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Aunque no lo parezca, lafilosofía importa mucho a cada uno de nosotros.

Pues es el tipo de
conocimiento que nos permite vivir humanamente, esto es, de modo consciente y libre, lúcido y
responsable. Además, para el creyente es la condi- ción de la plena y personal acogida de la
Revelación: la fe ha der ser pensada y, hasta donde se pueda, vista con la propia razón. La
alternativa es vivir de prestado; vivir anónimamente de lo que se piensa, se dice o se hace en un
de- terminado ambiente. Hoy, como siempre y aunque se pregone lo contrario, casi todo empuja
poderosamente a vivir de esta segunda manera. No es difícil descu- brirlo. Y tampoco es verdad
que se pueda vivir así mucho tiempo.

A sí pues, quien quiera avanzar hoy en el difícil camino del pensar - y del lúcido creer- debe hacer
un valiente esfuerzo, debe tomar partido por la verdad opo- niéndose a la fuerza de la ciega
costumbre o del dominio ajeno: en definitiva, debe adoptar una decidida postura moral. Es una
decisión moral porque es libre, pues pensarfilosóficamente solo se hace quedendo con todas
lasfuerzas; y porque es responsable, pues solo pensarfilosóficamente las verdades de las que
vivimos da sentido a las acciones que realizamos.

La ética es la reflexión filosófica sobre el conjunto de verdades o evidencias ne- cesadas para vivir
moralmente, de modo humanamente digno. Verdades que, por cierto, ya poseemos de un modo
latente. De esta suerte, la ética se esfuerza por alumbrar -iluminar y a la vez dar a luz- esas
verdades por sí mismas, estimulando odginadamente el estudio de la entera filosofía y la apertura
a cualquier Revelación.

Á M B IT O Y N A T U R A LE Z A DE L A É TIC A FILO S Ó F IC A

La ética estudia la conducta libre del ser humano en cuanto buena y debida. Esa conducta consta
fundamentalmente de acciones, pero también incluye deseos, sentimientos, hábitos y caracteres.
La perspectiva específica de la ética es el carácter de bueno y de debido de ese obrar humano; se
trata de dos rasgos peculiares, distintos pero íntimamente vinculados.

SUMARIO

1. EL CAMPO DE LO ÉTICO O MORAL 1.1. Significado de «ético» y de «mo- ral» 1.2. Lo ético
es lo libre: a) Las acciones b) Los deseos y sentimientos c) Los hábitos, el carácter y la persona 2.
LO ÉTICO COMO DEBIDO Y COMO BUE- NO 2.1. Lo debido: Necesidad incondicional » La
necesidad práctica o mo- ral 2.2. Lo bueno o preferible: Lo bueno desde todo punto de vista o
absolu- to 2.3. Relación entre lo debido y lo bueno: Dos conceptos que se reclaman mu- tuamente
· Lo absoluto remite a lo divino1. El campo de lo ético o moral

Al comenzar una reflexión sobre lo ético, lo razonable en primer lugar es deli- mitar aquello de lo
que queremos hablar. ¿Qué es lo ético o moral?
1.1. Significado de «ético» y de «moral»

Según el origen etimológico, «ético» y «moral» significan lo mismo. La palabra «ética» proviene
del término «éthicos», que significa «costumbre»; y los latinos lo tradujeron, con el mismo
sentido, como «mos-mons», de donde viene la palabra «moral».

Sin embargo, estos dos términos a veces se usan con un matiz que los distingue. En ocasiones se
piensa en lo ético como lo racional o naturalmente bueno y debido, mientras que lo moral incluiría
contenidos supranaturales o religiosos. Pero esa distinción suele apoyarse en supuestos y
convenciones que no son evidentes a primera vista. Más aún, la distinción confunde más que
ayuda. Por ejemplo, con frecuencia se dice que lo ético se limita a lo mínimo que todos los seres
humanos aceptamos (o estamos dispuestos a aceptar) racionalmente; y que lo moral, en cambio,
contiene valoraciones interiores y globales de acuerdo con ciertas creen- cías. Según esta
concepción, se ha llegado a calificar la ética como «civil» y la moral como «religiosa».

Pero este planteamiento es demasiado arbitrario y discutible como para tomarlo por punto de
partida. Además, no es frecuente ver expuestas las razones de esa distinción de significado, que en
el fondo presupone sin prueba que lo ético (ra- cional) y lo moral (religioso) tienden a excluirse
entre sí: es decir, que lo ético es arreligioso y lo moral es irracional.

Los inicios y la historia de la reflexión en este campo hablan en favor de la equivalencia entre lo
ético y lo moral. Ambos términos -uno griego y el otro latino- designan por igual lo acostumbrado,
lo habitual aplicado al comportamiento humano. Y la tradición de pensamiento (incluso en los
títulos de grandes obras) nos ha transmitido hasta hoy como sinónimas las denominaciones de
«ética filosófica» y «filosofía moral». También el lenguaje corriente equipara con frecuencia las
convicciones morales a los principios éticos, o algo inmoral a lo éticamente incorrecto.

1.2. Lo ético es lo libre

Ahora nos preguntamos qué tipo de cosas son éticas, el objeto de que se ocupa la ética. Y aquí
vienen a la cabeza dos convicciones:

- La primera constata que no nos hallamos en un terreno extraño. Ciertamente, tenemos la


impresión de estar familiarizados con la dimensión ética de la actividad humana. Los continuos
juicios morales que espontánea- mente hacemos dejan clara constancia de ello.

? La segunda es igualmente clara, pero menos consoladora. Y es que la ex- tensión del campo de
lo que calificamos moralmente es tan amplia como difusa. Ético es el comportamiento humano.
Pero éste es muy diverso.

• Puesto que las mencionadas convicciones se apoyan en la experiencia de nuestros juicios


morales, la atención al uso de éstos deberá darnos alguna pista sobre lo que buscamos. Así, lo que
primero salta a la vista es que solo calificamos como éticas las conductas libres, quedando excluida
toda actividad humana que carezca de libertad. (Todo el mundo acuerda en no responsabilizar
moralmente a nadie por su digestión, o incluso por su temperamento impulsivo, o a quien
accidentalmente nos da un pisotón en el autobús).

La antropología clásica ha reservado el nombre de «actos humanos» para lo con- tenido en el


campo de lo libre, subrayando su especificidad humana como ser racional y volitivo (todo acto
pensado y querido). Mientras que se llaman «actos del hombre» a lo que sucede en el ser humano
al margen de su conciencia o de su voluntad (procesos fisiológicos inconscientes, movimientos
reflejos involunta- rios, etc.). Los actos humanos son morales; los actos del hombre no.

Pero la cuestión no queda sencillamente ahí, puesto que el rótulo de conducta libre es aún
demasiado impreciso:

• En primer lugar, porque en la conducta tenida por libre incluimos corrien- temente
diferentes tipos de manifestaciones humanas (y no solo acciones) todas ellas libres, aunque en
grados y modos diversos.

• En segundo lugar, porque no cualquier característica de la conducta libre la tenemos por


moral.

De la primera precisión nos ocupamos ahora; de la segunda trataremos en el siguiente apartado.

a) Las acciones

Las acciones humanas externas son, sin duda, los sujetos más frecuentes y directos de nuestras
calificaciones morales. Ello se basa, por un lado, en el sen- cilio hecho de que es un tipo de
conducta visible, con un efecto externo. Pero también, por otro lado, en que en las acciones
suponemos a su sujeto como directamente libre y responsable; esto es, un sujeto que puede, y
debe, responder o dar razón de sus acciones. Además, es en el campo de las acciones donde
aparecen los problemas prácticos más inmediatos y urgentes, especialmente cuando están en
conflicto diversos efectos o consecuencias.

Gran parte de la ética moderna considera que las acciones son el único objeto de la ética. Piensa
así, entre otras cosas, porque se fija demasiado en los casos de con- flictos de acciones
incompatibles y en las consecuencias o efectos que se derivan de las acciones. Pero la ética abarca
otros actos humanos.

b) Los deseos y sentimientos

Además de lo señalado respecto a las acciones externas, tenemos también la continua experiencia
de que atribuimos propiedades morales a otros tipos de vivencias humanas. Así, decimos que una
persona que alienta un deseo de venganza, aunque no llegue a ejecutarla, tiene un mal deseo
(incluso a veces es equivalente a una acción mala frustrada). Porque un deseo es también un
querer consciente, pero que no logra su realización (bien porque es imposible, bien porque el
sujeto no consigue llevar a cabo su propósito).
«El ladrón teme al mal, y donde no puede hacerlo impunemente, no lo hace; y, sin embargo, no
deja de ser ladrón». San Agustín de Hipona, Sermón 178,10.

Y lo mismo hacemos cuando alguien se alegra del mal ajeno, sin desear ningu- na acción. Decimos
entonces que alberga un sentimiento moralmente malo, pues es una toma de postura afectiva (de
amor o de odio) advertida y consentida.

Es cierto es que los deseos y los sentimientos se encuentran influidos por movimientos interiores
no voluntarios que los preceden. Los deseos son empujados por los impulsos o apetencias, y los
sentimientos nacen de emociones espontáneas. En ese sentido de influidos o condicionados son
menos libres que las acciones. Incluso se habla de deseos o sentimientos no voluntarios, y
entonces no libres ni morales. Pero cuando esos movimientos o posturas se consienten, cuando su
sujeto se deja llenar de ellos, ya son libres y morales.

c) Los hábitos, el carácter y la persona

En un plano más profundo, si la persona de nuestro ejemplo se deja llevar habitualmente por ese
mal deseo de venganza o por ese sentimiento de alegría en la desgracia ajena, diremos que posee
hábitos malos, o sea, tendencias a actuar de modo malo. Y pensaremos asimismo que tiene un
carácter (el conjunto de los hábitos, que se contagian entre sí) vengativo o maligno, o incluso un
mal carácter en general. Lo cual define tanto al ser humano que en el lenguaje corriente se habla
también de buena o de mala persona.

Como antes -y más aún- los hábitos y el carácter dependen mucho de disposicio- ?J nes
naturales (del temperamento), y también de las acciones realizadas por el su-

jeto en su entera biografía. En ese sentido son libres solo parcial o indirectamente. Pero hay una
parte de libertad en la capacidad de su moldeamiento o, al menos, en su toma de postura ante
ellos.

Por otra parte, el juicio moral general sobre una persona depende de tantos facto- res invisibles a
ojos ajenos (y muchas veces a propios) que no es nada recomenda- ble emitirlos. Solo en casos
muy claros esos juicios son útiles para señalar buenos modelos a seguir o malos a evitar.

• Así pues, la ética posee un alcance vasto y profundo, que recorre desde las acciones
externas hasta el centro más estable y definitorio de la persona, pasando por todas sus
manifestaciones y vivencias prácticas.

Pero, sin duda, las acciones están en el centro de la ética, porque en ellas con- vergen todas las
otras vivencias (como origen y como consecuencia) y porque la sanción más íntima y libre de la
voluntad es un tipo de acción (acción inte- rior o acto de la voluntad).

2. Lo ético como debido y como bueno


Queda ahora aclarar el rasgo propio de lo moral, porque no cualquier carac- terística de la
conducta libre la tenemos por moral. ¿Cómo reconocemos y en qué consiste la moralidad de todas
esas vivencias?

2.1. Lo debido

En un primer recorrido por nuestra experiencia, identificamos fácilmente lo que tenemos por ético
como lo debido (en sentido positivo o negativo, o sea, lo obligatorio o lo prohibido,
respectivamente).

Unas acciones o actitudes (como devolver un préstamo, mantener la palabra dada o socorrer a un
herido) nos parecen éticamente debidas, exigidas, corree- tas; y otras (como extorsionar,
calumniar o humillar) se alzan como prohibidas, incorrectas, rechazables. La experiencia moral
está llena de casos en los que exi- gimos o censuramos ciertas acciones, reconociendo entonces en
esas acciones un carácter ético.

Así, el carácter ético reviste una peculiar exigencia de deber, es decir, de nece- sidad:

• Esa peculiar necesidad que es el deber no es, evidentemente, de una ne- cesidad física de
eficacia forzando o impidiendo la acción, pues el sujeto puede físicamente obrar en contra del
deber. Tampoco es una necesidad de tipo lógico o teórico ante la cual el sujeto puede permanecer
indife- rente o neutral. Ni es una necesidad psicológica que prive de libertad

interior. La necesidad del deber es, pues, una necesidad sui generis, propia e irreductible: una
necesidad práctica que insta a realizar libremente lo debido.

• Lo debido puede describirse como lo que debe ser. Comportarse cumplien- do una
promesa o no murmurando es comportarse como es debido, como corresponde al acto de
prometer o al respeto que merece toda persona. El ser debido de una acción se basa en la
adecuación o correspondencia de esa acción con la realidad a la que se refiere. Además, a lo
debido se con- trapone lo indebido, como a lo adecuado se contrapone lo inadecuado.

Las acciones son respuestas a una determinada realidad o situación. (Y también lo son las
actitudes, los deseos y los sentimientos; e incluso los hábitos e ideales de vida, pues suponen
modos generales de comportarse ante situaciones también generales). Ninguna de estas vivencias
puede definirse sin relación a un referente intencional. Y así como los juicios son verdaderos o
falsos según sean adecuados o inadecuados a su objeto intencional, las acciones son correctas o
incorrectas según sean adecuadas o inadecuadas al objeto al que responden.

• Pero la necesidad del deber tiene otro rasgo fundamental y propio. Consi? deremos, por
ejemplo, la disyuntiva que se puede plantear entre socorrer a un herido accidentado justo al lado
o la de pasar de largo para llegar puntualmente a una interesante conferencia. Ambas acciones
son sin duda éticamente correctas, adecuadas, y las dos nos dirigen un reclamo, una exigencia de
respuesta. Pero la necesidad o fuerza de ambas exigencias es distinta. Claramente, la primera
reviste una obligatoriedad mayor, que difícilmente -y quizá nunca- puede ser compensada por las
razones alter- nativas. Ese carácter de fuerte o incondicionalmente debido es una de las notas por
las que distinguimos lo moral de lo no moral.

A ello miramos siempre que nos preguntamos cuál de varias acciones posibles, presentes ante
nuestra consideración, es nuestro deber moral llevar a cabo. Tam- bién hay una necesidad y
corrección en las exigencias técnicas de ciertos procesos (para que algo se produzca, hay que
poner muchas veces ciertos medios). Pero esas exigencias dependen siempre de que tal proceso
se quiera o no realizar: no son absolutas. La necesidad moral, en cambio, exige que lo así debido
se quiera siempre: se presenta como intrínseca, incondicionada, inapelable, inexcusable.

Esta es la razón que ha impulsado siempre a la ética a buscar la universalidad como uno de sus
rasgos definitorios, o la imparcialidad que intuitivamente atri- buimos a lo justo. Y también esto es
lo que da sentido a que realmente discutamos sobre juicios morales, pretendiendo defender unas
convicciones sobre cuales- quiera otras.

El hecho de que se nos presenten acciones como debidas, o correctas, o adecuadas, o justificadas -
o por el contrario como indebidas, o incorrectas, o in- adecuadas, o injustificadas- es algo que
pertenece a la experiencia humana más directa y común, a poco sinceros que seamos con
nosotros mismos. Y la fuerza de ese reclamo es signo de la seriedad que concedemos a lo ético:
desde respeto que exigimos para nosotros hasta la reparación que exigimos ante un mal. Es éste
un dato elemental de la conciencia moral.

2^. Lo bueno o preferible

Una segunda característica general de lo moral es que aparece como bueno o preferible en un
sentido también peculiar.

En el ejemplo anterior, socorrer al herido nos parece de por sí altamente preferí- ble frente al
asistir a una interesante conferencia. Por eso el sentir común alaba la acción auxiliadora y
reprueba a quien se desentiende del desafortunado en busca de un valor intelectual. Pero,
además, si un supuesto sujeto intentara justificar que es preferible la conferencia a la ayuda,
muchos estaríamos dispuestos a dis- cutir con él. Es decir, es muy común la opinión de que en ese
caso la asistencia al herido es buena y preferible desde cualquier punto de vista; es bueno y
preferible de modo absoluto.

Desde luego, todo el derecho penal considera algunas acciones como no desea- bles y, por eso,
punibles (sea para hacer justicia, sea para disuadir su comisión).

Es importante insistir en que no se trata solo de que algunos prefieran más intensamente algunos
comportamientos, sino de que algunas acciones son preferibles sean cuales sean las circunstancias
alternativas. Precisamente esa preferibilidad no relativa o condicionada a ningún punto de vista
particular, o mejor, teniendo en cuenta todos los posibles, es la preferibilidad moral o ética.

• A las acciones (y deseos, actitudes, caracteres) preferibles de modo absoluto, intrínseco,


las llamamos en concreto éticamente buenas y meritorias.
Cuando Sócrates advertía que es preferible padecer la injusticia que cometerla, estaba señalando
la superioridad del ser justo frente a cualquier otra convenien- cia; estaba apuntando al punto de
vista moral.

La filosofía clásica llamaba «honesto», «digno» o «noble» a lo bueno absoluto o moral. La filosofía
fenomenológica (del siglo XX), destacando ese carácter objeti- vo y absoluto de lo bueno moral
frente a otras clases de lo bueno, ha divulgado el adjetivo «valioso».

2.3. Relación entre lo debido y lo bueno

Estas dos notas (la corrección u obligatoriedad incondicional y la bondad ab- soluta) circunscriben
el campo de lo moral.

• No son dos notas de sentido idéntico, lo cual explica que no se recubran del todo. Muchas
veces se dice que algo es debido y que en cambio no tiene especial mérito, no brilla en ello un
grado especial de bondad. Y vice- versa, hay comportamientos tan altamente buenos y meritorios,
heroicos, que no nos atrevemos a exigir como deberes. Además, tendemos a llamar bueno o malo
sobre todo a las personas y caracteres, y correctas o incorrec- tas a las acciones.

• Sin embargo, existe un profundo vínculo y contagio entre los dos predica- dos, así como
entre sus respectivos sujetos. La acción debida reclama ser, además de adecuada o correcta,
realizada por un motivo bueno o nacida de un carácter bueno. Y, en el otro sentido, el sujeto y el
carácter buenos tienden a realizar acciones correctas. Con otras palabras, toda acción co- rrecta
pide bondad en su agente y toda bondad del sujeto pide cumplir lo debido. La filosofía moral ha de
guardar un equilibrio armonioso entre el deber y la bondad, que manifiesta la relación entre la
persona y la realidad.

Las teorías éticas que no han mantenido ese equilibrio armónico han terminado: o en un rigorismo
inhumano del deber, o en un relativismo de la intención buena. Por lo demás, cuando la ética se
adjetiva como «ética del deber», «ética del bien»,

«ética del valor» (o incluso «ética de la virtud», «ética de la felicidad»,...) se trata de una
acentuación retórica o estructural, pues en realidad la ética necesariamen- te contiene todos esos
conceptos en adecuada relación.

Y, por cierto, el que aquí se haya tratado antes el deber y luego el bien no significa una prioridad
de lo uno sobre lo otro.

• Además, ya el hecho de que son dos conceptos que poseen un carácter ab- soluto entraña
una comunidad muy importante. Ambos se refieren a algo último para la persona y para su
comportamiento. Lo cual explica:

- que la ética se haya visto desde antiguo como un aliento de lo infinito, de lo absoluto: en
definitiva, de lo divino;

- que a ella se haya vinculado nuestro anhelo más último y global, la felici- dad;
- que el hecho de que el ser humano sea capaz de vivir éticamente (o de que lo ético habite
en su interior) sea uno de los signos más claros de su pecu- liar dignidad.

Ejercicio 1. Vocabulario

identifica el significado de las siguientes palabras y expresiones usadas:

Etico

· Moral

• Actos humanos

• Actos del hombre

• Acción

• Deseo

• Sentimiento

• Hábito

Carácter Temperamento Deber Necesidad física

Necesidad lógica Necesidad práctica o moral Lo bueno absoluto

Ejercicio 2. Guía de estudio

Contesta a las siguientes preguntas:

? . ¿Cual es el significado etimológico de «ética» y de «moral»?

2. ¿Qué clases de vivencias las experimentamos como libres de algún modo?

3. ¿En qué medida es libre cada una de esas clases?

4. ¿Hasta dónde alcanza la responsabilidad?

5. ¿Cuáles son los rasgos fundamentales de lo ético?

6. ¿En qué se diferencia la exigencia del deber moral de otros tipos de exigencias?

7. ¿Qué significa que el deber moral es ¡ncondicionado o absoluto?


8. ¿Es posible un punto de vista absoluto de lo bueno?

9. ¿Qué relación existe entre lo bueno y lo debido?

Ejercicio 3. Comentario de texto

Lee el siguiente texto y haz un comentario personal utilizando los contenidos aprendidos:

Existe una conexión evidente entre los conceptos de acción y obligación, en el sentido de que toda
obligación (o todo deber, es lo mismo) lo es de realizar una cierta acción, como cumplir lo
prometido, socorrer al necesitado o perdonar al que me ofende. Por otra parte, las acciones, por
estar bajo el imperio directo de nuestra voluntad, son los únicos segmentos de mi conducta que
pueden considerarse plenamente libres y de los que, por tanto, debo sentirme plenamente
responsable, mientras que los demás as- pectos de la vida moral (sentimientos, deseos, actitudes)
están a lo sumo bajo el influjo indirecto de la libertad. Ahora bien, si es el sentimiento de
responsabilidad por nuestra

conducta el que nos mueve a emprender el camino de la filosofía moral, no confor- mándonos con
la guía que ofrece el saber moral espontáneo; y ocurre que de nada so- mos tan plenamente
responsables como de nuestras acciones; nada tan natural como pensar que la ética ha de
interesarse ante todo por el criterio que regula las acciones.

También la evolución de la filosofía moral a lo largo de su ya larga historia parece su- gerir esta
misma conclusión. Es verdad que la ética se constituyó en sus orígenes como doctrina de la vida
buena. La pregunta que guiaba a los filósofos morales de la antigüe- dad clásica no era «¿qué debo
hacer?», sino «¿cuál es la vida mejor para el hombre?». Sin embargo, muy pronto se advirtió que
las dos preguntas estaban conectadas, pues la vida buena incluye como uno de sus requisitos
imprescindibles la rectitud de la con- ducta. Solo el hombre justo puede ser feliz. Por eso decía
Sócrates que es peor cometer injusticia que sufrirla.

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