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emociones son reacciones que todos experimentamos: alegría, tristeza, miedo, ira… Son
conocidas por todos nosotros pero no por ello dejan de tener complejidad. Aunque todos hemos
sentido la ansiedad o el nerviosismo, no todos somos conscientes de que un mal manejo de
estas emociones puede acarrear un bloqueo o incluso la enfermedad.Se puede decir que las
emociones tienen 3 funciones principales:
1. Función adaptativa: prepara al organismo para la acción siendo ésta una de las
más importantes. Gracias a esta capacidad podemos actuar eficazmente.
2. Función social: expresan nuestro estado de ánimo y facilitan la interacción social
para que se pueda predecir el comportamiento. Además de la expresión oral, cobra mucha
importancia la comunicación no verbal que se refleja, en muchas ocasiones, de manera
inconsciente.
3. Función motivacional: existe una relación entre motivación y emoción ya que
ambas se retroalimentan. Cualquier conducta motivada produce una reacción emocional, a la
vez que cualquier emoción impulsa la motivación hacia algo. Por ejemplo, si nos sentimos
alegres cuando quedamos con otra persona, estaremos más motivados para volver a quedar con
ella.
Identificar nuestras emociones y las de los otros así como ponerles nombre no es tarea fácil,
más aún cuando se manifiestan varias emociones a la vez. A esto lo denominamos conciencia
emocional. Tenerla nos permitirá:
Reconocer nuestros estados de ánimo y reflexionar sobre ellos para tomar mejores
decisiones
Relacionarnos mejor con los demás al reconocer también las emociones de los otros
Establecer límites para atender nuestras necesidades y bienestar, mejorando así
nuestra calidad de vida
Conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás
Nos permiten otorgar un valor determinado a la experiencia, sea esta interna o externa,
y nacen del interior de las personas de manera innata. Su aparición en una situación
concreta, sin embargo, está mediada en gran medida por las influencias ambientales y las
vivencias y aprendizajes previos del sujeto.
Generalmente solemos dividir las emociones entre positivas y negativas, en función del tipo
de activación que genere en nosotros y la asociación entre dicha activación y la experiencia
vivida. Por lo general consideramos positivas a aquellas que nos generan algún tipo de
placer (alegría, ilusión o calma serían ejemplos) mientras que las que nos resultan molestas
o dolorosas son las negativas (la tristeza, la ira o la desesperanza).
Ambos tipos de emociones, así como otras consideradas neutras (por ejemplo, la
sorpresa) tienen en realidad una función adaptativa para el organismo, dado que nos
conducen a tender a actuar de una manera determinada.
Ello incluye también las negativas, a pesar de que nos resulten poco deseables. Por ejemplo
la ira, la angustia o la rabia nos empuja a movernos contra algo que consideramos injusto o
que nos genera malestar, y la tristeza hace que busquemos protección o reduzcamos
nuestro nivel de actividad ante determinadas situaciones en las que un exceso de acción
podría ser un gasto energético).
Esto es relevante dado que muy a menudo queremos evitar a toda costa vivir emociones
negativas, a pesar de que en cierto grado son sanas y nos permiten sobrevivir y afrontar las
situaciones complicadas. Y cómo mencionábamos en la introducción, más que a evitarlas
deberíamos aprender a gestionarlas correctamente de tal manera que nos permitamos
sentirlas sin que nos lleguen a resultar disfuncionales.
1. No las bloquees
El primer paso y uno de los más principales a la hora de aprender cómo gestionar
emociones negativas es, sencillamente, no evitarlas. Y es que por norma general tendemos
a intentar querer reducir nuestro sufrimiento y ignorarlas o taparlas sin más. Se hace
necesario evitar la evitación y aceptar que debemos afrontarlas.
Tal y como hemos dicho, las emociones son algo adaptativo que nos ayuda a sobrevivir. Es
necesario que además de permitirnos sentirlas escuchemos qué quieren decirnos, sobre
qué nos están informando.
Si bien este punto puede parecer muy lógico, lo cierto es que muchas personas no son
capaces de decir porqué se sienten como se sienten. ¿Por qué estamos tristes? ¿Ha
ocurrido algo que nos lleve a estar así? Debemos hacer un ejercicio no solo de percepción
sino también de razonamiento a nivel emocional sobre estas cuestiones.
4. Exprésalas
Si bien tal vez tampoco se trate de hacer una demostración constante, puede ser útil
compartirlas con el entorno cercano o expresarlas de diferentes maneras, como puede ser a
través del arte. Se trata de hacerlas fluir y dejar que aparezcan y desaparezcan de un modo
normal y adaptativo.
5. Dales respuesta
No se trata solo de saber porqué están ahí o limitarse a expresarlas, sino que también se
hace fundamental dar una respuesta a la necesidad que están expresando. Es decir, si
estamos angustiados y necesitamos tranquilizarnos deberíamos buscar un desahogo, o si
estamos tristes algún lugar en el que sentirse protegido. Si estamos nerviosos por el caos
reinante en una situación tal vez podamos buscar un orden, o si nos arrepentimos por haber
hecho daño a alguien podemos hablar con dicha persona e intentar enmendar la situación.
Hemos dicho que las emociones negativas son también adaptativas, siempre y cuando
fluyan con normalidad. Pero también es posible que una emoción concreta llegue a
convertirse en un elemento dominante en nuestra vida y que se convierta en un eje central
que altera todo nuestro comportamiento, siendo además algo resistente al cambio.
Debemos procurar escuchar a nuestras emociones, pero aprender a gestionarlas de tal
manera que nos resulten funcionales y nos permiten llegar a tener una buena calidad de
vida y una sensación de bienestar. En caso contrario podríamos estar manifestando algún
tipo de reacción insana o incluso una patología como la depresión. Es por ello que entender
cómo gestionar las emociones negativas es algo de gran importancia en nuestro día a día.
Las emociones suelen surgir al experimentar algún tipo de situación determinada. Si las
emociones que nos surgen son negativas, como por ejemplo la angustia o el miedo, a veces
podemos no saber cómo hacerles frente.
Una forma de rebajar la intensidad de estas emociones negativas puede ser la de recordar
situaciones semejantes a la que nos genera la emoción en sí: se trata de recordar cómo lo
hemos afrontado en el caso de haber tenido éxito en el momento de resolverlas, de tal
manera que nos inspiren y proporcionen pautas aplicables en la situación actual. Ello nos
permitirá rebajar la tensión y el malestar.
Eso sí, esto sería válido sólo si hemos afrontado con éxito una situación similar: si no
conseguido una resolución positiva en ningún caso puede incluso generar un mayor nivel de
malestar.
8. El poder de la observación
Hasta ahora hemos hablado de diferentes aspectos a trabajar en uno mismo, pero lo cierto
es que también podemos mejorar nuestra manera de gestionar emociones negativas
mediante la observación y la escucha de los demás.
Observar cómo los otros expresan emociones y cómo las gestionan nos puede permitir
no sólo identificarlas en los demás sino que también puede llevar a autoidentificar aspectos
como los síntomas fisiológicos o maneras de actuar. El uso de modelos que nos enseñen a
hacer frente a situaciones y emociones también puede ayudarnos a en gran medida.
Una técnica típica para aprender a gestionar las emociones negativas tiene mucho que ver
con la capacidad de organizar y sistematizar la información. Llevar un diario o algún tipo de
autorregistro puede servirnos para observar qué situaciones nos generan determinadas
emociones, su intensidad o incluso posibles interpretaciones alternativas a las
interpretaciones realizadas o posibles respuestas a realizar..