Está en la página 1de 10

REPÚBLICA DOMINICANA

Universidad Católica Nordestana


UCNE

TEMA
PROBLEMAS FILOSÓFICOS DE LA ÉTICA

SUSTENTANTES
ANEUDY DE JESÚS GÓMEZ – 2004-0664

PROFESOR (A)
LIC. LUZ MINERVA

MATERIA
ÉTICA PROFESIONAL

SAN FRANCISCO DE MACORÍS, REP. DOM.


OCTUBRE, 2017
INTRODUCCION

Definir ciertos conceptos no es una cuestión sencilla, cuando se trata en el sentido


filosófico, ya que esta tiene como misión dar claridad a aquellos saberes del hombre
pre-filosófico que, por más elementales, primarios y básicos, ni pueden ser
adecuadamente examinados por el apresurado conocer cotidiano, ni caen dentro del
ámbito de las ciencias particulares.

Podrás observar ciertos conceptos, los cuales hoy en día, se han utilizados
exageradamente, en términos de cantidad, pero a la misma vez, cabe hacernos la
pregunta ¿Qué quiere decir realmente esto?, También estaremos mostrando
minuciosamente lo que es el escepticismo ético, y las razones dadas por las personas para
logar afirmar dicho carácter.

Observaremos las éticas voluntarias, nominalista, sociológica, del imperativo


categórico, entre muchas otras, como son: ética de bienes, ética de valores, y los valores
de la ética natural. Donde podrás estudiar y aprender de manera detallada de cada uno de
ellos.
SENTIDO Y VALOR DE LA DISTINCION ENTRE BIEN Y MAL

Una reflexión filosófica no puede comenzar, como muchas investigaciones científicas,


definiendo previamente su objeto, ya que la meta de la investigación filosófica es
precisamente alcanzar dicha definición. El definir filosófico consiste en formular signos
que provoquen, en quien los percibe, procesos mentales capaces de conducirle a
comprender mejor una zona de la realidad que, de algún modo, ya conocía.

La misión de la filosofía consiste en iluminar aquellos saberes del hombre pre-filosófico


que, por más elementales, primarios y básicos, ni pueden ser adecuadamente examinados
por el apresurado conocer cotidiano, ni caen dentro del ámbito de las ciencias
particulares.

EL CONCEPTO DE DEBER

La inmensa mayoría de los hombres considera que hay acciones que deben hacerse, y
otras que no deben ser hechas, aunque sean numerosas las discrepancias sobre qué
acciones concretas deben ser incluidas en el primer grupo, y cuáles en el segundo.

Nos encontramos, por tanto, en el umbral de nuestra reflexión con "un concepto clave: el
deber ser. En sentido estricto, tal concepto solamente existe en el ámbito de la ética y del
derecho. En los demás campos del conocimiento se habla de cosas que son o que no son.

Todos comprendemos confusamente el término "deber". Pero ¿Qué se quiere decir


exactamente cuando se afirma, por ejemplo, que se debe pagar el salario justo a un obrero?.

Es claro, en primer lugar, que cuando hablamos “de deber” nos referimos a algo que aún
no es; que puede llegar a ser; pero que no es inevitable que sea. Ni lo necesario, ni lo
imposible, es denominado deber. Con ello, sin embargo, no basta: una semilla aún no es
árbol; puede llegar a serlo; pero puede ocurrir también que nunca lo sea; no por eso deci-
mos que la semilla tenga el deber de hacerse árbol.
Este concepto “de deber” es correlativo al de libertad: sólo cabe hablar de deberes morales
respecto de quien se supone que puede elegir entre efectuar o no la acción de que se trata.
Pero tampoco con eso es suficiente: pues no todas las acciones que pueden ser realizadas
libremente, deben serlo."

Es posible, igualmente, aludir a aspectos concomitantes de la experiencia del deber, como


son los sentimientos de agrado o repugnancia ante lo moralmente bueno o malo.

Desde otro punto de vista, se ha objetado que la vivencia del deber no es el denominador
común de todo lo ético, ya que hay actitudes moralmente buenas que, sin embargo, no son
debidas. Así, puede calificarse de buena la conducta de quien se dedica a cuidar leprosos,
sin por ello necesariamente afirmar que esa persona tenga el deber de hacerlo. Quien
considera buena la conducta del que desinteresadamente se dedica a cuidar leprosos, lo que
en realidad afirma es la bondad de la disposición interior que inspira tal conducta. Y en ese
sentido, proclama que tal actitud de espíritu debiera ser adoptada por todos los hombres.
Sólo en el caso de que ninguna explicación lograra lo primero, habría que admitir que las
experiencias del bien y del mal son meramente subjetivas.

EL ESCEPTICISMO ÉTICO

El carácter meramente subjetivo de lo moral es la afirmación básica del escepticismo ético.


Algunos neopositivistas han cometido en el dominio de la ética el mismo error que en otros
campos del saber: considerar que el conocimiento interior carece de validez fuera de la
conciencia individual que lo experimenta. En otras palabras: confundir el conocimiento
interior con lo imaginario, lo caprichoso, lo no sujeto a leyes.
La razón que para afirmarlo dan, es la de que el conocimiento interior no puede ser
expresado en un lenguaje perfectamente unívoco. Cabe destacar, que yo no puedo mostrar
visualmente mis experiencias internas, como puedo mostrar una reacción química. Ello
hace que no pueda tener la certeza absoluta de que los otros interpreten los signos con los
que manifiesto mi mundo interior exactamente en el mismo sentido que yo he querido
darles. Sin embargo, las reacciones de los demás pueden proporcionarme una seguridad
razonable de haber sido entendido. En cualquier caso, la precisión del lenguaje no es la
medida de la verdad.

La historia del pesimismo moral es larga desde los sofistas hasta los psicoanalistas. Todos
ellos coinciden en pensar que o por La Ro- chefoucauld y Nietzsche los juicios morales son
el producto de un proceso inconsciente, cuyo punto de partida nada tiene que ver con la
moral.

Freud puede resumirse así: cuando el hombre se encuentra ante dos bienes incompatibles,
procura facilitarse la necesaria renuncia al que le parece el menor de ambos, elevando dicha
renuncia a la categoría de "voluntad superior" (voz de la conciencia o voz de Dios,
configuradas según la concepción infantil del padre que premia o castiga); de ese modo, el
gozo de merecer la aprobación de esa voluntad superior le compensa de la renuncia que se
ha visto obligado a hacer. Que tales autoengaños sean frecuentes, no puede negarse: todos
tenemos la tendencia a convencernos de que es bueno lo que nos conviene.

LAS ÉTICAS VOLUNTARISTAS

Las éticas voluntaristas colocan el origen último de la distinción entre el bien y el mal en la
norma imperada por una voluntad. El campo de lo moralmente bueno se distingue del
campo de lo moralmente malo sólo y exclusivamente porque una ley lo ha decidido así. Tal
ley se justifica por sí misma, sin admitir ninguna fundamentación ulterior.
Según se conciba la naturaleza de esa voluntad moral suprema, las éticas voluntaristas
reciben diversas formulaciones: ética nominalista, si el legislador supremo es Dios; ética
sociológica, si lo es la sociedad; ética de imperativo categórico, si lo es una especie de
voluntad impersonal actuante en cada conciencia con validez universal; ética
existencialista, si lo es la libre decisión de cada hombre.

La ética nominalista fue defendida por una escuela teológica de los siglos XIV y XV,
cuyos máximos representantes son Guillermo de Ockam y Gabriel Biel. Según estos
teólogos, la distinción entre el bien y el mal tiene su fundamento último en una libre
decisión de Dios. Bueno es lo que Dios manda, y malo lo que prohíbe, sin que tal norma
admita, ni necesite justificación alguna distinta de ella misma.

La ética sociológica remplaza al Dios de la nominalista por la comunidad humana. Tales


decisiones se perpetúan por la costumbre, y se inculcan por la educación.

La ética del imperativo categórico es la de Kant. Esta apela a la estructura misma de la


razón práctica de todo hombre, de la que proviene que perciba unas acciones como de-
bidas, y otras como indebidas, según este principio supremo: "que tu norma de conducta
pudiera ser ley moral para todos los hombres".

Designamos aquí como ética existencialista la creada por Jean Paul Sartre y Simone de
Beauvoir. Para estos pensadores, de la no existencia de Dios se sigue que no existe
tampoco ningún orden de valores morales inmutable y universal, sino que cada hombre ha
de decidir por un acto de libertad absolutamente incondicionado lo que para él va a ser el
bien y el mal.
En todas estas concepciones éticas se hallan afirmaciones valiosas: en la nominalista, el
reconocimiento de la soberanía moral de Dios; en la sociológica, el análisis del papel de la
comunidad en la formación de las costumbres morales; el perenne valor de la ética de Kant
es el de poner de relieve la absoluta peculiaridad del concepto de deber; la ética
existencialista ha subrayado con acierto que el hombre es necesariamente un ser moral, y
que es inaceptable toda ideología que no afirme al otro como otro yo.

ÉTICA DE BIENES

Esta sitúa el origen último de la distinción entre el bien y el mal en la naturaleza misma de
los objetos. El hombre asimila de algún modo esos objetos física o psíquicamente (por el
conocimiento y el amor). La bondad moral consiste en preferir los objetos mejores a los
inferiores. Se puede, pues, condensar la ética de bienes en esta exigencia: aprehende los
bienes según su grado de bondad. Esta concepción es, sin duda, la que ha contado con más
partidarios en la historia del pensamiento moral, desde Aristóteles a Lenin ("la moralidad
depende de los intereses de la lucha de clases") pasando por santo Tomás, aunque en ellos
hayan existido grandes discrepancias a la hora de fijar el orden de preferencia de los
bienes.

Porque, en efecto, el mayor problema de la ética de bienes es el de hallar el criterio con el


que establecer el grado de bondad de los diversos objetos.

El criterio de la perfección intrínseca no parece admisible. En efecto, habría que admitir


que un hombre debe amar más a los genios que a sus padres; a los ángeles, que a los demás
seres humanos; a los animales, que a las plantas...

El criterio de la realización de nuestros deseos no resuelve tampoco el problema. Porque si


se identifica con el grado de placer concomitante al logro de una apetencia, nos hallamos
en el criterio anterior. Si se mide por la intensidad y radicalidad de los diversos deseos,
resulta difícil justificar moralmente la escala resultante. Y si, finalmente, se atiende a la
altura o nobleza de cada deseo, nos situamos, como veremos a continuación, en el
supuesto de la ética de valores.

Por último, se ha intentado escalonar los bienes según el grado de perfección que producen
en el sujeto que los asimila. Pero con ello no se hace sino trasladar el problema del objeto
al sujeto. La perfección del objeto viene determinada por la perfección del hombre. ¿Y qué
medida se habrá de utilizar para establecer los grados de esta ultima? Como ya se dijo, es
imposible demostrar racionalmente, sin apelar a la intuición, que un hombre sincero, por
ejemplo, es superior a uno mentiroso. Y si queremos fundar la ética en la apreciación
intuitiva del valor moral de las diversas cualidades humanas, nos encontraremos
precisamente en plena ética de los valores.

ÉTICA DE VALORES

Siendo el valor ético primario ese ideal de persona, las acciones concretas reciben su
calificación moral por relación a él: serán buenas si son manifestaciones de la bondad que
tiene quien las realiza, o si son medios por el que trata de adquirirla; serán malas en caso
contrario.

La intuición moral, como la mayoría de los acontecimientos, es progresiva: el ideal ético


no se revela de una vez en su plenitud, sino que, si se continúa profundizando en él,
siempre es posible descubrir nuevos horizontes morales. Pero es que, además, el co-
nocimiento ético es progresivo en un sentido peculiar: en su avance no solamente influye
el esfuerzo intelectual, sino también la realización vital. El hombre que procura ser bueno,
se capacita para intuiciones éticas más profundas; el que se entrega al mal, empobrece su
capacidad de intuición ética.

Las críticas psicológicas y sociológicas de la ética de los valores provienen principalmente


de los pensadores psicoanalistas, existencialistas y marxistas. Todos ellos coinciden en un
punto: el valor-moral no es una experiencia simple y última, sino el producto de un
proceso psicológico más o menos inconsciente; Ya hemos visto más arriba cómo explica el
psicoanálisis la génesis de lo ético.

La crítica marxista, por su parte, ha atribuido el nacimiento de la noción del valor al deseo
de las clases dominantes de convertir en normas evidentes e indiscutibles las que
favorecen al mantenimiento de sus privilegios. Así, por ejemplo, la burguesía ha elevado el
respeto a la propiedad privada o la resignación con el propio estado social, a virtudes
supremas. En este sentido, la ética de los valores sería una "filosofía fascista".

El problema radica en determinar si los valores morales fundamentales y supremos


contienen o no una realidad objetiva. Si la afirmación de que el hombre que se abre a la
verdad es superior a quien se cierra a ella, o que el hombre que admite su solidaridad con
los demás es mejor que quien los considera como cosas, responde efectivamente a una
superioridad óptica. Si se contesta afirmativamente, el paso de lo subjetivo a lo objetivo en
la ética queda asegurado.
LOS VALORES DE LA ETICA NATURAL

Desde el punto de vista ético, tres son los aspectos fundamentales de la apertura a la
verdad: la apertura al yo, la apertura al tu, la apertura a Dios.

La apertura al yo: equivale a la aceptación explícita de nuestra finitud radical. Ella


constituye una de las virtudes básicas: la virtud de la humildad. El descubrimiento de
nuestra finitud, nos lleva a reconocerla también en el otro. A admitir que el tú es también
otro yo. Y esa es la segunda de las virtudes básicas: la virtud de la solidaridad. También
ella tropieza con la resistencia del egoísmo, a cuyos ojos se presenta como una amenaza el
tomar sobre sí la limitación de la existencia ajena.

Finalmente, la experiencia de la finitud en mí mismo y en los demás lleva al conocimiento


de la necesidad de lo Infinito. Nuestra limitación exige lo Absoluto.

El ser mundano está esencialmente abocado a la Trascendencia. Aceptarlo constituye la


tercera virtud básica: la virtud de la religiosidad. Pero la aceptación del Infinito
trascendente ha de vencer una tercera resistencia. Porque ella implica el definitivo
reconocimiento de que el hombre no es una unidad completa en sí misma, de que nosotros
no somos el centro del Universo, equivale a proyectarnos a una órbita periférica en torno a
la divinidad. Exige una entrega, una donación. La religiosidad aparece, en un estadio
imperfecto, como la más radical de las alienaciones: Pero en su madurez, la comprensión
de Dios como amor, otorga a la persona humana la única fundamentación ontológicamente
posible, y le hace ser ella definitivamente. Apertura a la verdad en su triple aspecto de hu-
mildad, solidaridad y religiosidad: he aquí, según creemos, los valores básicos de una ética.
CONCLUSIÓN

Al finalizar este proyecto pude comprender con amplitud el pensamiento de las


personas de acuerdo a los conceptos de cada una de estas éticas, y cuál es la razón que
comparten al momento de afirmar su pensamiento crítico. Pude observar de forma detallada
lo que cada una de ellas representa en las personas y el pensamiento que la misma desea
expandir a su alrededor.

Como fue definida cada una ellas, y sus respectivas fechas en las cuales estas fueron
introducidas. Como estas se encuentran situada hoy en día en nuestro entorno y como
ciertos pensamientos e ideologías en relación a lo que realmente completa al ser humano y
lo que trae felicidad plena, cuyas ideologías, al ser estudiadas llegan a ser verdaderas
simplemente por un lapso de tiempo y solo para la persona que piensa de esa manera. Y en
muchas de ellas observaremos donde radica su problema.

También podría gustarte