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I. E.S. Nº 6.

008

Formación
Ética y
Ciudadana
Profesora: Rosa Arce
Carrera: Profesorado de
Educación Secundaria en
Química
IES N 6.008 Profesorado de Educación Secundaria en
Química

Año :2.021

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IES N 6.008 Profesorado de Educación Secundaria en
Química

DOSSIER DE FORMACIÓN ÉTICA Y CIUDADANA


Eje 1. La Ética
1. La Ética: 1.1 Ética y moral desde la etimología. 1.2. Ética y moral: dos niveles diferentes 1.3 Actos humanos
2. Teorías éticas: 2.1 ¿Qué es una teoría ética? 2.2 Tradición aristotélica 2.3 La tradición hedonista 2.4 La tradición
kantiana 2.5 La tradición dialógica
3. Ética y Política: Relación entre ética y política 3.2 tensión entre ética y política.
4. Ética y ciudadanía.
5. La enseñanza de la Formación Ética y Ciudadana y su relación con el mandato social de la escuela.

1. La Ética
1.1.- Ética y moral, desde la etimología
Etimológicamente "ética" y "moral" tienen el mismo significado. "Moral" viene del latín
"mos" que significa hábito o costumbre; y "ética" del griego "ethos" que significa lo mismo.
Sin embargo en la actualidad han pasado a significar cosas distintas y hacen referencia a
ámbitos o niveles diferentes: La moral tiene que ver con el nivel práctico o de la acción La ética
con el nivel teórico o de la reflexión.

1.2.- Ética y moral, hoy: dos niveles diferentes


Tan antiguo como la misma humanidad es el interés por regular,
mediante normas o códigos, las acciones concretas de los humanos; en
todas las comunidades, en todos los pueblos, sociedades o culturas
encuentran prescripciones y prohibiciones que definen su moral.
Ahora bien, junto al nacimiento de la filosofía apareció otro tipo de
interés, el de reflexionar sobre las normas o códigos ya existentes,
comparándolos o buscando su fundamento. Estos dos diferenciados
niveles de interés o de actividad humana constituyen lo que conocemos
hoy, respectivamente, por moral y ética.
Moral es el conjunto de principios, criterios, normas y valores que dirigen nuestro
comportamiento. La moral nos hace actuar de una determinada manera y nos permite saber qué
debemos hacer en una situación concreta. Es como una especie de brújula que nos orienta, nos
dice cuál es el camino a seguir, dirige nuestras acciones en una determinada dirección. La brújula
nos indica el camino. En la vida hay que intentar no perder el norte.
Ética es la reflexión teórica sobre la moral. La ética es la encargada de discutir y
fundamentar reflexivamente ese conjunto de principios o normas que constituyen nuestra moral.
Como conclusión: moral y ética se plantean cuestiones distintas. La moral tiene que ver
con el nivel práctico de la acción y trata de responder a la pregunta ¿qué debo hacer?; la ética con
el nivel teórico de la reflexión y trata de responder a preguntas del tipo ¿qué es la moral? ¿Cómo
se fundamenta? ¿Cómo se aplica la reflexión a la vida cotidiana?

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1.3.- Actos humanos


Se llama acto humano aquel que procede de la voluntad deliberada del hombre, son
aquellos actos que nos diferencian de los demás animales.
• Actos naturales: son los que proceden de las potencias vegetativas y sensitivas, sobre las
que el hombre no tiene ningún control voluntario y son enteramente comunes de los animales, es
como si estuviéramos programados, así como los castores lo están para ser ingenieros hidráulicos,
haciendo la salvedad de que estos actos están dentro de nuestra libertad.
• Actos del hombre: son los que proceden del hombre sin ninguna deliberación o
voluntariedad, sea porque esta habitualmente destituido de razón en el momento de realizar el
acto. Ninguno de estos actos afecta la moralidad, un ejemplo fehaciente en nuestras vidas, es al
que diariamente nos enfrentamos cada mañana, nos levantamos o nos levantan, para lo cual no
objetamos, corremos al baño, y nos duchamos sin muchas veces darnos cuenta de lo que estamos
haciendo, luego nos lavamos los dientes y desayunamos, todo esto en un ambiente de rutina
único, luego nos dirigimos ya sea al trabajo, al estudio, en fin, actuamos por decirlo así, si
ninguna voluntad.
• Actos violentos: son los que el hombre realiza por la coacción de un agente que lo obliga a
ejecutarlos, contra su voluntad interna. Es cuando dejamos por un momento de ser racionales y
actuamos como aquel perro callejero tratando de marcar el territorio, es decir instintivamente.

En todo acto humano se pueden distinguir tres elementos o factores principales que son:
los cognoscitivos, los volitivos y los ejecutivos.

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• Elemento cognoscitivo: es el conocimiento de lo que se hace, aunque no se sepa cual sean


las consecuencias de esos actos, son el primer fundamento del acto humano, todo acto debe ir
acompañado de este, de lo contrario no se diese tal acto, ya que este pertenece al entendimiento.
• Elemento volitivo: todo acto humano va influenciado por la voluntad la cual presiona tal
acto; de nuestra voluntad dependen todos nuestros actos y de cuan morales sean o no.
• Elemento ejecutivo: es la consecuencia de nuestra libertad interna, ya que esta la impulsa a
la realización de actos externos, este momento del acto ya ha sido influenciado por los dos
elementos anteriores: el entendimiento y la voluntad, lo cual indica de que nuestros actos ya han
sido analizados previamente.
En fin, hablar de los actos humanos seria hablar de la vida misma y de cómo nosotros
afrontamos tales actos, bajo qué grado de libertad los tomamos, si son influidos por órdenes,
costumbres o caprichos a simplemente porque me da la gana de hacerlos y lo hago, está bien, eso
es la ética “haz lo que quieras”, el no preguntarle a nadie lo qué hacer con mi vida, eso me lo
pregunto yo mismo.

2. Teorías éticas
2.1 ¿Qué es una teoría ética?
La ética trata de responder a tres cuestiones,
la primera de las cuáles ya ha sido
contestada. Para responder a la segunda,
¿cuál es el fundamento de la moral?, hemos
de reflexionar acerca de la validez de las
acciones
y normas morales, es decir, hemos de averiguar cuándo una elección es moralmente razonable o
cuándo hemos actuado conforme a normas morales adecuadas.
Para explicar estas cuestiones han nacido distintas teorías éticas, cada una de las cuales
ha ofrecido un criterio de racionalidad. Analizaremos el que presentan cuatro de las teorías que
siguen teniendo mayor relevancia, tanto por su calidad teórica como por su fecundidad a la hora
de tomar decisiones. Las teorías que vamos a estudiar se pueden dividir en dos grupos:
- Las dos primeras -la aristotélica y la hedonista- nacen en Grecia en el siglo IV
a.C., con la convicción de que lo moral consiste en la búsqueda de la felicidad. Por eso -
piensan- la ética ha de descubrir qué tipo de racionalidad nos llevará a conseguirla y qué criterio
ha de utilizar esa racionalidad.
- Las dos segundas teorías -la kantiana y la dialógica- surgen, respectivamente, a
finales del siglo XVIII y en el último cuarto del XX. Aunque para ambas resulta obvio que los
seres humanos deseamos ser felices, consideran que no es ése el verdadero problema moral: la
verdadera cuestión moral es si existe algún tipo de seres a los que no se debe manipular, a los que
hay que reconocer una dignidad, y qué criterio debemos aplicar al tomar decisiones para respetar
realmente esa dignidad

2.2 La tradición aristotélica


Según Aristóteles, los seres humanos realizamos nuestras acciones por un fin: ser felices.
Así pues, la felicidad es el fin último que todo ser humano tiende a alcanzar. Por otro lado, como
seres dotados de capacidad racional, no hemos de tomar decisiones precipitadas, teniendo en
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cuenta sólo el momento presente, sino que hemos de deliberar serenamente y elegir los medios
que más nos convienen para alcanzar la felicidad. Quien así actúa, dice Aristóteles, ejercita la
virtud de la prudencia. Quien elige pensando sólo en el presente y no en el futuro es imprudente.
Por otra parte, el prudente se propone siempre fines buenos, a diferencia de quién sólo es hábil.
Alguien puede ser habilidoso en suministrar venenos y emplear su habilidad para matar. El
prudente emplea sus "habilidades" para fines buenos; en este caso para sanar.
Obra racionalmente -hace uso de su recta razón o actúa con prudencia- quien elige el
término medio entre el exceso y el defecto, porque en eso consiste la virtud. Según Aristóteles, el
valor es un término medio entre la temeridad (exceso) y la cobardía (defecto); la generosidad, un
término medio entre el despilfarro y la tacañería, y así en las restantes virtudes. Ahora bien, este
término medio no es el medio aritmético, sino el que es oportuno para cada uno de nosotros. Una
persona habituada a comer mucho puede desfallecer de hambre con lo que le basta a otra que
come poco. Un principiante en un deporte puede quedar agotado con un tiempo de entrenamiento
insuficiente para un campeón.
2.3 La tradición hedonista: Epicureísmo y Utilitarismo
Epicuro de Samos, al responder a la pregunta "¿cómo podemos ser felices?", inició otra tradición
ética: la hedonista (de hedoné, placer). Esta tradición se asienta sobre tres puntos que ya Epicuro
señaló:
• Todos los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor. Por tanto, el móvil del
comportamiento animal y humano es el placer.
• La felicidad consiste en organizar de tal modo nuestra vida que logremos el máximo de
placer y el mínimo de dolor.
• Precisamente porque se trata de alcanzar un máximo, la razón moral será una razón
calculadora.
El hedonismo epicúreo es individualista (se trata de lograr el mayor placer individual).
Sin embargo, en la Modernidad, el hedonismo se convertirá en social y recibirá el nombre de
utilitarismo.
El utilitarismo de John Stuart Mill considera que los seres humanos estamos dotados de
unos sentimientos sociales, cuya satisfacción es fuente de placer. Entre ellos está el de simpatía
(capacidad de ponerse en el lugar de cualquier otro, sufriendo con su sufrimiento, disfrutando con
su alegría), que nos lleva a extender a los demás nuestro deseo de obtener la felicidad. El
principio de la moralidad es entonces "la mayor felicidad (el mayor placer) para el mayor número
posible de seres vivos" y funciona a la vez como criterio para tomar decisiones racionales.

2.4 La tradición kantiana


A fines del siglo XVIII, Immanuel Kant propone un criterio moral distinto a los que hemos
expuesto. Considera que, ciertamente, los seres humanos desean ser felices y que para lograrlo
han de hacer uso de una razón prudencial y calculadora. Sin embargo, como las personas
imaginamos nuestra felicidad de formas distintas, una razón de este tipo no puede formular
sino consejos.
No obstante, hay determinados mandatos que pensamos que debemos seguir, nos haga
o no felices obedecerlos. Cuando digo que "no se debe matar" o que "no hay que ser hipócrita",
no estoy pensando en si seguir esos mandatos hace feliz, sino en que es inhumano actuar de
otro modo.
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Así pues, la razón nos impone unas leyes que obligan sin condiciones, es decir, no
prometen la felicidad a cambio: solo prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se
expresen como mandatos (imperativos) categóricos, no condicionados a que alguien quiera
ser feliz de un modo u otro. Ser persona es por sí mismo valioso, y la meta de la moral consiste
en querer serlo por encima de cualquier otra meta: en querer tener una buena voluntad. La razón
que da esas leyes morales no es la prudencial ni la calculadora, sino la razón práctica, que orienta
la acción humana de forma incondicionada.
Para saber que una norma es una ley moral, dada por la razón práctica, Kant propone
someter cada norma al test del imperativo categórico. A continuación tienes dos de las
formulaciones del mismo.

- Formulaciones del imperativo categórico:


1- Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal.
2- Obra de tal modo que trates la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier
otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca como un medio.

En opinión de Kant, una persona es autónoma cuando no se rige por lo que le dicen,
pero tampoco sólo por sus apetencias o por sus instintos, que al fin y al cabo, no elige tener, sino
por un tipo de normas que cree que debería cumplir cualquier persona, le apetezca a él
cumplirlas o no. Esas normas serán las propias de cualquier ser humano. Un ser capaz de actuar
de este modo y que es valioso en sí mismo no puede, según Kant, venderse en el mercado por un
precio, porque para eso habría que fijarle un equivalente. Pero, ¿por qué podemos intercambiar a
un ser humano?, ¿cuál es su equivalente?, ¿cuál es su precio? La respuesta de Kant es clara: los
seres humanos no tienen precio, no pueden intercambiarse por un equivalente, sino que tienen
dignidad. Son dignos de todo respeto.
2.5 La tradición dialógica
La tradición dialógica arranca de Sócrates, filósofo griego del siglo V a.C., y resurge con fuerza
en la ética discursiva creada por Karl Otto Apel y Jürgen Habermas. Ambos autores creen
que la aportación kantiana es óptima, pero adolece de un defecto: considerar la racionalidad
moral "monológica", cuando en realidad es dialógica. Las personas no llegamos a la conclusión
de que una norma es ley moral o es correcta individualmente, sino a través del diálogo con los
demás.
Supongamos que queremos averiguar si una norma es moralmente correcta o no. La ética
del discurso propone someterla a un diálogo en el que participen todos los afectados por la
norma, diálogo que recibirá el nombre de discurso. Ahora bien, una vez finalizado el discurso,
la norma sólo se declarará correcta si todos los afectados por ella están de acuerdo en darle su
consentimiento, porque satisface, no los intereses de la mayoría o de un individuo, sino intereses
universalizables. El acuerdo al que lleguemos no será un pacto estratégico, en el que los
interlocutores se instrumentalizan recíprocamente para alcanzar cada uno sus metas individuales,
sino el resultado de un diálogo en el que se aprecian como interlocutores igualmente facultados, y
tratan de llegar a un acuerdo que satisfaga intereses universalizables. Así pues, la racionalidad de
los pactos es una racionalidad instrumental, mientras que la racionalidad de los diálogos es
comunicativa y tiene en cuenta los intereses de todos.

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Al igual que Kant, los partidarios de la ética del discurso centran su preocupación en la
dignidad humana. Ahora bien, ¿de qué somos dignos los seres humanos? La ética del discurso
afirma que cada persona ha de reconocerse como interlocutor válido en cuantas normas le
afecten. Por lo tanto, cuando se delibere sobre la corrección de esas normas, somos dignos de ser
tenidos en cuenta en las decisiones: tenemos que poder participar en los diálogos en las
condiciones más próximas posible a la simetría:
- Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en el discurso
- Cualquiera puede problematizar cualquier afirmación
- Cualquiera puede introducir en el discurso cualquier afirmación - Cualquiera
puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades
- No puede impedirse a ningún hablante hacer valer sus derechos, establecidos en las
reglas anteriores, mediante coacción interna o externa al discurso.

3.1 Relación entre ética y política

3. Ética y Política

Resulta innegable la pertinencia del análisis de la relación entre ética y política. La


relación entre la ética y la política ha sido siempre un tema inevitable por una razón esencial:
ambas, al menos en su sentido filosófico y desde su propia identidad, tienden al mismo fin: el
bien.
La política, desde Aristóteles, en la obra del mismo nombre y del mismo autor, es
considerada el arte del bien común; la ética, carácter y comportamiento atribuible a una
comunidad determinada, la acción que persigue un fin. Ese
fin es el bien. “El bien es el fin de todas las acciones del hombre”, dice Aristóteles en las
primeras palabras que inician la Ética a Nicómaco1.
Toda polis tiene un ethos. En consecuencia, la política entendida como quehacer de la
polis, como desarrollo de un conjunto de tácticas y estrategias, es el ámbito en el cual el ethos se
realiza como ética. Por eso, para los griegos, era un sinsentido la existencia de la política sin la

1 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco.


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ética, porque toda política, debe ser una ética en su desarrollo. Entre ambas hay una serie de
nexos que hacen de ellas un complejo tejido: objetivo, intención, adecuación entre medios y
fines, justificación racional del porqué y para qué de las acciones.
Estas ideas elementales con las que los griegos fundaron la filosofía, la ética y la política,
siguen siendo la justificación racional y moral del poder, a pesar de haber sido reiteradamente
violentadas por los hechos. No obstante las repetidas violaciones del poder a la razón y la ética,
nunca antes, sino hasta ahora, se ha pretendido justificar el poder por el sólo hecho de existir,
mutilándolo de todo referente moral, al elevar a la categoría de norma la afirmación de que los
hechos son en ellos mismos su propia moral y que lo que es debe ser.
Esta es la gran ruptura ética de nuestro tiempo, que plantea un desafío que por su
profundidad y dramatismo no tiene precedentes desde el fin de la Edad Media, cuando el ser
humano respondió con la razón y el humanismo al gran vacío dejado por el fin de una era.
Aunque la separación entre la Ética y la Política está en el origen mismo de la Era Moderna, El
Príncipe de Nicolás de Maquiavelo (1513), la Ética, que no es sujeto de su interés, sobrevive en
otro plano diferente al de la política, el de la esfera de la moral individual interior. A pesar de
ello, la Política, identificada a esas alturas exclusivamente con el poder y desprovista de su
objetivo teleológico y ético, el bien común, sigue normada por el ejercicio de la voluntad.
Más profunda que esa crisis que se produjo en los comienzos mismos de la Modernidad,
es la que se plantea hoy en un momento considerado para algunos el final de la Era Moderna;
pues aquí la Política no viene determinada más por la voluntad humana, sino por el Mercado y
sus infalibles leyes, que supuestamente gobiernan sin necesidad de la participación de esa
voluntad. El destino de la sociedad es así transferido a un mecanismo automático ajeno al ser
humano. He ahí el núcleo del problema ético y político de nuestro tiempo.
El ser humano se diferencia del resto de las criaturas por conferir una finalidad consciente
a sus acciones; y aunque no siempre lo haga y con frecuencia actúe mecánicamente, siempre tiene
la posibilidad de darle uno u otro sentido a sus acciones y de reaccionar de una u otra manera ante
los acontecimientos que le afectan. Si bien es cierto que no puede decidir sobre todas las cosas
que le pasan, pues hay cosas que ocurren sin su voluntad y contra su voluntad, sí puede decidir
cómo reaccionar ante los acontecimientos. En eso consiste su libertad.
En eso consiste la Filosofía, y particularmente la Ética, en dar la posibilidad de conferir
sentido a su actuar y de adoptar determinada conducta ante las cosas que le ocurren.
La Política viene del griego Polis, el Estado-Ciudad que abarca tanto al Estado como a la
Sociedad Civil. Y si bien para Aristóteles en su obra La Política 2, esa forma de asociación, el
EstadoCiudad era un hecho necesario y natural, su organización y comportamiento, es decir, la
Política, debía estar sometido a ese conjunto de normas reguladoras de su conducta. Esto es,
debía sustentarse en la Ética y subordinarse a ella. He ahí la relación originaria en la filosofía
griega entre Ética y Política.
La política, en la obra del mismo nombre de Aristóteles y en La República de Platón 3, es
la justicia; es el valor ético principal sobre el cual debe montarse el quehacer político. El fin de la
Política es obtener la justicia; el contenido de la Ética es la justicia, y la justicia, según Ulpiano
es: dar a cada uno lo suyo, no hacer daño a los demás y vivir honestamente. El valor ético griego
se transforma posteriormente en el Derecho Romano en categorías jurídicas y normativas.

2 ARISTÓTELES, La Política.
3 PLATÓN. República.
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Pero en el pensamiento griego la Ética es la esencia de la Política. La política, para


Aristóteles, es el arte del bien común, por lo mismo, un ejercicio obligatorio para todo ciudadano
ateniense que como tal debía participar en el reflexionar y en el quehacer de la polis griega. De
esta manera la política no estaba reservada solamente a una cúpula, sino que era parte normal del
quehacer de todo ciudadano, cualquiera fuera su función en la sociedad y en el Estado griego.

En la Modernidad, sin embargo, ambas categorías, la ética y la política, han sido


excluyentes. La política moderna, que, como ya vimos, data de 1513, fecha de aparición de El
Príncipe de Nicolás de Maquiavelo, arranca, precisamente, de la supresión de la ética como
categoría política y, correlativamente, de su fundamentación sobre otros supuestos y no sobre los
supuestos éticos que estuvieron en su origen y en su razón primera. El mundo moderno día a día
se fue alejando cada vez más de los presupuestos morales en el quehacer político; cada día la
política se transforma en un valor en sí mismo y no en algo subordinado y sustentado sobre los
principios morales, y cada día sus errores y horrores involucran a la humanidad en un torbellino
que pareciera a veces indetenible.

3.1 Tensión entre ética y política


Muchos autores buscan una síntesis entre ética y política, sin negar que haya siempre una tensión
entre ambas, como dice Aranguren4, puesto que la política es un campo de acción que tiene una
lógica propia que hay que entender; supone sentido de la realidad, de las posibilidades y
oportunidades. Mientras que la ética se mueve en el plano del deber ser y del sentido. Pero nada
de lo que tiene que ver con la realización humana puede considerarse al margen de la ética, ni
ésta puede ser concebida como una torre de marfil ajena a la realidad. La acción humana nunca es
perfecta, lo que importa es iluminarla desde la ética. La ética política es la tensión práctica en las
acciones políticas.
La ética como propuesta de vida buena o de sentido tiene dos funciones principales en
relación con la política (y a la vida). La primera es una función crítica, que desenmascara o
denuncia lo que es inhumano o deshumanizante en la vida personal, en la sociedad y en la
historia. Ciertas situaciones suscitan una "indignación ética". La segunda es una función utópica,
que proyecta y propone un ideal de realizaciones humanas, utopía, esperanza, sentido, que
impulsa a buscar una sociedad mejor, a experimentar y ensayar formas de vida nuevas.
Estas funciones de la ética suponen criterios morales. Emanuel Kant desarrolló dos que no
han sido superados. El primero es la universalidad, es decir, que la norma que pensamos aplicar
pueda valer para todos. Hay que preguntarse qué pasaría si todos actuaran del modo propuesto.
Este es un criterio formal de validez. El segundo criterio, el más importante, es que las personas
son fines en sí, tienen dignidad (no precio ni son cosificados), merecen respeto. Toda persona
debe ser tratada como un fin en sí misma, y nunca sólo como un medio. Este es el imperativo
categórico o principio moral central. También es el sentido de la historia, la utopía o ideal de
sociedad, donde las personas sean tratadas como lo más valioso. Estos criterios morales permiten
un juicio ético sobre los sistemas sociales y sobre los proyectos políticos, los que sólo pueden
considerarse humanizadores si toman al ser humano como sujeto, como persona moral y no mero
objeto cosificado.

4 ARANGUREN, José Luis L., Ética, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1968. Ética de la felicidad y otros lenguajes,
Ed. Tecnos, Madrid, 1989
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La ética en política no es una traba ni una debilidad, sino una fuerza. La ética no es
contraria a la política, aunque exista una permanente tensión entre ambas. La política gana
legitimidad y sentido cuando incorpora criterios éticos en su accionar. Es otra manera de ser
eficaz, menos inmediata, pero más profunda y duradera, que mantiene el ánimo y la confianza en
la sociedad y por ello tiene la inclinación de buscar el bien común de la sociedad, la igualdad y de
alguna manera la preferencia por los pobres.
Es la indignación ética la que motiva la protesta ciudadana ante la corrupción y el
autoritarismo. Lo que demuestra que no todo está corrompido en nuestra sociedad. Por el
contrario, existen muchas reservas éticas y mucha gente con una trayectoria honesta.
Eso demuestra también que la ética es un resorte poderoso de movilización política.
Además, es un resorte interno de cada persona. La ética parece débil, pues no tiene y no debe
tener un policía que la haga cumplir. Pero de esa aparente debilidad viene su fuerza, porque su
poder reside en la libertad y la conciencia humana. Por eso es el último y muchas veces decisivo
reducto de la resistencia ante el abuso y la injusticia.
Aunque muchos teoricen por la separación y división de la ética y la política, creemos
firmemente que ambas se necesitan para la consecución del bien común que es el fin de la
política y su aliado para conseguir es evidentemente la ética. Nosotros no tomamos posición ni
por el relativismo político que separa de la política la ética ni por el moralismo religioso que ve la
política como el campo del accionar del diablo, sino que tomamos partido por una conciliación,
por una alianza entre ambas, ya que sólo así la política puede llegar a cumplir su verdadero rol y
la ética sólo así puede quedar satisfecho por ser parte en la búsqueda del bien común de la
sociedad.

4. Ética y Ciudadanía.
La humanidad se caracteriza por la solidaridad que tienen los seres humanos entre ellos,
para poder acoplarse a su medio entorno y se relaciona con la ciudadanía por que apoyan a los
ciudadanos en sus problemas, buscando valer sus derechos y deberes demostrándolo ante el país.
Asimismo, la nacionalidad aparece en la época de las grandes revoluciones francesas y
americanas, porque era la unidad política más importante y al transcurrir el tiempo paso a ser un
elemento del estado y hoy día aparece su origen como una condición de convivir con los
ciudadanos y que cada ser social mantenga sus cualidades y sus deberes quedando al margen de
su entorno social.
Es por ello que el ciudadano y la ciudadanía se asocian a las relaciones de poder o de
posesión de los hombres para garantizar los derechos formalizados en la constitución, indagando
la mejor participación de los habitantes en los argumentos que relacionan el bienestar colectivo y
público.
En síntesis, la ciudadanía queda como un fragmentado como una responsabilidad u
obligaciones, las cuales son esenciales para el desarrollo de la sociedad que permita encaminar
sus actividades en función al mejoramiento económico, personal y social buscando la estabilidad
de la población. Como lo plantea Gladys Fava (2000), citada por Alberich (2004) en su guía
práctica de la participación ciudadana que destaca lo siguiente:
“Nuestra época esta asignada fundamentalmente por el cambio vertiginoso, cambios
tecnológicos, cambios en la estructura familiar y social, cambios en los valores que rigen la
conducta de jóvenes y adultos. En esta época de cambios superficiales y profundos se hace
necesario recurrir a aquello que nos vuelve; en nuestra búsqueda llegamos a la raíz de la ética

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de la educación, y al analizarla podemos advertir que entre formación ética y formación


ciudadana hay una fuerte implicación”.

De acuerdo a este autor la sociedad cada vez poseen cambios diversos y frecuentes porque
están en la exploración de mayor responsabilidad u atenciones y que se cumplan con los deberes
a fin de rescatar los valores perdidos. Es evidente que la ciudadanía tiene relación con la ética, ya
que la misma se adquiere a través de las costumbres, tradiciones que le enseñan al ser humano
dentro del entorno familiar.
En tal sentido que ambas se relacionan como miembros de una familia porque en las
mismas predomina con totalidad la responsabilidad, la justicia, libertad, pertinencia, desigualdad
y respeto, tomando en cuenta estos aspectos directamente vinculados a la relación del individuo
consigo mismo y con el estado, ya que los mismos se deben tener en cuenta como derechos y
deberes, pero con poder moral y social. Asumiendo la formación de una comunidad con
importantes valores humanísticos de igualdad, de moralidad, de la no discriminación y de los
medios culturales ya que, de no estar presente no se estarían hablando de nacionalidad.
De igual manera, la ciudadanía, se asume con criterios realistas tomando en cuenta que se
considera la identidad, inmigración, nacionalidad, globalización, igualdad tanto para hombres y
mujeres apostando siempre a la consolidación de seres éticos y morales de una misma
procedencia.
En este contexto, se hace referencia a la formación del ciudadano y por ende se vincula
con la educación catedrática de ética y docencia, en la que se pretende y se espera formar a
personas con al tas competencias, y para asumir el compromiso y aquellas garantías
contempladas en el país a las que se le llaman deberes y derechos existentes en la patria y que
directamente reclaman el discurso de hombres y mujeres para el progreso nacional.

BIBLIOGRAFÍA
• ARANGUREN, José Luis L., Ética, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1968. Ética de la
felicidad y otros lenguajes, Ed. Tecnos, Madrid, 1989.
• ALBERICH, T (2004) Guía practica de la participación ciudadana. Dykinson
• SERRANO CALDERA, Alejandro, Polis, Revista Latinoamericana, n° 10, 2005,
CISPO, Santiago. Disponible en http://polis.revues.org/7541
• Disponible en http://recursostic.educacion.es/secundaria/edad/4esoetica/quincena3/
index_quincena3.ht m

Eje 2.- La argumentación y la ética


1. El lenguaje moral: 1.1 Las tres dimensiones de las expresiones lingüísticas 1.2 Los enunciados morales como
prescripciones 2. Estrategias de argumentación moral. 3. Fundamentar lo moral nos aleja del fundamentalismo 2.
Modelos y métodos en educación moral.
3. Valores, actitudes y normas.
4. Las teorías de los valores: La problemática de la evaluación de los valores y las actitudes.
1. El lenguaje moral
En nuestra vida cotidiana emitimos continuamente juicios morales, por ej.: "Esta situación es injusta",
"Pedro es honrado", "El terrorismo es moralmente inaceptable", etc.; Sin embargo, ante semejantes
expresiones cabe preguntarse qué expresan en realidad: ¿Forman parte del lenguaje emocional, por medio
del cual comunicamos nuestros sentimientos? ¿Son parte del lenguaje religioso, mediante el cual

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exponemos nuestras creencias más o menos indemostrables? ¿Acaso pueden considerarse expresiones que
hablan de hechos, y por lo tanto podrían agruparse en torno al lenguaje factual de las ciencias empíricas?
La cuestión es hasta qué punto las expresiones que llamamos morales constituyen un tipo específico de
discurso, distinto de otros discursos humanos, y para aclararla tendríamos que señalar aquellos rasgos que
diferencian al discurso moral frente a los demás tipos de discurso. Esta cuestión viene preocupando a los
filósofos desde antiguo, aunque se manifiesta mucho más nítidamente a partir del llamado "giro
lingüístico" de la filosofía contemporánea.
En efecto, desde principios del siglo XX se observa un progresivo desplazamiento en cuanto al punto de
partida de la reflexión filosófica: ya no es el ser, ni la conciencia, sino el hecho lingüístico, esto es, el
hecho de que emitimos mensajes que forman parte del lenguaje. Tanto el neopositivismo lógico como la
filosofía analítica hicieron posible este cambio en el punto de partida al insistir en la necesidad de aclarar
los significados de las expresiones que tradicionalmente forman parte de la filosofía, ya que, de este modo,
se podrían descubrir muchas de las incongruencias e incorrecciones que a su juicio constituyen la base de
casi todos los sistemas filosóficos tradicionales. Sin embargo, a pesar de que la intención manifiesta de
muchos de los miembros de las dos corrientes citadas era la de "disolver los problemas filosóficos"
mostrando que, en realidad, no eran más que "pseudo problemas", los resultados de las investigaciones
emprendidas no han borrado las cuestiones filosóficas, sino que más bien han contribuido a enfocarlas de
una manera distinta, y sin duda han ayudado a plantear mejor la mayoría de las cuestiones, aunque por sí
solos no las resuelven.

1.1 Las tres dimensiones de las expresiones lingüísticas


Ante todo es preciso distinguir en toda expresión lingüística tres dimensiones distintas: la sintáctica, la
semántica y la pragmática.
La dimensión sintáctica se refiere a la relación que hay entre una expresión y las demás expresiones
dentro del mismo sistema lingüístico. Existen reglas sintácticas (a menudo llamadas también "reglas
gramaticales") que establecen cómo ha de construirse una expresión para que pueda considerarse aceptable
dentro de una determinada lengua o código lingüístico; por ej., las reglas sintácticas declaran incorrecta en
castellano la expresión "una justo exige reivindicación ellas", y en cambio nada tienen que objetar a esta
otra: "ellas exigen una reivindicación justa". La construcción sintáctica correcta es una condición
indispensable para una comunicación fluida entre los hablantes, de modo que cualquier expresión que
pretenda tener sentido intersubjetivamente deberá atenerse a las reglas sintácticas del código lingüístico
que se esté utilizando.
La dimensión semántica pone de manifiesto que en todo lenguaje natural se establecen ciertas relaciones
entre los signos (palabras) y los significados a que se refieren tales signos. Los significados previamente
establecidos funcionan también a modo de reglas para la construcción de frases con sentido; por ej., la
frase "este robo amarillo llueve" es sintácticamente correcta, pero semánticamente no parece adecuada, al
menos en su sentido literal (no metafórico), puesto que el término "robo" en castellano carece de un
significado que sea compatible con tener color y con formar parte de la lluvia. En general, salvo que se
esté utilizando alguna licencia poética que los interlocutores conozcan, la observancia de las reglas
semánticas es necesaria para una comunicación efectiva entre quienes comparten una determinada lengua.
Por último, la dimensión pragmática hace referencia a la relación entre las expresiones lingüísticas y los
usuarios de las mismas. Una misma expresión puede ser utilizada de muy distinto modo (y en
consecuencia adoptar un significado distinto) según la entonación del hablante, según el contexto o
situación en que se emite, según el rol social de quien la emite, etc. Desde este punto de vista, también
podemos hablar de ciertas "reglas pragmáticas" que rigen la significación de las expresiones lingüísticas;
por ej., si nos preguntamos qué significa en castellano la expresión "aquí se va a repartir leña", nos vemos
obligados a decir que eso depende de quién lo diga, en qué tono y en qué situación, puesto que la misma
frase significa algo muy distinto si se profiere en tono de amenaza o en tono meramente informativo, etc.
Además, en cada lengua existen ciertas implicaciones pragmáticas de las expresiones utilizadas; así,
supongamos que estamos hablando acerca de un futbolista que pertenece a la etnia gitana y decimos de él,
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entre otras cosas, que "es una honra para su raza"; en principio cabe entender que estaríamos implicando
pragmáticamente la racista afirmación de que "el resto de los gitanos no valen gran cosa".
En consecuencia, el significado preciso de una expresión cualquiera no puede conocerse hasta que se
dispone de la necesaria información sobre la dimensión pragmática de la misma. Y más aún: sólo un
análisis que tenga en cuenta la totalidad de las reglas que rigen sobre el empleo de una expresión puede
arrojar luz sobre dicha expresión; un análisis semejante mostraría la gramática lógica de la expresión en
cuestión. Por tanto, a la hora de analizar las expresiones que llamamos "morales" habremos de tener en
cuenta la gramática lógica de las mismas, y a partir de ahí dilucidar hasta qué punto está justificado que
sigamos manteniendo una denominación especial para las mismas, esto es, en qué medida existen rasgos
distintivos de las expresiones morales frente a otros tipos de expresiones.

1.2 Los enunciados morales como prescripciones


La tarea de análisis lógico del lenguaje moral que han llevado a cabo relevantes especialistas
(particularmente los seguidores del Wittgenstein de las Investigaciones), nos permite esbozar los rasgos
propios del discurso moral.
Los juicios morales pueden considerarse, en general, como prescripciones, esto es, como expresiones
destinadas a servir de guía para la conducta propia y como patrón o medida del valor o disvalor de la
conducta ajena. Ante todo, los juicios morales se refieren a actos libres y, por tanto, responsables e
imputables, y en esto coinciden con las prescripciones jurídicas, sociales y religiosas. Pero lo moral
aparece también como una instancia última de la conducta, de igual modo que lo religioso. Por otra parte,
en contraposición a los imperativos dogmáticos (del tipo "debes hacer esto porque sí, porque se te
ordena"), las prescripciones morales presentan un carácter de razonabilidad, es decir, se expresan como
conteniendo de modo implícito las razones que avalan sus mandatos (por ej., "no debes mentir" es una
prescripción que lleva aparejado el argumento de que sin ella no sería posible confiar en la comunicación
mutua).
Ahora bien, las características específicas de las prescripciones morales serían, a nuestro juicio, las
siguientes:
a) La auto obligación que consiste en el hecho de que las normas morales no pueden cumplirse sólo
externamente, sino en conciencia. Pero también ciertas normas religiosas quedan desvirtuadas si no se
aceptan en conciencia sino exteriormente. Lo que caracteriza a la auto obligación moral frente a la
religiosa no es tanto la admisión en conciencia de la prescripción, sino el hecho de que surja del hombre
mismo y a él obligue, sin emanar de una autoridad distinta de la propia conciencia humana.
b) Por otra parte, quien se siente sujeto a este tipo de obligación llamada moral, la extendería a todo
hombre, característica a la que se denomina habitualmente universalizabilidad de los juicios morales.
Frente a las prescripciones jurídicas y sociales, aplicables a un grupo humano; y frente a las religiosas, que
sólo pueden exigirse en conciencia a la comunidad de los creyentes, los imperativos morales se presentan
como extensibles a todo ser humano, bajo su faz de proposiciones sintéticas a priori.
c) En tercer lugar, las prescripciones morales se presentan con carácter incondicionado. Este carácter
de incondicionalidad de los imperativos morales ha sido cuestionado en nuestro tiempo por parte de
algunos especialistas. Afirmarlo parece conducir a una ética de la intención, frente a la ética de la
responsabilidad. Sin embargo, pese a que es preciso decantarse por una ética de la responsabilidad, puesto
que no podemos desentendernos de las consecuencias de las acciones, consideramos que es necesario
mantener el carácter incondicionado de los imperativos morales, al menos como ideal regulativo. Porque
la reducción de todo imperativo a los condicionados podría comportar a la larga la muerte de lo moral. El
análisis de las excepciones es siempre interesante y necesario, pero la eliminación del carácter
incondicionado nos parece desaconsejable.
d) Una nueva característica consistiría en la prohibición de deducir enunciados prescriptivos a partir
de enunciados fácticos. Pero también esta afirmación debe ser precisada: como veremos en este mismo
capítulo, los juicios de deber moral no pueden derivarse de constataciones empíricas, porque de los hechos
empíricos no puede surgir obligación alguna. Pero tal vez sí que tengan que ser justificados sobre la base
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de "juicios de hecho no empíricos". Si hemos admitido la razonabilidad como una nota de la moralidad,
nos vemos obligados a defender un modo de razonar no meramente deductivo, que se apoye en enunciados
sobre hechos canónicos, o bien en buenas razones. La cuestión de qué tipo de razones pueden contar como
"buenas" en una argumentación moral es lo que nos va a ocupar en el apartado siguiente.

2. Estrategias de argumentación moral


Como acabamos de decir, uno de los rasgos más característicos del fenómeno moral es el hecho de que
argumentamos ante los demás y ante nosotros mismos para justificar o para criticar acciones, actitudes o
juicios morales, tanto propios como ajenos. Por medio de la argumentación tratamos de poner de relieve
que tales acciones, actitudes o juicios tienen sentido si realmente se apoyan en razones que consideramos
adecuadas, o bien, por el contrario, carecen de sentido por no tener una base en tales razones. De ahí que la
argumentación moral consista, en primera instancia, en la exposición de las razones que se consideran
pertinentes para avalar o descalificar alguna acción, actitud o juicio moral.
Annemarie Pieper ha distinguido seis tipos de estrategias argumentativas destinadas a mostrar las
"buenas razones" que normalmente se aceptan como tales en la vida cotidiana, aunque ella misma explica
que algunas de esas estrategias no son válidas. Comentaremos a continuación dichas estrategias desde
nuestro propio punto de vista.
a) Referencia a un hecho, como ocurre cuando a la pregunta de por qué hemos ayudado a alguien
respondemos que "es nuestro amigo", o "había pedido ayuda" o algo parecido. En tales casos se está dando
por supuesta la existencia de alguna norma moral compartida que indica el deber moral de ayudar a los
amigos, o a las personas que solicitan ayuda, etc. De este modo, la referencia al hecho aducido es, en
realidad, una referencia a la norma que se supone correcta por parte de uno mismo y por las personas a
quienes dirigimos el argumento. Por tanto, la alusión a hechos sólo puede considerarse como un
argumento válido cuando la norma subyacente sea realmente correcta y no un mero prejuicio.
Ahora bien, la comprobación de la corrección de la norma supone un nuevo paso en el proceso
argumentativo: el intento de mostrar que la norma en cuestión satisface determinados requisitos por los
cuales se la puede considerar como moralmente válida. En este punto es en el que intervienen las distintas
teorías éticas: unas dirán que la norma es correcta porque forma parte de la práctica de una virtud
determinada (aristotelismo), otras aducirán que suele promover el mayor bien para el mayor número
(utilitarismo), otras afirmarán que defiende intereses universalizables (kantismo), etc. Puede ocurrir que
adoptemos una teoría ética en particular para justificar la norma en cuestión, o tal vez podamos justificarla
desde varias de esas teorías a la vez. Pero también puede ocurrir que una norma aparezca como justificable
por una teoría ética y como injustificable por otra u otras. En tal caso nos veríamos obligados, en última
instancia, a justificar la elección de la teoría ética utilizada. Este nuevo paso en el proceso argumentativo
correspondería a lo que aquí entendemos por argumentación ética propiamente dicha.
b) Referencia a sentimientos. En este caso se intenta justificar una acción, actitud o juicio moral
mediante el recurso a los sentimientos propios o a los del interlocutor: "lo hice porque me dio miedo dejar
las cosas como estaban", "lo que hiciste fue fruto de que tú odias el vicio", etc. Sin embargo, este modo de
argumentar es totalmente insuficiente desde el punto de vista moral, puesto que la presencia en nuestro
ánimo de un sentimiento cualquiera sólo ayuda a explicar las causas psicológicas de la acción, pero no
basta para mostrar la corrección o incorrección moral de la misma. Nuevamente es preciso recurrir al
análisis de la norma que se haya dado por supuesta en el caso en cuestión. Por ej., puede ser que una
persona adulta justifique el haber requisado una navaja a un menor de edad diciendo que "le daba miedo
verle jugar con ella"; en realidad, lo que subyace en este caso es una norma, que habitualmente
consideramos correcta, según la cual es preciso prevenir daños a los niños; en consecuencia, lo que
justificaría en este caso la acción no es el miedo del adulto, sino la evitación de unas consecuencias
previsiblemente dañinas. La cuestión de si en ese caso concreto era realmente obligado requisar la navaja,
o por el contrario esa acción constituyó un abuso por parte del adulto, es una cuestión de interés moral que
sólo puede resolverse racionalmente si se tienen a la vista todos los datos de la situación y se dispone de
una actitud imparcial para ponderarlos. Cuestión distinta es la que se refiere a la corrección de las normas
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que aquí entrarían en juego, a saber, la ya mencionada de evitar daños a los niños, y la que prohíbe a los
adultos cometer abusos de autoridad: para saber si tales normas son correctas tendríamos que apelar a
alguna de las teorías éticas, y eventualmente justificar la elección de la misma mediante una
argumentación ya no moral, sino ética.
c) Referencia a posibles consecuencias. En el ejemplo del párrafo anterior hemos visto que una
persona podía justificar una determinada acción por referencia a una norma que indica que es obligada la
evitación de posibles daños a los niños. En ese ejemplo se observa que la atención a las posibles
consecuencias de los actos es una cuestión moralmente relevante. De hecho, para la teoría ética utilitarista
ése es el único y definitivo criterio moral: se considera buena toda acción que genere un mayor saldo neto
de utilidad posible (en el sentido de goce, placer, alegría, satisfacción sensible), y una menor cantidad de
daño (en el sentido de desdicha, sufrimiento, dolor, pena). La variante denominada "utilitarismo de la
regla" aconseja no plantear la cuestión de la utilidad frente a cada acción por separado, sino más bien
cumplir las normas que la experiencia histórica ha mostrado eficaces para tal fin, dado que la propia
estabilidad de las normas se considera globalmente beneficiosa.
Sin embargo, en la actualidad existe un amplio consenso entre los especialistas con respecto a la
necesidad de hacerse cargo responsablemente de las consecuencias de los actos. Esto significa que ya no
es sólo el utilitarismo la teoría ética que tiene en cuenta las consecuencias para juzgar sobre la corrección o
incorrección de una acción o de una norma, sino que hoy en día cualquier otra ética admite que no sólo es
importante la voluntad de hacer el bien, sino asegurarse, en la medida de lo posible, de que el bien
acontezca. Ahora bien, la pretensión del utilitarismo de que la atención a las consecuencias positivas o
negativas de la acción o de la norma es el único factor a tener en cuenta en la argumentación moral,
plantea gran cantidad de interrogantes que no han sido satisfactoriamente resueltos por sus partidarios. Por
una parte, hay ocasiones en las que una acción puede ser moralmente obligada, a pesar de que de ella no
puedan esperarse consecuencias beneficiosas para nadie, e incluso implique cierta cantidad de dolor y
sufrimiento para algunas. Por otra parte, el utilitarismo no es capaz de dar razón del hecho de que
generalmente consideramos moralmente valiosos los sacrificios de sus propias vidas que llevaron a cabo
personajes como Sócrates, Jesucristo o los mártires cristianos, dado que, conforme a la visión utilitarista,
estas personas pusieron en peligro sus vidas y las de sus amigos sin que pudieran prever unas
consecuencias positivas de la actitud que adoptaron. Además, se han planteado algunos casos más o menos
hipotéticos en los que se muestra que la concepción utilitarista se vería obligada a conceder, conforme a
sus propias premisas, que una persona inocente debería ser sacrificada si con ello se contribuye a la mayor
felicidad del mayor número.
En síntesis, la argumentación moral debe tener muy presentes las consecuencias previsibles de las
acciones o de las normas con respecto a los posibles beneficios o perjuicios para las personas, pero no
debe limitarse a examinar esta cuestión, sino atender también a otros factores de la moralidad que venimos
comentando.
d) Referencia a un código moral. En los párrafos a y b ya anunciábamos que la referencia a un hecho
y a un sentimiento suele llevar implícita la alusión a alguna norma concreta que se supone vigente por
parte de la persona que argumenta. En efecto, la manera más corriente de justificar una acción, una actitud
o un juicio moral es aducir la existencia de una norma determinada que se considera vinculante para uno
mismo y para aquellos a quienes se dirige la argumentación. Por ej., una persona puede decir que la razón
por la que se niega a hacer horas extras en su trabajo es que reconoce un deber de solidaridad con quienes
carecen de empleo. A su vez, esta persona puede argumentar que esta norma forma parte de un código
moral más amplio, en el que el imperativo de la solidaridad va aparejado con otros imperativos de
igualdad, de libertad, de defensa de una vida digna, etc.
Para averiguar hasta qué punto una argumentación moral de este tipo es racionalmente aceptable, hay que
plantearse una doble cuestión: en primer lugar, si efectivamente la norma invocada es en realidad parte del
código moral al que pretende acogerse, no sea que la interpretación que se hace de ella sea incongruente o
inadecuada; en segundo lugar, si el propio código moral al que se apunta está suficientemente
fundamentado como para considerarlo racionalmente vinculante. La primera cuestión es netamente moral,
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propia de la discusión interna entre quienes comparten un código moral determinado. En cambio, la
segunda cuestión forma parte de la discusión ética, puesto que nos lleva a plantearnos la difícil cuestión de
sopesar las pretensiones de racionalidad de distintos códigos morales. Esta cuestión forma parte de lo que
entendemos por tarea de fundamentación que ha de llevar a cabo la Ética como Filosofía Moral.
e) Referencia a la competencia moral de cierta autoridad. Algunas personas tratan de justificar sus
opciones morales recurriendo a cierta "autoridad competente" a la que consideran suficientemente fiable.
Dicha autoridad competente en materia moral suele ser una persona o institución (los padres, el grupo de
amigos, el presidente del partido, el tribunal de justicia, el Papa, etc.) ajena al propio individuo, pero
también puede ser él mismo cuando se da el caso de que ha alcanzado el puesto de dicha autoridad. La
argumentación moral que se basa en este tipo de referencias consiste en afirmar que la acción moral a
justificar es congruente con la norma emanada de la autoridad moral.
Esta forma de argumentación es, en principio, sumamente endeble, puesto que lo que hace confiable una
norma no es quién la dicta, sino qué validez racional posee. Naturalmente, puede haber muchos casos en
los que las normas emanadas de la autoridad en la que uno confía sean plenamente razonables y válidas,
pero no es posible garantizar a priori semejante coincidencia. Además, la referencia a una autoridad moral
no tiene por qué ser aceptable para cualquier interlocutor, dado que en cuestiones morales no existe ni
puede existir una autoridad semejante a la autoridad política o religiosa.
Como han visto muy bien Piaget y Kohlberg, la argumentación basada en la heteronomía supone un
menor grado de madurez moral que el de la persona que es capaz de enfocar de modo autónomo a partir
de principios racionales la justificación de sus propias acciones. Esto no significa que se deba o se pueda
prescindir de las orientaciones de otras personas, pero tales orientaciones no deben tomarse como
imperativos totalmente vinculantes, sino como consejos que uno puede tener en cuenta para, finalmente,
tomar responsablemente la decisión que la propia razón considere como buena.
f) Referencia a la conciencia. En la vida cotidiana hay multitud de ocasiones en las que se apela a la
propia conciencia para justificar acciones, actitudes o juicios morales. En principio, hay que reconocer que
este tipo de justificación goza de un prestigio fuertemente arraigado en la tradición moral de Occidente, al
menos desde Sócrates. Ahora bien, cualquier análisis detenido de este tipo de argumentación descubre que
la conciencia no es infalible; por el contrario, muchas veces se recurre a ella para justificar el propio
capricho o para seguir ciegamente los dictados de ciertas autoridades que han tenido influencia en el
proceso de socialización de la persona.
En consecuencia, los dictámenes de la conciencia han de ser sometidos a la misma revisión de la que
hemos hablado en los párrafos anteriores: es preciso averiguar hasta qué punto es racionalmente válida (no
confundir con sociológicamente vigente) la norma que se ha aplicado o se pretende aplicar. Para ello
hemos de recurrir a alguna de las teorías éticas, puesto que son ellas las que establecen la diferencia entre
lo racionalmente aceptable y lo que no lo es. Pero, dado que hay una pluralidad de teorías éticas, nos
vemos obligados a adoptar una de ellas justificando racionalmente nuestra elección, y de este modo nos
encontramos de nuevo en el terreno de la argumentación ética.

3. Fundamentar lo moral nos aleja del fundamentalismo


Hemos afirmado que una de las principales tareas de la ética es la de dar razón del fenómeno moral, esto
es, fundamentarlo. Pero somos conscientes de que las expresiones "fundamentar" y "fundamentación"
despiertan cierto recelo entre aquellos que suponen que existe alguna relación entre éstas y el
"fundamentalismo" entendido como una actitud de adhesión ciega, irracional y fanática a unos principios
de carácter religioso, político o filosófico. Sin embargo, creemos que no existe tal relación. Por el
contrario, fundamentar es argumentar, ofrecer razones bien articuladas para aclarar por qué preferimos
unos valores frente a otros, unas teorías frente a otras, unos criterios frente a otros. Al mostrar los
fundamentos que nos asisten para mantener lo que creemos, escapamos a la arbitrariedad y prevenimos el
fanatismo propio de la creencia ciega y de la adhesión incondicional.
Fundamentar algo significa mostrar las razones que hacen de ese algo un fenómeno coherente, razonable,
no arbitrario. Por ejemplo, supongamos que alguien preguntase por el fundamento de la actividad
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deportiva: en tal caso, quienes quisieran dar razón del deporte tendrían que exponer las razones por las que
pensamos que hacer deporte no es un absurdo; tal vez dijeran que hay razones de salud, de diversión, de
educación, de tradición, e incluso de interés económico, etc. De modo parecido, nos podemos preguntar
por los fundamentos de la moralidad, es decir, por las razones que justifican el hecho de que en todo grupo
humano haya una cierta moral, el hecho de que todos pronunciemos juicios de aprobación y de
reprobación moral, y el hecho de que, al hacer tales juicios, pretendamos estar en lo cierto sobre lo que
cualquier ser humano debería hacer en unas circunstancias determinadas. A semejante pregunta habría que
contestar enumerando las razones que hacen que este hecho lo moral o la moralidad, no sea una pura
"manía" llamada a extinguirse, ni un simple pasatiempo del que podamos prescindir. ¿Es un absurdo
seguir haciendo juicios morales? Si pensamos que no lo es, tenemos que apuntar a las razones que avalan
este tipo de conducta; si no hubiese tales fundamentos racionales, tendríamos que admitir que no hay por
qué seguir juzgando moralmente nuestros propios actos, ni los de los demás, ni las instituciones
socioeconómicas, y ya no tendría mucho sentido exigir justicia, ni elogiar virtudes, ni denunciar abusos, ni
tantas otras acciones relacionadas con eso que venimos llamando "lo moral".
Las distintas teorías éticas han tratado de fundamentar el factum de la moralidad: unas lo han hecho
partiendo del ser, otras han tomado como punto de partida un hecho de la conciencia, y por último, algunas
hoy en día parten de un hecho lingüístico, esto es, del hecho de que todos utilizamos términos y
argumentos morales en nuestro lenguaje ordinario. En cada teoría ética se persigue en todo caso el mismo
fin: investigar si una fundamentación de lo moral es posible, y en qué medida lo es. Esta fundamentación
ha de tener una forma racional, puesto que se trata de "dar razones", pero esto no significa que toda teoría
ética haya de señalar a "la razón" misma como el fundamento único de la moralidad. De hecho, algunas de
esas teorías apuntan a los sentimientos, o a las relaciones socio económicas, o a la revelación religiosa, o a
otros factores, como elementos que constituyen en última instancia el fundamento del fenómeno moral.
Lo que nos importa en este momento no es, por tanto, el contenido concreto de las distintas
fundamentaciones, sino resaltar ese rasgo común por el que todas se ofrecen como respuestas
argumentadas, racionalmente construidas, a la pregunta de por qué hay moral y por qué debe haberla. De
este modo, en la medida en que las teorías éticas son propuestas racionales, se abren al diálogo por el que
unas interpelan a otras en pos de una mayor trasparencia, una mayor coherencia y, en general, un mayor
compromiso con la realidad de la que se pretende dar cuenta: en este caso, descubrir las razones más
adecuadas para justificar la experiencia moral.

2. Modelos y métodos en educación moral


2.1 La educación moral.
Definida inicialmente como socialización, puesto que su objetivo es ayudar a los alumnos a
integrarse a la comunidad. Luego se amplía el concepto. La educación moral debe contribuir al desarrollo
de las capacidades psicológicas que forman el pensamiento y la actitud moral. Su principal objetivo es
dotar a la persona de conocimientos básicos que le permitan adquirir la autonomía para enfrentarse a
situaciones problemáticas.
La educación moral es uno de los aspectos los que más se han insistido en los últimos textos
legales y uno de los temas que sé está cuidando especialmente durante el desarrollo de la reforma del
sistema educativo. En relación con estas cuestiones sé a introducido importantes novedades, cuyo objetivo
es conseguir que la formación moral tenga un papel relevante en el conjunto de actividades educativas en
nuestras escuelas.
Aunque la educación moral no es una preocupación reciente, si lo es la voluntad actual de
convertida en uno de los pilares de la educación. También son, en buena parte, novedosos los
instrumentos, pedagógicos que se proponen para hacer posible el tratamiento de las cuestiones de valor.
Tales innovaciones parten de un espíritu educativo abierto a las cuestiones valorativas, y que los
decretos que establecen el curriculum de la educación primaria y de la educación secundaria obligatoria,
concretan cuando afirma que la necesidad de asegurar el desarrollo integral de los alumnos en esta etapa y

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las propias expectativas de la sociedad coinciden en demandar un curriculum que no se limite a la


adquisición de conceptos y conocimientos de académicos vinculados a la enseñanza más tradicional, sino
que incluya otros aspectos que contribuyan al desarrollo de las personas, como son las habilidades
practicas las actividades y los valores. La educación social y la educación moral constituyen el
fundamento elemental del desenvolvimiento educativo que ha de permitir responsabilidades en la sociedad
actual y del futuro, una sociedad pluralista, en la que las propias creencias valoraciones y opciones han de
convivir en el respeto a las creencias y valores de los demás.

2.2 Modelos de educación moral


Los diferentes Modelos de la Educación Moral surgen como respuestas concretas a las diversas
maneras de plantear la formación moral de la persona. Son 6:
• M. de transmisión de valores absolutos.
• M. de socialización.
• M. de autoconocimiento y autenticidad moral.
• M. de desarrollo de juicio moral.
• M. de adquisición de hábitos morales.
• M. de construcción de la persona moral

1-Modelos de transmisión de Valores Absolutos:


El proceso de educativo en este modelo se centra en la transmisión de valores
INDISCUTIBLES/INCUESTIONABLES E INMODIFICABLES, centrada en una concepción religiosa
del mundo o de una ideología en particular. Se los considera valores absolutos porque están vigentes en
cualquier momento y circunstancia. Para los defensores de éste Modelo, Los Conflictos Morales son
EXTERNOS al Individuo donde el objetivo es transmitir una determinada visión del mundo, una jerarquía
de valores ya establecida; La responsabilidad del Individuo pierde protagonismo y se centraliza en la
aceptación de valores impuestos por ésta doctrina, por lo que se genera un conflicto entre la forma de
pensar del individuo y la obediencia a la Autoridad (A quien corresponde establecer lo que es correcto).
Las pedagogías que responden a este modelo se basan en la imposición de valores y normas
considerados correctos por la doctrina considerada como autoridad; Los métodos utilizados para la
transmisión de valores son: La inculcación, la Instrucción, la catequesis, el adoctrinamiento o el castigo.
Este modelo resulta incompatible con una escuela plural, en la que conviven alumnos y alumnas
que profesan distintas concepciones religiosas, ideológicas o culturales.

2- Modelo de Socialización:
Éste modelo considera la educación moral socializadora en tanto que pretende insertar a los
individuos en la colectividad a la que pertenecen. En ella el papel otorgado a la SOCIEDAD es de Bien
Supremo, de Alta Moralidad y a la que todos los individuos deben someterse.
La Formación Moral es el proceso mediante el cual cada Individuo interioriza o hace suyo el
sistema de valores y normas vigentes en la Sociedad.
La principal diferencia con el modelo de transmisión de valores absolutos radica en que la escala
de valores que cada individuo debe internalizar no se basan los valores establecidos por doctrinas
religiosas ni metafísicas, si no Valores establecidos por los miembros de la sociedad, fruto del consenso y
trabajo común. Por ellos en este modelo el papel del individuo es ACTIVO.
E. Durkheim, uno de los principales referentes de éste modelo, insiste en que la persona
moralmente Adulta no es aquella que se limita a hacer suyo los imperativos sociales, sino la que se
esfuerza continuamente en comprender el sentido y la razón de ser de las leyes que la sociedad impone a
los individuos y que éstos no son libres de rechazar1.
Los elementos básicos que garantizan la socialización moral, según Durkheim, son:

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2.1- Espíritu de disciplina: La vida Moral no puede quedar a merced del azar, la indecisión o la
arbitrariedad, sino que debe ser regulada por normas sociales precisas que se impongan y pauten la
conducta de las personas. Para potenciar el espíritu de disciplina s e debe llegar a alcanzar los siguientes
Objetivos:
2.1.1 Fomentar en el alumno el GUSTO por las normas, desarrollando su capacidad de controlar
sentimientos, deseos e impulsos a los que se encuentra expuesto constantemente.
2.1.2 El desarrollo de una actitud de respeto a la Autoridad que permita valorar y apreciar las
normas en lugar de someterse en forma resignada. La obediencia a las Normas debe ser consentida y
deseada.
2.2- Adhesión a los grupos sociales: el individuo debe sentirse parte o miembro de un grupo social.
Éste grupo social o sociedad debe tener un vínculo con el interés de ésta persona que busque la renuncia a
sí mismo en beneficio del bien común. De ésta manera la Acción Moral persigue fines impersonales que
tienen por objeto la sociedad en su conjunto. Cuando un sujeto se siente integrado está dispuesto a recibir
y aceptar las normas del grupo. Por lo tanto Adhesión y Disciplina se complementan.
2.3- La autonomía de la Voluntad: consiste en aceptar voluntariamente las normas sociales. Un
individuo ejerce su libertad y Autonomía cuando se conforma con un orden de cosas porque tiene la
certeza de que es así como debe de ser.
En cuanto a la pedagogía que utiliza éste modelo, se centra en EL AULA: que es el lugar donde se
aprende a respetar las reglas y se adquieren hábitos de acción y pensamiento en común. La experiencia
vivida, la cotidianeidad hace que se establezcan lazos de solidaridad y adhesión del grupo. Se Puede sumar
a esto la elaboración colectiva de ciertos códigos, recompensas colectivas, castigos, etc. para reforzar aún
más el sentido de pertenencia al grupo.
Para que la disciplina sea un elemento que refuerce los ideales de la sociedad y la aceptación de
las normas, ésta de ser correcta y eficaz, debe tener normas claras, tener una figura de autoridad capaz de
ganarse aprecio y respeto de los alumnos (sin abuso de poder). Las sanciones o castigos deben ser
moderadas y quedar en claro que éstas son elementos que reprimen la infracción a las reglas.

3- Modelo de Autoconocimiento y Autenticidad Moral:


Éste Modelo se presenta por lo general cuando las Sociedades se hacen más plurales
(diversificada) y complejas; por lo tanto el modelo de valores absolutos entra en crisis.
La toma de decisiones no son en base a instancias Externas al sujeto, sino que cada persona toma
decisiones en situaciones conflictivas basado en una escala de valores propia en función a criterios
subjetivos.
En éste modelo no hay espacio para ningún elemento o criterio que permita establecer la bondad o
maldad de acciones (todo es subjetivo). La manera de enfrentar un conflicto de valores es apelando a la
autonomía del sujeto, según una concepción Individualista en la que nadie tiene derecho a valorar la vida
de los demás, ni los tienen en cuenta para tomar decisiones.
Desde éste punto de vista, la Educación Moral está muy limitada ya que no tiene ningún contenido
específico que enseñar ni valores concretos que transmitir, el único aprendizaje a llevar a cabo es aquel
que permita u oriente al alumno a un proceso de reflexión interior que le permita conocer sus propios
valores y le sirvan como guía de conducta ante situaciones de conflicto.
La pedagogía utilizada en éste método se basa en el Reconocimiento de los propios valores.
Consiste en estimular a los alumnos a reconocer sus valores y puedan sentirse responsables y
comprometidos con ellos. Para lograrlo el educador deberá brindar programas y experiencias que
favorezcan el AUTOCONOCIMIENTO, LA REFLEXIÓN, LA PRÁCTICA ACTIVA Y CONSCIENTE
en torno a valores morales. Así el educador evitará el adoctrinamiento, la inculcación, el convencimiento,
etc., pedagogías propias de otros Modelos.
El educador no enseñará ninguna escala de valores concretos, pero sí valorará el hecho de poseerlo
y animará a los alumnos a que descubran y construyan autónomamente los valores propios.

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Raths; Harmin y Simon elaboraron una propuesta pedagógica de clarificación de valores. Ésta se basa en
que los valores se transforman y maduran en función de las experiencias que continuamente vive cada
persona. Las etapas son: Selección, Estimación y Actuación. (Cuadro de etapas en anexo). Cuando el
individuo ha pasado por éstas etapas puede decirse que el valor determinado (o el valor en cuestión) ha
arraigado en su interior.

4- Modelos del Desarrollo del Juicio Moral


Los principales representantes de éste Modelo son J. Piaget y L. Kohlberg, niegan la existencia de
valores absolutos que deban transmitirse de generación en generación, así como también niegan que los
conflictos morales únicamente puedan solucionarse atendiendo a preferencias subjetivas. Para estos
autores la Educación Moral en sociedades abiertas y plurales debe basarse en el desarrollo del juicio
moral.
Una de las funciones de la conciencia moral es la de formular juicios sobre lo que debemos hacer
o tenemos que rechazar. Lawrence Kohlberg, psicólogo contemporáneo discípulo de Jean Piaget, ha
estudiado el desarrollo de la conciencia partiendo del análisis de los juicios morales, especialmente a partir
de los razonamientos que todos formulamos ante dilemas morales. Kohlberg llega a la conclusión que si
bien las normas morales o los valores de una cultura pueden ser diferentes de los de otra, los
razonamientos que los fundamentan siguen estructuras o pautas parecidos. Todas las personas seguimos —
defiende— unos esquemas universales de razonamiento y, vinculados a la propia psicológica,
evolucionamos de esquemas más infantiles y egocéntricos a esquemas más maduros y altruistas.
Kohlberg considera que el desarrollo moral de una persona pasa por tres grandes niveles —el Pre
convencional, el Convencional y el Postconvencional— cada uno de ellos contiene dos estadios o etapas.
En total seis estadios de madurez creciente y con razonamientos morales diferentes.
4.1- Nivel Pre convencional
El nivel Pre convencional es un nivel en el cual las normas son una realidad externa que se
respetan sólo atendiendo las consecuencias (premio, castigo) o el poder de quienes las establecen. No se ha
entendido aún, que las normas sociales son convenciones para el buen funcionamiento de la sociedad. Este
nivel integra a los dos siguientes estadios:
4.1.1-Estadio 1: Obediencia y miedo al castigo
El estadio en el cual se respetan las normas por obediencia y por miedo al castigo. No hay autonomía sino
heteronomía: agentes externos determinan qué hay que hacer y qué no. Es el estadio propio de la infancia,
pero hay adultos que siguen toda su vida en este estadio. Ejemplo: el delincuente al que sólo el miedo lo
frena.

4.1.2-Estadio 2: Favorecer los propios intereses


El estadio en el cual se asumen las normas si favorecen los intereses propios. El individuo tiene por
objetivo hacer aquello que satisface sus intereses, considerando correcto que los otros también persigan los
suyos. Las normas son como las reglas de los juegos: se cumplen por egoísmo; Se entiende que si uno no
las cumple, no le dejarán jugar. Es un estadio propio del niño y de las personas adultas que afirman: “te
respeto si me respetas”, “haz lo que quieras mientras no me molestes”.

4.2- Nivel Convencional


En este nivel, las personas viven identificadas con el grupo; se busca responder favorablemente a
las expectativas que los otros tienen de nosotros. Se identifica como bueno o malo aquello que la sociedad
así lo considera. Este nivel integra el estadio 3 y el estadio 4.
4.2.1-Estadio 3: Expectativas interpersonales
En este estadio, las expectativas de los que nos rodean, ocupan el puesto del miedo al castigo y de los
propios intereses. Nos mueve el deseo de agradar, de ser aceptados y queridos. Hacer lo correcto significa
cumplir las expectativas de las personas próximas a uno mismo. Es un estadio que se da en la adolescencia
pero son muchos los adultos que se quedan en él. Son personas que quieren hacerse querer o amar, pero
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que se dejan llevar por otras cosas: los valores del grupo, las modas, lo que dicen los medios de
comunicación.

4.2.2-Estadio 4: Normas sociales establecidas


Es el estadio en el cual el individuo es leal con las Instituciones Sociales vigentes; para él, hacer lo
correcto es cumplir las normas socialmente establecidas para proporcionar un bien común. Aquí comienza
la Autonomía Moral:” Se cumplen las normas por responsabilidad”. Se tiene conciencia de los intereses
generales de la sociedad, y éstos despiertan un compromiso personal. Constituye la edad adulta de la moral
y se alcanza al superar bien la adolescencia. Kohlberg considera que éste es el estadio en el cual se
encuentra la mayoría poblacional.

4.3- Nivel Postconvencional


Es el nivel de comprensión y aceptación de los principios morales generales que inspiran las normas:
los principios racionalmente escogidos pesan más que las normas. Le componen el estadio 5 y el estadio 6.
4.3.1-Estadio 5: Derechos prioritarios y contrato social
Es el estadio de la apertura al mundo. Se reconoce que además de la propia familia, grupo y país,
todos los seres humanos tienen el derecho a la vida y a la libertad, derechos que están por encima de todas
las instituciones sociales o convenciones. La apertura al mundo lleva, en segundo lugar, a reconocer la
relatividad de normas y valores, pero se asume que las leyes legítimas son sólo aquéllas obtenidas por
consenso o contrato social. Ahora bien, si una norma va contra la vida o la libertad, se impone la
obligación moral de no aceptarla y de enfrentarse a ella.
4.3.2-Estadio 6: Principios éticos universales
Se toma conciencia que hay principios éticos universales que se han de seguir y tienen prioridad sobre las
obligaciones legales e institucionales convencionales. Se obra con arreglo a estos principios porque, como
ser racional, se ha captado la validez y se siente comprometido a seguirlos. En este estadio impera la regla
de oro de la moralidad: "hacer al otro lo que quiero para mí". Y se tiene el coraje de enfrentarse a las
leyes que atentan a los principios éticos universales como el de la dignidad humana o el de la igualdad. Es
el estadio moral supremo, el de Gandhi, de Martin Luther King y el de todas las personas que viven
profundamente la moralidad.
El desarrollo moral se produce siempre pasando progresivamente por los diferentes estadios, sin
ningún tipo de salto evolutivo, sin volver hacia atrás. Es un desarrollo —ésta es una de los grandes tesis
que defensa Kohlberg— que va vinculado al desarrollo psicológico de la persona. Sin desarrollo
psicológico no hay desarrollo moral.

Dilemas Morales: Los dilemas morales son un método emblemático de la Educación Moral como
Desarrollo. Kohlberg reconoce el papel que la discusión sistemática de los dilemas Morales puede ejercer
en el paso de un estadio moral a otro.
Los dilemas Morales son breves narraciones referidas a situaciones que encierran un conflicto de
valores. La solución al problema se torna dificultosa ya que trata de elegir entre valores deseables para el
individuo y a partir de la cual dicho individuo deberá elegir una actitud a tomar ante dicho dilema.
No todos los dilemas generan siempre el mismo conflicto de valores en todos los grupos, por lo general
tienen diferente impacto de acuerdo a la edad promedio de los integrantes del grupo.
El maestro elegirá temas que generen un interés y puedan ser muy cuestionados en el grupo.

Autogobierno escolar: Kohlberg defiende el autogobierno escolar como un camino al desarrollo moral
en la infancia. Éste método propone colocar al niño ante situaciones en las que experimente realidades
morales, permitiéndolos adoptar roles y estimularlos intelectualmente a propiciar el sentido de disciplina,
solidaridad y responsabilidad. La escuela constituye un lugar privilegiado para el desarrollo de éste
método y algunos de los elementos utilizados son: elaboración de una constitución donde figuren reglas de
comportamiento; votación en asambleas; consecuencias ante el incumplimiento de las reglas, etc.
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5- Modelos de Adquisición de Hábitos Morales


Éste modelo remonta sus orígenes a las épocas de Aristóteles y sus reflexiones sobre la VIRTUD.
Para éste modelo el fin que persigue la Educación Moral es la formación del carácter y la adquisición de
Virtudes. Una persona solo es moral si su conducta es virtuosa, es decir si realiza actividades virtuosas en
forma constante y habitual.
Formación de hábitos: teniendo en cuenta que es el comportamiento lo que define el sujeto moral, el
proceso educativo que se basa en éste modelo debe estar atento a la formación de hábitos y la
conformación del carácter. Pero estos hábitos deben estar dirigidos hacia el bien y la felicidad del hombre.
Desde el punto de vista pedagógico existen dos maneras de educar moralmente en éste modelo; el primero
incentiva a los alumnos a realizar actividades virtuosas coherentes con los principios morales esenciales
que les permita actuar correctamente. La finalidad es que los alumnos tengan la tendencia a comportarse
de manera íntegra y honesta.
El segundo mecanismo pedagógico es el diseño de entornos escolares coherentes con los principios
morales que se desean transmitir.
La tarea de los educadores consiste en seleccionar y presentar con la mayor claridad posible conductas
correctas e incuestionables, para ello una metodología empleada con buenos resultados, es la elección de
un personaje modelo que sirva de ejemplo para la adquisición de los valores o hábitos morales.

6- Modelos de la Construcción de la Personalidad Moral


Este modelo parte de la base de que la Moral no es algo adquirido, tampoco es algo innato, ni es
el resultado de una elección individual; defiende más bien que es un producto cultural cuya formación
depende del individuo y del conjunto de individuos que conforman el grupo.
A diferencia con los demás modelos, éste modelo busca entrelazar los aspectos positivos de los distintos
paradigmas, priorizando los elementos que considera claves, no centra su atención en un único elemento
de moralidad.
La educación moral no puede quedar limitada a los procesos socializadores y a la toma de conciencia de
las preferencias personales.
La Construcción de la personalidad Moral se basa en la transmisión de elementos culturales y de valores
considerados deseable: La justicia; la Libertad; la Democracia.
Los elementos que intervienen el proceso de construcción de la Personalidad Moral son las experiencias y
problemas de valor que presentan la realidad. La escuela deberá estar atenta a captar los conflictos que los
jóvenes perciben en su entorno social y los que se perciben a nivel macroético, por ejemplo: la eutanasia,
las guerras, la deforestación a nivel mundial.

La Educación Moral en el Ámbito Escolar


Los centros escolares se valorizan en función de sus proyectos educativos, donde se definen los
valores que la escuela considera importantes y con los que se identifica.
El Proyecto Educativo es el primer elemento para conocer la dirección que apunta su acción
educativa, pero también existen otros elementos también muy importantes como son: Los temas
Transversales; la Función Tutorial y la Participación Cívica.

Temas transversales
Son Temas que la sociedad considera controvertidos y difíciles de solucionar, y por lo tanto derivan en
conflictos. Son temas que merecen un tratamiento sistemático en La Escuela porque configuran el
horizonte en el que van a vivir los alumnos. El papel de la escuela consiste en acoger los temas y tratar en
las aulas los temas conflictivos de preocupación social; citamos alguno de ellos: Educación para la paz,
educación para la salud, educación ambiental, educación sexual, entre otros.
La transversalidad de los temas tiene características bien determinadas como ser:

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1. Abarcan contenidos de distintas materias, éstas se relacionan y complementan entre sí.


2. Son temas que deben estar presentes en la mayoría del contenido escolar, por lo tanto su
desarrollo en aula es responsabilidad de los profesores.
3. La transversalidad de los temas hace referencia a temas que trascienden en las actividades del
centro educativo, es decir las actividades puramente académicas.
Para que esto sea posible se deben realizar actividades destinadas expresamente a trabajar temas
transversales, metodologías activas y participativas, destinados s desarrollar distintos componentes de
la personalidad moral.

Función Tutorial
La Función tutorial es el carácter personalizado de la educación.
La función del tutor en el grupo consiste en : facilitar la integración de los alumnos en el grupo;
realizar un seguimiento global de cada uno en particular para detectar alguna dificultad; fomentar la
participación y responsabilidad en tareas colectivas o grupales; favorecer procesos de autoestima,
autoconocimiento y respeto por los demás; mediar en posibles situación de conflicto. Las tutorías tienen
dos dimensiones:
La tutoría personalizada: tiene como principal instrumento la Entrevista ya sea individual con los
alumnos, así como con sus familias. Permiten un conocimiento cercano, y una demostración del interés
por sus avances y dificultades.
La Tutoría colectiva: es la que se realiza en aula con todos los alumnos, organizando actividades de
distinta índole, dirigidas a fomentar la convivencia y participación de los alumnos en la vida del centro
escolar

Participación Cívica
La formación de la personalidad del individuo no será completa si no llega a trascender el ámbito
escolar para insertarse en el entorno social.
El papel de la escuela en este sentido consiste en ofrecer a los alumnos la posibilidad de
involucrarse individualmente en programas sociales asumiendo un compromiso concreto. Puede realizarse
dentro como fuera de la institución educativa; dentro sería propiciando campañas y semanas temáticas, son
actividades de carácter global que manifiestan el compromiso social dentro de la institución educativa.
Fuera del centro, actividades externas, pero sin desligar vínculos con la escuela, es decir, ella se encargará
de hacer eco de las diversas actividades sociales existentes.

.- La ética y la deontología profesional


La ética anida en la conciencia moral de todo ser humano y le sirve de motor, de freno o de dirección,
según los casos, al momento de actuar. Por otra parte, el comportamiento ético, lo que llamamos rectitud,
no es ingrediente ajeno al ejercicio profesional, como la pintura de una casa que es sólo un aspecto
decorativo del cual puede prescindirse. El elemento ético es un componente inseparable de la actuación
profesional, en la que pueden discernirse, al menos, tres elementos:
• Un conocimiento especializado en la materia de que se trata,
• una destreza técnica en su aplicación al problema que se intenta resolver y
• un cauce de la conducta del docente cuyos márgenes no pueden ser desbordados sin faltar a la ética.
La ética profesional está constituida por el conjunto orgánico de derechos y obligaciones morales, deriva
sus finalidades y normas específicas, de la condición básica de persona en armonía con los anexos que
implican exigencias del bien común.

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El objetivo de la ética en el terreno de la práctica profesional, es principalmente, la aplicación de las


normas morales, fundadas en la honradez, la cortesía y el honor. La Ética tiene entre otros objetos,
contribuir al fortalecimiento de las estructuras de la conducta moral del individuo.
El hombre como ente social tiene misiones que cumplir para hacerse útil dentro del ámbito donde
se desenvuelve. La formación profesional es un esfuerzo del individuo para el logro de una rango
intelectual, que le permitirá una calificación superior y eficiente, así, ganará el profesional la obligación de
disponerse, en toda ocasión, a devolver en parte siquiera, a la sociedad, algo de lo mucho que a ella debe
reconocerle, justificando lo que no se puede dudar, que el profesionalismo es el orgullo de una sociedad y
el triunfo de su futuro.
El término deontología profesional hace referencia al conjunto de principios y reglas éticas que regulan y
guían una actividad profesional. Estas normas determinan los deberes mínimamente exigibles a los
profesionales en el desempeño de su actividad. Por este motivo, suele ser el propio colectivo profesional
quién determina dichas normas y, a su vez, se encarga de recogerlas por escrito en los códigos
deontológicos. A día de hoy, prácticamente todas las profesiones han desarrollado sus propios códigos y,
en este sentido, puede hablarse de una deontología profesional periodística, de una deontología profesional
médica, deontología profesional de los abogados, etc.
Es importante no confundir deontología profesional con ética profesional. Cabe distinguir que la ética
profesional es la disciplina que estudia los contenidos normativos de un colectivo profesional, es decir, su
objeto de estudio es la deontología profesional, mientras que, tal como se apuntaba al comienzo del
artículo, la deontología profesional es el conjunto de normas vinculantes para un colectivo profesional.
El término deontología procede del griego: to deon (lo conveniente, lo debido) y logia
(conocimiento, estudio…); lo que significa, en términos generales, el estudio o la ciencia de lo debido. El
objeto de estudio de la Deontología son los fundamentos del deber y las normas morales. El concepto de
deontología fue acuñado por Jeremías Bentham en su obra Deontología o ciencia de la moral, donde ofrece
una visión novedosa de esta disciplina. Para Bentham, la deontología se aplica fundamentalmente al
ámbito de la moral; es decir, a aquellas conductas del hombre que no forman parte de las hipótesis
normativas del derecho vigente, aquellas acciones que no están sometidas al control de la legislación
pública. Esto sugiere una de las intenciones de la redacción de los códigos deontológicos: explicitar la
dimensión estrictamente moral de una profesión, aquellos comportamientos exigibles a unos profesionales,
aunque no estén delimitados jurídicamente, o quizá, por ello mismo.
Objetivos de la deontología
Todo profesional está y debe estar sometido a controles sociales más o menos rigurosos que permitan
exigirle responsabilidades de muy diversa índole en relación con sus actos, de ahí la necesidad de
establecer unos principios éticos. Independientemente de la propia conciencia, que debiera ser quién más
rigiera el cumplimiento de los códigos morales, existe la figura de los colegios profesionales para
mantener, promover y defender la deontología. Éstos vigilan el cumplimiento de determinados niveles de
exigencia, de competencia y de calidad en el desempeño del trabajo de sus colegiados.
El Estado, al convertir a los colegios profesionales en corporaciones a través de mecanismos legales,
propicia el modo de mantener la deontología profesional. Les encarga funciones públicas y les dota de la
potestad de imponer una determinada disciplina a todos los profesionales pertenecientes a este colectivo.
Para que se pueda pedir responsabilidad por actuaciones profesionales se precisan dos requisitos: la
independencia y la libertad. El profesional debe ser independiente en el momento de tomar decisiones y
debe ser enteramente libre de ejecutarlas.
La deontología es de sumo interés para el mundo profesional, y en concreto, para profesiones que
comportan una elevada responsabilidad social (médicos, abogados, docentes, psicólogos, periodistas…).
Esa deontología busca un equilibrio entre un determinado estilo de vida moral (lo que antes
denominábamos êthos o carácter moral) y un alto nivel de profesionalidad técnico-científica. Esta doble
dimensión ha de
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tratarse con armonía y equilibrio para una mayor dignificación de cualquier actividad laboral.
Deontología y Ética profesional: diferencias
Estos dos términos suelen usarse como sinónimos, pero no lo son. Es importante destacar las principales
diferencias entre ellos:
Deontología Profesional Ética profesional

Orientada al deber Orientada al bien, a lo bueno

No se encuentra recogida en normas ni en códigos


Recogida en normas y códigos "deontológicos" deontológicos, está relacionada con lo que piensa el
propio individuo (conciencia individual/profesional)

Esas normas y códigos son mínimos y


aprobados por los profesionales de un No es exigible a los profesionales de un determinado
determinado colectivo profesional (periodistas, colectivo (periodistas, médicos, abogados,...)
médicos, abogados,...)

Se ubica entre la moral y el derecho Parte de la ética aplicada

Una de las diferencias cuando hablamos de "ética" y "deontología" es que la primera hace directamente
referencia a la conciencia personal, mientras que la segunda adopta una función de modelo de actuación en
el área de una colectividad. Por ello, con la concreción y diseño de códigos deontológicos, además de
autorregular una profesión, se invita al seguimiento de un camino muy concreto y a la formación ética de
los profesionales.
La ética de las profesiones se mueve en el nivel intermedio de las éticas específicas o “aplicadas”. El
profesional se juega en el ejercicio de su profesión no sólo ser un buen o mal profesional sino también su
ser ético. No acaba de ser considerada una persona éticamente aceptable quien en todos los ámbitos
actuase bien y cumpliese con sus deberes menos en el ejercicio de sus responsabilidades profesionales. La
ética general de las profesiones se plantea en términos de principios: el principio de beneficencia, el
principio de autonomía, el principio de justicia y el principio de no maleficencia El deontologismo plantea
los temas éticos en términos de normas y deberes.
Los principios se distinguen de las normas por ser más genéricos que éstas. Los principios ponen ante los
ojos los grandes temas y valores del vivir y del actuar. Las normas aplican los principios a situaciones más
o menos concretas, más o menos genéricas. Las normas suelen hacer referencia a algún tipo de
circunstancia, aunque sea en términos genéricos. Pero también los principios se hacen inteligibles cuando
adquieren concreción normativa y hacen referencia a las situaciones en las que se invocan y se aplican. En
términos generales un principio enuncia un valor o meta valiosa. Las normas, en cambio, intentando
realizar el principio bajo el que se subsumen, dicen cómo debe aplicarse un principio en determinadas
situaciones.
Tanto las normas como los principios son universales aun cuando el ámbito de aplicación de los
principios sea más amplio y general que las normas específicas que caen bajo dicho principio.
Desde la perspectiva de la ética profesional, el primer criterio para juzgar las actuaciones profesionales
será si se logra y cómo se logra realizar esos bienes y proporcionar esos servicios (principio de
beneficencia). Como toda actuación profesional tiene como destinatario a otras personas, tratar a las
personas como tales personas, respetando su dignidad, autonomía y derechos sería el segundo criterio
(principio de autonomía). Las actuaciones profesionales se llevan a cabo en un ámbito social con
demandas múltiples que hay que jerarquizar y recursos más o menos limitados que hay que administrar
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con criterios de justicia (principio de justicia). Y, en todo caso, habrá que evitar causar daño, no perjudicar
a nadie que pueda quedar implicado o afectado por una actuación profesional (principio de no
maleficencia).

Donde está la importancia de la Ética Profesional.


El comportamiento ético no es un asunto exclusivo de los profesionales. Concierne, sin duda, a toda
actuación humana; pero compromete con mayor énfasis a quienes han tenido el privilegio de una
formación de nivel superior a costa de toda la sociedad que ha debido contribuir a ella y que espera,
justificadamente, una actuación correcta de quienes han disfrutado de esa preferencia selectiva.
No olvidemos que, sin perjuicio de sus fundamentos religiosos, la ética es un valor cultural, propio de la
sociedad y el tiempo en que se vive. Que la Universidad, principalmente agente receptor, generador y
transmisor de la cultura de un pueblo, ha inculcado o debido inculcar en los estudiantes ese patrimonio
valórico que todos compartimos. Y que, por lo mismo, cada Facultad o Escuela universitaria no sólo debe
enseñar cómo ejercer una profesión, sino como ejercerla bien.
Cabría, en este punto, formular una crítica enérgica a la actitud que se viene imponiendo en nuestras. En
lugar de impartir la formación ética con la jerarquía que ella merece, Ética Profesional o está ausente del
Programa de Estudios o sólo se ofrece como ramo optativo, siendo excepcional que ella constituya un
soporte de la educación sistemática de un profesional.
Es verdad que la formación ética llega a veces por otros cauces; y que la mejor enseñanza moral proviene
del ejemplo del maestro y no del mero discurso. Pero cada profesión afronta problemas conductuales
específicos que difícilmente se podrán resolver correctamente si no se les ha previsto y analizado en la
etapa formativa, por eso mismo existen los Códigos de Ética de cada profesión, sin perjuicios de los
principios y normas de la Ética General.
Por lo que nos preguntamos: -¿con qué grado de confianza se le puede exigir a un profesional, en el
juramento de estilo, cumplir las reglas de su Código deontológico si ni siquiera lo conoce?.
A primera vista pareciera que las actuaciones antiéticas afectan sólo a las víctimas que las sufren. Desde
luego, éstas son las primeras perjudicadas. Pero no son las únicas. Ellas disminuyen la honra y la
autoestima de quienes las cometen; dañan notoriamente el prestigio de la respectiva profesión, cuya
defensa constituye el primer objetivo de los Colegios Profesionales; pero, sobre todo, hiere a la comunidad
de dos maneras: erosionan la confianza pública que es el cimiento necesario para el ejercicio de toda
profesión y frustran la esperanza de un correcto servicio al que la sociedad tiene derecho por haber
contribuido a formar esos profesionales a costa del sacrificio colectivo.

No debemos olvidar que toda profesión no es sólo un modo de ganarse la vida y realizarse personalmente.
Esta es sólo su dimensión individual. También las profesiones tienen un fin social y éste consiste en servir
adecuadamente cada una de las necesidades que la sociedad debe satisfacer para posibilitar el bien común.
Así, las necesidades de educación, de salud, de justicia, de comunicaciones, de obras de ingeniería y
arquitectura y tantas otras, encuentran cobertura en el correcto ejercicio de las respectivas profesiones.

De esta manera, las actuaciones contrarias a la ética no sólo dañan a quienes las sufren sino
principalmente- a la comunidad humana en que acontecen.

Los códigos de ética y códigos deontológicos

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Un código deontológico es un documento que recoge un conjunto más o menos amplio de


criterios, apoyados en la deontología con normas y valores que formulan y asumen quienes llevan a cabo
correctamente una actividad profesional. Los códigos deontológicos se ocupan de los aspectos éticos del
ejercicio de la profesión que regulan. Estos códigos cada vez son más frecuentes en otras actividades.

No se debe confundir la deontología con los códigos deontológicos. La deontología tiene un


carácter más amplio, y puede incluir normas que no figuren en ningún código particular. El código
deontológico es la aplicación de la deontología a un campo concreto.
Características

Los códigos deontológicos quizás sean los mecanismos de autorregulación más conocidos que se
pueden poner en marcha en el ámbito de la comunicación social, la psicología, la medicina, entre otras
profesiones, pero no son el único instrumento: libros de estilo, estatutos de redacción, convenios, etc.,
todos contribuyen a que una comunidad profesional fije sus propios límites, en muchos países esta
regulación es a través de colegios profesionales.

Toda comunidad profesional trata de mantener determinados niveles de exigencia, de competencia y de


calidad en el trabajo. Por ello, controla y supervisa, de alguna manera, la integración de nuevos miembros
y el adecuado ejercicio de las tareas propias de su profesión. En este sentido, algunas profesiones elaboran
códigos profesionales donde se especifican consideraciones morales acerca de aspectos complejos de la
vida profesional y donde, generalmente, se contemplan sanciones para el supuesto caso de que alguien
viole abiertamente el espíritu de dicho código deontológico. Por supuesto, los códigos deontológicos no
siempre se cumplen, y aunque se respeten, no queda muy claro quién esté encargado de velar por su
cumplimiento ni cuáles son las sanciones para quienes los vulneren, ni quién debe imponerlas. Para
mantener el cumplimiento del código deontológico de las distintas profesiones es habitual la creación de
un colegio profesional. Las normas dictadas en el código deontológico son previamente pactadas y
aprobadas de manera común y unánime por todos los miembros de la profesión para la que se elaboran.
Son, por tanto, pautas de conducta a seguir cuyo objetivo es realizar un determinado trabajo de forma
correcta, adecuada y eficiente.

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Fin

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