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BRUNO BONORIS.
El siguiente trabajo se propone, en estilo divulgativo, hacer un breve recorrido por el problema
de la satisfacción del síntoma en psicoanálisis. Con este objetivo, se realiza, en primer lugar, una
distinción entre las perspectivas de Freud y de Lacan sobre la pulsión. A su vez, se reflexiona
sobre la responsabilidad subjetiva –sintagma en boga- y las intervenciones dirigidas al yo. Por
último se analiza el problema de la ganancia de la enfermedad. En definitiva, se intentará
responder a las siguientes inquietudes: ¿Qué o quién se satisface con el síntoma? ¿Cuál es su
beneficio? ¿Qué tipo de responsabilidad tiene el sujeto por el goce sintomático?
Es un hecho indiscutible que los seres humanos no siempre hacemos lo que más se
ajusta a nuestra conveniencia o bienestar. Podríamos excusarnos argumentando que
casi nunca sabemos con certeza qué es lo que nos hará bien. Sin embargo, el
problema es que una vez que hacemos algo y sus consecuencias no nos trajeron
ningún tipo de ganancia aparente, o nos produjeron un sufrimiento “en exceso” lo
seguimos haciendo, lo repetimos. El refrán nos recuerda que “el hombre es el único
animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Nos cuesta ser constantes,
excepto en nuestros deslices. ¿A qué se debe esta absurda tenacidad?
Una de las repuestas más frecuentes es que, en el fondo, todos somos un poco
masoquistas. En lo más profundo y recóndito de nuestro ser algo se favorecería con
nuestras desgracias. Increible paradoja: ¿Cómo es posible que algo en nuestro
propio ser se beneficie con nuestra propia desgracia? ¡Por supuesto, es el
inconsciente que nos juega una mala pasada! En verdad, la respuesta no es tan
sencilla.
Pongamos como ejemplo un paciente que nos consulta porque no puede parar de
comer. No se trata de hambre, está claro. Es más bien una extraña compulsión que lo
incita a engullir alimentos, como si algo pidiera –en un silencio ensordecedor- una
urgente satisfacción. “El cuerpo me lo pide” nos dice. En efecto, luego de haberse
dejado llevar por el supuesto reclamo corporal, nuestro hipotético paciente siente una
profunda ambivalencia: por un lado registra un cierto regocijo por realizar aquello que
se veía compelido a hacer; por el otro, siente una profunda tristeza, decepción,
angustia, culpa. Pero entonces, ¿Quién o qué se beneficia? Ésta es la cuestión.
Declarada la paradoja surge la pregunta por sus razones: ¿Por qué el síntoma
implicaría un beneficio para el individuo si el yo lo vive con pena y desazón? Simple,
porque la satisfacción es inconsciente y por eso no es percibida por el yo
como tal, es decir, como satisfacción . Pero entonces: ¿Por qué endilgarle al
individuo una satisfacción que desconoce y le resulta insatisfactoria? En primer lugar,
si pensamos que la pulsión es un estimulo que proviene del interior del organismo,
difícilmente pueda sostenerse que no forma parte de ese individuo. Por otro lado, el
ello –de donde provienen las pulsiones según la segunda tópica- forma una “unidad
biológica con el yo” (Freud, 1925) y, por lo tanto, sería incoherente sostener que esta
satisfacción no corresponde a esa persona. Resumiendo: Si la pulsión proviene del
interior del organismo y forma una unidad biológica con el yo: ¿A quién responsabilizar
moralmente de las satisfacciones y el beneficio que conlleva el síntoma si no es al
individuo que consulta?
Ahora bien, si creemos que es el analizante quien se satisface con el síntoma una
intervención sensata será intentar que éste reconozca su goce en aquello de lo que se
queja. Como es sabido, esto dio lugar a una clínica sostenida en la “responsabilidad
subjetiva”: una alternativa matizada (pero igual de neurotizante) del “hazte cargo”. En
definitiva, quien goza, quien se satisface, quien gana con el síntoma, es el paciente.
Lacan dijo algo muy distinto. Desde su teoría, es una contradicción afirmar que es el
analizante quien goza. Esta idea se encuentra presente, por ejemplo, en el Seminario
11, allí afirmó: “[los pacientes] satisfacen a algo que sin duda va en contra de
lo que podría satisfacerlos, lo satisfacen en el sentido de que cumplen con lo
que ese algo exige. No se contentan con su estado, pero aun así, en ese estado de
tan poco contento, se contentan. El asunto está justamente en saber qué es ese se
que queda allí contentado” (Lacan, 1963-64, p. 173). En efecto, el quid de la
cuestión reside en la pregunta sobre qué es aquello que se contenta en el
síntoma. Como mencionamos, en general son los analizantes quienes se atribuyen un
placer paradójico que se encontraría oculto en lo más intimo de su ser y del que
desconocen su origen y sus razones. El asunto, como dice Lacan, es si nosotros
confirmaremos está hipótesis. En otras palabras, la pregunta es si le imputaremos al
yo algo que corresponde al inconsciente.
¿Qué es ese algo que se satisface? Para abordar esta interrogación debemos
partir de la idea lacaniana de que los seres hablantes estamos radicalmente
condicionados por el lenguaje. En un sentido amplio, esto quiere decir que
aunque creamos que utilizamos el lenguaje como instrumento (para
informarnos, comunicarnos, etc.), en verdad “el lenguaje nos emplea, y por
este motivo, eso goza”. La palabra clave es, por supuesto, “eso”… El engaño
reside justamente en creer que la pulsión es un estimulo que proviene
originariamente del cuerpo. Sentimos que “el cuerpo nos pide algo” cuando,
en realidad, se trata de un texto (ESO) que exige a nuestro cuerpo , un texto
que se hace cuerpo. La pulsión, entonces, “es el eco en el cuerpo del hecho de
que hay un decir” (Lacan, 1975-1976, p. 18). ¿Pero que significa qué un
texto, un saber, se hace cuerpo?
Según Lacan, el descubrimiento freudiano pone en el tapete que los seres humanos
podemos estar metidos hasta el cuello en un saber, pero sin saber que estamos allí. En
efecto, el problema clínico con respecto al goce radica en que se ejercita un saber
pensando que se ejercita otro saber, o peor aún, sin saber que se ejercita un saber; es
decir, creyendo que la realización del saber es en verdad “la forma de ser de cada
quien”, natural e inmodificable. De esta forma puede entenderse como la
ganancia de saber implica una pérdida de goce.
Referencias Bibliográficas
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