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La función de producción es una relación técnica entre el nivel de producto (Q) y el nivel de
insumos: capital (K), trabajo (L) y tecnología (T). La empresa que maximiza utilidades escoge su
nivel de empleo de manera tal que el producto marginal de trabajo sea igual al salario real.
Los individuos deciden su oferta de trabajo basándose en sus preferencias entre consumo y ocio.
Su utilidad depende positivamente de su nivel de consumo y negativamente del tiempo que
destinan a trabajar. La cantidad ofrecida de trabajo de equilibrio depende tanto de las
preferencias de las personas como del salario real. Un incremento en el salario real tiene dos
efectos posibles: un efecto sustitución – que encarece el ocio y aumenta la oferta de trabajo –
y un efecto ingreso – que hace que los trabajadores deseen consumir más ocio, así como más
bienes de consumo, y que tiende a reducir la oferta de trabajo –. Generalmente, se supone que
el efecto sustitución predomina sobre el efecto ingreso, de modo que la curva de oferta de
trabajo tiene pendiente positiva.
En el enfoque clásico de determinación del empleo, los salarios son totalmente flexibles y se
ajustan para mantener en equilibrio la oferta y la demanda de trabajo. El trabajo siempre está
plenamente empleado, lo que significa que las empresas desean emplear la misma cantidad de
trabajo que los trabajadores desean ofrecer. En el caso clásico, el desempleo puede ocurrir solo
si el salario real está fijado por encima del nivel de equilibrio del mercado. A veces, los gobiernos
fijan un salario mínimo con el objetivo de garantizar un cierto nivel de ingresos para los
trabajadores. Aunque existe polémica en relación con los efectos del salario mínimo sobre el
empleo, este salario sí parece reducir las oportunidades de trabajo de los trabajadores jóvenes
y de los trabajadores no calificados, tal como lo predice la teoría clásica.
El modelo keynesiano se basa en la idea de que los salarios, o los precios nominales, no se
ajustan automáticamente para mantener el equilibrio del mercado laboral. Aquí el énfasis está
puesto sobre las rigideces nominales, en oposición a las rigideces reales. El propio Keynes
subrayó especialmente la inflexibilidad de los salarios nominales que surge de características
institucionales tales como los contratos de trabajo a largo plazo.