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EL PSICOANALISIS

Lic. y Prof. Patricia Macrini

El psicoanálisis es una teoría sobre el funcionamiento de la mente humana y una práctica


terapéutica. Fue fundado por Sigmund Freud entre 1885 y 1939. Freud era un médico neurólogo
nacido en Austria en el año 1856.
Luego de haberse recibido, acude como discípulo de un médico francés (Jean Martin Charcot)
quien estaba estudiando sobre parálisis traumáticas que aparecían en la histeria.
La histeria es una enfermedad somática cuyo origen no le pertenece al cuerpo en sí. Charcot
estudiaba casos donde un trauma físico (por ejemplo, un accidente) dejaba síntomas de
parálisis como efectos de ese trauma, que en sí podía ser insignificante y producía, según él,
un trastorno de origen neurológico. Es decir, ese trauma no podía tener como efecto esa
parálisis como reacción, sin embargo, había casos en que eso sí sucedía, sin una explicación
certera.
Para hacer sus demostraciones Charcot utilizaba la hipnosis. Cuando a los pacientes bajo esta
técnica se les pedía que movieran sus miembros paralizados, estos lo podían hacer.
Freud queda “atrapado” por el tema, pero luego se independiza de Charcot y comienza a
estudiar la histeria “común”, es decir que “no era traumática” al estilo de lo que hablaba su
maestro francés. Dice Freud “
[…] Existe una total analogía entre la parálisis traumática y la histeria común, no
traumática. La única diferencia es que allí intervino un gran trauma, mientras que aquí
rara vez se comprueba un solo gran suceso, sino que se asiste a una serie de sucesos plenos
de afecto: toda una historia de padecimiento. Ahora bien, no tiene nada de forzado
equiparar esa historia de padecimiento que en ciertos histéricos se averigua como factor
ocasionador, con aquel accidente de la histeria traumática; en efecto, hoy ya nadie duda
de que tampoco en el gran trauma mecánico de la histeria traumática es el factor
mecánico el eficaz, sino que lo es el afecto de terror, el trauma psíquico […] (Freud, 1893).
Freud escribe junto a Josef Breuer Estudios sobre la histeria, que se basa en un caso sobre una
paciente de este último, que pasó a la historia como “Anna O.” Escriben allí:
Los síntomas de la histeria derivan su determinismo de ciertas vivencias de eficacia
traumática que el enfermo ha tenido, como símbolos mnémicos de las cuales ellos son
reproducidos en su vida psíquica […] En estas vivencias estuvieron en vigor las causas
eficientes de la histeria; tenemos derecho a esperar, entonces, que por el estudio de las
escenas traumáticas averiguaremos qué influjos produjeron los síntomas histéricos, y de
qué modo lo hicieron (Freud, 1896).
Freud sostenía en 1896 que el trauma estaba constituido por la relación entre un primer
momento en que ocurría un acontecimiento de índole sexual en la niñez, que superaba la
capacidad del aparato psíquico para responder y por lo tanto se reprimía y, otro momento que
no era traumático en sí, pero que desencadenaba el recuerdo del primero, significándolo como
tal (esto sucedía al haber alcanzado la madurez sexual). Luego va a reconocer que ese primer
momento podía no haber existido nunca (fantasía) y, de todas maneras, desencadenar los
síntomas.
El concepto de pulsión
Freud introduce un concepto propio del psiquismo que es el de pulsión. En líneas generales es
un impulso interior, como límite entre lo somático y lo psíquico (un representante psíquico de
los estímulos del cuerpo), que tienen una fuerza constante y la única forma de cancelarla es la
satisfacción. Freud postula que el aparato psíquico está regido por el principio de placer, este
principio lo que dice es que el aparato va a tener una tendencia a la homeostasis, es decir, a estar
libre de tensiones. Cuando una pulsión genera displacer por aumento de energía, la satisfacción
de esta va a equilibrar esa tensión (placer). En principio, Freud va a postular tres grupos de
pulsiones primordiales: pulsiones yoicas, pulsiones de autoconservación (conservación de la vida)
y pulsiones sexuales (conservación de la especie).
Va a decir de las pulsiones sexuales:
“Son numerosas, brotan de múltiples fuentes orgánicas, al comienzo actúan con
independencia unas de otras y solo después se reúnen en una síntesis más o menos
acabada. La meta que aspira cada una de ellas es el placer de órgano; solo tras haber
alcanzado una síntesis cumplida entran al servicio de la función de reproducción (…)”.
(Freud, 1915).
Más tarde en su teoría, Freud va a decir que las pulsiones se pueden agrupar en dos: Eros (pulsión
de vida) y Thanatos (pulsión de muerte).

El concepto de representación
Las representaciones, para el psicoanálisis tienen que ver con la idea que nos formamos de “la
cosa” y cada una de ellas tiene una carga de energía. Por ejemplo, si decimos “perro” está la idea
de perro y la carga psíquica que le damos a lo que está en esa idea. Esto va a ser importante de
entender para entender el funcionamiento del aparato psíquico.

El concepto de represión
Como habíamos dicho, las pulsiones van a adquirir una tensión (displacer) si no se las satisface.
Hay pulsiones que se reprimen. Uno se podría preguntar ¿Y por qué se reprimiría una pulsión, si
la satisfacción de la misma generaría placer? Freud acude, somo siempre a su experiencia en el
consultorio y dice: “Aprendemos entonces que la satisfacción de la pulsión sometida a la
represión sería sin duda posible y siempre placentera en sí misma, pero sería inconciliable con
otras exigencias y designios. Por tanto, produciría placer en un lugar y displacer en otro”. Es decir,
se reprime porque sería placentero para un sistema (inconsciente) y displacentero para otro
(consciente). Ahora veremos cómo define estos sistemas, pero sigamos con la represión. Freud
postula que una represión primordial: una primera fase de la represión que consiste en que al
representante psíquico (representante de la representación) de la pulsión se le deniega la
admisión en lo consciente. Una represión propiamente dicha: que recae sobre representaciones
que estén asociadas a lo reprimido primordialmente, pero a aquellas que estén más alejadas (en
el vínculo) de la represión original se podrá acceder mediante el psicoanálisis (asociación libre).
Los síntomas de los pacientes son también asociaciones de esa representación psíquica de la
pulsión.
Lo más destacable es que la represión puede ser eficaz en cuanto a la idea, pero no en cuanto al
monto de afecto (la energía) de la representación.

El aparato psíquico

Primera Tópica freudiana.

El psicoanálisis llama aparato psíquico a la estructura a las diferentes modalidades que toma la
energía psíquica o libido en los procesos mentales del sujeto (el término libido deriva de una
palabra en latín que significa deseo, búsqueda de placer). En una de sus teorías para describirlo,
el psicoanálisis alude a los lugares en los que ocurren los diferentes procesos psíquicos y habla
de cómo la mente se organiza y se divide en distintos sistemas interconectados entre sí, cada uno
con características y funciones específicas.

(Tópico viene del griego topos que significa “lugar”, no obstante, no se refiere con su teoría a
lugares físicos específicos sino más bien, a instancias o partes de nuestra psique).

Cabe aclarar que La teoría freudiana se basa en la práctica que llevaba a cabo el autor. Es decir,
que a partir de lo que se encontraba en la clínica iba avanzando en su teoría. Esta tópica responde
a la pregunta que se hizo Freud sobre el mecanismo de la formación de síntomas.

En la primera tópica se habla de tres sistemas: Consciente – Preconsciente – Inconsciente.

Consciente: Este sistema es el que nos hace relacionarnos en forma directa con la realidad a
través de todo lo que percibimos. Las representaciones conscientes son todo lo que registramos
ya sea afuera nuestro (lo que vemos, escuchamos, hacemos, etc.) como lo que pasa dentro (lo
que recordamos, deseamos, sentimos, etc.). Con respecto a las representaciones de este sistema
dice Freud “llamemos «conciente» a la representación que está presente en nuestra conciencia
y de la que nosotros nos percatamos {we are aware), y hagamos de este el único sentido del
término «conciente»”. Está regulado por las experiencias y por la realidad exterior.

Preconsciente: El sistema preconsciente representa a todos los sentimientos, pensamientos,


fantasías, etc. que no se encuentran en la consciencia pero que fácilmente se pueden hacer
presentes. Es decir, las representaciones no son conscientes, pero pueden serlo. Podríamos
pensar que es la memoria, recuerdos que con cierto esfuerzo se pueden recordar y, de esta
manera, volverlos a la conciencia.

Inconsciente: En una forma descriptiva sería todo lo que no es consciente, pero su contenido, a
diferencia del preconsciente, no puede acceder a la conciencia por la represión. Lo conforman
contenidos reprimidos, no permitidos e involuntariamente expulsados de la consciencia, o
contenidos que, si bien nunca fueron conscientes, entran en contradicción con lo que caracteriza
al plano consciente. En una concepción dinámica se puede decir que es un lugar donde se alojan
representaciones desalojadas de la conciencia que pugnan por salir y que la represión se lo
impide. En un sentido económico es regido por el principio de placer. En el inconsciente no hay
lógica ni coherencia. La energía pulsional es libre. Se manifiesta a través de los sueños, los lapsus,
los olvidos, los actos fallidos, los síntomas. Actúa por condensación (una representación se
encuentra con una carga energética proveniente de varias representaciones y desplazamiento
(es el desprendimiento de la energía de una representación y volcada hacia otra).

Para que algo del inconsciente aparezca en la conciencia Freud va a tomar como método la
asociación libre, que reemplaza a la hipnosis. La asociación libre es la regla primordial de todo
tratamiento psicoanalítico. Se le dice al paciente que diga todo lo que se le ocurra, sin temor
a que sea una nimiedad, o que crea que carezca de sentido. De esta manera, el autor sostenía
que las representaciones asociadas a la representación de la pulsión iban a llevar al paciente
a aquello que está reprimido. Más adelante dirá que no todo se puede recordar y, allí, estará
la interpretación del analista para inferirlo.

La segunda tópica freudiana


Pero en un segundo momento de sus investigaciones, desde 1920, y a partir de ciertas
experiencias, Freud se concentró en el hecho de que las vivencias de la primera infancia dejan
huellas fundamentales en la constitución psíquica del sujeto. Esto dio pie a la elaboración de un
segundo esquema tripartito en la teoría psicoanalítica. Esta necesidad de formular un nuevo
modelo del aparato psíquico surgió de las dificultades encontradas en la clínica psicoanalítica,
particularmente tras el descubrimiento de aquellos aspectos inconscientes en el yo que impiden
hacer consciente lo inconsciente, así como la existencia de sentimientos inconscientes de culpa
(que se oponen a la cura) y a los mecanismos de defensa del yo.
Esta segunda tópica no anula a la primera, sino que la complementa. Freud postula tres
instancias: el yo, el ello y el superyó. Propone que en el comienzo de la actividad psíquica de un
ser humano todo es Ello, es decir, pulsiones básicas con que contamos al nacer, la energía que
pone en movimiento toda nuestra conducta, y que, según Freud, está orientada a satisfacer el
principio de placer. El ello no escucha ni responde a la realidad externa. Es, sostiene, un sector
del psiquismo “más amplio, importante y oscuro que el yo”: carece de unidad y síntesis, e incluso
de “coherencia”. Su naturaleza está determinada por la búsqueda ciega de satisfacción de los
impulsos, que vienen dados desde el nacimiento. Es sobre él que las otras dos instancias del
aparato psíquico así constituido –el yo y el superyó– se erigen, pero con los que mantiene
relaciones de tensión. El ello es todo inconsciente.
El Yo responde al principio de realidad, y evoluciona a partir del ello. Se dice frecuentemente que
es una modificación del ello, en cuanto este entra en contacto con la realidad y da respuesta a
sus solicitudes. Satisface las pulsiones del ello, pero encauzándolas dentro de lo que es aceptado
por el medio social en que vive. Desde esta perspectiva, el yo es un intermediario entre el ello y
la realidad. Organiza la vida anímica, y en esta tarea se caracteriza por su aspiración a la unidad,
a la síntesis entre la realidad (el mundo externo) y las pulsiones o deseos que surgen del interior.
El yo es el intermediario entre la realidad externa y los impulsos internos. Por eso Freud dice que
el yo es, por un lado, consciente y por otro, inconsciente.
El Superyó representa la ley y el deber. Contiene las nociones morales de lo obligatorio y de lo
prohibido y está en franca oposición al ello. Es una función comparable a la de un censor o un
juez. Por otro lado, contiene “el ideal del yo”, es decir la representación deseada, ideal de lo que
el sujeto quiere ser; y cuando la acción del yo no corresponde con ella, el superyó produce
sentimientos de culpa e inferioridad en el yo. El superyó se crea como consecuencia de la
imposición de la ley paterna, según Freud, y contiene los lineamientos de la moral propios de la
cultura en que vive el sujeto. El superyó, al igual que el yo, es consciente e inconsciente.

Mas allá del principio de Placer


En 1920 Freud habla de que sería incorrecto decir que existe:
“un imperio del principio de placer sobre el decurso de los procesos anímicos. Si así fuera, la
abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría que ir acompañada de placer o llevar
a él; y la experiencia más universal refuta enérgicamente esta conclusión. Por tanto, la situación
no puede ser sino esta: en el alma existe una fuerte tendencia al principio de placer, pero ciertas
otras fuerzas o constelaciones la contrarían, de suerte que el resultado final no siempre puede
corresponder a la tendencia al placer”. (Freud, 1920)
Va a sostener que, en un principio, al ser el humano puro ello existe un pleno placer, pero cuando
la realidad exterior empieza a regir al yo, va a existir una tendencia al placer, pero se deberá
renunciar al placer a la manera del ello y solo va a haber una tendencia al placer.
Por otro lado, las pulsiones no van a hacer aceptadas en su totalidad por el yo y quedarán
reprimidas, por lo que no van a poder satisfacerse y si, por alguna manera, pudieran acceder al
yo este no las podría sentir como placenteras (sí para el ello). Es decir, que, todo displacer para
nuestro yo es un placer (satisfacción de la pulsión) que no puede ser sentido como tal.
Otra de las fuentes por las cuales el principio de placer no puede abarcar toda la vida anímica es
frente al peligro exterior.
Freud habla de neurosis traumática, la neurosis de guerra (en esa época había terminado la
Primera Guerra Mundial) y el juego infantil de su nieto para explicar esto. Lo que concluye es que
qué “hay tendencias que serían más originarias que el principio de placer e independiente de él”.
(Freud, 1920).
Va a postular aquí, también, la compulsión a la repetición. Freud abandona la idea de que todo
lo inconsciente pueda hacerse consciente. Va a decir que no todo se puede recordar, (aquellas
vivencias sexuales infantiles, el Complejo de Edipo), pero sí se van a hacer presentes en la vida
real a partir de repeticiones. Esta es una de las maneras que el inconsciente tiene de aparecer,
repitiendo lo no recordado, pero esto es vivido como displacentero para el yo. Pero, dice Freud
que tampoco en su origen estas pulsiones sexuales se vieron satisfechas. Por lo que esta
compulsión a repetir está más allá del principio de placer. En palabras del autor: “la compulsión
de repetición, y esta nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional que el
principio de placer que ella destrona”. (Freud, 1920).
Aquí va a retomar la teoría de las pulsiones y va a aseverar que hay dos pulsiones: la de vida y la
de muerte, dejando a las pulsiones sexuales como las de vida y las de autoconservación de las de
muerte. Todo ser vivo tiene como destino la muerte, la satisfacción pulsional, la descarga, va a
intentar hacernos regresar al origen, a lo no vivo. Las pulsiones de vida intentarán que eso no
suceda. La función del principio de placer, entonces, queda del lado de la pulsión de muerte
(dejar en estado de excitación lo más bajo posible) y es función de aquellas pulsiones sexuales de
generar mayor carga de excitación. Con lo cual ambas pulsiones actúan entremezcladas, unas
tratando de volver al origen y otras hacia adelante en la vida.
En palabras de Freud:
“También tiene que llamarnos la atención que las pulsiones de vida tengan muchísimo más que
ver con nuestra percepción interna; en efecto, se presentan como revoltosas, sin cesar aportan
tensiones cuya tramitación es sentida como placer, mientras que las pulsiones de muerte
parecen realizar su trabajo en forma inadvertida. El principio de placer parece estar directamente
al servicio de las pulsiones de muerte; es verdad que también monta guardia con relación a los
estímulos de afuera, apreciados como peligros por las dos clases de pulsiones, pero muy en
particular con relación a los incrementos de estímulo procedentes de adentro, que apuntan a
dificultar la tarea de vivir”
Sostiene que la vida es un largo rodeo hacia la muerte.

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