de lo que sucede.

Tristeza

A veces sentimos que no podemos luchar contra algo ni huir de ello. Como nos importa, nos
parece injusto, o no nos gusta y la energía que está detrás es muy baja. ¿Qué pistas me está
diciendo el cuerpo sobre esto? La percepción de amenaza en esta situación es desactivadora: lo
que sucede no me gusta pero no puedo hacer nada para cambiarlo. De ahí la falta de energía:
como si el cuerpo te dijera: “deja de luchar, para, no hay caso”.

Fallece una persona querida, perdemos el trabajo, la pareja nos deja o nosotros sentimos que
ha dejado de motivarnos, la noticia de un cambio en nuestro estado de salud… Es la cara oculta
de una realidad que socialmente no siempre está admitida por esa necesidad de éxito, de estar
siempre bien, … ¿Pero qué sucede si no atendemos a estos duelos necesarios que son parte de
la vida?5

Función de la tristeza

Apatía, indiferencia, frustración, pasividad… ¿Qué anuncian? Algo se ha acabado, despídete,


cierra la etapa, algo ha cambiado y tienes que aceptarlo… Es hora de elaborar lo sucedido e
integrarlo en tu vida. Y mientras eso sucede, debemos cuidarnos a nosotros mismos. Uno de los
hábitos poco extendidos entre los humanos. De hecho, cuando en el programa MBSR realizamos
el registro de acontecimientos agradables, muchas personas se dan cuenta o bien de que no
tienen muchas cosas agradables, o que no las apreciaban… y la clave, además de darse cuenta
de esto, está en generarlas uno mismo cuando estamos en estados de apatía. ¡Qué importante
es saber qué cosas me elevan el ánimo! Fundamental tener uno su lista de cosas que le activan,
apasionan… para echar mano de ella cuando quizá estemos pasando un momento vital que
requiera de más autocuidado.

5
Bucay, “El camino de las lágrimas”, Grijalbo, Barcelona, 2003.

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¿Qué ocurre en el cuerpo cuando estamos tristes? Siempre recordaré cuando, al fallecer mi
perro bóxer que me acompañó durante 11 años, mi cara era incapaz de sonreír; el semblante
era totalmente apagado y sobretodo recuerdo cómo la boca tenía la forma de una U invertida.
El cuerpo avisa: tómate tu tiempo, es hora de descansar, despedirse, es el tiempo para adaptarte
a tu nueva situación. Además de la cara lánguida notamos la espalda caída, brazos sin fuerza,
opresión en el pecho, garganta y estómago cerrado (cual oso invernando, no necesitamos
grandes alimentos para el tiempo de descansar)… Y los pensamientos son de pasado: lo que
tenía y no está, lo que hacía, …

A veces nos preguntamos ¿qué pasa si la tristeza está en mi mucho tiempo? Para empezar,
¿cómo valorar si es mucho o poco el tiempo? Nadie podrá darnos esta indicación; nosotros
mismos seremos la brújula que mida qué está sucediendo alrededor y si creo que es hora de
movilizarme. ¿Esta tristeza está siendo un límite para las actividades que hago habitualmente?
¿Me impide realizar tus tareas diarias?

Como ocurría en la película “Del revés”, la tristeza es quien sabía el camino a casa. Porque gracias
a la tristeza pedimos ayuda, nos damos cuenta de la importancia de los vínculos con los demás
y nos acercamos a la parte más auténtica de nosotros mismos. Gracias a la tristeza podemos
despedirnos de algo para dejar entrada a lo nuevo. Solo podremos abrir una nueva etapa si la
anterior la hemos cerrado de forma saludable.

Por tanto, gestionar la tristeza es fundamental si queremos dar entrada a la ilusión y alegría. Y
si profundizamos más, nos daremos cuenta de que las épocas de dolor son los momentos en
que iniciamos cambios en nosotros mismos. La tristeza es un gran maestro, y gracias a estos
estados transitorios nos desarrollamos y crecemos, evolucionamos.

Cuando evitamos sentir tristeza o cuando nos quedamos anclados en ella podemos entrar en
estados de nostalgia permanentes, melancolía o tristeza crónica que fácilmente nos llevará a
situaciones de depresión. Hay que atravesar esta emoción, dejarla sentir y abrazarla cada vez
que sentimos tristeza y lo podemos hacer gracias a la práctica de regulación emocional: sentir
el cuerpo, acoger la sensación, atenderla como lo hacemos cuando un amigo o familiar está
triste. No la evitamos o tratamos de cambiarla.

Como todas las emociones son aprendizajes ocultos, cuando estemos más equilibrados
podemos preguntarnos ¿qué trata de decirme esta emoción? ¿qué ha ocurrido en mi vida? ¿qué
es importante para mi?. O incluso, si sospecho que hay algo que no acabo de ver ¿quizá estaba
viviendo un autoengaño? ¿qué idea o clave no estaba viendo en esa situación? ¿quizá trataba
de conformarme con algo? ¿qué valor personal está chocando con algo que sucede en mi vida?

Recordando de nuevo unas palabras Fidel Delgado: “dichosos los que sufren si logran ver que
un mal pasajero conduce al bien permanente”.

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Alegría

En estados menos intensos también podemos sentirla como paz, tranquilidad, relajación,
fluidez…. Nos sentimos plenamente vivos, como si encajáramos en el mundo: sentimos la
realidad coherente con nuestros valores. Y dado que es una emoción expansiva, nos invita a
compartir, acercarnos a los demás, expresar lo agradable del momento. El cuerpo reacciona con
sonrisa, movimiento de brazos … Los pensamientos son de presente: ¡qué bien! ¡estoy…! En este
estado no queremos cambiar nada. Las cosas nos gustan tal y como son.

La función de la alegría

Gracias a que sentimos que estamos alegres nos socializamos, acercamos a otros, amamos,
generamos conexiones y nos vinculamos atendiendo a la función más básica del ser humano:
somos seres sociales por naturaleza. En definitiva, la información para uno mismo es que eso
que pasa conecta contigo, va con tus valores. Nuevamente la alegría nos ayuda a conocernos
más. Y es la emoción básica del amor.

La alegría y el amor nos aportan también un desarrollo y crecimiento personales si adoptamos


una actitud de apertura. Gracias a esta emoción nos acercamos y nos conocemos unos a otros;
lo que facilita la comprensión, y al comprender compartimos y por eso nos enriquecemos.

Quizá no veamos necesidad de gestionar esta emoción. ¿Qué nos sucede cuando la alegría se
desvanece? ¿O cuando vivimos etapas más “grises”? Esperar la alegría constante puede ser
causante de muchas frustraciones. Siguiendo a Aguado6, la alegría está bien cuando te visita
pero cuidado si es tu meta.

Vivimos en tiempos, que creo afortunadamente están cambiando, donde el estado de alegría
parce que debiera ser el natural. Parece como si el dolor se escondiera de alguna forma,
como si tuviéramos que ocultarnos cuando nos sentimos “inadecuados”. Y por eso no lo
toleramos o lo rechazamos en otros o en nosotros mismos. A veces incluso nos culpamos por
no hacer logrado algo. A veces es como si viviéramos en una sociedad de disimulo, ocultación
del malestar… y esto a veces conduce a suplir esos estados con activadores externos como la
acción constante, o fantasear con algo (la diferencia entre ilusión y fantasía es fundamental:
algo es una ilusión cuando es una meta y estamos haciendo algo para lograrlo; se convierte
en una fantasía cuando tiene fines evasivos, lo uso para no afrontar mi realidad y además no
estoy actuando para acercarme a ello). Algunas personas pueden llegar a actuar de forma
casi compulsiva supliendo sus estados de apatía a través de las compras incesantes, o
consumos de sustancias tóxicas.

La alegría, como todas las emociones, es una emoción transitoria y en la medida en que
gracias a Mindfulness nos damos cuenta de ello, de la transitoriedad de todas las cosas,
seremos más capaces de sentir ese equilibrio y paz tan buscados. Lo que va unido al carácter
no dual de la Atención Plena: en lugar de desear y movernos hacia las emociones agradables

6
García Aguado, “Es emocionante saber emocionarse”, Editorial EOS, Madrid, 2014.

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y huir de las desagradables la práctica de Mindfulness se basa en observar y mirar, estar en


la experiencia y dejar que todo fluya sin forzar que las cosas sean de una forma o dejen de
ser tal y como están sucediendo.

Conclusiones

Tras esta mirada específica en cada emoción vamos ahora a acercarnos a ellas de forma más
global. ¿Qué sabemos ahora de las emociones? Que si las escuchamos podemos sacar grandes
aprendizajes, informaciones clave sobre cómo somos y lo que el entorno pide… No existen
emociones negativas sino comportamientos desajustados. La emoción es la tensión que surge
cuando lo externo y lo interno están desajustados.

Y ese es el poder de Mindfulness: darme cuenta de la emoción, acogerla con amabilidad, regular
su intensidad si lo necesito, y sacar el aprendizaje más útil para adaptarme a los cambios propios
de la vida. Integrar lo que sucede es un acto de inteligencia, sobre todo en un mundo tan
cambiante como el que vivimos.

Regular la emoción significa expresarla de una forma ajustada a la realidad y con un efecto
saludable para uno mismo y los demás. Supone por ello influir en ella, en su intensidad, duración
y expresión.

Por ello utilizar la práctica de atención a la respiración es una de las técnicas más adecuadas
para ejercitar regulación emocional dado que sirve para darnos cuenta de la emoción
(identificar), atenderla (acogerla, sentirla y abrazarla), bajar su intensidad (a través de la
respiración) y desarrollar la lucidez que surge cuando somos capaces de separarnos de la
situación y mirar su aprendizaje.

Cuando la situación vital está unida a emociones desagradables y en ocasiones con una
intensidad muy alta, necesitamos realizar esta práctica durante un tiempo para notar sus
efectos. En estas circunstancias podemos acompañar esos estados intensos con la realización
de actividades que nos lleven la atención a otros lugares (no es una finalidad evasiva porque la
realizamos de forma consciente, es una elección que decidimos tomar para nuestro bienestar).

Acoger la emoción significa atenderla y aceptarla, sin juzgar (clave de Mindfulness), y dejarla
estar hasta que decida irse todas las veces que aparezca. Dejar ir la emoción, como explica David
R. Hawkins7, es “ser consciente de un sentimiento, dejarlo crecer, permanecer en él y permitir
que siga su curso sin querer que sea diferente ni hacer nada con él (…). Cuando estés dejando
ir, ignora todo pensamiento”

Para ayudar a esta adaptación vital algunas preguntas, cuando nos encontramos en estados más
equilibrados, pueden ayudarnos: ¿seguro que tengo que enfadarme, sufrir por esto? ¿qué
quiere decirme esta situación? ¿la acción o decisión que quiero tomar es coherente con mis

7
David R. Hawkins, “Dejar ir”, Ediciones El Grano de Mostaza, Barcelona, 2014.

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valores? ¿las consecuencias de esta decisión son sanas a medio y largo plazo? ¿qué dice esto de
mi?. Porque para que el comportamiento, la respuesta o la decisión sea adaptativa, necesitamos
reconocer la emoción. Caso contrario el miedo puede bloquearme, la rabia precipitarme y la
tristeza dejar de tomar decisiones.

En definitiva, el comportamiento más adaptativo es actuar, hacer algo (con miedo, si no actúo,
bloqueo emocional; con rabia necesitaré equilibrarme, si no, me precipito y actúo con resultados
negativos; con tristeza si no decido me quedaré como una víctima de las circunstancias). Si por
ejemplo tengo miedo y no hago nada con ello ni con la idea de ello, la vivencia se quedará
grabada en mi como “… la vez anterior sufrí con esto, voy a evitarlo … pero hay cosas que vuelven
y otras, bien realmente o mentalmente si no las gestionamos. Porque, además, con la edad
vivimos las situaciones con más intensidad emocional, nos enganchamos más porque el patrón
mental está más arraigado, por eso aprender técnicas de regulación es clave.

Para terminar, recordemos aquí el concepto de libertad traído por V. Frankl: podemos elegir la
respuesta, podemos mirar de forma diferente y actuar con visión, que es lo que nos diferencia
de los animales: nuestra capacidad de sentir una emoción y parar para elegir la mejor respuesta.

“La vista es la función de los ojos, pero la visión es la función del corazón”. Hellen Keller

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