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Ana Sola

El Mundo podría morir fuera de esas cuatro paredes y no le


importaría. Ana pasaba las rutinarias noches de sus días hundida
en inverosímiles oraciones de artículos tan comunes como las
rocas, estudiando concepciones ajenas que la ayudasen a
progresar en su hasta ahora bien labrada pero rudimentaria
carrera de comunicación, pues si bien su promedio le alcanzaba
para luchar por los primeros puesto en su área de estudio, no era
específicamente especial y notoria, y no por falta de esfuerzo,
Ana había hecho los sacrificios que consideraba necesarios,
como distanciarse de su familia y amigos, y no entablar una
relación amorosa que pudiese distraerla de sus objetivos
principales; en la otra cara de esta situación, la Soledad era reina
y señora en la vida de la joven, fuera de ese cuarto su vida no
cambiaba hiperbólicamente, se tornaba más gris y decadente en
aspectos emocionales, mas este hecho no surtía ningún efecto
en ella o al menos no realmente; podrían existir momentos en
que su cognición se viese nublada y cayera en las viles dudas del
ser humano, de si su existencia es fija y exacta para nadar en las
palabras escritas por la mano de un autor al que dudosamente le
importase las opiniones ajenas, esas ideas se disipaban tan
rápidamente como aparecían.

Esa noche nada cambiaba, corría las 11:00 pm, su laptop


reposaba sobre sus piernas, analizaba atentamente unos
artículos de Francisca de Aculodi mientras tomaba café bien
cargado como para mantenerla activa hasta cruzar el umbral de
la media noche, sentada en su cama cubierta de papeles en
aquel cuarto de alquiler al que se había mudado hacia algunos
meses; pese a que era una casa de Alquiler resabia el nombre de
la Hostelería de la autopista España, se encontraba muy cerca de
su universidad, financieramente accesible y la verdad desde que
lo descubrió le resulto bastante cómodo y acogedor; Los vecinos
no molestaban, pagabas el arriendo solo a los quince días de
cada mes, los dueños solo los veías al momento de hacer el
contrato y los depósitos los hacías en efectivo en una de las
puertas de la recepción, muy confortable para una persona de
carácter afanado como ella.

Inclinó la taza de café para beber, Ana estaba relajada, se sentía


ecuánime, sola como siempre, lo rutinario de aquel momento
seguía su curso como crucero en alta mar, mas en lo profundo de
ella, en ese momento de automatismo residía algo distinto, una
punzada tan ligera como la picadura de un mosquito, era el
cansancio quizá pero aquella sensación extraña por mas la
oriento a apartar la mirada de la laptop y a barrer con la otra el
montón de papeles que le estorbaban, caminó hacia la ventana
mientras frotaba su nuca con la muñeca, no pensaba en nada, no
en ese momento, sus pasos sonaban, el agotamiento abarcaba
su cuerpo, arriba crujían los compresores de los aire
acondicionados, incluso luego de apagarse ese crujir continuaba;
al llegar a la ventana Ana contemplo la gran superficie de la
Autopista España, era una enorme infraestructura de alquitrán
que se perdía con la noche, cruzando aquella composición de
asfalto, un gran llano infinito se perdía en la negrura, notó
enseguida la noche no tenia estrellas, la luna también estaba
ausente, el agotamiento desapareció por un pequeño instante, y
aquel impulso mínimo que la hizo levantarse comenzaba a tomar
sentido; Ana observo aquel paraje vacio y sintió algo más que
soledad, por aquella autopista no pasaba ni un solo auto, mucho
menos una persona, pero una corriente fría subió por su espina
dorsal al observar en la orilla de la autopista algo mucho más que
irregular, un auto, y si hubiese sido cualquier auto aquella joven
no habría quedado ni la mitad de atrapada. Era un Fiat Spazio del
74, oxidado hasta más no poder, sin yantas, a primera vista
parecía abandonado pero la realidad es que lo único que si tenía
aquella cosa era una figura que se detallaba finamente en la
oscuridad, algo se encorvaba en aquel auto, mientras sujetaba el
volante, y lo que más resaltaba de aquel algo además de estar en
aquel auto en ruinas era su enorme sombrero. Ana estaba
atrapada por todo, esa sensación que empezó como una vil
punzada ahora se convertía en algo mas, el frio que recorría su
espina se prolongaba por todo su cuerpo como una onda, algo
de aquel momento la paralizaba a su nariz, llegaba una fetidez
embarcada de frutas podridas y excremento, que a la vez
alborotaba su estómago. En sus entrañas algo se cocinaba, o más
bien la hería como un montón clavos calientes hundiéndose
contra sus riñones, sus manos sudaban como las de un mono en
celo, los labios blancos de cadáver temblaban y podía apostar
que sus manos también, conocía ese olor era temor. Apartó
suavemente la mirada de la ventana y se alejó de ella asustada,
su respiración era acelerada como la del corredor que acaba de
terminar un maratón, el silencio se escucha y acompaña su
aliento desesperado, de manera repentina la luz desaparece de
sus ojos y de toda la habitación, lo único que queda con algo de
resplandor es su laptop, la observa un momento, intenta
calmarse intenta sentirse a salvo de todo lo extraño que existe
allá afuera, todo lo monstruoso, raro y oscuro que asecha en las
grietas del mundo susurrando palabras malditas que anhelan
atrapar su alma. Súbitamente tocan a la puerta con una pujanza
pasmosa, ella mira el Reloj de su Laptop, son las 11:24 pm,
insisten en tocar la puerta, de donde puede Ana toma aire
suficiente para susurrar:
- ¿Quién es?

El aire salió disparado en una voz vibrante y temblorosa. Una


ronca y estresada voz comenzó a venir del otro lado de la puerta.

- Señorita… -comenzó aquella amarga frecuencia;- ¡Ayuda


por favor, mi auto se ha quedado accidentado en medio de
la nada!

Ana quien se encontraba al lado de su cama, se descubrió


paralizada, esa sombra del auto se encontraba frente a su
puerta. La puerta vibro con otro par de golpes.

- ¡Señorita, necesito de su ayuda!

Se acerco a la puerta gimoteando del miedo, había mucho frio en


aquel cuarto. Respiró hondo y respondió con voz frágil:

- Lo siento señor, puede buscar ayuda en la recepción del


hostal

La puerta se vibro mucho más fuerte con golpes de forma


repetitiva.

- ¡Abra la puerta señorita! –dijo mientras golpeaba- ¡Abra la


puerta señorita! ¡Abra la puerta señorita!

En ese momento la voz se torno más aguda y seccionadora


como la trituradora del lavado mientras destruye los
desperdicios, los golpeteos de la puerta eran más intensos.
Ana sentía como su corazón golpeaba su garganta, ¿Qué era
esa monstruosidad? ¿Y porque venía a visitarla? Pero lo que
sucedió a continuación destruyo por completo su cordura.

- ¡Abre la puerta, Ana!- Gritó aquella voz proveniente de los


abismos del infierno.
La mente de Ana colapsaba al mismo tiempo que tapaba su
boca para que su miedo no saliera. El silencio había vuelto a
reinar en ese lugar, mas la aprensión era como una cuchilla
que cortaba todo intento de sosiego. Se alejó súbitamente de
la puerta mientras se caminaba hacia su cama, tembloroso en
aquella oscuridad. Otra vez pensó, que nada podía hacerle
daño en su habitación, el mundo podía morir allá afuera pero
nada podía lastimarla.

- ¡Ábreme la puerta, Ana! – Gritó una figura con sombrero


en la oscuridad…

Ella se volvió hacia la esquina de donde provenía la vos, era


una vos grave y seca, esta vez, pudo distinguirlo aquella
sombra portaba un enorme sombrero, unos ojos centellantes
y rojos como el infierno mismo.

Corrió, Corrió con el impulso del miedo, con el impulso de los


vanados cuando escuchan el crujir del acecho. Aquella sombra
se le abalanzo encima y ella cayó en el suelo del cuarto, y
comenzó a patalear gritando y gimoteando, en que pesadilla
se había aventurado, en qué momento cruzó a un paraje
infernal, apertura pesadamente sus ojos, no había nada, o
más bien si había, era alucinante y terrorífico al mismo
tiempo, su cuarto se había tornado en un lugar que conocía a
la perfección, el olor a excremento y a podredumbre había
desaparecido y en su lugar a sus fosas nasales la franqueaba
un olor llegaba un aroma de calidez y hogar, incienso de
sándalo y frutos secos, con un ligero olor a estofado de cerdo,
era la sala de su antigua casa, su madre salió cargando una
charola brillante, estaba maquillada como casi nunca lo había
estado.
- ¿Qué haces en el suelo, mi pequeña? –dijo mientras la
observaba desde arriba- Levántate, tu padre ya debe de
estar a punto de llegar para la cena.

Ana la miraba atónita, en aquel punto sentía que tenía el


corazón entre sus diente, se levantó temblorosa

- Siéntate-, ordenó su madre dando le la espalda- tu padre ya


debe estar por llegar

Ana se descubrió obedeciendo lo que le ordenaba aquella mujer


quien decía ser su madre; orientó sus pasos dudosos hasta la
mesa, su corazón galopaba con la fuerza de un caballo de guerra,
solo se escuchaba el tintineo de los cubiertos que ordenaba su
madre oficiosamente.

El sonido de las bisagras abriendo paso se hizo presente en la


sala; su padre había llegado, estaba vestido de saco y corbata.

- ¡Buenas noches, familia!- dijo con una descomunal sonrisa


casi inhumana.

Aquella mujer, aparentemente su madre, abandono su labor


para dirigir su atención al hombre que aparentemente era su
padre.

- Amor -dijo ella mientras reía y lo abrazaba-, espero que


hayas tenido un gran día.
- Es un gran día solo con verlas…

Ambos tenían aquellas sonrisas que rayaban en la franja de lo


odioso y lo tétrico; separaron sus cuerpos para dirigirse a la
mesa, Ana estuvo sentada por todo ese largo instante como un
ser omnipresente en la silla.
-¡Hija! –Comenzó su padre con animosa entonación sentándose
en la silla-, ¿no piensas saludar a tu viejo?

Ana buscaba de encontrar su voz en la confusión y el miedo.

-¡oh!...- sollozó con temblor en cada parte de su cuerpo-, ¿Cómo


estas padre?

-¿Como pasaste el día?

El padre de Ana tomaba minuciosamente una porción del


estofado de cerdo que se encontraba en la charola al medio de la
mesa, y la servía en un plato hondo que tenía en sus dominios.
Ana por su parte se disponía a contestar, al momento que fue
interrumpida por su madre.

- Creo que está muy cansada por los estudios,- respondió su


Madre-, hace unos momentos la conseguí tirada en el
suelo.
- ¿Es eso cierto hija?

Ana quien se hallaba pasmada en su asiento al punto de


colapsar, respondió con una voz sofocada por lo que estaba
viviendo.

- Pues…- comenzó, mirando a aquellos padres a sus


centellantes ojos -, he estado bastante ocupada por estos
días y... no he podido dormir bien.

Su padre respiró profundo y probó el estofado con el dedo


meñique, miró a la madre con sonrisa escalofriante, tomó la
cuchara y la hundió en el plato.

- Entiendo- comentó mientras llevaba una cuchara de a su


boca mientras escudriñaba en su mente,- hija, conoces el
mito de Sísifo…
Ana no sabía que contestar, pero decidió continuar con
aquello pues realmente estaba perdida en los rincones
oscuros de su miedo.

-No- respondió en seco

- Es una lástima, tu madre y yo amamos a los griegos-, ambos


rieron mientras se dirigían miradas de complicidad- Sísifo creía
saber más que los dioses, así que en una situación delicada
quiso hacer lo que él consideraba como sabio, delató a
Júpiter, y fue lanzado al tártaro, mas logró escapar y huir de
aquel infierno y engañó por años a los dioses, murió de viejo y
al final acabó en mismo lugar al que huyó toda su existencia,
¿su castigo? el castigo fue empujar montaña arriba una
pesada roca por la eternidad . Sé que entiendes muy poco
porque te digo esto pero debes saber una cosa por más…

El hombre comenzó a toser, se sirvió un poco de agua que


había en la mesa, y bebió, la madre se acercó un poco
alarmada, el padre alzó la mano en señal de que todo estaba
bien, mas ella no se apartó de él.

- La mayoría de las personas,- continuó,- creen que


estúpidamente que la historia trata de sentirse
identificados con lo rutinario de nuestras vidas y esos
conceptos filosóficos erróneos.

El hombre tosió mas, pero no paraba de masticar y de comer


el estofado, para Ana ese segundo fue como si el tiempo se
detuviera, estaba concentrada en las palabras, pero mientras
aquel hombre masticaba la Madre comenzó a distanciarse de
él y súbitamente se desprendió de sus ropas, mientras que el
padre comenzaba a botar un liquido oscuro por la comisura de
sus labios.
La joven descubría aquella escena con horror, aprensada en
un miedo feroz que la mantenía aferrada a su silla, unas
pequeñas lagrimas comenzaban a brotar de sus ojos, lagrimas
de miedo y dolor, lagrimas de oscuras de las que salen de los
acantilados inexplorados del espíritu, quería correr, pero no
podía, otra vez ese putrefacto olor inunda las fosas de sus
sentidos, quería vomitar, quería defecar, quería gritar, quería
liberarse de alguna manera, mas era imposible.

El padre alzó la voz nuevamente.

- La verdad sobre ese pequeño mito es que, por más que


corras no puedes escapar del infierno al que has sido
condenada.

Los ojos se le tornaron rojos bermellón, como los de un


fragua, retomó a chuparse los dedos, y mientras lo hacía
arrancaba la piel ellos dejando las falanges al descubierto, la
madre se acercó, le tomó un ceno y con sus dientes arrancó el
tajó del pezón, aquella mujer le a arrancaba la piel del rostro
mientras dejaba.

- ¡Esto sí que es amor!- gritó la madre.

Ana lloraba, lloraba lágrimas que nunca antes había llorado,


lágrimas de miedo. Observaba como poco a poco aquellos dos
seres si iban desmembrando tajo por tajo. El hombre volvió la
mirada hacia ella.

- Ven con nosotros, Ana- susurro con el cráneo medio


descubierto y un ojo colgando- ¡Abre la puerta, Ana!

Repentinamente aquella cosa se abalanzó sobre la chica y con el


impulso del miedo ella tomo la fuerza para levantarse y correr
sin rumbo, pero aquellas bestia lograron sujetarla, Ana lloraba
tirada en el suelo, la ultrajaban, el olor a abismo impregno todo
su cuerpo, lloraba, las lagrimas de miedo eran inclementes,
incesantes

- ¡Ábrenos la puerta, Ana!- decían ambas voces al unisonó


escupiendo sangre y líquidos innombrables,- ¡Ábrenos la
puerta Ana! ¡Ábrenos la puerta Ana!

-¡Ya basta! ¡Ya basta! ¡Ya basta por favor!- sollozaba la joven
y solitaria Ana.

Partió los ojos y otra vez se estaba en otro lugar, se


encontraba en un auto, era un Fiat Spazio del 74, afuera se
advertía un llano con grama seca, su madre y su padre se
encontraban en la lejanía, almorzando en una mesa de
picnics, en el estéreo del auto sonaba Start me Up de los
Rolling Stones (Buscar letra para entender) a través del cristal
del auto Ana observaba un enorme roble a medio deslucir,
detrás se comenzaba a avizorar una sombra larga de un
hombre, aquel sujeto estaba vestido de negro y se acercaba
sigilosamente al auto donde estaba sentada Ana,
curiosamente; ella observaba todo esto como un recuerdo,
como si ya lo hubiese vivido y no pudiese cambiar nada de lo
que estaba sucediendo, al llegar al cristal del auto el hombre
se detallaba de mejor manera, tenía un enorme sombrero
judío color negro, sus ojos eran centellantes y su piel pálida y
rugosa.

- Oye, niña –susurro aquel hombre- ¿tus padres te han


abanado?

Ana negó con la cabeza, pero estaba completa y totalmente


en un modo establecido, no podía elegir que sucediese algo
más.
- ¿Cómo te llamas?

La mujer que en aquel momento había regresado a ser una


niña, se acomodó en el auto.

- Ana…
- Estas sola Ana-, dijo riendo como un cerdo-, eres la Ana
sola, conozco una canción llamada como tú.

Aquel hombre saco un una casetera de su bolsillo y puso a


reproducir algo.

«Anna, ven y pregúntame niña, Para liberarte, niña,» sonaban los


Beatles

- “Dices que te quiere más que a yo, Así que te liberaré, Vete con
él, Ana”…

- “Vete con el” – cantó la niña con el


- ¡Ah! Te la sabes…-dijo el hombre del sombrero con falsa
sorpresa.
- Mi mama me la canta a veces…
- Escucha, Ana, tus padres me han enviado a vigilarte
mientras ellos almuerzan. Asi que seria bastante
conveniente que me abrieras la puerta.
- Mi padre me dijo que no abriera la puerta hasta que ellos
regresen.
- Oye, no te preocupes, soy amigo de ellos, y ya te he dicho
que me han enviado para cuidarte,- decía susurrando y
orientando su mirada de forma cautelosa hacia los padres
en las lejanías.- abre la puerta, Ana, abre la puerta y
jugaremos… Acaso ¿no te sientes aburrida?
Ana, esa Ana en lo profundo de aquella fantasía que fue real,
gritaba para poder resistirse, pero no se puede cambiar lo que
fue, así que todo continuó en el peligroso sendero por el que se
orillaba. La Ana niña levantó el seguro, con cierta duda, « Si me
pones en marcha, nunca me detendré» sonaban los Stones, en
ese momento, en el momento que levanto el seguro del auto y el
hombre del sombrero entró, los miedos de Ana cobraron
sentido, El hombre del sombrero tomó Ana por la cintura
mientras esta lloraba en otro, Ese monstro tenía los ojos rojos y
dijo por única vez antes de que todo comenzara:

- De lo que aquí suceda nunca dirás nada, o te perseguiré por


toda tu vida, y te haré vivir este día, todos los días…

Ana se despertó de golpe en su habitación, estaba agotada,


todas las noches de sus días tenía el mismo sueño y esa noche
nada había cambiado, el mundo podría morir allá afuera de esas
cuatro paredes y a ella no le importaría, porque no podría
escapar de su propio infierno.

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