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EL SÍNTOMA EN LA TEORÍA PSICOANALÍTICA

Daniel Hugo Ustárroz Orangez1


Comenzaremos esta investigación con una pregunta inicial ¿Qué es un síntoma? En sus
comienzos Freud establece que la formación de un síntoma histérico (pero es extensible
a cualquier clase de síntoma) está determinado por una vivencia traumática, esta
afirmación se puede observar claramente en el historial del caso Dora. Allí toma como
referencia traumática un episodio de seducción por parte del señor K hacia Dora: “En la
vivencia de nuestra paciente Dora con el señor K-en el requerimiento amoroso de éste
y la consecuente afrenta- tendríamos entonces el trauma psíquico que en su momento
Breuer y yo definimos como la condición previa indispensable para la génesis de un
estado patológico histérico”2. Freud afirma en este trabajo que toda persona histérica se
caracteriza por sentir displacer (en lugar de placer) frente a toda ocasión de excitación
sexual, (a esto lo llama, trastorno de afecto), y pone como ejemplo el apasionado abrazo
del señor K y la consecuente sensación del pene erecto del mismo contra el vientre de
Dora, frente al cual ella reacciona con asco y displacer, y es a partir de esa vivencia
traumática (junto a otros componentes, tales como, el enamoramiento hacia el padre, las
identificaciones masculinas etc.) que no podrá asumir satisfactoriamente su condición
de mujer. En su articulo sobre “La etiologia de la histeria” de 18963 , continuando con
el tema del trauma, Freud afirma que este se constituye en relación a escenas sexuales
infantiles. Seducción y abuso por parte de algún adulto sobre el niño indefenso. En ese
momento de su elaboración, Freud aún cree en la realidad material de esos sucesos, y no
en la importancia decisiva que dará luego a la realidad psíquica. Estas concepciones
acerca del síntoma histérico se irán modificando hasta llegar a un artículo clave como el
de “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad de 19084 , texto de muy
pocas páginas pero realmente revelador. Allí Freud sostiene que todo síntoma (aunque
aquí se refiera principalmente al caso de la histeria) está sostenido y fundado por una
fantasía inconciente: “El interés de quien estudia la histeria abandona pronto los
síntomas para dirigirse a las fantasías de las cuales proceden.”5
Esta afirmación comenzará a abrir el camino de la concepción de los fantasmas
fundamentales sobre los cuales está edificada toda neurosis. Estos fantasmas organizan
y determinan la repetición inconciente de la cual el paciente mediante el trabajo
analítico se querría liberar. Estas fantasías inconcientes están construidas en base a
satisfacciones perversas y Freud toma como ejemplo los excesos a los cuales se
1 Miembro Titular Didacta de la Asociación Psicoanalítica Internacional Argentina
2 S.Freud, O. completas T VII pág.25 Amorrortu editores
3 S.Freud. O.Compl.TIII Am.editores
4 S.Freud,O.Compl.T IX A.editores
5 S.Freud,O.Compl.T IX A.editores pág 143

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entregaron los césares romanos. En este texto, luego de aclarar que el nexo de las
fantasías con los síntomas no es simple, describe una serie de “fórmulas”, y destaca
principalmente la número siete, la cual expresa de manera más exhaustiva la naturaleza
del síntoma: “El síntoma histérico nace como un compromiso entre dos mociones
pulsionales o afectivas opuestas, una de las cuales se empeña en expresar una pulsión
parcial o uno de los componentes de la constitución sexual, mientras que la otra se
empeña en sofocarlos.”6 . La pulsión aparece aquí totalmente implicada en la formación
de síntoma, tal como lo hará en su forma más acabada en el texto de Inhibición, síntoma
y angustia. (Freud S. O.C. Amorrortu editores, Tomo XX. Allí el síntoma es definido
por Freud como la satisfacción sustitutiva de una pulsión reprimida, en este trabajo ya
no se trata solo del deseo reprimido puesto en juego en el síntoma, sino, que interviene
la pulsión, concepto que toma una gran relevancia en la clínica Freudiana a partir del
“Más Allá del Principio de Placer”. Dicha satisfacción no es conciente para el paciente
y en la consulta analítica permanece oculta bajo el aspecto manifiesto doloroso del
síntoma, reflejando una satisfacción que trasgrede los límites impuestos por el principio
placer displacer. Freud reformula la concepción del sufrimiento neurótico y nos presenta
a partir del “Más allá...” una economía libidinal en la cual placer y dolor se confunden,
tal como lo describe en “El problema económico del masoquismo”7; la posibilidad de
obtener placer en el dolor.
La satisfacción oculta del síntoma se presenta como una situación paradojal ya que se
trata de un placer obtenido a través del sufrimiento y de impedimentos que hacen
dolorosa la vida cotidiana, algo que Freud describe como la inutilidad del síntoma para
la vida cotidiana.
El síntoma se revela entonces colmo algo displacentero e incómodo para el sujeto, pero
al mismo tiempo le aporta satisfacción, una satisfacción inconciente de la cual no tiene
noticias.
Tomemos ahora el camino de la satisfacción del síntoma en su carácter económico, en
ella, lo paradojal es la realización de dos sentidos contrapuestos (placer-dolor)
simultáneamente, ya que los síntomas por un lado son actos perjudiciales e inútiles para
la vida, pero al mismo tiempo dan satisfacción. Por lo tanto se trata de un sufrimiento
erotizado difícil de comprender a través del sentido común el cual razona como el
principio de realidad lo indica, que el sufrimiento y el dolor no pueden causar ningún
placer. Al intentar Freud resolver esta paradoja, recurre a la diferenciación de los
procesos en las instancias, es decir, lo que resulta placentero para un sistema
(inconciente) no lo es para el otro (conciente).
Este placer inconciente del síntoma, hace que en el tratamiento analítico el paciente no
quiera desprenderse de esa satisfacción, y se produzcan las resistencias que entorpecen
y obstaculizan el proceso de la cura y que pueden manifestarse como transferencia
negativa.
Como dijimos en un principio Freud intenta resolver este interrogante,
satisfaccióninsatisfacción,
oponiendo los sistemas, conciente-inconsciente, pero esta ecuación no le
satisface ya que al hacerlo continúan disjuntos y separados, sin relación entre sí, lo
placentero y lo displacentero, en una economía libidinal que está aún regida por la
soberanía del principio homeostático, principio que será cuestionado en su trabajo del
6 S.Freud,O.Compl.T IX A.editores pág. 145
7 Freud, S., op. cit., Tomo XIX.
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Más allá del principio de placer (1920) por el descubrimiento de la incidencia de la
pulsión de muerte ligada a una satisfacción en exceso.
Freud tomó conocimiento de ella a través de las manifestaciones clínicas tales como “la
reacción terapéutica negativa”, “las fijaciones”, “las compulsiones” etc. y todas las
conductas que se oponen a la curación. Más allá de ese principio de placer-realidad que
brindaría al aparato psíquico un estado de equilibrio, de bienestar, descubre la acción de
tendencias que serían más originarias y cuya satisfacción se obtiene en oposición al
mismo. Estas tendencias se manifiestan a través de una compulsión de repetición de
vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer y que tampoco en el
momento en que se produjeron la tuvieron. Freud toma como ejemplo en este punto a
las neurosis traumáticas; la necesidad compulsiva de repetir situaciones dolorosas. Al
investigar dichas neurosis Freud se ve llevado a admitir una categoría de sueños que ya
no pueden apreciarse como cumplimiento de deseo, sino que obedecerían a la
compulsión de repetición de traumas psíquicos de la infancia.
Esta compulsividad Freud la ubica en un tiempo anterior al establecimiento del
principio placer-displacer, y es por ello que se pregunta sobre el modo en que se
entrama lo pulsional con la compulsión de repetición, y descubre que el funcionamiento
pulsional se realiza a través de la inercia de volver a un estado anterior, pero no como se
pudo creer, a un estado anterior fisiológico, sino a un estado anterior de satisfacción que
debería haber sido rectificado o sublimado y aparece ahora a través de la transferencia y
de los síntomas, Freud descubre que lo que la pulsión persigue es la repetición de una
vivencia primaria de satisfacción, pero como no puede hacerlo porque esto provocaría
un conflicto con la realidad, se producen satisfacciones sustitutivas tales como los
síntomas.
Volvamos ahora a la pregunta inicial; ¿Qué es un síntoma?
En la conferencia XVII, “El sentido de los síntomas” y en la XXIII “Los caminos de la
formación de síntoma”8 el síntoma es el efecto de una represión que recae sobre una
representación censurada por la conciencia. Este funcionamiento se establece dentro del
marco de la primera tópica constituida por las instancias Inc-Prec.-Cc-, es decir desde
un sistema dinámico. Más tarde esta concepción se ve modificada por la introducción de
la segunda tópica Yo-Ello-Super yo, en donde el síntoma se presenta como un conflicto
entre instancias. Cabe señalar que ello dio lugar a que algunas corrientes psicoanalíticas
creyeran adecuado a partir de allí trabajar la solución del síntoma como el reforzamiento
del Yo y descuidaron la interpretación del inconciente y la máxima freudiana respecto
de la cura; “Allí donde Ello era el Yo debe advenir”, y no que ahora el yo debe desalojar
al Ello y ocupar su lugar como un yo fuerte. Por el contrario de seguir correctamente el
pensamiento de Freud ambas tópicas no deben ser separadas, ni privilegiar una sobre la
otra, sino por el contrario, deben estar unidas y solapadas.
En la conferencia XVII, ya citada, Freud nos describe el tratamiento de dos casos. En el
primero de ellos nos brinda un hermoso ejemplo de un síntoma por identificación,
identificación que podemos llamar histérica en relación a lo que dice Freud; “la paciente
se identifica con su marido, en verdad representa su papel…”9. Cabe destacar que en
8 Freud, S., op.cit., Tomo XVI.
9 Ibídem, p. 239.
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este ejemplo lo mismo que en el caso Dora se trata de una mujer relacionada con un
hombre que sufre de impotencia, (algo que la paciente oculta y sostiene con su propio
deseo) con lo cual se refuerza más el diagnóstico de histeria de esta paciente, a pesar de
que Freud lo cite como ejemplo de neurosis obsesiva. Esta situación se aclara si nos
atenemos al concepto freudiano de neurosis mixtas, o bien en términos más modernos,
lo que significaría una estructura histérica con montajes obsesivos. Esta manera de ver
las cosas nos permite pensar por ejemplo montajes homosexuales en una obsesión sin
que por ello el paciente sea homosexual o montajes delirantes en una histeria sin que
por ello estemos frente a una psicosis. Por eso es importante en todo intento de
diagnóstico clínico saber diferenciar aquello que pertenece a la estructura y lo que es
propio del montaje. La estructura es lo decisivo, la estructura es lo constante porque está
jugada la Ley, el montaje es más inconstante, más cambiante, incluso en la vida sin
análisis, el montaje se constituye, hay períodos. Un sujeto constituido en una estructura
que se pudo investigar y procesar en un análisis como neurosis, quedan luego las
alternativas de los montajes, por ejemplo en un neurótico masculino un montaje
homosexual, pero es un montaje, y en el tratamiento se vio la condición masculina y el
sujeto hizo su vida heterosexual, descubrió que su deseo era la heterosexualidad y que la
homosexualidad le venía de un montaje traumático, pero que lo decisivo era la
estructura. El montaje es un elemento jugado en el árbol de una estructura, pero no es el
árbol.
Si volvemos ahora la mirada sobre la producción del síntoma, observamos que Freud
recorre dos caminos; por un lado la represión y defensa contra las fijaciones pulsionales
que buscan siempre una satisfacción en exceso, antieconómica y que no tiene nada que
ver con el bienestar del sujeto, y por el otro, todo lo que se presenta como el
atravesamiento del complejo de Edipo, esa estructura normativizante-neurotizante, que
permite el ingreso en la cultura mediante la ley del incesto y la diferencia de sexos. En
dicha estructura, destacan el funcionamiento de las identificaciones, las elecciones de
objeto, el ideal del Yo, el Super-yo, etc. y principalmente un concepto fundante y
operador para las neurosis que es la castración. Los síntomas como sostendrá Freud
hasta el final son defensas contra la angustia de castración y sus resultados se
manifiestan en las afecciones neuróticas tales como la histeria, la obsesión y la
perversión.
Por el contrario en la psicosis no encontramos síntomas sino fenómenos delirantes y
alucinaciones, y esto en razón de que la característica principal de un síntoma es la
repetición, situación que se ve fallida o nula en los casos de psicosis. Decir que el
síntoma es repetición, equivale a decir que el ser humano tropieza dos veces y más con
la misma piedra, o tal vez habría que decir con la misma roca.
Para que exista la repetición es necesario que la castración se haya constituido, única
posibilidad para que se formalice ese nudo paradojal y enigmático que llamamos
síntoma. Sin síntoma no hay neurosis, ni posibilidad de análisis. En el trabajo analítico
solicitamos al paciente la asociación libre y la tarea del analista (entre otras) será la de
detectar las repeticiones inconcientes que sostienen los síntomas, las palabras que
poseen una insistencia en el discurso, el descubrimiento de un rasgo común del objeto
de las elecciones amorosas del paciente. A propósito de este último tema Freud señala
que en la vida erótica de ciertos sujetos varones, predomina una lógica del deseo que
solo se pone en funcionamiento con mujeres que están casadas o aquéllas de reputación
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dudosa que hacen arder de celos al amante, y que desaparecida esa condición dejan de
ser atractivas como objeto erótico.
Freud aconseja también prestar especial atención en el tratamiento analítico de mujeres
a sus relaciones amorosas, ya que el impedimento de lograr establecer otra relación,
luego de alguna pérdida o separación, puede deberse a las identificaciones que se
realizaron con el objeto amado-perdido, y a su idealización inconciente que no permite
la sustitución, ya que cualquier otra elección no estaría nunca en condiciones de superar
dicha pérdida.
En la conferencia XXIII sobre “Los caminos de la formación de síntoma”, el síntoma se
ubica como ajeno al Yo, como un extranjero con el cual el yo no desea relacionarse, y
para ello lo mantiene en una condición de aislamiento a través de la represión, como un
“cuerpo extraño”, que se hallaría en condiciones de extraterritorialidad. Por el contrario
en Inhibición Síntoma y Angustia10 el síntoma es asimilado por el yo, pasa a ser
incorporado por identificación, hay una identificación del yo al síntoma, que nos
permite y nos habilita a pensar en un yo-sintoma. Esta incorporación del síntoma al yo
se realiza por razones económicas, por ahorro de energía, ya que Freud comprueba que
el proceso de represión no se cumple de una sola vez, sino que por el contrario, se trata
de un esfuerzo constante que el yo debe realizar (la permanente vigilancia yoica del
obsesivo es un ejemplo de ello) para mantener en silencio y aisladas las
representaciones reprimidas, y para que no entren en contacto e intercambio con las
demás. Esta situación de permanente esfuerzo empobrece al yo en su caudal de energía
que necesita para hacer frente a la realidad, y esto es algo que puede observarse en el
proceso analítico ya que cuando comienzan a suprimirse represiones (ganancia de
energía, de libido liberada) el paciente dice sentirse mejor porque dispone de más
fuerzas y recursos para obtener los logros que se propone.
En la formación de síntoma también intervienen dos factores a tener en cuenta; uno
lingüístico y el otro económico. El elemento lingüístico, es aquél que permite que el
síntoma sea un mensaje a descifrar, un jeroglífico, y por otra parte, el factor económico,
que apunta a una satisfacción libidinal que como ya dijimos es paradojal en tanto se
trata de una satisfacción dolorosa y placentera a la vez; Freud descubre en relación a
esta situación que ciertos pacientes obtienen una satisfacción a través del ejercicio
implacable de la moral, que comandada por el Super-yo, satisface a una necesidad de
castigo inconciente y encuentran de este modo alivio para sus culpas, en la ruina y el
fracaso.
Pasemos ahora a desarrollar la satisfacción masoquista implicada en el síntoma.
El síntoma como satisfacción masoquista
La satisfacción masoquista hallada en el síntoma continúa y extiende lo investigado por
Freud en su texto “Pegan a un niño”11 en el cual a través del establecimiento de
10 Freud, S., op.cit., Tomo XX.
11 Freud, S., op. cit., Tomo XVII.
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construcciones descubre el fantasma masoquista que sostiene al síntoma como
satisfacción autista de la masturbación.
Este texto que está dedicado a la investigación de las perversiones sexuales, se trata de
un síntoma sostenido por una representación-fantasía que puede aparecer también en el
tratamiento de la histeria y la obsesión, y que luego Freud lo extiende como hecho
estructural de toda sexualidad, estableciéndolo como “suceso típico”.
Para Freud la fantasía de pegan a un niño que sostiene al síntoma recorre tres fases o
también podríamos decir tres tiempos.
El primer tiempo corresponde a una época muy temprana de la infancia, en tal estado de
indeterminación, que no aparecen recuerdos. En este primer tiempo el niño golpeado
nunca es el sujeto que fantasea y tampoco puede determinarse el sexo del golpeador ni
del niño azotado. Solo se sabe que la persona que ejecuta el castigo es un adulto. Más
tarde la primera torsión de esta fantasía se manifiesta como “El padre pega al niño”.
En el segundo tiempo la persona que pega no varía (el padre sigue en su lugar) pero el
niño azotado es ahora el propio fantaseador y Freud señala que en ese momento la
fantasía se ha teñido de un gran placer, es decir, que por apres-coup, esta fantasía se ha
libidinizado en un sentido masoquista, es decir que la pulsión ha capturado al sujeto
articulándose a la siguiente gramática; “Yo soy azotado por el padre” y acto seguido
Freud pone en duda la existencia real de esta situación: “En ningún caso es recordada,
nunca ha llegado a devenir conciente. Se trata de una construcción del análisis, más no
por ello es menos necesaria.”12
El tercer tiempo se aproxima nuevamente a la primera fase. La persona que pega ya no
es el padre sino un sustituto, o vuelve a quedar indeterminada- y el sitio del sujeto en
cuestión ocupa ahora una posición tercera, al decir lo siguiente; “probablemente yo
estoy mirando”, esta acotación agrega el recorrido y la satisfacción de la pulsión
escópica bajo la modalidad del voyeurismo.
Finalmente Freud encuentra los nexos de las tres fases y lo describe de la siguiente
forma: “La fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa inequívocamente
sexual, y como tal procura la satisfacción onanista. Pero he ahí lo enigmático: ¿Por qué
camino esta fantasía sádica en lo sucesivo, de unos varoncitos desconocidos y ajenos
que son azotados se ha convertido en patrimonio duradero de la aspiración libidinosa de
la niña pequeña?”13 Luego de esta pregunta Freud señala el acontecer edípico; fijación
tierna al padre, rivalidad con la madre, pero agrega en su referencia a la madre “una
actitud que subsiste junto a una corriente de dependencia tierna”…”Ahora bien la
fantasía de paliza no se anuda a la relación con la madre”14. En este punto Freud aporta
una significación al hecho de ser azotado; destitución del amor y humillación; mi padre
me ama solo a mí. Así esta fantasía es la consecuencia y el efecto de los celos y de una
actitud posesiva intensa, pero Freud nos dice que aún no se la puede calificar de
12 Ibídem, p. 183.
13 Ibídem.
14 Ibídem, p. 184.
7
puramente sexual y citando la profecía que las brujas comunican a Banquo en Macbeth,
observa lo siguiente: “No indudablemente sexual, no sádico tampoco, pero sí el material
desde el cual ambas cosas están destinadas a nacer después.”15
Freud se pregunta por la economía de esa satisfacción y en qué tiempo acontece, y en la
medida en que esta fantasía es la base de la masturbación debe ubicarla en la fase fálica.
Posteriormente introduce en dicha situación la conciencia de culpa, con lo cual el
contenido de la fantasía se invierte y se transforma desde “El padre solo me ama a mí”,
a “No, no te ama a ti, pues te pega”…”Por lo que yo sé, siempre es así: en todos los
casos es la conciencia de culpa el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo”.16
Freud agrega a estos casos aquellos que se producen por regresión libidinal, aquellos
que retornan hacia la organización pre-genital sádico anal, como una defensa frente a
mociones eróticas femeninas (en el caso del varón) hacia el padre, y la expresión el
padre me ama, por medio de la regresión se transforma en el padre me pega. “Este
serazotado
es ahora una conjunción de conciencia de culpa y erotismo; no es solo el
castigo por la referencia genital prohibida, sino también su sustituto regresivo, y a partir
de esta última fuente recibe la excitación libidinosa que desde ese momento se le
adherirá y hallará descarga en actos onanistas”17.
Más tarde, Freud vuelve a retomar la fantasía de la fase intermedia, para aclarar que
solo ésta permanece inconciente y establece su formación por procesos de represión y
regresión del deseo incestuoso de ser amado por el padre. Al referirse a los casos
masculinos por él analizados de esta fantasía infantil de paliza, agrega, (y considero que
este es un dato importante para la clínica) que los mismos siempre se presentaban
acompañados de serios deterioros de la actividad sexual y no como algo aislado.
En este artículo se comienza a vislumbrar la conexión del masoquismo con la posición
femenina, como independiente del sexo del cual se trate. Esta puntualización
(diferenciar lo femenino de la mujer) nos permitiría desmontar la crítica que se le ha
podido hacer a Freud en relación a identificar el masoquismo femenino con la mujer, en
primer lugar porque lo señala también en varones y además porque su trabajo sobre “El
problema económico del masoquismo, comienza con el ejemplo clínico de un varón,
cuestión que nos permite aclarar que el término fuerte y de estructura es la posición y no
el sexo que la ocupe. Para ambos, niño o niña, la fantasía mencionada es el hacerse
azotar por el padre.
Otra de las vertientes de la satisfacción masoquista implicada en el síntoma se realiza a
instancias de una hipermoral (especialmente en las obsesiones) a través de un S-Yo
cruel que impone castigos insensatos y que Freud en “Inhibición, síntoma y angustia”18
señala como la defensa del Super-yo, una de las defensas más importantes que se
oponen a la cura en el proceso analítico, en el sentido de que las prohibiciones y
mandatos se transforman en satisfacciones sustitutivas que el paciente se resiste a
abandonar.
15 Ibídem, pp. 184 y 185.
16 Ibídem, p. 186.
17 Ibídem.
18 Freud, S., op. cit., Tomo XX.
8
El conocimiento de estos fenómenos clínicos permiten a Freud profundizar en “El
problema económico del masoquismo”. Esta obra toma como referencia el punto de
vista económico, y su preocupación podríamos decir, no es ya el destino de las
representaciones reprimidas sino el quantum de energía y los procesos que llevan a
sentir placer en el displacer a través de manifestaciones de tendencias antieconómicas
que no se encuentran al servicio de obtener el bienestar de la persona y su estabilidad,
(la homeostasis) sino que por el contrario parecen funcionar en su contra.
Freud describe de la siguiente forma esta nueva economía libidinal: “El principio de
Nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte, el principio de placer subroga la
exigencia de la libido, y su modificación, el principio de realidad, el influjo del mundo
exterior”19.
En esta obra Freud distingue tres clases de masoquismo; el erógeno (base de los otros
dos), el femenino y el moral, siendo el fundamento de los tres el primero, es decir, “el
placer de recibir dolor”. Para Freud el masoquista desea ser tratado como un niño
pequeño, desvalido y dependiente, pero sobretodo díscolo.
La posición femenina de estos varones masoquistas sería la siguiente; “ser castrado, ser
poseído sexualmente o parir”. Estas descripciones de Freud pueden ser cuestionadas en
una época que se caracteriza por la liberación femenina, pero detengámonos por un
instante en la primera de estas significaciones; ser castrado equivaldría a no tener pene,
a perder la condición masculina.
Hace muchos años pude escuchar en la sesión de un paciente varón la confesión de una
fantasía íntima en la cual se transformaba en una mujer que era económicamente
sostenida por un hombre; de esta manera el paciente evitaba la angustia (de castración)
que lo había perseguido desde su juventud de no ser capaz de afrontar los gastos
económicos de una pareja o familia, y por ello prefería ser una mujer casada con un
hombre adinerado. Este paciente era hijo de un padre que le había relatado hacía
muchos años la siguiente historia; siendo muy joven a los 19 años había conocido a la
que sería su esposa, una muchacha de 16 años hija de inmigrantes italianos del sur, que
al enterarse de que su hija mantenía relaciones desde hacía unos meses con el joven,
amenazaron y obligaron a este a desposarla. El padre comenta a su hijo que estaba
enamorado de esta joven y no veía inconveniente en tomarla por esposa, salvo por una
cuestión; la del dinero, ya que se sentía incapaz de poder sostener económicamente a
una pareja y a los hijos que pudieran tener. A su vez me enteré de que el padre de esta
persona (el abuelo del paciente) había fallecido cuando su hijo contaba apenas con cinco
años, y la madre tuvo que conseguir un empleo rápidamente para hacer frente a la
crianza de 6 hijos, los cuales se vieron también obligados a trabajar a edades muy
tempranas.
En cuanto a la segunda fantasía la de ser poseído sexualmente, es innegable que Freud
aquí está pensando en los polos masculino-femenino en función de la actividadpasividad,
pero sabemos que para él, y lo aclaró en sus obras innumerables veces, esta
ecuación no resolvía la diferencia de los sexos. En cuanto a la polaridad pasividadactividad,
no debemos olvidar que para Freud, en el campo pulsional, no existe pulsión
pasiva, sino de metas pasivas, y además señala el hecho clínicamente comprobado de
que se necesita mucha actividad para llegar a sostener una posición pasiva.
19 Freud, S., op. cit., Tomo XIX, p. 166.
9
El otro camino que podríamos tomar para reflejar esta situación es el de la receptividad
femenina en el acto sexual, sumado al hecho de que Freud al referirse al amor entre los
sexos, coloca a la mujer en la posición preferencial de ser amada. La mujer se encuentra
en posición de objeto sexual para el varón en lo relacionado a su vida erótica y es sabido
que la condición de hiperestimación sexual, es privativa de la condición masculina. La
mujer para el hombre posee condición de fetiche, su cuerpo es fetiche, como lo fue para
el niño el cuerpo de su madre en el momento de asumir su castración. Por otra parte
Freud descubre que la problemática femenina va por otro lado, fundamentalmente por el
lado del amor, y por eso cuando describe el complejo de castración en la mujer se da
cuenta de que no puede hablar de amenaza de castración peneana, pero sí de una
amenaza que concierne a la pérdida del amor.
Es en esta dirección que puede sostenerse que en todo tratamiento psicoanalítico
femenino deben escucharse las resonancias y secuelas de la insatisfacción de la
demanda de amor y de su carácter intransigente.
Todas estas consideraciones nos llevan a la siguiente pregunta ¿Qué desea una mujer? Y
si bien esta pregunta se sostiene sobre un fondo incontestable, por su variedad y
extensión, es un hecho de experiencia que su anhelo está referido a ser amada y
deseada.
Hace un tiempo se estrenó en los cines una película titulada A Good Women, cuyo
guión estaba basado en muchos de los escritos y citas de la obra de Oscar Wilde. En la
misma, estaban representadas tres generaciones de hombres (jóvenes, maduros, y
ancianos) que en sus reuniones se dedicaban a dialogar sobre la pareja y la familia. En
uno de estos diálogos el tema principal versaba sobre la mujer. Los jóvenes con signos
de mucha preocupación, un tanto inquietos y angustiados se preguntaban sobre que
querían las mujeres, a lo cual los hombres maduros, recurriendo a su experiencia
respondían que ellas deseaban ser comprendidas y escuchadas. Mientras los jóvenes y
los hombres maduros sostenían esta conversación, los ancianos, los veteranos de guerra,
permanecían en silencio y tras una breve pausa respondieron lo siguiente; lo que más
desean las mujeres, más allá de ser comprendidas y escuchadas es ser amadas, fin del
diálogo.
Por otra parte todos sabemos por experiencia que debe de producirse un intercambio de
posiciones para que el juego amoroso continúe, el amado debe pasar a ser amante y
viceversa, sin embargo y a pesar de ello, la mujer necesita de ese reconocimiento
amoroso, de esa atención, que cuando desaparece, produce infidelidad o abandono. Se
sabe que uno de los preceptos más reconocidos para conservar al ser amado junto a
nosotros es el siguiente; jamás dejes a la mujer que amas mucho tiempo sin compañía,
pero esto también es verdadero para cualquier relación de amor ya que en última
instancia se trata de necesidad en toda relación amorosa de la presencia del otro.
En cuanto a la última posición, la de tener un hijo, es algo que puede escucharse en la
consulta de boca de algunos varones que sin ser homosexuales alimentan la fantasía de
procreación, se trata de una fuerte envidia y el deseo de atravesar esa experiencia que
solo estaría reservada a las mujeres, es decir tener un falo en el interior del cuerpo, en
definitiva un varón transformado en una madre fálica en el acto de parir.
La cuestión radica en que en las situaciones mencionadas como femeninas se hallaría
placer en el dolor, pero la situación no se resuelve sino tenemos claro a que llamamos
femenino.
10
Para referirnos a alguien a quien preocupó esta cuestión (J. Lacan) y la llevó bastante
lejos, para él, la mujer “no toda es”, ni del lado del goce femenino, ni en su articulación
falo-castración, hecho que Freud tuvo en cuenta al resistirse a nombrar el Edipo
femenino como Electra, en el sentido de que no podía despejar el complejo de Edipo de
la mujer ni por similitud ni por oposición al del varón.
Por lo tanto nos es de utilidad para esta cuestión, diferenciar o más bien señalar que la
mujer no recubre todo el espectro de lo llamado femenino, y que para ella también lo
femenino es un enigma, y rescatar el concepto de posición subjetiva que puede ser
ocupado en los casos de masoquismo femenino tanto por el varón como por la mujer.
En cuanto al masoquismo erógeno, el placer de recibir dolor, Freud lo deduce de la
tendencia del aparato psiquico a libidinizar, catextizar toda situación por más dolorosa y
displacentera que haya sido, prueba de ello, es el famoso síndrome de Estocolmo, en el
cual, (lo hemos visto en la época de la represión en Argentina) la persona torturada
finalmente se enamora del torturador y hasta puede llegar a casarse con él y formar una
familia. Estos hechos paradojales no hacen más que confirmar, una inclinación
masoquista en el ser humano, (a distintos niveles por supuesto) que ha permitido a
Freud descubrir una tendencia en el individuo que funciona en contra de su bienestar y
que atenta contra sí mismo.
Sobre el masoquismo erógeno primario, existe una hipótesis de Freud, que se generaría
en dos tiempos. En un primer momento el niño intentaría con todos sus medios de
controlar y dominar sus movimientos corporales faltos de coordinación y finalidad, y
más tarde a esta acción a este ejercicio de dominio y control sobre sí mismo se sumaría
una satisfacción libidinal que arrojaría un saldo, un resto, que tendría como
consecuencia el obtener placer en el dolor, más allá de la función puramente orgánica.
Si ahora volvemos nuestra mirada sobre el masoquismo moral, comprobamos que la
moral misma se transforma para el sujeto en objeto de goce, y a través de ella el
paciente se castiga de manera severa y cruel.
Como psicoanalistas estamos acostumbrados a escuchar en las manifestaciones
obsesivas las exigencias exageradas de una moral implacable, que en la mayoría de los
casos no hace más que ocultar y reprimir intensos impulsos perversos, esta actitud posee
una relación directa con las llamadas formaciones reactivas, las cuales ocupan un lugar
relevante en los síntomas obsesivos.
Finalmente Freud describe clínicamente la conducta del masoquista; “trabajar en contra
de su propio beneficio, destruir las perspectivas que se le abren en el mundo real y,
eventualmente, aniquilar su propia existencia real”20.
La función de la angustia en la producción del síntoma
El capítulo V de Inhibición, síntoma y angustia, comienza con la exposición del caso
Juanito y Freud orienta el tratamiento a través de las siguientes preguntas: “¿cuál es ahí
20 Freud, S., op.cit., Tomo XIX, p. 175.
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el síntoma: el desarrollo de la angustia, la elección del objeto de la angustia?” “¿Dónde
está la satisfacción que él se deniega? ¿Por qué tiene que denegársela?” 21.
En el camino de su desarrollo va encontrando las respuestas a estos interrogantes, hasta
que tropieza con un serio obstáculo, el de la angustia. Descubre que la represión no
cancela la angustia, que la angustia como afecto no es reprimible, que solo se desplaza,
transcurre. En esta obra, Freud asienta su última teoría de la angustia a la que llamará
metapsicológica por oposición a la concepción fenomenológica que ya había presentado
en escritos anteriores.
En esta última teoría no es la represión la que genera angustia sino que la angustia llama
a la represión; “Aquí la angustia crea a la represión y no-como yo opinaba antes-la
represión a la angustia”22.
En el texto citado, Freud dice que la angustia es algo sentido, a lo cual llamamos afecto,
pero inmediatamente aclara que no sabemos aún que es el afecto. Por lo tanto la
pregunta a despejar es la siguiente ¿qué es el afecto?
Para aclarar este concepto tomaré en cuenta las aportaciones que realiza J. Lacan en el
Seminario X “La angustia”, en el cual el autor realiza a través del mismo todo un
esfuerzo por diferenciarla de la emoción, ya que el afecto no es el ser dado en su
inmediatez, ni tampoco lo que turba o emociona.
En principio podemos decir que la emoción tiene un nivel reflexivo, de constitución del
Yo, el que se emociona siente un Yo, la emoción va acompañada de señales de tipo
fisiológico, el sujeto se pone colorado, se encrespa, se altera su ritmo cardíaco etc.
mientras que en los estados de angustia esto no aparece, o al menos dichos estados no
remiten a signos inequívocos. La emoción tiene un “ante qué” muy preciso y una
estructura intencional, por el contrario en la angustia la evidencia fisiológica es
equívoca, y no hay un “ante qué”. La mayoría de las veces el sujeto no sabe porqué está
angustiado, y a veces ésta se puede presentar en los momentos de máxima realización
de la persona. La angustia también mantiene una relación con la pulsión y el deseo, y el
considerarla como un afecto redefine el ámbito de la clínica psicoanalítica, porque no
hay un “ante qué” ni está en relación con el Ideal, ya que puede aparecer en los
momentos en que el sujeto se siente colmado.
En la angustia a diferencia de la emoción en donde aparecen representaciones de lo que
me pasa, más o menos justas, más o menos ciertas, frente a la angustia aparece el “no
sé”.
Al afecto le pasa entonces lo mismo que a la angustia, no tiene objeto de referencia, no
es del orden de “estoy emocionado por esa mujer, por ese hombre, por esa casa o ese
coche que me compré, en la angustia no aparece un objeto de referencia, y cuando
aparece es un objeto que es nada, es causa y no lo puedo capturar, realizar, en el campo
de las representaciones. En la angustia se produce un proceso de des-realizacion, y lo
que fundamentalmente se desrealiza es el sentido único. La angustia pertenece al campo
del ser y no del tener, del poseer, Y es por eso (el estar fuera o aislado del campo
representacional) que al afecto no se lo puede reprimir (tal como decía Freud) pues
cualquier intento de represión lo transforma en otra cosa. El afecto transcurre, se
21 Freud, S., op.cit., Tomo XX, p. 97.
22 Ibídem, p. 104.
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desplaza, pero no puede ser reprimido, porque la represión afecta solo a las
representaciones.
Para precisar mejor la noción de afecto debemos recurrir al pensamiento del filósofo
Espinosa, que desarrolla en su “Ética”, allí la interrogación sobre el afecto está ubicada
en los llamados “escolios”, que son las notas marginales que configuran como un texto
dentro de otro que se llama Ética. Hasta la elaboración de Espinosa el afecto estaba
pensado como algo a-temporal, a-histórico, y es recién a partir de su pensamiento que
aparece una temporalización del afecto. El afecto en su elaboración, es lo transitivo, lo
que transcurre, lo que está caído del campo de la representación. No es representativo ni
indicativo, va a la deriva, se trata de un concepto relacional que tiene que ver con el
cuerpo, y la manera de afectar y ser afectado por otros cuerpos, el afecto aparece en este
pensador como algo que media (como la angustia) y está ligado a una satisfacción. Su
famosa frase “nadie sabe lo que puede un cuerpo” está referida a que nadie sabe con
anticipación adonde lo puede llevar un cuerpo, a qué situaciones, a qué estados, porque
la afección juega por el lado de la no-representación, por el lado del transcurrir
temporal. Esta manera de situar el afecto en relación a la angustia, nos permite pensar al
cuerpo en una dimensión más allá de las representaciones y fuertemente ligado a la
satisfacción.
En su obra Inhibición, síntoma y angustia, capítulo VII, Freud extiende el campo de la
castración y relaciona a la angustia con situaciones de pérdida y separación; “La
castración se vuelve por así decir representable por medio de la experiencia cotidiana de
la separación respecto del contenido de los intestinos y la pérdida del pecho materno
vivenciada a raíz del destete… a través de pérdidas de objeto repetidas con regularidad,
hemos obtenido una nueva concepción de la angustia.”23
La pérdida del objeto pasa a ser condición de la angustia; cortes, separaciones, pérdidas,
a las cuales Freud llamará prolegómenos, antecedentes, precursores de la castración,
pero que solo tendrán significación verdadera, sintomática, una vez instaladas por
aprescoup
en el complejo de castración. Esta concepción de la angustia, y por otra parte del
deseo relacionada con ella, nos lleva a incluir en el proceso analítico, un tratamiento
que correspondería a un más allá de los ideales y del narcisismo, que se produce por la
caída de las identificaciones, momento en el cual el sujeto puede preguntarse por sus
deseos, y fundamentalmente por el recorrido de su satisfacción pulsional. Esta
satisfacción pulsional es parecida al circuito que recorre la rata en el laberinto, solo que
el sujeto no sabe cuales son sus recorridos inconcientes, es decir sus fantasmas, de los
cuales goza sin saberlo. Sólo cuando sus fantasmas no puedan engañarlo, solo cuando se
arribe a su construcción en el análisis, estará el sujeto en condiciones para modificar o
no esa forma de satisfacción.
El otro registro en el cual se manifiesta la angustia lo podemos inferir en la obra de
Freud a través de la referencia a la relación del niño con ese prójimo pre-histórico, ese
semejante, ese auxiliador, que acude al llamado, al grito desesperado del niño pidiendo
ayuda. Ese personaje materno que funciona a través de la presencia y de la ausencia
antes de que se instale el drama edípico y de la misma manera para ambos sexos, esa
madre que fue connotada por Freud como madre fálica, y que se constituye como objeto
erótico para el niño y viceversa y que Freud avanzando en su investigación descubre
que es la primera seductora y no el padre como pensaba anteriormente y esto en razón
23 Ibídem, p. 123.
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de los cuidados maternales, que no están exentos de sexualidad, y están implicados en la
propia pulsionalidad materna y en sus propios recorridos anales, orales, etc. Freud llega
a decir que en este nivel la madre mima y acaricia al niño como si se tratara de un
objeto sexual.
Hemos mencionado a la madre fálica, al falo, y este concepto es muy difícil de
transmitir en la enseñanza psicoanalítica ya que no es posible representarlo y si se lo
intenta solo se logran representaciones que son como subrogados. El concepto de Falo
se establece en su diferencia con el pene, como premisa universal del pene según Freud
pero al no ser tangible ni visible ¿donde ubicarlo entonces? ¿qué sitio darle?.
En principio podemos decir que se encuentra alojado en el deseo de la madre, en la
construcción de su aparato psíquico, y que se trasmite y funciona desde allí, en ese
deseo de la madre, a través del cual se pone en evidencia. Este deseo de falo de la
madre, determina, que todo deseo de forma metonímica quiera alcanzarlo, y es por esto
que en todo proceso analítico del tratamiento de los síntomas, se tenga en cuenta la
desidentificación fálica del sujeto, ya que desde esa posición no podrá acceder jamás a
amar y ser amado, porque el monumento del narcisismo se lo impedirá. La condición
elemental y primaria para poder amar, radica en el hecho de amar y desear a alguien
más que a mí mismo. Así se lo hizo saber un sacerdote a otro en una confesión, donde el
primero, en un estado de shock y conmoción confesaba haberse enamorado de un
hombre, y se reprochaba y avergonzaba por su homosexualidad. A lo cual el otro
respondió con gran sabiduría, hijo, alégrate y no sientas pena, al menos has conocido el
amor.
En cuanto a pensar la angustia en relación a la pérdida de objeto, esta concepción nos
lleva de lleno a la siguiente pregunta; ¿qué se entiende por objeto en la teoría
psicoanalítica? Freud habla de la pérdida del objeto, pero se trata de un objeto que
nunca estuvo, en el sentido de que se trata de un objeto que jamás colma ni puede
completar, como se ve en el nivel del amor, del deseo y de la pulsión, en donde
cualquier objeto es insuficiente, para cualquier satisfacción que se pretenda total,
adecuada.
En cuanto a la elección del objeto de amor según Freud, se pueden establecer dos
posiciones, narcisista una y anaclítica o por apoyo la otra, en la primera se ama a lo que
uno mismo es (Yo ideal), a lo que uno mismo fue (el falo de la madre), a lo que uno
querría ser (Ideal del Yo), y finalmente a la persona que fue una parte del sí mismo
propio. En la segunda posición, la anaclítica se ama a la mujer nutricia (la madre), al
hombre protector (el padre). Aunque debemos aclarar que la posición narcisista del
sujeto en sus elecciones amorosas nunca es relegada, ni renunciada totalmente.
¿Cómo comienza la relación de amor para la teoría psicoanalítica? ¿El amor es un
síntoma? ¿es el encuentro siempre fallido de dos fantasmas inconcientes? El amor para
Freud comienza en un estado de indefensión y desamparo, de necesidad del semejante
para sobrevivir, y todo lo que el otro auxiliar pueda realizar para lograr ese objetivo
primordial, será luego interpretado como signos de amor. Winnicott lo teorizó a través
de una madre suficientemente buena, una madre ilusionante al principio que luego
decepcionará, alguien que sabrá intuitivamente cuando estar presente y cuando retirarse.
Es decir no adelantarse a la vivencia deseante, esto es no ahogar con el pecho al niño y
dejar el espacio suficiente para que lo desee, pero al mismo tiempo no demorarse tanto
en su respuesta porque esta ausencia generaría angustia.
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En cuanto a la realización de las elecciones amorosas, para Freud estarán determinadas
por clisés inconcientes, que se repetirán, en la búsqueda de esas marcas, de esos rasgos
del objeto perdido, e incluirán también la repetición de formas de ser, por ejemplo las
caracteriales.
En la Introducción del narcisismo24 el Yo heredero de las investiduras del Ello, aparece
como depositario primero de ese amor a sí-mismo, como un egoísmo libidinizado, y
solo secundariamente esa libido yoica pasará a ser objetal, por lo tanto el primer objeto
amado es el Yo; “Nos formamos así la imagen de una originaria investidura libidinal del
Yo, cedida después a los objetos; empero, considerada en su fondo, ella persiste, y es a
las investiduras de objeto como el cuerpo de una ameba a los seudópodos que emite”25.
Por consecuencia el amor nace, se desarrolla en el campo del Yo. ¿Sucede lo mismo con
el objeto de la pulsión? Freud responde que no, para él, el objeto pulsional se encuentra
situado en principio en las zonas erógenas previas a la constitución del Yo, y esto
explica el motivo de que la sexualidad sea siempre traumática, porque su aparición, su
estallido, no se halla en concordancia con el desarrollo del Yo. ¿Qué características
reviste el objeto de la pulsión?, en principio la de ser indiferente, y autoerótico, a esta
última condición Freud la ejemplificó de una manera genial en su fórmula “besarse los
propios labios”, allí donde zona erógena y objeto son la misma cosa.
Por otra parte el amor y su gemelo el odio están íntimamente relacionados con las
sensaciones de placer y displacer; amo a lo que me proporciona placer, odio a aquello
que me lo niega. El amor puede también recaer en un objeto hacia el cual no
experimento ninguna atracción sexual, o en el cual, la meta sexual se halla inhibida sin
ningún esfuerzo, tal como se lo registra en las relaciones amistosas, en las cuales la
sexualidad se halla sublimada. Por supuesto que esto no invalida el hecho de que
muchas relaciones de amistad finalicen en una relación amorosa, pero no a todas les
pasa. En su trabajo sobre “Pulsiones y destino de Pulsión”26, Freud diferencia un campo
del amor deslindado de las pulsiones; “caemos en la cuenta de que las designaciones
(<Beziehungen>) de amor y de odio, no son aplicables a las relaciones de las pulsiones
con sus objetos, sino que están reservadas a la relación del yo-total con los suyos”.27 Si
bien puede pensarse que la condición del amor en esta cita está referida a la fase
fálicagenital,
(el yo total) no debe descuidarse una modalidad del amor relacionada con la
incorporación y la devoración establecida en la etapa oral, pero también en la fase anal,
en la cual predomina el control y la destrucción del objeto. Se puede ver en estas citas
de Freud el entrecruzamiento, el enlace o solapamiento del amor con la pulsión. ¿Cómo
se desprende el amor de lo pulsional?, ¿A qué estadio debe llegar, para verse librado de
la pulsión? ¿Se libera alguna vez?
Estas respuestas se encuentran en la Introducción del narcisismo y en Psicología de las
masas y análisis del Yo, en donde el campo del amor está relacionado con el ideal y con
la imagen del otro y de sí mismo, y con los procesos de identificación. Freud al referirse
a la empatía, aclara que aquéllos semejantes que me resultan simpáticos, que me caen
bien, es porque inconcientemente dichas personas participan de la misma identificación.
Otra diferencia del amor con la pulsión, se encuentra en el hecho de que las pulsiones
no son ambivalentes, no participan de esa partición afectiva que caracteriza a todo
24 Freud,S., op. cit., Tomo XIV.
25 Ibídem, p. 73.
26 Ibídem.
27 Ibídem, p. 132.

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vínculo humano, de amar y odiar al mismo objeto, y si la pulsión se caracteriza por algo
es por su recorrido por su ir y venir alrededor del objeto, su tour, como bien ha indicado
J. Lacan, y además siempre son activas, aunque puedan presentarse con metas pasivas;
Freud nos señala y ya lo comentamos que se necesita una gran actividad, para sostener
una posición pasiva, por lo tanto el funcionamiento del amor y de las pulsiones, se
realizan en campos y estructuras diferentes tales como pueden ser el Yo y el Ello, pero
al mismo tiempo se entrelazan, se unen y se influyen recíprocamente. Esta
interpretación llevó a un autor como Abraham a ubicar al amor en las diferentes etapas
de la sexualidad infantil, y a sostener un ideal del mismo, que estaría por fuera del goce
pulsional primitivo y se caracterizaría en su evolución final por su condición genital.
Por otra parte los objetos de amor se caracterizan en la teoría Freudiana, por su
condición de imagen y representación (el sí-mismo, el semejante), mientras que los
objetos pulsionales, pecho, escíbalo, pene etc. no poseen la característica de la figura
humana, ya que no existe en esas etapas, la formación del yo como imagen.
El yo está constituido por la imagen y la palabra en su conformación narcisista del cual
es su monumento. Por otra parte existe un yo corporal del cual hablaba Freud
atravesado por el juego pulsional, pero es un yo que aún no se ha diferenciado del Ello.
La satisfacción pulsional, se diferencia de las otras, en que no tiene en cuenta para nada
al otro como persona, como ser humano, sino que solo le interesa el otro como puro
objeto de satisfacción, y esto se puede observar particularmente en las perversiones,
pero también en las neurosis, cuando Freud nos habla de la degradación generalizada de
la vida erótica, y porque la sexualidad infantil por mas desarrollada y evolucionada que
esté, siempre deja un resto perverso y polimorfo al cual la satisfacción de la pulsión
siempre se conectará.
En cuanto al estudio del objeto del deseo, Freud lo ubica en sus comienzos en el campo
trazado de la vivencia de la primer experiencia de satisfacción, que se encuentra
indicada en el Capítulo VII de la Interpretación de los sueños y en el Proyecto en el
apartado “C” “La realización del deseo”, Freud ubica esta realización en un estadio
primitivo del aparato psíquico, cuyo funcionamiento primario es la alucinación; “Esta
primera actividad psíquica tiende, por tanto, a una identidad de percepción, o sea a la
repetición de aquélla percepción que se halla enlazada con la satisfacción de la
necesidad”.28 Se trata de una satisfacción enlazada a la de la necesidad, pero que no es
la misma, sino otra satisfacción de contenido psíquico. Freud trata de explicarnos que la
experiencia de la satisfacción de la necesidad, da nacimiento a otra, a una satisfacción
alucinatoria, en la cual no es necesario la existencia del objeto, y que no deriva del
objeto de la necesidad. Freud relaciona este fenómeno con el sueño, en donde los deseos
se realizan con independencia del mundo exterior.
¿Cómo ejemplifica Freud esa instancia de satisfacción alucinatoria? Lo hace a través de
inscripciones, supone que la experiencia de la satisfacción de la necesidad real, queda
inscripta, e impide la regresión alucinatoria, por medio de huellas e imágenes
mnémicas, a las cuales retorna el aparato psíquico. La satisfacción de la necesidad,
revela una inscripción que será investida libidinalmente y permitirá que en la ausencia
del objeto real, la percepción sea provocada de nuevo de manera alucinatoria. La
realización del deseo aparece entonces como una realización alucinada ligada a la
inscripción dejada por la primera vez, pero dicha satisfacción no se realiza por el
28 Freud, Sigmund, Obras Completas, Volumen I, Edición Biblioteca Nueva Madrid, pp. 558 y 559.
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contacto con el objeto, sino por el investimiento de una huella; “Nada nos impide
suponer un estado primitivo del aparato psíquico en que ese camino se transitaba
realmente de esa manera, y por tanto el desear terminaba en un alucinar. Esta primera
actividad psíquica apuntaba entonces a una identidad perceptiva, o sea, a repetir aquélla
percepción que está enlazada con la satisfacción de la necesidad”.29 Freud reconoce en
este punto la necesidad de un “examen de realidad” que detenga el proceso alucinatorio,
algo que le permita discernir al niño entre la satisfacción real y la alucinada, que
permitirá finalmente abandonar ese funcionamiento por inadecuado a su fin, es decir
que la identidad de percepción es sustituida por la identidad de pensamiento, o lo que
podemos describir en otros términos; la sustitución del proceso primario por el
secundario, de un lado el principio de placer y del otro el de realidad y se trata de saber
si el principio de realidad y el proceso secundario dominarán al proceso primario y al
principio de placer, y el esfuerzo mismo del pensamiento pasaría por tratar de separarse
del principio de placer, pero éstos dos principios lejos de estar separados, se encuentran
en un estado de complicidad, ya que la imposición de la realidad es solo un rodeo para
el cumplimiento del placer por otras vías y recorridos.
La realización del deseo no solo se manifiesta en el sueño sino también en la formación
de síntoma, y en este se manifiestan no solo un deseo inconciente sino otro
preconciente, que aparece en el síntoma histérico como autocastigo, como defensa, y
que Freud lo nombra como; “un itinerario de pensamiento de reacción frente al deseo
inconciente, por ejemplo, un autocastigo.”30
El objeto del deseo, es un objeto ilusorio, que no apunta a la satisfacción de ninguna
necesidad, es el objeto perdido de la experiencia de satisfacción alucinatoria, aquél que
estaba relacionado con el proceso primario. Es por esto que se trata de un objeto que
una vez alcanzado deja de interesar, y su búsqueda se transforma en otra cosa, y esta
situación lejos de pensarse de una manera negativa, posee el poder de relanzar su
búsqueda, su interés, y siempre se sostendrá en una insatisfacción, o más bien en una
satisfacción solo parcial, que renovará permanentemente su movimiento, su tendencia,
por reencontrar a ese otro inolvidable, ese otro prehistórico, mencionado por Freud en el
Proyecto, y que está perdido para siempre, o más bien que nunca estuvo como objeto
completo capaz de colmar al niño. Se trata de esa madre fálica, de ese falo, que Freud
tan bien señaló en la problemática edípica, y a la cual el niño está sujetado por un deseo
que le viene del otro. Este concepto de falo ya lo vimos es difícil de explicar en la teoría
psicoanalítica en razón de que no es representable y se tiende a confundirlo con el pene,
y entonces es difícil responder a preguntas tales como ¿dónde está? ¿Como se puede
conocer o aprehender? Preguntas que solo se pueden contestar desde la clínica, donde
observamos su eficacia, sus efectos. La madre más allá del niño desea el falo, y el niño
ubicado en ese lugar desea completarla, con el tiempo, y la intervención del padre,
ambos deberán aceptar esa decepción fálica, condición necesaria, para acceder a la
castración, a la diferenciación sexuada.
La imposibilidad de la satisfacción del deseo ya mencionada, está relacionada con una
dimensión irreparable del objeto perdido del deseo. El deseo por lo tanto, en su
funcionamiento, persigue siempre a un objeto imposible, un objeto ilusorio, una
fantasía, y es esa misma imposibilidad (de satisfacerse), la que vuelve a re-lanzar el
29 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo V, p. 558.
30 Ibídem, p. 561.
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proceso, a través de la repetición, y es bajo la condición de irrealizable como
parcialmente se realiza. Por otra parte la satisfacción de la pulsión encontraría su
semejanza con la problemática del deseo, en la plasticidad y variabilidad de sus objetos,
salvo en aquéllos casos de perversión en los cuales aparece el fenómeno de la fijación y
de la inmutabilidad del objeto. Pero no debe pensarse la perversión del lado de la
trasgresión, para eso estamos los neuróticos, sino desde una voluntad del sujeto de
subvertir la ley, de enunciarla a la manera de Sade, como ley de la naturaleza, que como
fin ultimo de un ideal hedonista, me autoriza a hacer del cuerpo del otro lo que me
venga en ganas, cuantas veces quiera y sin su consentimiento. El perverso tiene su
propia ley y el fetiche pasa a ser la cosa misma, y no se trata como en la neurosis de
rasgos perversos, sino de una estructura fetiche a través de la cual se realiza la
satisfacción perversa, es decir, que una cosa es el fetichismo y otra es la estructura
perversa. El fetichismo puede ser un factor, o montaje, en cualquier estructura clínica
neurótica, pero en las perversiones hay estructura fetichista, de allí el enorme valor
libidinal de las imágenes para el perverso. En la estructura fetichista el sujeto y los otros
están reducidos a su función de objetos.
Esta situación refleja que cuando la castración está desvirtuada, porque el sujeto del
inconciente adopta otra Ley, no está fuera de la ley, sino que es una ley perversa, una
ley recreada en su multiplicidad, bajo la égida del “todo vale”; hay un biologismo del
sexo, una primacía de la búsqueda del máximo placer, el ideal del que se trata es
hedonista, y no existe la culpa. En las perversiones la expectativa del deseo está
desaparecida, y lo que comanda es la necesidad de que la satisfacción cada vez se
intensifique más, frente a lo cual el principio regulador del placer-displacer fracasa. Esta
posición del perverso frente a la castración, nos lleva a preguntarnos si la posición
perversa es productora de síntomas. ¿Porqué los perversos asumidos, aquéllos que no
sienten ningún cuestionamiento ni culpa por lo que hacen, casi nunca, recurren al
análisis?
En cuanto al deseo, su realización, es aquello que persiste e insiste en la repetición, lo
indestructible del deseo es su repetición, su insistencia, su perseverancia, si vaciamos al
deseo de su objeto, de sus fijaciones, podemos pensar que en lo fundamental su
aspiración, su anhelo, es el “desear” y ser “deseado”. Por otra parte el deseo está
articulado a dos experiencias fundamentales, la prohibición y la falta, allí donde no
existe la prohibición no existe el deseo, y allí donde no experimento que algo me falta,
es imposible que desee, por eso el narcisismo es el gran enemigo de la experiencia de
que algo me falte, y así como se pudo hablar de una necesaria e imprescindible clínica
del Super yo en todo tratamiento, también se debería considerar en todo proceso
analítico una clínica del narcisismo.
Encontramos entonces a nivel del deseo por un lado la prohibición del incesto y por el
otro la insuficiencia, la inconsistencia, la inexistencia de un objeto que pueda colmar; se
trata del encuentro traumático con la falta fálica de la madre que permitirá, volver a
lanzar, a reeditar, el movimiento perpetuo del deseo.
En Inhibición, síntoma y angustia, Freud habla poco del deseo reprimido en el síntoma
y mucho de la pulsión, y sobretodo del aspecto económico, de la satisfacción hallada en
el síntoma, que no por ser sustitutiva de otra, posee menor valor. Un Freud económico
se presenta cuestionando el valor semántico; ¿Por qué una vez descifrado el síntoma,
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este continúa, insiste? ¿Cómo el displacer del síntoma puede transformarse en algo
placentero? ¿Cómo el yo puede acabar disfrutando del síntoma?
En el desarrollo del texto citado, la represión generadora de síntomas, aparece con una
novedosa condición; ya no se trata solo de la capacidad de deformar o disfrazar un texto
inconciente para que acceda a la conciencia, sino que afecta a la satisfacción misma, a
una modificación que puede transformar algo placentero (para el Ello), en algo
displacentero (para el Yo).
Por otra parte a la otra forma de defensa a la cual Freud le otorga un lugar especial, es la
regresión, la cual sin pasar por las representaciones daña a la pulsión en sí misma, ¿de
qué forma? , llevándola a modos de satisfacción infantiles que han quedado como
restos, residuos de la castración, no sujetados a la organización fálica; “El forzamiento
de la regresión significa el primer éxito del yo en la lucha defensiva contra la exigencia
de la libido”.31 La regresión ha afectado directamente (sin pasar por la representación) a
la satisfacción pulsional, la ha hecho regresar a una modalidad de satisfacción llamada
por Freud pre-genital, a puntos de fijación de las zonas erógenas, en donde la modalidad
de la expresión de esa satisfacción en la relación del sujeto con el otro, toma las
características sádico-anales, orales, escópica etc., restos de modaliadades de
satisfacción que quedan por fuera de la castración y que Freud nombra como “lo no
sujetado de la organización fálica”.
Esta función de la regresión es tratada por Freud en la Interpretación de los sueños al
referirse a la formación de síntomas neuróticos, Allí distingue tres modos de
funcionamiento de la regresión; a) una regresión tópica, en el sentido del esquema
desarrollado de los sistemas; b) una regresión temporal, en la medida en que se trata de
una retrogresión a formaciones psíquicas más antiguas, y c) una regresión formal,
cuando los modos de expresión y de figuración primitivos sustituyen a los habituales;
pero en el fondo los tres tipos de regresión son uno solo y en la mayoría de los casos
coinciden, pues; “lo más antiguo en el tiempo es a la vez lo primitivo en sentido formal
y lo más próximo al extremo perceptivo dentro de la tópica psíquica”32. Años más tarde
en el “Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños”33 Freud señala dos
sitios diferentes en donde la regresión puede operar; el yo y la libido; “Distinguimos dos
de esas regresiones: en el desarrollo del yo y en el de la libido.” Freud separa allí dos
campos y en el campo de la libido se encuentran las pulsiones fijadas en las zonas
erógenas previas a la constitución del yo, situación que llevó a J. Lacan a decir en el
Seminario XI de Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis en el capítulo
XIV, “La pulsión parcial y su circuito” que “el objeto de la pulsión debe ser situado al
nivel de una subjetivación acéfala, una subjetivación sin sujeto… A este nivel, no
estamos incluso obligados a tomar en consideración ninguna subjetivación del sujeto. El
sujeto es un aparato”34. Se trata entonces volviendo a la formación de síntoma, del
funcionamiento de la regresión como defensa en el campo de la libido, de la economía
libidinal de la satisfacción, y no en el de las representaciones.
La satisfacción llamada por Freud fálica-genital se sustituye por otra de carácter más
primario situada en fijaciones orales, anales etc. pero al mismo tiempo también se
31 Freud, S., op. cit., Tomo XX, p. 109.
32 Freud, S., “La interpretación de los sueños”, op. cit., Tomo V, pp. 541 y 542.
33 Freud, S., op. cit., Tomo XIV, p. 221.
34 Lacan, J., Seminario XI, Barral Editores, 1977, p. 189.
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produce una desmezcla de pulsiones de vida y de muerte, ganando terreno la
agresividad y la crueldad, especialmente en el caso de la neurosis obsesiva, tal como nos
lo recuerda Freud; “Busco la explicación metapsicológica de la regresión en una
<desmezcla de pulsiones>, en la segregación de los componentes eróticos que al
comienzo de la fase genital se habían sumado a las investiduras destructivas de la fase
fálica”35. La regresión para Freud es una reacción de defensa frente al temor de la
castración. En el caso Juanito se trata de una moción hostil hacia el padre que se
degrada hasta alcanzar una expresión ligada a la fase oral, el temor de que el caballo le
muerda los genitales, y en el paciente ruso en el de ser devorado. Ambas formaciones de
síntoma están referidas al temor de un padre castrador y en el paciente ruso se
manifiesta por el temor de perder la condición masculina si continúa con esa posición
femenina frente al padre, pero en ambos casos comprobamos que la satisfacción
pulsional se ve afectada por una acción directa sobre ella (la regresión) y por una
modificación del texto inconciente.
Es decir por un lado su representabilidad y por otro el afecto, y Freud lo señala de esta
manera; “De cualquier modo, obtenemos la intelección de que la represión no es el
único recurso de que dispone el yo para defenderse de una moción pulsional
desagradable. Si el yo consigue llevar la pulsión a la regresión, en el fondo la daña de
manera más enérgica de lo que sería posible mediante la represión”36.
Veamos ahora la participación del Super-yo en la formación del síntoma.
La relación del síntoma con el Super-yo:
Para comprender el funcionamiento del Super-yo debemos pensarlo en sus dos
manifestaciones, por una parte como guardián y custodio del narcisismo del sujeto,
aquél que obliga a abandonar al niño sus pulsiones agresivas y eróticas hacia los padres,
en beneficio de su propia integridad y por la otra el señalado por Freud en “El malestar
en la Cultura”37 un Super-yo que está ligado a la satisfacción pulsional sádica y no hace
más que castigar insensatamente al sujeto, a pesar de que nos conduzcamos de forma
correcta frente a todas las tareas de la vida Por otra parte jamás ninguna actitud logrará
conformarlo, sino que por el contrario, nos encontramos frente a la siguiente paradoja;
que cuanto más se intente satisfacer al Super-yo, tanto más voraz y exigente se
manifestará; “se comporta con severidad y desconfianza mayores cuanto más virtuoso
es el individuo”38.
Freud explica la génesis del super-yo, como consecuencia del desvalimiento y la
dependencia del ser humano, que por no perder su condición de ser amado-cuidado,
debe renunciar a la satisfacción de sus pulsiones eróticas y agresivas, en su relación con
sus progenitores. Por otra parte cabe destacar que el Super-yo mantiene intensas
afinidades con el Ello y en especial con la pulsión de muerte. Freud lo comprueba en
aquéllos pacientes que reaccionan de manera negativa a los progresos de la cura y se
aferran a la enfermedad, y este es el obstáculo más poderoso que impide la cura; “Y este
obstáculo para el restablecimiento demuestra ser el más poderoso; más que los otros con
35 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XX, p. 109.
36 Ibídem, p. 101.
37 Freud, S., op. cit., Tomo XXI.
38 Ibídem, p. 121.

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que ya estamos familiarizados: la inaccesibilidad narcisista, la actitud negativa frente al
médico y el aferramiento a la ganancia de la enfermedad”39.
En el texto de Inhibición, Síntoma y Angustia40, Freud nombra a esta resistencia a la
cura como resistencia del Super-yo, (la quinta resistencia) que se manifiesta como
conciencia de culpa o necesidad de castigo y se opone con todas sus fuerzas al triunfo
del tratamiento, al éxito de la cura, los síntomas serían entonces satisfacciones
procuradas al Super-yo, a su severidad, que exige nuestro fracaso y sufrimiento, y es por
esta intervención que las situaciones de placer se hallan denegadas en los pacientes
obsesivos y la noción del deber comanda sus acciones, y la formulación de una pregunta
tan simple como sería la de interrogarse por lo que quiere, por lo que desea, puede
llenarlo de angustia.
Al referirse al sentimiento de culpa mencionado Freud dice lo siguiente; “Ahora bien,
ese sentimiento de culpa es mudo para el enfermo, no le dice que es culpable; él no se
siente culpable, sino enfermo”41 . Es decir que solo podemos escuchar sus efectos, y
desde allí proponer la intervención analítica, ya que decirle al sujeto que sus síntomas
están provocados por un sentimiento de culpabilidad, no tendrá ningún efecto, si no lo
remitimos a las consecuencias destructivas que podemos apreciar en su vida cotidiana, y
a las mociones pulsionales y de deseo inconcientes que las sostienen. Por eso el hecho
de trasmitirle al paciente de que se siente culpable y que es por ello que se autodestruye,
no soluciona nada, en la medida que no aclara sobre que posición inconciente descansa
su sufrimiento, ya que se trata de impulsos reprimidos que se encuentran fuera de la
esfera del conocimiento del yo.
A propósito del tema del fracaso en la vida por sentimiento de culpa o necesidad de
castigo, en un trabajo titulado “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo
psicoanalítico”42 Freud describe numerosos síntomas de esta índole. En principio las
“excepciones” que ejemplifica con el monólogo de Ricardo III de Shakespeare, de la
injusticia cometida sobre él, ese brazo cojo, injusticia en la que se va a apoyar Ricardo
para justificar todas sus malas acciones. Pero también como personaje de excepción (el
sujeto se siente una excepción, alguien diferente en relación a los demás) al cual
podemos sumar a la problemática de la neurosis obsesiva, en relación a que estos
síntomas de excepción procuran al sujeto según Freud, satisfacciones narcisistas, es
decir el sentimiento de ser alguien diferente en relación a los demás y es por esto que al
neurótico obsesivo si hay algo que le cuesta aceptar es que le pasan cosas como a todo
el mundo y que él no es nadie original.
Los otros ejemplos clínicos están referidos a aquéllos que fracasan cuando triunfan o
deberíamos decir que triunfan al fracasar; “en ocasiones ciertos hombres enferman
precisamente cuando se les cumple un deseo hondamente arraigado y por mucho tiempo
perseguido.”43 Finalmente “Los que delinquen por conciencia de culpa”; “Por
paradójico que pueda sonar, (se refiere al hecho de que en su trabajo analítico con estos
pacientes, descubre que la conciencia de culpa es anterior al delito cometido y que este
39 Freud, S., “El yo y el ello”, op. cit., Tomo XIX, p. 50.
40 Freud, S., op. cit., Tomo XX.
41 Freud, S., “El yo y el ello”, op. cit., Tomo XIX, p. 50.
42 Freud, S., op. cit., Tomo XIV.
43 Freud, S., op. cit., Tomo XIV, p. 323.

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alivia al sujeto) debo sostener que ahí la conciencia de culpa preexistía a la falta, que no
procedía de esta, sino que, a la inversa, la falta provenía de la conciencia de culpa”44.
Todos estos artículos están anticipando lo que luego Freud describirá como síntomas
autopunitivos, sostenidos por el masoquismo moral. En todos estos síntomas se
descubre la incidencia del Super-yo, éste se construye por identificación, la autoridad de
los padres es introyectada en el yo, el núcleo del Super-yo está en relación con el padre,
pero la severidad del Super-yo no se reduce simplemente al modelo de los padres, sino
que encuentra expresión en la agresividad del hijo hacia el padre, que ahora se vuelve
contra él. Esta condición nos explica la paradoja de que un padre excesivamente
permisivo y blando, pueda generar en el hijo un Super-yo cruel. La formación de un
Super-yo que se realizaría del lado de las imagos, de las representaciones, a pesar de
que en el análisis se recorrieran estas identificaciones, esto no cancelaría ese tormento
del Super-yo hasta que no se esclarecieran también sus raíces pulsionales. Un suceso
que me fue relatado por un colega ejemplifica bien este aspecto tanático del Super-yo.
Dos psicoanalistas conocidos de escuelas diferentes se encuentran para cenar y
compartir una velada agradable, a la hora de pedir la comida uno de ellos, se manifiesta
con un apetito voraz, no se priva de nada, come con profusión y en cantidad. El otro,
que evitaba comer mucho y además todo aquello que lo engordara o arruinara su salud,
tomando excesivas precauciones, lo observa asombrado y le dice lo siguiente; “Qué
bien trabajado tienes al Super-yo, no te privas de nada”. A lo cual el colega responde;
“no te creas, mi Super-yo, en lugar de prohibir, me empuja a gozar.” Algunos creyeron
ver en esta anécdota la filiación de estos dos analistas; uno freudiano y el otro lacaniano.
En ese momento terció un tercer colega que acotó con mucha pertinencia que ese Superyo
que empuja al goce es el mismo que Freud describió y señaló en su texto “El
malestar en la Cultura”.
De acuerdo a lo establecido se pueden apreciar entonces dos caras, o rostros del Superyo,
aquél relacionado con la protección del narcisismo del sujeto que Freud describe en
el Complejo de Edipo, y el otro ligado a la pulsión, o tal vez deberíamos decir con
mayor corrección, un solo Super-yo, ligado en mayor medida e intensidad a Eros o a
Tánatos.
Los síntomas ligados al conflicto con el Super-yo se manifiestan como prohibiciones,
acciones de penitencia, actos de autopunición etc. y lo genial de Freud ha sido el
descubrir en estas acciones, el lazo entre prohibición y satisfacción; “Constituye un
triunfo de la formación de síntoma que se logre enlazar la prohibición con la
satisfacción, de suerte que el mandato o la prohibición originariamente rechazantes
cobren también el significado de una satisfacción”45. El síntoma entonces como
satisfacción.
La pregunta que nos queda es la siguiente ¿Cómo se enlazan la satisfacción de orden
económico y la prohibición de orden semántico? Freud nos dice que se trata de vías de
conexión muy artificiosas, pero este artificio está claro que se encuentra en las
relaciones del yo con el Super-yo, y fundamentalmente con el hecho de que Freud llame
a esta satisfacción una significación.
Pasemos ahora a la relación del síntoma con el Ello.
44 Ibídem, p. 338
45 Freud, Sigmund, “Inhibición, síntoma y angustia”, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XX, p.
107.
22
El síntoma y su relación con el Ello.
Para desarrollar esta problemática, comenzaré comentando las diferentes elaboraciones
que realiza Freud sobre el concepto del Ello
El Ello es una noción que dentro de la práctica psicoanalítica no aparece de forma muy
clara, en el mejor de los casos estamos acostumbrados a trabajar con el inconciente,
pero ¿Cómo escuchar al Ello? ¿Se puede formalizar una clínica de las pulsiones? No es
mi intención en este trabajo recorrer exhaustivamente estos interrogantes, pero es
indudable que al descubrir Freud la incidencia de la pulsión en la formación de síntoma
debemos tenerla en el horizonte.
En “Inhibición, síntoma y angustia” (página 150), Freud al hablar de las resistencias
que se oponen a la cura, señala la del Ello, a la cual hace responsable de la necesidad de
reelaboración. Esta necesidad de reelaboración es lo que podemos observar en todo
tratamiento de síntoma, en la manera en que permanentemente los pacientes al hablar de
sus síntomas rizan el rizo, si puedo expresarme de esta forma. Freud es claro en este
punto y dice que esto se produce porque existe algo que no termina de concluir, de no
poder elaborarse, como un hueso, un núcleo, (de satisfacción) que no termina de ceder y
de allí la necesidad, a veces compulsiva, de volver a hablar de los mismos síntomas y de
actuarlos.
En su trabajo del “Más allá del principio de placer”, toman especial importancia para el
trabajo clínico, las compulsiones del Ello y todo lo referido a aquello que Freud va a
subrayar después, es decir, la importancia de la satisfacción pulsional en el síntoma, que
se manifiesta como compulsiones rebeldes a ser incluidas en el proceso homeostático
del principio de placer-displacer. A partir del texto Más Allá del Principio de Placer46,
Freud cuestiona la soberanía total de dicho principio y descubre su falla, su hendidura,
reconoce que aún después del trabajo analítico sobre los síntomas, quedan todavía por
resolver restos neuróticos que obedecen a compulsiones repetitivas que en lugar de
repetir el placer, reproducen situaciones dolorosas y traumáticas. Descubre además otras
impulsiones que trasponen y trasgreden dicho principio y se manifiestan a través del
sadismo y el masoquismo, reacciones negativas que se oponen a la cura.
En el primer capítulo del citado texto, Freud retoma toda una serie de enfoques tratados
en su “Proyecto de una Psicología para Neurólogos”47 desde un punto de vista
fundamentalmente económico, su hipótesis se apoya, en el principio de que todo el
funcionamiento del aparato psíquico se orienta hacia la obtención de placer y evitación
del displacer teniendo en cuenta para esta hipótesis las teorías del físico G. Th. Fechner
(1801-1887). Ambas sensaciones de placer y displacer se regirían por la “tendencia a la
estabilidad”. Sin embargo descubre que no todas las sensaciones estarían bajo este
régimen, ya que con insistente frecuencia el aparato psíquico busca asimismo la
repetición del displacer. Esta situación vuelve a replantearle a Freud nuevas
interrogaciones al problema investigado en “Más Allá del Principio de Placer”, algo que
explique las manifestaciones de las neurosis traumáticas, que tomará como ejemplo de
la evidencia del surgimiento de la pulsión de muerte. Estos traumatismos ponen de
manifiesto que conducen a la neurosis si no han dejado secuela alguna de tipo orgánico,
y es este dato clínico el que le facilita el camino hacia la respuesta del porqué de esta
46 Freud, S., op. cit., Tomo XVIII.
47 Freud, S., op. cit., Tomo I.
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tendencia al sufrimiento en el ser humano; “…en la neurosis traumática común se
destacan dos rasgos que podrían tomarse como punto de partida de la reflexión; que el
centro de gravedad de la causación parece situarse en el factor de la sorpresa, en el
terror, y que un simultáneo daño físico o herida contrarresta en la mayoría de los casos
la producción de la neurosis.”48
Por otra parte Freud descubre que el tema de las impulsiones, está relacionado con la
angustia infantil, con una actitud compulsiva repetitiva que Freud ejemplifica con el
“juego de la bobina” ligándolo a la angustia de separación que experimentaba el niño a
través de la presencia – ausencia de la madre; “El niño tenía un carrete de madera atado
con un piolín, no se le ocurrió, por ejemplo, arrastrarlo tras sí por el piso para jugar al
carrito, sino que con gran destreza arrojaba el carretel al que sostenía por el piolín, tras
la baranda de su cunita con mosquitero; el carretel desaparecía allí dentro, el niño
pronunciaba su significativo <o-o-o-o>, y después, tirando del piolín, volvía a sacar el
carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso <da> (acá está). Ese
era, pues, el juego completo, el de desaparecer y volver. Las más de las veces sólo se
había podido ver el primer acto, repetido por sí solo incansablemente en calidad de
juego, aunque el mayor placer, sin ninguna duda, correspondía al segundo”49.
Sólo cabe añadir a esta cita, que Freud aclara que fort (fuera) y da (aquí) son
traducciones, interpretaciones, que él mismo realiza, frente al ooo-aaa del niño. Es decir
frente a la sola oposición de dos fonemas, a los cuales Freud agrega un sentido, pero en
sí mismo solo se trata de una estructura de oposición de condición necesaria para la
constitución del lenguaje.
En la página diecisiete del Más allá...., Freud sostiene que lo más originario y elemental
ya no es el principio de placer-displacer, sino las tendencias, “Una estética de
inspiración económica debería ocuparse de estos casos (refiriéndose al juego infantil) y
situaciones que desembocan en una ganancia final de placer, pero no nos sirven de nada
para nuestro propósito, pues presuponen la existencia y el imperio del principio de
placer y no atestiguan la acción de tendencias, situadas más allá de éste, vale decir,
tendencias que serían más originarias que el principio de placer e independientes de
él”50. Para Freud, los ejemplos del fort-da y las llamadas pulsiones imitativas del arte,
funcionan dentro del principio de placer, pero lo que él está investigando son aquéllas
tendencias más originarias e independientes del sistema homeostático placer-displacer,
es decir el análisis de las satisfacciones pulsionales en su modalidad compulsiva; es allí
donde toma todo su vigor y su fuerza el funcionamiento de un proceso primario rebelde
a las ligaduras, a toda representación. A partir de ese momento, los escritos posteriores a
1920, enfatizan y avanzan sobre interrogantes de la práctica analítica que se hallan
conectados con las manifestaciones de la pulsión de muerte, concepto que no fue
aceptado por la totalidad de sus discípulos y que produjo numerosas deserciones. Se
produce allí una modificación en la lectura de los procesos psíquicos en relación al
placer-displacer y se sustituye una lógica de la no-contradicción y de la identidad
(lógica tradicional, positivista) en donde el placer y el displacer eran entidades cerradas,
gobernadas por el proceso homeostático, por otra lógica de carácter paradojal en la cual
el displacer no es lo opuesto al placer, sino que se trata de oposiciones interpenetradas,
48 Freud,S., op. cit., Tomo XVIII, p. 12.
49 Ibídem, p. 15.
50 Ibídem, p. 17.

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acopladas, del encuentro de placer en el displacer, y displacer en el placer. A partir de
este descubrimiento, la posible solución a través de una dialéctica de los opuestos y de
una síntesis entre ellos no resuelve la cuestión, y cada vez toma mayor relevancia el
concepto económico de mezclas y desmezclas de pulsión.
Freud descubre en su trabajo clínico que existen satisfacciones que no guardan relación
con los límites impuestos por el principio placer-displacer, que el paciente repite
situaciones de sufrimiento, de dolor, de aquello que hace mal y daña y que sin embargo
se experimentan como placer, un placer inconciente que funciona más allá de los límites
de ese principio homeostático, experimentado en un vivenciar pasivo de una
compulsión impuesta.
Toda esta situación lo lleva a Freud al final del capítulo III del citado texto a enunciar la
siguiente hipótesis en relación a la “compulsión de repetición”; “Lo que resta es
bastante para justificar la hipótesis de la compulsión de repetición, y esta nos aparece
como más originaria, más elemental, más pulsional, que el principio de placer que ella
destrona”51.
La pregunta que cabe entonces es la siguiente, con su respuesta incluida: ¿dónde
encontrarle un sitio a esta compulsión ligada a lo pulsional que no sea el Ello?
La compulsión de repetición ligada al Ello se encuentra en una frase de Freud de
Inhibición, Síntoma y Angustia: “El nuevo decurso pulsional se consuma bajo el influjo
del automatismo-preferiría decir de la compulsión de repetición-; recorre el mismo
camino que el decurso pulsional reprimido anteriormente, como si todavía persistiera la
situación de peligro ya superada. Por lo tanto, el factor fijador a la represión es la
compulsión de repetición del Ello inconsciente.”52.
Por lo tanto esta ligazón del Ello con el inconciente, nos permite comprender mejor el
destino de aquéllas tendencias que se inscriben en el aparato psíquico a través del
proceso secundario y que se transforman en partículas mnémicas, huellas, fantasías,
gramáticas de la pulsión, a diferencia de aquéllos restos (lo visto, lo oído) que no llegan
a configurarse del todo en lenguaje, representaciones, e insisten como actos
compulsivos de satisfacción, relacionados con lo oral, anal, escópico, olfativo, fálico, en
un encuentro sin mediación con el objeto, en la frontera con la significación. Al respecto
si nos detenemos en la oralidad podríamos decir que a ese nivel primario lo más
importante para la pulsión es lo chupable y que el objeto es lo más indiferente, puede
ser cualquiera, es decir que el objeto de la pulsión en este nivel es la satisfacción misma.
Estas consideraciones llevarán a Freud a afirmar, que la actividad psíquica inconciente
está dominada por un automatismo o impulso de repetición, inherente a la esencia
misma de las pulsiones.
En base a esta situación se trataría en la tarea analítica de lograr la realización de la
unión y ligadura representacional de una repetición compulsiva inherente a todo lo
pulsional, como así también una rectificación, un “domeñamiento” de esta satisfacción.
Esta sugerencia, se encuentra un poco más adelante en el capítulo V, donde Freud
construye la hipótesis de que toda pulsión no fijada o controlada por el proceso
secundario tendería a retornar a un estado anterior y en ese sentido, la pulsión de muerte
51 Ibídem, p. 23.
52 Freud, S., op. cit., Tomo XX, p. 144.
25
vendría a ser la radical expresión de la tendencia de todo lo orgánico a volver al estado
inorgánico, o más bien de todo lo vivo a tender a la muerte, Freud lo expresa de la
siguiente forma; “Contradiría la naturaleza conservadora de las pulsiones el que la meta
de la vida fuera un estado nunca alcanzado antes. Ha de ser más bien un estado antiguo,
inicial, que lo vivo abandonó una vez y al que aspira a regresar por todos los rodeos de
la evolución (….) La meta de toda vida es la muerte, y retrospectivamente: Lo
inanimado estuvo ahí antes que lo vivo”53. Este enunciado aparentemente de matiz
fatalista, será aligerado y mesurado por Freud con la inclusión de la mezcla y desmezcla
de las pulsiones de vida y de muerte. Freud se ocupará de decir en varias ocasiones, que
así como nunca podemos encontrar un funcionamiento del principio del placer o de
realidad en su forma pura, lo mismo sucede con las pulsiones de vida y de muerte.
Ahora si lo inanimado era antes que lo animado la consecuencia que se deriva de ello es
que finalmente tal como lo expresa Freud en “El yo y el ello”54, la vida no será más que
un resbalar hacia la muerte. En definitiva podemos concluir que todas las pulsiones y no
solo la de muerte, intentarán reducir la tensión a cero, tal como está planteado en la
Psicología para neurólogos. Freud también nos dice que la pulsión de muerte se pone de
manifiesto a través de la destrucción, como un derivado y se manifiesta también como
autodestrucción.
En las “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” en la número 32ª
dedicada al tema de las pulsiones, vuelve a mencionar las inclinaciones
autodestructivas; “Una agresión impedida parece implicar grave daño; los casos se
presentan de hecho como si debiéramos destruir a otras personas o cosas para no
destruirnos a nosotros mismos, para ponernos a salvo de la tendencia a la
autodestrucción”.55 Esta concepción de la esencia de las pulsiones de muerte dirigidas
inicialmente contra la propia persona, lleva a Freud a posicionar el masoquismo como
primario en relación al sadismo. El sadomasoquismo de los Tres Ensayos ligado a las
pulsiones eróticas será cuestionado en el trabajo del Más Allá del Principio de Placer,
relacionándolo en esta nueva concepción fundamentalmente con las pulsiones de
muerte. En El Yo y el Ello, la instancia superyoica es la encargada de ejecutar contra el
propio yo esas pulsiones de muerte o de autoagresión, y esto porque en la obra de 1923
esta instancia es presentada con intensas cargas de contenidos sádicos y agresivos cuyo
ejemplo prototípico es la melancolía; “Lo que ahora gobierna en el superyó es como un
cultivo puro de la pulsión de muerte, que a menudo logra efectivamente empujar el yo a
la muerte, cuando el yo no consiguió defenderse antes de su tirano mediante el vuelco a
la manía”56. Freud es conciente, en ese momento de su elaboración de que esa “fuerza
demoníaca” aumenta las perspectivas del enfermar como puede observarse en la
“reacción terapéutica negativa”. El concepto freudiano de la unión de pulsiones,
permitiría que las tendencias autodestructivas se vieran neutralizadas, o mejor dicho
atemperadas y moderadas por las pulsiones de vida, y la salud o enfermedad en esta
caracterización dependería de las mezclas y desmezclas pulsionales. Una de las
posibilidades de solución de esta tendencia agresiva está referida al valor de la palabra
(inconciente) como vía catártica, que procuraría la liberación de estas tendencias, y
finalmente el otro camino sería el de la capacidad sublimatoria de cada individuo.
53 Freud, S., op. cit., Tomo TXVIII, p. 38.
54 Freud, S., op. cit., Tomo XIX.
55 Freud, S., op. cit., Tomo XXII, p. 98.
56 Freud, S., op. cit., Tomo XIX, p. 54.

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En otro texto en continuidad con los anteriores (Pulsiones y destinos de pulsión)57,
Freud despeja el término “pulsión” diferenciándolo de las concepciones psicológicas,
fisiológicas y físicas (la energética de ese tiempo) para describir una satisfacción
arcaica y primordial, cuyo primer soporte es el cuerpo. Se trata de algo que no pertenece
al campo de lo orgánico, si bien se sostiene en él, y aunque Freud hable de una
manifestación de la inercia en la vida orgánica y a pesar de sus estrechas relaciones con
el pensamiento de la física de su época reflejados en los conceptos de fuerza y energía,
las diferencias se ponen de manifiesto; en la pulsión se trata de una excitación que no
proviene del mundo exterior y se discrimina de las necesidades del organismo, tales
como lo son el hambre y la sed, éstas poseen un ritmo, mientras que lo característico de
la pulsión, es que se trata de una “fuerza constante”, una presión que pide satisfacerse y
que no entiende razones, salvo por el peligro de castración que conllevaría satisfacerlas.
Se trata para Freud de satisfacciones parciales que en la realización de su fin no
obedecen a ninguna función totalizadora (la reproducción), sino que por el contrario
encuentran su satisfacción con independencia del estadio llamado genital. Freud
descubre que existe algo indómito en la pulsión que no termina de subordinarse a las
órdenes del principio placer-displacer, y es por esto que propone como meta clínica el
domeñamiento, y la sublimación como vías posibles, causes, des-fijaciones, para
impedir que el sujeto se destruya a sí mismo o a los demás.
A propósito del tema de la agresividad, Strachey señala lo siguiente: “En el capítulo VI
de El Malestar en la Cultura, (1930ª), Freud recorre una vez más todo este territorio,
prestando especial consideración, por primera vez, a las pulsiones agresivas y
destructivas. Hasta entonces les había concedido escasa atención, excepto en aquéllos
casos (como en el sadismo y el masoquismo) en que aparecían fusionadas con
elementos libidinales; pero en ese capítulo las aborda en su forma pura y las explica
como retoños de la pulsión de muerte”58
Este funcionamiento compulsivo pulsional puede comprobarse en los tratamientos de
anorexias, bulimias adicciones, etc., pero asimismo se encuentra caracterizada en la vida
de los seres humanos en su tendencia a la impulsión y al exceso (en la satisfacción) a
algo que no puede nombrarse como bienestar y que convive en paralelo a los logros más
civilizados del individuo. Todos los días vemos ejemplos de esto en personas que han
alcanzado en su profesión y en sus quehaceres sociales un alto nivel, y padecen sin
embargo este asedio de la pulsión manifestado en situaciones de obesidad, alcoholismo,
adicciones que conviven con el resto de las actividades psíquicas más elevadas del
sujeto.
En “El problema económico del masoquismo (1924)59, ya citado, Freud llega a decir
que el dolor y el displacer en las patologías mencionadas, dejan de ser una señal de
alarma y pasan a constituir un fin en sí mismo, en estos casos el funcionamiento del
principio de placer se halla paralizado, narcotizado. Freud descubre en su experiencia
clínica un elemento que modifica la economía libidinal sostenida hasta ese momento,
vale decir que se encuentra con la existencia de tensiones placientes (como la curva de
la excitación) y distensiones displacientes, lo que evidencia un salto en el pensamiento
57 Freud, S., op. cit., Tomo XIV.
58 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XIV, p. 112.
59 Freud, S., op. cit., Tomo XIX.

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de lo cuantitativo a lo cualitativo, y permite describir un masoquismo erógeno a través
del cual se obtiene placer en el dolor.
En una frase referida al masoquismo femenino del citado texto, reafirma su teoría
metapsicológica libidinal del encuentro del placer en el dolor: “El masoquismo
femenino que acabamos de descubrir se basa enteramente en el masoquismo primario,
erógeno, el placer de recibir dolor…”60. Allí mismo hace mención de una
superestructuración de lo infantil y lo femenino en el caso de estos pacientes, es decir la
indicación de tener en cuenta en estos tratamientos no solo la posición o el lugar que
ocupa el sujeto (femenino-masculino) sino toda la constelación infantil en la cual se
inserta.
Freud señala que el masoquismo primitivo atraviesa todas las fases evolutivas de la
libido y toma de ellas sus distintos aspectos psíquicos; el miedo a ser devorado por el
padre corresponde a la fase oral, así como el deseo de ser maltratado por él a la
constitución anal, y finalmente la organización fálica introduciría los fenómenos de la
castración. Pero cabe destacar que en lo relativo a lo femenino señala satisfacciones que
no están sometidas a las condiciones de la castración. En relación a este tema es sabido
que los mayores problemas se le presentan a Freud cuando debe referirse a la
estructuración psíquica de la mujer, allí el modelo teórico del Edipo masculino no
alcanza. Esta preocupación que jamás abandonó a Freud, está reflejada en su pregunta a
propósito de “qué quiere una mujer”, sostenida y elaborada a través de diversos
artículos tales como la feminidad, la sexualidad femenina y otros.
Freud elabora teóricamente la realización de la mujer a través de su condición de madre
y allí indica la salida a esa envidia y nostalgia del pene en la cual ella queda capturada
(atada), realizando su deseo fálico en esa equivalencia poderosa de niño = falo,
situación que crea una simbiosis, una fusión difícil de tratar en aquéllos casos clínicos
en donde esta realización se llevó al extremo. Este deseo de falo junto a la negación de
la castración, tendrá como resultado para Freud, el hecho de que algunas mujeres no
puedan aceptar dicha privación, y se conduzcan como hombres, posición que les privará
de su condición femenina.
Volvamos ahora al tema del “Ello” que nos ocupa, cabe aclarar, que sus
manifestaciones hasta la aparición de la segunda tópica, aún no se habían establecido
claramente, es en el citado trabajo y otros posteriores en los cuales ya se tiene en cuenta
a la pulsión de muerte, estos textos ya no sitúan al placer y al displacer como contrarios
ni disjuntos sino como montados uno encima del otro, no se piensa, o se trata de
resolver este interrogante apelando a que lo que era placer para un sistema era
displacentero para otro, tratando de separar los dos polos de una contradicción,
(conciente-inconciente). A partir de la segunda tópica el Yo, el Ello y el Super-yo están
atravesados por el inconciente, el inconciente implica a las tres instancias como un
sustrato, como una condición ineludible y se describe una tópica intersistémica
superpuesta a una intrasistémica, es decir, que en cada sistema está la fractura, la
diferencia o la notación básica fundamental del inconciente.
En Más allá del principio de placer se reconoce y sitúa la sumisión de la búsqueda de
placer a la muerte, y esto provocó un gran cuestionamiento de la experiencia analítica,
en interrogantes tales cómo, ¿qué puede esperarse entonces de la interpretación?,
60 Ibídem, p. 168.
28
¿Cómo puede pues, actuar una palabra para hacer renunciar a esos placeres tan
malamente adquiridos?, ¿Podríamos hablar de una clínica de la pulsión? ¿Qué
tratamiento darles a estos “retoños de la pulsión de muerte?. En el texto Inhibición,
síntoma y angustia, se pone en evidencia que la preocupación de Freud ya no está
situada en descubrir la significación del síntoma y su traducción inconciente, (esto ya lo
había develado en otros textos), sino que se encuentra investigando en ese momento
alrededor de una satisfacción displaciente que no cede, que insiste, a la cual el paciente
no quiere renunciar y todo esto a pesar de haber sido ya descifrado el carácter
enigmático del síntoma. En este trabajo la preocupación primordial es de carácter
económico, en relación a una satisfacción que se experimenta como sufrimiento y que
se ubica en un más allá del principio de placer, de la homeostasis y el bienestar. Se trata
de un no funcionamiento yoico que se halla inerme frente a esta situación y que Freud
describe de la siguiente forma; “Si el acto de la represión nos ha mostrado la fortaleza
del yo, al mismo tiempo atestigua su impotencia y el carácter no influíble de la moción
pulsional singular del ello”61.
Esto nos lleva a pensar que en los orígenes las defensas contra la invasión pulsional no
estaban establecidas por la represión, o como dice Freud, “serían métodos de defensa
diferentes a cuando se alcanzan ciertos grados de organización”62. ¿Pero entonces cómo
defendernos de las pulsiones que nos dañan?, ¿qué hacer con ellas?
Con relación a estos interrogantes planteados sólo nos queda remitirnos a lo elaborado
por Freud, a los caminos, a las posibles soluciones (siempre parciales) que pudo pensar.
En este sentido la salida, o mejor dicho, la posibilidad de cura, está orientada para Freud
fundamentalmente hacia dos situaciones ya mencionadas; el tratamiento de elaboración
psicoanalítica, e íntimamente ligado a él, el proceso de sublimación. ¿Cómo podríamos
domeñar algo de la pulsión, si no es a través de un continuo trabajo de elaboración, en
encuentros repetidos con ella?, ¿tenemos alguna esperanza de reducir la satisfacción
tanática? Solo de manera parcial y aceptando que jamás será en su totalidad que siempre
quedará un remanente, un resto, que algunos autores psicoanalíticos han bautizado con
el nombre de lo “incurable”, término que pone límites a la capacidad sublimatoria y de
cura de cada uno. Lo incurable sería aquélla porción de satisfacción mortífera a la cual
el sujeto no podría o no estaría dispuesto a renunciar. Es por esto que Freud en su
trabajo; “Análisis terminable e interminable”63, sitúa el final del mismo en la
desaparición de los síntomas, las inhibiciones y la angustia, y a lo interminable del
análisis en ese resto de satisfacción, siempre inelaborable, insublimable de la pulsión;
“La intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del yo,
adquirida en la lucha defensiva, en el sentido de un desquicio y una limitación, son los
factores desfavorables para el efecto del análisis y capaces de prolongar su duración
hasta lo inconcluible.”64
Por otra parte la mencionada resistencia del “Ello” cuya modalidad es la compulsión de
repetición, hace necesaria una permanente reelaboración de estas satisfacciones, que
están dispuestas a volver a repetirse aún cuando ya han sido elaboradas en el análisis.
Hay algo que insiste, pero no a la manera de la significación, de la semántica, sino como
satisfacción en acto, como fijeza libidinal.
61 Freud, S., op. cit., Tomo XX, p. 93.
62 Ibídem, p. 154.
63 Freud, Sigmund, Obras Completas, Volúmen III, Ed. Biblioteca Nueva Madrid, 1968.
64 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XXIII, pp. 223 y 24.

29
De otra forma en El porqué de la guerra de 1932, Freud pone de manifiesto el tema de la
elaboración de las tendencias agresivas de la humanidad, bajo la necesidad de crear
“vínculos afectivos” que puedan neutralizar dichas tendencias; “Todo lo que establezca
sustantivas relaciones de comunidad entre los hombres provocará esos sentimientos
comunes, esas identificaciones. Sobre ellas descansa en buena parte el edificio de la
sociedad humana”
La posibilidad de sublimación en el síntoma analítico
La sublimación como concepto ocupa en la teoría y clínica analíticas un lugar central ya
que aparece articulado a la cura de las neurosis. Algunos textos de Freud tales como El
Malestar en la Cultura, Pulsiones y destinos de pulsión y el trabajo sobre Leonardo Da
Vinci, permiten realizar algunas aclaraciones sobre esta noción. En el primero, en el
cual el ser humano aspiraría a la felicidad como cura Freud pone de manifiesto una
insatisfacción estructural insalvable debido a la brecha existente entre la satisfacción
buscada y la obtenida. Asimismo señala como dificultad en dicho logro, el continuo
desengaño respecto a los valores humanos y la dura lucha con la realidad de la vida
cotidiana. Sin embargo, aunque no es muy optimista al respecto, conecta el hallazgo de
la felicidad con situaciones placenteras sexuales directas, a las cuales agrega el ejercicio
sublimatorio a través del arte, la ciencia y la religión, es decir el destino sublimatorio de
la pulsión, al cual relacionará con la cura de las neurosis. En el proceso de sublimación,
la actividad y la investigación científica ocupan un lugar privilegiado para Freud y
tendrían un carácter placentero pero no de meta sexual, en estos casos se trataría de la
posibilidad de aumentar el placer del trabajo psíquico e intelectual, y en este punto se
podría situar con todo derecho al proceso analítico y a las tareas laborales en las cuales
exista una vocación, una elección, un deseo muy fuerte, que evite la rutina y el
aburrimiento, o el mero trabajo de subsistencia.
En esta obra hallamos una referencia explícita a esta cuestión; “La posibilidad de
desplazar sobre el trabajo profesional y sobre los vínculos humanos que con él se
enlazan una considerable medida de componentes libidinosos, narcisistas, agresivos y
hasta eróticos”65.
Según Freud, la sublimación es la posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones
humanas que lo acompañan, una parte considerable de esos componentes. Esta situación
permite modificar las condiciones de la satisfacción pulsional, inventar otros caminos,
otras huellas, crear donde no hubo, su condición de cura es la reelaboración, el trabajo
psíquico continuado. Se trata de domeñar un empuje, una “fuerza constante” que
impone a lo psíquico un trabajo, una labor interminable; este trabajo, esta labor, está
relacionada en el pensamiento freudiano, con la posibilidad de establecer ligaduras a
través de la sintaxis (representaciones) del proceso secundario, y por lo tanto, como la
pulsión no toma el destino sublimatorio sino es por la exigencia del trabajo psíquico,
una y otra vez debemos volver a revisar esa satisfacción.
65 Freud, S., op. cit., Tomo XXI, p. 80.
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En su texto sobre Leonardo Da Vinci, Freud nos habla de tres desenlaces posibles que
se producen a través del trabajo analítico.
En primer lugar la represión de las pulsiones es sustituida por algo que llama un “juicio
adverso”, éste toma dimensión en el sujeto diferenciado de la manera superyoica de la
represión, como reconocimiento y elaboración de la nocividad y peligro de una
satisfacción sin frenos, sin medida, es decir sin ninguna ética.
El segundo desenlace tiene lugar una vez que se hallan trabajadas las fijaciones
infantiles, que darían como resultado, la posibilidad de nuevas metas libidinales,
aquéllas que tendrían que ver en última instancia con la elección del sujeto, ya que
Freud aclara que no debemos ser nosotros como analistas quienes decidamos a la
manera de un amo, ese destino libidinal ahora liberado. La posibilidad de la sublimación
(que en ningún momento debe ser impuesta) permite establecer una meta superior, no
sexual, más distante de sus objetos primitivos, para lo cual se hará necesario dentro de
los procesos psíquicos, una mediación, una negociación, una secundarización (en el
sentido de la intervención del proceso secundario) de la satisfacción pulsional, con la
intención de encontrar otras sendas, otros caminos.
En este recorrido siempre preocupó a Freud, el proceso de lo ligado y lo desligado en
relación al proceso primario y su capacidad o no de ligaduras, de secundarizarse, de
articularse a una sintaxis (representación), y esta problemática está desarrollada
especialmente en el texto de Más Allá del Principio de Placer, en relación a la
compulsión de repetición articulada a la pulsión de muerte.
Por otra parte en el análisis de Leonardo con relación a la sublimación, Freud se detiene
en una frase del mismo que evidencia las pretensiones científicas del pintor de conocer
las causas últimas de los sentimientos de amor y de odio; dice Leonardo “Ninguna cosa
se puede amar u odiar si antes no se ha conocido su naturaleza”.
En el recorte de esta frase Freud nos muestra que los afectos sentidos por Leonardo eran
sometidos por él a una profunda investigación, no amaba u odiaba, sino que se
preguntaba porque debía amar u odiar y qué significaba eso. Para Freud se pone en
evidencia en esta frase una pulsión hiperpotente de investigar, semejante a un apetito de
saber.
Finalmente la tercer posibilidad o desenlace que puede producirse a través del trabajo
analítico está referida específicamente a la sublimación, es decir a aquélla parte de la
libido que escapa al destino de la represión, transformándose en un deseo de saber. Al
parecer en esta situación la pulsión se liberaría de la atadura originaria de las imagos de
la investigación sexual infantil y podría desplegar libremente su quehacer al servicio de
intereses psíquicos más elevados. Pero esto no es tan simple, y siempre puede
comprobarse que hay tropiezos y dificultades.
Por otra parte podría ser Leonardo el paradigma del ideal sublimatorio, (se ocupó de la
ciencia, el arte, la religión), pero estaríamos anteponiendo como meta un Ideal, cuando
Freud aclara explícitamente, que la sublimación, no pasa por el Ideal, ni por el Superyo,
ni por la represión. En el proceso analítico se trata de un trabajo psíquico, de una
31
des-fijación de la libido que una vez vaciada de sus investiduras primitivas, puede
dirigirse en el mejor de los casos a intereses alejados de la satisfacción originaria de la
pulsión y de contenido no sexual, es decir su potencial, su fuerza, estarían al servicio de
otra cosa, pero con la condición de aclarar que este proceso jamás podrá llegar a
ninguna totalidad, a ningún cierre. En este sentido Freud afirma que la sofocación casi
total de la vida sexual objetiva no proporciona las condiciones más favorables para las
aspiraciones sexuales sublimadas y que no debemos aspirar a enajenar la pulsión sexual
de sus genuinas metas, ya que si esta situación se lleva demasiado lejos solo se
obtendrán resultados nocivos. A propósito de esto recordemos el ejemplo que nos da
Freud (relacionado con las pulsiones y su sublimación) de aquél caballo sumamente
trabajador pero muy glotón al que sus dueños olvidan de alimentar y se muere.
Quisiera agregar ahora en relación a lo que estamos trabajando algunas consideraciones
que Freud realiza en la presentación del caso clínico del hombre de las ratas (iniciado el
primero de octubre de 1907), en relación a sus compulsiones. Comienza con un primer
ejemplo de un impulso suicida, que se transforma en una agresión hacia otra persona,
impulso que por otra parte no es nada infrecuente hallar en los casos de neurosis
obsesiva, en los temores por ejemplo de algunas madres que no quieren permanecer a
solas con su bebé porque padecen de impulsos homicidas, y temen atentar contra la vida
de su hijo. El impulso mencionado se le presenta al hombre de las ratas mediante un
mandamiento, y estos mandamientos poseen una relación estrecha con las órdenes del
Super yo, pero en las cuales su carácter compulsivo estaría dado por el contenido
insensato de las órdenes que dejan perplejo y desorientado al sujeto que las padece. En
este caso el texto de la misma es el siguiente; ¿qué pasaría si te viniese el mandamiento
de cortarte el cuello con una navaja de afeitar?, pero la posición pasiva se transforma en
activa, y se enlaza con los sentimientos hostiles experimentados en relación a la abuela
de su amada, y deviene como resultado lo siguiente; <No, no es tan simple. Tú tienes
que viajar hasta allí y matar a la anciana señora>. Cayó al suelo despavorido.”66
Esta especie de desmayo que sufre el hombre de las ratas nos muestra una defensa
contra la compulsión asesina luego de que la represión fracasa, y se presenta como el
último recurso, como una especie de sofocación, frente al impulso homicida.
Otra compulsión esta vez a adelgazar se le impone al paciente como consecuencia de los
intensos celos dirigidos a un primo inglés de su amada, al cual llamaban Dick
(abreviatura de Richard) que en alemán significa gordo.
Freud observa también una compulsión a comprender por parte del hombre de las ratas
que lo volvió insoportable para todos los suyos; “Lo constreñía a comprender con
exactitud cada sílaba que alguien le dijera, como si de otro modo se le escapase un gran
tesoro. Así, preguntaba siempre: < ¿Qué acabas de decir?>. Y cuando se lo repetían, él
creía que la primera vez había sonado diferente, y quedaba insatisfecho.”67 Finalmente
la acción obsesiva compulsiva que Freud describe en relación al padre, cuando el
hombre de las ratas entre las 12 y la 1 de la madrugada, esperando la visita de su padre,
contemplaba en el espejo su pene desnudo, y esta acción se transformaba en un desafío
al padre.
66 Freud, S. op. cit., Tomo X, p. 148.
67 Ibídem, p.150.
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Cabe destacar que Freud enlaza de manera permanente en este trabajo las compulsiones
a la obsesión, su carácter compulsivo obedece a que el sujeto cumple sus obsesiones
pero sin saber de que se tratan, de porqué se siente impulsado a realizarlas, provienen
del inconsciente, y dejan al yo en una situación en la cual se encuentra abatido y sin
ninguna posibilidad de frenar la impulsión.
Es mediante el trabajo analítico que Freud encuentra las significaciones ocultas, el
sentido de dichas obsesiones, pero aún estamos en esta época bajo la hegemonía de las
representaciones inconcientes y aún no se ha manifestado el poder insistente de la
satisfacción de una economía libidinal que no cede a pesar de haberse hallado y
descifrado los contenidos inconscientes. La fuerza del Ello se impone, como
compulsividad, no ya de una representación inconciente, sino de una fijación de goce, a
la cual el sujeto no está dispuesto a renunciar. Los tratamientos de las adicciones, de las
anorexias y las bulimias nos muestran la dificultad de reducirlas a significaciones, de
hacerlas entrar en el comercio asociativo del paciente, y quedan como islotes de
episodios compulsivos que el paciente no puede evitar, y que se manifiestan en actos
que deben ser reconstruidos para que comiencen a tener un marco, una pantalla, en la
cual se puedan proyectar y no queden solo adheridos al recorrido puro de la pulsión a su
solo ir y venir. Se trata de una satisfacción compulsiva tanática a la cual el paciente no
quiere renunciar por la intensidad de su goce.
El síntoma como repetición:
El concepto de repetición está presente en la teoría y práctica psicoanalítica, en las
manifestaciones del síntoma, en el deseo, en las elecciones de objeto, en el amor etc.
La repetición es la manera fundamental de manifestarse el funcionamiento del
inconciente. Este concepto posee asimismo una raigambre filosófica sumamente
importante cuyos dos pensadores más destacados son Kierkegaard y Nietzsche, el
primero lo elabora y lo investiga fundamentalmente en su libro “In Vino Veritas La
Repetición”68 , y comprueba que es imposible la identidad en la repetición y toma como
ejemplo la corneta del postillón, instrumento musical que posee la característica de no
emitir jamás dos sonidos idénticos. Asimismo aborda este concepto a través de un
fenomenal hallazgo al diferenciar, el amor-repetición del amor- recuerdo; para
Kierkegaard solo el primero encierra y sostiene un goce especial; “Un autor ha dicho
que el amor-recuerdo es el único feliz. Esta afirmación, desde luego, es muy acertada,
con la condición de que no se olvide que es precisamente ese amor el que empieza
haciendo la desgracia del hombre. El amor repetición es en verdad el único dichoso.
Porque no entraña como el del recuerdo, la inquietud de la esperanza, ni la angustiosa
fascinación del descubrimiento, ni tampoco la melancolía propia del recuerdo. Lo
peculiar del amor repetición es la deliciosa seguridad del instante”69, Y más adelante
“…La repetición es la realidad y la seriedad de la existencia.”70
En cuanto al pensamiento de Nietzsche sobre la repetición es algo que puede llamarse
monumental, lo plantea en un tiempo infinito, como el eterno retorno de lo mismo, y
este “lo mismo” tiene toda su importancia porque cuestiona el concepto de identidad e
instala el de la diferencia.
68 Kierkegaard, Soren, In vino veritas la repetición, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1976
69 Ibídem, p. 131.
70 Ibídem, p. 133.

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Estos dos pensadores han combatido y rebatido en su pensar toda posibilidad de
agotamiento del saber toda posibilidad de una identidad cerrada y acabada, no existe
para ellos ninguna posibilidad de un Saber absoluto, y de un pensamiento basado en la
noción de identidad. Para estos autores siempre queda un resto, que Nietzsche a su
manera nombró como “Ello”.
Por otra parte en un pensador más contemporáneo, me refiero a Gilles Deleuze,
observamos también esa preocupación por la repetición que termina plasmándose en un
texto titulado Repetición y diferencia, texto admirable que adolece de una sola cosa, la
omisión de la elaboración de Freud en torno a la repetición y su ligadura, su nudo, su
mezcla, con la pulsión de muerte.
A nosotros psicoanalistas nos interesa y nos ocupa, el tratamiento de la repetición
fundamentalmente en su contenido mortífero, patológico, en aquello que provoca dolor
y sufrimiento en la vida del ser humano.
En el texto de Recordar, repetir y reelaborar71, Freud nos habla al comienzo del cambio
de orientación en la práctica analítica y el porqué del abandono del método hipnótico y
de la catarsis. A partir de este momento los objetivos técnicos se dividen en dos; por un
lado el llenar las lagunas del recuerdo y por el otro el vencimiento de las resistencias de
represión, (en esta época Freud todavía no había hecho la distinción teórica entre
resistencia y represión), el olvido aparece como la modalidad de la represión, pero luego
también descubrirá, agujeros en el aparato psíquico, lagunas, que no son recuperables a
través del recuerdo y deberá recurrir para su tratamiento a la construcción. Este
concepto ocupa en los últimos escritos de Freud un lugar relevante, y desplaza todo el
acento y la importancia monumental que tenía la interpretación. No es que Freud la deje
de lado pero la empieza a considerar como algo menor en relación a las construcciones
en el análisis; “Si en las exposiciones de la técnica analítica se oye tan poco sobre
<construcciones>, la razón de ello es que, a cambio, se habla de <interpretaciones> y su
efecto. Pero yo opino que <construcción> es, con mucho, la designación más apropiada.
<Interpretación> se refiere a lo que uno emprende con un elemento singular del
material: una ocurrencia, una operación fallida, etc. Es <construcción>, en cambio, que
al analizado se le presente una pieza de su prehistoria olvidada…”72
Freud no considera en ese momento de su elaboración que la única herramienta
fundamental para el trabajo analítico sea la interpretación, sino que agrega, la
construcción, y en especial para el trabajo de aquéllos aspectos psíquicos que quedaron
reducidos a lagunas, agujeros.
En este mismo texto las situaciones traumáticas se desplazan a recuerdos encubridores,
que podríamos decir protegen la posición narcisista del sujeto, mediante un disfraz o
deformación, y Freud los compara al contenido manifiesto del sueño, es decir que los
recuerdos encubridores vienen a compensar la amnesia infantil. En este punto señala
que algunas vivencias muy tempranas de la infancia solo retornan a través de los
sueños.
En cuanto a la manifestación de la repetición en los síntomas, dicha repetición estaría
ligada por un lado a significaciones inconcientes reprimidas, al automatismo
compulsivo de las neurosis traumáticas, y a las fantasías primordiales descubiertas por
71 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XII.
72 Ibídem, p. 262.
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Freud tales como “la observación del acto sexual entre los padres”, “la fantasía de
seducción” y “la amenaza de castración”, escenas que debemos tomar como
estructurantes del aparato psíquico para todos, más allá del montaje singular que realice
en su avatar histórico cada persona, y esto no quiere decir que debamos oponer historia
y estructura, sino que por el contrario la historización del sujeto en análisis, nos muestra
la singularidad del montaje personal de cada uno, y esto justifica la recomendación de
Freud de tomar en consideración cada caso como algo singular, único, la particularidad
de cada sujeto de constituir sus “series psíquicas”, “sus clisés”. También el deseo es
repetición, insistencia, y esto hace que sea indestructible, y que pueda trasladarse de
generación en generación, pero no desde algo fisiológico, sino a través de las cadenas
significantes familiares, tal como lo descubre Freud en el hombre de la ratas.
En el texto citado Freud nombra a la compulsión de repetición como la cuarta
resistencia más importante que se opone a la cura de los síntomas, se trata de las
manifestaciones del Ello y por eso exige del tratamiento psicoanalítico una reelaboración,
las compulsiones de repetición están alojadas fundamentalmente (pero no
exclusivamente) en las obsesiones y en los mandatos y órdenes compulsivas, tal como
se le presentan por ejemplo al hombre de las ratas.
La compulsión de repetición alojada en los síntomas, es elaborada por Freud en su
trabajo del Más allá del Principio de placer y está ligada y sostenida por la pulsión de
muerte. La compulsión de repetición anula toda posibilidad de representación y
reflexión e instala lo que podemos llamar las patologías del acto, que se caracterizan por
la anulación y suspensión del régimen simbólico, a favor de la preeminencia del acto, de
la actuación y del pasaje al acto. Este funcionamiento del aparato psíquico lo podemos
observar en las bulimias y en todas las adicciones, donde el objeto de satisfacción se
sustantifica en detrimento de la palabra, en el abandono de la misma, en su rechazo, y el
sujeto se adhiere a esa otra satisfacción, a una fijación de goce imposible de abandonar,
o renunciar. Frente a este panorama, se establece la propuesta clínica freudiana de la
sublimación y la lacaniana de rectificación, pero debemos entender que siempre quedará
un resto incurable, un saldo, con el cual el sujeto deberá aprender a vivir, eso que un
autor llamó “lo incurable”, el límite de lo terminable de un análisis.
Para Freud la repetición se encuentra en relación con la experiencia de la vivencia de la
pérdida de objeto, la ausencia de ese objeto que por otra parte jamás existió, al menos
como posibilidad de completar al sujeto, lanza el dispositivo de la repetición, en la
ilusión de alcanzarlo para obtener una satisfacción pretérita, única, originaria. Freud
puede realizar puntualizaciones de este objeto, por una parte en la satisfacción
alucinatoria del deseo, y por otra en los objetos pulsionales primarios (el pecho, las
heces, etc.), pero también y fundamentalmente en su trabajo sobre Duelo y Melancolía.
Este objeto perdido para siempre, deja un agujero, un vacío, que la repetición en su
mismo movimiento intentará re-hallar, re-capturar, en vano, objeto al cual no llegará por
rememoración, sino que lo constituirá en su mismo movimiento, es decir que el objeto
se constituye en la repetición misma, no viene de ningún lado, y es por eso que Freud
relaciona a la repetición con el acto mismo y esta forma de pensar el tratamiento
analítico instala una nueva técnica con un signo distintivo respecto de la anterior: “Si
nos atenemos al signo distintivo de esta técnica respecto del tipo anterior, podemos
decir que el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino
que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber,
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desde luego, que lo hace.”73. Por supuesto que Freud está hablando de la transferencia
como resistencia, pero también nos está diciendo que a partir de ese descubrimiento, la
técnica analítica cambia, y la escucha del inconciente ahora es a través de la repetición.
De todas formas en este artículo, Freud extiende el concepto de repetición y lo lleva
también fuera de los límites de la consulta analítica; “Pronto advertimos que la
transferencia misma es solo una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia
del pasado olvidado; pero no solo sobre el médico: (y aquí está la extensión de ese
concepto) también sobre todos los otros ámbitos de la situación presente. Por eso
tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de
repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no solo en la relación personal con
el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida.”74
Esta cuestión de la repetición en acto nos lleva a la incidencia de la pulsión en la
formación de síntoma. Existe algo del orden de la satisfacción que se resiste a
abandonar el síntoma, aunque este haya sido descifrado, una fijación de goce que se
muestra rebelde a ser modificada, reducida, sublimada. Esta satisfacción como ya
mencionamos es paradojal porque se produce en el displacer y el sufrimiento y nada
tiene que ver con el bienestar del sujeto proporcionado por las satisfacciones parciales
enmarcadas por el principio de placer displacer que tiende a instalar la homeostasis. Se
trata de una satisfacción rebelde, insensata, guiada por el predominio de la pulsión de
muerte, cuyo desmontaje requiere como dijo Freud de una continua re-elaboración y es
por esto que si queremos pronunciarnos a favor de la integración en el proceso analítico
de una clínica de la pulsión, debemos ser concientes de que se trata de un hueso muy
duro de roer, de un bucle, un rizo, que deberá rizarse innumerable cantidad de veces
para lograr un cambio de posición del sujeto respecto de ese goce y en última instancia
una renuncia, una reducción, que le permita al sujeto convivir con ello.
La pregunta clínica en relación al tratamiento de los síntomas es la siguiente; ¿Los
síntomas una vez tratados, desaparecen, o simplemente se desplazan, se crean otros, de
forma similar a cómo creamos nuevas identificaciones, en relación a otras que nos
perjudicaban, nos detenían? ¿Existe acaso alguna posibilidad de una vida sin síntomas?
¿Se trata una vez recorridas las cadenas significantes inconcientes que lo sostienen y
determinan, identificarse con él? ¿O simplemente llegar al saber hacer con él que
propone J. Lacan?.
Si la sublimación es para Freud la meta más importante de la cura analítica, no nos
olvidemos, que el mismo Freud se opone y se manifiesta en contra de que esta
sublimación pueda encarnar algún ideal de totalización, hacer del sujeto un mero
cadáver, por el contrario nos alerta sobre el hecho de que no debe descuidarse el
alimento de la pulsión, ni el alimento del deseo.
73 Ibídem, pp. 151 y 152.
74 Ibídem, pp. 152 y 153.
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ALGUNOS FRAGMENTOS DE UN HISTORIAL CLÍNICO
Una joven de 21 años a la que a partir de ahora llamaremos Ana, me es derivada por una
colega, al poco tiempo me llama por teléfono y concretamos una entrevista.
Me encuentro con una joven bonita de aspecto saludable.
En una sesión me enteré de que había sido elegida como ganadora en un certamen de
belleza.
Le pregunto por los motivos que le han llevado a solicitar la entrevista, y me dice;
P- “Soy bulímica, hace dos años que voy a una institución para curarme de eso, pero no
lo consigo. También me siento muy insegura, no sé lo que quiero, estoy en el primer
año de medicina pero decidí que no voy a continuar, porque no sé si es eso lo que me
gusta, me pasa con todo incluso con la relación con mi novio, no sé si estoy enamorada
o no, si lo quiero o solo lo necesito para no estar sola.”
A- ¿Recuerda cuándo comenzó la bulimia?
P- “Los vómitos empezaron a los 16 años, a esa edad ya me sentía
gorda y fea, igual que ahora. Recuerdo que mi madre siempre estaba pendiente de mi
peso, de mi imagen, y yo me volví muy exigente no solo con eso sino con todo.
La paciente muestra un rechazo de su imagen, atribuyendo a las palabras de la madre
una exigencia desmedida de las cuales aún hoy no puede desprenderse, y que repite al
sentir que ese ideal materno jamás puede ser alcanzado por ella.
P-“Mi vida siempre estuvo llena de exigencias y de complacer a los demás, de pequeña
fui la preferida de mis padres y por ser la mayor, tenía que ocuparme de mis hermanos,
y hacerles cumplir todas las tareas, y si me contaban algún secreto, yo después se lo
contaba todo a mis padres.... ¿qué hija de puta que fui, no?, que hermana jodida y
sobretodo porque haciendo esto me sentía importante.”
A- ¿Importante?
P-“Sí, con poder, me gustaba dominarlos, que me obedecieran.”
La paciente repite en esta conducta (por identificación) la actitud de dominio de la
madre con ella y además como se confirmará más tarde el funcionamiento de un superyo
muy severo y cruel, que la obligará a concretar actitudes compulsivas-destructivas
con su propia persona y con los demás.
La compulsión de comer y vomitar se manifestará más tarde como ciega obediencia a
mandatos de los cuales no se puede sustraer, hallándose frente a ellos indefensa y sin
respuesta para oponerse o encontrar una salida diferente en momentos de mucha
angustia.
El comportamiento de control y dominio se puso de manifiesto en la relación
transferencial en actitudes en las cuales Ana me solicitaba permanentes cambios en los
días de las sesiones que ya habíamos acordado.
En la segunda entrevista la paciente me habla de su familia.
P- “Mi papá es un pobre tipo, mi mamá lo trata como una persona mayor, porque tiene
10 años más que ella, y lo que me da rabia es que él no se defienda.
A- Ana nos presenta a través de este breve relato y otras sesiones a un padre
desvalorizado por la madre por el cual solo siente compasión y pena, donde el poder y
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la autoridad es ostentado por ella, dejándola a la paciente inerme e indefensa ante la
actitud devoradora de la madre.
En una entrevista posterior Ana refiriéndose a la madre dice lo siguiente:
“Ella siempre quiere ser la más joven y la más bonita, se la pasa cuidando su cuerpo y
su imagen. Nunca sentí que tuve una madre, fue siempre como una amiga, y esto a ella
le gustaba e incluso siempre me pedía salir con mis amistades y ser una más.”
Esta relación de rivalidad de la madre con ella y viceversa, oculta un reclamo y una
queja por las carencias afectivas de protección maternal y amor que serán manifestadas
en muchas sesiones por Ana a través de intensos reproches dirigidos contra ella junto al
sentimiento de haber sido una niña abandonada y descuidada por alguien
extremadamente egoísta. Estas características de una madre con un narcisismo
exagerado, puede observarse casi siempre en el cuadro clínico de las bulimias. Posición
de la madre que al no aceptar la castración, no puede ofrecerle a la hija un modelo ideal
que le permita asumir su propia feminidad.
Otra entrevista: “Hay algo que me gustaría contarle y que tal vez sea importante para el
tratamiento. Yo no tuve relaciones sexuales hasta los 18 años, pero recuerdo un episodio
de los 6 años de cuando estaba en la casa de una amiguita y el hermano mayor me sacó
la braga y quiso penetrarme, pero no lo dejé y me fui corriendo para mi casa, pero no le
conté nada a mis padres, siempre me acuerdo de ese episodio me quedó como un
trauma”.
Ana construye de esta manera una fantasía de seducción que tendrá toda su importancia
en sus relaciones de pareja.
Esta fantasía de intento de violación hizo que la paciente al comienzo de sus relaciones
sexuales tuviera mucho temor a ser lastimada, y que se apartara de toda información
sobre la sexualidad que pudieran brindarle sus compañeras y amigas sosteniendo una
posición de ingenuidad y negación sobre esos temas. En los casos en donde se
manifiestan episodios bulímicos compulsivos, existen casi siempre trastornos en la
imagen corporal, y en la sexualidad.
Es como si estas personas no hubiesen alcanzado en su desarrollo una estabilidad yoica,
que en Ana se corresponde a la ausencia de un modelo maternal que impide la
identificación femenina, ligada al ideal del yo, y por otra parte una dificultad importante
en su sexualidad, que se manifiesta como indiferencia, producida por una carencia
ligada a la imagen, y lo que Freud llamaba la “organización genital”, su cuerpo se halla
en una experiencia disminuida del placer sexual, y se concentra en una satisfacción oral,
que obedece a una mezcla de placer y dolor al mismo tiempo.
Luego de estas entrevistas iniciamos el tratamiento con una frecuencia de tres veces por
semana Primera Sesión:
P-“Mis padres se enteraron que salgo con Gabriel (el novio actual) y no están de
acuerdo, no solo porque tiene más edad que yo, si no porque no trabaja y depende
económicamente de sus padres, pero a mí eso no me importa porque yo no pienso
casarme con él, yo no me veo en el futuro con él, la paso bien ahora y me gusta porque
me dice cosas lindas, y es muy cariñoso conmigo. Yo para él soy como una diosa y
siempre me dice que soy muy linda y muy inteligente, pero yo no me veo linda, me veo
fea gorda, a veces no sé de donde saca todas las cosas que me dice.”
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A- Parece que linda y diosa no te ves, pero inteligente sí.
Ana ha realizado una elección de objeto narcisista, cuya satisfacción no es amar sino ser
amada, reconocida, endiosada,(idealizada), no teniendo en cuenta al objeto amoroso y
estableciendo una relación de fragilidad con él expresada en sus permanentes dudas
acerca de sus sentimientos y la característica de transitoriedad, ”yo no me veo en el
futuro con él”.
Esta posición narcisista confirma la hipótesis según la cual el reproche de egoísmo hacia
la madre oculta y niega el propio.
Otra sesión, luego de unos meses: Llega agitada y se pone a llorar.
P-“No puedo dejar de vomitar, tengo miedo de no poder salir más de eso, estaba en casa
sola y de repente sentí el impulso de comer y me puse a comer todo lo que había y a
vomitar, no podía parar. Después a la noche me llamó Gabriel para verme, pero le dije
que no me sentía bien y me fui a dormir. Cuando estoy así no lo quiero ver por miedo a
que se dé cuenta de que estuve vomitando, siento que no tengo fuerzas para evitarlo, es
como si tuviera otra persona dentro de mí que me obliga a hacerlo, como si me lo
ordenara y yo no puedo hacer nada contra eso.”
A- ¿Cómo es eso de otra persona que te obliga a hacerlo?
P- Yo tengo algo escrito que no se lo mostré a nadie, sobre esa otra que también soy yo,
pero que es otra, jodida, malvada, que me tira todo abajo, que me dice que soy fea,
inútil, y que nunca voy a poder dejar de vomitar.” Se pone a llorar.
Ana viene a la siguiente sesión con el escrito que transcribo a continuación:
Soy yo
sí, esa.
La que te atormenta, te maltrata, te enloquece.
La que te ataca en cualquier momento, en cualquier parte.
Estés sola o acompañada, pasando un buen momento o uno malo.
Porque justamente de eso me encargo: de prolongar los malos momentos para que se
hagan insoportables e interminables, y de acortar los buenos para que no duren más que
un suspiro.
Te atosigo, te persigo, te ato.
No dejo que disfrutes porque esa es mi función: evitarte distracciones estúpidas para
que seas la persona que “todos desean que seas”.
Si. Cómo te explico?
Soy la que cada vez que usas la tarjeta de crédito, trae a tu mente la imagen de tus
hermanos que no reciben dinero.
La que, al viajar tu mamá a visitarte, te recuerda que seis personas quedaron sufriendo
su ausencia.
Normalmente me dedico a que dejes de pensar en vos misma...a que pienses en los
demás constantemente.
Y si en algún momento te obligo a enfocar tu persona, es solo destacando cada error,
cada cosa que no es como debiera.
39
Me dedico a llenarte la cabeza de dudas e incertidumbres, de pesares y lamentos.
No hay escape, no importa qué hagas, siempre encontraré un motivo para mejorarte,
para marcarte cada uno de tus errores, de tus defectos.
Me cansa esto de perfeccionarte, pero es mi deber. La rigidez y la firmeza son mis
aliados...y no hay tregua, siempre gano. Gano con cada duda, con cada reconocimiento
de un error, con cada escalón que se baja en la escalera de la autoestima.
El sufrimiento es la vía.
Tiene que doler.
Mi acción no tiene, en realidad un fin concreto...solo me alcanza con saber que no me
eres indiferente, que me sientes como una llaga, una espina, algo un poco molesto y
doloroso, de lo que no podes deshacerte.
Conmigo vas a sufrir.
Crees que vas a llegar a algo? seguí soñando, nena!
Acá ambas sabemos bien que para ti no hay futuro.
Tus acciones son inútiles, tus esfuerzos en vano, tu discurso aburrido.
Nadie jamás podrá verte sin sentir pena.
Y si te demuestran otra cosa, es porque buscan algo. Y no me refiero precisamente a tu
compañía, sino a tu cuerpo, tu oído, tu dinero, tu facilidad para el estudio.
Es que eres aprovechable...es fácil sacar provecho de ti, porque no tienes carácter, te
convencen de cualquier cosa. Tus deseos nunca son tenidos en cuenta...A quién le
interesa lo que tu quieres?
Lo importante es que sigas siendo así...domesticable.
Por ahora voy a seguir a tu lado, esa gente de la Institución no me asusta, tu novio
tampoco, ni siquiera un analista por más prestigioso que sea.
Nadie puede borrarme...desvanecerme. Me formé en ti hace mucho tiempo...ya ni
recuerdo y no vas a poder despegarte de mí.
Y acerca de la bulimia -uno de mis grandes éxitos- que estés comiendo bien por ahora
no significa nada.
Y Gabriel? El es molesto, pero no va a lograr nada con su discurso de padre postizo, o
con ponerse en el papel de analista...no puede hacerme daño.
Tú ya te abandonaste, te rendiste a mis pies hace mucho tiempo. Eres mi esclava y hago
contigo lo que quiero. Y lo que quiero es lastimarte para que aprendas.
Quiero estresarte, cansarte, de última: asesinarte.
Deja de luchar...deja de resistirte, no puedes herirme, porque soy la herida. No puedes
hacerme desaparecer porque yo soy quien te hace sentir que desapareces.
Ya está...tu eres yo.
En este escrito y en sesiones posteriores se ponen en evidencia los actos compulsivos de
la paciente como impulsiones del ello y mandatos del super-yo. En estas compulsiones
pueden observarse la acción repetida de comer y vomitar que en el lenguaje de la
pulsión oral se traduciría como “devorar-ser devorado”, situación esta última (la de ser
devorado) que no permite a la paciente establecer límites y diferenciarse del deseo de la
madre, y que la lleva a relacionarse de idéntica manera con los demás.
40
El escrito nos muestra un escenario en el cual la sujeto se halla sometida y sin recursos
frente al embate de un super-yo cruel e implacable cuyo objetivo es aniquilarla y Ana se
muestra sin defensa ante esta invasión pulsional que le impide sobreponerse a los
episodios bulímicos. Por otra parte este escrito le permite tomar distancia de esa otra
persona que la atormenta (super-Yo) y objetivarla mediante la escritura.
En una sesión posterior se puede observar un cambio de posición en Ana:
P-“Con Gabriel las cosas van muy mal, desde que comencé a decir las cosas que antes
me callaba y a ser yo misma y no la que quiere él, no lo soporta y como discutimos
mucho, me propuso que nos separemos por un tiempo...es un inmaduro no sabe lo que
quiere, pero no me puede pedir que yo sea como el quiere que sea, y que le diga a todo
que sí.
Si no tiene sueño a la noche yo me tengo que quedar con él y no me puedo ir a dormir
hasta que no se duerma, a la mañana tenemos que ir a la facultad y como no tiene ganas
me pide que nos quedemos juntos y no hacemos nada ninguno de los dos, y después se
queja de que yo estoy mucho con él, que no puede hacer sus cosas.
Me pone mal que cortemos, pero no puedo ser un títere de él.
Yo sé que me va a doler y lo voy a extrañar, pero lo voy a superar.”
Luego de este episodio Ana falta sin aviso a la sesión y me llama al día siguiente muy
angustiada diciéndome que tomó unas pastillas y se pasó todo un día durmiendo. Que
acababa de despertarse y quería venir a verme.
Llega muy mareada, con dificultades para mantenerse en pie. Le pregunto que pastillas
tomó y me dice que algunos tranquilizantes que no recuerda el nombre, que no sabe
como pudo hacer eso, pero que su intención no era matarse sino más bien desaparecer
por un día. Que se siente muy mal y que piensa que no va a seguir el tratamiento porque
no logra mejorar.
P-“Ayer tomé muchas pastillas, ahora estoy mejor, no sé como pude hacer algo así, pero
yo no me quería matar, no sé, tal vez fastidiar a mis padres, y también a Gabriel. Me dio
mucho odio que quisiera cortar la relación.
Además quería decirle que no voy a venir más, ya hace un año que estoy y no mejoro.
A- Le digo que ella quiere fastidiarnos a todos, porque se siente abandonada, y que ese
intento de suicidio que ella niega, está dirigido a los padres y a Gabriel, pero también a
la relación transferencial conmigo, en donde ella realiza activamente (abandonarme) lo
que vivió pasivamente.
P-Tal vez tenga razón, reconozco que cuando me enojo porque no hacen lo que yo
quiero soy muy jodida, empiezo a tener ideas y planes, para lastimar a las personas.
Me acuerdo que cuando era pequeña y mi papá me obligó a ir con ellos al campo donde
teníamos unos caballos y él nos enseñaba a cabalgar, como yo no quería acompañarlos y
me obligaron, me pasé todo el día encerrada en el coche sin salir y mis padres venían a
cada rato a ver como estaba y a ofrecerme comida y bebida y yo sabía que les estaba
amargando el día a todos, pero no me importaba, al contrario, me sentía bien haciendo
eso, en mi vida tengo muchos ejemplos de esas situaciones.
La semana pasada cuando me vinieron a visitar fuimos primero a un restaurante que a
mi me gustaba y a ellos no, y me llevaron a otro y para castigarlos por lo que habían
41
hecho, no comí nada y se la pasaron ofreciéndome comida todo el tiempo y yo
rechazándola.
A- Usted castiga a sus padres, rechazando la comida, porque en lugar de que ellos se
interesaran por su rabia, por su enojo, lo único que hacían era ofrecerle alimento y
bebida.
La tremenda angustia que le provoca la posible separación con Gabriel la llevan a
actuaciones (el intento de suicidio) que poseen un doble sentido; por una parte como
acting histérico, (dirigido a otros) pero al mismo tiempo son la expresión de una
necesidad imperiosa de desaparecer, de cancelar ese enorme vacío, con una actuación
diferente a la habitual de comer y vomitar.
Llegaron las vacaciones y a su regreso Ana retomó las sesiones con algunas resistencias
que se manifestaban en sus llegadas tarde. Reinició el tratamiento con intensos ataques
compulsivos de atracones de comida y vómitos, con una frecuencia de 3 a 6 veces por
día. Se sentía, aburrida, angustiada y sin objetivos ni tareas que cumplir, pero al mismo
tiempo no quería modificar nada para salir de esa situación. Las pocas veces que
lograba pasar el día con su pareja se olvidaba de vomitar y la compulsión desaparecía,
pero en su lugar, establecía una relación de excesiva dependencia y agobio con su
novio.
Sesión:
P-“Siento mucho odio con Gabriel porque dice que si está conmigo no puede estudiar,
pero no es verdad porque yo cuando estamos juntos y él tiene que estudiar me pongo a
leer otra cosa. Por otra parte siento que no quiero hacer nada.”
A-Parece que el odio que sientes es porque no puedes separarte de él, establecer alguna
distancia, diferenciarte y ocuparte de tus cosas.
Sesión, unas semanas después:
Me siento mejor, empecé a hacer cosas para mí, me anoté en la universidad y en un
curso sobre “estimulación temprana en la infancia”, salí un poco de la inercia de no
hacer nada, hasta conseguí un trabajo, bueno un trabajito, como una especie de
secretaria de la madre de Gabriel, le hago trámites y ella me va a pagar por hora.
También llegaron mis hermanos de afuera y me siento más acompañada.
42
Algunas reflexiones sobre el caso clínico
Ana sufre de un vacío afectivo y de una gran inseguridad en sí misma que la llevan en
situaciones críticas a la desesperación. En esos momentos de angustia se dispara una
conducta compulsiva ligada a la satisfacción oral como compensación de su falta de
amor. Cuanto más abandonada se siente mayor es la compulsividad a una devoración
sin límites. El objeto alimento trata de taponar la experiencia de una angustia
desorganizadora que se manifiesta frente a cualquier situación de soledad y de amenaza
de abandono, que lleva a la paciente a comer y vomitar. Las impulsiones bulímicas son
modos extremos y a-representativos, de su intento por evitar la angustia que le produce
el vacío y la soledad. Por otra parte ante el desamparo frente a la vivencia de abandono
de Gabriel, la paciente se identifica con un objeto rechazado y sin valor (como en la
melancolía) que la lleva al intento de suicidio.
La compulsión de repetición manifestada en los ataques bulímicos, nos muestra la
imposibilidad del yo de la paciente de establecer una defensa adecuada frente a esta
invasión pulsional, situación vivida repetidas veces en la relación con una madre
devoradora y cruel, frente a la cual el padre por estar muy enamorado de la madre de la
paciente, no la pudo ayudar a separarse, (él tampoco podía) a tomar una distancia
simbólica, que pudiera rescatarla de esa situación.
Con el paso del tiempo, y a través de las interpretaciones e intervenciones, realizadas
durante el tratamiento, Ana logró reducir considerablemente las demandas de atención
dirigidas al novio, al no vivir ya las separaciones como abandonos. Logró también
resolver los conflictos relacionados con sus estudios volviendo a su primera elección, la
de ser médico y pudo conseguir un trabajo que le permitió no depender
económicamente de la madre y reducir su relación de sometimiento, dejando de
castigarlos ante cualquier situación de frustración. Cabe destacar sin embargo que su
compulsividad bulímica continuaba en paralelo y solo fue reduciéndose poco a poco,
fue necesario un mayor tiempo de elaboración, o mejor dicho de re-elaboración, algo
que Freud señala como imprescindible en los tratamientos en los cuales las
compulsiones del Ello se manifiestan como resistencias a la cura.
Por otra parte los episodios bulímicos no cedían al mismo tiempo que las inhibiciones y
los síntomas, y la utilización de interpretaciones no eran suficientes para el tratamiento
de esa compulsión. Se impuso entonces en el trabajo analítico la necesidad de construir
escenas y fantasías (representaciones) alrededor de esa satisfacción pulsional muda,
dolorosa y placentera a la vez, para lograr establecer un marco fantasmático a esa
satisfacción desamarrada de toda representación. Cabe señalar que estos casos presentan
en sus manifestaciones bulímicas un recorrido del circuito pulsional sin fantasma, en el
cual el sujeto solo es ese recorrido y nada más.
Casi al final del tratamiento, Ana logró reducir considerablemente su compulsión
bulímica y solo alguna que otra vez se siente atraída por impulsos de comer y vomitar,
pero puede atravesar esos episodios de angustia sin volver a recaer en esas situaciones
compulsivas. De todas formas debo agregar a modo de conclusión que en todo
tratamiento psicoanalítico nos enfrentamos al final con algo incurable e irreductible y
que en el caso de Ana, las compulsiones bulímicas no desaparecieron totalmente, quedó
un resto, en verdad mínimo, con el cual se acostumbró a convivir.
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CONCLUSIONES
Este trabajo intenta reflejar las relaciones del síntoma con el Super-yo, el Ello, la
realidad, y fundamentalmente con el concepto y la vivencia de castración, ya que para
Freud, los síntomas son defensas frente a la misma. Asimismo he tratado de abrir
cuestiones y preguntas alrededor de la satisfacción implicada en el síntoma, y de sus
consecuencias adversas para el bienestar del sujeto. He realizado un recorrido por el
concepto de compulsión de repetición ligado al síntoma, porque su comprensión nos
puede brindar una importante ayuda en el momento de tratar con lo que hemos llamado
en este trabajo las patologías del acto, que se hallan caracterizadas por impulsiones que
se encuentran por fuera o en el borde mismo de las representaciones, tal como he tratado
de ejemplificar a través del caso clínico presentado.
Por otra parte he tratado de desarrollar la situación paradojal de que el síntoma encierre
en sí mismo y a la vez, satisfacción y sufrimiento, proponiéndolo como sus dos facetas,
una conciente y la otra inconciente.
Me propuse también resaltar el concepto de repetición, no solo relacionado con el
síntoma, sino también con el deseo, las elecciones de objeto, las series psíquicas de la
vida amorosa, los clisés, etc., para mostrar lo importante de tener en cuenta este
funcionamiento principal del inconciente en toda escucha analítica.
Consideré a través de este trabajo el beneficio secundario del síntoma como ganancia de
un placer que se opone a la cura y del cual dice Freud que en algunos casos es imposible
de vencer mediante el tratamiento psicoanalítico.
Por último siguiendo las observaciones que realiza Freud en Inhibición, síntoma y
angustia y otros textos he intentado desarrollar la problemática que se inscribe al
diferenciar el aspecto económico de la satisfacción del síntoma y su parte semántica, es
decir la parte de la significación, su sentido oculto, y en cuanto a la economía de esa
satisfacción, destacar lo paradojal de la misma de ese encuentro, de esa amalgama, entre
el displacer y el placer, de ese encuentro de la satisfacción en el dolor y el sufrimiento,
señalada por Freud en el sadismo y el masoquismo.
Por último me ha parecido conveniente elegir el camino de la investigación del síntoma
porque a mi entender su tratamiento, como formación del inconciente, ocupa un lugar
preferencial y decisivo en todo proceso de la cura.
Daniel Hugo Ustarroz
Madrid, 29 de noviembre de 2006.
BIBLIOGRAFÍA
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. I.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. XIV.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. XVIII.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. XIX.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. XX.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. XXI.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. XXII.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. XXIII.
Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu Editores, T. TXVIII.
44
Freud, Sigmund, Obras Completas, Volúmen III, Editorial Biblioteca Nueva
Madrid, 1968.
Lacan, Jaques, Seminario XI, Barral Editores, 1977.
Kierkegaard, Soren, In vino veritas la repetición, Ediciones Guadarrama,
Madrid, 1976.
La noción de síntoma en la Teoría Psicoanalítica
Comencemos esta investigación por una pregunta inicial ¿Qué es un síntoma? En su
obra Inhibición, síntoma y angustia75 el síntoma es definido por Freud como la
satisfacción sustitutiva de una pulsión reprimida, en este trabajo ya no se trata solo del
deseo reprimido puesto en juego en el síntoma, sino, que interviene la pulsión, concepto
que toma una gran relevancia en la clínica Freudiana a partir del Más Allá del Principio
de Placer, dicha satisfacción no es conciente para el paciente y en la consulta analítica
permanece oculta bajo el aspecto manifiesto doloroso del síntoma, reflejando una
satisfacción que trasgrede los límites impuestos por el principio placer displacer. Freud
nos presenta a partir del más allá una economía libidinal en la cual placer y dolor se
confunden, tal como Freud lo describe en “El problema económico del masoquismo”76
la posibilidad de obtener placer en el dolor.
La satisfacción oculta del síntoma se presenta como paradojal ya que se trata de un
placer obtenido a través del sufrimiento y de impedimentos que hacen dolorosa la vida
cotidiana, algo que Freud describe como la inutilidad del síntoma, en el sentido de que
se trata de actos perjudiciales para la vida.
La satisfacción masoquista del síntoma continúa y extiende lo investigado por Freud en
su texto se encuentra desarrollada en el texto de Freud titulado “Pegan a un niño”77 en el
cual Freud descubre el fantasma masoquista que sostiene al síntoma como satisfacción
autista de la masturbación.
Este texto está dedicado a la investigación de las perversiones sexuales, se trata de un
síntoma sostenido por una representación-fantasía que puede aparecer también en el
tratamiento de la histeria y la obsesión, pero luego lo extiende como hecho estructural
de la sexualidad nombrándolo como “suceso típico”.
Para Freud la fantasía de pegan a un niño que sostiene al síntoma recorre tres fases o
también podríamos decir tres tiempos.
El primer tiempo corresponde a una época muy temprana de la infancia, en tal estado de
indeterminación, que no aparecen recuerdos. En este primer tiempo el niño golpeado
nunca es el sujeto que fantasea y tampoco puede determinarse el sexo del golpeador ni
del niño azotado. Solo se sabe que la persona que ejecuta el castigo es un adulto, luego
la primera torsión de esta fantasía se manifiesta como “El padre pega al niño”.
En el segundo tiempo la persona que pega no varía (el padre sigue en su lugar) pero el
niño azotado es ahora el propio fantaseador y Freud señala que en ese momento la
fantasía se ha teñido de un gran placer, es decir, que por apres-coup, esta fantasía se ha
libidinizado en un sentido masoquista, es decir que la pulsión ha capturado al sujeto
articulándose a la siguiente gramática; “Yo soy azotado por el padre” y Freud pone en
75 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XX.
76 Freud, S., op. cit., Tomo XIX.
77 Freud, S., op. cit., Tomo XVII.

45
duda la existencia real de esta situación: “En ningún caso es recordada, nunca ha
llegado a devenir conciente. Se trata de una construcción del análisis, más no por ello es
menos necesaria.”78
El tercer tiempo se aproxima nuevamente a la primera fase. La persona que pega ya no
es el padre sino un sustituto, o vuelve a quedar indeterminada- y el sitio del sujeto en
cuestión ocupa ahora una posición tercera, al decir lo siguiente; “probablemente yo
estoy mirando”, esta acotación agrega el recorrido y la satisfacción de la pulsión
escópica bajo la modalidad del voyeurismo.
Finalmente Freud encuentra los nexos de las tres fases y lo describe de la siguiente
forma: “La fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa inequívocamente
sexual, y como tal procura la satisfacción onanista. Pero he ahí lo enigmático: ¿Por qué
camino esta fantasía sádica en lo sucesivo, de unos varoncitos desconocidos y ajenos
que son azotados se ha convertido en patrimonio duradero de la aspiración libidinosa de
la niña pequeña?”79 Luego de esta pregunta Freud señala el acontecer edípico; fijación
tierna al padre, rivalidad con la madre, pero agrega “una actitud que subsiste junto a una
corriente de dependencia tierna”…”Ahora bien la fantasía de paliza no se anuda a la
relación con la madre”80 en este punto Freud aporta una significación al hecho de ser
azotado; destitución del amor y humillación; mi padre me ama solo a mí. Así esta
fantasía es la consecuencia y el efecto de los celos y la posesividad, pero Freud agrega
que aún no se la puede calificar de puramente sexual y citando la profecía que las brujas
comunican a Banquo en Macbeth, dice lo siguiente: “No indudablemente sexual, no
sádico tampoco, pero sí el material desde el cual ambas cosas están destinadas a nacer
después.”81 Freud se pregunta por la economía de esa satisfacción y en qué tiempo
acontece, y en la medida en que esta fantasía es la base de la masturbación debe ubicarla
en la fase fálica. Posteriormente introduce en dicha situación la conciencia de culpa, con
lo cual el contenido de la fantasía se invierte y se transforma de “El padre solo me ama a
mí” a “No, no te ama a ti, pues te pega”…”Por lo que yo sé, siempre es así: en todos los
casos es la conciencia de culpa el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo”.82
Luego Freud agrega a estos casos aquéllos que se producen por regresión libidinal,
aquéllos que retornan hacia la organización pre-genital sádico anal, como una defensa
frente a mociones eróticas femeninas (en el caso del varón) hacia el padre, y la
expresión el padre me ama, por medio de la regresión se transforma en el padre me
pega. “Este ser-azotado es ahora una conjunción de conciencia de culpa y erotismo; no
es solo el castigo por la referencia genital prohibida, sino también su sustituto regresivo,
y a partir de esta última fuente recibe la excitación libidinosa que desde ese momento se
le adherirá y hallará descarga en actos onanistas”83.
Freud vuelve a retomar la fantasía de la fase intermedia, para aclarar que solo ésta
permanece inconciente y establece su formación por procesos de represión y regresión
del deseo incestuoso de ser amado por el padre. Al referirse a los casos masculinos por
él analizados de esta fantasía infantil de paliza, agrega, y considero que este es un dato
78 Ibídem, p. 183.
79 Ibídem.
80 Ibídem, p. 184.
81 Ibídem, pp. 184 y 185.
82 Ibídem, p. 186.
83 Ibídem.
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importante para la clínica, que los mismos siempre se presentaban acompañados de
serios deterioros de la actividad sexual y no como algo aislado.
En este artículo Freud adelanta la conexión del masoquismo con la posición femenina,
pero que a mi entender podemos pensar como independiente del sexo del cual se trate,
con lo cual podríamos rebatir la crítica que se le ha podido hacer a Freud en relación a
identificar el masoquismo femenino con la mujer, ya que lo señala también en varones,
y de hecho su trabajo sobre “El problema económico del masoquismo, comienza con el
ejemplo clínico de un varón, cuestión que nos permite aclarar que el término fuerte y de
estructura es la posición y no el sexo que la ocupe. Para ambos, niño o niña, la fantasía
mencionada es el hacerse azotar por el padre.
Como satisfacción masoquista, el síntoma se realiza también a instancias de la moral
(especialmente en las obsesiones) a través de un S-Yo cruel que impone castigos
insensatos y que Freud en “Inhibición, síntoma y angustia”84 señala como una de las
defensas más importantes que se oponen a la cura en el proceso analítico ya que las
prohibiciones y mandatos se transforman en satisfacciones sustitutivas que el paciente
se resiste a abandonar.
En la satisfacción del síntoma por el lado de la significación lo paradojal es la
realización de dos sentidos contrapuestos al mismo tiempo, ya que los síntomas son
actos perjudiciales e inútiles para la vida, pero al mismo tiempo dan satisfacción, se
trata de un sufrimiento erotizado difícil de comprender a través del sentido común el
cual razona como el principio de realidad lo indica, que el sufrimiento y el dolor no
pueden causar ningún placer, pero Freud resuelve esta cuestión primero diferenciando
las instancias, es decir, lo que resulta placentero para un sistema (inconciente) no lo es
para otro (conciente), pero luego una vez descubierta la pulsión de muerte la solución
resulta de las mezclas y desmezclas de pulsión, y este placer del síntoma, hace que en el
tratamiento analítico el paciente se resista inconcientemente a desprenderse de esa
satisfacción, y se produzcan las resistencias que entorpecen y obstaculizan el proceso de
la cura y que pueden manifestarse en la resistencia de transferencia.
En un principio Freud como dijimos intenta resolver este interrogante oponiendo los
sistemas, pero esta ecuación no le satisface ya que al hacerlo continúan disjuntos y
separados, sin relación entre sí, lo placentero y lo displacentero, en una economía
libidinal que está aún regida por la soberanía del principio homeostático, que será
cuestionado en su trabajo del Más allá del principio de placer, por el descubrimiento de
la pulsión de muerte ligada a una satisfacción en exceso. Freud tomó conocimiento de
ella a través de las manifestaciones clínicas tales como “la reacción terapéutica
negativa”, “las fijaciones”, “las compulsiones” etc. y todas las conductas que se oponen
a la curación. Más allá de ese principio de placer que brindaría al aparato psíquico un
estado de equilibrio, descubre la acción de tendencias que serían más originarias y cuya
satisfacción estaría en oposición al mismo. Estas tendencias se manifiestan a través de
una compulsión de repetición de vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna
de placer y que tampoco en el momento en que se produjeron la tuvieron. Freud se
refiere allí a las neurosis traumáticas, como la necesidad compulsiva de repetir
situaciones dolorosas. Al investigar dichas neurosis Freud se ve llevado a admitir una
categoría de sueños que ya no pueden apreciarse como cumplimiento de deseo, sino que
obedecerían a la compulsión de repetición de traumas psíquicos de la infancia.
84 Freud, S., op. cit., Tomo XX.
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Esta situación Freud la ubica en un tiempo anterior al establecimiento del principio
placer-displacer, y es por ello que se pregunta sobre el modo en que se entrama lo
pulsional con la compulsión de repetición, y descubre que el funcionamiento pulsional
se realiza a través de la inercia de volver a un estado anterior, pero no como se pudo
creer, a un estado anterior fisiológico, sino a un estado anterior de satisfacción que
debería haber sido rectificado o sublimado y aparece ahora a través de la transferencia y
de los síntomas. Lo que la pulsión persigue es la repetición de una vivencia primaria de
satisfacción, pero como no puede hacerlo porque esto provocaría un conflicto con la
realidad, se producen satisfacciones sustitutivas tales como los síntomas.
Volvamos ahora a la pregunta inicial; ¿Qué es un síntoma?
En la conferencia XVII, “El sentido de los síntomas” y en la XXIII “Los caminos de la
formación de síntoma”85 el síntoma es el efecto de una represión establecida sobre una
representación censurada por la conciencia dentro del marco de la primera tópica
constituida por las instancias Inc-Prec.-Cc-, es decir desde un sistema dinámico. Esta
concepción se ve modificada por la introducción de la segunda tópica Yo-Ello-Super
yo, en donde el síntoma se presenta como un conflicto entre instancias y ello dio lugar a
que algunas corrientes psicoanalíticas creyeran adecuado a partir de allí trabajar la
solución del síntoma como el reforzamiento del Yo y descuidaron la interpretación del
inconciente y la máxima freudiana respecto de la cura; “Allí donde Ello era el Yo debe
advenir”. De seguir correctamente el pensamiento de Freud ambas tópicas no deben ser
separadas, ni privilegiar una sobre la otra, sino por el contrario, ambas deben ser unidas
y solapadas.
En la conferencia XVII Freud nos describe el tratamiento de dos casos y en el primero
de ellos, (una dama de 30 años y su primer noche de bodas) nos brinda un hermoso
ejemplo de un síntoma por identificación, identificación que podemos llamar histérica
en relación a lo que dice Freud; “la paciente se identifica con su marido, en verdad
representa su papel…”86. Cabe destacar que en este ejemplo lo mismo que en el caso
Dora se trata de una mujer relacionada con un hombre que sufre de impotencia, con lo
cual se refuerza más el diagnóstico de histeria de esta paciente, a pesar de que Freud lo
cite como ejemplo de neurosis obsesiva. Pero esto no debe de sorprendernos si nos
atenemos al concepto freudiano de neurosis mixtas, o bien en términos más modernos,
lo que significaría una estructura histérica con montajes obsesivos. Esta concepción nos
permite pensar por ejemplo montajes homosexuales en una obsesión sin que por ello el
paciente sea homosexual o montajes delirantes en una histeria sin que por ello estemos
frente a una psicosis. Por eso es importante en todo intento de diagnóstico clínico saber
diferenciar lo que pertenece a la estructura y al montaje. En cuanto al sentido último de
los síntomas en todos los casos para Freud siempre es sexual, a pesar de sus múltiples
disfraces y desplazamientos.
Si volvemos ahora la mirada sobre la producción del síntoma, observamos que Freud
recorre dos caminos; por un lado la represión y defensa contra las fijaciones pulsionales
que buscan siempre una satisfacción en exceso, antieconómica y que no tiene nada que
ver con el bienestar del sujeto, y por el otro, todo lo que se presenta como el
atravesamiento del complejo de Edipo, esa estructura normativizante-neurotizante, que
permite el ingreso en la cultura mediante la ley del incesto y la diferencia de sexos. En
85 Freud, S., op.cit., Tomo XVI.
86 Ibídem, p. 239.
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dicha estructura, destacan el funcionamiento de las identificaciones, las elecciones de
objeto, el ideal del Yo, el S-yo, etc. y fundamentalmente un concepto fundante y
operador para las neurosis que es la castración. Los síntomas como sostendrá Freud
hasta el final son defensas contra la angustia de castración y sus resultados se reflejarán
en las afecciones neuróticas tales como la histeria, la obsesión y la perversión.
Por el contrario en la psicosis no encontramos síntomas sino fenómenos delirantes y
alucinaciones, y esto en razón de que la característica principal de un síntoma es la
repetición, situación que se ve fallida o nula en los casos de psicosis. Decir que el
síntoma es repetición, equivale a decir que el ser humano tropieza dos veces y más con
la misma piedra, o tal vez habría que decir con la misma roca. Para que exista la
repetición es necesario que la castración se haya constituido, única posibilidad para que
se formalice ese nudo paradojal y enigmático que llamamos síntoma. Sin síntoma no
hay neurosis, ni posibilidad de análisis tal como lo entiende Freud. En el trabajo
analítico sobre el síntoma solicitamos al paciente la asociación libre y la tarea del
analista será la de detectar las repeticiones inconcientes que sostienen los síntomas, las
palabras que poseen una insistencia en el discurso, el descubrimiento de un rasgo
común del objeto de las elecciones amorosas del paciente, tal como señala Freud que la
vida erótica de ciertos sujetos varones, solo se realiza con mujeres que están casadas o
aquéllas de reputación dudosa que hacen arder de celos al amante, y que desaparecida
esa condición dejan de ser atractivas.
Freud aconseja también prestar especial atención en el tratamiento analítico de ciertas
mujeres, (y esto puede extenderse a todas) a sus relaciones amorosas, ya que el
impedimento de lograr establecer otra relación, luego de alguna pérdida o separación,
puede deberse a las identificaciones que se realizaron con el objeto amado-perdido, y a
su idealización inconciente que no permite la sustitución. Ya que cualquier otra elección
no estaría nunca en condiciones de superar dicha pérdida.
En la conferencia XXIII sobre “Los caminos de la formación de síntoma”, el síntoma se
ubica como ajeno al Yo, como un extranjero con el cual el yo no desea relacionarse, y
para ello lo mantiene en una condición de aislamiento a través de la represión. Como un
“cuerpo extraño”, que se hallaría en condiciones de extraterritorialidad.
Por el contrario en Inhibición Síntoma y Angustia87 el síntoma es asimilado por el yo,
pasa a ser incorporado por identificación, hay una identificación del yo al síntoma, que
nos permite y nos habilita a pensar en un yo-sintoma. Esta incorporación del síntoma al
yo se realiza por razones económicas, por ahorro de energía. Freud comprueba que el
proceso de represión no se cumple de una sola vez que por el contrario se trata de un
esfuerzo constante que el yo debe realizar (la permanente vigilancia yoica del obsesivo
es un ejemplo de ello) para mantener en silencio y aisladas las representaciones
reprimidas, y para que no entren en contacto e intercambio con las demás. Esta situación
de permanente esfuerzo empobrece al yo en su caudal de energía que necesita para
enfrentar la realidad, y es lo que podemos observar en el proceso analítico cuando
comienzan a suprimirse represiones y el paciente comienza a sentirse mejor porque
dispone de más fuerzas y recursos para obtener los logros que se propone.
En la formación de síntoma interviene por un lado un elemento lingüístico, aquél que
permite que el síntoma sea un mensaje a descifrar, un jeroglífico, y por otra parte una
87 Freud, S., op.cit., Tomo XX.
49
satisfacción libidinal que como ya dijimos es paradojal en tanto se trata de una
satisfacción dolorosa y placentera a la vez, de esto se trata cuando Freud descubre que
ciertos pacientes obtienen una satisfacción que podríamos llamar moral y que está
comandada por el super-yo, al abandonarse a una necesidad de castigo inconciente y
encontrar alivio para sus culpas en la ruina y el fracaso. El conocimiento de estos
fenómenos clínicos permiten a Freud adentrarse en “El problema económico del
masoquismo”, ya en el comienzo de esta obra toma como referencia el punto de vista
económico, su preocupación podríamos decir no es ya el destino de las representaciones
reprimidas sino el quantum de energía y los procesos que llevan a sentir placer en el
displacer, manifestaciones de tendencias antieconómicas que no se encuentran al
servicio de obtener el bienestar de la persona y su estabilidad, sino que por el contrario
parecen funcionar en su contra, Freud describe de la siguiente forma esta nueva
economía libidinal: “El principio de Nirvana expresa la tendencia de la pulsión de
muerte, el principio de placer subroga la exigencia de la libido, y su modificación, el
principio de realidad, el influjo del mundo exterior”88.
En esta obra Freud distingue tres clases de masoquismo; el erógeno (base de los otros
dos), el femenino y el moral, siendo el fundamento de los tres el primero, es decir, “el
placer de recibir dolor”. Para Freud el masoquista desea ser tratado como un niño
pequeño, desvalido y dependiente, pero sobretodo díscolo. La posición femenina de
estos varones sería la siguiente; “ser castrado, ser poseído sexualmente o parir”. Estas
descripciones de Freud pueden ser cuestionadas en una época que se caracteriza por la
liberación femenina, pero detengámonos por un instante en estas significaciones; ser
castrado equivaldría a no tener pene, perder la condición masculina. Hace muchos años
lo relató en sesión un paciente al confesarme una fantasía íntima en la cual se
transformaba en una mujer que era económicamente sostenida por un hombre y que de
esta manera aliviaba la angustia que lo había perseguido desde su juventud de no ser
capaz de afrontar los gastos económicos de una pareja o familia, y por ello prefería ser
una mujer casada con un hombre adinerado. Este paciente era hijo de un padre que le
había contado hacía muchos años la siguiente historia; siendo muy joven a los 19 años
había conocido a la que sería su esposa, una muchacha de 16 años hija de inmigrantes
italianos del sur, que al enterarse de que su hija estaba saliendo desde hacía unos meses
con el joven, amenazaron y obligaron a este a desposarla. El padre relata que estaba
enamorado de esta joven y no veía inconveniente en tomarla por esposa, salvo por una
cuestión; la del dinero, ya que se sentía incapaz de poder sostener económicamente a
una pareja y mucho más si llegaban a tener hijos. A su vez el padre de esta persona (el
abuelo del paciente) había fallecido cuando su hijo contaba apenas con cinco años, y la
madre tuvo que conseguir un empleo rápidamente para hacer frente a la crianza de 6
hijos, los cuales se vieron también obligados a trabajar a edades muy tempranas.
En cuanto a la fantasía de ser poseído sexualmente, es innegable que Freud aquí está
pensando en los polos masculino-femenino en función de la actividad-pasividad, pero
sabemos que para él, y lo aclaró en sus obras innumerables veces, esta ecuación no
resolvía la diferencia de los sexos.
No debemos olvidar que para Freud no existía pulsión pasiva, sino de metas pasivas, y
además señala el hecho clínicamente comprobado de que se necesita mucha actividad
para llegar a sostener una pasividad. Otro camino que podríamos tomar es el de la
88 Freud, S., op. cit., Tomo XIX, p. 166.
50
receptividad femenina en el acto sexual, y además porque Freud al referirse al amor
entre los sexos, coloca a la mujer en una posición preferencial del ser amada, y en
cuanto a la sexualidad solo deja para el varón en el juego amoroso el fenómeno de la
hiperestimación sexual, es decir que la mujer para el hombre posee condición de fetiche,
su cuerpo es fetiche, como lo fue para el niño el cuerpo de su madre en el momento de
asumir su castración. Freud descubre que la problemática femenina va por otro lado,
fundamentalmente por el lado del amor, y por eso cuando Freud describe el complejo de
castración en la mujer se da cuenta de que no puede hablar de amenaza de castración
peneana, pero sí de una amenaza que concierne a la pérdida del amor.
Es en esta dirección que puede sostenerse que en todo tratamiento psicoanalítico
femenino deben escucharse las resonancias y secuelas de la insatisfacción de la
demanda de amor.
¿Qué desea una mujer? Muchas cosas y la mayoría de las veces muy enigmáticas, pero
sobretodo ser amada y deseada. Hace muy poco tiempo se estrenó en los cines una
película titulada A Good Women, cuyo guión reproducía muchos de los escritos y citas
de la obra de Oscar Wilde. En la misma, estaban representadas tres generaciones de
hombres (jóvenes, maduros, y ancianos) que en sus reuniones se dedicaban a dialogar
sobre la pareja y la familia. En uno de estos diálogos el tema principal versaba sobre la
mujer. Los jóvenes con signos de mucha preocupación, un tanto inquietos y angustiados
se preguntaban sobre que querían las mujeres, a lo cual los hombres maduros,
recurriendo a su experiencia respondían que ellas deseaban ser comprendidas y
escuchadas. Los ancianos, los veteranos de guerra, permanecían en silencio y tras una
breve pausa respondieron lo siguiente; lo que más desean las mujeres es ser amadas.
Por otra parte todos sabemos por experiencia que debe de producirse un intercambio de
posiciones para que el juego amoroso continúe, el amado debe pasar a ser amante y
viceversa, sin embargo y a pesar de ello, la mujer necesita de ese reconocimiento
amoroso, de esa atención, que cuando desaparece, produce infidelidad o abandono. Uno
de los preceptos más reconocidos para conservar al ser amado junto a nosotros es el
siguiente; jamás la dejes mucho tiempo sola. Pero esto también es verdadero para
cualquier relación de amor ya que en última instancia se trata de la presencia del otro.
En cuanto a la última posición, la de tener un hijo, es algo que puede escucharse en la
consulta de boca de algunos varones que sin ser homosexuales alimentan la fantasía de
procreación, se trata de una fuerte envidia y el deseo de atravesar esa experiencia que
solo estaría reservada a las mujeres, es decir tener un falo en el interior del cuerpo, en
definitiva un varón transformado en una madre fálica en el acto de parir.
La cuestión radica en que en las situaciones mencionadas como femeninas se hallaría
placer en el dolor, pero la situación no se resuelve sino tenemos claro a que llamamos
femenino. Para referirnos a alguien a quien preocupó esta cuestión (J. Lacan) y la llevó
bastante lejos, para él, la mujer “no toda es”, ni del lado del goce femenino, ni en su
articulación falo-castración, hecho que Freud manifestó al resistirse a nombrar el Edipo
femenino como Electra, en el sentido de que no podía despejar el complejo de Edipo de
la mujer ni por similitud ni por oposición al del varón.
Por lo tanto nos es de utilidad para esta cuestión, diferenciar o más bien señalar que la
mujer no recubre todo el espectro de lo llamado femenino, y que para ella también lo
femenino es un enigma, y rescatar el concepto de posición que puede ser ocupado en los
casos de masoquismo femenino tanto por el varón como por la mujer.
51
En cuanto al masoquismo erógeno, el placer de recibir dolor, Freud lo deduce de la
tendencia del aparato psiquico a libidinizar, catextizar toda situación por más dolorosa y
displacentera que haya sido, prueba de ello, es el famoso síndrome de Estocolmo, en el
cual, (lo hemos visto en la época de la represión en Argentina) la torturada termina
enamorándose del torturador, casándose con él y formando una familia. Estos hechos
paradojales no hacen más que confirmar, la tendencia masoquista de lo humano, (a
distintos niveles por supuesto) que ha permitido a Freud descubrir una tendencia en el
individuo que funciona en contra de su bienestar y que atenta contra sí mismo.
Existe una hipótesis del mismo Freud sobre el masoquismo erógeno primario, que se
generaría en dos tiempos. En un primer momento el niño intentaría con todos sus
medios de controlar y dominar sus movimientos corporales faltos de coordinación y
finalidad, pasado un tiempo se agregaría a esta acción a este ejercicio de dominio y
control sobre sí mismo una satisfacción libidinal que arrojaría un saldo, un resto, que
encontraría placer en el dolor, más allá de la función orgánica.
Si ahora volvemos nuestra mirada sobre el masoquismo moral, comprobamos que la
moral misma se transforma en objeto de goce, y a través de ella el paciente se castiga de
manera severa y cruel. Como analistas estamos acostumbrados a escuchar en las
manifestaciones obsesivas las exigencias exageradas de una moral implacable, que en la
mayoría de los casos no hace más que ocultar intensos impulsos perversos, esta actitud
posee una relación directa con las llamadas formaciones reactivas, las cuales ocupan un
lugar relevante en los síntomas obsesivos. Finalmente Freud describe la conducta del
masoquista; “trabajar en contra de su propio beneficio, destruir las perspectivas que se
le abren en el mundo real y, eventualmente, aniquilar su propia existencia real”89.
La función de la angustia en la producción del síntoma
El capítulo V de Inhibición, síntoma y angustia de Freud, comienza con la exposición
del caso Juanito y el tratamiento está orientado a través de las siguientes preguntas:
“¿cuál es ahí el síntoma: el desarrollo de la angustia, la elección del objeto de la
angustia?” “¿Dónde está la satisfacción que él se deniega? ¿Por qué tiene que
denegársela?” 90.
En el camino de su desarrollo Freud va encontrando las respuestas a estos interrogantes,
hasta que tropieza con un serio obstáculo, el de la angustia. Descubre que la represión
no cancela la angustia, que la angustia como afecto no es reprimible, que solo se
desplaza, transcurre. En esta obra, Freud asienta su última teoría de la angustia a la que
llamará metapsicológica por oposición a la concepción fenomenológica que ya había
presentado en escritos anteriores, en esta última teoría no es la represión la que genera
angustia sino que la angustia llama a la represión; “Aquí la angustia crea a la represión y
no-como yo opinaba antes-la represión a la angustia”91.
Freud dice que la angustia es algo sentido, a lo cual llamamos afecto, pero
inmediatamente aclara que no sabemos aún que es el afecto, y por lo tanto para
continuar investigando a la angustia se nos impone la siguiente pregunta ¿qué es el
afecto?
89 Freud,S., op.cit., Tomo XIX, p. 175.
90 Freud,S., op.cit., Tomo XX, p. 97.
91 Ibídem, p. 104.

52
En el Seminario X “La angustia” de J. Lacan, ésta también es considerada como un
afecto, y realiza a través del mismo todo un esfuerzo por diferenciarla de la emoción, ya
que el afecto no es el ser dado en su inmediatez, ni tampoco lo que turba o emociona.
La emoción tiene un nivel reflexivo, de constitución del Yo, el que se emociona siente
un Yo, la emoción va acompañada de señales de tipo fisiológico, el sujeto se pone
colorado, se encrespa, se altera su ritmo cardíaco etc. mientras que en los estados de
angustia esto no aparece, o al menos dichos estados no remiten a signos inequívocos. La
emoción tiene un “ante qué” muy preciso y una estructura intencional, por el contrario
en la angustia la evidencia fisiológica es equívoca, y no hay un “ante qué”. La mayoría
de las veces el sujeto no sabe porqué está angustiado, y a veces ésta se puede presentar
en los momentos de máxima realización de la persona. La angustia también mantiene
una relación con la pulsión y el deseo, y el considerarla como un afecto redefine el
ámbito de la clínica psicoanalítica, porque no hay un “ante qué” ni está en relación con
el Ideal, ya que puede aparecer en los momentos en que el sujeto se siente colmado, en
la angustia a diferencia de la emoción en donde aparecen representaciones de lo que me
pasa, más o menos justas, más o menos ciertas, frente a la angustia aparece el “no sé”.
Al afecto le pasa entonces lo mismo que a la angustia, no tiene objeto de referencia, no
es del orden de “estoy emocionado por esa mujer, por ese hombre, por esa casa o ese
coche que me compré, en la angustia no aparece un objeto de referencia, y cuando
aparece es un objeto que es nada, es causa y no lo puedo capturar, realizar, en el campo
de las representaciones. En la angustia se produce un proceso de des-realizaciones, y lo
que fundamentalmente se desrealiza es el sentido único. La angustia pertenece al campo
del ser y no del tener, del poseer. Y es por eso (el estar fuera o aislado del campo
representacional) que al afecto no se lo puede reprimir (tal como decía Freud) pues
cualquier intento de represión lo transforma en otra cosa. El afecto transcurre, se
desplaza, pero no puede ser reprimido, porque la represión afecta solo a las
representaciones.
Para precisar mejor la noción de afecto debemos recurrir al pensamiento del filósofo
Espinosa, que desarrolla en su “Ética”, allí la interrogación sobre el afecto está
desarrollada en los llamados “escolios”, que son las notas marginales que configuran
como un texto dentro de otro que se llama Ética. Hasta Espinosa el afecto estaba
pensado como algo a-temporal, a-histórico, y es recién a partir de su pensamiento que
aparece una temporalización del afecto. El afecto en su elaboración, es lo transitivo, lo
que transcurre, lo que está caído del campo de la representación. No es representativo ni
indicativo, va a la deriva, se trata de un concepto relacional que tiene que ver con el
cuerpo, y la manera de afectar y ser afectado por otros cuerpos. El afecto aparece en este
pensador como algo que media (como la angustia) y está ligado a una satisfacción. Su
famosa frase “nadie sabe lo que puede un cuerpo” está referida a que nadie sabe con
anticipación adonde lo puede llevar un cuerpo, a qué situaciones, a qué estados, porque
la afección juega por el lado de la no-representación, por el lado del transcurrir
temporal. Esta manera de situar al afecto en relación a la angustia, nos permite pensar al
cuerpo en una dimensión más allá de las representaciones y fuertemente ligado a la
satisfacción.
En su obra Inhibición, síntoma y angustia, capítulo VII, Freud extiende el campo de la
castración y relaciona a la angustia con situaciones de pérdida y separación; “La
castración se vuelve por así decir representable por medio de la experiencia cotidiana de
53
la separación respecto del contenido de los intestinos y la pérdida del pecho materno
vivenciada a raíz del destete… a través de pérdidas de objeto repetidas con regularidad,
hemos obtenido una nueva concepción de la angustia.”92
La pérdida del objeto pasa a ser condición de la angustia; cortes, separaciones, pérdidas,
a las cuales Freud llamará prolegómenos, antecedentes, precursores de la castración,
pero que solo tendrán significación verdadera, sintomática, una vez instaladas por
aprescoup
en el complejo de castración.
Se trata entonces de incluir en el proceso analítico, un tratamiento que correspondería a
un más allá de los ideales y del narcisismo, que se produce por la caída de las
identificaciones, momento en el cual el sujeto puede preguntarse por sus deseos, y
fundamentalmente por el recorrido de su satisfacción pulsional. Esta satisfacción
pulsional es como la rata en el laberinto, solo que el sujeto no sabe cuales son sus
recorridos inconcientes, es decir sus fantasmas, de los cuales goza sin saberlo. Sólo
cuando sus fantasmas no puedan engañarlo, solo cuando se arribe a su construcción en
el análisis, estará el sujeto en condiciones para modificar o no esa forma de satisfacción.
El otro registro en el cual se manifiesta la angustia lo podemos inferir en la obra de
Freud a través de la referencia de la relación del niño con ese prójimo pre-histórico, ese
semejante, ese auxiliador, que acude al llamado, al grito desesperado del niño pidiendo
ayuda. Ese personaje materno que funciona a través de la presencia y de la ausencia
antes de que se instale el drama edípico y de la misma manera para ambos sexos, esa
madre que fue connotada por Freud como madre fálica, y que se constituye como objeto
erótico para el niño y viceversa y que Freud avanzando en su investigación descubre
que es la primera y no el padre como pensaba anteriormente y esto en razón de los
cuidados maternales, que no están exentos de sexualidad, y están implicados en la
propia pulsionalidad materna y en sus propios recorridos anales, orales, etc. Freud llega
a decir que la madre mima y acaricia al niño como si se tratara de un objeto sexual.
El concepto de Falo es muy difícil de transmitir en la enseñanza psicoanalítica ya que
no es posible representarlo y si se lo intenta solo se logran representaciones que son
como subrogados. Al concepto de Falo conviene diferenciarlo del pene y al
diferenciarlo ¿donde ubicarlo entonces? ¿qué sitio darle? . En principio podemos decir
que se encuentra alojado en el deseo de la madre, en la construcción de su aparato
psíquico, y que se trasmite y funciona desde allí en ese deseo de la madre, a través del
cual se pone en evidencia.
Hablamos de la pérdida de objeto, pero ¿qué se entiende por objeto en la teoría
psicoanalítica? Freud habla de la pérdida del objeto, pero se trata de un objeto que
nunca estuvo, en el sentido de un objeto que jamás colma ni puede completar, como se
ve en el nivel del amor del deseo y de la pulsión.
En cuanto a la elección del objeto de amor, se pueden realizar dos posiciones, narcisista
una y anaclítica o por apoyo la otra, en la primera se ama a lo que uno mismo es (Yo
ideal), a lo que uno mismo fue (el falo de la madre), a lo que uno querría ser (Ideal del
Yo), y finalmente a la persona que fue una parte del sí mismo propio. En la segunda
posición, la anaclítica se ama a la mujer nutricia (la madre), al hombre protector (el
padre). Aunque debemos aclarar que la posición narcisista del sujeto en sus elecciones
amorosas nunca es relegada, ni renunciada totalmente.
92 Ibídem, p. 123.
54
¿Cómo comienza la relación de amor para la teoría psicoanalítica? Comienza en un
estado de indefensión y desamparo, de necesidad del otro para sobrevivir, y todo lo que
el otro auxiliar pueda realizar para lograr ese objetivo primordial, será luego
interpretado como signos de amor. Winnicott lo teorizó a través de una madre
suficientemente buena, una madre ilusionante al principio que luego decepcionará,
alguien que sabrá intuitivamente cuando estar presente y cuando retirarse.
Para la realización de estas elecciones amorosas Freud utilizará en término “clichés”
que se repetirán en la búsqueda de esas marcas, de esos rasgos del objeto perdido, pero
incluirá también la repetición de formas de ser, por ejemplo las caracteriales.
En la Introducción del narcisismo93 el Yo heredero de las investiduras del Ello, aparece
como depositario primero de ese amor a sí-mismo, un egoísmo libidinizado, y solo
secundariamente esa libido yoica pasa a ser objetal, por lo tanto el primer objeto amado
es el Yo; “Nos formamos así la imagen de una originaria investidura libidinal del Yo,
cedida después a los objetos; empero, considerada en su fondo, ella persiste, y es a las
investiduras de objeto como el cuerpo de una ameba a los seudópodos que emite”94. El
amor nace, se desarrolla en el campo del Yo. ¿Sucede lo mismo con el objeto de la
pulsión? Freud responde que no, para él, el objeto pulsional se encuentra en principio en
las zonas erógenas previas a la constitución del Yo, y esto explica el motivo de que la
sexualidad sea siempre traumática, porque su aparición, su estallido, no se halla
coordinada con el desarrollo del Yo. ¿Qué características reviste ese objeto?, la de ser
indiferente, y en principio autoerótico, Freud lo ejemplificó de una manera genial en su
fórmula “besarse los propios labios”, allí donde zona erógena y objeto son la misma
cosa.
Por otra parte el amor y el odio están íntimamente relacionados con las sensaciones de
placer y displacer; amo a lo que me proporciona placer, odio a aquello que me lo niega.
El amor puede recaer en un objeto hacia el cual no experimento ninguna atracción
sexual, o en el cual, la meta sexual se halla inhibida sin ningún esfuerzo, tal como se lo
registra en las relaciones amistosas, en las cuales la sexualidad se halla sublimada. Por
supuesto que esto no invalida el hecho de que muchas relaciones de amistad finalicen en
una relación amorosa, pero no a todas les pasa. En su trabajo sobre “Pulsiones y destino
de Pulsión”95, Freud diferencia un campo del amor deslindado de las pulsiones;
“caemos en la cuenta de que las designaciones (<Beziehungen>) de amor y de odio, no
son aplicables a las relaciones de las pulsiones con sus objetos, sino que están
reservadas a la relación del yo-total con los suyos”.96 Si bien puede pensarse que la
condición del amor en esta cita está referida a la fase fálica-genital, no debe descuidarse
una modalidad del amor relacionada con la incorporación y la decoración establecida en
la etapa oral, pero también en la fase anal, en la cual predomina el control y la
destrucción del objeto. Se puede ver en estas citas de Freud el entrecruzamiento, el
enlace o solapamiento del amor con la pulsión. ¿Cómo se desprende el amor de lo
pulsional?, ¿A qué estadio debe llegar, para verse librado de la pulsión? Estas
respuestas se encuentran en la Introducción del narcisismo y en Psicología de las masas
y análisis del Yo, en donde el campo del amor está relacionado con el ideal y con la
imagen del otro y de mí mismo, y con los procesos de identificación. Freud al referirse a
93 Freud, S., op. cit., Tomo XIV.
94 Ibídem, p. 73.
95 Ibídem.
96 Ibídem, p. 132.
55
la empatía, aclara que aquéllos semejantes que me resultan simpáticos, que me caen
bien, es porque inconcientemente, dichas personas participan de la misma
identificación. Otra diferencia del amor con la pulsión; las pulsiones no son
ambivalentes, no participan de esa partición afectiva que caracteriza a todo vínculo
humano, de amar y odiar al mismo objeto, si la pulsión se caracteriza por algo es por su
recorrido por su ir y venir alrededor del objeto, su tour, como bien ha indicado J. Lacan,
y además siempre son activas, aunque puedan presentarse con metas pasivas; Freud nos
señala que se necesita una gran actividad, para sostener una posición pasiva, por lo tanto
el funcionamiento del amor y de las pulsiones, se realizan en campos y estructuras
diferentes tales como pueden ser el Yo y el Ello, pero al mismo tiempo se entrelazan, se
unen y se influyen recíprocamente. Esta interpretación llevó a un autor como Abraham
(buscar bien el nombre) a ubicar al amor en las diferentes etapas de la sexualidad
infantil, y a sostener un ideal del mismo, que estaría por fuera del goce pulsional
primitivo y se caracterizaría en su evolución final por su condición genital. Los objetos
de amor se caracterizan en la teoría Freudiana, por su condición de imagen y
representación (el sí-mismo, el semejante), mientras que los objetos pulsionales, pecho,
escíbalo, pene etc. no poseen la característica de la figura humana, ya que no existe en
esas etapas, la formación del yo como imagen. El yo está hecho de imagen y palabra en
su conformación narcisista del cual es su monumento. Por otra parte existe un yo
corporal del cual hablaba Freud atravesado por el juego pulsional, pero es un yo que aún
no se ha diferenciado del Ello. La satisfacción pulsional no tiene en cuenta para nada al
otro como persona, como ser humano, sino que solo le interesa el otro como puro objeto
de satisfacción, y esto se puede observar particularmente en las perversiones.
En cuanto al estudio del objeto del deseo, Freud lo ubica en sus comienzos en el campo
trazado de la vivencia de la primer experiencia de satisfacción, que se encuentra
indicada en el Capítulo VII de la Interpretación de los sueños y en el Proyecto en el
apartado “C” “La realización del deseo”, Freud ubica esta realización en un estadio
primitivo del aparato psíquico, cuyo funcionamiento primero es la alucinación; “Esta
primera actividad psíquica tiende, por tanto, a una identidad de percepción, o sea a la
repetición de aquélla percepción que se halla enlazada con la satisfacción de la
necesidad”.97 Se trata de una satisfacción enlazada a la de la necesidad, pero que no es
la misma, sino otra satisfacción de contenido psíquico. Freud trata de explicarnos que la
experiencia de la satisfacción de la necesidad, da nacimiento a otra, a una satisfacción
alucinatoria, en la cual no es necesario la existencia del objeto, y que no deriva del
objeto de la necesidad. Freud relaciona este fenómeno con el sueño, en donde los deseos
se realizan con independencia del mundo exterior.
¿Cómo ejemplifica Freud esa instancia de satisfacción alucinatoria? Lo hace a través de
inscripciones, supone que la experiencia de la satisfacción de la necesidad real, queda
inscripta, e impide la regresión alucinatoria, por medio de huellas e imágenes
mnémicas, a las cuales retorna el aparato psíquico. La satisfacción de la necesidad,
revela una inscripción que será investida libidinalmente y permitirá que en la ausencia
del objeto real, la percepción sea provocada de nuevo de manera alucinatoria. La
realización del deseo aparece entonces como una realización alucinada ligada a la
inscripción dejada por la primera vez, pero dicha satisfacción no se realiza por el
contacto con el objeto, sino por el investimiento de una huella; “Nada nos impide
97 Freud, Sigmund, Obras Completas, Volumen I, Edición Biblioteca Nueva Madrid, pp. 558 y 559.
56
suponer un estado primitivo del aparato psíquico en que ese camino se transitaba
realmente de esa manera, y por tanto el desear terminaba en un alucinar. Esta primera
actividad psíquica apuntaba entonces a una identidad perceptiva, o sea, a repetir aquélla
percepción que está enlazada con la satisfacción de la necesidad”.98 Freud reconoce en
este punto la necesidad de un “examen de realidad” que detenga el proceso alucinatorio,
algo que le permita discernir entre la satisfacción real y la alucinada, que permitirá
finalmente abandonar ese funcionamiento por inadecuado a su fin. Es decir que la
identidad de percepción es sustituida por la identidad de pensamiento, o lo que podemos
pensar en otros términos; la sustitución del proceso primario por el secundario, de un
lado el principio de placer y del otro el de realidad y se trata de saber si el principio de
realidad y el proceso secundario dominarán al proceso primario y al principio de placer,
y el esfuerzo mismo del pensamiento pasaría por tratar de separarse del principio de
placer, pero éstos dos principios lejos de estar separados, se encuentran en un estado de
complicidad, ya que la imposición de la realidad es solo un rodeo para el cumplimiento
del placer por otras vías y recorridos, y sobre todo por la posibilidad de la postergación.
La realización del deseo no solo se manifiesta en el sueño sino también en la formación
de síntoma, y en este se manifiestan no solo un deseo inconciente sino otro
preconciente, que aparece en el síntoma histérico como autocastigo, como defensa, y
Freud lo nombra como “un itinerario de pensamiento de reacción frente al deseo
inconciente, por ejemplo, un autocastigo.”99 El objeto del deseo, es un objeto ilusorio,
que no apunta a la satisfacción de ninguna necesidad, es el objeto perdido de la
experiencia de satisfacción alucinatoria, aquél que estaba relacionado con el proceso
primario. Es por esto que se trata de un objeto que una vez alcanzado deja de interesar,
y su búsqueda se transforma en otra cosa, y esta situación lejos de pensarse de una
manera negativa, posee el poder de relanzar su búsqueda, su interés, y siempre se
sostendrá en una insatisfacción, o más bien en una satisfacción solo parcial, que
renovará permanentemente su movimiento, su tendencia, por reencontrar a ese otro
inolvidable, ese otro prehistórico, mencionado por Freud en el Proyecto, y que está
perdido para siempre, o más bien que nunca estuvo como objeto completo capaz de
colmar al niño. Se trata de esa madre fálica, que Freud tan bien señaló en la
problemática edípica, y a la cual el niño está sujetado por un deseo fálico. Este concepto
de falo es difícil de explicar en la teoría psicoanalítica en razón de que no es
representable y se tiende a confundirlo con el pene, y entonces es difícil responder a
preguntas tales como ¿dónde está? ¿Como se puede conocer o aprehender? Preguntas
que solo se pueden contestar desde la clínica, ¿dónde observamos su eficacia, sus
efectos? En principio podemos contestar que su lugar está en el deseo de la madre, y es
desde allí donde podemos visualizar sus efectos, en ese juego imaginario de la madre y
el niño, que desean completarse el uno al otro. La madre más allá del niño desea el falo,
y el niño ubicado en ese lugar desea completarla. sólo que con el tiempo ambos deberán
aceptar esa decepción fálica, condición necesaria, para acceder a la castración, a la
diferenciación sexuada. La imposibilidad de la satisfacción del deseo está relacionada
con una dimensión irreparable del objeto perdido del deseo. El deseo por lo tanto, en su
funcionamiento, persigue siempre a un objeto imposible, un objeto ilusorio, una
fantasía, y es esa misma imposibilidad (de satisfacerse), la que vuelve a re-lanzar el
proceso, a través de la repetición, y es bajo la condición de irrealizable como
98 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo V, p. 558.
99 Ibídem, p. 561.
57
parcialmente se realiza. La satisfacción de la pulsión encontraría su semejanza con la
problemática del deseo, en la plasticidad y variabilidad de sus objetos, salvo en aquéllos
casos de perversión en los cuales aparece el fenómeno de la fijación y de la
inmutabilidad del objeto. Pero por otra parte en la perversión no se trata de trasgresión,
para eso estamos los neuróticos, sino de subvertir la ley, de enunciarla a la manera de
Sade, como ley de la naturaleza, que como fin ultimo hedonista, me autoriza a hacer del
cuerpo del otro lo que me venga en ganas, cuantas veces quiera y sin su consentimiento.
El perverso tiene su propia ley y el fetiche pasa a ser la cosa misma, y no se trata como
en la neurosis de rasgos perversos, sino de una estructura fetiche a través de la cual se
realiza la satisfacción perversa, es decir, que una cosa es el fetichismo y otra es la
estructura perversa. El fetichismo puede ser un factor, o montaje, en cualquier estructura
clínica neurótica, pero en las perversiones hay estructura fetichista, de allí el enorme
valor libidinal de las imágenes para el perverso, en la estructura fetichista el sujeto y los
otros están reducidos a su función de objetos. Esta situación refleja que cuando la
castración está desvirtuada, porque el sujeto del inconciente adopta otra Ley, no está
fuera de la ley, pero es una ley perversa, una ley recreada en su multiplicidad, bajo la
égida del “todo vale”; hay un biologismo del sexo, una primacía de la búsqueda del
máximo placer, el ideal del que se trata es hedonista, y no existe la culpa. En las
perversiones la expectativa del deseo está desaparecida, y lo que comanda es la
necesidad de que la satisfacción cada vez se intensifique más, frente a lo cual el
principio regulador del placer-displacer fracasa. Esta posición del perverso frente a la
castración, nos lleva a preguntarnos si la posición perversa es productora de síntomas.
¿Porqué los perversos asumidos, aquéllos que no sienten ningún cuestionamiento ni
culpa por lo que hacen, casi nunca, recurren al análisis?
En cuanto al deseo, su realización, es aquello que persiste e insiste en la repetición, lo
indestructible del deseo es su repetición, su insistencia, su perseverancia. Si vaciamos al
deseo de su objeto, de sus fijaciones, podemos pensar que en lo fundamental su
aspiración, su anhelo, es el “desear” y ser “deseado”.
Por otra parte el deseo está articulado a dos experiencias fundamentales, la prohibición
y la falta, allí donde no existe la prohibición no existe el deseo, y allí donde no
experimento que algo me falta, es imposible que desee, por eso el narcisismo es el gran
enemigo de la experiencia de que algo me falte, y así como se pudo hablar de una
necesaria clínica del Super yo, también se debería considerar en todo proceso analítico
una clínica del narcisismo. Entonces por un lado la prohibición del incesto y por el otro
la insuficiencia, la inconsistencia, la inexistencia de un objeto que pueda colmar. Se
trata del encuentro traumático con la falta fálica de la madre que permitirá, volver a
lanzar, a reeditar, el movimiento perpetuo del deseo.
En Inhibición, síntoma y angustia, Freud habla poco del deseo reprimido en el síntoma
y mucho de la pulsión, y sobretodo del aspecto económico, de la satisfacción hallada en
el síntoma, que no por ser sustitutiva de otra, posee menor valor. Un Freud económico
se presenta cuestionando el valor semántico; ¿Por qué una vez descifrado el síntoma,
este continúa, insiste? ¿Cómo el displacer del síntoma puede transformarse en algo
placentero? ¿Cómo el yo puede acabar disfrutando del síntoma?
En el desarrollo del texto citado, la represión generadora de síntomas, aparece con una
novedosa condición, ya no se trata solo de la capacidad de deformar o disfrazar un texto
inconciente para que acceda a la conciencia, sino que afecta a la satisfacción misma, a
58
una modificación que puede transformar algo placentero (para el Ello), en algo
displacentero (para el Yo). La otra forma de defensa a la que Freud le otorga un lugar
especial, es la regresión, la cual sin pasar por las representaciones daña a la pulsión en sí
misma, ¿de qué forma? , llevándola a modos de satisfacción infantiles que han quedado
como restos, residuos de la castración, no sujetados a la organización fálica; “El
forzamiento de la regresión significa el primer éxito del yo en la lucha defensiva contra
la exigencia de la libido”.100 La regresión ha afectado directamente (sin pasar por la
representación) a la satisfacción pulsional, la ha hecho regresar a una modalidad de
satisfacción llamada por Freud pre-genital, a puntos de fijación de las zonas erógenas,
en donde la modalidad de la expresión de esa satisfacción en la relación del sujeto con
el otro, toma las características sádico-anales, orales, escópica etc., restos de
modaliadades de satisfacción que quedan por fuera de la castración y que Freud nombra
como “lo no sujetado de la organización fálica”.
En la Interpretación de los sueños al referirse a la formación de síntomas neuróticos,
Freud distingue tres modos de funcionamiento de la regresión; a) una regresión tópica,
en el sentido del esquema aquí desarrollado de los sistemas; b) una regresión temporal,
en la medida en que se trata de una retrogresión a formaciones psíquicas más antiguas, y
c) una regresión formal, cuando modos de expresión y de figuración primitivos
sustituyen a los habituales; pero en el fondo los tres tipos de regresión son uno solo y en
la mayoría de los casos coinciden, pues “lo más antiguo en el tiempo es a la vez lo
primitivo en sentido formal y lo más próximo al extremo perceptivo dentro de la tópica
psíquica”101, años más tarde en “Complemento metapsicológico a la doctrina de los
sueños”102 Freud señala dos sitios diferentes en donde la regresión puede operar, el yo y
la libido; “Distinguimos dos de esas regresiones: en el desarrollo del yo y en el de la
libido.” Freud separa allí dos campos y en el campo de la libido se encuentran las
pulsiones fijadas en las zonas erógenas previas a la constitución del yo, situación que
llevó a J. Lacan a decir en el Seminario XI de Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis en el capítulo XIV, “La pulsión parcial y su circuito” que “el objeto de la
pulsión debe ser situado al nivel de una subjetivación acéfala, una subjetivación sin
sujeto… A este nivel, no estamos incluso obligados a tomar en consideración ninguna
subjetivación del sujeto. El sujeto es un aparato”103. Se trata entonces en la formación
de síntoma, del funcionamiento de la regresión como defensa en el campo de la libido,
de la economía libidinal de la satisfacción, y no en el de las representaciones. La
satisfacción llamada por Freud fálica-genital se sustituye por otra de carácter más
primario situada en fijaciones orales, anales etc. pero al mismo tiempo también se
produce una desmezcla de pulsiones de vida y de muerte, ganando terreno la
agresividad y la crueldad, especialmente en el caso de la neurosis obsesiva, nos dice
Freud; “Busco la explicación metapsicológica de la regresión en una <desmezcla de
pulsiones>, en la segregación de los componentes eróticos que al comienzo de la fase
genital se habían sumado a las investiduras destructivas de la fase fálica”104. La
regresión para Freud es una reacción de defensa frente al temor de la castración. En el
caso Juanito una moción hostil hacia el padre se degrada hasta alcanzar una expresión
ligada a la fase oral, el temor de que el caballo le muerda los genitales, y en el paciente
100 Freud, S., op. cit., Tomo XX, p. 109.
101 Freud, S., “La interpretación de los sueños”, op. cit., Tomo V, pp. 541 y 542.
102 Freud, S., op. cit., Tomo XIV, p. 221.
103 Lacan, J., Seminario XI, Barral Editores, 1977, p. 189.
104 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XX, p. 109.
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ruso en el de ser devorado. Ambas formaciones de síntoma están referidas al temor de
un padre castrador y en el paciente ruso se manifiesta por el temor de perder la
condición masculina, si continúa con esa posición femenina frente al padre, pero en
ambos casos comprobamos que la satisfacción pulsional se ve afectada por una acción
directa sobre ella (la regresión) y por una modificación del texto inconciente. Es decir
por un lado su representabilidad y por otro el afecto. “De cualquier modo, obtenemos la
intelección de que la represión no es el único recurso de que dispone el yo para
defenderse de una moción pulsional desagradable. Si el yo consigue llevar la pulsión a
la regresión, en el fondo la daña de manera más enérgica de lo que sería posible
mediante la represión”105.
La relación del síntoma con el Super-yo:
Para comprender el funcionamiento del Super-yo debemos pensarlo en sus dos
manifestaciones, por una parte como guardián y custodio del narcisismo del sujeto,
aquél que obliga a abandonar al niño sus pulsiones agresivas y eróticas hacia los padres,
en beneficio de su propia integridad y por la otra el señalado por Freud en “El malestar
en la Cultura”106 que está ligado a la satisfacción pulsional sádica y no hace más que
castigar insensatamente al sujeto, y que por más que nos conduzcamos de forma
correcta frente a todas las tareas de la vida, jamás ninguna actitud logrará conformarlo,
sino que por el contrario, el sujeto, se encontrará enfrente de la siguiente paradoja; que
cuanto más intente satisfacerlo más voraz y exigente se manifestará; “se comporta con
severidad y desconfianza mayores cuanto más virtuoso es el individuo”107. Freud
explica la génesis del super-yo, como consecuencia del desvalimiento y la dependencia
del ser humano, que por no perder su condición de ser amado-cuidado, debe renunciar a
la satisfacción de sus pulsiones eróticas y agresivas, en su relación con sus
progenitores. Por otra parte cabe destacar que el Super-yo mantiene intensas afinidades
con el Ello y en especial con la pulsión de muerte. Freud lo comprueba en aquéllos
pacientes que reaccionan de manera negativa a los progresos de la cura y se aferran a la
enfermedad, y este es el obstáculo más poderoso para Freud que impide la cura; “Y este
obstáculo para el restablecimiento demuestra ser el más poderoso; más que los otros con
que ya estamos familiarizados: la inaccesibilidad narcisista, la actitud negativa frente al
médico y el aferramiento a la ganancia de la enfermedad”108. En el texto de Inhibición,
Síntoma y Angustia109, Freud nombra a esta resistencia a la cura como resistencia del
Super-yo, (la quinta resistencia) que se manifiesta como conciencia de culpa o
necesidad de castigo y se opone con todas sus fuerzas al triunfo del tratamiento, al éxito
de la cura, los síntomas serían entonces satisfacciones procuradas al Super-yo, a su
severidad, que exige nuestro fracaso y sufrimiento, y es por esta situación que las
situaciones de placer se hallan denegadas en los pacientes obsesivos y la noción del
deber comanda sus acciones, y una pregunta tan simple como sería la de interrogarse
por lo que quiere, por lo que desea, puede llenarlo de angustia. Al referirse al
sentimiento de culpa Freud dice lo siguiente; “Ahora bien, ese sentimiento de culpa es
mudo para el enfermo, no le dice que es culpable; él no se siente culpable, sino
105 Ibídem, p. 101.
106 Freud, S., op. cit., Tomo XXI.
107 Ibídem, p. 121.
108 Freud, S., “El yo y el ello”, op. cit., Tomo XIX, p. 50.
109 Freud, S., op. cit., Tomo XX.
60
enfermo”110 es decir que solo podemos escuchar sus efectos, y desde allí proponer la
intervención analítica, ya que decirle al sujeto que se trata de un sentimiento de
culpabilidad, no tendrá ningún efecto, si no lo remitimos a las consecuencias
destructivas que podemos apreciar en su vida cotidiana, y a las mociones pulsionales y
de deseo inconcientes que las sostienen. Por eso el hecho de decirle al paciente de que
se siente culpable y que es por ello que se autodestruye, no soluciona nada, en la medida
que no aclara sobre que posición inconciente descansa su sufrimiento, ya que se trata de
impulsos reprimidos que se encuentran fuera del campo de conocimiento del yo.
En un trabajo titulado “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo
psicoanalítico”111 Freud describe numerosos síntomas de esta índole. En principio las
“excepciones” que Freud ejemplifica con el monólogo de Ricardo III de Shakespeare,
de la injusticia cometida sobre él, injusticia a través de la cual va a justificar todas sus
malas acciones, pero también en las excepciones (el sujeto se siente una excepción,
alguien diferente en relación a los demás) podemos sumar a la neurosis obsesiva cuando
Freud habla de que en esas afecciones los síntomas son satisfacciones narcisistas, es
decir el sentimiento de ser una excepción en relación a los demás y es por esto que al
neurótico obsesivo si hay algo que le cuesta aceptar es que le pasan cosas como a todo
el mundo y que él no es nadie original.
Los otros ejemplos clínicos están referidos a aquéllos que fracasan cuando triunfan o
deberíamos decir que triunfan al fracasar; “en ocasiones ciertos hombres enferman
precisamente cuando se les cumple un deseo hondamente arraigado y por mucho tiempo
perseguido.”112 Finalmente “Los que delinquen por conciencia de culpa”; “Por
paradójico que pueda sonar, (se refiere al hecho de que en su trabajo analítico con estos
pacientes, descubre que la conciencia de culpa es anterior al delito cometido y que este
alivia al sujeto) debo sostener que ahí la conciencia de culpa preexistía a la falta, que no
procedía de esta, sino que, a la inversa, la falta provenía de la conciencia de culpa”113.
Estos artículos están anticipando lo que luego Freud describirá como síntomas
autopunitivos, sostenidos por el masoquismo moral.
El Super-yo se construye por identificación, la autoridad de los padres es introyectada
en el yo, el núcleo del Super-yo está en relación con el padre, pero la severidad del
Super-yo no se reduce simplemente al modelo de los padres, sino que encuentra
expresión en la agresividad del hijo hacia el padre, que ahora se vuelve contra él. Esto
explica la paradoja de que un padre excesivamente permisivo y blando, pueda generar
en el hijo un Super-yo cruel. Pero esta situación se encontraría del lado de las imagos,
de las representaciones, y su análisis no cancelaría ese tormento del Super-yo hasta que
no se esclarecieran también sus raíces pulsionales, ya que el Super-yo está en función de
satisfacer a la pulsión sádica. El Super-yo se satisface atormentando al sujeto, gozando
de él. Un suceso que me fue relatado por un colega ejemplifica bien este aspecto
tanático del Super-yo. Dos psicoanalistas conocidos de escuelas diferentes se
encuentran para cenar y compartir una velada agradable, a la hora de pedir la comida
uno de ellos, manifiesta un apetito voraz, no se priva de nada, come con profusión y en
cantidad. El otro que evitaba comer mucho y además todo aquello que lo engordara o
110 Freud, S., “El yo y el ello”, op. cit., Tomo XIX, p. 50.
111 Freud, S., op. cit., Tomo XIV.
112 Freud, S., op. cit., Tomo XIV, p. 323.
113 Ibídem, p. 338
61
arruinara su salud, tomando excesivas precauciones, lo observa asombrado y le dice lo
siguiente; “Qué bien trabajado tienes al Super-yo, no te privas de nada”. A lo cual el
colega responde; “no te creas, mi Super-yo, en lugar de prohibir, me empuja a gozar.”
Algunos creyeron ver en esta anécdota la filiación de estos dos analistas; uno freudiano
y el otro lacaniano. En ese momento terció un tercer colega que acotó con mucha
pertinencia que ese Super-yo que empuja al goce es el mismo que Freud describió y
señaló en su texto “El malestar en la Cultura”. Se pueden apreciar entonces dos caras, o
rostros del Super-yo, aquél relacionado con la protección del narcisismo del sujeto que
Freud describe en el Complejo de Edipo, y el otro ligado a la pulsión, o tal vez
deberíamos decir un solo Super-yo, ligado a Eros o a Tánatos.
Los síntomas ligados al Super-yo se manifiestan como prohibiciones, acciones de
penitencia, actos de autopunición etc. y lo genial de Freud ha sido el descubrir en estas
acciones, el lazo entre prohibición y satisfacción; “Constituye un triunfo de la
formación de síntoma que se logre enlazar la prohibición con la satisfacción, de suerte
que el mandato o la prohibición originariamente rechazantes cobren también el
significado de una satisfacción”114. ¿Cómo se enlazan la satisfacción de orden
económico y la prohibición de orden semántico? Freud nos dice que se trata de vías de
conexión muy artificiosas, pero este artificio está claro que se encuentra en las
relaciones del yo con el Super-yo, y fundamentalmente con el hecho de que Freud llame
a esta satisfacción una significación.
El síntoma y su relación con el Ello.
Quisiera referirme ahora a la relación del síntoma con el Ello, desarrollando
previamente este concepto a través de las diferentes elaboraciones que realiza Freud.
El Ello es una noción que dentro de la práctica psicoanalítica no aparece de forma muy
clara, en el mejor de los casos estamos acostumbrados a trabajar con el inconciente,
pero ¿Cómo escuchar al Ello? ¿Cómo formalizar una clínica de las pulsiones?, no es mi
intención en este trabajo recorrer exhaustivamente esta problemática, pero es indudable
que al descubrir Freud la incidencia de la pulsión en la formación de síntoma debemos
tenerla en el horizonte.
En “Inhibición, síntoma y angustia” (Obra citada página 150), Freud al hablar de las
resistencias que se oponen a la cura, señala la del Ello, a la cual hace responsable de la
necesidad de reelaboración, y es lo que podemos observar en todo tratamiento de
síntoma, en la manera que permanentemente los pacientes al hablar de sus síntomas
rizan el rizo, si puedo expresarme de esta forma. Freud es claro en este punto y dice que
esto se produce porque existe algo que no termina de concluir de poder elaborarse,
como un hueso, un núcleo, (de satisfacción) que no termina de ceder y de allí la
necesidad, a veces compulsiva, de volver a hablar de ellos.
En su trabajo del “Más allá del principio de placer”, toman especial importancia para el
trabajo clínico, las compulsiones del Ello, y todo lo referido a aquello que Freud va a
subrayar después, es decir, la importancia de la satisfacción pulsional en el síntoma, que
se manifiesta como compulsiones rebeldes a ser incluidas en el proceso homeostático
del principio de placer-displacer. A partir del texto Más Allá del Principio de Placer115,
114 Freud, Sigmund, “Inhibición, síntoma y angustia”, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XX,
p. 107.
115 Freud, S., op. cit., Tomo XVIII.

62
Freud cuestiona la soberanía total de dicho principio y descubre su falla, su hendidura,
reconoce que aún después del trabajo analítico sobre los síntomas, quedan todavía por
resolver restos neuróticos que obedecen a compulsiones repetitivas que en lugar de
repetir el placer, reproducen situaciones dolorosas y traumáticas. Descubre además otras
impulsiones que trasponen y trasgreden dicho principio y se manifiestan a través del
sadismo y el masoquismo, reacciones negativas que se oponen a la cura.
En el primer capítulo del citado texto, Freud retoma toda una serie de enfoques tratados
en su “Proyecto de una Psicología para Neurólogos”116 desde un punto de vista
fundamentalmente económico, su hipótesis se apoya, en el principio de que todo el
funcionamiento del aparato psíquico se orienta hacia la obtención de placer y evitación
del displacer teniendo en cuenta para esta hipótesis las teorías del físico G. Th. Fechner
(1801-1887). Ambas sensaciones de placer y displacer se regirían por la “tendencia a la
estabilidad”, sin embargo, no todas las sensaciones estarían bajo este régimen, ya que
con insistente frecuencia el aparato psíquico busca asimismo la repetición del displacer.
Esta situación vuelve a replantearle a Freud nuevas interrogaciones al problema
investigado en “Más Allá del Principio de Placer”, algo que explique por ejemplo, las
manifestaciones de las neurosis traumáticas, que tomará como ejemplo de la evidencia
del surgimiento de la pulsión de muerte.
Estos traumatismos ponen de manifiesto que conducen a la neurosis si no han dejado
secuela alguna de tipo orgánico, y es este dato clínico el que le facilita el camino hacia
la respuesta del porqué de esta tendencia al sufrimiento en el ser humano; “…en la
neurosis traumática común se destacan dos rasgos que podrían tomarse como punto de
partida de la reflexión; que el centro de gravedad de la causación parece situarse en el
factor de la sorpresa, en el terror, y que un simultáneo daño físico o herida contrarresta
en la mayoría de los casos la producción de la neurosis.”117
Por otra parte Freud descubre que el tema de las impulsiones, está relacionado con la
angustia infantil, con una actitud compulsiva repetitiva que Freud ejemplifica con el
“juego de la bobina” ligándolo a la angustia de separación que experimentaba el niño a
través de la presencia – ausencia de la madre; “El niño tenía un carrete de madera atado
con un piolín, no se le ocurrió, por ejemplo, arrastrarlo tras sí por el piso para jugar al
carrito, sino que con gran destreza arrojaba el carretel al que sostenía por el piolín, tras
la baranda de su cunita con mosquitero; el carretel desaparecía allí dentro, el niño
pronunciaba su significativo <o-o-o-o>, y después, tirando del piolín, volvía a sacar el
carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso <da> (acá está). Ese
era, pues, el juego completo, el de desaparecer y volver. Las más de las veces sólo se
había podido ver el primer acto, repetido por sí solo incansablemente en calidad de
juego, aunque el mayor placer, sin ninguna duda, correspondía al segundo”118.
Sólo cabe añadir a esta cita, que Freud aclara que fort (fuera) y da (aquí) son
traducciones, interpretaciones, que él mismo realiza, frente al ooo-aaa del niño. Es decir
frente a la sola oposición de dos fonemas, a los cuales Freud agrega un sentido, pero en
sí mismo solo se trata de una estructura de oposición de condición necesaria para la
constitución del lenguaje.
116 Freud,S., op. cit., Tomo I.
117 Freud,S., op. cit., Tomo XVIII, p. 12.
118 Ibídem, p. 15.

63
En la página diecisiete del mencionado texto, Freud sostiene que lo más originario y
elemental ya no es el principio de placer-displacer, sino las tendencias, “Una estética de
inspiración económica debería ocuparse de estos casos (refiriéndose al juego infantil) y
situaciones que desembocan en una ganancia final de placer, pero no nos sirven de nada
para nuestro propósito, pues presuponen la existencia y el imperio del principio de
placer y no atestiguan la acción de tendencias, situadas más allá de éste, vale decir,
tendencias que serían más originarias que el principio de placer e independientes de
él”119. Para Freud, los ejemplos del fort-da y las llamadas pulsiones imitativas del arte,
funcionan dentro del principio de placer, pero lo que él está investigando son aquéllas
tendencias más originarias e independientes del sistema homeostático placer-displacer,
es decir el análisis de las satisfacciones pulsionales en su modalidad compulsiva; es allí
donde toma todo su vigor y su fuerza el funcionamiento de un proceso primario rebelde
a las ligaduras, a toda representación. A partir de ese momento, los escritos posteriores a
1920, enfatizan y avanzan sobre interrogantes de la práctica analítica que se hallan
conectados con las manifestaciones de la pulsión de muerte, concepto que no fue
aceptado por la totalidad de sus discípulos y que produjo numerosas deserciones. Se
produce allí una modificación en la lectura de los procesos psíquicos en relación al
placer-displacer y se sustituye una lógica de la no-contradicción y de la identidad
(lógica tradicional, positivista) en donde el placer y el displacer eran entidades cerradas,
gobernadas por el proceso homeostático, por otra lógica de carácter paradojal en la cual
el displacer no es lo opuesto al placer, sino que se trata de oposiciones interpenetradas,
acopladas, del encuentro de placer en el displacer, y displacer en el placer.
A partir de este descubrimiento, la posible solución a través de una dialéctica de los
opuestos y de una síntesis entre ellos no resuelve la cuestión, y cada vez toma mayor
relevancia el concepto económico de mezclas y desmezclas de pulsión.
Freud descubre en su trabajo clínico que existen satisfacciones que no guardan relación
con los límites impuestos por el principio placer-displacer, que el paciente repite
situaciones de sufrimiento, de dolor, de aquello que hace mal y daña y que sin embargo
se experimentan como placer, un placer inconciente que funciona más allá de los límites
de ese principio homeostático, experimentado en un vivenciar pasivo de una
compulsión impuesta.
Toda esta situación lo lleva a Freud al final del capítulo III del citado texto a enunciar la
siguiente hipótesis en relación a la “compulsión de repetición”; “Lo que resta es
bastante para justificar la hipótesis de la compulsión de repetición, y esta nos aparece
como más originaria, más elemental, más pulsional, que el principio de placer que ella
destrona”120.
La pregunta que cabe entonces es la siguiente, con su respuesta incluida: ¿dónde
encontrarle un sitio a esta compulsión ligada a lo pulsional que no sea el Ello?
La compulsión de repetición ligada al Ello se encuentra en una frase de Freud de
Inhibición, Síntoma y Angustia: “El nuevo decurso pulsional se consuma bajo el influjo
del automatismo-preferiría decir de la compulsión de repetición-; recorre el mismo
camino que el decurso pulsional reprimido anteriormente, como si todavía persistiera la
situación de peligro ya superada. Por lo tanto, el factor fijador a la represión es la
119 Ibídem, p. 17.
120 Ibídem, p. 23.
64
compulsión de repetición del Ello inconsciente.”121. Esta ligazón del Ello con el
inconciente, nos permite comprender mejor el destino de aquéllas tendencias que se
inscriben en el aparato psíquico a través del proceso secundario y que se transforman en
partículas mnémicas, huellas, fantasías, gramáticas de la pulsión, a diferencia de
aquéllos restos (lo visto, lo oído) que no llegan a configurarse del todo en lenguaje, e
insisten como actos compulsivos de satisfacción, relacionados con lo oral, anal,
escópico, olfativo, fálico, en un encuentro sin mediación con el objeto, en la frontera
con la significación. Respecto de la oralidad podríamos decir que a ese nivel primario lo
más importante para la pulsión es lo chupable y que el objeto es lo más indiferente,
puede ser cualquiera, es decir que el objeto de la pulsión en este nivel es la satisfacción
misma, el autoerotismo, situación que se ve reflejada en la metáfora freudiana “besarse
los propios labios”. Estas consideraciones llevarán a Freud a afirmar, que la actividad
psíquica inconciente está dominada por un automatismo o impulso de repetición,
inherente a la esencia misma de las pulsiones.
Se trata entonces en la tarea analítica de lograr la realización de la unión y ligadura
representacional de una repetición compulsiva inherente a todo lo pulsional, pero
asimismo una rectificación, un “domeñamiento” de esta satisfacción.
Un poco más adelante en el capítulo V, Freud construye la hipótesis de que toda pulsión
no fijada o controlada por el proceso secundario tendería a retornar a un estado anterior
y en ese sentido, la pulsión de muerte vendría a ser la radical expresión de la tendencia
de todo lo orgánico a volver al estado inorgánico, o más bien de todo lo vivo a tender a
la muerte, Freud lo expresa de la siguiente forma; “Contradiría la naturaleza
conservadora de las pulsiones el que la meta de la vida fuera un estado nunca alcanzado
antes. Ha de ser más bien un estado antiguo, inicial, que lo vivo abandonó una vez y al
que aspira a regresar por todos los rodeos de la evolución (….) La meta de toda vida es
la muerte, y retrospectivamente: Lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo”122. Este
enunciado aparentemente de matiz fatalista, será aligerado y mesurado por Freud con la
inclusión de la mezcla y desmezcla de las pulsiones de vida y de muerte. Freud se
ocupará de decir en varias ocasiones, que así como nunca podemos encontrar un
funcionamiento del principio del placer o de realidad en su forma pura, lo mismo sucede
con las pulsiones de vida y de muerte. Ahora si lo inanimado era antes que lo animado
la consecuencia que se deriva de ello es que finalmente tal como lo expresa Freud en
“El yo y el ello”123, la vida no será más que un resbalar hacia la muerte. En definitiva
podemos concluir que todas las pulsiones y no solo la de muerte, intentarán reducir la
tensión a cero, tal como está planteado en la Psicología para neurólogos. Freud nos dice
que la pulsión de muerte se pone de manifiesto a través de la destrucción, son un
derivado de la pulsión de muerte y se manifiestan también como autodestrucción. En las
“Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” en la número 32ª dedicada al
tema de las pulsiones, vuelve a mencionar las inclinaciones autodestructivas; “Una
agresión impedida parece implicar grave daño; los casos se presentan de hecho como si
debiéramos destruir a otras personas o cosas para no destruirnos a nosotros mismos,
para ponernos a salvo de la tendencia a la autodestrucción”.124
121 Freud, S., op. cit., Tomo XX, p. 144.
122 Freud, S., op. cit., Tomo TXVIII, p. 38.
123 Freud, S., op. cit., Tomo XIX.
124 Freud, S., op. cit., Tomo XXII, p. 98.

65
Esta concepción de la esencia de las pulsiones de muerte dirigidas inicialmente contra la
propia persona, lleva a Freud a posicionar el masoquismo como primario en relación al
sadismo.
El sadomasoquismo de los Tres Ensayos ligado a las pulsiones eróticas será cuestionado
en el trabajo del Más Allá del Principio de Placer, relacionándolo en esta nueva
concepción fundamentalmente con las pulsiones de muerte. En El Yo y el Ello, la
instancia superyoica es la encargada de ejecutar contra el propio yo esas pulsiones de
muerte o de autoagresión, y esto porque en la obra de 1923 esta instancia es presentada
con intensas cargas de contenidos sádicos y agresivos cuyo ejemplo prototípico es la
melancolía; “Lo que ahora gobierna en el superyó es como un cultivo puro de la pulsión
de muerte, que a menudo logra efectivamente empujar el yo a la muerte, cuando el yo
no consiguió defenderse antes de su tirano mediante el vuelco a la manía”125. Freud es
conciente, en ese momento de su elaboración de que esa “fuerza demoníaca” aumenta
las perspectivas del enfermar como puede observarse en la “reacción terapéutica
negativa”. El concepto freudiano de la unión de pulsiones, permitiría que las tendencias
autodestructivas se vieran neutralizadas, o mejor dicho atemperadas y moderadas por las
pulsiones de vida, y la salud o enfermedad en esta caracterización dependería de las
mezclas y desmezclas pulsionales. Una de las posibilidades de solución de esta
tendencia agresiva está referida al valor de la palabra (inconciente) como vía catártica,
que procuraría la liberación de estas tendencias, y finalmente el otro camino sería el de
la capacidad sublimatoria de cada individuo.
En otro texto en continuidad con los anteriores (Pulsiones y destinos de pulsión)126,
Freud despeja el término “pulsión” diferenciándolo de las concepciones psicológicas,
fisiológicas y físicas (la energética de ese tiempo) para describir una satisfacción
arcaica y primordial, cuyo primer soporte es el cuerpo. Se trata de algo que no pertenece
al campo de lo orgánico, si bien se sostiene en él, y aunque Freud hable de una
manifestación de la inercia en la vida orgánica y a pesar de sus estrechas relaciones con
el pensamiento de la física de su época reflejados en los conceptos de fuerza y energía,
las diferencias se ponen de manifiesto; en la pulsión se trata de una excitación que no
proviene del mundo exterior y se discrimina de las necesidades del organismo, tales
como lo son el hambre y la sed, éstas poseen un ritmo, mientras que lo característico de
la pulsión, es que se trata de una “fuerza constante”, una presión que pide satisfacerse y
que no entiende razones, salvo por el peligro de castración que conllevaría satisfacerlas.
Se trata para Freud de satisfacciones parciales que en la realización de su fin no
obedecen a ninguna función totalizadora (la reproducción), sino que por el contrario
encuentran su satisfacción con independencia del estadio llamado genital. Freud
descubre que existe algo indómito en la pulsión que no termina de subordinarse a las
órdenes del principio placer-displacer, y es por esto que propone como meta clínica el
domeñamiento, y la sublimación como vías posibles, causes, des-fijaciones, para
impedir que el sujeto se destruya a sí mismo o a los demás.
A propósito de este tema Strachey señala lo siguiente: “En el capítulo VI de El Malestar
en la Cultura, (1930ª), Freud recorre una vez más todo este territorio, prestando especial
consideración, por primera vez, a las pulsiones agresivas y destructivas. Hasta entonces
les había concedido escasa atención, excepto en aquéllos casos (como en el sadismo y el
125 Freud, S., op. cit., Tomo XIX, p. 54.
126 Freud, S., op. cit., Tomo XIV.
66
masoquismo) en que aparecían fusionadas con elementos libidinales; pero en ese
capítulo las aborda en su forma pura y las explica como retoños de la pulsión de
muerte”127
Este funcionamiento compulsivo pulsional puede comprobarse en los tratamientos de
anorexias, bulimias adicciones, etc., pero asimismo se encuentra caracterizada en la vida
de los seres humanos en su tendencia a la impulsión y al exceso (en la satisfacción) a
algo que no puede nombrarse como bienestar y que convive en paralelo a los logros más
civilizados del individuo. Todos los días vemos ejemplos de esto en personas que han
alcanzado en su profesión y en sus quehaceres sociales un alto nivel, y padecen sin
embargo este asedio de la pulsión manifestado en situaciones de obesidad, alcoholismo,
adicciones que conviven con el resto de las actividades psíquicas más elevadas del
sujeto.
En “El problema económico del masoquismo (1924)128, Freud llega a decir que el dolor
y el displacer en las patologías mencionadas, dejan de ser una señal de alarma y pasan a
constituir un fin en sí mismo, en estos casos el funcionamiento del principio de placer se
halla paralizado, narcotizado. Freud descubre en su experiencia clínica un elemento que
modifica la economía libidinal sostenida hasta ese momento, vale decir que se encuentra
con la existencia de tensiones placientes (como la curva de la excitación) y distensiones
displacientes, lo que evidencia un salto en el pensamiento de lo cuantitativo a lo
cualitativo, y permite describir un masoquismo erógeno a través del cual se obtiene
placer en el dolor.
En la obra citada al referirse al masoquismo femenino, nos sorprende el hecho de que
comience su artículo con el ejemplo de un varón masoquista, ejemplo aparentemente
paradojal (uno esperaría que hablase de alguna paciente mujer) el cual se puede explicar
en razón de que Freud está indicando allí que no se trata de personas reales sino de
posiciones que pueden ser ocupadas tanto por sujetos femeninos como masculinos que
intentan realizar el deseo de ser humillados, golpeados, ensuciados, castigados, etc; es
decir que detecta una economía libidinal que se satisface en la destrucción de sí mismo
o del semejante.
En una frase referida al masoquismo femenino del citado texto, reafirma su teoría
metapsicológica libidinal del encuentro del placer en el dolor: “El masoquismo
femenino que acabamos de descubrir se basa enteramente en el masoquismo primario,
erógeno, el placer de recibir dolor…”129. Allí mismo hace mención de una
superestructuración de lo infantil y lo femenino en el caso de estos pacientes, es decir la
indicación de tener en cuenta en estos tratamientos no solo la posición o el lugar que
ocupa el sujeto (femenino-masculino) sino toda la constelación infantil en la cual se
inserta; “el masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y
dependiente, pero, en particular, como un niño díscolo.”130
Freud señala que el masoquismo primitivo atraviesa todas las fases evolutivas de la
libido y toma de ellas sus distintos aspectos psíquicos; el miedo a ser devorado por el
padre corresponde a la fase oral, así como el deseo de ser maltratado por él a la
constitución anal, y finalmente la organización fálica introduciría los fenómenos de la
127 Freud,Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XIV, p. 112.
128 Freud,S., op. cit., Tomo XIX.
129 Ibídem, p. 168.
130 Ibídem.

67
castración, pero cabe destacar que en lo relativo a lo femenino señala satisfacciones que
no están sometidas a las condiciones de la castración. En relación a este tema es sabido
que los mayores problemas se le presentan a Freud cuando debe referirse a la
estructuración psíquica de la mujer, allí el modelo teórico del Edipo masculino no
alcanza, tampoco puede explicarse esta sexualidad oponiéndose a él, ni resolviéndolo
por lo contrario, y es por eso que se niega a nombrarlo como complejo de Electra. Esta
preocupación que jamás abandonó a Freud, está reflejada en su pregunta a propósito de
“qué quiere una mujer”, sostenida y elaborada a través de diversos artículos tales como
la feminidad, la sexualidad femenina y otros.
Freud elabora teóricamente la realización de la mujer a través de su condición de madre
y allí indica la salida a esa envidia y nostalgia del pene en la cual ella queda capturada
(atada), realizando su deseo fálico en esa equivalencia poderosa de niño = falo,
situación que crea una simbiosis, una fusión difícil de tratar en aquéllos casos clínicos
en donde esta realización se llevó al extremo.
Este deseo de falo junto a la negación de la castración, tendrá como resultado para
Freud, el hecho de que algunas mujeres no puedan aceptar dicha privación, y se
conduzcan como hombres, posición que les privará de su condición femenina.
Volvamos ahora al tema del “Ello” que nos ocupa, cabe aclarar, que sus
manifestaciones hasta la aparición de la segunda tópica, aún no se habían establecido
claramente, es en el citado trabajo y otros posteriores en los cuales ya se tiene en cuenta
a la pulsión de muerte, estos textos ya no sitúan al placer y al displacer como contrarios
ni disjuntos sino como montados uno encima del otro, no se piensa, o se trata de
resolver este interrogante apelando a que lo que era placer para un sistema era
displacentero para otro, tratando de separar los dos polos de una contradicción,
(conciente-inconciente), a partir de la segunda tópica el Yo, el Ello y el Super-yo están
atravesados por el inconciente, el inconciente implica a las tres instancias como un
sustrato, como una condición ineludible y se describe una tópica intersistémica
superpuesta a una intrasistémica, es decir, que en cada sistema está la fractura, la
diferencia o la notación básica fundamental del inconciente.
En Más allá del principio de placer se reconoce y sitúa la sumisión de la búsqueda de
placer a la muerte, y esto provocó un gran cuestionamiento de la experiencia analítica,
en interrogantes tales cómo, ¿qué puede esperarse entonces de la interpretación?,
¿Cómo puede pues, actuar una palabra para hacer renunciar a esos placeres tan
malamente adquiridos?, ¿Podríamos hablar de una clínica de la pulsión? ¿Qué
tratamiento darles a estos “retoños de la pulsión de muerte?. En el texto Inhibición,
síntoma y angustia, se pone en evidencia que la preocupación de Freud ya no está
situada en descubrir la significación del síntoma y su traducción inconciente, (esto ya lo
había develado en otros textos), sino que se encuentra investigando en ese momento
alrededor de una satisfacción displaciente que no cede, que insiste, a la cual el paciente
no quiere renunciar y todo esto a pesar de haber sido ya descifrado el carácter
enigmático del síntoma. En este trabajo la preocupación primordial es de carácter
económico, en relación a una satisfacción que se experimenta como sufrimiento y que
se ubica en un más allá del principio de placer, de la homeostasis y el bienestar.
Se trata de un no funcionamiento yoico que se halla inerme frente a esta situación y que
Freud describe de la siguiente forma; “Si el acto de la represión nos ha mostrado la
68
fortaleza del yo, al mismo tiempo atestigua su impotencia y el carácter no influíble de la
moción pulsional singular del ello”131.
Esto nos lleva a pensar que en los orígenes las defensas contra la invasión pulsional no
estaban establecidas por la represión, o como dice Freud, “serían métodos de defensa
diferentes a cuando se alcanzan ciertos grados de organización”132. ¿Pero entonces
cómo defendernos de las pulsiones que nos dañan?, ¿qué hacer con ellas?
Con relación a estos interrogantes planteados sólo nos queda remitirnos a lo elaborado
por Freud, a los caminos, a las posibles soluciones (siempre parciales) que pudo pensar.
En este sentido la salida, o mejor dicho, la posibilidad de cura, está orientada para Freud
fundamentalmente hacia dos situaciones ya mencionadas; el tratamiento de elaboración
psicoanalítica, e íntimamente ligado a él, el proceso de sublimación. ¿Cómo podríamos
domeñar algo de la pulsión, si no es a través de un continuo trabajo de elaboración, en
encuentros repetidos con ella?, ¿tenemos alguna esperanza de reducir la satisfacción
tanática? Solo de manera parcial y aceptando que jamás será en su totalidad que siempre
quedará un remanente, un resto, que algunos autores psicoanalíticos han bautizado con
el nombre de lo “incurable”, término que pone límites a la capacidad sublimatoria y de
cura de cada uno. Lo incurable sería aquélla porción de satisfacción mortífera a la cual
el sujeto no podría o no estaría dispuesto a renunciar. Es por esto que Freud en su
trabajo; “Análisis terminable e interminable”133, sitúa el final del mismo en la
desaparición de los síntomas, las inhibiciones y la angustia, y a lo interminable del
mismo en ese resto de satisfacción, siempre inelaborable, insublimable de la pulsión;
“La intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del yo,
adquirida en la lucha defensiva, en el sentido de un desquicio y una limitación, son los
factores desfavorables para el efecto del análisis y capaces de prolongar su duración
hasta lo inconcluible.”134
La mencionada resistencia del “Ello” cuya modalidad es la compulsión de repetición,
hace necesaria una permanente reelaboración de estas satisfacciones, que están
dispuestas a volver a repetirse aún cuando ya han sido elaboradas en el análisis. Hay
algo que insiste, pero no a la manera de la significación, de la semántica, sino como
satisfacción en acto, como fijeza libidinal.
De otra forma en El porqué de la guerra de 1932, Freud pone de manifiesto el tema de la
elaboración de las tendencias agresivas de la humanidad, bajo la necesidad de crear
“vínculos afectivos” que puedan neutralizar dichas tendencias; “Todo lo que establezca
sustantivas relaciones de comunidad entre los hombres provocará esos sentimientos
comunes, esas identificaciones. Sobre ellas descansa en buena parte el edificio de la
sociedad humana”
La posibilidad de sublimación en el síntoma analítico
La sublimación como concepto ocupa en la teoría y clínica analíticas un lugar central ya
que aparece articulado a la cura de las neurosis. Algunos textos de Freud tales como El
Malestar en la Cultura, Pulsiones y destinos de pulsión y el trabajo sobre Leonardo Da
Vinci, permiten realizar algunas aclaraciones sobre esta noción. En el primero, en el
131 Freud, S., op. cit., Tomo XX, p. 93.
132 Ibídem, p. 154.
133 Freud, Sigmund, Obras Completas, Volúmen III, Ed. Biblioteca Nueva Madrid, 1968.
134 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XXIII, pp. 223 y 24.

69
cual el ser humano aspiraría a la felicidad como cura Freud pone de manifiesto una
insatisfacción estructural insalvable debido a la brecha existente entre la satisfacción
buscada y la obtenida. Asimismo señala como dificultad en dicho logro, el continuo
desengaño respecto a los valores humanos y la dura lucha con la realidad de la vida
cotidiana. Sin embargo, aunque no es muy optimista al respecto, conecta el hallazgo de
la felicidad con situaciones placenteras sexuales directas, a las cuales agrega el ejercicio
sublimatorio a través del arte, la ciencia y la religión, es decir el destino sublimatorio de
la pulsión, al cual relacionará con la cura de las neurosis. En el proceso de sublimación,
la actividad y la investigación científica ocupan un lugar privilegiado para Freud y
tendrían un carácter placentero pero no de meta sexual. En estos casos se trataría de la
posibilidad de aumentar el placer del trabajo psíquico e intelectual, y en este punto se
podría situar con todo derecho al proceso analítico, y a las tareas laborales en las cuales
exista una vocación, una elección, un deseo muy fuerte, que evite la rutina y el
aburrimiento, o el mero trabajo de subsistencia.
En esta obra hallamos una referencia explícita a esta cuestión; “La posibilidad de
desplazar sobre el trabajo profesional y sobre los vínculos humanos que con él se
enlazan una considerable medida de componentes libidinosos, narcisistas, agresivos y
hasta eróticos”135.
Según Freud, la sublimación es la posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones
humanas que lo acompañan, una parte considerable de esos componentes. Esta situación
permite desplazar las condiciones de la satisfacción pulsional, inventar otros caminos,
otras huellas, crear donde no hubo, su condición de cura es la reelaboración, el trabajo
psíquico continuado, se trata de domeñar un empuje, una “fuerza constante” que impone
a lo psíquico un trabajo, una labor interminable; este trabajo, esta labor, está relacionada
en el pensamiento freudiano, con la posibilidad de establecer ligaduras a través de la
sintaxis (representaciones) del proceso secundario, y por lo tanto, como la pulsión no
toma el destino sublimatorio sino es por la exigencia del trabajo psíquico, una y otra vez
debemos volver a revisar esa satisfacción.
En el texto sobre Leonardo Freud nos habla de tres desenlaces que se producen a través
del trabajo analítico. En primer lugar la represión de las pulsiones es sustituida por algo
que llama un “juicio adverso”, éste toma dimensión en el sujeto diferenciado de la
manera superyoica de la represión, como reconocimiento y elaboración de la nocividad
y peligro de una satisfacción sin frenos, sin medida, es decir sin ninguna ética.
El segundo desenlace tiene lugar una vez que se hallan trabajadas las fijaciones
infantiles, que darían como resultado, la posibilidad de nuevas metas libidinales,
aquéllas que tendrían que ver en última instancia con la elección del sujeto, ya que
Freud aclara que no debemos ser nosotros como analistas quienes decidamos a la
manera de un amo, ese destino libidinal ahora liberado. La posibilidad de la sublimación
(que en ningún momento debe ser impuesta) permite establecer una meta superior, no
sexual, más distante de sus objetos primitivos, para lo cual se hará necesario dentro de
los procesos psíquicos, una mediación, una negociación, una secundarización (en el
sentido de la intervención del proceso secundario) de la satisfacción pulsional, con la
intención de encontrar otras sendas, otros caminos.
135 Freud, S., op. cit., Tomo XXI, p. 80.
70
En este recorrido siempre preocupó a Freud, el proceso de lo ligado y lo desligado en
relación al proceso primario y su capacidad o no de ligaduras, de secundarizarse, de
articularse a una sintaxis (representación), y esta problemática está desarrollada
especialmente en el texto de Más Allá del Principio de Placer, en relación a la
compulsión de repetición articulada a la pulsión de muerte.
Por otra parte en el análisis de Leonardo con relación a la sublimación, Freud se detiene
en una frase del mismo que evidencia las pretensiones científicas del pintor de conocer
las causas últimas de los sentimientos de amor y de odio; dice Leonardo “Ninguna cosa
se puede amar u odiar si antes no se ha conocido su naturaleza”.
En el recorte de esta frase Freud nos muestra que los afectos sentidos por Leonardo eran
sometidos por él a una profunda investigación, no amaba u odiaba, sino que se
preguntaba porque debía amar u odiar y qué significaba eso, para Freud se pone en
evidencia en esta frase una pulsión hiperpotente de investigar, semejante a un apetito de
saber.
Finalmente la tercer posibilidad o desenlace que puede producirse a través del trabajo
analítico está referida específicamente a la sublimación, es decir aquélla parte de la
libido que escapa al destino de la represión, transformándose en un deseo de saber. Al
parecer en esta situación la pulsión se liberaría de la atadura originaria de las imagos de
la investigación sexual infantil y podría desplegar libremente su quehacer al servicio de
intereses psíquicos más elevados. Pero esto no es tan simple, y siempre puede
comprobarse que hay tropiezos y dificultades. Por otra parte podría ser Leonardo el
paradigma del ideal sublimatorio, (se ocupó de la ciencia, el arte, la religión), pero
estaríamos anteponiendo como meta un Ideal, cuando Freud aclara explícitamente, que
la sublimación, no pasa por el Ideal, ni por el Super-yo, ni por la represión, se trata de
un trabajo psíquico, de una des-fijación de la libido que una vez vaciada de sus
investiduras primitivas, puede dirigirse en el mejor de los casos a intereses alejados de
la satisfacción originaria de la pulsión y de contenido no sexual, es decir su potencial, su
fuerza, estarían al servicio de otra cosa, pero con la condición de aclarar que este
proceso jamás podrá llegar a ninguna totalidad, a ningún cierre. En este sentido Freud
afirma que la sofocación casi total de la vida sexual objetiva no proporciona las
condiciones más favorables para las aspiraciones sexuales sublimadas y que no
debemos aspirar a enajenar la pulsión sexual de sus genuinas metas, ya que si esta
situación se lleva demasiado lejos solo se obtendrán resultados nocivos.
Recordemos el ejemplo que nos da Freud (relacionado con las pulsiones y su
sublimación) de aquél caballo sumamente trabajador pero muy glotón al que sus dueños
olvidan de alimentar y se muere.
Quisiera agregar ahora algunas consideraciones que Freud realiza a propósito del caso
clínico del hombre de las ratas (iniciado el primero de octubre de 1907), en relación a
sus compulsiones. Comienza con un primer ejemplo de un impulso suicida, que se
transforma en una agresión hacia otra persona, impulso que por otra parte no es nada
infrecuente hallar en los casos de neurosis obsesiva, en los temores por ejemplo de
algunas madres que no quieren permanecer a solas con su bebé porque padecen de
impulsos homicidas, y temen atentar contra la vida de su hijo.
Este impulso se le presenta al hombre de las ratas mediante un mandamiento, y estos
mandamientos poseen una relación estrecha con las órdenes del Super yo, pero en las
cuales su carácter compulsivo estaría dado por el contenido insensato de las órdenes que
71
dejan perplejo y desorientado al sujeto que las padece. En este caso el texto de la misma
es el siguiente; ¿qué pasaría si te viniese el mandamiento de cortarte el cuello con una
navaja de afeitar?, pero la posición pasiva se transforma en activa, y se enlaza con los
sentimientos hostiles experimentados en relación a la abuela de su amada, y deviene
como resultado lo siguiente; <No, no es tan simple. Tú tienes que viajar hasta allí y
matar a la anciana señora>. Cayó al suelo despavorido.”136
Esta especie de desmayo que sufre el hombre de las ratas nos muestra una defensa
contra la compulsión asesina luego de que la represión fracasa, y se presenta como el
último recurso, como una especie de sofocación, frente al impulso homicida.
Otra compulsión esta vez a adelgazar se le impone al paciente como consecuencia de los
intensos celos dirigidos a un primo inglés de su amada, al cual llamaban Dick
(abreviatura de Richard) que en alemán significa gordo. Freud nos habla también de una
compulsión a comprender por parte del hombre de las ratas que lo volvió insoportable
para todos los suyos; “Lo constreñía a comprender con exactitud cada sílaba que alguien
le dijera, como si de otro modo se le escapase un gran tesoro. Así, preguntaba siempre:
< ¿Qué acabas de decir?>. Y cuando se lo repetían, él creía que la primera vez había
sonado diferente, y quedaba insatisfecho.”137 Finalmente la acción obsesiva compulsiva
que Freud describe en relación al padre, cuando el hombre de las ratas entre las 12 y la
1 de la madrugada, esperando la visita de su padre, contemplaba en el espejo su pene
desnudo, y esta acción se transformaba en un desafío al padre.
Cabe destacar que Freud enlaza de manera permanente en este trabajo las compulsiones
a la obsesión, su carácter compulsivo obedece a que el sujeto cumple sus obsesiones
pero sin saber de que se tratan, de porqué se siente impulsado a realizarlas, provienen
del inconsciente, y dejan al yo en una situación en la cual se encuentra abatido y
destronado, sin ninguna posibilidad de frenar la impulsión.
Mediante el trabajo analítico Freud encuentra las significaciones ocultas, el sentido de
dichas obsesiones, pero aún estamos en esta época bajo la hegemonía de las
representaciones inconcientes y aún no se ha manifestado el poder insistente de la
satisfacción de una economía libidinal que no cede a pesar de haberse hallado y
descifrado los contenidos inconscientes.
La fuerza del Ello se impone, como compulsividad, no ya de una representación
inconciente, sino de una fijación de goce, a la cual el sujeto no está dispuesto a
renunciar. Los tratamientos de las adicciones, de las anorexias y las bulimias nos
muestran la dificultad de reducirlas a significaciones, de hacerlas entrar en el comercio
asociativo del paciente, y quedan como islotes de episodios compulsivos que el paciente
no puede evitar, y que se manifiestan en actos compulsivos que deben ser reconstruidos
para que comiencen a tener un marco, una pantalla en la cual se puedan proyectar y no
queden solo adheridos al recorrido puro de la pulsión a su solo ir y venir. Se trata de una
satisfacción compulsiva tanática a la cual el paciente no quiere renunciar por la
intensidad de su goce.
El síntoma como repetición:
136 Freud, S. op. cit., Tomo X, p. 148.
137 Ibídem, p.150.
72
El concepto de repetición está presente en la teoría y práctica psicoanalítica, en las
manifestaciones del síntoma, en el deseo, en las elecciones de objeto, en el amor etc.
La repetición es la manera fundamental de manifestarse el funcionamiento del
inconciente.
Este concepto posee asimismo una raigambre filosófica sumamente importante cuyos
dos pensadores más destacados son Kierkegaard y Nietzsche, el primero lo elabora y lo
investiga fundamentalmente en su libro “In Vino Veritas La Repetición”138 comprueba
que es imposible la identidad en la repetición y toma como ejemplo la corneta del
postillón, instrumento musical que posee la característica de no emitir jamás dos
sonidos idénticos. Asimismo aborda este concepto a través de un fenomenal hallazgo al
diferenciar, el amor-repetición del amor- recuerdo; para Kierkegaard solo el primero
encierra y sostiene un goce especial; “Un autor ha dicho que el amor-recuerdo es el
único feliz. Esta afirmación, desde luego, es muy acertada, con la condición de que no
se olvide que es precisamente ese amor el que empieza haciendo la desgracia del
hombre. El amor repetición es en verdad el único dichoso. Porque no entraña como el
del recuerdo, la inquietud de la esperanza, ni la angustiosa fascinación del
descubrimiento, ni tampoco la melancolía propia del recuerdo. Lo peculiar del amor
repetición es la deliciosa seguridad del instante”139, Y más adelante “…La repetición es
la realidad y la seriedad de la existencia.”140
En cuanto al pensamiento de Nietzsche sobre la repetición es algo que puede llamarse
monumental, lo plantea en un tiempo infinito, como el eterno retorno de lo mismo, y
este “lo mismo” tiene toda su importancia porque cuestiona el concepto de identidad e
instala el de la diferencia.
Estos dos pensadores han combatido y rebatido en su pensar toda posibilidad de
agotamiento del saber toda posibilidad de una identidad cerrada y acabada, no existe
para ellos ninguna posibilidad de un Saber absoluto, y de un pensamiento basado en la
noción de identidad. Para ellos siempre queda un resto, que Nietzsche a su manera
nombró como “Ello”.
Por otra parte en un pensador más contemporáneo, me refiero a Gilles Deleuze,
observamos también esa preocupación por la repetición que termina plasmándose en un
texto titulado Repetición y diferencia, texto admirable que adolece de una sola cosa, la
omisión de la elaboración de Freud en torno a la repetición y su ligadura, su nudo, su
mezcla, con la pulsión de muerte. A nosotros como psicoanalistas nos interesa y nos
ocupa, el tratamiento de la repetición fundamentalmente en su contenido mortífero,
patológico, en aquello que provoca dolor y sufrimiento en la vida del ser humano.
Continuando con la presencia de la repetición en el síntoma, en el texto de Recordar,
repetir y reelaborar141, Freud nos habla al comienzo del cambio de orientación en la
138 Kierkegaard, Soren, In vino veritas la repetición, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1976
139 Ibídem, p. 131.
140 Ibídem, p. 133.
141 Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Tomo XII.

73
práctica analítica y el porqué del abandono del método hipnótico y de la catarsis. A
partir de ese momento los objetivos técnicos se dividen en dos; por un lado el llenar las
lagunas del recuerdo y por el otro el vencimiento de las resistencias de represión, (en
esta época Freud todavía no había hecho la distinción teórica entre resistencia y
represión), el olvido aparece como la modalidad de la represión, pero luego Freud
también descubrirá, agujeros en el aparato psíquico, lagunas, que no son recuperables a
través del recuerdo, y deberá recurrir para su tratamiento a la construcción. Este
concepto ocupa en los últimos escritos de Freud un lugar relevante, y desplaza todo el
acento y la importancia monumental que tenía la interpretación. No es que Freud la deje
de lado pero la empieza a considerar como algo menor en relación a las construcciones
en el análisis; “Si en las exposiciones de la técnica analítica se oye tan poco sobre
<construcciones>, la razón de ello es que, a cambio, se habla de <interpretaciones> y su
efecto. Pero yo opino que <construcción> es, con mucho, la designación más apropiada.
<Interpretación> se refiere a lo que uno emprende con un elemento singular del
material: una ocurrencia, una operación fallida, etc. Es <construcción>, en cambio, que
al analizado se le presente una pieza de su prehistoria olvidada…”142
Freud no considera en ese momento de su elaboración que la única herramienta
fundamental para el trabajo analítico sea la interpretación, sino que agrega, la
construcción, y en especial para el trabajo de aquéllos aspectos psíquicos que quedaron
reducidos a lagunas y agujeros. En este mismo texto Freud señala que las situaciones
traumáticas se desplazan a recuerdos encubridores, que podríamos decir protegen la
posición narcisista del sujeto, mediante un disfraz o deformación, y Freud los compara
al contenido manifiesto del sueño, es decir que los recuerdos encubridores vienen a
compensar la amnesia infantil. En este punto observa que algunas vivencias muy
tempranas de la infancia solo retornan a través de los sueños.
En cuanto a la manifestación de la repetición en los síntomas, dicha repetición estaría
ligada por un lado a significaciones inconcientes reprimidas, al automatismo
compulsivo de las neurosis traumáticas, y a las fantasías primordiales descubiertas por
Freud tales como “la observación del acto sexual entre los padres”, “la fantasía de
seducción” y “la amenaza de castración”, escenas que debemos tomar como
estructurantes del aparato psíquico para todos, más allá del montaje singular que realice
en su avatar histórico cada persona, y esto no quiere decir que debamos oponer historia
y estructura, sino que por el contrario la historización del sujeto en análisis, nos muestra
la singularidad del montaje personal de cada uno, y esto justifica la recomendación de
Freud de tomar en consideración cada caso como algo singular, único, la particularidad
de cada sujeto de constituir sus “series psíquicas”, “sus clisés”. También el deseo es
repetición, insistencia, y esto hace que sea indestructible, y que pueda trasladarse de
generación en generación, pero no desde algo fisiológico, sino a través de las cadenas
significantes familiares, tal como lo descubre Freud en el hombre de la ratas.
En el texto citado Freud nombra a la compulsión de repetición como la cuarta
resistencia más importante que se opone a la cura de los síntomas, se trata de las
manifestaciones del Ello y por eso exige del tratamiento psicoanalítico una reelaboración.
Las compulsiones de repetición están alojadas para Freud
fundamentalmente (pero no exclusivamente) en las obsesiones y en los mandatos y
órdenes compulsivas, tal como se le presentan por ejemplo al hombre de las ratas. La
142 Ibídem, p. 262.
74
compulsión de repetición alojada en los síntomas, es elaborada por Freud en su trabajo
del Más allá del Principio de placer y está ligada y sostenida por la pulsión de muerte.
La compulsión de repetición anula toda posibilidad de representación y reflexión e
instala lo que podemos llamar las patologías del acto, que se caracterizan por la
anulación y suspensión del régimen simbólico, a favor de la preeminencia del acto, de la
actuación y del pasaje al acto. Este funcionamiento del aparato psíquico como ya
mencionamos lo podemos observar en las bulimias y en todas las adicciones, donde el
objeto de satisfacción se sustantifica en detrimento de la palabra, en el abandono de la
misma, en su rechazo, y el sujeto se adhiere a esa otra satisfacción, a una fijación de
goce imposible de abandonar, o renunciar. Frente a este panorama, se establece la
propuesta clínica freudiana de la sublimación y la lacaniana de rectificación, pero
debemos entender que siempre quedará un resto incurable, un saldo, con el cual el
sujeto deberá aprender a vivir, eso que un autor llamó “lo incurable”. El límite de lo
terminable de un análisis.
Para Freud la repetición se encuentra en relación con la experiencia de la vivencia de la
pérdida de objeto, la ausencia de ese objeto que por otra parte jamás existió, al menos
como posibilidad de completar al sujeto, lanza el dispositivo de la repetición, en la
ilusión de alcanzarlo para obtener una satisfacción pretérita, única, originaria. Freud
puede realizar puntualizaciones de este objeto, por una parte en la satisfacción
alucinatoria del deseo, y por otra en los objetos pulsionales primarios (el pecho, las
heces, etc.), pero también y fundamentalmente en su trabajo sobre Duelo y Melancolía.
Este objeto perdido para siempre, deja un agujero, un vacío, que la repetición en su
mismo movimiento intentará re-hallar, re-capturar, en vano, objeto al cual no llegará por
rememoración, sino que lo constituirá en su mismo movimiento, es decir que el objeto
se constituye en la repetición misma, no viene de ningún lado, y es por eso que Freud en
su trabajo “Recuerdo, repetición y reelaboración, relaciona a la repetición con el acto
mismo y esta forma de pensar el tratamiento analítico instala para Freud una nueva
técnica con un signo distintivo respecto de la anterior: “Si nos atenemos al signo
distintivo de esta técnica respecto del tipo anterior, podemos decir que el analizado no
recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo
reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo
hace.”143. Por supuesto que Freud está hablando de la transferencia como resistencia,
pero también nos está diciendo que a partir de ese descubrimiento, la técnica analítica
cambia, y la escucha del inconciente ahora es a través de la repetición. De todas formas
en este artículo. Freud extiende el concepto de repetición y lo lleva también fuera de los
límites de la consulta analítica; “Pronto advertimos que la transferencia misma es solo
una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado; pero no
solo sobre el médico: (y aquí está la extensión de ese concepto) también sobre todos los
otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar preparados para que el
analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de
recordar, no solo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras
actividades y vínculos simultáneos de su vida.”144
Esta cuestión de la repetición en acto nos lleva a la incidencia de la pulsión en la
formación de síntoma. Existe algo del orden de la satisfacción que se resiste a
abandonar el síntoma, aunque este haya sido descifrado, una fijación de goce que se
143 Ibídem, pp. 151 y 152.
144 Ibídem, pp. 152 y 153.
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muestra rebelde a ser modificada, reducida, sublimada. Esta satisfacción como ya
mencionamos es paradojal porque se produce en el displacer y el sufrimiento y nada
tiene que ver con el bienestar del sujeto proporcionado por las satisfacciones parciales
enmarcadas por el principio de placer displacer que tiende a instalar la homeostasis.
Se trata de una satisfacción rebelde, insensata, guiada por el predominio de la pulsión de
muerte, cuyo desmontaje requiere como dijo Freud de una continua re-elaboración y es
por esto que si queremos pronunciarnos a favor de la integración en el proceso analítico
de una clínica de la pulsión, debemos ser concientes de que se trata de un hueso muy
duro de roer, de un bucle, un rizo, que deberá rizarse innumerable cantidad de veces
para lograr un cambio de posición del sujeto respecto de ese goce y en última instancia
una renuncia una reducción que le permita al sujeto convivir con ello. Esta situación nos
conduce a las siguientes preguntas.
¿Los síntomas una vez tratados, desaparecen, o simplemente se desplazan, se crean
otros, a la manera de cómo creamos nuevas identificaciones, en relación a otras que nos
perjudicaban, nos detenían? ¿Es posible una vida sin síntoma? Se trata una vez
recorridas las cadenas significantes que lo sostienen y determinan, identificarse con él?
¿O simplemente llegar al saber hacer con él que propone J. Lacan?. Si la sublimación es
para Freud la meta más importante de la cura analítica, no nos olvidemos, que el mismo
Freud se opone y se manifiesta en contra de que esta sublimación pueda encarnar algún
ideal de totalización, hacer del sujeto un mero cadáver, por el contrario nos alerta sobre
el hecho de que no debe descuidarse el alimento de la pulsión, ni el alimento del deseo.

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