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CAPÍTULO 1

Introducción a la ética

1. DEFINICIÓN ETIMOLÓGICA DE ÉTICA

Los términos de “moral” y de “ética” vienen de dos palabras, una latina y otra griega
(mores,en latín; hqoV, ethos, en griego). “Mores” alude más al perfil de las costumbres
de una sociedad. La moral así entendida implica un matiz sociologista y relativista;
depende de lo que dicen la sociedad y los usos. En cambio hqoV (ethos) significa
“carácter”, es decir, lo relativo al “ethos”, al carácter, a la personalidad, al perfil de
morada interior, vivencia interna. En este sentido la Etica a Nicómaco y todas las
éticas aristotélicas se podrían llamar, o traducir, con justicia y exactitud como “tratado
de carácter o personalidad” (Komar). Todo esto nos indica –de alguna manera–
diversos aspectos de lo que se denomina el objeto material de esta disciplina. Es
decir, una ciencia referente a las “costumbres” o de los actos del hombre. Pero aquí no
basta una definición por el objeto material. Es preciso saber bajo qué aspecto
conviene, en Moral, considerar esas costumbres y esos actos. Por eso es necesario
que nos ocupemos en determinar con la mayor precisión posible el objeto formal
propio y la naturaleza de la ética. Entendemos por objeto material, entonces, la
materia, el contenido de una determinada disciplina. Por objeto formal el aspecto
especial bajo el cual esa materia es considerada. Disciplinas con el mismo objeto
material pueden tener objetos formales absolutamente distintos. Ejemplo: anatomía y
sociología. Las dos estudian al hombre, pero mientras una investiga de qué forma está
constituido el individuo, qué órganos componen su cuerpo, cuál es su estructura, la
sociología lo estudia en cuanto relacionado con sus semejantes, sus comportamientos,
etc.
Finalmente y para clarificar la cuestión etimológica: ¿qué diferencia y relación hay
entre los conceptos ética y moral? Sencillamente, cuando hablamos de moral nos
referimos a determinadas acciones humanas o hechos morales y, cuando hablamos
de ética, a la ciencia que estudia las acciones morales humanas: la moral es objeto de
estudio de la ética, un tipo de conducta; la ética es una reflexión filosófica. Más
adelante será oportuna distinguir la Ética filosófica de la Teología Moral.

2. EL HECHO MORAL1

Pero ante todo, una introducción sobre el estudio de la Moral, y su relación con
distintas disciplinas, debe descansar sobre algo más que una mera construcción
abstracta, sino sobre hechos que el hombre claramente pueda identificar como
originados en realidades trascendentes a su materialidad. De allí que se puedan
enunciar aspectos que forman lo que podemos llamar el hecho moral:
a) Análisis de la conciencia moral: el hecho moral revela, si se lo analiza, todo un
complejo conjunto de elementos racionales (juicios), afectivos (sentimientos y
pasiones) y activos (voluntad).
Los juicios preceden y siguen al acto moral. Antes del acto, enuncian (en
dependencia del juicio universal y evidente de que hay que hacer el bien y evitar el
mal) que tal acto es bueno o malo, y debe o puede ser realizado o debe ser evitado.
Después del acto, la conciencia aprueba o reprocha, según que el acto realizado sea
considerado bueno o malo; ella evalúa en consecuencia el aumento o la disminución

1
Jolivet, Regis, Moral, tomo IV, Ediciones Carlos Lolhé, Buenos Aires, 1959, pág. 10 y sgtes.
del valor moral del agente y la recompensa o castigo merecidos por ese acto bueno o
malo; y enuncia la obligación de reparar el perjuicio causado al prójimo, o el derecho
de obtener para sí la satisfacción requerida por la justicia. Estos juicios se sirven,
según se puede ver, de múltiples nociones: nociones de bien y de mal, de deber y de
obligación, de responsabilidad, de mérito y de demérito, de sanción, de derecho y de
justicia.
Los sentimientos morales suponen, antes del acto, la tendencia al bien y la repulsa
al mal, el respeto del deber y por tanto la simpatía y la admiración, la antipatía y el
menosprecio de la buena o mala conducta del prójimo. Después del acto, tiene la
conciencia sentimientos de alegría por el deber cumplido, o de tristeza e insatisfacción
por el deber violado. Esta insatisfacción de sí mismo manifiéstase de tres maneras: 1)
por la vergüenza en razón de la cobardía ante el deber y el consiguiente
debilitamiento. No debe confundirse con el pudor. La vergüenza se presenta cuando
algún defecto personal queda al descubierto frente a otra persona y pretendemos
volver a ocultarlo por tratarse de algo negativo. El pudor, por el contrario, intenta
mantener en privacidad aquellas cosas que la mirada de otro perturbarían, no por ser
algo malo, sino por ser honda y profundamente personales y privadas. Es decir: uno
siente vergüenza por haber sido descubierto en falta, pero experimenta pudor por
haber sido violentada su noble intimidad. 2) Por los remordimientos o reproches de la
conciencia por haber violado el orden que ella daba por bueno (cuando no ha habido
violación de un orden formal de la conciencia o también cuando el acto ha sido
involuntario, la conciencia experimenta, no remordimiento, sino pena o pesar). 3) Y en
fin, por el arrepentimiento, que supone la aceptación del castigo en reparación de la
falta, y la resolución de evitar el mal en lo venidero.
Los elementos activos consisten en los diferentes actos de voluntad que intervienen
en función del fin (voluntad eficaz de realizar tal fin), en función de los medios a elegir
(elección), y en función de la ejecución (el querer que pone en movimiento las
facultades necesarias).

b) Especificidad del hecho moral: lo que caracteriza la conciencia moral que


acabamos de analizar, y lo que la distingue absolutamente de la conciencia
psicológica, que es pura y simple aprehensión de los hechos internos, es que esa
conciencia se comporta como un legislador y un juez, y no como un simple testigo; que
decide lo que se debe hacer en cada caso; y que a su vez está dominada por un ideal
de moralidad, con relación al cual ella se pronuncia sobre la responsabilidad del sujeto
moral.

c) Universalidad del hecho moral: el hecho moral es universal en la humanidad y


caracteriza a la especie humana. Esto no significa evidentemente que la conducta
humana esté siempre y necesariamente conforme con las leyes de la Moral, sino sólo
que siempre y en todas partes, han admitido los hombres la existencia de valores
morales, distintos de los valores materiales, y se han sentido sujetos a leyes morales,
distintas de las leyes físicas y que enuncian un ideal de conducta.

3. DEFINICIÓN REAL DE ÉTICA FILOSÓFICA O NATURAL

En primer lugar precisemos lo dicho más arriba sobre el objeto material y el objeto
formal de la moral.
Objeto material: se han de distinguir los actos del hombre y los actos humanos. Los
actos del hombre son todos los actos, voluntarios o no, que realiza el hombre: digerir
es un “acto del hombre” lo mismo que razonar y amar. Los actos humanos son
aquellos que el hombre realiza por su voluntad libre: amar, razonar, pero no digerir.
Solamente a los actos humanos se aplica la Moral, es decir que no considera al
hombre sino en cuanto es dueño de sus actos. Todo lo que se encuentra fuera de los
dominios de la libertad, está también (directamente al menos), fuera del dominio de la
Moral.
Objeto formal: no basta sin embargo con asignar los actos humanos a la Moral,
porque esto no la distinguiría de la Psicología y de la Sociología que también
contemplan (aunque no exclusivamente) las actividades libres del hombre.
Lo que formalmente especifica a la Moral es que estudia los actos humanos desde
el punto de vista de la moralidad, es decir, desde el punto de vista de su conformidad o
no conformidad con la regla ideal de la conducta humana, o en general, desde el punto
de vista de su valor en relación con el Fin último del hombre.
La Psicología y la Sociología hacen abstracción de este punto de vista y consideran
las actividades humanas, no en sus condiciones de derecho, sino solamente en sus
condiciones de hecho y su constitución empírica.
Para obtener una buena definición de la Moral, hay que incluir en ella el objeto
formal de la ciencia moral y a la vez su carácter normativo y práctico. Decimos
entonces que la Moral o Ética es:

Por lo tanto, si la Ética considera filosóficamente los hechos morales, podemos definir
a la Ética como: la parte de la Filosofía que estudia el orden del obrar humano o
moralidad, con el fin de determinar la bondad o malicia de la actividad libre del hombre,
en orden a su fin último (moralidad comprende no sólo el orden moral, sino también el
acto moral).
Y si la Ética estudia el obrar humano, podemos agregar siguiendo a Aristóteles, que
el fin de la Ética, no sólo debe ser el estudio de la bondad, sino cómo “ser buenos” o
como ser virtuosos (seguidamente explicaremos que la Ética es verdaderamente una
ciencia “práctica” propiamente dicha).
O la definición tomista:2 “El objeto de la filosofía moral es la actividad humana en
cuanto está orientada al fin, o también el hombre en cuanto, de modo voluntario y libre,
actúa por un fin”.
Algo es claro, la noción de fin en las definiciones dadas y en los diversos sistemas
de Filosofía moral, es la cuestión central.

3.1. La ética como ciencia especulativamente práctica


Siendo un conocimiento cierto por las causas, la ciencia (en sentido clásico) puede
diversificarse según sus intenciones o fines: ciencia puramente especulativa, si su
finalidad no es otra que el conocimiento; ciencia práctica, si la finalidad perseguida es
la de dirigir la producción de una obra o la realización de una acción.
¿Y qué sería entonces una ciencia especulativamente práctica?: es aquella que se
propone dirigir la operación de una manera aún lejana; es realmente práctica, puesto
que quiere conocer los fines del obrar o del hacer.
Sin embargo, su modo de conocimiento permanece esencialmente especulativo por
su carácter conceptual, su organización sistemática, su modo de explicación. Organiza
el universo mismo del obrar y de los valores operativos desde el punto de vista de las
razones de ser y de las estructuras inteligibles. Mientras la verdad de la ciencia
especulativa consiste en la conformidad del conocimiento con lo que es, la verdad de
la ciencia práctica consistirá en la conformidad del conocimiento con la auténtica
regulación de una actividad por relación a sus fines.
La ética no es una ciencia puramente especulativa. Si fuera puramente especulativa
se contentaría con describir, analizar, explicar, remontándose hasta las causas y las
razones de ser, la actividad humana, pero sin considerarla en su relación con el fin del
hombre. No sería reguladora y normativa. Tendríamos entonces, una psicología o

2
Santo Tomás, Suma de Teología, I II, q. 58, a. 1.
sociología.
La moral es una ciencia práctica. No se propone solamente conocer por conocer, sino
conocer para dirigir la acción. Esta relación a la dirección de la acción le es esencial. Por
esto, si bien es cierto que la moral como tal, es decir, como saber científico, no asegura
la dirección concreta, existencial, del acto que hay que realizar hic et nunc, lo cual
corresponde a la prudencia, sin embargo está orientada, desde lejos, a la realización
efectiva.
La moral es de modo especulativo. Esto significa que obra, como toda ciencia,
dando las razones de ser de la actividad moral y, por consiguiente, vinculando esta
actividad a lo que es principio y razón de ser en el orden moral, a saber, los fines y
particularmente el fin último, los valores, el bien, etc. Se llegará así a un saber
sistemático.

3.2. Definiciones inadecuadas


“La moral, ciencia del hombre”. Demasiado extensa, ya que se aplica igualmente a la
Psicología y a la Sociología, y olvida además el carácter práctico de la Moral.

“La moral, ciencia de las costumbres”. Los sociólogos positivistas contemporáneos


definen la Moral de esta manera. Esta definición designa en rigor más que una simple
descripción positiva y sistemática de las costumbres del hombre, que no hay que
confundir con la Moral: ésta concierne al derecho, es decir, a lo que debe ser, y no al
hecho o lo que es. Las costumbres, como hecho, son el objeto de la Sociología y no
de la Moral. No existe moralidad propiamente dicha sino en la medida en que la
conducta rija en función de las nociones de bien y de mal y sea conducida por la
afectividad específicamente consciente. Puede uno tener determinadas costumbres
aun careciendo de todo ideal, mientras que no existe moral posible si no es por
consciente y voluntaria referencia a un ideal de conducta. Por eso se puede hablar de
“costumbres de los insectos”, pero de moralidad sólo se habla cuando se trata de los
hombres. En síntesis: la Ética es una ciencia de derecho. No investiga lo que hace el
hombre, sino lo que debe hacer. Y en este aspecto se asemeja al Derecho, aunque el
Derecho (objetivo) no excede los límites externos de la conducta humana, mientras
que la Ética introduce su indagación en lo interno de la conciencia.
La Psicología Filosófica o Antropología Filosófica proporciona a la Ética la noción de
“alma” o “espíritu” y el conocimiento de sus características relevantes (unidad,
espiritualidad, identidad, sustancialidad); la Psicología Experimental le ofrece las
nociones de “voluntad”, “deseo”, “motivación” y el misterioso juego de la “libertad”,
condición “sine qua non” de la moralidad de los actos humanos. En cuanto a la
Metafísica hemos de decir que ella respalda el análisis ético con la clara noción del
“ser”, de sus causas, de sus accidentes, del acto y de la potencia. Veamos esto con
más detalle en el próximo punto.

4. ÉTICA Y CIENCIAS

1. Ética y metafísica
La Ética desde Platón y Aristóteles se había fundamentado en la metafísica. Pero, a
partir del empirismo inglés y de Kant, todo cambió. No se podrá admitir una moral
metafísica. En Kant el fundamento de la moral será la conciencia, no la noción del ente
como bueno. La moral así entendida deja de estar subordinada a la Metafísica, no se
considera que el fin y el valor son aspectos del bien. ¿Qué responder a esto?: que,
contrariamente a lo afirmado por Kant, la Ética está basada en la Metafísica.
Lo primero que se debe decir es: el obrar es posterior al ser, el obrar sigue al ser,
“así como un ser es, así obra”. Así entendido es lógico decir que el obrar, el acto, el
bien, la ley, el valor, se entienden si se piensa en el concepto de ser que es un legado
de la Metafísica: la Ética se fundamenta en la Metafísica como el deber-ser se
fundamenta en el ser. Es un principio sin necesidad de demostración. La escolástica
tuvo en claro la subordinación de la Ética a la Metafísica, la bondad es propiedad del
ser, por eso es apetecido; todo ente es bueno, aún la voluntad de los hombres que
apetece el mal lo hace en función del bien, porque apetecen un bien aparente.
La unidad potencia-acto del ser finito supone el desarrollo del obrar, su perfección y
la actualización del ser: negar esto lleva, al menos, a una posición errónea del ser y
del obrar: porque la entidad actualizada es fundamento del valor entitativo del ser (ente
y bien son convertibles, intercambiables).
No se debe separar el valor que hay entre el plano especulativo y el práctico; entre el
ser y el deber-ser; entre la realidad y el valor: los valores, por ejemplo, pasan del deber-ser
al ser en la actividad de la persona.
En el obrar se dan también propiedades trascendentales: si en lenguaje de la
Metafísica se dice que todo ente por el solo hecho de ser es uno, bueno, verdadero y
bello, así también la perfección del obrar debe ser valorada: el cumplimiento de las
normas, la realización de valores, su verdad moral, se entiende en función del desarrollo
del ser.
Si el obrar del hombre se considera como desarrollo de su ser: el obrar humano
sigue al ser del hombre y la libertad del hombre es, al mismo tiempo, libertad moral. El
agnosticismo metafísico, que niega la libertad del hombre (determinismos), niega la
libertad moral.
Como persona (“sustancia individual de naturaleza racional”, definición –de hecho–
metafísica) el hombre es un ser en sí, pero también es un ser en desarrollo, “en
potencia” de perfección. Así constituida la persona y considerando su libertad, mueve
su voluntad, siendo el objeto de la voluntad el bien.
Resumiendo, la Ética, si deja de lado la Metafísica, no puede establecer el obrar
moral que el hombre debe cumplir según sus actos humanos. Sustituir una moral con
un fundamento metafísico por otra autónoma dejaría de lado todo valor absoluto y nos
llevaría a una moral relativista y sin sentido último.

2. Ética y antropología
La Ética también se subordina a la antropología, porque si la Ética estudia la
moralidad de los actos humanos, la antropología tiene como objeto al hombre y se
pregunta por sus principios esenciales. La antropología filosófica como conocimiento
especulativo se une a la Ética como conocimiento práctico.
La consideración de los actos humanos (no actos del hombre) por parte de la Ética
supone el estudio previo de la estructura esencial de la actividad humana. Una
valoración de la conducta humana y su deber-ser se vincula con el concepto de
hombre que se tiene y las condiciones psicológicas de su actividad.
La concepción del hombre desde el punto de vista antropológico es sumamente
importante para la Ética: si el hombre fuera considerado como pura naturaleza instintiva, su
obrar moral no dependería de sus facultades de inteligencia y voluntad. Si, en cambio, la
persona es considerada un ser espiritual con sus facultades de inteligencia y voluntad, el
obrar humano no es puro instinto, por lo tanto es ordenable por la razón.
Lo esencial es entender que no puede haber una ética sin una antropología, pero no
es indiferente que sea cualquier antropología.
El psicologismo inglés, por ejemplo, ha tratado de reducir la moral a la psicología,
aunque no hay que confundir el psicologismo moral con el subjetivismo (los hedonistas
son subjetivistas, pero no, psicologistas). Lo mismo podemos decir del materialismo, que
reduce todo a la materia, movimiento conforme a las leyes físico-químicas, sin considerar
al espíritu, o su opuesto el espiritualismo que concibe al cuerpo como realidad
meramente accidental a la esencia humana. Ninguna de estas posiciones refleja la
realidad de lo que el hombre realmente es.
Todos estas filosofías tienen algo en común: una visión antropológica
reduccionista del hombre. A esto se opone una antropología que considera al hombre
en todos sus aspectos como ser viviente: esto es, como una unidad corpóreo-
espiritual. Sólo es posible un estudio de la moralidad del hombre allí donde el hombre
es visto como un todo, como un ser que se trasciende a sí mismo.

3. Ética, Psicología y Sociología


La Ética y la Psicología tiene el mismo objeto material, los actos humanos, pero
difieren respecto de su objeto formal. La Psicología (etimológicamente “ciencia del
alma”) tiene como objeto formal el modo de ser del hombre o el carácter como “el
conjunto de disposiciones congénitas que forma el esqueleto mental del hombre”,
distinto del carácter o ethos ético.
La Psicología estudia el fenómeno psíquico, pero no evalúa la bondad o maldad de
la acción. Sin embargo, se debe dejar en claro la importancia del aporte de la
Psicología a la Filosofía moral o Ética: los condicionamientos de la acción libre del
hombre, su conciencia psicológica, el modo de realizarse el conocimiento sensible e
intelectual, son aportes de la Psicología a la Ética, que debe incluirlos en la
consideración de la moralidad del acto humano. Pero, a pesar de la relación entre
ambas ciencias, está latente el peligro de reducir la Ética a lo puramente psicológico:
el reducir lo ético a lo psicológico recibe el nombre de psicologismo. El psicologismo
es la pretensión de explicarlo todo “reduciéndolo” a, por ejemplo, la “presión del
inconsciente” o a las necesidades instintivas, o también pretender entender los valores
éticos como meras “sublimaciones, productos de la reacción y racionalizaciones”. Esto
conduce inexorablemente a la subjetivización y a la relativización de los mismos
valores. Los valores son aquí reducidos a lo subjetivo por cuanto ya no pueden tener
validez independientemente del sujeto y son relativizados por cuanto ya no pueden
tener validez de un modo incondicional.
Lo mismo cabe decir de la relación entre la Sociología y la Ética. La primera trata sobre
las realidades sociales, aunque el objeto material coincida con el de la Ética. La Sociología
aporta el estudio de la influencia social en el comportamiento de la persona, a través, del
estudio descriptivo y comparativo de los fenómenos sociales mediante estadísticas y
encuestas, pero la valoración ética de los hechos sociales le corresponde a la Ética. La
Sociología debe ser un instrumento para la Filosofía moral, no puede pretender ser la
ciencia que determine la moralidad del acto humano, lo que sería caer en el
sociologismo. Este suele definirse como la tendencia a explicar todos los fenómenos
culturales (morales, religiosos, artísticos, etc.) exclusivamente mediante las diversas
formas de la organización de la sociedad. Se trata, entonces, de un “reduccionismo”. La
concepción “sociologista” de la moral pretende, pues, lo siguiente: normas y valores
proceden siempre de la sociedad; qué tipo de normas y qué tipo de valores hay en cada
momento se explica exclusivamente por el tipo de organización social existente; los
sentimientos morales no son sino la respuesta del individuo a la presión social. En
conclusión, la moral individual está absolutamente determinada por la sociedad. Sin
embargo, una concepción así –presentada de un modo extremo– es difícilmente
sostenible. Y quizá no ha sido defendida, tal cual, por nadie. El sociologismo no puede
explicar, por ejemplo, cómo es posible que el individuo llegue a oponerse por razones
morales a las prácticas sociales establecidas. Por lo tanto, habrá que establecer que:
1) ni la moral es exclusiva creación del cuerpo social (y el individuo sería solo un
receptor pasivo);
2) ni es creación de una razón “solipsista”, es decir, de una razón totalmente
prescindente de los demás y del mundo en que vive. Hay que reconocer la importancia
de la dimensión social de la vida moral.
Por otro lado, hay que distinguir cuidadosamente dos cuestiones: una cosa es
explicar sociológicamente la aparición o génesis de ciertas normas morales, y otra
muy distinta justificarlas éticamente. Esto último solo es posible hacerlo desde
principios éticos, que deben posicionarse precisamente más allá del mero consenso
social o del capricho arbitrario de la razón humana considerada único juez de la
realidad. En definitiva, solo un fundamento metafísico puede darnos los criterios
inmutables y universales para poder evaluar los comportamientos morales,
independientemente de las épocas históricas y las diferentes culturas. Lo contrario
sería caer en los consabidos relativismos históricos o sociológicos, o en el
subjetivismo moderno, tan de moda hoy en día. La indagación ética no debe olvidar
nunca su carácter precisamente “ético”: no versa sobre el “ser» (es decir, “esto es así,
y punto”), sino sobre el “deber ser” (es decir, “esto debe ser así”). O sea, no se
contenta con aceptar “lo que hay” (lo que muestra la sociología), sino que indaga si
“eso que hay” es justificable éticamente y si no debería ser de otra manera.

5. PARTES DE LA ÉTICA

5.1. Ética Fundamental o General y Ética Aplicada o Particular o Específica


Son las dos partes esenciales de la Ética. En la primera de ellas se analizan los
fundamentos o principios generales del orden moral, es decir, los basamentos
primarios sobre los cuales se apoya todo el andamiaje del sistema moral. En ella se
trata por ejemplo de los criterios para establecer la moralidad de cualquier acto
humano, o el tema de la conciencia y la ley, el pecado en general, etc. La Ética
particular o aplicada consiste en la “aplicación” de los principios morales
fundamentales o generales a las situaciones más concretas de la conducta moral y de
la actividad humana en general. Básicamente estas situaciones concretas se dan bajo
tres aspectos bien distinguidos: el aspecto individual, el familiar y el social.

5.2. La Ética profesional


También llamada Deontología (del griego = “ciencia del deber”), se ha desarrollado
dentro del campo de la Ética aplicada debido al notable incremento de los problemas
morales surgidos en el ámbito de las diversas profesiones. Su objetivo será analizar
las más importantes cuestiones morales suscitadas en el ejercicio de las diversas
profesiones. Según sean la profesión a que se refiere, se llamará Deontología o Ética
Jurídica, Deontología o Ética Médica, Deontología o Ética Docente, etc. Téngase en
cuenta que no es una Ética aparte: es la misma Ética que desciende hasta las
actividades concretas de cada profesión, especificando las aplicaciones que derivan
racionalmente de los principios generales y tratando de conciliar estos últimos con las
reglamentaciones que el Derecho Positivo suele imponer en cada país y para el
ejercicio válido de cada profesión.

5.3. Bioética
Desde aproximadamente la década de 1970 se ha ido desarrollando una nueva
disciplina, la bioética, neologismo inventado por el biólogo norteamericano van
Ressenlaer Potter. Ella se vincula principalmente con la ética médica. Estudia la
moralidad de la conducta humana en el campo de las ciencias de la vida. Incluye, por
supuesto, la ética médica tradicional y sus problemas morales clásicos: aborto,
esterilización, uso de drogas, derecho del enfermo a la verdad, secreto médico, etc.)
pero también debe abocarse a los problemas planteados por el desarrollo tecnológico
de las ciencias biológicas. Se interesa por los problemas del nacimiento, de la vida y
de la muerte a causa de los recientes progresos y de las posibilidades de la
investigación y de la terapéutica, por los problemas de ecología, etc.
6. DISTINCIÓN ENTRE UNA FILOSOFÍA MORAL O ÉTICA NATURAL Y UNA
ÉTICA CRISTIANA O TEOLOGÍA MORAL

Ambas estudian el obrar humano en sus relaciones con los fines del hombre; pero la
primera lo hace a la luz de la razón dejada a sus propias fuerzas; la segunda, a la luz
de la Revelación sobrenatural. La filosofía moral y la teología moral se distinguen
principalmente por la diferencia de los fines que persiguen, de los principios de
conocimiento que utilizan, de las motivaciones que ponen en obra. El fin perseguido
por la ética natural está constituido por la perfección y la felicidad naturales del
hombre; el de la teología moral, por el de la bienaventuranza sobrenatural. Los
principios de conocimiento son respectivamente, como ya hemos dicho, la razón en su
ejercicio natural; la razón también, pero iluminada por la luz de la revelación, para la
teología moral. En cuanto a las motivaciones, la ética filosófica estudiará al hombre
concreto, al hombre de una naturaleza humana frágil y mortal, sin preguntarse
esencialmente sobre el origen de esa fragilidad y sobre si esta condición humana es la
normalidad del hombre. En cambio, gracias a la Revelación divina, la teología moral,
además de abocarse como la filosofía moral al estudio del hombre concreto,
completará y perfeccionará ese estudio teniendo presente que el actual estado del
hombre no es el que originalmente Dios pensó para él. “Tú no estás en el estado en
que Yo te creé”. “Por el pecado original cometido en los comienzos del tiempo humano
Tú [hombre] estás en un estado ‘anormal’ que puede y debe ser corregido, restaurado,
reparado, perfeccionado”. Paradójicamente esto hace que el cristianismo sea
esencialmente mucho más “optimista” que cualquier otra postura moral, ya que
considera que esa herida de la naturaleza humana puede ser curada por la gracia de
Cristo y llevada a alturas de santidad que han sido alcanzadas por miles y miles de
cristianos en la historia, pero que son inentendibles para los criterios de la modernidad.
Precisamente para el hombre moderno, esa herida originaria jamás ha existido, por lo
tanto sus análisis de las posibilidades morales humanas están radicalmente
equivocados al partir del convencimiento de que “la normal condición humana” es ésta
que se verifica a lo largo de la historia. El Catecismo de la Iglesia Católica señala este
tremendo error de perspectiva del hombre moderno al negar el pecado original.
“Sin el conocimiento que ésta [la Revelación divina] nos da de Dios no se puede
reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente
como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la
consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc.” (CatIC N°387).
“Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a
graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las
costumbres” (CatIC N°407).
Estas consideraciones indican ya que la moral filosófica tiene sus límites y sugiere los
servicios recíprocos que pueden prestarse la ética natural y la moral sobrenatural. La
ética filosófica debe permanecer incompleta y debe tomar conciencia de su
imperfección por medio de su confrontación con las exigencias de la moral cristiana. La
moral filosófica pide confluir en la segunda, así como la naturaleza humana encuentra
su perfección suprema en la gracia que la eleva sin destruirla. Por ello las implicancias
morales de la Ética Cristiana o Teología Moral de ninguna manera elimina las
enseñanzas de la Ética Natural, más bien las consolida y las integra.

7. CORRIENTES QUE NIEGAN LA POSIBILIDAD DE UNA ÉTICA NATURAL

7.1. El luteranismo
Según Lutero, y por razón de su peculiar idea sobre la naturaleza humana caída,
consecuencia del pecado original, es inconcebible y, por tanto, inaceptable la
existencia de un orden natural y, consecuentemente, de leyes morales naturales que
sirvan de punto de partida a una ética científica. En efecto, por la corrupción ontológica
total de dicha naturaleza, al cometer el hombre el pecado original, no puede surgir de
ella nada que sea normativo: “Lo intrínsecamente corrupto no puede ser norma de
nada”. Para el luteranismo y todas las corrientes situadas dentro de su influencia no
puede existir otra moral que la surgida de la Revelación (la cual, a su vez, solo
compromete la fe, único parámetro de verdad y rectitud luterano), principalmente en el
Nuevo Testamento. Esta concepción explica la muy frecuente desconfianza o
menosprecio de muchos autores de esta línea respecto de la capacidad de la razón
humana para alcanzar el conocimiento de la verdad y el cumplimiento del bien. Por
eso muchos autores católicos han caracterizado esta posición como la de un
“pesimismo antropológico”.

7.2. El iuspositivismo moderno


El iuspositivismo moderno niega por principio la existencia de la ley natural, o sea, la
posibilidad de normas éticas y jurídicas universales e inmutables inferidas por la razón
de la misma estructura ontológica de la naturaleza humana. La ética se reduce para
esta postura a un conjunto de postulados de carácter puramente relativo, cuyo origen
se atribuye a las costumbres sociales, a las tradiciones familiares (sean éstas lícitas o
no), a los fenómenos culturales o a las circunstancias históricas. El jurista tendrá que
interpretar todo esto a la luz de un criterio fuertemente pragmático que lo podrá llevar a
establecer hoy como bueno lo que ayer se consideraba malo, mediante la aplicación de
una voluntad omnímoda que establece a su solo criterio lo que está bien y lo que está
mal sin referencia a ninguna autoridad superior (ni Dios, ni Iglesia, ni orden natural).
Ejemplos de esta postura sobran: legalización del aborto, de la eutanasia, de los
“matrimonios” entre homosexuales, cambios de sexo a voluntad, proliferación de la
anticoncepción apoyada en una “educación” sexual de neto corte genitalista y
antifamiliar, suicidio “asistido”, control demográfico compulsivo o inducido, entre otras
leyes anticristianas.

7.3. El fundamento de los errores modernos más comunes en materia moral: la


moral autónoma
La moral autónoma (inmanente) y la moral heterónoma (trascendente) son las dos
categorías en las que se podrían resumir los tipos de morales que se plantean
básicamente. Es decir una moral autónoma o inmanente es aquella en donde el
agente es legislador de sí mismo, su regla de acción proviene de sí mismo, y no
encuentra otra limitación que el juicio de su propia conciencia sobre lo correcto o
incorrecto. En él sólo se verifica una relación horizontal entre los distintos agentes,
relación que enfrenta los derechos en conflicto sin la recurrencia a una opción superior
que trascienda el mero enfrentamiento subjetivo. Esta moral es la base del positivismo
jurídico. Las normas absolutas son consideradas una indebida imposición a la
conciencia humana. El subjetivismo es la única regla de conducta. Precisamente la
máxima “el derecho de uno termina donde comienza el del otro” es la más clara
expresión de un sistema en donde la norma sólo está establecida a partir del juego de
los derechos de los distintos individuos sin trascender a un orden objetivo.
La moral autónoma engloba aquellas morales de tipo voluntarista, es decir, aquellas
morales que ponen a la voluntad como elemento determinante de la moralidad de la
acción.
La concepción voluntarista proviene de una errónea distinción sobre la voluntad y la
inteligencia divinas. Para Guillermo de Ockham, pensador inglés del siglo XIV, hablar
de una naturaleza objetiva era hablar de una limitación a la omnipotencia divina. De allí
que nunca quiso admitir que los cuerpos físicos tuviesen causalidad eficiente por sí
mismos, porque la existencia de un orden autónomo de cosas u orden de la Naturaleza
habría puesto límites habituales al poder de Dios. Por ello la concepción ockhamista
incluye un mundo en donde “la combustión viene después del fuego no necesariamente
debido al fuego sino porque Dios ha decretado de una vez para siempre que producirá
calor en los trozos de madera o de papel, cada vez que el fuego esté presente en el
papel o en la madera”. En la cúspide del mundo, colocó a un Dios cuyo poder absoluto
no conocía límites, ni siquiera los de una naturaleza estable dotada de necesidad y de
inteligibilidad propia. La teoría de la voluntad divina de Ockham da pie para formular
los fundamentos de la ética voluntarista:
Dios quiere el bien, no porque el bien es bueno, sino al revés:
el bien es bueno porque Dios lo quiere.
Así, se puede llegar a pensar que Dios podría haber cambiado por otro el actual orden
moral. Según esto el odio a Dios, el robo y el adulterio serían malos por razón del
precepto divino que los prohíbe, pero podrían haber sido actos meritorios si la ley de
Dios no los hubiera prescripto. Por cierto que Lutero (“Yo soy un discípulo de la
escuela de Ockham”) tomará de aquí fundamentos de su postura teológica
antirracional (véase P. Marini, Apuntes de teología, vol. I, pág. 91).
Ante la terrible perspectiva del Dios arbitrario y despótico de un Ockham o de un
Lutero, las posturas filosóficas desembocarán lógicamente en el voluntarismo de un
Kant, quien pondrá a Dios, no ya como una realidad captada por nuestra inteligencia (el
conocimiento sólo es de los fenómenos, el nóumeno queda oculto), sino como un
postulado de la razón práctica. Dios simplemente “está ahí” porque es conveniente a la
moral. Es fácil imaginar que del agnosticismo kantiano, el paso al humanismo ateo es
muy corto. Ese Dios voluntarista y despótico, que pulverizaba la inteligibilidad de las
cosas y la posibilidad de un orden natural, será pronto reemplazado por el mismo
hombre en el cual su voluntad se erigirá como única norma de conducta (Marx: “el
hombre es el nuevo ser supremo para el hombre”).
Immanuel Kant cree que el principio de la Moral consiste en la obediencia a un
deber (imperativo categórico) que la razón no justifica. La ética kantiana no es una
Ética material (es decir, éticas que han buscado la moralidad en el fin de los actos, o
en los bienes, o en los valores). La ética de Kant es una ética formal, es decir, las
máximas morales se han de cumplir no por razón de su materia, de su contenido, ni
por cualquier otro motivo “egoísta”, aunque se trate del último fin, sino por una razón
formal. La buena voluntad consiste en querer bien y no en querer el bien. ¿En qué
estriba la bondad o malicia de los actos? Como explica Rafael Gambra los anteriores
sistemas de ética –dice Kant– han buscado la moralidad en el fin de los actos, es
decir, han hecho radicar la bondad en su adaptación a un fin concreto, determinado.
Así, por ejemplo, los hedonismos, que descubren este fin en el placer, o la misma
moral religiosa, que lo señala en el cumplimiento de una ley divina. Pero el que así
obra, dice Kant, no obra por razones morales sino por algo ajeno a la moral misma; la
verdadera moral no es heterónoma (ley ajena, impuesta), sino autónoma: solo obra
moralmente el que actúa por respeto a la Ley sin razones distintas a este cumplimiento
mismo. Y ¿cuál es esa ley en que estriba toda la moralidad? Aquí Kant encuentra una
nueva forma, una forma de la razón práctica. Esta forma es lo que él llama el
imperativo categórico o ley moral, que puede formularse con estas palabras: “Obra de
modo que la norma de tu conducta pueda erigirse en norma de conducta universal”. Es
decir, si ante una acción cualquiera podemos admitirla sinceramente como norma de
conducta general, esa acción es lícita moralmente; en caso contrario, no. Esta ley o
imperativo es puramente formal: en sí misma no manda nada concreto, pero sirve para
cualquier clase de contenidos o actos. Según Kant, no debe hacerse un acto porque
sea bueno, sino que es bueno porque debe hacerse. Cuántas veces hemos
escuchado frases como ésta: “No es nada. Sólo he cumplido con mi deber”. Este
lenguaje común de algún servidor público u otra persona que ha realizado una acción
meritoria desnuda el vaciamiento ontológico, la eliminación de la bondad metafísica
implicada en la acción, producto de esta ética del deber por el deber mismo.
Ahora bien, la ley o imperativo moral, puesto que existe, requiere, según Kant,
ciertos supuestos, sin los cuales sería incomprensible. Puesto que, de hecho, hay
quienes no cumplen la ley moral y la vida no premia o castiga adecuadamente las
diversas conductas, es necesaria, de una parte, la existencia de un Dios remunerador,
y, de otra, la supervivencia del alma y, naturalmente, su previa existencia como
sustancia. Aquí radica la entrada práctica que busca Kant para el conocimiento de
Dios y del alma humana. Así como en la filosofía tradicional la ley moral se derivaba
de la existencia de Dios, en el kantismo la existencia de Dios se deriva de la moral. La
inversión antropológica (Fabro) es completa. La teología deviene en antropología y el
hombre es el centro de todo. El drama de pecado original encuentra aquí su más
refinado fundamento filosófico y el hombre vuelve a pretender usurpar el poder divino
de determinar por sí, desde sí y para sí, lo que está bien y lo que está mal.
La Moral heterónoma o trascendente será entonces, por el contrario, la que ponga
por encima de la conciencia humana, un orden racional eterno e inmutable de
verdades y de valores con el cual entramos en contacto por medio del conocimiento
metafísico. Además de tener en cuenta el legítimo plano de derechos subjetivos,
somete tales prerrogativas a la confrontación con un orden objetivo establecido por
una instancia superior, no producto de una despótica y arbitraria voluntad, sino de la
infinita Sabiduría divina.

7.4. Moral realista y moral represiva


Como enseña el prof. Komar (La verdad como vigencia y como dinamismo, Ed.
Sabiduría Cristiana, Bs.As, 2002) la moral tradicional o realista no es represiva,
aunque suene un poco extraño a mucha gente que cree exactamente lo contrario. El
gran desastre de la moral actual es el desastre de la moral kantiana y no de la ética
realista católica. Esta implica esfuerzo, sí, pero que solo eliminan el desorden
liberando con esto la naturaleza. La virtud, que es disposición permanente de obrar el
bien, tiene que transformar y ordenar el material pasional y no simplemente reprimirlo.
La moral kantiana se parece a la de los estoicos del período antiguo, caracterizada
por el llamado “dominio de sí mismo” (“enkráteia”). Pero Santo Tomás, comentando a
Aristóteles, señala que el dominio de sí tiene algo en común con la virtud y con el vicio.
Con la virtud el hecho de que en el dominio de sí mismo es la voluntad racional quien
domina y no las pasiones. Esto es positivo. Pero también el dominio de sí tiene algo en
común con el vicio, porque las pasiones en cuanto tales permanecen en estado de
vehemencia, lo cual indica que permanecen en estado de desorden. O sea que hay
una represión tensa que no lleva a la perfección y tal es la moral represiva.
La virtud, en cambio, penetra en la masa pasional y la transforma ordenándola,
liberándola del desorden. Hay mucho de cierto en eso de que de una pasión
desordenada solo nos “curamos” con otra pasión (ordenada): un amor ilícito, con un
amor mayor lícito; un comportamiento negativo, con un comportamiento positivo que
no niega, sino que asume el deseo subyacente al primero. Cualquier esfuerzo moral
que se contente con enfrentarse frontalmente a una conducta negativa, sin darse
cuenta de que detrás de ella existe alguna esperanza o alguna necesidad positiva que
se ha de reconocer, jamás logrará su objetivo.

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