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Capítulo 1: Ética. Introducción ¿Qué es la ética?

Con cierta frecuencia oímos en el lenguaje


cotidiano las expresiones “ética” y “moral”. Más allá de los usos que puedan tener en
diferentes autores, son prácticamente sinónimas. “Ética” viene del griego “ethos” que se
puede escribir de dos maneras: con “eta” (= e larga) significa carácter o modo de ser de algo,
particularmente de una persona; en cambio, con “épsilon” (= e breve) significa costumbre o
modo habitual de obrar. La palabra “moral” proviene del latín “mos”, que significa igualmente
“costumbre”. En una primera aproximación, podemos definir la ética como “el estudio
filosóficopráctico de la conducta humana”. Al decir “estudio filosófico” queremos señalar que
se trata de una indagación de índole reflexiva y sapiencial, que busca las raíces o causas
últimas de la realidad. Se contrapone a una consideración “científica” (que busca comprobar
leyes a través de procedimientos experimentales) porque en la ética los resultados no surgen
de experiencias de laboratorio o de campo. Igualmente, la ética filosófica trasciende una
consideración espontánea, inmediata o vulgar de las cuestiones referidas al obrar humano. Es
decir, la ética es conocimiento “filosófico”, no “científico” ni “vulgar”. La ética es filosofía
“práctica” porque su objeto es establecer las buenas acciones; en ello se distingue de otras
disciplinas filosóficas, llamadas especulativas o teóricas (del latín “speculare” y del griego
“theorein”, que significan observar, mirar), que se limitan a contemplar sus objetos sin
modificarlos. Como dice Aristóteles: estudiamos ética no para saber lo que es bueno, sino para
obrar bien. Su objeto es “la conducta humana”. Respecto de esto, es necesario distinguir,
siguiendo a Santo Tomás de Aquino, los actos humanos y los actos del hombre. Actos humanos
son los que provienen de la voluntad deliberada y por ello están en manos del que los ejecuta:
como por ejemplo pensar, querer, estudiar, trabajar. Actos del hombre son los que suceden sin
intervención de la voluntad libre: como la circulación de la sangre, la digestión o el
enrojecimiento del rostro. La conducta humana, objeto de la ética, está constituida por los
actos humanos. Hay que considerar la vida humana como una totalidad de la que el hombre
mismo es sujeto y autor. Por eso se suele decir que el enfoque correcto de la ética es el de la
primera persona, es decir, el del hombre que configura su propia conducta como un todo, o
(dicho de otra manera) es autor de su propia biografía moral. Es decir que con la ética tocamos
directamente la dimensión personal de los seres humanos; no es posible reducir a la ética a un
sistema de condicionamientos o a “mecanismos” de actuación, de acción y reacción, que
desconocerían la racionalidad y la libertad de las personas. Por otra parte, existe una tensión
entre los actos singulares y la conducta en su conjunto. Los actos singulares son importantes,
en la medida en que configuran al sujeto en su dimensión moral; por ejemplo, si una persona
comete un robo se convierte en un ladrón, mal que le pese. Pero la ética debe tener en cuenta
no sólo los actos en su dimensión puntual, sino también el conjunto de la conducta, que es en
última instancia la que determina al hombre como tal; pues un acto aislado puede ser
revertido por otros y de esa manera la conducta puede quedar orientada en una dirección
distinta. En el ejemplo que pusimos, si el que robó una vez se arrepiente de ese acto y
desarrolla una conducta totalmente opuesta, ya no podrá ser considerado ladrón. Señalemos
también que la ética, como toda disciplina de estudio, tiene un objeto material y un objeto
formal. Objeto material se llama a la realidad que estudia cada disciplina o ciencia: en el caso
de la ética, es la conducta humana. Pero ese objeto le es común, como veremos, con otras
disciplinas. Objeto formal es el aspecto específico del objeto material o el punto de vista bajo
el cual se lo estudia. En el caso de la ética, se trata de la moralidad de la conducta humana, es
decir, la cualidad de la conducta que la hace buena o mala en orden a la realización integral de
la persona. En ese sentido, hay que distinguir el bien ético del bien técnico. La bondad técnica
se refiere a algún fin particular muy restringido: desde el punto de vista técnico, el cuchillo es
bueno porque sirve para cortar. En cambio, la bondad ética se refiere al fin último de la
persona y a su plena realización. Es así que algo muy bueno desde el punto de vista técnico
puede ser malo o nocivo desde el punto de vista ético: por ejemplo, usar una bomba atómica
implica un enorme desarrollo y capacidad técnica; pero por la destrucción que provoca,
merece una valoración moral totalmente negativa. Entonces, el bien ético o moral es el que se
dirige a la realización de la persona en todas sus dimensiones. Por eso, el bien moral verdadero
se distingue también del bien aparente, que se presenta como objeto deseable de la acción
pero no lleva a la plenitud personal. Por ejemplo: mentir puede aparecer como algo bueno
para obtener una ventaja inmediata, y así ser un bien aparente; pero desde el punto de vista
moral es siempre malo. Origen de la pregunta ética Desde que tenemos uso de razón, la
dimensión ética se hace presente en nuestra vida. Recibimos una educación moral que nos
permite distinguir lo bueno y lo malo, lo debido y lo prohibido, lo conveniente y lo perjudicial.
Esa educación moral suele estar ligada a los ámbitos de la familia y de la sociedad, que
transmiten el “ethos” de una cultura. Por “ethos” cultural entendemos el conjunto de criterios,
valores, prácticas, actitudes y virtudes que configuran las acciones y la vida de un grupo social
y de las personas singulares que lo componen. Frente al “ethos” recibido, las actitudes pueden
ser diversas: podemos asumirlo pasivamente, o profundizar en sus presupuestos para vivirlo
más conscientemente; podemos criticar sus manifestaciones o sus principios implícitos;
podemos incluso abandonarlo y reemplazarlo por otra configuración de valores y de vida. La
pregunta ética surge entonces desde la práctica moral de cada una de las personas. No se
trata, como quieren algunas corrientes, de que existan “hechos” morales que deberían ser
estudiados desde una perspectiva científica, neutral y externa, así como existen hechos físicos,
hechos astronómicos, etc. Más bien, en la práctica moral que cada uno de nosotros desarrolla,
surgen las preguntas éticas en las que siempre estamos involucrados en primera persona. Por
eso, una característica de la pregunta moral es que en todos los casos incluye al mismo que la
formula; no puede ponerse de una manera puramente neutral, y los valores y virtudes del que
intenta responderla siempre están implicados en el enfoque y en las soluciones que se
proponen. Ejemplos: una persona muy honesta repudiará vivamente una propuesta injusta;
una persona que miente habitualmente tenderá a considerar que la mentira no es algo muy
grave, que en algunos casos se justifica, etc. Ética filosófica y experiencia moral No todas las
personas hacemos filosofía o reflexionamos en el nivel de la ética filosófica. Sin embargo,
todos tenemos experiencia moral. La experiencia moral puede definirse como el conjunto de
situaciones, vivencias, reflexiones, cuestionamientos, decisiones que de una forma u otra
inciden en la integridad de nuestro ser, es decir, en lo que nos hace, cabalmente, buenas
personas o malas personas. La experiencia moral es el punto de partida de la ética filosófica.
Pues desde la vida concreta es posible preguntarnos cómo y porqué ciertas acciones,
conductas, decisiones o estilos de vida, llevan a nuestra plenitud como personas, o por el
contrario, nos alejan de ella. Y desde esa pregunta surge la elaboración filosófica, como
búsqueda de los principios o razones últimas y decisivas que configuran rectamente nuestra
conducta. La experiencia moral es rica y variada. Entre otros elementos, podemos encontrar
en ella: la conciencia de obrar bien o mal; la ley y la obligación; las prohibiciones y su carácter,
en ocasiones, absoluto; la responsabilidad personal de las acciones y sus implicaciones
sociales; la libertad y sus límites; la angustia ante decisiones difíciles que son, a la vez,
inevitables; el gozo del bien realizado; el remordimiento por el mal cometido; las virtudes
como capacidades de obrar el bien; los vicios como cadenas que nos quitan libertad; el ideal
del bien como factor movilizador de la esperanza. La ética filosófica implica poner en palabras
la experiencia moral; expresar en conceptos generales la vivencia personal y los principios
morales que la configuran. Esa elaboración implica el análisis crítico de la experiencia y el
desarrollo de categorías morales, que, si bien se basan en las concepciones espontáneas del
sujeto, deben establecerse de manera más reflexiva y completa. Ejemplo: espontáneamente se
suele decir que la libertad consiste en elegir entre el bien y el mal; un análisis crítico nos llevará
a un concepto más elaborado de libertad como autodeterminación de la persona, en el cual la
elección del mal aparece como una consecuencia accidental y no verdaderamente constitutiva
de la libertad, dado que, en realidad, al elegir el mal perdemos dignidad y frecuentemente nos
atamos y esclavizamos a aquello que elegimos. Distinción de la Ética y otros saberes:
metafísica, antropología, psicología, sociología, derecho, economía, teología La Ética se
relaciona y a la vez se distingue de otras disciplinas filosóficas y científicas. En el análisis de
estas relaciones y distinciones podremos ir perfilando mejor su carácter propio. Ética y
metafísica La metafísica es, en la concepción clásica, la parte más importante de la filosofía. La
metafísica tiene una mirada sapiencial, que se dirige a las causas determinantes y últimas y a
los principios más universales y primeros de toda la realidad: el ente, la esencia, el acto, la
potencia, la sustancia. Y su punto más alto está en el reconocimiento o la prueba de la
existencia de Dios. Pero en la época moderna la metafísica se ha visto fuertemente
desacreditada, en parte por el influjo del empirismo (que pretende prescindir de todo aquello
que no tenga apoyo o comprobación directa en los datos de la experiencia sensible), en parte
por la crítica de Kant (que considera la metafísica como una ciencia imposible, porque sus
objetos, el alma, Dios, no pueden demostrarse experimentalmente), y más recientemente por
las tendencias nihilistas que niegan todo saber de fundamentos y se limitan a establecer
direcciones provisorias y aproximaciones relativas a las cuestiones más decisivas. La ética es
disciplina práctica: procura dar las normas para componer las buenas acciones que configuran
la conducta adecuada del sujeto. La metafísica, en cambio, es una disciplina especulativa o
teórica, porque su fin es la contemplación de las realidades más elevadas. Ya por eso mismo se
establece claramente una distinción entre ambas. Sin embargo, existe una relación
importante. Pues la metafísica implica una visión del mundo y de la realidad que no puede
dejar de influir en la respuesta ética a las cuestiones más trascendentes. En este sentido, aun
aquellos que niegan la metafísica tienen una metafísica implícita; por ejemplo, quien afirma
que la vida no tiene ningún sentido y que por ello hay que vivir sólo el momento presente, ya
nos ofrece una concepción de la realidad, o sea, una metafísica. Y como es natural, este tipo de
visión influye en las respuestas que se dan a los interrogantes éticos. Asimismo, una metafísica
materialista u otra espiritualista, una metafísica personalista u otra individualista, marcarán
direcciones muy diferentes en el enfoque y en la resolución de los problemas éticos. No
obstante, la ética conserva su relativa autonomía de la metafísica, pues tiene un objeto y una
metodología que la sitúan netamente en el ámbito de las disciplinas prácticas. Ética y
antropología La antropología, estudio del hombre, puede abordarse desde diversos enfoques.
Existe una antropología filosófica, que estudia los principios y dinamismos propios del hombre
desde el punto de vista filosófico; hay una antropología cultural, que describe las formas y las
direcciones del desarrollo humano y social según las diferentes culturas; la antropología
teológica, por su parte, medita sobre el hombre en tanto que ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios, y caído por el pecado, ha sido redimido y renovado en Cristo. La ética
presupone sin duda una antropología filosófica, y se vale de los datos que proveen los otros
enfoques antropológicos. Pero se diferencia de la antropología en tanto que el objeto propio
de la ética es el obrar humano considerado desde su moralidad y por lo tanto va más allá de la
descripción y la reflexión sobre el hombre y sus actos para emitir juicios valorativos e
incondicionales. Por ejemplo: por más que en una cultura determinada una conducta resulte
habitual o se considere normal, ello no implica, desde el punto de vista ético, que sea
incondicionalmente (moralmente) buena. Antes bien, desde la ética se puede criticar las
culturas y sus manifestaciones, evitando todo tipo de relativismo cultural. Los principales
presupuestos antropológicos de los que se vale la ética son: el carácter personal del ser
humano, la composición del hombre como unidad de cuerpo y alma, el análisis de las
facultades humanas de inteligencia y voluntad, la condición social del hombre, la libertad como
fenómeno humano originario e insoslayable, etc. Ética y psicología Aunque la ética y la
psicología tienen muchos puntos de acercamiento, sin embargo son disciplinas netamente
distintas. La psicología estudia la naturaleza y el dinamismo de la conducta humana desde sus
leyes naturales, según las cuales podemos considerar una personalidad humana normal o
patológica. La ética, por su parte, como ya lo hemos expresado repetidamente, considera la
moralidad de dicha conducta, es decir, su ajuste o no a lo que hace integralmente bueno al
hombre. Además, la ética es una disciplina normativa, que indica lo que debe hacerse, en tanto
que la psicología es una ciencia descriptiva, un saber positivo que parte de una base empírica y
resuelve sus conclusiones de manera experimental. No obstante, hay importantes puntos de
contacto entre ambas disciplinas. La ética necesita de la psicología para establecer hasta qué
punto una conducta errada proviene de una desviación de la voluntad, y por tanto es
imputable al sujeto que la realiza, o si más bien procede de condicionamientos más o menos
intensos que quitan responsabilidad e imputabilidad. Pensemos en el ejemplo del suicidio:
desde el punto de vista ético, es claro que se trata de una conducta reprensible; sin embargo,
entre las causas que llevan a una persona a tomar esa decisión puede haber algún tipo de
patología que disminuya notoriamente o aun quite la responsabilidad. Del mismo modo, otros
condicionamientos psicológicos pueden dificultar la educación moral de una persona, como
por ejemplo, la dependencia del alcohol o de las drogas, que produce graves desórdenes en la
vida humana: en ese caso, para rectificar la conducta moralmente errada será preciso antes
sanar el psiquismo gravemente condicionado. La ética, sin embargo, conserva su plena
autonomía frente a la psicología. No es acertado decir, por ejemplo, que el universo de la
moral y de las normas sea simplemente una construcción derivada de ciertos mecanismos
psicológicos. Una tal afirmación implicaría confundir la dimensión moral de la persona con las
condiciones de posibilidad psicológicas de dicha dimensión. Ejemplo: una persona puede tener
un sentido de las normas, de la culpa, etc., más o menos desarrollado de acuerdo a ciertos
elementos de su estructura psíquica; puede ser rigorista o legalista o laxista; pero ello no
implica que la dimensión moral surja de dicha estructura. Ella es tan sólo su condición de
posibilidad. A quienes dicen que la moral es una superestructura producida por la psiquis,
cabría retrucarles que su teoría parece ser una construcción destinada a negar la evidencia
palmaria de la dimensión moral. Ética y sociología La relación entre ética y sociología es
análoga a la que existe entre ética y psicología. La ética es disciplina normativa, en tanto que la
sociología describe, clasifica y mide los hechos sociales mediante métodos empíricos:
estadísticas, encuestas, etc., y los interpreta de acuerdo a ciertos modelos de análisis. La ética
ha de tener en cuenta los datos ofrecidos por la sociología, sobre todo en dos dimensiones.
Primero, como fuente de información acerca de lo que las personas creen, piensan y sienten
sobre algunos aspectos de la conducta relacionados con la vida en común de los hombres;
pues Aristóteles nos recuerda que el método de la ética parte de las “apariencias”, en el
sentido de las opiniones comunes de los hombres sobre lo que está bien y lo que está mal. En
segundo lugar, los datos sociológicos son útiles a la hora de establecer una pedagogía de la
moral: pues los condicionamientos sociales de la conducta humana pueden hacer más fácil o
más difícil el poner en práctica las normas que la ética establece, y ello puede orientar en una
dirección u otra la pedagogía ética. Lo que no es aceptable es pensar que la moralidad de la
conducta humana tenga que decidirse por la opinión o la praxis de la mayoría. La ética es,
como dijimos repetidamente, una disciplina normativa, y por eso su dictamen no depende de
la cantidad de las personas que en un determinado contexto pongan en práctica una norma
moral. Por ejemplo: la difusión de la corrupción en la administración pública o de la
pornografía no hacen a estas prácticas moralmente buenas, ni siquiera tolerables. También es
necesario distinguir la sociología como ciencia, en sí perfectamente legítima, de sus
adherencias ideológicas que ya pertenecen al ámbito de la opinión y que no siempre son
válidas. Por ejemplo: una cosa es constatar algunas relaciones desde la sociología empírica,
como la relación entre la acumulación de capitales en pocas manos y el sometimiento de
ciertas clases sociales; y otra cosa muy distinta, aceptar por ello la validez del análisis marxista
de la sociedad, que incluye una ideología materialista que desconoce la trascendencia de la
persona y su dimensión espiritual. Ética y derecho El derecho es el conjunto codificado de las
normas que rigen la vida humana en sus diversos niveles. En ese sentido, hay amplias
coincidencias de objeto y de ámbito entre ética y derecho. Ambos se ocupan de la conducta
humana, ambos son normativos y no meramente descriptivos, ambos involucran la
racionalidad, la libertad y la responsabilidad. No obstante, es necesario establecer algunas
diferencias. Ante todo, la ética se ocupa de la conducta humana en su integralidad, asumiendo
lo interior y lo exterior, lo personal y lo social. En cambio, el derecho sólo se ocupa de la
conducta en su dimensión externa y social. Por ejemplo, la ética puede reprender conductas
como guardar rencor al vecino o emborracharse en casa, pero el derecho no puede establecer
normas o penas por ese tipo de acciones. Además, el derecho mira la conducta desde la ley, y
las consecuencias de su cumplimiento o incumplimiento; en tanto que la ética, como considera
al hombre en su integridad, se ocupa de las virtudes y su papel perfectivo de la conducta en su
totalidad. Ejemplo: al derecho le interesa sólo el cumplimiento o no cumplimiento de una
norma, como pagar los impuestos; a la ética le interesa también si la persona los paga por
simple temor a una pena o porque tiene arraigada en su corazón la virtud de la justicia. Por
otra parte, el derecho está constituido en gran parte por una codificación positiva, establecida
por las leyes humanas. La ética, por su parte, presta mayor atención a las normas que emanan
de la misma naturaleza humana, que establece unos parámetros generales de lo que es digno
y conveniente a la persona como tal. Por eso, hay muchas conductas que no son éticamente
correctas, y sin embargo no están penadas por la ley. Pero eso implica, nótese bien, que no
basta que algo no esté penado por la ley para que sea éticamente bueno. Debe rechazarse el
positivismo jurídico, que considera que las normas del derecho son establecidas por la sola
voluntad del legislador; si fuese así, el derecho adquiriría una autonomía indebida respecto de
la ética; terminaría por ser la expresión de una mayoría de opinión, política o sociológicamente
establecida. El derecho, en cambio, debe establecerse en concordancia con las normas
objetivas de la moral, que tienen su última fuente en la naturaleza humana personal y
trascendente. En caso contrario, las normas del derecho serían injustas y no obligarían en
conciencia. Ejemplo: una ley que permita o incluso obligue a realizar el aborto en ciertos casos,
por más que haya sido legalmente aprobada por el Parlamento, no legitima éticamente esa
conducta. Ética y economía La economía estudia cómo las personas y los grupos usan sus
medios de producción para conseguir, administrar y distribuir bienes y servicios. Como es
natural, la economía no puede ser simplemente una técnica de la administración o de las
finanzas, puesto que detrás del manejo de los bienes y los recursos están las personas y su
dignidad. La economía como ciencia tiene unos principios y una metodología propios; sin
embargo, no puede eximirse de las normas éticas, en tanto que regula una actividad humana
que puede contribuir o no a la realización más plena de la persona. Por eso, en la valoración de
un análisis o una decisión en el área de la economía, no es suficiente considerar su calidad
desde el punto de vista técnico; es preciso también considerar si ese tipo de decisión respeta la
dignidad humana en toda su integridad, tanto en el que realiza la acción como en quienes
reciben sus consecuencias. Ejemplo: una inversión debe ser considerada no sólo desde la
perspectiva de las posibles ganancias que dará a quienes realicen, sino también si respeta y
promueve la justicia para con todos los que de alguna manera se ven involucrados en ella, y
también si contribuye, aunque sea de manera indirecta, al bien común. En este sentido se
suele decir que la economía debe subordinarse a la política, como arte que se propone realizar
en la sociedad humana el bien común, y la política a la ética, para evitar que aquella se
convierta en una mera búsqueda del poder sin límites. Ética y teología La teología es la ciencia
de Dios; es el esfuerzo de la razón, iluminada por la fe, de penetrar los misterios
sobrenaturalmente revelados y alcanzar, en la medida limitada de las fuerzas humanas, una
inteligencia de sus contenidos. La teología es una, pero dentro de ella se distinguen diversas
partes, entre las cuales se encuentra la teología moral. Ésta se ocupa de la vida y la conducta
del creyente como respuesta al llamado de Dios en Cristo, respuesta que se hace posible por la
gracia que transforma el ser y el obrar del hombre. Entre la ética y la teología moral, como es
natural, hay estrechas relaciones, pues como se afirma en teología, la gracia no destruye la
naturaleza, sino que la perfecciona. Es decir, que la conducta moral cristiana supone la rectitud
ética desde los parámetros de la naturaleza, y lleva esa rectitud natural a un grado superior de
realización, sólo concebible desde la Revelación cristiana. Por ejemplo: el respeto debido a
todo hombre, principio de la ética natural, es el fundamento de la realización del amor
cristiano, y se proyecta en el amor a los enemigos, o en un amor hasta dar la vida a ejemplo de
Cristo. Sin embargo, son muchos los puntos en que la ética y la teología moral difieren. Ante
todo, la ética toma sus principios de la observación y la reflexión racional sobre la naturaleza
humana; en cambio, la teología moral se fundamenta en la Palabra de Dios y en el conjunto de
la revelación, conocida y aceptada por la fe. Además, en la ética, el protagonista es el sujeto
humano, autor de su propia conducta y de su biografía moral; en la perspectiva de la teología
moral, quien tiene la iniciativa es Dios, que en Cristo salva a los hombres y los llama a su
amistad; la acción del hombre, por tanto, es siempre una respuesta al obrar divino. Por otra
parte, en la ética, el sujeto humano es visto como ser racional que se autodetermina a partir
de sus actos; en la teología moral, el hombre es considerado como imagen y semejanza de
Dios, caído por el pecado y renovado en Cristo, y por ello dotado por la gracia de capacidades
superiores a las de la mera naturaleza racional. Finalmente, en la ética, la conducta humana se
contempla en el horizonte de la vida presente; en la teología moral, sin descuidar esa
perspectiva, la mirada se ensancha hasta alcanzar la vida eterna. También debemos decir que
la ética tiene autonomía respecto a la teología moral. Es cierto que, desde una perspectiva
creyente, no es suficiente para ordenar la conducta el cumplir los dictados de una ética
racional. Así como la filosofía en general es una búsqueda de la verdad que nunca se acaba, así
la ética nunca podrá dar una respuesta definitiva a las preguntas que se formulan en el ámbito
del obrar humano. Sin embargo, así como es legítimo filosofar sin tener en cuenta las verdades
reveladas, así también se pueden plantear y responder las principales cuestiones éticas sin
hacer referencia a la teología moral. Distinta es, en cambio, la cuestión de si la pregunta moral
por el destino del hombre se puede responder sin referencia a Dios. Dado que la razón
filosófica puede alcanzar, aun cuando con grandes limitaciones, el conocimiento de la
existencia y de la esencia de Dios, se puede admitir que la ética, en algún momento de su
preguntar, debe plantearse si el último fundamento de las normas morales puede hallarse en
una consideración meramente inmanente, o si debe remitirse a un Absoluto trascendente.
Ejemplo: ¿qué es lo que hace que la vida humana sea indisponible, es decir, que no pueda
someterse al arbitrio o al cálculo de ganancias o pérdidas, sino que sea un valor absoluto?
¿Puede fundarse ese valor sólo en una consideración intramundana o debe remitirse a la
condición del hombre como dependiente de una causa primera, que es Dios? Ética personal y
ética pública Es claro que la ética es personal, puesto que su ámbito está constituido por las
acciones libres de las personas. Pero dado que el hombre es un ser naturalmente social, la
ética tiene también una ineludible dimensión pública; todo comportamiento ético tiene una
repercusión social. ¿Cómo se relacionan la ética personal y la ética pública? Es decir, ¿cómo se
influyen recíprocamente estas dimensiones de la vida humana? ¿Dicha influencia es decisiva, o
debe ser reducida a una mínima expresión, de tal modo que lo que es éticamente relevante
desde el punto de vista personal tenga escasa o nula importancia en el nivel de la ética
pública? Una manera inadecuada de plantear estas relaciones es la de pensar que la ética
pública debe reflejar exactamente la ética personal. Ello sucede en ciertos regímenes
totalitarios, en los que por las leyes se pretende imponer coercitivamente todas las normas
morales. Esto da lugar a un control e injerencia del Estado sobre los asuntos privados que
resulta lisa y llanamente insoportable. Pero el otro extremo consistiría en considerar que la
ética pública es el mínimo de normas morales que deben respetarse en una sociedad para que
sea posible la vida en común, y que la ética personal no debe exigir nada más allá de estas
normas mínimas. Es decir, que sólo caería bajo el ámbito de la ética aquello sin lo cual es
imposible la vida social, y lo demás sería meramente objeto de las preferencias personales, en
las que cada uno toma sus propias opciones. La tolerancia sería el valor supremo; pues
cualquier elección ética en el orden personal debería limitarse a la vida del individuo, sin
ninguna pretensión de imponerla a los demás. Esta posición es igualmente insostenible,
porque en la práctica reduciría la ética a una “ética mínima pública” de perfil relativista, que no
se condice con la incondicionalidad de las normas éticas que se percibe en la experiencia
moral. ¿Cuál es entonces el modo adecuado de relacionar ambas dimensiones? En primer
lugar, hay que decir que la ética personal se ocupa de las acciones realizadas por la persona
individual en cuanto tal; en tanto que la ética pública o política se ocupa de las acciones
realizadas por la sociedad política y también por el individuo, en la medida en que tienen
repercusión pública o afectan directamente al bien común. Por ejemplo: una disputa familiar
debe ser juzgada por la ética personal; pero una acción administrativa realizada por un
gobernante en el ejercicio de sus funciones, o el cumplimiento o la violación de una ley por
parte de un ciudadano, deben ser juzgadas tanto por la ética personal como por la ética
pública. De ello surgen algunas consecuencias. Ante todo, un mismo comportamiento no
puede recibir una valoración moral distinta en la ética personal y en la ética pública. Por
ejemplo: un acto de corrupción, que va contra la ética personal, no puede ser justificado desde
el punto de vista político por la obtención de otros beneficios para el partido o la persona que
lo realiza. Por ello, no se puede emitir un juicio adecuado sobre un comportamiento en el
ámbito público, sin considerar el dictamen de la ética personal en el mismo caso. Por ejemplo:
si la prostitución tiene una calificación moralmente negativa en el ámbito de la ética personal,
la ética pública tendrá que tener esto en cuenta a la hora de establecer leyes respecto a la
materia. Hoy en día, por ejemplo, la tradicional tolerancia de las leyes respecto a la
prostitución parece haberse endurecido al verse más claramente su vinculación con la trata de
personas y otras prácticas contrarias a la dignidad humana. La ética pública entonces debe
reconocer una dependencia de la ética personal; pero para que una ley prohíba un
comportamiento determinado, no basta que sea éticamente malo, sino que además debe
perjudicar significativamente al bien común. Ejemplo: la comercialización de estupefacientes
no puede ser aprobada o despenalizada, dado que no sólo perjudica al consumidor individual,
sino que implica daños significativos para la sociedad en general. Por todo esto, no es viable la
propuesta de una “ética de mínimos”. Esta consiste en establecer un mínimo común de valores
morales compartidos por todos los miembros de una sociedad para que la vida común sea
posible. La propuesta parece seductora, en tanto que establece algunos valores consensuados,
y a la vez tolera las diferencias, que se dejan al criterio individual. No obstante, esta posición
no es sostenible por su trasfondo relativista. Tres razones lo prueban: ante todo, no hay un
criterio normativo para establecer los valores mínimos, con lo cual estos se fijarían
arbitrariamente; además, ese mínimo sería variable, o peor aún, tendería a ser
progresivamente menor, pues al no haber valores morales absolutos todo se iría relativizando
a los deseos individuales; por último, la idea de una ética mínima se sustenta en una visión de
la naturaleza humana como fuente de deseos egoístas e ilimitados, que en última instancia
provoca permanentemente nuevos conflictos y por lo tanto amenaza de continuo la vida en
común. Frente a esta posición, parece más conveniente recuperar el concepto de ley natural,
que tradicionalmente expresa los valores humanos que todas las personas son
espontáneamente capaces de reconocer como constitutivos de la vida humana digna en
común, y que se abren a realizaciones que trascienden su expresión mínima. Por ejemplo: el
respeto a la persona y a su integridad, expresado en el mandato “no matar” como norma
mínima, es la base de la mutua valoración, de la apertura a la relación interpersonal, de la
amistad social. O la norma de “no mentir” es el mínimo (insoslayable) que hace falta para la
comunicación y la cooperación mutua entre las personas. La diferencia con la “ética de
mínimos” radica en que en ésta, el mínimo moral es cada vez menor y siempre se puede
reducir, de acuerdo con los dictados de la individualidad relativista; en la ética de la ley natural,
por el contrario, el mínimo no es negociable, y se constituye en la base para alcanzar
realizaciones más excelentes de la vida humana personal y social.

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