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a) Caída del principio del placer. Referentes clínicos: Sueños que no son cumplimiento de deseo,
juegos que no persiguen el placer, repetición de experiencias que no contuvieron posibilidad alguna de
placer, restos no tramitables en la transferencia.
b) Planteo teórico: El aparato-vesícula: sustancia estimulable y superficie. La metáfora de la perforación
de la protección contra estímulos y el fracaso de la ligazón. El punto de vista económico. Redefinición de
lo traumático: interno y externo. Compulsión a la repetición y pulsión de muerte: lo que no termina de
ligarse de la pulsión. Segundo dualismo pulsional.
Bibliografía obligatoria
✔ “Más allá del principio de placer” (1920) caps. I, II, III, IV y V, AE, XVIII, 12-42.
✔ 29a conferencia: “Revisión de la doctrina de los sueños” (1932), AE, XXII, 26-28.
✔ 32a conferencia: “Angustia y vida pulsional” (1932), AE, XXII, 88-103
Bibliografía ampliatoria:
✔ “Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños” (1922), cap. IX,
AE, XIX, 119-122.
✔ “Esquema del psicoanálisis” (1938), AE, XXIII, 143-169.
En principio situamos el tema de esta clase dando comienzo a la tercera y última parte del
programa de la materia, que se titula: “Paradojas del orden”. Recordemos brevemente lo
desarrollado con anterioridad: la primera parte del programa cuyo título es “De la defensa al
aparato a deseo”, donde nos propusimos recorrer un camino que va desde la noción de defensa
frente a lo inconciliable del sexo, con los primeros pasos y explicaciones que Freud piensa a partir
de su encuentro con la histeria, la postulación de los procesos inconscientes y que concluye con
un primer ordenamiento metapsicológico, la primera tópica. En la segunda parte del programa,
titulada “La pulsión y su ordenamiento”, trabajamos fundamentalmente el concepto de pulsión
como concepto que intenta ceñir la noción de sexualidad humana para Freud, y arribamos a la
conceptualización de una función que parece organizar dicha sexualidad bajo un régimen diverso
al instintivo. Nos referimos al orden agenciado por el padre en la regulación de la satisfacción
pulsional. Y en esta tercera parte, nos encontraremos con una serie de dificultades que nos
llevarán a interrogar el alcance de este orden establecido. Adelantemos desde ya la idea de que
no todo se subsume a este orden, algo se escapa y lo incompleta, de allí la idea de paradojas.
Decimos “paradojas” para señalar puntos de inconsistencia, de aporía, de contradicción desde el
punto de vista de la coherencia lógica. Vieron que en lógica ustedes estudiaron leyes que
organizan los sistemas simbólicos (Si p → q, etc, etc). Bueno, aquí veremos que la ley del padre
conlleva paradojas (como si pudiéramos afirmar simultáneamente como verdaderos p y - p). Una
de las consecuencias centrales es la postulación, por parte de Freud, de un segundo
ordenamiento metapsicológico: la segunda tópica. Como veremos, a partir de esta tercera parte
del programa el orden está puesto en cuestión.
Bien, tomaremos entonces el texto central de la Unidad 13 que es “Más allá del principio del
placer” (Jenseits des Lustprinzips), escrito por Freud en 1920. ¡El año pasado cumplió 100 años!
En este texto Freud es muy minucioso en perseguir con su argumentación ejemplos que pondrán
en cuestión el hasta entonces llamado principio del placer, para introducir un “más allá”. Los
comentadores señalan que la preposición alemana Jenseits, puede ser traducida como “en el otro
lado”, “al otro lado”, “en el otro margen”, y aún “más allá de”, “allende”, es decir, “del lado de allá”
des Lustprinzips, del principio de placer. Aquí no indica ni sobrepasar, ni exceder. Tampoco se
trata de la muerte como “el más allá”, no es algo “ultraterrenal”, “de ultratumba”, o “el otro mundo”.
Anuncia algo que está fuera del territorio del principio de placer pero que a su vez es necesario
para su delimitación.
¿Qué era el principio del placer? Era el principio regulador de los procesos psíquicos. Recuerden
que ya lo hemos conocido y trabajado en clases anteriores. ¿Que decíamos con esto?, lo citamos
a Freud desde el inicio de su artículo: “En la teoría psicoanalítica, aceptamos sin cuestionamiento
que el curso de los procesos anímicos se regula automáticamente por el principio de placer; es
decir que, creemos nosotros, se suscita siempre por una tensión displacentera y toma después
una dirección tal que su resultado último concuerda con una disminución de esa tensión, es
decir, con una evitación de displacer o una producción de placer” (AE, XVIII, p. 7). Sigue: “Hemos
decidido poner el placer y el displacer en relación con la cantidad de excitación disponible en la
vida anímica –y acaso no ligada- de manera tal que el displacer corresponde a un
acrecentamiento y el placer, a una reducción de esa cantidad” (AE, XVIII, pp. 7-8). No pensarán
Uds. que entonces Freud se puso a inventar un aparatito que con electrodos que midieran
cuanto… tanto… Más bien, Freud se apoya en la relación entre el principio de placer y el de
constancia para sustentar su creencia. Cuando el trabajo del aparato anímico tiene como objetivo
mantener baja la cantidad de excitación, todo lo que sea capaz de incrementarla se sentirá como
contrario a la función, es decir, como displacentero. Aparece acá el principio de placer casi
indiferenciado del de constancia y claramente como un principio regulador.
Aquí se nos presenta ya una primera pequeña discusión teórica. Cuando en la sexta clase
presentamos el primer esquema metapsicológico, ese aparato que funciona a deseo, señalamos
cierta oposición entre la tendencia a la descarga homoestática propia del principio de constancia,
y un primer cuestionamiento que implica el régimen del deseo. El deseo como búsqueda del
placer que no implica necesariamente una descarga. Decíamos allí que con la experiencia de
satisfacción se introducía estructuralmente una pérdida del objeto, y con ella, la caída de la
homeostasis biológica y la emergencia del principio del placer. En consecuencia, el aparato
estaba condenado a desear. Su meta no podía ser más que ficción, o sueño. La realidad psíquica
se organizaba, le daba un nuevo marco de equilibrio deseante ligado a la tensión del deseo,
distinto a la homeostasis biológica del organismo. Pasábamos de la satisfacción de la necesidad
a la realización alucinatoria del deseo. Desde ahí diferenciamos principio de placer del principio
de constancia. Luego introducíamos además, el relevo que supone la aparición del principio de
realidad (Cf. “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” -1911).
Aquí en este texto Freud parece acercarlos un poco (principio de constancia y principio de placer).
Ambos parecen quedar de un mismo lado (“más acá…”) en comparación con lo que está
interesado en introducir como “más allá…”: “Los hechos que nos movieron a creer que el principio
de placer rige la vida anímica encuentran su expresión también en la hipótesis de que el aparato
anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de
excitación presente en él. Esto equivale a decir lo mismo, sólo que de otra manera, pues si el
trabajo del aparato anímico se empeña en mantener baja la cantidad de excitación, todo cuanto
sea apto para incrementarla se sentirá como disfuncional, vale decir, displacentero. El principio de
placer se deriva del principio de constancia; en realidad, el principio de constancia se discernió a
partir de los hechos que nos impusieron la hipótesis del principio de placer” (AE, XVIII, pp. 8-9).
Pero dicho esto, veamos que Freud nos alerta acerca de la incorrección en la que se ha caído.
No se puede decir que haya un imperio completo del principio del placer sobre el decurso de los
procesos anímicos. Resulta que no es tan soberano como parece este principio, no lo explica
todo, puesto que si así fuera, la gran mayoría de nuestros procesos anímicos deberían ir
acompañados de placer o conducir a él. Y la experiencia nos demuestra lo contrario. Freud
anticipa una reubicación del mentado principio: pasa a ser “una fuerte tendencia” (AE, XVIII, p. 9)
de lo anímico, pero tendencia que tiene fuertes oposiciones, de manera tal que al final no siempre
se concuerda con dicha tendencia.
¿A que nos estamos refiriendo con estas fuerzas que se le oponen a la tendencia al placer?
En el primer apartado menciona dos cosas ya conocidas por nosotros. En primer lugar, el largo
rodeo hacia el placer que impone el principio de realidad. Debido a este, “sin resignar el propósito
de una ganancia final de placer” (AE, XVIII, p. 10), se pospone la satisfacción, se renuncia a
diversas posibilidades y se tolera provisoriamente cierto monto de displacer.
En segundo lugar, considera lo aprendido en la clínica de la formación de síntomas neuróticos,
como resultado de conflictos y escisiones del aparato anímico. Los síntomas, surgidos de la
represión y su fracaso, son experimentados como displacenteros. Sin embargo, sabemos que en
tanto satisfacciones sustitutivas, se trata de “un placer que no puede ser sentido como tal” (AE,
XVIII, p. 11). Lo que es displacer para un sistema, es en realidad placentero para otro.
A decir verdad, estas dos fuentes de displacer que menciona no contradicen plenamente el
imperio del principio del placer sino en apariencia y se ajustan en gran medida a él, son sólo
inhibiciones del principio del placer.
Freud buscará hacia el final del primer apartado, en lo que llama “reacción anímica frente al
peligro exterior” (AE, XVIII, p. 11) nuevo material para apoyar los planteos que lo ocupan en este
artículo. Veremos que lo hará de la mano de una reformulación de su concepción de la angustia y
del trauma reformulado aquí en términos económicos.
En los apartados II y III de este artículo nos presenta una serie de “referentes clínicos” como
indica la puntuación del programa y algunas otras referencias exteriores a la clínica como punto
de partida de sus consideraciones. Señalemos desde ya que todas ellas tienen un común
denominador que es la cuestión de la “repetición”. A diferencia del aspecto fugaz y evanescente
con el que solía caracterizar a las formaciones del inconsciente, de ese inconsciente sometido a
las leyes del proceso primario (principio del placer), los fenómenos que ahora va a destacar
tienen otro tipo de espesor. Son más fijos y no se dejan explicar acabadamente con los términos y
conceptos ya conocidos en la teoría. De allí que finalmente van a dar lugar a reformulaciones
importantes conocidas dentro del psicoanálisis como “El giro de los años ’20”. Freud aquí nos
presenta ejemplos de lo que llama la compulsión de repetición. Expresión, términos que ya
habían sido introducido en el texto de 1914 “Recordar, repetir y relaborar”. Momento en que
podemos decir, comienza a caer la teoría de la rememoración, momento en que Freud oscila en
seguir sosteniendo al psicoanálisis como una teoría del recuerdo conducente a la rectificación
asociativa o introducir la repetición. En este texto de 1914 Freud nos señala que el enfermo no
recuerda, en general, lo esencial de lo olvidado o reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce
como recuerdo, sino como acto. Sería como una forma especial de recuerdo, recuerdo en acto,
que se produce en transferencia. Esto es algo que desarrollamos en la segunda parte de la
undécima clase cuando nos ocupamos de los escritos técnicos y el problema de la transferencia.
Recuerden que allí subrayamos el costado “positivo” que Freud le daba a la repetición en tanto
modalidad del recordar, y como vía finalmente para producir el despertar de los recuerdos en
transferencia. No dejaba de ser una manera de decir del inconsciente, una manera a fin de
cuentas de hacerse escuchar, de tomar noticia de lo reprimido. Ahora, en cambio, en el texto de
1920 veremos que surge otro modo de pensar esta “compulsión de repetición” bastante menos
optimista. Será entonces útil para nosotros, tomar los fenómenos que Freud nos presenta y hacer
el ejercicio de contrastar cómo lo pensaba antes de 1920 y ver qué novedades introduce aquí.
Volviendo al ejemplo de estos sueños tan particulares, estos suponen un gran problema para
Freud ya que su tesis central desde “La Interpretación de los sueños” es que todo sueño es un
cumplimiento de deseo. Recuerden aquí todo lo que trabajamos en la primera parte del año,
sobre todo en las quinta, sexta clases. La realización alucinatoria del deseo en el sueño estaba
pensada sobre el modelo de la experiencia de satisfacción, aquella que inauguraba la puesta en
marcha del principio del placer y la búsqueda de la identidad perceptiva. El deseo inconsciente
operaba como una fuerza pulsionante, y efectuaba una transferencia de excitación sobre las
huellas mnémicas que constituían ese “otro escenario” de la instancia inconsciente. El deseo se
figuraba como cumplido en el sueño, y el sueño aseguraba una función de cobertura, de velo
protector frente a los estímulos tanto internos como externos que intentaran perturbar el dormir.
Se instituía como el guardián del dormir. La “Introducción del narcisismo” (1914) en la teoría
permitía entender desde otro lado el mantenimiento del deseo de dormir a partir de la hipótesis
del quite de investidura de objetos y su vuelta hacia el yo en esa especie de “psicosis nocturna”
que cancela los estímulos molestos durante el soñar.
Sin embargo, ya en “La Interpretación de los sueños” hemos visto que Freud le dedicaba algunos
párrafos al problema de los sueños penosos, de angustia y de punición. (Cf. Quinta clase
segunda parte.) Daba varios argumentos para explicarlos pero se centraba básicamente en:
- Las insuficiencias del trabajo del sueño para lograr la desfiguración necesaria que permitan
burlar la censura onírica. La proximidad con esos contenidos podía resultar angustiosa, en
particular cuando los restos diurnos investidos dejan de ser inofensivos al recibir prestada
la excitación inconsciente y podían llegar a perturbar el dormir.
- La relación contradictoria del soñante con su deseo. El yo del soñante podía censurar,
desestimar sus deseos. Por lo tanto un cumplimiento de deseo podía no brindarle placer
alguno y dar lugar a la angustia. En los sueños de angustia se trataba en 1900 de un
deseo no permitido, reprobado, insuficientemente desfigurado en el sueño. La censura era
sustituida por la angustia y por lo común el efecto era que el soñante se despierte. En parte
no se cumple la función del sueño en tanto “guardián del dormir”, pero su esencia se
mantenía. El durmiente despertaba cuando era incapaz de alejar por sí solo a la
perturbación o peligro que parte del excitador psíquico del sueño que es el deseo. La
angustia y el despertar quedaban al servicio del mantenimiento de la censura.
Ahora bien, ¿cómo pensar en 1920 estos sueños que traen en su escena lo olvidado en vigilia y
de los cuales se despierta con renovado terror ya que vuelven a vivir alucinatoriamente en el
sueño la o las escenas que resultaron traumáticas? ¿Qué relación guardan estos sueños con la
dimensión de la pulsión? Esto es algo que aún no hemos trabajado. Hasta ahora, y más allá de
que Freud hable del deseo como “fuerza pulsionante”, no nos hemos ocupado demasiado de
situar la problemática de la pulsión en esta formación del inconsciente. Cuando al final de la
quinta clase trabajamos el ejemplo del sueño de las entradas al teatro por 1 florín y 50 kreuzer
llegamos a ver que el deseo de “ir a ver” (al teatro) se enhebraba en la paciente con una moción
pulsional cuyas raíces llegaban hasta lo infantil. Freud traía allí la importancia del “placer de ver
sexual” [escoptofilia], volcado en la infancia a la actividad sexual de los padres que había
empujado a la muchacha al matrimonio temprano del cual ahora se lamentaba. Era un ejemplo en
el que el trabajo del sueño era exitoso en lograr ligar pulsión y deseo. Se lograba canalizar la
satisfacción pulsional de ver dentro del campo visual, en esa transposición exitosa en imágenes
oníricas. La paciente soñaba y no se despertaba.
En los sueños de las neurosis traumáticas la cosa no parece funcionar del mismo modo. Esa
escena imaginaria parece quebrarse. La imagen sensorial, tan vívida, hace las veces del trauma y
despierta al soñante. Freud nos aclara que hubiese sido más esperable que el sueño le
presentara “al enfermo imágenes del tiempo en que estaba sano, o de su esperada curación” (AE,
XVIII, p. 13). Aun suponiendo que los sueños de estos pacientes neuróticos traumáticos no
invalidan la tendencia del sueño al cumplimiento de un deseo, “tal vez nos quede el expediente de
sostener que en este estado la función del sueño, como tantas otras cosas, resultó afectada y
desviada de sus propósitos”. Agrega también otra posibilidad: “o bien tendríamos que pensar en
las enigmáticas tendencias masoquistas del yo” (der rätselhaften masochistischen Tendenzen)
(AE, XVIII, pp. 13-14).
Sobre estas tendencias masoquistas las dejaremos por el momento en suspenso ya que
tendremos oportunidad de explayarnos sobre ellas la próxima unidad del programa. Pero en
relación al desvío de los propósitos del sueño, debemos considerar lo que Freud plantea al
respecto en la 29a conferencia: “Revisión de la doctrina de los sueños” (1932).
Allí se propone escrutar el estado de la doctrina de los sueños después de tantos años, los
puntos vigentes y las modificaciones que se le impusieron. Señala los cuestionamientos a la
doctrina del cumplimiento del deseo proveniente de los sueños de angustia y punitorios, así como
los sueños de las neurosis traumáticas. Respecto de estos últimos se pregunta “¿Qué moción de
deseo podría satisfacerse mediante ese retroceso hasta la vivencia traumática, extremadamente
penosa?” (AE, XXII, p. 27). Para colegir una respuesta se desvía por la importancia acordada en
la cura analítica a la emergencia de los recuerdos de las exteriorizaciones de la vida sexual
infantil. “Ahora bien, estas primeras vivencias sexuales del niño están enlazadas con impresiones
dolorosas de angustia, prohibición, desengaño y castigo; uno comprende que hayan sido
reprimidas. (…) a esas mismas vivencias infantiles van adheridos todos los deseos pulsionales
incumplidos, imperecederos, que a lo largo de la vida entera donan la energía de la formación del
sueño; y cabe admitir que en su violenta pulsión aflorante {Auftrieb} esfuercen hasta la superficie
también el material de episodios sentidos como penosos” (AE, XXII, p.27). Aparece más
claramente situada la irrupción del componente pulsional infantil no tanto en su faz libidinal
placentera sino en su costado de desengaño, dolor y castigo. Este componente no es
completamente domeñado por el ordenamiento del trabajo del sueño regido por el principio del
placer que pretendía: “desmentir el displacer mediante una desfiguración y mudar el desengaño
en confirmación” (AE, XXII, p. 27). En las neurosis traumáticas, los sueños desembocan
directamente en un desarrollo de angustia, y en estos casos “falla la función del sueño” (AE, XXII,
p. 27). El escenario del sueño en las neurosis traumáticas ofrece entonces un punto en que falla
la función del sueño y en el que esa pulsión aflorante irrumpe, no sin un desarrollo de angustia.
Esto quiebra traumáticamente la pantalla en la que se proyectan las imágenes oníricas y se
produce el despertar.
Freud produce entonces una pequeña enmienda en la fórmula canónica. De ahora en más “el
sueño es el intento de un cumplimiento de deseo” (AE, XXII, p. 27). “Bajo determinadas
circunstancias, el sueño sólo puede imponer su propósito de manera muy incompleta o debe
resignarlo del todo; la fijación inconsciente a un trauma parece contarse entre los principales de
esos impedimentos de la función del sueño” (AE, XXII, pp. 27-28). Subrayemos entonces la
importancia de esto que llama “la fijación inconsciente a un trauma”. Se produce allí una paradoja
por la cual el relajamiento de la represión durante el dormir “vuelve activa la pulsión aflorante de
la fijación traumática” (AE, XXII, p. 28) y entonces es necesario soñar para capturarla en
imágenes pero al mismo tiempo “falla la operación de su trabajo del sueño, que preferiría
trasmudar las huellas mnésicas del episodio traumático en un cumplimiento de deseo” (AE, XXII
p. 28). El despertar aparece allí como la única salida frente a la irrupción del elemento pulsional
traumático. “En tales circunstancias acontece que uno se vuelva insomne, que renuncie a dormir
por angustia frente a los fracasos de la función del sueño. Pues bien, la neurosis traumática nos
muestra un caso extremo de ello, pero es preciso conceder carácter traumático también a las
vivencias infantiles” (AE, XXII, p. 28). Con el despertar se reestablece entonces el reinado del
principio del placer, se continúa cubriendo y velando el elemento pulsional disruptivo y
manteniendo el equilibrio homoestático. Como dice luego Lacan (1969-1970), “nos despertamos
sólo para seguir soñando en la realidad”.
Señalemos que muchos trabajos contemporáneos dentro del psicoanálisis señalan que ese
umbral del despertar puede ir corriéndose para un paciente a lo largo de una cura, en particular a
medida en que se aproxima a su terminación. En tanto progresivamente logra ceñir de otro modo
ese resto infantil relacionado con el encuentro traumático con el sexo, el sujeto logra mantener
una relación menos angustiante, más lúcida y despierta con él.
El niño jugaba a que sus juguetes se iban. Un día, dice Freud, encontramos la corroboración
viendo cómo era en realidad el juego completo. Resulta que el niño jugaba con un carretel de
madera atado con un piolín. No arrastraba el carretel como si fuese un carrito, sino que mantenía
el piolín y arrojaba el carretel tras la baranda de su cuna y decía “o-o-o-o!” (se fue). Luego tiraba
del piolín, recuperaba el carretel y decía “Da!” Entendible más claramente en alemán que significa
"acá está". Ese era el juego completo. Pero la mayoría de las veces sólo se había visto el primer
movimiento (el de arrojar los juguetes) “repetido por sí solo incansablemente en calidad de juego”
(AE, XVIII, p.15).
En la nota el pie N° 6 (AE, XVIII, p. 15). Freud agrega un elemento más a la observación. El niño
también jugaba a desaparecer él mismo. Un día en que la madre había estado fuera de la casa
muchas horas, al regresar fue saludada con un «¡Bebé o-o-o-o!». Pudo comprobar que durante el
largo período que había estado solo el niño había encontrado un modo de hacerse desaparecer a
sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestidor que llegaba casi hasta el suelo, y luego
le hurtó el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo «se fue».
¿Cómo interpretar este juego del niño por el cual los objetos desaparecen?
Una primera línea interpretativa, coherente con el principio del placer, es pensar que el niño se
resarcía de la renuncia pulsional (su madre partía) “Se resarcía, digamos, escenificando por sí
mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar” (AE, XVIII, p. 15). El juego
como puesta en escena que permitiría la tramitación pulsional.
El juego reproduce la partida de la madre, que era traumática, y el retorno con la alegría de ese
momento. Sin embargo nos dice que hay algo que no nos cierra. El placer está en el retorno, y lo
que debería repetir es esta segunda parte del juego. Sin embargo la mayoría de las veces juega a
“o-o-o-o!” Que es la parte asociada a lo traumático: “¿Cómo se concilia con el principio de placer
que repitiese en calidad de juego esta vivencia penosa para él?” (AE, XVIII, p. 15).
Aquí esboza otras dos posibilidades de lectura:
Una primera, retomando la cuestión de la meta pulsional, podría ser el pasaje de la “pasividad” a
la “actividad”. Mientras que en los hechos sufría pasivamente la partida de la madre, aquí lograría
ponerse en papel activo repitiéndola como juego a pesar de ser displacentera.
Una segunda, no necesariamente excluyente, podría ser que el acto de arrojar el objeto era la
satisfacción de un impulso de venganza contra su madre, sofocado en la conducta corriente de
este niño tan correcto. Algo así como un “«Y bien, vete pues; no te necesito, yo mismo te echo»
(AE, XVIII, p. 16).
En relación a estas líneas interpretativas, algunas líneas más abajo Freud menciona el clásico
“jugar al doctor”. Si el doctor le examina la garganta o lo somete a una pequeña operación nos
dice que es seguro que luego el niño juegue a hacerlo él en una suerte de identificación. “Se
advierte que los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida; de
ese modo abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan, por así decir, de la situación”
(AE, XVIII, p. 16).
Sin embargo, destaca que en esta actividad no se trata solo de apoderarse o dominar la situación.
Hay una “ganancia” que proviene de otra fuente y que es palmaria aquí. Deja planteada una
pregunta muy importante. Nos dice: “¿Puede el esfuerzo {Drang} de procesar psíquicamente algo
impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e
independiente del principio de placer? Comoquiera que sea, si en el caso examinado ese
esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a que la
repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa” (AE, XVIII, p. 16).
Se trata de una pregunta clave. “Esfuerzo de procesar psíquicamente algo impresionante”. Está
en juego la entrada en la red de las representaciones, de capturar algo del efecto traumático, de
la satisfacción/renuncia pulsional. La repetición como vía para el domeñamiento es algo que ya
estaba en “Recordar, repetir, reelaborar” (1914).
Ahora, si bien es cierto que Freud dice “ganancia de placer” (Lustgewinn), no debemos
confundirnos. Es una impresión displacentera la que repite. En cierto sentido nos hace recordar a
lo que ya señalaba tempranamente en el Manuscrito K (1896), cuando nos decía que “dentro de
la vida sexual tiene que existir una fuente independiente de desprendimiento de displacer” (AE, I,
p. 262). Quizás logremos más claridad hablando directamente de “satisfacción” en lugar de
placer, para nombrar eso “de otra índole” que se obtiene “directamente” a partir de la repetición
misma de lo displacentero1. La cuestión de lo “directo” también es importante. No sería una
satisfacción “sustitutiva” a la manera del síntoma.
Fíjense que este tipo de juego tiene algo muy parecido a los sueños de las neurosis traumáticas.
En ambos está en juego la repetición de lo desagradable. El juego, que también debería ser el
escenario de una ficción placentera acorde al deseo, se transforma en cierto sentido en una
pesadilla. Repite del mismo modo que el sujeto que fue a la guerra, que sueña que la guerra
continúa en vez de soñar que todo pasó, y que lo reciben con honores. ¿Por qué repiten lo
displacentero? Al final del segundo apartado, Freud invoca la acción de tendencias situadas más
1
Posteriormente el psicoanálisis utilizará la noción de “goce” (jouissance) para nombrar esa forma de satisfacción paradójica que
anuda placer y sufrimiento.
allá del principio del placer, “tendencias que serían más originarias que el principio de placer e
independientes de él” (AE, XVIII, p. 17). Parece que hay una compulsión que empuja a repetir lo
displacentero.
El destino fatal
Una última referencia que Freud también toma en el apartado III, son fenómenos que pueden
reencontrarse en la vida de las personas que no necesariamente están en análisis y que dan “la
impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivenciar” (AE, XVIII,
p. 21). Freud la llama también “compulsión de destino” (Schicksalszwang) (AE, XVIII, p. 23). El
destino es la idea de lo que ya está escrito, algo de lo que no se puede escapar. El héroe trágico
(Cf. Edipo) es un claro ejemplo de esto. En estas personas encontramos también esa repetición
de lo desagradable, el "todo me sale mal" en la vida, contra toda supuesta voluntad del sujeto y
posibilidad de obtener algún placer. En general es accesible escuchar su queja: uno escucha por
la calle a gente que se queja de que siempre le va mal en la vida, cada vez que emprende un
proyecto le pasa lo mismo, el socio lo traiciona, el amigo lo defrauda, el profesor lo caga en el
final…. O cada vez que inicia una relación de pareja, termina de la misma manera, siempre le
pasa lo mismo, se va con otro/a. "El destino me persigue", “siempre vuelvo a fracasar en lo
mismo”, “justo lo que quiero evitar me vuelve a pasar”. Así lo presenta Freud: “Se conocen
individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico desenlace: benefactores cuyos
protegidos (por disímiles que sean en lo demás) se muestran ingratos pasado cierto tiempo, y
entonces parecen destinados a apurar entera la amargura de la ingratitud; hombres en quienes
toda amistad termina con la traición del amigo; otros que en su vida repiten incontables veces el
acto de elevar a una persona a la condición de eminente autoridad para sí mismos o aun para el
público, y tras el lapso señalado la destronan para sustituirla por una nueva; amantes cuya
relación tierna con la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en idéntico final, etc.”
(AE, XVIII, pp. 21-22).
Distingue dos posibilidades para ese “eterno retorno de lo igual” inspirado hasta cierto punto en
Niestzche. Algunas son más claras, donde ese destino fatal es autoinducido y se ve determinado
por los influjos infantiles. Pero a veces es más sorprendente, ya que se trata de casos en que no
hay una conducta activa, sino que la persona parece vivenciar pasivamente algo completamente
sustraído de su poder, algo que es la repetición del mismo destino. “Piénsese, por ejemplo, en la
historia de aquella mujer que se casó tres veces sucesivas, y las tres el marido enfermó y ella
debió cuidarlo en su lecho de muerte” (AE, XVIII, p. 22). Destaquemos aquí el “automatismo” de
la repetición, la ausencia de marca subjetiva, su acefalía.
El otro ejemplo que toma es de una obra literaria de Tasso, una epopeya romántica titulada
“Jerusalem liberada” donde el héroe, un tal Tancredo, se debe batir a duelo con alguien que en
realidad era su amada Clorinda, irreconocible por la armadura, y termina matándola. Al descubrir
la identidad de su oponente se da cuenta que justo hizo aquello que hubiera querido evitar,
asesinar a su amor. Luego del entierro, desesperado por el dolor se va al bosque con todo el
dolor y toda la bronca. Se descarga clavando su espada en un árbol que comienza a sangrar.
Justo era el árbol en que el alma de Clorinda se hallaba aprisionada. Tancredo nuevamente
comete aquello que más hubiese querido evitar. Matar por segunda vez a su amada, como si esto
fuera posible. La literatura le permite ofrecer de modo patente el acento siniestro, mefistofélico,
diabólico (destino fatal) que Freud le da a la compulsión de repetición. Pueden ver si quieren una
recreación de esto en la ópera de Monteverdi: https://www.youtube.com/watch?v=6qkZxGhEzXE