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Aprendizaje y adaptación en la docencia

Felipe Cuevas Méndez

La docencia tiene una característica notable, muy afín a otras profesiones humanistas, su aprendizaje y adaptación es
constante, trabajamos sobre la conciencia y habilidades, lo cual conlleva a vivir en un constante cambio, al momento
que creemos un método consolidado las circunstancias cambian y esto nos lleva a modificaciones en el actuar por
principio.

Partiendo de este hecho considero que en torno a la planeación debo trazar una brecha de participación del estudiante
de tal forma que mi planeación no solo queda enriquecida por el proceso, sino que siempre será adaptable y propositiva
respecto de la acción participativa, para ello considero el cómo responderán los estudiantes a alguna labor, qué
desearán hacer, qué herramientas van a necesitar y de qué modo podrán participar mejor para facilitar su trabajo.

En cuanto a mi intervención varía de grado en grado, al ser escuela unidocente mi trabajo es de circular grado por grado,
facilitando el trabajo, aportando pistas, orientando y llamando a reflexionar sobre lo que se pide o los retos que los
estudiantes tienen al frente.

Como puede notarse, la evaluación es cualitativa, hay que observar lo que se aprende, el modo en que se aprende y
hasta qué alcances se aprende para continuar los siguientes procesos del estudiante. Evalúo las habilidades, destrezas,
comprensión, capacidades y métodos que desarrolla para alcanzar determinados contenidos.

Con padres de familia tengo reuniones muy constantes en que vamos atendiendo situaciones, sobre todo los avances,
cumplimiento de tareas, cómo pueden apoyar a sus hijos e hijas en casa, por ejemplo, están activadas las lecturas diarias
en casa y el envío de los audios para mejorar la dicción y comprensión lectora, así mismo trabajamos actividades de
ejercicios de matemáticas según las necesidades identificadas en cada niño o niña.

El problema de la ausencia de desarrollo intelectual entre los docentes de educación básica en buena medida se debe a
la recarga a que se enfrenta en el día a día, a la preocupación práctica de las y los docentes sobre su realidad concreta y
a la imposición vertical del estado o la empresa educativa privada a que se ven sometidos; esto me parece es lo
principal, a ello podría agregar una fuerte pereza intelectual para reflexionar sobre el trabajo que se realiza.

Así la capacidad reflexiva siempre tendrá un punto límite, aunque se realicen avances sobre los marcos más particulares
de su trabajo y siempre de acuerdo a las orientaciones estatales y tendencias teóricas de moda.

El maestro o maestra reflexiva serios partirán cuando pongan en juicio crítico las cargas educativas dominantes y puedan
hacer de su iniciativa un pensamiento propio que impulse nuevas tendencias de su trabajo sobre los problemas
docentes y de enseñanza.

Existen teorías pedagógicas dominantes, casi todas ellas empujadas desde fuera del aula, estas mismas no permiten ser
rebatidas, para ello cuentan con el respaldo institucional y privado, por ejemplo, el constructivismo dominante en el
curriculum.

Ahora, cortando el hilo de estas reflexiones, pero retomándolos en este tema puede verse cómo al final se determina el
esfuerzo “teórico” del docente exclusivamente al trabajo práctico del aula, sobre el cómo incentivar la participación de
los “alumnos” (concepto que ya debe cuestionarse, alumno: ser sin luz). Y como al final es lo que se nos pide, debo
comentar simplemente que está en mí hacer un esfuerzo constante para que mis estudiantes siempre estén deseosos
de intervenir, encuentren en ello la experimentación más importante para sus vidas, el gusto por el hacer y el pensar a
través de su intervención, porque de esta manera también se forman como sujetos pensantes y actuantes.
Al momento tengo estudiantes dinámicos, aunque cada generación es y será diferente, debo presentarles sus opciones y
posibilidades para que la constante sea el siempre hacer y participar por el gusto de aprender, formarse y vivir
felizmente.

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