FREUD, S. (1924, 1991). El sepultamiento del complejo de Edipo.
En: ETCHEVERRY, J. L. (traduc.). Obras completas: Sigmund
Freud (vol. 19, pp. 181-187). Buenos Aires: Amorrortu (trabajo original publicado en 1924).
El complejo de Edipo es un fenómeno central del período sexual de la primera infancia.
Después cae sepultado, sucumbe a la represión, y es seguido por el período de latencia. Según un punto de vista, el complejo se va a pique a raíz de dolorosas desilusiones: la falta de la satisfacción esperada o la continua denegación del hijo deseado determinarán que los pequeños enamorados se extrañen de su inclinación sin esperanzas. Así, el complejo de Edipo se irá al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado de su imposibilidad interna. Otra concepción sostiene que el complejo de Edipo tiene que caer porque llegó el tiempo de su disolución. En efecto, si bien es vivenciado individualmente por la mayoría, el complejo de Edipo es también un fenómeno determinado por la herencia, que tiene que desvanecerse cuando se inicia la fase evolutiva siguiente, pre-determinada. Ambas concepciones tienen argumentos válidos. Además, son compatibles entre sí: queda espacio para la ontogenética junto a la filogenética. ⁕ ⁕ ⁕ El desarrollo sexual del niño progresa hasta una fase en que los genitales asumen el papel rector. Pero estos genitales son sólo los masculinos (los femeninos siguen sin ser descubiertos). Esta fase fálica, contemporánea al complejo de Edipo, se hunde y es relevada por el período de latencia. Ahora bien, su desenlace se consuma de manera típica, apuntalándose en sucesos regulares. Cuando el niño vuelca su interés a los genitales, lo deja traslucir por su vasta ocupación manual en ellos (masturbación). Y, dado que los adultos no están de acuerdo con ese obrar, sobreviene la amenaza de que se le arrebatará esa parte tan estimada. Ahora bien, la tesis es: la organización genital fálica del niño se va al fundamento a raíz de la amenaza de castración. Por cierto que no enseguida. En efecto, al principio el varoncito no cree ni obedece a la amenaza. Si bien el retiro del pecho materno y la separación diaria del contenido de los intestinos deberían prepararlo para la pérdida de partes corporales apreciadas, nada advierte que esas experiencias tengan efecto alguno con ocasión de la amenaza de castración. Sólo con la observación de los genitales femeninos empieza el niño a contar con la posibilidad de una castración. Efectivamente, al ver la región genital de una niña, el varoncito se convence de la falta de pene en un ser semejante a él. Con ello se vuelve representable la pérdida del propio pene y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad. En esa época, la vida sexual del niño no se agota en la masturbación, sino que puede rastrearse en la actitud edípica hacia sus progenitores (la masturbación es sólo la descarga genital de la excitación sexual perteneciente al complejo). El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción. Pudo situarse en el lugar del padre y mantener comercio con la madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido como un obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre quedó sobrando. Ahora bien, la aceptación de una probable castración y la certeza de que la mujer es castrada, pusieron fin a esas posibilidades pues ambas conllevan la pérdida del pene: una, la masculina o activa, en calidad de castigo, y la otra, la femenina o pasiva, como premisa. Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo cuesta el pene, entonces estalla el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. Normalmente, triunfa el primero de esos poderes: el yo del niño se extraña del complejo de Edipo. Así, las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, introyectada en el yo, forma el núcleo del superyó, que toma prestada FREUD (1924, 1991). El sepultamiento del complejo de Edipo [resumen] / 2
la severidad paterna, perpetúa la prohibición del incesto y asegura al yo contra el retorno de
la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y sublimadas, y en parte son inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas. El proceso en su conjunto alejó a los genitales del peligro de la pérdida y los paralizó, canceló su función. Así se inicia el período de latencia, que interrumpe el desarrollo sexual del niño. El proceso descrito es más que una represión; equivale, cuando se consuma idealmente, a una destrucción y cancelación del complejo. Cabe suponer que si el yo sólo logra una represión del complejo, éste subsistirá inconciente en el ello y más tarde exteriorizará su efecto patógeno. ⁕ ⁕ ⁕ El sexo femenino también desarrolla un complejo de Edipo, un superyó y un período de latencia. Y también puede atribuírsele una organización fálica y un complejo de castración. Pero las cosas no suceden de igual manera que en el varón: la diferencia morfológica tiene que exteriorizarse en un desarrollo psíquico diverso. Al comienzo, el clítoris de la niñita se comporta como un pene; pero ella, por la comparación con un compañerito de juegos, percibe que es “demasiado corto”. Siente este hecho como un perjuicio y una razón de inferioridad. Durante un tiempo se consuela imaginando que, cuando crezca, tendrá un apéndice tan grande como el de un muchacho. Y explica su falta actual mediante el supuesto de que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. No parece extender esta inferencia de sí misma a otras mujeres, adultas, sino que atribuye a estas, en el sentido de la fase fálica, un genital grande y completo, vale decir, masculino. Así se produce esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación. Excluida la angustia de castración, está ausente también un poderoso motivo para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil. Mucho más que en el varón, estas alteraciones parecen ser resultado de la educación, del amedrentamiento externo, que amenaza con la pérdida de ser-amado. El complejo de Edipo de la niña es más unívoco que el del niño: generalmente se reduce a la sustitución de la madre y a la actitud femenina hacia el padre. No obstante, la renuncia al pene supone un intento de resarcimiento. La muchacha se desliza del pene al hijo. En efecto, su complejo de Edipo culmina en el deseo de recibir un hijo del padre como regalo. Después, el complejo de Edipo es abandonado poco a poco porque ese deseo no se cumple nunca. Ambos deseos, el de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo inconsciente, donde contribuyen a preparar al ser femenino para su posterior papel sexual.