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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Decimotercera Clase - Primera Parte (de Casas – Volta)

13) Puesta en cuestión del principio del placer. El giro de 1920

a) Caída del principio del placer. Referentes clínicos: Sueños que no son cumplimiento de deseo,
juegos que no persiguen el placer, repetición de experiencias que no contuvieron posibilidad alguna de
placer, restos no tramitables en la transferencia.
b) Planteo teórico: El aparato-vesícula: sustancia estimulable y superficie. La metáfora de la perforación
de la protección contra estímulos y el fracaso de la ligazón. El punto de vista económico. Redefinición de
lo traumático: interno y externo. Compulsión a la repetición y pulsión de muerte: lo que no termina de
ligarse de la pulsión. Segundo dualismo pulsional.
Bibliografía obligatoria
✔ “Más allá del principio de placer” (1920) caps. I, II, III, IV y V, AE, XVIII, 12-42.
✔ 29a conferencia: “Revisión de la doctrina de los sueños” (1932), AE, XXII, 26-28.
✔ 32a conferencia: “Angustia y vida pulsional” (1932), AE, XXII, 88-103
Bibliografía ampliatoria:
✔ “Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños” (1922), cap. IX,
AE, XIX, 119-122.
✔ “Esquema del psicoanálisis” (1938), AE, XXIII, 143-169.

En principio situamos el tema de esta clase dando comienzo a la tercera y última parte del
programa de la materia, que se titula: “Paradojas del orden”. Recordemos brevemente lo
desarrollado con anterioridad: la primera parte del programa cuyo título es “De la defensa al
aparato a deseo”, donde nos propusimos recorrer un camino que va desde la noción de defensa
frente a lo inconciliable del sexo, con los primeros pasos y explicaciones que Freud piensa a partir
de su encuentro con la histeria, la postulación de los procesos inconscientes y que concluye con
un primer ordenamiento metapsicológico, la primera tópica. En la segunda parte del programa,
titulada “La pulsión y su ordenamiento”, trabajamos fundamentalmente el concepto de pulsión
como concepto que intenta ceñir la noción de sexualidad humana para Freud, y arribamos a la
conceptualización de una función que parece organizar dicha sexualidad bajo un régimen diverso
al instintivo. Nos referimos al orden agenciado por el padre en la regulación de la satisfacción
pulsional. Y en esta tercera parte, nos encontraremos con una serie de dificultades que nos
llevarán a interrogar el alcance de este orden establecido. Adelantemos desde ya la idea de que
no todo se subsume a este orden, algo se escapa y lo incompleta, de allí la idea de paradojas.
Decimos “paradojas” para señalar puntos de inconsistencia, de aporía, de contradicción desde el
punto de vista de la coherencia lógica. Vieron que en lógica ustedes estudiaron leyes que
organizan los sistemas simbólicos (Si p → q, etc, etc). Bueno, aquí veremos que la ley del padre
conlleva paradojas (como si pudiéramos afirmar simultáneamente como verdaderos p y - p). Una
de las consecuencias centrales es la postulación, por parte de Freud, de un segundo
ordenamiento metapsicológico: la segunda tópica. Como veremos, a partir de esta tercera parte
del programa el orden está puesto en cuestión.

Bien, tomaremos entonces el texto central de la Unidad 13 que es “Más allá del principio del
placer” (Jenseits des Lustprinzips), escrito por Freud en 1920. ¡El año pasado cumplió 100 años!
En este texto Freud es muy minucioso en perseguir con su argumentación ejemplos que pondrán
en cuestión el hasta entonces llamado principio del placer, para introducir un “más allá”. Los
comentadores señalan que la preposición alemana Jenseits, puede ser traducida como “en el otro
lado”, “al otro lado”, “en el otro margen”, y aún “más allá de”, “allende”, es decir, “del lado de allá”
des Lustprinzips, del principio de placer. Aquí no indica ni sobrepasar, ni exceder. Tampoco se
trata de la muerte como “el más allá”, no es algo “ultraterrenal”, “de ultratumba”, o “el otro mundo”.
Anuncia algo que está fuera del territorio del principio de placer pero que a su vez es necesario
para su delimitación.
¿Qué era el principio del placer? Era el principio regulador de los procesos psíquicos. Recuerden
que ya lo hemos conocido y trabajado en clases anteriores. ¿Que decíamos con esto?, lo citamos
a Freud desde el inicio de su artículo: “En la teoría psicoanalítica, aceptamos sin cuestionamiento
que el curso de los procesos anímicos se regula automáticamente por el principio de placer; es
decir que, creemos nosotros, se suscita siempre por una tensión displacentera y toma después
una dirección tal que su resultado último concuerda con una disminución de esa tensión, es
decir, con una evitación de displacer o una producción de placer” (AE, XVIII, p. 7). Sigue: “Hemos
decidido poner el placer y el displacer en relación con la cantidad de excitación disponible en la
vida anímica –y acaso no ligada- de manera tal que el displacer corresponde a un
acrecentamiento y el placer, a una reducción de esa cantidad” (AE, XVIII, pp. 7-8). No pensarán
Uds. que entonces Freud se puso a inventar un aparatito que con electrodos que midieran
cuanto… tanto… Más bien, Freud se apoya en la relación entre el principio de placer y el de
constancia para sustentar su creencia. Cuando el trabajo del aparato anímico tiene como objetivo
mantener baja la cantidad de excitación, todo lo que sea capaz de incrementarla se sentirá como
contrario a la función, es decir, como displacentero. Aparece acá el principio de placer casi
indiferenciado del de constancia y claramente como un principio regulador.
Aquí se nos presenta ya una primera pequeña discusión teórica. Cuando en la sexta clase
presentamos el primer esquema metapsicológico, ese aparato que funciona a deseo, señalamos
cierta oposición entre la tendencia a la descarga homoestática propia del principio de constancia,
y un primer cuestionamiento que implica el régimen del deseo. El deseo como búsqueda del
placer que no implica necesariamente una descarga. Decíamos allí que con la experiencia de
satisfacción se introducía estructuralmente una pérdida del objeto, y con ella, la caída de la
homeostasis biológica y la emergencia del principio del placer. En consecuencia, el aparato
estaba condenado a desear. Su meta no podía ser más que ficción, o sueño. La realidad psíquica
se organizaba, le daba un nuevo marco de equilibrio deseante ligado a la tensión del deseo,
distinto a la homeostasis biológica del organismo. Pasábamos de la satisfacción de la necesidad
a la realización alucinatoria del deseo. Desde ahí diferenciamos principio de placer del principio
de constancia. Luego introducíamos además, el relevo que supone la aparición del principio de
realidad (Cf. “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” -1911).
Aquí en este texto Freud parece acercarlos un poco (principio de constancia y principio de placer).
Ambos parecen quedar de un mismo lado (“más acá…”) en comparación con lo que está
interesado en introducir como “más allá…”: “Los hechos que nos movieron a creer que el principio
de placer rige la vida anímica encuentran su expresión también en la hipótesis de que el aparato
anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de
excitación presente en él. Esto equivale a decir lo mismo, sólo que de otra manera, pues si el
trabajo del aparato anímico se empeña en mantener baja la cantidad de excitación, todo cuanto
sea apto para incrementarla se sentirá como disfuncional, vale decir, displacentero. El principio de
placer se deriva del principio de constancia; en realidad, el principio de constancia se discernió a
partir de los hechos que nos impusieron la hipótesis del principio de placer” (AE, XVIII, pp. 8-9).
Pero dicho esto, veamos que Freud nos alerta acerca de la incorrección en la que se ha caído.
No se puede decir que haya un imperio completo del principio del placer sobre el decurso de los
procesos anímicos. Resulta que no es tan soberano como parece este principio, no lo explica
todo, puesto que si así fuera, la gran mayoría de nuestros procesos anímicos deberían ir
acompañados de placer o conducir a él. Y la experiencia nos demuestra lo contrario. Freud
anticipa una reubicación del mentado principio: pasa a ser “una fuerte tendencia” (AE, XVIII, p. 9)
de lo anímico, pero tendencia que tiene fuertes oposiciones, de manera tal que al final no siempre
se concuerda con dicha tendencia.
¿A que nos estamos refiriendo con estas fuerzas que se le oponen a la tendencia al placer?
En el primer apartado menciona dos cosas ya conocidas por nosotros. En primer lugar, el largo
rodeo hacia el placer que impone el principio de realidad. Debido a este, “sin resignar el propósito
de una ganancia final de placer” (AE, XVIII, p. 10), se pospone la satisfacción, se renuncia a
diversas posibilidades y se tolera provisoriamente cierto monto de displacer.
En segundo lugar, considera lo aprendido en la clínica de la formación de síntomas neuróticos,
como resultado de conflictos y escisiones del aparato anímico. Los síntomas, surgidos de la
represión y su fracaso, son experimentados como displacenteros. Sin embargo, sabemos que en
tanto satisfacciones sustitutivas, se trata de “un placer que no puede ser sentido como tal” (AE,
XVIII, p. 11). Lo que es displacer para un sistema, es en realidad placentero para otro.
A decir verdad, estas dos fuentes de displacer que menciona no contradicen plenamente el
imperio del principio del placer sino en apariencia y se ajustan en gran medida a él, son sólo
inhibiciones del principio del placer.
Freud buscará hacia el final del primer apartado, en lo que llama “reacción anímica frente al
peligro exterior” (AE, XVIII, p. 11) nuevo material para apoyar los planteos que lo ocupan en este
artículo. Veremos que lo hará de la mano de una reformulación de su concepción de la angustia y
del trauma reformulado aquí en términos económicos.

En los apartados II y III de este artículo nos presenta una serie de “referentes clínicos” como
indica la puntuación del programa y algunas otras referencias exteriores a la clínica como punto
de partida de sus consideraciones. Señalemos desde ya que todas ellas tienen un común
denominador que es la cuestión de la “repetición”. A diferencia del aspecto fugaz y evanescente
con el que solía caracterizar a las formaciones del inconsciente, de ese inconsciente sometido a
las leyes del proceso primario (principio del placer), los fenómenos que ahora va a destacar
tienen otro tipo de espesor. Son más fijos y no se dejan explicar acabadamente con los términos y
conceptos ya conocidos en la teoría. De allí que finalmente van a dar lugar a reformulaciones
importantes conocidas dentro del psicoanálisis como “El giro de los años ’20”. Freud aquí nos
presenta ejemplos de lo que llama la compulsión de repetición. Expresión, términos que ya
habían sido introducido en el texto de 1914 “Recordar, repetir y relaborar”. Momento en que
podemos decir, comienza a caer la teoría de la rememoración, momento en que Freud oscila en
seguir sosteniendo al psicoanálisis como una teoría del recuerdo conducente a la rectificación
asociativa o introducir la repetición. En este texto de 1914 Freud nos señala que el enfermo no
recuerda, en general, lo esencial de lo olvidado o reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce
como recuerdo, sino como acto. Sería como una forma especial de recuerdo, recuerdo en acto,
que se produce en transferencia. Esto es algo que desarrollamos en la segunda parte de la
undécima clase cuando nos ocupamos de los escritos técnicos y el problema de la transferencia.
Recuerden que allí subrayamos el costado “positivo” que Freud le daba a la repetición en tanto
modalidad del recordar, y como vía finalmente para producir el despertar de los recuerdos en
transferencia. No dejaba de ser una manera de decir del inconsciente, una manera a fin de
cuentas de hacerse escuchar, de tomar noticia de lo reprimido. Ahora, en cambio, en el texto de
1920 veremos que surge otro modo de pensar esta “compulsión de repetición” bastante menos
optimista. Será entonces útil para nosotros, tomar los fenómenos que Freud nos presenta y hacer
el ejercicio de contrastar cómo lo pensaba antes de 1920 y ver qué novedades introduce aquí.

Los sueños de las neurosis traumáticas y las modalidades de la angustia


Siguiendo con nuestro texto, ya en el apartado II Freud nos trae un cuadro clínico muy frecuente
en esa época de postguerra, las llamadas neurosis de guerra, o neurosis traumáticas, ya que su
manifestación se encuentra también en tiempos de paz (tras conmociones mecánicas, choques
ferroviarios y otros accidentes que aparejaron riesgo de muerte).
No es la primera vez que se refiere a estos cuadros, por ejemplo ya lo había hecho en su
Conferencia 18 “La fijación al trauma, lo inconsciente” (1916-1917). Pero en aquella oportunidad,
si bien ya señalaba que las neurosis traumáticas no son lo mismo que las neurosis espontáneas
que indagamos analíticamente, estaba más interesado en encontrar las similitudes. Y decía que
tanto unas como otras se encuentran “fijadas” a un elemento del pasado, lo que lo llevaba a poner
un poco en discusión la idea de trauma en psicoanálisis.
Ahora, en cambio, vamos a ver que va a acentuar más bien las diferencias de estos cuadros con
las neurosis “tradicionales” en las que el lenguaje de la represión/retorno de lo reprimido vuelve
más sencilla la captura del síntoma en el espacio de la transferencia y la interpretación.
Estamos en 1920 y Freud pone su atención en observaciones de los psiquiatras sobre los
soldados que habían regresado de combatir en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y que
tenían "neurosis de guerra o traumática". A Freud le interesa un aspecto, lo que les pasaba en los
sueños. De noche soñaban una y otra vez con aquella situación que les había resultado
traumática (por ejemplo, la explosión de una bomba cerca) y despertaban aterrorizados. Son
sueños muy desagradables que se repiten y que despiertan al soñante. Mientras no se duerme
pareciera que lo que pasó está olvidado o que se quiere olvidar, pero esto vuelve una y otra vez
en los sueños ¿por qué se repite?
Freud señala dos cuestiones a tener en cuenta en estos casos:
- En primer lugar, parece ser que si a consecuencia de esa terrible situación, el individuo tuvo
alguna lesión física, no contraería la "neurosis traumática". Para que se produzca no tuvo que
haber sufrido una lesión física: “un simultáneo daño físico o herida contrarresta en la mayoría de
los casos la producción de la neurosis” (AE, XVIII, p. 12). Como si una marca en el cuerpo
permitiera llevar mejor las cosas. Hoy lo vemos también en algunos sujetos que para afrontar una
pérdida o situación traumática necesitan hacerse un tatuaje que marque, o a veces les aparece
una lesión, un daño físico como en los fenómenos psicosomáticos.
- En segundo término, el sujeto frente a la situación terrible que conlleva riesgo de vida, al
momento de vivenciarla, no estaba preparado, Freud destaca el factor sorpresa: “el centro de
gravedad de la causación parece situarse en el factor de la sorpresa, en el terror” (AE, XVIII, p.
12).
Aquí Freud utiliza tres términos relacionados para nombrar diferentes modos de presentación de
la angustia en relación con el peligro: miedo, angustia y terror.
En un polo, el más elaborado u organizado encontramos el miedo. Uno tiene miedo de algo. “El
miedo requiere un objeto determinado” (AE, XVIII, p. 12). Recuerden aquí lo que hemos dicho ya
de la fobia al caballo de Hans. El miedo es una reacción que uno siente frente a la presencia o
eminencia de aparición de algo concreto, y entonces puedo tomar medidas precautorias para
evitar que aparezca el objeto y en consecuencia el miedo. Por ejemplo, miedo al ratón, si creo
que hay un ratón me da miedo, pero me doy cuenta que era una papa y el miedo desaparece. Y
puedo tomar medidas para evitar el ratón como comprar trampas, cerrar las puertas, o a las
arañas y confundir una pelusa con una araña y puedo comprar insecticidas, etc.
La angustia es un estado intermedio. Se acerca al miedo en el sentido de preparación frente a
algo. Se diferencia en que no se sabe a qué. Es la misma actitud del miedo, la espera expectante
de que algo va a pasar pero sin saber qué. Es un intento de protegerse contra eso que va a
pasar. Es un estado de espera, de apronte a que algo suceda. Funciona como una señal.
En el polo opuesto, encontramos la presentación más desorganizada, un desarrollo de angustia.
Si aparece algo por sorpresa, sin esperarlo, la reacción no es de miedo sino de terror, de susto,
reacción frente a algo inesperado y que uno no estaba preparado. Para que me asuste no debo
saber qué va a pasar. Así el miedo es ya la anticipación del terror y tiene como función intentar
evitar ese susto. Es una noción que nos va a acercar a una nueva concepción de trauma.
En la 32a conferencia: “Angustia y vida pulsional” (1932), Freud retoma esta distinción acerca
de las modalidades de presentación de la angustia en los siguientes términos:
En el caso del miedo, nos dice que la angustia aparece en él “ligada de manera firme a
determinados contenidos de representación en las llamadas fobias, en las que todavía podemos
discernir un vínculo con un peligro externo, pero la angustia frente a él no puede menos que
parecemos desmedida” (AE; XXII, p. 76). Hay un contenido entonces, un objeto, una
representación a la cual se liga la angustia.
Respecto de la angustia, la describe como “un estado de angustia libremente flotante, general,
pronto a enlazarse de manera pasajera con cada nueva posibilidad que emerja; es la llamada
«angustia expectante»” (…) “la redujimos a un estado de atención sensorial incrementada y
tensión motriz, que llamamos apronte angustiado. A partir de ese estado se desarrolla la reacción
de angustia” (AE, XXII, p. 76). Aquí la emergencia de la angustia se reduce a una “señal” acotada.
El terror u horror, es denominado “desarrollo de angustia, la repetición de la antigua vivencia
traumática”. Fíjense, igual que en los sueños estos de las neurosis traumática. Se repite algo
referido a una experiencia traumática: “Llamemos traumática a una situación de desvalimiento
(Hilflosigkeit) vivenciada; tenemos entonces buenas razones para diferenciar la situación
traumática de la situación de peligro. Ahora bien, constituye un importante progreso en nuestra
autopreservación no aguardar {abwarten} a que sobrevenga una de esas situaciones traumáticas
de desvalimiento, sino preverla, estar esperándola {erwarten}. Llámese situación de peligro a
aquella en que se contiene la condición de esa expectativa; en ella se da la señal de angustia.
Esto quiere decir: yo tengo la expectativa de que se produzca una situación de desvalimiento, o la
situación presente me recuerda a una de las vivencias traumáticas que antes experimenté. Por
eso anticipo ese trauma, quiero comportarme como si ya estuviera ahí, mientras es todavía
tiempo de extrañarse de él. La angustia es entonces, por una parte, expectativa del trauma, y por
la otra, una repetición amenguada de él” (AE, XX, p. 155).
Por eso Freud a veces compara a la señal de angustia con una vacuna, “el yo se sometía a la
angustia como si fuera a una vacuna, a fin de sustraerse, mediante un estallido morigerado de la
enfermedad, de un ataque no morigerado. El yo se representa por así decir vívidamente la
situación de peligro, con la inequívoca tendencia de limitar ese vivenciar penoso a una indicación,
una señal” (AE, XX, p. 152). Durante este año mucha gente estuvo dándose la vacuna contra el
coronavirus. La idea es desarrollar anticuerpos que nos protejan y eviten un estallido completo de
la enfermedad en caso de contraerla. A nivel de la angustia señal, la evitación funciona, y el
principio del placer mantiene su imperio.
En estos sueños de las neurosis traumáticas, en cambio, el soñante noche tras noche repite esa
escena que lo tomó por sorpresa, “sin estar vacunado”, en la que se vio desvalido, y se despierta
con renovado terror. Podemos agregar aquí también los sueños de angustia que despiertan, y las
pesadillas.

Volviendo al ejemplo de estos sueños tan particulares, estos suponen un gran problema para
Freud ya que su tesis central desde “La Interpretación de los sueños” es que todo sueño es un
cumplimiento de deseo. Recuerden aquí todo lo que trabajamos en la primera parte del año,
sobre todo en las quinta, sexta clases. La realización alucinatoria del deseo en el sueño estaba
pensada sobre el modelo de la experiencia de satisfacción, aquella que inauguraba la puesta en
marcha del principio del placer y la búsqueda de la identidad perceptiva. El deseo inconsciente
operaba como una fuerza pulsionante, y efectuaba una transferencia de excitación sobre las
huellas mnémicas que constituían ese “otro escenario” de la instancia inconsciente. El deseo se
figuraba como cumplido en el sueño, y el sueño aseguraba una función de cobertura, de velo
protector frente a los estímulos tanto internos como externos que intentaran perturbar el dormir.
Se instituía como el guardián del dormir. La “Introducción del narcisismo” (1914) en la teoría
permitía entender desde otro lado el mantenimiento del deseo de dormir a partir de la hipótesis
del quite de investidura de objetos y su vuelta hacia el yo en esa especie de “psicosis nocturna”
que cancela los estímulos molestos durante el soñar.
Sin embargo, ya en “La Interpretación de los sueños” hemos visto que Freud le dedicaba algunos
párrafos al problema de los sueños penosos, de angustia y de punición. (Cf. Quinta clase
segunda parte.) Daba varios argumentos para explicarlos pero se centraba básicamente en:
- Las insuficiencias del trabajo del sueño para lograr la desfiguración necesaria que permitan
burlar la censura onírica. La proximidad con esos contenidos podía resultar angustiosa, en
particular cuando los restos diurnos investidos dejan de ser inofensivos al recibir prestada
la excitación inconsciente y podían llegar a perturbar el dormir.
- La relación contradictoria del soñante con su deseo. El yo del soñante podía censurar,
desestimar sus deseos. Por lo tanto un cumplimiento de deseo podía no brindarle placer
alguno y dar lugar a la angustia. En los sueños de angustia se trataba en 1900 de un
deseo no permitido, reprobado, insuficientemente desfigurado en el sueño. La censura era
sustituida por la angustia y por lo común el efecto era que el soñante se despierte. En parte
no se cumple la función del sueño en tanto “guardián del dormir”, pero su esencia se
mantenía. El durmiente despertaba cuando era incapaz de alejar por sí solo a la
perturbación o peligro que parte del excitador psíquico del sueño que es el deseo. La
angustia y el despertar quedaban al servicio del mantenimiento de la censura.
Ahora bien, ¿cómo pensar en 1920 estos sueños que traen en su escena lo olvidado en vigilia y
de los cuales se despierta con renovado terror ya que vuelven a vivir alucinatoriamente en el
sueño la o las escenas que resultaron traumáticas? ¿Qué relación guardan estos sueños con la
dimensión de la pulsión? Esto es algo que aún no hemos trabajado. Hasta ahora, y más allá de
que Freud hable del deseo como “fuerza pulsionante”, no nos hemos ocupado demasiado de
situar la problemática de la pulsión en esta formación del inconsciente. Cuando al final de la
quinta clase trabajamos el ejemplo del sueño de las entradas al teatro por 1 florín y 50 kreuzer
llegamos a ver que el deseo de “ir a ver” (al teatro) se enhebraba en la paciente con una moción
pulsional cuyas raíces llegaban hasta lo infantil. Freud traía allí la importancia del “placer de ver
sexual” [escoptofilia], volcado en la infancia a la actividad sexual de los padres que había
empujado a la muchacha al matrimonio temprano del cual ahora se lamentaba. Era un ejemplo en
el que el trabajo del sueño era exitoso en lograr ligar pulsión y deseo. Se lograba canalizar la
satisfacción pulsional de ver dentro del campo visual, en esa transposición exitosa en imágenes
oníricas. La paciente soñaba y no se despertaba.
En los sueños de las neurosis traumáticas la cosa no parece funcionar del mismo modo. Esa
escena imaginaria parece quebrarse. La imagen sensorial, tan vívida, hace las veces del trauma y
despierta al soñante. Freud nos aclara que hubiese sido más esperable que el sueño le
presentara “al enfermo imágenes del tiempo en que estaba sano, o de su esperada curación” (AE,
XVIII, p. 13). Aun suponiendo que los sueños de estos pacientes neuróticos traumáticos no
invalidan la tendencia del sueño al cumplimiento de un deseo, “tal vez nos quede el expediente de
sostener que en este estado la función del sueño, como tantas otras cosas, resultó afectada y
desviada de sus propósitos”. Agrega también otra posibilidad: “o bien tendríamos que pensar en
las enigmáticas tendencias masoquistas del yo” (der rätselhaften masochistischen Tendenzen)
(AE, XVIII, pp. 13-14).
Sobre estas tendencias masoquistas las dejaremos por el momento en suspenso ya que
tendremos oportunidad de explayarnos sobre ellas la próxima unidad del programa. Pero en
relación al desvío de los propósitos del sueño, debemos considerar lo que Freud plantea al
respecto en la 29a conferencia: “Revisión de la doctrina de los sueños” (1932).
Allí se propone escrutar el estado de la doctrina de los sueños después de tantos años, los
puntos vigentes y las modificaciones que se le impusieron. Señala los cuestionamientos a la
doctrina del cumplimiento del deseo proveniente de los sueños de angustia y punitorios, así como
los sueños de las neurosis traumáticas. Respecto de estos últimos se pregunta “¿Qué moción de
deseo podría satisfacerse mediante ese retroceso hasta la vivencia traumática, extremadamente
penosa?” (AE, XXII, p. 27). Para colegir una respuesta se desvía por la importancia acordada en
la cura analítica a la emergencia de los recuerdos de las exteriorizaciones de la vida sexual
infantil. “Ahora bien, estas primeras vivencias sexuales del niño están enlazadas con impresiones
dolorosas de angustia, prohibición, desengaño y castigo; uno comprende que hayan sido
reprimidas. (…) a esas mismas vivencias infantiles van adheridos todos los deseos pulsionales
incumplidos, imperecederos, que a lo largo de la vida entera donan la energía de la formación del
sueño; y cabe admitir que en su violenta pulsión aflorante {Auftrieb} esfuercen hasta la superficie
también el material de episodios sentidos como penosos” (AE, XXII, p.27). Aparece más
claramente situada la irrupción del componente pulsional infantil no tanto en su faz libidinal
placentera sino en su costado de desengaño, dolor y castigo. Este componente no es
completamente domeñado por el ordenamiento del trabajo del sueño regido por el principio del
placer que pretendía: “desmentir el displacer mediante una desfiguración y mudar el desengaño
en confirmación” (AE, XXII, p. 27). En las neurosis traumáticas, los sueños desembocan
directamente en un desarrollo de angustia, y en estos casos “falla la función del sueño” (AE, XXII,
p. 27). El escenario del sueño en las neurosis traumáticas ofrece entonces un punto en que falla
la función del sueño y en el que esa pulsión aflorante irrumpe, no sin un desarrollo de angustia.
Esto quiebra traumáticamente la pantalla en la que se proyectan las imágenes oníricas y se
produce el despertar.
Freud produce entonces una pequeña enmienda en la fórmula canónica. De ahora en más “el
sueño es el intento de un cumplimiento de deseo” (AE, XXII, p. 27). “Bajo determinadas
circunstancias, el sueño sólo puede imponer su propósito de manera muy incompleta o debe
resignarlo del todo; la fijación inconsciente a un trauma parece contarse entre los principales de
esos impedimentos de la función del sueño” (AE, XXII, pp. 27-28). Subrayemos entonces la
importancia de esto que llama “la fijación inconsciente a un trauma”. Se produce allí una paradoja
por la cual el relajamiento de la represión durante el dormir “vuelve activa la pulsión aflorante de
la fijación traumática” (AE, XXII, p. 28) y entonces es necesario soñar para capturarla en
imágenes pero al mismo tiempo “falla la operación de su trabajo del sueño, que preferiría
trasmudar las huellas mnésicas del episodio traumático en un cumplimiento de deseo” (AE, XXII
p. 28). El despertar aparece allí como la única salida frente a la irrupción del elemento pulsional
traumático. “En tales circunstancias acontece que uno se vuelva insomne, que renuncie a dormir
por angustia frente a los fracasos de la función del sueño. Pues bien, la neurosis traumática nos
muestra un caso extremo de ello, pero es preciso conceder carácter traumático también a las
vivencias infantiles” (AE, XXII, p. 28). Con el despertar se reestablece entonces el reinado del
principio del placer, se continúa cubriendo y velando el elemento pulsional disruptivo y
manteniendo el equilibrio homoestático. Como dice luego Lacan (1969-1970), “nos despertamos
sólo para seguir soñando en la realidad”.
Señalemos que muchos trabajos contemporáneos dentro del psicoanálisis señalan que ese
umbral del despertar puede ir corriéndose para un paciente a lo largo de una cura, en particular a
medida en que se aproxima a su terminación. En tanto progresivamente logra ceñir de otro modo
ese resto infantil relacionado con el encuentro traumático con el sexo, el sujeto logra mantener
una relación menos angustiante, más lúcida y despierta con él.

El juego del Fort – Da


En el siguiente fenómeno presentado en el apartado II, Freud se interesa por algo que tuvo la
oportunidad de observar él mismo. Se trata del juego de un niño. No es la primera vez que Freud
se ocupa de esta actividad. Recuerden que cuando trabajamos en la octava clase el concepto de
fantasía trajimos el artículo “El creador literario y el fantaseo” (1908 [1907]). Allí Freud nos
proponía una serie entre fenómenos aparentemente muy diversos pero en los que encontraba
elementos en común: el juego en los niños, los “sueños diurnos” (el fantasear) en los adultos, y el
quehacer poético. Establecía entre ellos una especie de secuencia. En el juego del niño
encontraba justamente las primeras huellas de esta actividad y nos recordaba que es la
ocupación preferida y la más intensa en los pequeños. Hacía una comparación con el poeta: “todo
niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta
las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada” (AE, IX, p. 127). Es decir, que nos
proponía una lectura del juego como una actividad puesta al servicio de la obtención del placer,
regida por el principio del placer. Nos mostraba allí cómo en una actividad que se toma muy en
serio, el niño apuntala, apoya sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles
del mundo real. A veces escuchamos a los chicos invitarnos a jugar diciendo “¿Dale que tal cosa
es tal otra…?; “¿Jugamos a que esto era tal cosa”? Es decir que en el juego, el niño no toma los
objetos en su valor de uso o significado compartido -propios del principio de realidad- sino que les
da un valor propio, individual en función del interés por la ganancia de placer. En el ejemplo que
nos va a traer aquí en “Más allá….” hay efectivamente un objeto: un carretel y el hilo.
En todo caso, en lo que hace a esta primera conceptualización freudiana del juego podemos decir
que sólo ese apuntalamiento en los objetos es lo que distingue el jugar del fantasear. Luego, el
adulto que fantasea se libera por completo de las exigencias de la realidad, y no mantiene ya
ningún punto de apoyo. Del mismo modo el poeta, cuando crea un mundo de ficción al que toma
tan en serio, hace lo mismo que el niño que juega. En cuanto a esa relación peculiar entre
realidad y juego, Freud propone que cuando el niño crece y deja de jugar puede suceder que otra
actividad, el fantasear, tome el relevo. Pero en ambas actividades la clave es la ganancia de
placer, la evitación del displacer y su compensación. En el juego prima el principio del placer, es
ese espacio que premia la tarea cumplida, el recreo respecto de las actividades que exigen
demasiada renuncia. Por eso los niños se aferran tanto en principio a esa fuente de placer, tanto
como los adultos al fantasear.
Pues bien, esta concepción freudiana del juego va a ser puesta en cuestión y discutida ahora en
1920. Resulta que por ese entonces Freud tenía un nieto de un año y medio que juega a un
particular juego “autocreado”. Nos dice que se trata de “una acción enigmática y repetida” (AE,
XVIII, p. 14). Nuevamente entonces, la repetición. La madre se queja porque este chico, de un
desarrollo evolutivo normal dentro de la esperable para su edad, tiene el “hábito molesto”, la
costumbre de jugar a arrojar lejos todos los juguetes que encontraba, de modo que no era fácil
juntar sus juguetes. Al hacerlo emitía siempre el mismo sonido “o-o-o-o!” ¿Qué es esto? Este
sonido no era sólo una interjección sino que era entendible para la madre como para Freud como
la palabra "fort" en alemán que significa "se fue".

El niño jugaba a que sus juguetes se iban. Un día, dice Freud, encontramos la corroboración
viendo cómo era en realidad el juego completo. Resulta que el niño jugaba con un carretel de
madera atado con un piolín. No arrastraba el carretel como si fuese un carrito, sino que mantenía
el piolín y arrojaba el carretel tras la baranda de su cuna y decía “o-o-o-o!” (se fue). Luego tiraba
del piolín, recuperaba el carretel y decía “Da!” Entendible más claramente en alemán que significa
"acá está". Ese era el juego completo. Pero la mayoría de las veces sólo se había visto el primer
movimiento (el de arrojar los juguetes) “repetido por sí solo incansablemente en calidad de juego”
(AE, XVIII, p.15).
En la nota el pie N° 6 (AE, XVIII, p. 15). Freud agrega un elemento más a la observación. El niño
también jugaba a desaparecer él mismo. Un día en que la madre había estado fuera de la casa
muchas horas, al regresar fue saludada con un «¡Bebé o-o-o-o!». Pudo comprobar que durante el
largo período que había estado solo el niño había encontrado un modo de hacerse desaparecer a
sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestidor que llegaba casi hasta el suelo, y luego
le hurtó el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo «se fue».
¿Cómo interpretar este juego del niño por el cual los objetos desaparecen?
Una primera línea interpretativa, coherente con el principio del placer, es pensar que el niño se
resarcía de la renuncia pulsional (su madre partía) “Se resarcía, digamos, escenificando por sí
mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar” (AE, XVIII, p. 15). El juego
como puesta en escena que permitiría la tramitación pulsional.
El juego reproduce la partida de la madre, que era traumática, y el retorno con la alegría de ese
momento. Sin embargo nos dice que hay algo que no nos cierra. El placer está en el retorno, y lo
que debería repetir es esta segunda parte del juego. Sin embargo la mayoría de las veces juega a
“o-o-o-o!” Que es la parte asociada a lo traumático: “¿Cómo se concilia con el principio de placer
que repitiese en calidad de juego esta vivencia penosa para él?” (AE, XVIII, p. 15).
Aquí esboza otras dos posibilidades de lectura:
Una primera, retomando la cuestión de la meta pulsional, podría ser el pasaje de la “pasividad” a
la “actividad”. Mientras que en los hechos sufría pasivamente la partida de la madre, aquí lograría
ponerse en papel activo repitiéndola como juego a pesar de ser displacentera.
Una segunda, no necesariamente excluyente, podría ser que el acto de arrojar el objeto era la
satisfacción de un impulso de venganza contra su madre, sofocado en la conducta corriente de
este niño tan correcto. Algo así como un “«Y bien, vete pues; no te necesito, yo mismo te echo»
(AE, XVIII, p. 16).
En relación a estas líneas interpretativas, algunas líneas más abajo Freud menciona el clásico
“jugar al doctor”. Si el doctor le examina la garganta o lo somete a una pequeña operación nos
dice que es seguro que luego el niño juegue a hacerlo él en una suerte de identificación. “Se
advierte que los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida; de
ese modo abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan, por así decir, de la situación”
(AE, XVIII, p. 16).
Sin embargo, destaca que en esta actividad no se trata solo de apoderarse o dominar la situación.
Hay una “ganancia” que proviene de otra fuente y que es palmaria aquí. Deja planteada una
pregunta muy importante. Nos dice: “¿Puede el esfuerzo {Drang} de procesar psíquicamente algo
impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e
independiente del principio de placer? Comoquiera que sea, si en el caso examinado ese
esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a que la
repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa” (AE, XVIII, p. 16).
Se trata de una pregunta clave. “Esfuerzo de procesar psíquicamente algo impresionante”. Está
en juego la entrada en la red de las representaciones, de capturar algo del efecto traumático, de
la satisfacción/renuncia pulsional. La repetición como vía para el domeñamiento es algo que ya
estaba en “Recordar, repetir, reelaborar” (1914).
Ahora, si bien es cierto que Freud dice “ganancia de placer” (Lustgewinn), no debemos
confundirnos. Es una impresión displacentera la que repite. En cierto sentido nos hace recordar a
lo que ya señalaba tempranamente en el Manuscrito K (1896), cuando nos decía que “dentro de
la vida sexual tiene que existir una fuente independiente de desprendimiento de displacer” (AE, I,
p. 262). Quizás logremos más claridad hablando directamente de “satisfacción” en lugar de
placer, para nombrar eso “de otra índole” que se obtiene “directamente” a partir de la repetición
misma de lo displacentero1. La cuestión de lo “directo” también es importante. No sería una
satisfacción “sustitutiva” a la manera del síntoma.
Fíjense que este tipo de juego tiene algo muy parecido a los sueños de las neurosis traumáticas.
En ambos está en juego la repetición de lo desagradable. El juego, que también debería ser el
escenario de una ficción placentera acorde al deseo, se transforma en cierto sentido en una
pesadilla. Repite del mismo modo que el sujeto que fue a la guerra, que sueña que la guerra
continúa en vez de soñar que todo pasó, y que lo reciben con honores. ¿Por qué repiten lo
displacentero? Al final del segundo apartado, Freud invoca la acción de tendencias situadas más

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Posteriormente el psicoanálisis utilizará la noción de “goce” (jouissance) para nombrar esa forma de satisfacción paradójica que
anuda placer y sufrimiento.
allá del principio del placer, “tendencias que serían más originarias que el principio de placer e
independientes de él” (AE, XVIII, p. 17). Parece que hay una compulsión que empuja a repetir lo
displacentero.

Los restos no tramitables en la transferencia


En el apartado III, Freud nos trae otro ejemplo. Nos sitúa en un ámbito más familiar: la terapia
analítica. Recordemos que para Freud, cuando alguien recurre al análisis, se pone en juego la
transferencia como vimos las clases pasadas, y con ella un elemento de la repetición. Dijimos al
comienzo de nuestro comentario de hoy que el artículo “Recordar, repetir, reelaborar” (1914) era
muy importante ya que allí Freud introducía un primer aspecto de la compulsión de repetición
pero en tanto modalidad del recordar. Y esto resultaba un momento importante de la cura, ya que
la meta de la misma se había visto modificada. Ya no se trataba solamente de rememorar, ni de
vencer las resistencias de asociación.
En aquellos años Freud se va enfrentando progresivamente con el problema de lo que podríamos
llamar el “cierre” del inconsciente. No todo el inconsciente parece acceder al espacio
transferencial. Así lo dice: “Después, empero, se hizo cada vez más claro que la meta propuesta,
el devenir-consciente de lo inconsciente, tampoco podía alcanzarse plenamente por este camino.
El enfermo puede no recordar todo lo que hay en él de reprimido, acaso justamente lo esencial. Si
tal sucede, no adquiere convencimiento ninguno sobre la justeza de la construcción que se le
comunico. Más bien se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de
recordarlo, como el médico preteriría, en calidad de fragmento del pasado” (AE, XVIII, p 18).
Freud habla aquí de una reproducción que emerge con una fidelidad no deseada y que tiene
siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil. El complejo de Edipo y todas sus
ramificaciones “se escenifican” (como en los sueños y en los juegos) en el terreno de la
transferencia. En lugar de que aparezca en su memoria alguna referencia sobre los vínculos con
los padres, por ejemplo; en lugar de recordar, repetía la actitud, sentimientos, o posición con la
persona del analista. En ese punto del tratamiento se producía la denominada neurosis de
transferencia. Y la repetición podía orientar en cierta medida al analista en la tarea de colegir e
interpretar el conflicto entre pulsión y defensa que se encontraba en la base de lo reprimido y de
su retorno en el síntoma. Por esa vía el paciente habría ganado también el convencimiento
necesario sobre lo reprimido.
En este punto, Freud aclara su concepción de las resistencias como proviniendo del Yo, y su
puesta al servicio del principio del placer. Por otro lado, adscribe la compulsión de repetición a lo
reprimido inconsciente. Nos dice que la mayoría de las veces, lo que la compulsión de repetición
hace revivenciar provoca displacer al yo, ya que saca a luz operaciones de mociones pulsionales
reprimidas. Esta clase de displacer no contradice al principio de placer. “Es displacer para un
sistema y, al mismo tiempo, satisfacción para el otro” (AE, XVIII, p.20).
Ahora bien, ¿qué es entonces lo novedoso de eso que se repite allí respecto del planteo anterior
a 1920? Nos dice allí que “el hecho nuevo y asombroso que ahora debemos describir es que la
compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad
alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las
mociones pulsionales reprimidas desde entonces” (AE, XVIII, p. 20). Lo que se repite entonces,
no se explica por la lógica del conflicto existente entre las resistencias del yo coherente versus lo
reprimido inconsciente de origen libidinal.
Parte del trabajo es poner palabras a esa actuación, reconducirla a sus recuerdos, pero esto, dice
Freud no era tan fácil de lograr, y además lo curioso era que el sujeto no repite solamente
situaciones que pudieron no resultar penosas sino que también repite “lo peor” de lo que se jugó
en esos vínculos. Elabora una pequeña lista de ejemplos ligados a lo infantil, muy similar a los de
la “Conferencia 29”, en los que aquel temprano florecimiento es sepultado a raíz de ocasiones
penosas y sensaciones dolorosas: pérdida de amor, fracasos, desengaños, conclusiones
insatisfactorias, infidelidades, castigos, desaires, etc. Esos restos del temprano florecimiento
infantil no logran ser tramitados. Como si una tenaz fijación se opusiera a ello: “los neuróticos
repiten en la trasferencia todas estas ocasiones indeseadas y estas situaciones afectivas
dolorosas, reanimándolas con gran habilidad. Se afanan por interrumpir la cura incompleta, saben
procurarse de nuevo la impresión del desaire, fuerzan al médico a dirigirles palabras duras y a
conducirse fríamente con ellos, hallan los objetos apropiados para sus celos, sustituyen al hijo tan
ansiado del tiempo primordial por el designio o la promesa de un gran regalo, casi siempre tan
poco real como aquel. Nada de eso pudo procurar placer entonces; se creería que hoy produciría
un displacer menor si emergiera como recuerdo o en sueños, en vez de configurarse como
vivencia nueva. Se trata, desde luego, de la acción de pulsiones que estaban destinadas a
conducir a la satisfacción; pero ya en aquel momento no la produjeron, sino que conllevaron
únicamente displacer. Esa experiencia se hizo en vano. Se la repite a pesar de todo; una
compulsión esfuerza a ello” (AE, XVIII, p. 21). Nuevamente la idea de una repetición compulsiva
que no conduce al despertar de los recuerdos.
Un ejemplo que tenemos de esto es la relectura que hace Freud del Caso Emmy von N (de
“Estudios sobre la histeria” (1893-1895). En una nota al pie de 1924 dice: “Algunos años después,
en una reunión científica, me encontré con un destacado médico compatriota de la señora Emmy
y le pregunté si conocía a esa dama y si sabía algo acerca de su estado. Pues sí; la conocía, y él
mismo le había brindado tratamiento hipnótico, pero ella había escenificado con él —y aún con
muchos otros médicos— el mismo drama que conmigo. Tras llegar a estados miserables, había
premiado con un éxito extraordinario el tratamiento hipnótico, para después enemistarse de
repente con el médico, abandonarlo y reactivar toda la dimensión de su condición enferma. Era la
verdadera «compulsión de repetición»” (AE, II, p. 122).
Podríamos preguntarnos en qué lugar queda ubicado el analista frente a la emergencia de este
nuevo rostro de la repetición en transferencia. No parece que se tratara del Ideal tal como lo
estudiamos previamente, lugar que favorecía el desencadenamiento del amor de transferencia y
la captura libidinal. El analista parece quedar más bien haciendo pareja con aquello que en el
análisis de los sueños de las neurosis traumáticas denominaba “enigmáticas tendencias
masoquistas del yo”. Cuando veamos la segunda tópica podremos explayarnos un poco más
sobre esto con la función del Superyó y la reacción terapéutica negativa.
No se trata entonces de mociones libidinales que entraron en conflicto y por eso fueron
reprimidas. Se trata de pulsiones que únicamente conllevaron al displacer. Sin embargo se las
repite y esto deviene un obstáculo mayor para la prosecución y terminación de la cura. No se trata
de una repetición que conduzca al despertar de los recuerdos reprimidos ni muchos menos a su
reelaboración. Nuevamente aquí se repite lo displacentero ¿por qué alguien repetiría una y otra
vez algo displacentero? ¿Por qué en el análisis cuando se constata mejorías se pone en juego un
displacer mayor? ¿Sirve esa repetición para algo? ¿Permite fundar la convicción en el analizante
sobre la existencia del inconsciente? Todo esto va a exigir reformulaciones importantes en
relación al problema del manejo de la transferencia después de 1920. Lo iremos desarrollando en
las próximas clases

El destino fatal
Una última referencia que Freud también toma en el apartado III, son fenómenos que pueden
reencontrarse en la vida de las personas que no necesariamente están en análisis y que dan “la
impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivenciar” (AE, XVIII,
p. 21). Freud la llama también “compulsión de destino” (Schicksalszwang) (AE, XVIII, p. 23). El
destino es la idea de lo que ya está escrito, algo de lo que no se puede escapar. El héroe trágico
(Cf. Edipo) es un claro ejemplo de esto. En estas personas encontramos también esa repetición
de lo desagradable, el "todo me sale mal" en la vida, contra toda supuesta voluntad del sujeto y
posibilidad de obtener algún placer. En general es accesible escuchar su queja: uno escucha por
la calle a gente que se queja de que siempre le va mal en la vida, cada vez que emprende un
proyecto le pasa lo mismo, el socio lo traiciona, el amigo lo defrauda, el profesor lo caga en el
final…. O cada vez que inicia una relación de pareja, termina de la misma manera, siempre le
pasa lo mismo, se va con otro/a. "El destino me persigue", “siempre vuelvo a fracasar en lo
mismo”, “justo lo que quiero evitar me vuelve a pasar”. Así lo presenta Freud: “Se conocen
individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico desenlace: benefactores cuyos
protegidos (por disímiles que sean en lo demás) se muestran ingratos pasado cierto tiempo, y
entonces parecen destinados a apurar entera la amargura de la ingratitud; hombres en quienes
toda amistad termina con la traición del amigo; otros que en su vida repiten incontables veces el
acto de elevar a una persona a la condición de eminente autoridad para sí mismos o aun para el
público, y tras el lapso señalado la destronan para sustituirla por una nueva; amantes cuya
relación tierna con la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en idéntico final, etc.”
(AE, XVIII, pp. 21-22).
Distingue dos posibilidades para ese “eterno retorno de lo igual” inspirado hasta cierto punto en
Niestzche. Algunas son más claras, donde ese destino fatal es autoinducido y se ve determinado
por los influjos infantiles. Pero a veces es más sorprendente, ya que se trata de casos en que no
hay una conducta activa, sino que la persona parece vivenciar pasivamente algo completamente
sustraído de su poder, algo que es la repetición del mismo destino. “Piénsese, por ejemplo, en la
historia de aquella mujer que se casó tres veces sucesivas, y las tres el marido enfermó y ella
debió cuidarlo en su lecho de muerte” (AE, XVIII, p. 22). Destaquemos aquí el “automatismo” de
la repetición, la ausencia de marca subjetiva, su acefalía.
El otro ejemplo que toma es de una obra literaria de Tasso, una epopeya romántica titulada
“Jerusalem liberada” donde el héroe, un tal Tancredo, se debe batir a duelo con alguien que en
realidad era su amada Clorinda, irreconocible por la armadura, y termina matándola. Al descubrir
la identidad de su oponente se da cuenta que justo hizo aquello que hubiera querido evitar,
asesinar a su amor. Luego del entierro, desesperado por el dolor se va al bosque con todo el
dolor y toda la bronca. Se descarga clavando su espada en un árbol que comienza a sangrar.
Justo era el árbol en que el alma de Clorinda se hallaba aprisionada. Tancredo nuevamente
comete aquello que más hubiese querido evitar. Matar por segunda vez a su amada, como si esto
fuera posible. La literatura le permite ofrecer de modo patente el acento siniestro, mefistofélico,
diabólico (destino fatal) que Freud le da a la compulsión de repetición. Pueden ver si quieren una
recreación de esto en la ópera de Monteverdi: https://www.youtube.com/watch?v=6qkZxGhEzXE

¿Qué concluir de esto?


En este punto de su recorrido, y desde diversas fuentes Freud considera que estos ejemplos son
una muestra suficiente, y justifican de manera inequívoca la hipótesis de la compulsión de
repetición. La misma se instaura, como lo indica el título del trabajo, más allá del principio del
placer: “En vista de estas observaciones relativas a la conducta durante la trasferencia y al
destino fatal de los seres humanos, osaremos suponer que en la vida anímica existe realmente
una compulsión de repetición que se instaura más allá del principio de placer. Y ahora nos
inclinaremos a referir a ella los sueños de los enfermos de neurosis traumática y la impulsión al
juego en el niño” (AE, XVIII, p. 22). Es interesante esto, porque si bien arranca exponiendo cosas
más fácilmente observables como las neurosis de guerra en aquella época, o el juego infantil, la
pieza probatoria más importante la extrae del terreno de la transferencia. De la mano de eso es
que relee los otros fenómenos.
Esta compulsión a la repetición la caracteriza: “como más originaria, más elemental, más
pulsional que el principio del placer que ella destrona” (AE, XVIII, p. 23). Este apartado cierra con
una serie de preguntas de Freud, sobre la función de la compulsión, en qué condiciones aparece
y qué relación guarda con el principio del placer. Pero sin duda el planteo que se abre es que la
Compulsión de repetición le sitúa a Freud un campo más allá del principio del placer.
Veremos en la segunda parte de esta clase, tomando un poco más de distancia respecto de los
hechos, qué hipótesis explicativas, qué “especulaciones” necesita introducir para dar cuenta de
ellos. Nos veremos llevados a revisar su planteo teórico, la reformulación de la noción de trauma
y la introducción del polémico concepto de “pulsión de muerte” para el armado de un nuevo
dualismo pulsional.

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