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La práctica reflexiva del docente y la calidad educativa.

Por Edith Jiménez Ríos.

La calidad educativa de todo país es un tema que ha adquirido relevancia desde hace más de tres
décadas, y se ha inferido a partir de diferentes aspectos que integran la organización de las
instituciones educativas, que se rigen por criterios de valoración integradores que implican analizar
las características de los aspectos que la constituyen. Por ello, cuando se habla de calidad educativa
se piensa en los docentes, los contenidos curriculares, los estudiantes, las competencias, entorno de
aprendizajes seguros e inclusivos, la innovación y la evaluación (Surdez-Pérez, Sandoval-Caraveo y
Lamoyi-Bocanegra (2018).

La UNESCO (2014) recomienda a sus miembros el objetivo de lograr para todos por igual una
educación de calidad y un aprendizaje durante toda la vida. El planteamiento me hace pensar en la
docencia como profesión en el sistema educativo, principalmente en la educación superior. El
docente es una de las piezas clave para conseguir una calidad educativa, caracterizada por una
buena formación disciplinar y pedagógica aderezada con motivación, vocación y reflexión. Uno de los
procesos orientados a logro de dicho propósito, es precisamente la formación permanente y continua
de los profesores universitarios; sin embargo, pocas veces se logra esto, por un sin número de
condiciones que caracterizan a la docencia como profesión. Es aquí donde quiero destacar el término
práctica reflexiva, que no es la práctica común de un profesor en el aula, sino aquella construcción
de conocimientos y reflexiones a partir de la solución de problemas cotidianos que enfrenta antes,
durante y después de la instrucción y que permiten tomar decisiones empleando estrategias y
metodologías para innovar. Parafraseando a Perrenoud (2001) nunca es inútil saber más, seguir
aprendiendo obliga al docente a reconocer su oficio en el marco de la complejidad y diversidad de la
práctica en el aula.

¿Qué debe empezar a ejercitar los docentes desde la disciplina y desde la práctica en las aulas?, ese
es el punto de reflexión, descubrir que acciones están invadidas por emociones, satisfacciones,
insatisfacciones, conocimientos, afectividad y vocación. La propuesta es que el docente deba
aprender a analizar, evaluar y transformar su metodología de trabajo en el día a día; es decir “tomar
en cuenta nuestras experiencias y las de otros para mejorar e innovar”; estar actualizados, en los
conocimientos de su materia, pero también desde la intención pedagógica, escenario que permite
hablar de los afectos, preocupaciones, alegrías y satisfacciones de esa gran labor que implica la
docencia.

Reflexionar sobre la propia práctica, es algo que pocas veces se hace y que implica aspectos
personales y emocionales, por ejemplo, la sinceridad es fundamental para tener una idea concreta y
critica del quehacer, estar dispuesto a compartir experiencias que han permitido solucionar
problemáticas diversas; apertura a la autocrítica y el autoconocimiento, así como reconocer lo qué se
está haciendo, cómo, el por qué y el para qué. Algo también importante es la búsqueda constante del
bienestar social que nos proporciona la docencia, en la que podemos apoyarnos en la práctica como
un modelo perfectible, susceptible de mejora siempre y cuando se tenga la actitud hacia el cambio y
por ende de una mayor calidad del ejercicio docente.

Generalmente, muchas cosas ocurren en el aula demasiado tan rápido que sorprenden los cambios
en el propio entorno, pero si se genera la cultura del pensamiento, la reflexión y la acción,
seguramente se estará considerando la práctica reflexiva como una metodología de formación
constante, aderezada con el análisis crítico, la revalorización de la relación afectiva y pedagógica con
la docencia. Entonces, de ahora en adelante es necesario apostar hacia un docente crítico, analítico,
sincero y abierto, consciente de sus fortalezas y debilidades, comprometido con su labor, quien
reconoce a sus estudiantes y comparte la responsabilidad académica con ellos, quien los motiva y se
motiva a sí mismo, quien está convencido que tomar mejores acciones y decisiones, lo llevará a
construirse como un docente de calidad.

El ejercicio es complejo y no se puede realizar cabalmente en la individualidad, es necesario


reflexionar en lo individual y en lo colectivo, dado que se formas parte de un tejido social y educativo
que configuran la incesante labor. Actualmente, las universidades tienen como propósito determinar
programas de formación para la docencia en la que además de proporcionar herramientas respecto a
modelos educativos y curriculares, también están orientados hacia la reflexión sobre el trabajo del
profesor, que ayudan a construir ese “yo” docente que todos tenemos y que es pieza fundamental
para promover el cambio y la innovación.

La reflexión sobre mi práctica docente en las aulas universitarias se ha convertido en parte


fundamental de mi labor, que me ha permitido reconocer mis fortalezas y debilidades pese al efecto
emocional que ello provoca. En este espacio comparto la reflexión a partir de la experiencia con
estudiantes de la asignatura que imparto. Hace algunos meses se aplicó un examen, como una forma
más de verificación del aprendizaje, a 62 alumnos en dos grupos. Aprobaron 30 estudiantes con un
promedio de seis (6); el resto obtuvo un puntaje entre 1.3 y 5, por esto se pregunta ¿será esta
situación motivo de una deficiente instrucción o son las condiciones de los jóvenes universitarios de
hoy en día?

Inmediatamente un colega dio una respuesta: “un examen escrito no refleja el aprendizaje, sería
mejor cambiar la didáctica de la asignatura, así como las formas de evaluación”; otros colegas
también comentaron sobre las condiciones actuales de los jóvenes “tecnologizados”; la falta de
motivación y la resistencia a la reflexión. Semanas después, otra forma de valoración de los
aprendizajes fue la elaboración de un ensayo a partir de planteamientos específicos como fuente de
inspiración para desarrollar el discurso y habilidades de escritura, argumentación y reflexión. El
panorama cambió radicalmente y permitió verificar las relaciones que los estudiantes hacen en mis
clases con su experiencia en la carrera y lo importante que resulta para ellos conocer los fines de la
evaluación, las competencias profesionales y el desarrollo de un modelo curricular. Reflexionar sobre
un tema, suceso o experiencia genera en los alumnos expectativas que coinciden en muchos
elementos con las intenciones educativas de un plan de estudios; confirmando que la enseñanza y el
aprendizaje activos, sí funcionan.

Referencias

Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura – Unesco (2014).
Position Paper on Education. Post-2015. Recuperado
de http://unesdoc.unesco.org/images/0022/002273/227336E.pdf

Surdez-Pérez, E., Sandoval-Caraveo, M. y Lamoyi-Bocanegra, C. (2018). Satisfacción estudiantil en


la valoración de la calidad educativa universitaria. Educación y Educadores, 21 (1): DOI:
10.5294/edu.2018.21.1.1

Perrenoud, Ph. (2001). Formación de docentes en el siglo XXI. Revista de Tecnología Educativa
(Santiago de Chile). XIV (3), 503-523..
https://www.academia.edu/download/50730260/La_formacion_de_los_docentes_en_el_siglo_XXI_Pe
rrenoud.pdf

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