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UNO MÁS

Un trago más y ya perdí la cuenta.

Los recuerdos se amontonan como diarios viejos sobre una mesa polvorienta.

La soledad también.
Mientras la lluvia cae y el viento azota los árboles salgo del bar, uno más,
y comienzo a caminar.

Contemplo la noche deshabitada, las calles vacías, los lugares que tal vez
no vuelva a ver.

En la mañana tomaré el autobús (uno más).

No se hacia donde pero no veo la hora de llegar.

Tal vez haya algún lugar para los solitarios más allá del paraíso.

xoxoxxoxoxoxoxo

AGONÍA

Solo al verte comprendí que la razón de mi amor era que no aparecieras


en mi vida.

Era un acuerdo tácito, una condición sin equa non.

Pero tuviste que romper el pacto.

Te vi por primera vez como a los doce años.

En esa época tu pelo rubio era lacio y tus ojos azules aun tenían la
inocencia de la primera vez.

Recuerdo que hicimos el amor una tarde de verano en un pequeño


bosque.

Quedé fatalmente subyugado.

Te busqué en mis compañeras de colegio, en los bailes, hasta entre las


amigas de mi hermana.

De vez en cuando encontraba algo tuyo en alguna chica,


Una mueca, una caída de ojos, una cierto modo de caminar.

Pero después de un par de salidas comprendía que no eran vos.

O muy torpes o muy tímidas y generalmente algo entupidas y poco


interesantes.

Recién escuché tu voz cinco años después.

Susurrabas mi nombre y me arrastrabas dentro tuyo.

Crecimos juntos y te oculté a mis amistades.

Sabía que no entenderían, que no aceptarían tu existencia.

Así y todo nunca te condené al olvido, seguí buscándote.

Recuerdo a una camarera en unas vacaciones en Punta del Este,


terminaba su trabajo por las noches y se bañaba desnuda en el mar ala luz
de la luna.

La situación era compleja, ya me había casado con Sandra (cosa que en


cierta forma viví como una traición a nuestra relación) y estaba
embarazada de Agustina.

Durante tres noches seguidas me escape del hotel mientras ella dormía
para enloquecerme de pasión con Lourdes.

Finalmente comprendí que era casi vos y que ese casi era una distancia
enorme entre ambas (mirando algunas fotos muy guardadas también
descubrí que era morocha y con un ligero aire asiático).

Seguí todos tus cambios, tu pelo corto, tus rulos, la ropa de noche, la de
cuero negro.

Te creí una maestra de mi hija, casada y esquiva.

Estuve al borde del divorcio cuando confundiéndote con la secretaria de


un amigo me escapé una semana a la costa.

Pero siempre el mismo final, la misma decepción.


Comprender que no eran vos me deprimía pero, recién ahora lo
comprendo, me tranquilizaba.

Seguía siendo libre de crearte una y mil veces.

Dulce o feroz, sádica o sumisa, siempre a mí gusto, mía.

Por eso la vez que llamé a la puerta del departamento de tu hermana para
saber si el corte de agua era en todo el edificio y me atendiste sentí una
sensación muy extraña.

Lo más difícil de aceptar fue que también vos estuvieras shockeada.

Me quedé mirando tus ojos eternamente azules y balbuceando entupidas


excusas por molestar a las once de la noche.

Al otro día te cruce en la entrada y me preguntaste algo sobre el gato de


tu hermana.

En quince minutos estábamos en un café a pocas cuadras del edificio


charlando hasta por los codos.

Llegué tarde al estudio, cosa rara en mí, y me pasé el resto del día
pensando en vos.

La tarde siguiente pasé a buscarte por tu atelier y de allí directo a un hotel


en la Panamericana.

Fue como un sueño, el mejor de todos.

Conocías mi cuerpo y yo el tuyo, sabíamos nuestros gustos, nuestras


debilidades y hasta nuestras fantasías más ocultas.

Te brindabas sin pudor y yo era más libre que nunca en mi vida.

Cuando después de ducharnos me confesaste que soñabas conmigo


desde chica sentí que estaba del otro lado del espejo.

Más tarde me mostraste mis retratos, una colección inequívoca de todos


mis cambios físicos.

Habías sido más consecuente que yo, seguías soltera.


Supongo que Sandra nunca entenderá por qué me fui.

Me dolió por Agu pero aspiraba a que algún día entendiera que junto a su
madre me estaba frustrando y seguramente ella no querría verme
consumido por la rutina, irritable y deprimido todo el tiempo.

Nuestro nuevo hogar era un deja vú llevado al paroxismo.

Cada cosa nueva que aportábamos nos recordaba mil otras y nos
retrotraía en el tiempo hasta el hartazgo.

En pocos meses descubrimos que conociamos casi de memoria los gustos


del otro aún en sus más mínimos detalles.

Comenzó a dar vueltas en mi cabeza la idea de que tal vez yo no era lo


suficientemente bueno para vos.

No estaba preparado para encontrarte.

Hasta ahora solo habias sido un sueño, un anhelo y por lo tanto yo no


necesitaba ser mejor para tenerte.

Mi solo deseo ameritaba tu presencia.

En realidad el temor por no merecerte se convirtió rápidamente en una


obsesión.

A cada ramo de flores, caja de bombones o camisa de seda que te


obsequiaba respondías, en el acto, con un nuevo retrato, una corbata o
alguna exótica y romántica cena.

Nuestra vida (en ese momento pensaba que solo la mía) se fué
convirtiendo en un maratón de atenciones para con el otro.

Comprendiste, antes que yo, que nunca podríamos estar a la altura de


nuestros sueños.

Siempre seríamos poco para la idealización que habíamos construido del


otro.

Decidiste quebrar el círculo y te fuiste por la ventana una tarde de otoño


con una rosa en la mano y un par de lágrimas en los ojos.
Dejaste unas pocas lineas “Gerardo: Perdón por no ser más de lo que fuí,
gracias por ser mejor de lo que soñé.Siempre tuya Iris”

Tu hermana tuvo la gentileza de ir a reconocer el cadaver.

Ella, tal vez como nadie, quiso preservar nuestra historia de todo lo ruín.

Yo qumé todas nuestras cosas.

La casa está tan vacía como mi vida desde que te fuíste.

Es dificil aceptar que te busqué casi trinta años y cuando te encontré no


supe retenerte más que unos pocos meses.

Ahora, desnudo frente a la ventana abierta, siento que lo nuestro no era


de este mundo.

Espéro que Agustina comprenda algún día que ya no pude soportar esta
agonía.

xoxoxoxoxoxoxoxo

AZUL

Sé que puedo hacerlo, yo sé que puedo hacerlo.

Las paredes no son un impedimento para mi libertad.

Sé que puedo llegar al azul, a ese azul del cielo y del mar.

Porque detrás de las paredes debe estar el azul.

No es posible que solo haya quedado confinado a mi memoria.

Y aunque nunca he visto el mar sé que es azul y hermoso.

Debe ser enorme, como un desierto gigante en movimiento.

De aquí para allá, interminable y ansioso.


Fresco y húmedo y sobre todo azul.

Azul como tus ojos, mi perdición y mi alegría.

Yo sé que detrás de las paredes están el cielo, el mar y vos, aguardándome


sonriente, con tus grandes ojos azules.

Solo tengo que esperar que me pongan la capucha y disparen.

xoxoxoxoxoxoxoxo

EL JUGADOR

Tony abrió la puerta de la habitación 18, su habitación desde hacía casi un mes,
encendió la luz, echó llave y se encaminó hacia la mesita ratona frente a la
ventana que daba a la calle principal de ese pequeño pueblo.

Se sirvió, de una botella de “Royal Sallute” ganada tiempo


atrás, un generoso whisky doble y se sentó en un sillón a
contemplar la nada.

Hacía más de dos años que había comenzado su peregrinaje por Lucía.

Recordó la primera vez que la vio con poco más de 16 años, sus negros bucles,
sus ojos inmensamente celestes y su carita de miedo.

Las chicas de “El Gato Negro” le dijeron que su padrastro la había vendido en
Catamarca dos días antes y de ahí derechito a Lanús.

Entró a la sala de juego acompañando a un gordo sudoroso (prototipo del


sindicalista o puntero político) clásico bruto con plata, quien, ya bastante bebido,
le besuqueaba los pechos y la estrujaba mientras exhibía ostentosamente un
“Rolex” de oro.

Fueron seis meses de verla noche a noche.


Siempre acompañada.

Mal acompañada.

Los más babosos, los más desagradables, los más ricos.

Ya en Los Polvorines, primer punto de rotación de los antros del viejo Caprari, se
la veía más segura.

Sabía que era hermosa y que los clientes se peleaban por ella.

Ese fue el motivo de su apurado traslado a Escobar.

A Tony le llevo dos semanas conseguir el traslado, ayudado por la misteriosa


muerte del tallador del lugar en un supuesto ajuste de cuentas.

Cuando llegó ya Lucía era la favorita del lugar.

En especial de un comisario que la llenaba de regalos y la celaba como a una


novia.

Recién ahí pudo hablar con ella.

Fue cuando la sacó casi inconsciente del incendio del tugurio.

Por un momento volvió a ser la de antes.

Lo abrazó llorando temblando de miedo.

Le dio las gracias desde su fragilidad con una voz suave y dulce que resultó toda
una caricia para Tony.

Tres días más tarde, y luego de las declaraciones de rigor, a Lucía, la negra
Carmen, Aída, la chilena, y Tony los mandaron a Campana, tierra de gitanos.

Era un buen lugar para un jugador profesional porque cada negocio se festejaba
apostando a la suerte de las cartas y Tony se llevaba un porcentaje de lo que
ganaba para la casa.

Allí también se reencontró con Don Eloy, viejo tahúr retirado y antiguo
compañero de juergas de su padre “El Gran Tony Bianco” que, como este cuatro
años antes, solo esperaba su turno para morir de cirrosis.

A las chicas tampoco les iba mal.


En especial a Lucía, a quien los lugareños apodaban “La Princesita”, pero un par
de compañeras la iniciaron en el uso de la cocaína.

Tony dormía casi siempre acompañado.

Sus 37 años, buen porte y aire mundano le abrían todas las puertas y no pocas
camas.

Solo Lucía parecía inmune a sus encantos y solo interesada en hacer dinero.

Ella jamás se le acercó y él nunca fue a buscarla.

Cierta tarde un par de borrachos reconocieron a “la princesita” volviendo (sola y


por un camino poco transitado) de comprar cosméticos, la atacaron y apunto
estuvieron de violarla en las cercanías del boliche.

Pero Tony, que llegaba temprano para arreglar asuntos de plata, los puso en fuga
con un par de tiros de la 22 que siempre llevaba encima.

Otra vez las lagrimas y la fragilidad.

El la cubrió con su saco mientras ella se apretaba contra su cuerpo, temblorosa y


asustada las pocas cuadras que los separaban de “La Diabola”.

Pepe y “el pela”, encargados de la seguridad, no bien se enteraron salieron a


buscar a los agresores y los mandaron al hospital.

Esa noche Lucía no trabajó.

Al día siguiente llamó a Caprari y le pidió que la sacara de ahí.

Sabía que el viejo tenía debilidad por ella y por su culo y no se lo negaría.

En dos días estaba en Alberti sin Tony a quien insistió en llevar como su
“protector”,

Éste había encontrado consuelo en la amistad y la tonada dominicana de Carmen


con quien compartía paseos y siestas.

Ella soñaba con volver a su tierra para cuidar a su hijo de 4 años y poner un
pequeño negocio para cambiar de vida.

Él incluso fantaseó con acompañarla.


A los tres meses y cuando nada lo presagiaba Caprari lo mandó llamar para cubrir
una vacante por un tallador infiel que había hecho su negocio un par de años
robándole al viejo y pagó con su vida.

El sitio era “Profana” sobre ruta 5 en la entrada de Alberti.

Justo donde estaba Lucía.

Se alojó en el “Hotel España” y ya en el boliche palpó un clima raro.

Mucha plata, demasiada droga, poco trabajo.

Dos días tardó en descubrir que el “bienestar” de todos tenía un nombre o mejor
dicho un apodo “El Barba”.

Era un enigmático “empresario” conectado con el cartel de Juárez y propietario


de una fastuosa quinta, a un par de Km. por la ruta, donde siempre había fiestas
con invitados importantes.

Políticos, industriales, jueces y estrellas del deporte y el espectáculo desfilaban


sigilosamente noche a noche por el lugar.

Lucía estaba cambiada, bien tostada y algo más delgada.

Parecía siempre exaltada y ansiosa,

Recibió bien a Tony, le volvió a agradecer por haberla salvado dos veces y lo
presentó a todas en el boliche como su “héroe” personal.

Pero solo fue una formalidad, él lo supo enseguida, y luego volvió a lo suyo sin
darle más importancia al asunto.

Tenía la nariz demasiado roja para su bronceado, notó rápidamente Tony.

Más de tres semanas tuvieron que pasar hasta que las chicas, que siempre le
contaban lo bien que la pasaban, los personajes con los que estaban y la plata
que ganaban, consiguieran que Calixto, mano derecha del Barba, lo invitara
personalmente.

La noche de los miércoles “Profana” no abría.

Limpieza, desinfección y franco para todos.


Tony desayunó un cortado a las 14 hs, en el bar del hotel.

Había estado jugando hasta las 6 y Karina, una pelirroja del plantel y también
residente en el España, lo mantuvo entretenido hasta las 7,30.

Ahora con anteojos de sol y de elegante sport esperaba que bajaran las chicas
leyendo “La Comuna”, el diario regional.

La combi que mandó Calixto llegó puntual y las damas, Karina y cuatro más,
subieron a ella preparadas para un día de playa.

El tiempo acompañaba.

El viaje fue corto,

Impresionante el lugar.

Rejas con seguridad interna (donde Tony dejó la 22) para entrar y luego un
bosquecito tupido.

Una casa de dos plantas con terraza y balcones a todo lujo y detrás una enorme
piscina, rodeada de palmeras y arena, donde un futbolista “oficialmente”
lesionado jugueteaba con dos chicas del “Profana” que, ya sin corpiño, trataban
de bajarle el short.

Más allá un conductor de TV y una promisoria modelo se acariciaban


apasionadamente.

Al sol un par de veteranos retozaban con chicas que podrían ser sus hijas.

Los recibió Calixto (un morochón grandote de camisa hawaiana) con un plato
tibio de ”fuerza blanca” y cucharitas plásticas de helado porque “el metal
corrompe la mercadería” dijo.

Todos tomaron y aunque Tony no era un experto supo que era de la buena.

A eso de las 15 comenzó a aparecer la comitiva desde la casa.

Al Barba (delgado, tostado y cuarentón, de camisola blanca, pantalón al tono y


sandalias) lo acompañaban un cantante extranjero, con sus dos guardaespaldas,
un ex tenista devenido en empresario, un par de tipos con aire judicial y aspecto
gay con sus musculosos chongos y hasta un travesti de efímera presencia
mediática.

Con ellos una docena de lolitas.

Junto al dueño de casa, encabezando el desfile VIP, Lucía hermosa y radiante en


un micro bikini de color indefinido.

El la llevaba de la mano y la mimaba mientras charlaban animadamente.

El almuerzo fue casi una parodia porque nadie tenía suficiente apetito.

Luego de las presentaciones del caso (el Barba le agradeció a Tony el haber
salvado a “su” Lucía) los mozos comenzaron a traer fuentes repletas de carne
asada y achuras.

A la izquierda de Tony se sentó una de las chicas del boliche que hablaba
seductoramente con un veterano algo entrado en carnes.

A la derecha se ubicó una angelical cuasi adolescente, de bikini floreada y muy


parecida a Madonna, que jugueteaba bajo la mesa con sus piernas y le hacia
mohines entre un bocado y otro.

El le sirvió vino un par de veces mientras se dejaba seducir.

El postre era un helado acompañado por rodajas de fruta al que la mayoría


rociaba con “Chivas Regall”.

Tony sintió una caricia en su nuca y la voz de Lucia susurrándole – En una hora
estoy con vos.

Al poco rato Evelyn, la madonnita, lo besaba apasionadamente y lo invitaba a una


siestita en el bungalow N° 3 llave en mano.

La mayoría partía con rumbos similares y en instantes se vio desnudo en una


enorme y mullida cama observado desde la entrepierna por los enormes ojos
azules de la niña que le practicaba una irreprochable fellatio

Entrecerró los ojos y se abandonó pasivamente.


Luego las caricias se volvieron más salvajes y al abrir los ojos se topó con los
negros rulos de Lucía que sin mediar palabra lo envolvió con su cuerpo y se
ofreció completa.

Tony había soñado ese momento pero en la realidad gozaba más de lo esperado.

Enloqueció con sus pechos, se extasió en sus muslos y se agotó entre sus nalgas.

Disfrutaba cada centímetro de esa piel lujuriosa.

Su pasión y su deseo de satisfacerlo por todos los medios en cada uno de sus
caprichos lo llevó a múltiples orgasmos.

El tiempo se detuvo hasta que ella bebió su última gota de placer.

Ya había oscurecido cuando despertó solo en la cálida penumbra de la


habitación.

Evelyn y Ariadna, otra lolita, aparecieron enseguida haciendo topless y


trayéndole una sunga azul marino para llevarlo a la piscina.

También lo convidaron con un porro tamaño habano muy rico y efectivo.

Solo así se puso la sunga ayudado por las chicas que no paraban de acariciarlo.

El paso por la alberca fue fugaz.

Liberó a las chicas para darse un chapuzón que lo volviera a la realidad pero se
sentía como el personaje de “El Graduado” percibiendo todo desde un envase de
goma.

Algunas parejas, tríos y cuartetos se divertían cerca suyo.

Nadie notó su presencia ni su ausencia media hora después.

Se envolvió en uno de los tantos toallones multicolores que abundaban por la


zona y se encaminó hacia la casa.

En el inmenso living solo había 8 o 10 personas divirtiéndose divididos en 3


grupos.

Subiendo la escalera, ocupada parcialmente por un trío, se escuchaba que la


fiesta grande era en la terraza.
Una música africana con tambores frenéticos ambientaba el lugar.

Lo recibió el culo anhelante de Ariadna que, enfrascada en una fellatio,


reclamaba un poco de placer anal.

Tony aceptó la propuesta.

Desde su cómoda, y muy placentera, posición observó el espectáculo.

La terraza, de unos 20mts. por 20mts., estaba sembrada de colchonetas,


iluminada con antorchas y tenía estratégicamente ubicadas 3 o 4 mesitas cada
una con un narguile, abundantes cajas de preservativos y un plato con polvo
blanco que no parecía ser ni sal ni azúcar

En un costado el conductor televisivo y el ex tenista disfrutaban de la pequeña


Evelyn.

Más allá Calixto penetraba al travesti al cual felaba uno de “los judiciales” a quien
su chongo le hacía los honores.

En un rincón, más alto que el resto y sobre una especie de trono, el Barba gozaba
alternativamente de la modelo y de una niña de no más de 13 años que estaban
enredadas en un feroz 69.

La música salvaje aumentaba las pulsaciones.

Entonces la vio.

Sobre el otro costado de la azotea una docena de personas formaban un círculo


alrededor de Lucía que se debatía extasiada entre el cantante, el futbolista y un
gordito de cara conocida.

Cambiaban de posiciones y ella se sometía, sumisa como una esclava, flexible


como una contorsionista y ansiosa como una adicta.

Alguien con una cámara registraba todo y eso se proyectaba sobre una pantalla
que, recién se daba cuenta, dominaba la terraza.

Verla, en una especie de escena final, sonriente con sus tres entradas
remachadas de carne y semen fue demasiado para Tony.

Se vació en Ariadna sin placer y se fue.


Aún aturdido por la música y el porro y shockeado por la visión de Lucía, su Lucía,
como protagonista central del show sexual.

Tardó en encontrar el camino al bungalow.

Afortunadamente no habían cerrado con llave y pudo vestirse mientras aclaraba


la mente.

El trayecto hasta el portón de entrada lo recorrió fumando y mirando hacia el


vació.

Una vez que retiró el arma tomó un remisse, el primero que se apostaba en el
lugar, hasta el hotel en Rivadavia y Alem.

Se sentía asqueado y decepcionado.

La niña frágil que llorara de temor entre sus brazos se había convertido en una
viciosa exhibicionista.

En la más puta de todas.

Y aún así el la amaba.

Estúpidamente, irremediablemente.

El sabor del whisky le trajo a la memoria a su padre “El Gran Tony”, gran bebedor,
gran tahúr y filosofo de café.

“Nunca te enamores de una piba de la noche- le dijo en su lecho de muerte-una


vez que se engancharon con la joda, aunque las rescates, vuelven a caer.

La tentación es más fuerte que ellas”.

Un sabio el viejo, pensó.

También le había dicho que simboliza cada palo de la baraja.

El corazón amor, el trébol suerte, el diamante riqueza y el pique muerte.

Y que le preguntara a las cartas cuando no supiera que hacer porque ellas le
indicarían el mejor camino a tomar.

Automáticamente buscó los naipes en el bolsillo interno izquierdo de su saco.


Los sacó de la caja y comenzó a barajar.

El juego era buscar los primeros tres ases.

Las cartas no mienten, se dijo.

El primero fue el de corazones con toda su carga de frustración.

El segundo, el de tréboles, marcaba la suerte que le faltó con Lucía.

El tercero, y lo esperaba, fue el as de pique.

Después de todo, pensó, en el juego y en la vida siempre se pierde.

Su mano buscó en el bolsillo derecho externo la 22.

Miró por el ventanal.

Una llovizna suave caía sobre el asfalto como una bendición.

Cargó.

Apoyó en la sien.

Disparó.

“El amor y la suerte decidieron su muerte”

Tal vez así debiera rezar su epitafio.

xoxoxoxoxoxoxoxoxoxo

HASTA MAÑANA

Llega cansada otra vez.

Sube por la quejumbrosa escalera y forcejea con esa maldita llave la


puerta de la habitación de eternas cortinas bajas.

Enciende la luz amarillenta y deja el bolso sobre la mesa algo sucia.


Se sienta en la única silla para liberarse de los zapatos de taco chueco.

Un suspiro y prender un cigarrillo.

Ahora contar el dinero que le han dejado los cuatro o cinco clientes de
hoy.

Luego preparar un sándwich.

Los negocios marchan cada vez peor.

Tal vez en un cabaret…

Pero ahí quieren pollitas jóvenes y además nunca le gustó trabajar para
otro.

Medio vaso de vino y a dormir, a esperar que aparezca alguna solución.

Tal vez leer algunas páginas de una novela de amor con esas cosas que
solo pasan en las novelas.

Después apagar la luz.

xoxoxoxoxoxoxoxo

LA MÁSCARA DE LA OTRA DISTANCIA

Ya el solo hecho de volver al pueblo era un ejercicio doloroso.

Ni que hablar de pasar delante del lugar en que estuvo la antigua casa
paterna.

Pero el broche de oro, la verdadera frutilla de la torta (de esta


engangrenada torta de impotencia y dolor) era el cementerio.

Desde su imponente entrada (demasiado lujosa para este pueblucho de


mierda), pasando por las bóvedas de los ricos de siempre, tapizadas de
mármoles y angelitos, a las de de los medio pelo, decoradas en un
verdadero festival de mal gusto, con azulejos y cerámicos de colores
ridículos que las hacían más parecidas

a baños y cocinas que a sepulcros.

También estaban los pobres, recordados y olvidados, los indigentes, los


NN y estaba Mabi.

La que no debía estar.

Su tumba, sencilla, era el único motivo para que yo estuviera otra vez
aquí.

Después de quince años todavía seguía sintiendo la tibieza de su cuerpo


extinguiéndose en mis brazos cuando la descolgué en su cuarto.

Cuando desaté la soga que apretaba su cuello.

Cuando la cubrí con una manta y la bañé con mis lágrimas.

Siempre habíamos sido muy compinches aunque nuestro “siempre” se


había reducido, al principio, a fines de año y demás fiestas familiares.

La recuerdo desde sus siete años, mis diez, era mi sobrinita, la hija de mi
hermana mayor, la más dulce y simpática, la más bonita.

Y ella desde siempre me eligió a mí de entre el cortejo de parientes,


amigos y vecinos que buscaban su compañía.

Jugando a las escondidas nos ocultábamos juntos y escuchábamos en


silencio el galope de nuestros corazones mientras, tapándonos
mutuamente la boca, nos mirábamos a los ojos.

Años después salíamos de expedición por las casas cercanas en medio de


las noches festivas.

Nos contábamos anécdotas del cóle y gustos por artistas de la tele.

Creo que cuando cumplí quince comencé a mirarla con otros ojos y, si bien
seguíamos charlando nuestro estallido hormonal nos llevaba a un mayor
contacto físico con abrazos efusivos, agarrones intempestivos y demás
acercamientos burdos.
Poco después comenzó la conexión epistolar con confesiones más intimas
de nuestros respectivos aprendizajes amorosos.

Ella parecía sufrir por los demás.

Le dolía pensar que podía causar dolor y se debatía entre falsos “sies” y
silenciosos “noes”.

Se asilaba en la literatura y se aferraba a la poesía como un náufrago a un


madero.

Siempre lo trágico, lo desesperanzado, lo oscuramente predestinado.

Coherentemente con su rebeldía no quiso fiesta de quince ante el horror


de la familia y mi apoyo incondicional.

La angustiaba el hecho de poder tener y que otros no tuvieran.

Era como si quisiera remediar todas las injusticias y reivindicar a todos los
marginados con su existencia.

Un año después y entre furtivas llamadas telefónicas debimos aceptar


aquella reciproca atracción que la distancia enmascaraba.

Las concordancias no eran muchas, más bien podría decirse que nos unía
una suerte de encantamiento mutuo y la aceptación de nuestras
diferencias como características, casi admirables, en el otro.

Yo ya tenía trabajo cuando, con la excusa de conseguir información de no


sé que curso en la ciudad, Mabel comenzó a quedarse seguido en casa de
mis padres.

El inicial sobresalto por su llegada fue dejando paso a una sensación de


blanda placidez por su presencia cercana.

Solíamos salir a caminar recorriendo mis lugares favoritos.

Mi dulce y simpática sobrinita se había convertido en una hermosa y


sensual muchacha que ya conocía las mieles del placer.

La segunda noche de su tercer viaje, y aprovechando que en casa todos


habían salido, dimos rienda suelta a nuestra sensualidad.
Comenzamos en el living, bajo el influjo de las suites de Bach para cello,
acariciándonos en el temprano atardecer.

Para continuar en mi habitación, con Chet Baker enmarcando nuestra


catarata de pasión, ante las primeras estrellas.

Pronto los paseos se volvieron autenticas maratones sexuales.

La primera caricia era suficiente y nuestro deseo ardía con desesperación.

Así, en la nocturnidad, parques, pasillos y aún terrazas y ascensores fueron


testigos de estos fogosos encuentros.

No podíamos estar el uno sin el otro pero para que no resultara


sospechoso comenzó a espaciar sus visitas y en compensación yo
convertía cualquier feriado en excursiones al pueblo a saludar a mis
parientes.

Abruptamente decidió no verme más y me negó explicaciones.

Solo argumentó, telefónicamente, que ya no sentía lo que antes y no


quería problemas con la familia.

Loco de dolor y desencajado por la angustia debí aguardar dos semanas


desesperadamente silenciosas hasta que un asueto nos permitiera
encontrar sin despertar suspicacias.

En cuanto supo de mi presencia se negó a verme y por medio de una


amiga me hizo llegar una breve nota “La ignorancia no es excusa.
Recorrimos una distancia que jamás debimos. Perdonáme. Mabi”

No entendí.

Quise saber más.

Rita, su mejor amiga, me dijo que al parecer alguien en el pueblo le había


dicho algo terrible que ni siquiera le confió a ella.

Comencé a buscar explicaciones ¿alguna enfermedad? ¿algún delito?

Obviamente no podía consultar a los parientes sin despertar sospechas.


Merced a un amigo de la infancia que trabajaba en la clínica local, y a
quien conté parcialmente la historia, supe que Mabi había estado allí
cuidando unos días a don Rubén, un farmacéutico jubilado y amigo de la
familia desde siempre.

Poco antes de que este falleciera la vieron salir de la habitación llorando


amargamente.

Ya nunca había vuelto y no fue al velatorio ni al entierro.

Desde ese momento casi no se la vio salir de su casa.

Inmediatamente fui a ver a doña Rosita, la viuda de don Rubén.

No bien abrió la puerta y apenas recibidas las condolencias de rigor me


dijo

- Pero vos venís por lo de Mabi ¿no?

En cinco minutos sintetizó una historia de mentiras, temores y


ocultamientos.

Me contó que en otra época cuando las hijas quedaban embarazadas


siendo muy jóvenes y sin marido a veces los padres de la chica la llevaban
a otro pueblo a dar a luz, antes de que fuera demasiado evidente, y
anotaban al nieto como hijo propio para que ella no fuera discriminada
por ser madre soltera.

Justificó actitudes con los prejuicios de otro tiempo y me develó el secreto


que había trastornado a Mabi.

De pronto comprendí cual era la distancia, esa otra distancia, que, decía
Mabi, no debimos recorrer.

Era tarde cuando llegué a la casa, su frágil cuerpo ya pendía de una soga
en el cuarto.

La bajé y me quedé desconsolado recordando los sueños que ya no


cumpliríamos, lamentando no haberle dicho más veces lo mucho que la
amaba, abrazando el cadáver de la mujer de mi vida.
Por eso estaba otra vez frente a su tumba, como cada año, para dejarle
unas pocas flores y maldecir esa estúpida hipocresía pueblerina que me
privó del amor del más tierno de los ángeles, la dulce Mabi, mi hermana.

xoxoxoxoxoxoxoxoxoxo

MONOLOGO DE HOMBRE CON TELÉFONO

El hombre de barba aprieta el teléfono mientras levanta la voz.

-Pero como puedes decir eso.

El es un símbolo, no lo puedes dejar morir así como así.

Escucha un instante y anticipa con su vozarrón de tonada caribeña.

-Ya sé lo que he dicho y se lo he reprochado también.

Pero eso no es causal para desampararlo ahora.

Si tú quieres, luego de ésta, le decimos que se modere, que esa no es la


forma, no sé, le decimos lo que tú quieras, pero este no es el momento
para echar culpas.

Él ha hecho más que nadie por nuestra causa.

Ha puesto la cara donde ni siquiera ustedes se animaron.

¿Y así le pagan?

¡Que me espera si algún día estoy en apuros!

Se tensa mientras tamborilea con los dedos sobre el escritorio.

-Si, si de promesas tengo llena la bolsa.

Hechos es lo que estoy pidiendo.

Tu bien sabes que lo que piden no es gran cosa.


Ni bien lo liberen podemos salir a desmentir todo.

¡Hombre! ¡Todo lo que quiero es negociar!

¡O también a mi me van a tachar de antirrevolucionario!

¡Pero como que no hay más que hablar!

El hombre se incorpora violentamente.

Afuera el día es calmo y soleado.

El mar puede verse desde la ventana del despacho.

El teléfono comienza a emitir un sonido que denota que han cortado la


comunicación del otro lado.

-¡Maldito cochino cabron, hacerme esto! ¡Hacerle esto a Ernesto!

Golpea con el puño el escritorio.

Fija luego su mirada en el cielo, celeste, muy celeste.

Toma un cigarro de una caja, lo corta y lo enciende apurado, con la mirada


perdida.

Mira hacia la puerta como si viera a alguien y estalla señalándolo.

-Y tu, maldito ¿Cómo me puedes hacer esto a mi?

¡A mi, que te quiero más que a un hermano!

Desconsolado se deja caer en su sillón nuevamente.

-¿Por qué me haces esto?

¡Por que tenias que ser tu el quijote, el mártir!

El hombre se quiebra en un sollozo.

-Yo te necesito aquí conmigo ¿Cómo me haces esto hermano?

Se apoya la palma de la mano izquierda sobre la frente y da una pitada


nerviosa.
-¿Qué voy a hacer sin ti Ernesto?

¿Por qué me dejas solo?

Tan solo que ni tú sabes.

El hombre queda absorto en sus pensamientos por unos instantes.

Recordando buenos momentos, fumando su cigarro.

El sonido del teléfono lo devuelve a la realidad.

Lo deja sonar tres veces y mira al techo antes de levantar el auricular.

-¿Si? Si, si, ya sé, dígale que…

Suspira profundamente como tratando de darle una bocanada más de


aire al amigo en desgracia.

-Dígale que no hay trato, lo siento.

Corta abruptamente y se incorpora.

Ahora mira por la ventana el cielo, más allá el mar.

De sus ojos escapan un par de lágrimas irrespetuosas.

Gira sobre sus talones y mira la puerta.

-No habrías aceptado otra decisión ¿verdad Ernesto?

xoxoxoxoxoxoxoxoxo

POR FAVOR

Tus ojos lejanos vuelven a mi mente una y otra vez.

Como si quisieran cambiar el curso de los hechos.

Tanta confusión, tanto sufrimiento.


Los últimos días fueron los peores.

Vos y yo sabíamos que el final era inevitable.

Los médicos ya no se cuidaban al hablar.

Los dolores parecían cada vez más fuertes.

La ventana se volvió un entupido televisor con imágenes casi estáticas solo


modificadas por la luz del sol.

Y el piso…

El piso era una especie de ajedrez macabro donde todo movimiento


parecía posible pero irrealizable.

Solo lo mínimo, un peón aquí, un alfil allá.

Los viajes al quirófano solo rompían la monotonía parcialmente.

Siempre era “por precaución” y “para evitar que avance”.

En realidad el coma profundo fue una bendición para todos.

Por eso y en nombre de todo nuestro amor te pido desde este silencio
asfixiante…

Por favor, desconectá el respirador.

xoxoxoxoxoxoxoxoxoxoxo

ÚLTIMOS MOMENTOS DE UN IDIOTA

Los ojos de Marilyn y James Dean lo miran desde las paredes


multiplicados por veinte.

La fiebre lo hace imaginar las más disparatadas escenas.


Ellos pidiéndole por favor que les escriba un guión, que los dirija, que les
dé su opinión sobre lo que tienen que mejorar.

Y él sentado en un ostentoso sillón rojo con la palabra “enjoy” escrita en


grandes caracteres.

Él sentado con su bata negra adornada con escenas de todas las películas
de de Walt Disney.

Él animándose a decirle a James que lo ama y que quiere hacer el amor


con el y Marilyn al mismo tiempo.

La fiebre no baja y no viene nadie.

Bueno…tampoco es para ponerse tan paranoico.

Lástima no tener casi fuerzas para escribir.

Sería el momento ideal para crear cosas trágicas.

Hay que recordar bien estos instantes porque más adelante algún
periodista del espectáculo le preguntará en que se inspiró para escribir
esa obra tan premiada y él le dirá que…

Parece que sonó el timbre y ahora ¿quién será?

¿Cómo se habrán enterado que está con fiebre?

Del trabajo no puede ser, si no se trata con nadie.

¿Había prometido escribirle algo a alguien?

Pero ¡que problema!

Levantarse es algo terrible ¿por qué estará tan débil?

Ponerse la vieja bata, gastada pero prolija, y soportar el mareo.

El recuerdo de las charlas con De Niro, Pacino… ¿o no era él? ¿quién


hablaba con ellos?

Marilyn cantándole en su cumpleaños…no, no eso fue a otra persona.

¿Quién vendrá a esta hora?


-¿Quién es?

-La muerte

¡No puede ser, debe ser una joda!

¡Esto parece una película!, claro, debe ser una alucinación.

Si, parece una película.

Alguna de Ed Wood, si pero…

xoxoxoxoxoxoxoxoxoxoxoxo

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