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Carrera de Psicología. U. N. de Mar del Plata

La construcción de conocimientos sociales a partir de los esquemas


piagetianos. Los aportes de Ángel Rivière. (Ficha de cátedra).
Prof. Licenciado Enrique Lombardo

El presente trabajo es una síntesis de planteos del Dr. Angel Rivière acerca de la
construcción de los tempranos conocimientos sociales a partir de dos fuentes teóricas, la
psicología genética de Piaget y la teoría vigotskiana sobre el origen social de las funciones
psíquicas. En la confluencia de estas miradas hallamos lo más original de los planteos de
Rivière (1949-2000) quien rescata los aportes de ambos autores e integra los avances en la
investigación sobre bebés. Su idea central es ampliar la idea del niñx como un ser en
proceso de adaptación, hacia la idea de raíz vigotskiana del niño comunicativo e
interactivo respecto de su entorno social, como aspecto central de su tendencia
adpatativa. El/la niñx posee desde sus primeros días de vida una intención comunicativa,
es un supuesto del que vamos a partir. Del mismo modo los adultos presentamos una
sensibilidad especial frente a esa intención.
En el origen del simbolismo está la cultura, no hay tendencias naturales en el ser humano
que lo muevan a la creación de símbolos. No es una tendencia innata. “En gran parte de la
literatura sobre interacción y desarrollo en el período sensorio motríz se observa la
relativa paradoja de que , al mismo tiempo que se insiste en el carácter constructivo de las
relaciones del bebé con las personas, tiende a negarse, de facto, la génesis constructiva
de los propios mecanismos de relación” (2003, pág. 110).
Desde posturas innatistas se asume una comprensión del bebé al nacer, acerca de el
carácter de sus congéneres, con competencias innatas (Trevarthen, 1982), incluso de
reconocerse en un mundo de personas. (Bower, y Wishart, 1979) hasta concebirlo como
una tábula rasa, carente de cualquier capacidad que dé una organización básica a sus
primeras percepciones. (James, 1890).
Desde una postura constructivista de la génesis del conocimiento y de las relaciones
sociales, partiremos de la idea de que hay un mismo conjunto de principios constructivos
que permiten explicar la génesis de los esquemas de acción e interacción en un mundo
físico y social. Los procesos de asimilación y acomodación y la organización cognitiva
producto de la coordinación de esquemas de conocimiento en totalidades.
Una primera hipótesis que vamos a introducir es la existencia de esquemas específicos del
mundo social, les llamaremos esquemas de interacción (EI), cuyos mecanismo
constructivos son similares a los de acción práctica (EP) descriptos por Piaget en su teoría.
Sin embargo hallamos algunas diferencias entre ambos. Los ritmos de construcción de
esquemas del mundo físico y social se dan en tiempos diferentes, llamamos a estas
diferencias “desfases horizontales”. Por ejemplo la permanencia de objeto (EP), la
permanencia de personas (EI). Este último tipo es anterior a la de los objetos inanimados
(Gouin, Decaire, 1966) debido a la diferente significación que tiene una y la otra.
Según Kaye, “la comunicación es el origen de la mente”, la significación de los vínculos con
personas es mucho más decisiva que la que se establecen con objetos puesto que a través
del trato con los otros humanos los bebés toman contacto con el mundo de los símbolos
culturales imprescindibles para su comprensión.
Los conceptos que Piaget utilizó en “El nacimiento de la inteligencia”, texto en el que
apenas ejemplifica la interacción entre lxs niñxs y los adultos, se aplican, y nos permiten
entender cómo se dan micro-genéticamente esos primeros contactos y cuáles son las
construcciones a que dan lugar.
Conceptos como asimilación, acomodación y organización desde el punto de vista
funcional y las llamadas reacciones circulares que dan lugar a la conformación de los
esquemas del sujeto en particular aquellos que son de carácter social como los “esquemas
de personas”.
Un supuesto del que podemos partir en la actualidad es la existencia de ciertas
condiciones innatas de “preparación para la relación”. Podemos hablar de ciertos
programas de sintonización y armonización de la conducta respecto de los “otros”
presentes en el recién nacido. Hablar de programa de sintonización hace referencia a la
evidencia de que el bebé de menos de un mes está dotado para preferir selectivamente
aquellos parámetros de estimulación del medio que son propias o tienen su origen en las
personas. Es decir hay una suerte de preferencia por sintonizar con las personas en
relación a los objetos inanimados. Diversos trabajos (Berlyne, 1958; Spears,1964; Brennan
y cols. 1966) han demostrado que los neonatos tienen preferencias visuales hacia
patrones bastante estructurados, tridimensionales, móviles y complejos, entornos
curvilíneos, coloreados o abultados asociados al rostro humano. Del mismo modo
auditivamente han demostrado que los neonatos prefieren sonidos que poseen en
intensidad y frecuencia de la voz humana. Esto no implica un impulso innato hacia las
personas necesariamente, sino que son las propias personas como agentes sociales y
objetos de conocimiento social del niño son construcciones muy posteriores. Sino que se
podría hablar de un primer estadio de vinculación inespecífica hacia los congéneres
determinado por las mencionadas preferencias perceptuales.
El concepto de vinculación inespecífica implica una vinculación peculiar que se sitúa en un
contexto adualista inicial (no hay diferenciación sujeto objeto aún) y en que el objeto de
vinculación (la persona como un cuadro perceptivo, no en tanto objeto), tiene como
componente la existencia de una armonía fundamental entre parámetros estimuladores
proporcionados por las personas y las respuestas del bebé. El concepto de programas de
armonización incluye fenómenos como los de la sincronía interactiva (Condon y Sander,
1974), protoimitación de neonatos (Meltzoff y More 1977) o armonización de ritmos
mutuos desarrollados en la lactancia y descriptos por Kaye en 1977 (Kaye, 1986).
El bebé humano no sólo está sintonizado preferentemente a estímulos proporcionados
por sus congéneres, sino que parece estar programado para dar sus respuestas a tales
estímulos con esquemas específicos de armonización con el otro. Todo esto debe
entenderse en un marco de una interacción intensa entre el adulto y el bebé de manera
dialéctica. En línea con lo que planteaba Spitz acerca de la conformación de una
representación primitiva del otro que tiene un carácter de organizador. Esta
representación es multimodal, percepciones auditivas, visuales, olfatorias, etc.. No
obstante estos hallazgos acerca de la predisposición del neonato hacia sus congéneres han
llevado (en palabras de Kaye) a sobrevalorar las capacidades infantiles en las últimas
décadas. En este sentido volver a las fuentes acerca de la explicación del desarrollo no
como algo dado sino como un proceso, es fundamental. Los programas de sintonía y
armonización nos presentan un neonato que no es simplemente un conjunto de reflejos,
insensible a estimulaciones específicamente sociales, sino un ser preparado para formar
parte de su especie, es decir de su cultura en un sentido amplio. Para esto requiere
procesos de acomodación permanente a los modelos externos, respuestas musculares,
fonéticas, gestuales.
Resulta interesante pensar en la hipótesis de una situación especular entre mecanismos
de sintonización y armonización del neonato y del adulto que permitirían un ajuste
progresivo entre las tendencias comunicativas de uno y otro que irían en sentido de una
mayor libertad pero que inicialmente está acotados a las formas más efectivas en función
de las características de ambos integrantes de la interacción.
Un ejemplo de esto es el momento de la mamada, cuando se establece una armonización
entre las conductas de la madre y los ritmos de chupar y respirar del bebé, los cuales no se
vinculan a procesos fisiológicos sino que son estrictamente comunicativos, o una
performance de la pareja. Su utilidad parece ser esencialmente la de establecer un
prototipo de interacción por turnos y de implicación mutua en la actividad (aprendizaje de
la reciprocidad).
En el segundo estadio los ciclos de relación tienen esencialmente un carácter expresivo,
esto no implica una intencionalidad expresiva en ninguna de las dos partes. Desde los 2-3
meses aparece la capacidad de reconocer la significación expresiva de los gestos de su
cuidador (intersubjetividad primaria según Trevarthen). Los padres por su parte atribuyen
un carácter intencional a las conductas del bebé (en este caso sí es recomendable la sobre
atribución de capacidades del bebé). Se constituyen lo que podemos llamar esquemas de
persona. Esta sobreatribución de los padres respecto de las capacidades del bebé, va a dar
lugar a un marco humano para el desarrollo posterior de verdaderas intenciones,
objetivamente atribuibles a la conducta del niño a partir del cuarto estadio. La intención
de significar no es requisito para la construcción de estos esquemas de persona del bebé
sino una construcción producto de la relación, de la interacción, de la inserción de los
esquemas de persona en dichos contextos interpretativos. Se constituye así una suerte de
“andamiaje”. El bebé realiza actos que son interpretados por el adulto que
recíprocamente responde de manera particular dándole una significación, lo que
posteriormente sí va a estar en la intención del/de la niñx. Estas ideas se acercan al
concepto zona de próximo desarrollo de Vigotsky. El adulto a cargo de la crianza anticipa
lo que luego será el desarrollo real del niño, al que accede a través de acomodaciones
sucesivas.
Parte de este proceso consiste según Watson y Rammey (1972) en la percepción de
contingencias. Estos investigadores hallaron que a las ocho semanas (2º estadio) los bebés
daban respuestas sociales inequívocas a objetos inanimados. A través de un estudio en el
que podía controlar el movimiento de un móvil mediante la presión de la cabeza en una
almohada experimental. Las reacciones circulares de movimiento de la cabeza se
acompañaban de sonrisas y expresiones sociales (protogestos), a partir de estos
resultados los investigadores concluyen que, el determinante principal que permite la
diferenciación de los objetos sociales por el niño humano, es la percepción de una relación
contingente entre las respuestas y la estimulación subsiguiente que proviene de esos
objetos. Los objetos sociales, las personas, proporcionan contingencias estimulares a las
respuestas del bebé, mucho antes de que éste pueda obtenerlas a través del manejo de
objetos no sociales. Un niño de dos o tres meses se encuentra ante un mundo físico
indiferente a su acción y un mundo social que responde a ella con el movimiento, el
sonido y el cambio de parámetros de estimulación. Las reacciones circulares van a adquirir
una especial relevancia para el desarrollo interactivo del bebé. Las contingencias
imperfectas resultan experimentalmente más eficaces en la evocación de respuestas
sociales que las perfectas. Los estímulos propioceptivos, propios de las reacciones
circulares primarias (contingencias perfectas) a diferencias del carácter imperfecto de las
contingencias con las personas. Las personas no reaccionan como un móvil (a la manera
de la almohada experimental), sino que son agentes autónomos que responden en
general contingentemente pero también de manera variable según las circunstancias.
Mucho antes de la aparición de las reacciones circulares secundarias a los objetos, las
personas a cargo de la crianza realizan con él juegos circulares, juegos de repetición que
parten de la interpretación de intenciones (meras expresiones del niño sin intención) y
responden repetidamente a esas respuestas expresivas mediante el juego de repetir
gestos semejantes. Son respuestas con una estructura repetitiva que ofrecen al niño cierta
previsibilidad y contingencia sin dejar de tener algo de imprevisibilidad como para romper
la monotonía y mantener la atención del bebé. Los juegos circulares están en el origen de
la interacción, que gradualmente se irá haciendo intencional. La repetición va generando
la predictibilidad y la posibilidad de anticipación de las contingencias (hacia el tercer
estadio).
La estructura de los juegos circulares implican que pueden ser anticipables pero no
siempre predictibles, se constituyen en un modelo comunicacional en cuanto van dando
lugar a los turnos alternantes en el diálogo (a la manera de los formatos de Bruner).
La percepción de contingencias va también en el sentido de ir definiendo un espacio del
yo, propioceptivo (si mismo) y de contingencias perfectas (doble percepción, tocar y ser
tocado); y un espacio social y contingencias imperfectas pueden pensarse como una
primera forma de discriminación yo – no yo.
En el tercer estadio de desarrollo se construyen las primeras sistematizaciones de la
relación, pese a la ausencia de intencionalidad y que se da en un plano puramente
expresivo. La evolución de la capacidad de anticipar, de presentar esquemas dirigidos a un
estímulo que aún no está presente sino que es esperable en función de los estímulos
actuales amplia el “espacio mental”. Hacia los 5 meses autores como Olson (1981)
plantean que la madre como objeto ya tiene permanencia, no a la manera en que Piaget
caracterizó lógicamente la noción de objeto permanente (OP) (constante, estable y con
espacio propio) sino que es un cuadro sensomotor que perdura más allá del aquí y ahora.
Estas experiencias con los adultos de crianza se asimilan a los esquemas de persona
dirigidos a mantener la proximidad y expresar una vinculación afectiva positiva y se van
diferenciando, hacia la conformación del apego con una figura principal.
En este tercer estadio la anticipación de contingencias en el curso de la acción compartida
va constituyéndose en uno de los pilares comunicacionales. Un ejemplo es cuando el niño
estira los brazos para ser levantado aproximadamente a los seis meses de edad. Esta
acción puede describirse como un esquema abierto a ser completado por la acción de
otro. Pese a esto aún no podemos hablar de una intencionalidad sino de una habitualidad
a la manera de un ritual, del que depende esta acción. La acción puede o no ser
completada por el otro o puede mover al otro a completarla lo que va siendo incorporado
al esquema específico (EI). Del mismo modo que la coordinación de esquemas prácticos
sobre objetos físicos van dando lugar a la construcción de espacios (los grupos objetivos),
la coordinación de esquemas de relación va dando lugar a la construcción de espacios de
relación cargados afectivamente a la manera de guiones (script) (entonces yo hago esto y
luego tu…).
Podemos caracterizar estos dos aspectos de la cognición, el conocimiento del mundo
físico (cognción fría” y el conocimiento del mundo social o cognición cálida con diferentes
significaciones evolutivas).
En el tercer estadio y muy avanzado el cuatro es el adulto el protagonista más activo en el
proceso de triangulación sujeto objeto sujeto. Hacia los seis o siete meses el interés del
bebé se va desplazando hacia los objetos que el adulto presenta, el niño aún no puede
atender al objeto y al adulto simultáneamente, hasta que gradualmente va coordinando
esquemas sociales (EI) y prácticos (EP) sobre objetos físicos. Este proceso conjunto va a
dar lugar más adelante al mecanismo de atención conjunta, que marca un proceso
específicamente humano (Tomasello, 2007).
La comunicación verdaderamente intencional comienza hacia los nueve meses (Bates y
cols., 1979; Harding y Golinkoff, 1979), lo que ocurre en este momento, es que las
intenciones comunicativas del niño surgen como consecuencia de la asimilación recíproca
de esquemas de interacción o de acción e interacción generando la formulación de
protoimperativos (por ejemplo tocar al adulto, o dirigir la mano a un objeto sin llegar a
tocarlo) o protodeclarativos (señalar, el gesto indicativo vigotskiano).
A partir de los nueve meses la conducta hacia los objetos que están al alcance del adulto,
no se dirigen de manera directa al objeto, sino de manera indirecta al adulto (fase
ilocucionaria).
Aún en el cuarto estadio no hay una coordinación perfecta entre EP y EI, es decir que el o
ella niñx cuenta con dos repertorios separados de esquemas dirigidos a objetos o
personas. En el estadio cinco la diferenciación de medios y fines se acompaña de un
cambio significativo en la evolución de pautas de interacción. Puede intercalar actos
dirigidos a objetos, en medio de actos complejos con personas. Se desarrollan los actos
protoimperativos y protodeclarativos en que el niño emplea a un adulto para obtener un
objeto.
Un aspecto a tener en cuenta es la diferencia entre los EP y los EI, que es su estructura
básica. En el caso de los primeros (EP) constituyen ciclos completos y hasta cierto punto
cerrado, los EI representan solo una fracción de la acción total que debe ser completada
por otro. Un ejemplo de esto es la acción de extender los brazos del /de la niñx en
dirección a un objeto para que un adulto se lo alcance. La complejidad de esta acción se
dará a partir de la mirada y las vocalizaciones dirigidas al adulto. Esto va dando lugar a
ritualizaciones y al mundo simbólico que, a diferencia de lo que planteaba Piaget, no surge
de la coordinación e interiorización de esquemas de acción. El desarrollo de la
simbolización proviene de la complejización de la acción interactiva a partir de ciertas
convenciones y ritualizaciones que van permitiendo anticipar la conducta del otro en
relación a la conducta del niño.
En síntesis lo que introduce Rivière en relación a la construcción de lo real es la presencia
de agentes intencionales de conducta a los que se enfrentas lxs niñxs, como un agente
más. No hay una preformación innata para este contacto, pero sí programas de
sintonización y armonización que le dan marco al encuentro y al desarrollo posterior de
los esquemas de interacción que nos ilustran en su ausencia sobre los orígenes de
patologías como el autismo que Rivière trabajó específicamente en otros escritos.
El desarrollo del mundo social tiene una complejidad específica en relación al mundo físico
y el/la niñx se integra en este universo a partir de la construcción de esquemas específicos
como los “esquemas de persona” que mencionamos más arriba. Por otra parte también
estos desarrollos nos permiten ver la manera en que los argumentos interaccionales son
propios y particulares de cada cultura en formas de una humanización secundaria en la
que el adulto a cargo de la crianza realiza acciones eficaces para facilitar la orquestación
comunicativa.
Bibliografía:
Kaye, K. (1986). La vida mental y social del bebé. Cómo los padres crean personas. Buenos
Aires: Paidós
Rivière, A. (2003). Interacción precoz. Una perspectiva vygostkiana a partir de los
esquemas de Piaget. En Rivière, A. Obras escogidas. Belinchón, M.; Rosa, A.; Sotillo,
M. y Marichalar, I. (comp.), Vol. II, Madrid: Panamericana, pp. 109-142.
Tomasello, M. (2007). Los orígenes culturales de la cognición humana. Buenos Aires:
Amorrortu.

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