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Teoría Psicoanalítica – Cursada 2021

Decimocuarta Clase Primera Parte (de Casas – Volta)

14) La segunda tópica. Insuficiencia de la primera para dar cuenta de los problemas
de la clínica.

a) El ello: más abarcativo que lo reprimido. La mudez pulsional.


b) La aspiración a la unidad por parte del yo, y sus relaciones de dependencia (vasallajes). El
lugar del mundo externo y la “realidad”.
c) El superyó como representante del padre. Pacificación y satisfacciones paradojales. El
masoquismo moral.

Bibliografía obligatoria:
✔ “El yo y el ello” (1923), caps. I, II, III y V, AE, XIX, 15-40 y 49-59.
✔ “El problema económico del masoquismo”, AE, XIX, 171-6.
✔ “Esquema del psicoanálisis” (1938), Parte I, caps. I y II, AE, XXIII, 143-9.

Bibliografía ampliatoria:
✔31° conferencia: “La descomposición de la personalidad psíquica” (1932), AE, XXII, 53-74.
✔ “¿Pueden los legos ejercer el análisis?” (1926), cap. II, AE, XX, 179-86
✔ “Dostoievski y el parricidio. (1928), AE, XXI, 175-191.

En la clase anterior, con el inicio de la tercera parte del programa, nos metimos con el
segundo dualismo pulsional y ahora empezaremos a pensar desde un punto de vista
metapsicológico qué consecuencias tuvo para Freud la introducción del concepto de
pulsión de muerte.
En primer lugar, podemos situar dos cuestiones. Por un lado a Freud se le abre una
perspectiva que le permite explicar algunos fenómenos clínicos que antes no podía o
cuyas explicaciones no lo dejaban del todo satisfecho. En el mismo sentido tiene otra
visión sobre el tratamiento, su finalización, los obstáculos o resistencias serán a partir de
ahora considerados a la luz de esto que llamamos trauma interno. Dicho de otra manera
¿cómo intervenir, cómo deshacernos – si esto fuera posible - de la pulsión de muerte?
¿Cómo pensar un tratamiento que batalle contra esto? Este segundo aspecto de lo que
situamos aquí lo desarrollaremos luego en la unidad 15.
Por otro lado, y acá nos metemos más específicamente en la clase de hoy, Freud
reformula la estructura del aparato psíquico. Postula una segunda tópica que incluye la
pulsión. Recuerden, para situar el contrapunto, el primer modelo de aparato psíquico,
graficado con esa apariencia que algunos llaman de “peine”, con sus polos, sus instancias
y procesos, sus huellas y representaciones donde nada se dice de la pulsión. Simplemente
situaba en sus primeros trabajos un monto de afecto o suma de excitación que se
desplazaba sobre las representaciones como la carga eléctrica sobre la superficie de los
cuerpos.
En el texto central de esta unidad del programa, “El yo y el ello” de 1923, comienza su
justificación de la necesidad de pensar este nuevo modelo y lo hace subrayando lo
insuficiente que le resultó el otro. ¿Qué nos dice? Que la antorcha guía en el aparato
psíquico anterior era lo inconsciente, las instancias situadas entre los polos estaban
basados en el grado o no de conciencia. Teníamos una primera instancia cuyas huellas
eran inconscientes, la barrera de la represión a partir de la cual las huellas pasaban a tener
la cualidad de ser preconscientes y con esto la posibilidad finalmente de impactar en la
conciencia. La conciencia, a diferencia de toda la tradición filosófica, no era la esencia de
lo psíquico sino sólo una cualidad. Es decir, estaríamos en un nivel “descriptivo”. Algo
puede ser inconsciente pero posteriormente puede ser preconsciente y luego consciente o
no llegar a serlo nunca por más esfuerzo que se haga.
En un sentido “dinámico”, avanzamos un poco más en la problematización del asunto.
Freud sitúa la lucha entre fuerzas opuestas, y la expresión de lo reprimido en la conciencia
bajo determinadas condiciones. Junto a ello, la emergencia de la resistencia. Esto es lo
que ya hemos estudiado en la primera parte del programa. Freud lo resume diciendo que el
concepto de inconsciente es extraído como tal de la doctrina de la represión: “Lo reprimido
es para nosotros el modelo de lo inconsciente” (Das Verdrängte ist uns das Vorbild des
Unbewußten) (AE, XIX, p. 17), un inconsciente en sentido dinámico.
Sin embargo, los fenómenos a los que la práctica analítica lo fue enfrentando lo llevan a
decir que “estos distingos no bastan, son insuficientes en la práctica” (AE. XIX. P. 18). En
el tratamiento, lo que ha sido reprimido se contrapone al yo, y parte de la tarea analítica es
entonces cancelar las resistencias que el yo muestra para poder ocuparse de lo reprimido.
Es en ese punto que Freud constata que “el enfermo experimenta dificultades cuando le
planteamos ciertas tareas; sus asociaciones fallan cuando debieran aproximarse a lo
reprimido. En tal caso le decimos que se encuentra bajo el imperio de una resistencia, pero
él no sabe nada de eso” (AE, XIX; p. 19). Resulta entonces que la fuerza que se opone a
que lo reprimido ingrese a la conciencia no pertenece a lo reprimido pero, y aquí hay una
novedad importante, tampoco a la conciencia. Lo llamativo, dice, es que esa fuerza, que se
exterioriza como resistencia parece provenir del Yo mismo, pero de ella nada se sabe. Es
decir es inconsciente y pertenece al Yo.
Decir que el conflicto es entre lo reprimido y el yo, no es lo mismo que decir como antes
que es entre el inconsciente y la conciencia. El yo y la fuerza represora no son lo mismo
que la conciencia. En definitiva una parte del yo también es inconsciente, no sabe que
resiste, incluso aunque el analista se lo dijese. No podemos decir más que la neurosis es el
resultado de un conflicto entre lo consciente y lo inconsciente, es un planteo insuficiente.
Más allá de la mirada dinámica Freud propone una perspectiva “estructural” para oponer
“el yo coherente y lo reprimido escindido de él” (AE, XIX, p. 19). Entonces, propone una
enmienda para concepto mismo de inconsciente. No olvidemos que “inconsciente” era uno
de los conceptos fundamentales del psicoanálisis y estamos aquí en un momento en que lo
necesita reformular: “Discernimos que lo Icc no coincide con lo reprimido; sigue siendo
correcto que todo reprimido es icc, pero no todo Icc es, por serlo, reprimido” (AE, XIX, p.
19). Freud concluye que si bien todo lo reprimido es inconsciente, no todo lo inconsciente
es lo reprimido. Hemos dicho además, que una parte del Yo puede ser inconsciente, sin
ser meramente latente o preconsciente. Por esta vía, Freud se ve llevado a establecer un
“tercer Icc, no reprimido” (ein drittes, nicht verdrängtes Ubw) (AE, XIX, p. 20). Es un
inconsciente no todo, que hace objeción al universal, no todo reprimido y que está en
relación con lo que estudiaremos bajo el nombre de las resistencias mayores en la cura.
En el trabajo de elaboración analítico, se tratará entonces de algo mucho más complejo
que de hacer consciente lo inconsciente. La inconsciencia como tal es una cualidad
multívoca que puede entenderse en sentido descriptivo, dinámico o estructural,
refiriéndose en cada caso a algo diverso.
Por este lado Freud comienza a pensar que la cualidad de conciencia no alcanza para
investigar los procesos que están en juego. Y vuelve a pensar cómo está estructurado el
aparato psíquico. Planteará, tal como lo dice en la “31° conferencia: “La
descomposición de la personalidad psíquica” (1932)” una división en “reinos”,
“ámbitos” o “provincias” (AE, XXII, p. 67) en que el aparato anímico se escinde y se
ocupará del estudio de sus relaciones recíprocas.

El Yo
El Yo (das Ich) como ustedes vienen leyendo es pensado por Freud de distintas formas,
una es la que mencionábamos antes, el yo represor, el que se defiende de la
representación sexual inconciliable, que en la primera clínica parecía estar indiscriminado
de la conciencia. Allí el Yo era la organización sede de la conciencia, que controlaba los
accesos a la motilidad voluntaria y la descarga de excitaciones en el mundo exterior.
Intentaba conciliar, mantener en una unidad coherente las representaciones que lo forman.
Cuando una de ellas resultaba inconciliable ponía en marcha la defensa.
Luego, cuando vimos “Introducción del narcisismo” (1914), dimos un paso más. Ese yo
como imagen en la que uno se reconoce, que uno cree ser. Dijimos que se trataba de una
instancia libidinal unificada resultado de un nuevo acto psíquico que unifica la
fragmentación y parcialidad del autoerotismo pulsional. Su constitución implica que todo lo
que diga cada uno de sí mismo es el yo, esto es que soy. Todo lo que en cierta medida
creo de mí es el yo, pero a veces surgen acciones o palabras en donde no reconozco.
¿Qué es eso que está más allá del yo? Con el concepto de inconsciente, tal como está
articulado hasta ese momento, no bastaba.
Algo se respondía en “Psicología de las masas…” situando el rol fundamental de la
identificación en la constitución del yo, esa identificación que aspira configurar el yo propio
a semejanza del otro, tomado como modelo. La identificación rompía un poco con la idea
de “identidad” de “sí mismo”, porque se despejaba la presencia de una suerte de otro en mí
que me comanda. Y en efecto, es posible situar vía la interpretación esos rasgos en los
que el yo se afirma identificatoriamente o contraidentificatoriamente, aún sin saberlo. La
instancia del Ideal del yo resultaba clave en este asunto.
Por otro lado, recuerden lo que en el texto de “Más allá del principio del placer” (1920)
Freud había pensado con ese modelo que representa con la vesícula viva, que tenía
fuerzas externas e internas y que contaba con una superficie que diferenciaba lo que viene
de afuera y de adentro a la vez que regulaba el flujo de lo exterior. Todo el tiempo
conciliando los impulsos propios, de origen interno, con lo que viene de afuera, intentando
mantener un equilibrio de fuerzas. Con lo que parecía un simple modelo de aparato-
vesícula y que empieza a complejizar, comienza armando la constitución del nuevo
modelo. La superficie, la capa más externa la llamará sistema percepción-conciencia que
permite el vínculo con lo externo y que a su vez es una barrera, un límite que permite la
diferenciación, como "la piel" que es diverso a lo interno. Lo mismo aquí, la superficie es
diferente a la sustancia interna. En ese modelo “la conciencia es la superficie del aparato
anímico” (AE, XIX, p. 21).
En el capítulo II del “El yo y el ello” van a ver que le dedica varios párrafos al intento de
explicar cómo un pensamiento, una representación inconsciente deviene consciente. Le va
a dar mucha importancia al nexo con lo que denomina “representaciones-palabra” (AE,
XIX, p. 22). Se trata de restos mnémicos de origen sensorial, palabras oídas
fundamentalmente (por eso en el dibujo Freud va señalar un simpático “casquete
auditivo”), la lengua materna podríamos decir, pero también de imágenes. A esto último,
una suerte de pensar en imágenes, si bien no le da exactamente el mismo valor que a las
representaciones palabras lo deprende esencialmente del valor de las imágenes oníricas
en los sueños.
Pero independientemente de la discusión acerca de la complejidad conceptual de estos
procesos y de sus vínculos con los afectos señalemos que en estos párrafos Freud retoma
ideas ya desarrolladas en los escritos metapsicológicos previos. En “Lo inconsciente”
(1915) Freud había ya propuesto pensar una distinción entre lo que desde el “Proyecto…”
llamaba “la cosa del mundo” (das Ding) como tal, ese elemento real que impacta sobre el
aparato anímico y la “representación - objeto” (Objektvorstellung), su huella a nivel
psíquico. Esta última se descompone para él en dos elementos, la “Representación - cosa”
(Sachevorstellung) y la “representación - palabra (Wortvorstellung). El acceso a la
conciencia, el impacto de la cosa del mundo sobre la conciencia está mediado por el nexo
que se logre establecer entre la representación - cosa (que es inconsciente), y la
representación - palabra que abre las puertas preconscientes. “El papel de las
representaciones-palabra se vuelve ahora enteramente claro. Por su mediación, los
procesos internos de pensamiento son convertidos en percepciones” (AE, XIX; p. 25). La
ruptura de ese nexo es otro modo de concebir la operatoria de la represión como proceso
que se lleva a cabo sobre representaciones.

“La cosa del mundo” // “Representación objeto”

Representación cosa + Representación palabra


(Icc) (Precc – Cc)

Estos rodeos le permiten a Freud seguir precisando el funcionamiento del Yo. Señala que,
en primer lugar, lo vemos como núcleo del sistema percepción-consciencia: “El mejor
modo de obtener una caracterización del yo como tal, (…) es considerar su nexo con la
más externa pieza de superficie del aparato anímico, que designamos como el sistema P-
Cc {percepción-conciencia}. Este sistema está volcado al mundo exterior, media las
percepciones de este, y en el curso de su función nace dentro de él el fenómeno de la
conciencia. Es el órgano sensorial de todo el aparato, receptivo además no sólo para
excitaciones que vienen de afuera, sino para las que provienen del interior de la vida
anímica” (AE, XXII, p. 70).
En segundo lugar, el Yo se abraza con el sistema preconsciente gracias al rol de las
representaciones palabras.
En tercer lugar, el Yo es también, desde el punto de vista del funcionamiento de las
resistencias, inconsciente. En relación a esto último, vamos a ver en la próxima clase el
problema de la denominada “alteración del yo” y sus consecuencias resistenciales en la
cura, cuando el yo resulta demasiado “deformado”.

El Ello
Ahora bien, Freud nos dice que el Yo no sólo recibe estímulos del exterior sino también del
interior. ¿Qué es eso interno? Recuerden que en la metáfora de la vesícula los estímulos
internos eran de origen pulsional. Frente a ellos no había protección alguna, no era posible
huir y estaban en la base de la redefinición del trauma en términos puramente económicos,
como un exceso no ligado. Freud toma aquí un término que surge de intercambios
epistolares con un amigo, también médico. Un médico muy particular que se interesa en el
psicoanálisis pero también en la filosofía, era bastante particular, naturista. “Ahora creo,
nos deparará una gran ventaja seguir las sugerencias de un autor (…) Me refiero a Georg
Groddeck, quien insiste, una y otra vez, en que lo que llamamos nuestro «yo» se comporta
en la vida de manera esencialmente pasiva, y (…) somos «vividos» por poderes ignotos
{unbekannt}, ingobernables” (AE, XIX, p.25).
En la vida uno cree que hace, ejecuta, maneja, pero en realidad no somos activos sino
pasivos, somos manejados, gobernados por poderes ingobernables que nos mueven a
hacer las cosas. Todos experimentamos alguna vez que hay algo que nos llevó a hacer
determinada acción sin que nosotros tengamos el control. Subrayemos además esto de los
poderes “ignotos” {unbekannt}, desconocidos.
Freud elabora a partir de la sugerencia de Groddeck una hipótesis más específicamente
psicoanalítica. Podríamos pensar que eso de lo que habla Groddeck es una parte del
aparato psíquico, hay algo más allá de mi yo que me empuja a hacer cosas que yo no sé,
no es una persona, entidad o Dios; eso que no soy yo pero que es parte de mí, parte de mi
aparato psíquico pongámosle el nombre de "Eso" (das Es). En español se lo tradujo como
el “Ello”, en francés como el Ça y en inglés como Id. El término destaca cierta acefalía. No
sé qué es pero me mueve a hacer algo. Pero no se trata de algo que no sé “reprimido”
como decía la vieja definición del inconsciente como saber no sabido. Eso, indeterminado,
impersonal que empuja, se relaciona fundamentalmente con la pulsión. Recuerden las
características de la pulsión, aquello que nos mueve, exigencia de trabajo para lo psíquico,
exigencia de satisfacción.
En relación a este carácter impersonal, en “Pueden los legos ejercer el análisis?”
(1926), Freud explica que la denominación “Ello”, hace justicia y refleja modos de decir
corrientes o habituales, algunas expresiones como: “«Ello {Es} me sacudió —se dice—;
había algo en mí {es war etwas in mir] que en ese instante era más fuerte que yo». «C'était
plus fort que moi». (AE, XX, p. 183). Al estilo de la fábula del escorpión y la rana.
En verdad el Ello, es lo que ubicamos al mismo tiempo del lado de lo inconsciente y de lo
pulsional, es la sede de las pulsiones, lo que en su acefalía nos lleva a hacer cosas más
allá de que yo lo sepa o maneje.
¿Qué relación tiene el Ello con lo inconsciente de la primera tópica? Podríamos decir que
lo incluye. El inconsciente reprimido, con sus leyes propias del principio del placer
(condensación y desplazamiento), es también parte del Ello. Pero el Ello es
fundamentalmente la sede de las pulsiones. A veces en los finales nos pasa que
escuchamos decir a los alumnos que el Ello es “el polo pulsional”. Esta no es una
expresión que como tal figure en la obra de Freud, hay que aclararlo, sino que está sacada
del Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis. Recordemos que este nuevo
modelo de aparato psíquico es un resultado de la inclusión de la dimensión pulsional pero
a la luz del segundo dualismo pulsional. Si bien el Ello es “el gran reservorio de la libido”
(AE, XIX, p. 32 nota 7), y eso concierne a la pulsión de vida, también tiene allí su lugar la
pulsión de muerte.
Las formaciones del inconsciente (síntomas, lapsus, sueños) en su costado descifrable,
son representaciones cargadas, investidas por el quantum libidinal. Parte de la tarea
analítica es, lo sabemos, interpretar su sentido sexual. Como ya dijimos, esto lo dejamos
en el terreno de la pulsión de vida. ¿Se entiende por qué? Lo reprimido "habla", de alguna
manera se manifiesta, se expresa, se supone que está ligado a representaciones, se
tramita entonces en palabras y acciones. Hablando se alcanza el sentido sexual de las
formaciones del inconsciente.
Pero el Ello abarca también la pulsión de muerte, lo no ligado, la mudez pulsional, aquello
que no se expresa en palabras. Es lo que hacía que la compulsión a la repetición invadiera
demoníacamente a las formaciones del inconsciente. Se manifiesta en atentar contra sí, y
clínicamente como tendencia destructiva en la que no media la palabra.
Entonces podemos pensar al Ello como lo reprimido, más ese otro modo de lo inconsciente
“mudo”, más pulsional, no tramitable, no expresable en palabras o representaciones,
nombrado teóricamente como la pulsión de muerte. A fin de cuentas introducir el Ello, más
allá del inconsciente, es una manera de teorizar el aparato psíquico que le permite a Fred
pensar los obstáculos que se le presentan en la clínica.
Freud nos plantea que en un principio, en un origen, el individuo es puro Ello: “Un in-
dividuo [Individuuim] es ahora para nosotros un ello psíquico, no conocido (no discernido} e
inconsciente” (Ein Individuum ist nun für uns ein psychisches Es, unerkannt und
unbewußt). Es interesante el acercamiento que hace entre este Ello psíquico y lo
unerkannt, lo no conocido e inconsciente. Además este unerkannt es un término
etimológicamente cercano a esos “poderes ignotos” {unbekannt} recién mencionados.
Si hacemos un poco de memoria, es el mismo término con el que en “La interpretación de
los sueños” Freud planteaba aquel “ombligo del sueño” del que hablamos al final de la
quinta clase (AE, IV, p. 132, nota 18). En aquel momento Freud lo ligaba ese punto
insondable, punto último en el que ningún recuerdo emerge, y lo equiparaba a esa especie
de raíces enmarañadas, al micelio de un hongo, donde se asentaba y se originaba el
deseo inconsciente y sus ramificaciones. Aquí, este punto de punto de opacidad, no
conocido, unerkannt, irreductible respecto del sentido que se produce y se indica con la
interpretación analítica queda ligado más bien a la dimensión pulsional, al factor traumático
económico constitutivo, presente desde el inicio.
Si lo que deviene consciente tiene que mudarse por medio de las huellas mnémicas en
representaciones-palabra, podemos pensar que la conexión con la palabra es lo que
permite escuchar lo reprimido inconsciente. Sólo con ella estamos a nivel del inconsciente
parlanchín, que busca hacerse escuchar. Allí estamos a nivel de la regulación del principio
de placer. Pero esto no agota el problema. Hay un Ello, un inconsciente no reprimido que
permanece no conocido (unerkannt). A ese nivel podemos hablar de la mudez pulsional y
de un más allá del principio de placer que compele a la repetición.
¿Cómo caracteriza Freud al Ello? En la “31° Conferencia”, Freud lo plantea como una parte
“oscura, inaccesible” (dunkle, unzugängliche) (AE, XXI, p. 68), de la cual sabemos muy
poco y sólo gracias al estudio de los sueños y la formación de síntomas. Para aproximarse
al Ello plantea compararaciones: “lo llamamos un caos, una caldera llena de excitaciones
borboteantes. Imaginamos que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge
dentro de sí las necesidades pulsionales que en él hallan su expresión psíquica, pero no
podemos decir en qué sustrato. Desde las pulsiones se llena con energía, pero no tiene
ninguna organización, no concentra una voluntad global, sólo el afán de procurar
satisfacción a las necesidades pulsionales” (AE, XXI, p. 68). Estas imágenes de un Ello
incoherente y caótico, contrasta enormemente con los esfuerzos previos por parte de
Freud para establecer la sobredeterminación y lógica propia del Inconscientes, las leyes
que regulan los mecanismos de elaboración de sus formaciones. Gracias a ellas era
posible aplicar el arte del descifrado, e ir siguiendo en las cadenas asociativas una
determinación implacable.
Aquí nos dice que: “Las leyes del pensamiento, sobre todo el principio de contradicción, no
rigen para los procesos del ello. Mociones opuestas coexisten unas junto a las otras sin
cancelarse entre sí ni debitarse; a lo sumo entran en formaciones de compromiso bajo la
compulsión económica dominante a la descarga de energía. En el ello no hay nada que
pueda equipararse a la negación {Negation}, y aun se percibe con sorpresa la excepción al
enunciado del filósofo – se está refiriendo a Kant - según el cual espacio y tiempo son
formas necesarias de nuestros actos anímicos. Dentro del ello no se encuentra nada que
corresponda a la representación del tiempo, ningún reconocimiento de un decurso
temporal y —lo que es asombroso en grado sumo y aguarda ser apreciado por el
pensamiento filosófico— ninguna alteración del proceso anímico por el trascurso del
tiempo. Mociones de deseo que nunca han salido del ello, pero también impresiones que
fueron hundidas en el ello por vía de represión, son virtualmente inmortales, se comportan
durante décadas como si fueran acontecimientos nuevos” (AE, XXII, p. 69).
Frente a esto, el trabajo analítico intentará justamente discernir esa mociones como
pasado, desvalorizarlas y quitarles su investidura energética al hacerlas devenir
conscientes: “en eso estriba, no en escasa medida, el efecto terapéutico del tratamiento
analítico” (AE, XXII, p. 69).
Sin embargo, frente al Ello, Freud no parece mostrar el mismo optimismo que frente al
inconsciente: “Sigo teniendo la impresión de que hemos sacado muy poco partido para
nuestra teoría analítica (…) Por desgracia, tampoco yo he avanzado gran cosa en esa
dirección” (AE, XII, p. 69).
Desde el punto de vista ético, Freud considera que en principio el ello no conoce
valoraciones, ni el bien ni el mal, ni alguna forma de moral. Quien rige y gobierna es el
“factor económico o, si ustedes quieren, cuantitativo”. Se trata de investiduras pulsionales
que piden descarga: “creemos que eso es todo en el ello” (AE, XXII, p. 69). Agrega que
esa energía de las mociones pulsionales parece encontrarse “en otro estado” que en los
demás sectores del aparato psíquico: “prescinden tan completamente de la cualidad de lo
investido —en el yo lo llamaríamos una representación” (AE, XXII, p. 70). Es una idea
interesante. Ese “otro estado”, diferente de la cualidad investida en una representación se
asemeja a régimen “no ligado” que habíamos planteado en “Más allá del principio de
placer”. Sin embargo, fíjense la honestidad intelectual de Freud cuando nos dice “¡Qué
daríamos por comprender mejor estas cosas!” (AE, XXII, p. 70).

La aspiración de unidad del Yo y sus vasallajes


En la segunda parte del programa decíamos: primero tenemos el autoerotismo, pura
pulsión parcial, y luego podemos pensar en la constitución del yo a partir del narcisismo.
Aquí, en esta nueva formulación, también tenemos una secuencia. En principio lo que hay
es puro Ello. La unificación o pretendida unificación donde me puedo reconocer, el Yo, es
también secundaria. ¿Cómo piensa esto Freud? Lo piensa en continuidad con sus ideas
previas respecto del pasaje del proceso primario al proceso secundario, a la sustitución del
principio del placer por el principio de realidad.
En un segundo momento, por contacto con lo externo, se produce una modificación en el
aparato de modo tal que surge algo que intenta organizar esas pulsiones por obra del
influjo de la realidad: “el yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo
exterior” (AE, XIX; p. 27); “el yo es aquella parte del ello que fue modificada por la
proximidad y el influjo del mundo exterior” (AE, XXII, p.70). Esta instancia es la que
llamamos Yo, es decir, que el yo aparece como una diferenciación progresiva del Ello cuya
función es estar en el medio entre lo que percibo, el mundo externo, real, y lo que el Ello
pulsional exige.
¿Dónde se espera conseguir la satisfacción? En el mundo externo. Pero el problema es
que el Ello desconoce las condiciones o exigencias del mundo exterior, del principio de
realidad y como sabemos la exigencia pulsional no es razonable, es insensata. Si hablara
diría: ¡No importa cómo, pero lo quiero aquí y ahora!
Veamos cómo es posible canalizar estas pulsiones teniendo en cuenta el mundo externo.
Por un lado el Yo intenta aplacar al Ello. Una suerte de "aguantá, ahora no se puede" y a la
vez modificar la realidad de modo que la pulsión pueda tramitarse. Esta nueva instancia
que es el Yo, resulta un especie de gestor, que considera y tiene en cuenta lo que sucede
en el mundo exterior por la vía de la percepción, del razonamiento, usando la lógica de la
razón, ¿se entiende? gestiona las exigencias y reclamos del Ello en base a recursos
disponibles (enfrentarse al Ello, intentar aplacarlo) y a la vez generar las condiciones para
que la pulsión se encause. “El yo es el representante [repräsentieren] de lo que puede
llamarse razón y prudencia, por oposición al ello, que contiene las pasiones” (AE, XIX, p.
27). O incluso “el yo gobierna los accesos a la motilidad, pero ha interpolado entre la
necesidad y la acción el aplazamiento del trabajo de pensamiento en cuyo trascurso
recurre a los restos mnémicos de la experiencia. Así ha destronado al principio de placer,
(…) sustituyéndolo por el principio de realidad, que promete más seguridad y mayor éxito”
(AE, XXII, p. 70-71).
En términos del derecho, el yo sería una especie de “mediador”, lugar difícil porque se las
tiene que ver en la mayoría de los casos con exigencias contradictorias. Vale decir que el
yo resulta un conciliador de opuestos, o al menos lo intenta, tarea complicada conciliar
exigencias que no son propias y causar rodeos, trasformaciones en el mundo exterior para
conseguir lo que el ello le demanda, le reclama. No se trata entonces de un conflicto entre
el individuo y el mundo, es un conflicto entre el Ello y el mundo, entre el Ello y el límite, el
aplazamiento o la renuncia a la satisfacción que impone la realidad exterior; y en el medio,
entre ambos: el Yo. Frente a ese conflicto, el síntoma aparece en la neurosis como la vía
de obtener una satisfacción de compromiso entre las exigencias del Ello y las del mundo
exterior.
Entonces lo que se empieza a dejar en claro para Freud es que el Yo no tiene fuerza
propia, al ser una diferenciación del Ello toda su energía proviene del Ello.
La imagen que utiliza Freud para ilustrar la relación entre el Yo y el Ello es la del jinete y el
caballo. En cierto sentido es una reformulación de la alegoría que había propuesto Platón
en su Fedro, cuando distinguía los carros tirados por caballos en los dioses y en los
hombres para ilustrar el funcionamiento del alma: “Así, con relación al ello, se parece al
jinete que debe enfrenar la fuerza superior del caballo, con la diferencia de que el jinete lo
intenta con sus propias fuerzas, mientras que el yo lo hace con fuerzas prestadas. Este
símil se extiende un poco más. Así como al jinete, si quiere permanecer sobre el caballo, a
menudo no le queda otro remedio que conducirlo adonde este quiere ir, también el yo
suele trasponer en acción la voluntad del ello como si fuera la suya propia” (AE, XIX, p.
27).

El jinete trata de manejarlo, de que vaya a donde él quiere y esto a veces sucede, pero el
que tiene la fuerza, el empuje, el que hace todo el trabajo es el Ello. El yo lo único que
hace es ver cómo modificar el medio para que se tramiten las exigencias del ello (que no
conoce directamente).
¿Cómo traducimos esta imagen del caballo y el jinete? Tenemos algunos elementos para
pensarlo. El Yo recibe libido del Ello. Para poder tener esta energía debe lograr hacerse
amar por el ello, hacerse su depositario, «Mira, puedes amarme también a mí; soy tan
parecido al objeto. . .» ” El yo es investido, cargado de libido narcisista en tanto conserve el
atractivo para el ello.
Entonces, siguiendo a Freud en esta descripción de la relación del Yo con el Ello y el
Mundo, lo que empieza a presentarse es la posición de siervo o vasallo que responde a
dos amos. Por ahora dos, ya veremos luego que la cosa se complica un poco más. Si ya
es difícil y sacrificado obedecer a un solo amo, es casi imposible arreglárselas con dos.
Por eso Freud acá en la segunda tópica dice que el yo se esfuerza todo el tiempo por
lograr una síntesis, una unidad, por conciliar los opuestos, aparece movido por el afán de
unificar, englobar, conciliar, coordinar.
En la caracterización que Freud hace del Yo en su relación con el Ello, no lo deja muy bien
parado, corteja al Ello y se ofrece como objeto, se comporta como un adulador, oportunista
y sucumbe a la tentación de volverse mentiroso. ¡Una joyita! “En el aspecto dinámico es
endeble, ha tomado prestadas del ello sus energías, y alguna intelección tenemos sobre
los métodos —podría decirse: las tretas— por medio de los cuales sustrae al ello ulteriores
montos de energía. Sin duda que una de esas vías es, por ejemplo, la identificación con
objetos conservados o resignados. Las investiduras de objeto parten de las exigencias
pulsionales del ello. El yo al comienzo se ve precisado a registrarlas. Pero, identificándose
con el objeto, se recomienda al ello en remplazo del objeto, quiere guiar hacia sí la libido
del ello” (AE, XXII, pp. 71-72).
Entonces, hasta acá tenemos dos aspectos del yo. Por un lado lo que podríamos
considerar su potencia en tanto es el responsable del ordenamiento temporal de los
procesos psíquicos sometiéndolos al examen de realidad, aplazando descargas motrices, y
gobernando los accesos a la motilidad. Aquí es necesario aclarar que es un gobierno
relativo, como en el caso de las monarquías parlamentarias, el rey no es soberano
absoluto. Porque, como vimos, su potencia, su poder es el resultado de la sustracción de
energía, de libido del Ello mediante el mecanismo de identificación y la captura narcisista.
El yo se desarrolla entonces gracias a eso, “desde la percepción de las pulsiones hacia el
gobierno sobre estas, desde la obediencia a las pulsiones hacia su inhibición” (AE, XIX, p.
56).
Pero por otro lado, junto a su potencia tenemos que señalar su endeblez, ya que resulta
una “pobre cosa” (AE, XIX, p. 56) sometida a varios amos. Hasta ahora hemos
mencionado sólo dos: el ello y el mundo exterior, pero veremos en la segunda parte de la
clase que son tres. Eso lo lleva a verse enfrentado a diferentes peligros que conllevan tres
variedades de angustia. Esto último lo desarrollaremos luego.
Introduzcamos ahora el primer gráfico que nos presenta en “El yo y el ello” (1923). Nos
dice que se trata de un “esbozo de estas constelaciones, dibujo cuyo contornos, por otra
parte, sirven sólo a la figuración y no están destinados a reclamar una interpretación
particular” (AE, XIX, p. 26). Es importante esta aclaración porque debemos evitar
sustancializar este aparato. Al igual que hicimos con el primer esquema metapsicológico
de “La Interpretación de los sueños”, señalando que lo importante era la secuencia
temporal fija y no tanto la relación espacial entre los sistemas; aquí no deberíamos
perdernos en la idea fuertemente sugerida por la imagen de la “superficie” y la
“profundidad”.
“El yo no está separado tajantemente del ello: confluye hacia abajo con el ello. Pero
también lo reprimido confluye con el ello, no es más que una parte del ello” (AE, XIX; p.
26). “El yo se ha divorciado de una parte del ello mediante resistencias de represión {de
desalojo). Pero la represión no se continúa en el interior del ello. Lo reprimido confluye con
el resto del ello” (AE, XXI, p.72). Es en definitiva un modo de intentar dar cuenta de este
inconsciente no todo reprimido, de este costado no completamente absorbible por la
regulación del padre en función del falo y el complejo de castración.
En “Pueden los legos ejercer el análisis?” (1926), Freud da algunas precisiones sobre
cómo concebir esta estructura del aparato anímico. Al juez imparcial que lo interroga Freud
le dice: “En cuanto al aparato anímico, pronto se aclarará qué es. Y le ruego que no me
haga preguntas sobre el material con que está construido. A la psicología no le interesa,
puede resultarle tan indiferente como a la óptica saber si las paredes del telescopio están
hechas de metal o de cartón. Dejaremos enteramente de lado el punto de vista de la
sustancia {den stofflichen Gesichtspunkt], pero no el espacial. Es que efectivamente nos
representamos el ignoto aparato (unbekannten Apparat) (otra vez lo ignoto unbekannten!!)
que sirve a los desempeños anímicos como un instrumento edificado por varias partes —
las llamamos instancias—, cada una de las cuales cumple una función particular, y que
tienen entre sí una relación espacial fija; vale decir: la relación espacial —el «delante» y
«detrás», «superficial» y «profundo»— sólo tiene para nosotros, en principio, el sentido de
una figuración de la secuencia regular de las funciones” (AE, XX, pp. 181-182). Esto es
muy importante para contraponer a la idea de ese aparato-vesícula pensado a punto de
partida de la sustancia estimulable.
Un planteo que sigue la misma indicación se encuentra también en “Esquema de
psicoanálisis” (1938). Allí nos dice que “Suponemos que la vida anímica es la función de
un aparato al que atribuimos ser extenso en el espacio y estar compuesto por varias
piezas; nos lo representamos, pues, semejante a un telescopio, un microscopio, o algo así”
(AE, XXIII, p 143). En la idea recurrente de Freud, cuenta más entonces la secuencia
temporal que la espacialidad en sí misma y ninguna sustancialidad en particular. Este
dibujo es solo “una representación auxiliar” (AE, XXI, p. 182), que en la 31° Conferencia
será tildada en su presentación modificada de “gráfico modesto” (AE, XXII, p. 73)
¿Cómo plantea en “Pueden los legos…?” las relaciones entre el Yo y el Ello? El yo sigue
siendo considerado como esa instancia de organización anímica que media entre los
estímulos sensoriales externos e internos (pulsionales) por un lado, y los actos motores,
por otro. El ello, en cambio, es considerado un ámbito de mayor extensión y oscuro que el
Yo. De ahí lo impersonal de su nombre.
En el Yo rigen reglas diferentes que en el ello para el curso de los actos psíquicos. Así
como en una guerra de trincheras no se pelea igual en el frente que en la retaguardia, la
proximidad del yo con el “afuera”, lo “ajeno” y el “enemigo” exige una organización firme y
coherente. “El yo es una organización que se distingue por un muy asombroso afán de
unificación, de síntesis; este carácter le falta al ello, que es —por así decir— incoherente,
pues sus aspiraciones singulares persiguen sus propósitos independientemente y sin
miramiento recíproco” (AE, XX, p. 184).
Para finalizar esta primera parte de la clase, volvamos al final del capítulo II de “El yo y el
ello”. Allí Freud menciona una situación aprendida en los tratamientos analíticos. Nos dice
que ha constatado con frecuencia que hay individuos en quienes la conciencia moral y la
autocrítica operan de modo inconsciente y producen fuertes efectos. Deja allí planteada la
discusión acerca de la posibilidad de un “sentimiento inconsciente de culpa” que cumple un
rol económico definitorio en gran número de neurosis y crea un obstáculo hiperpotente en
la cura analítica. Algo que lo lleva a decir “No sólo lo más profundo, también lo más alto en
el yo puede ser inconsciente” (AE, XIX, p. 29). Este último comentario nos deja el terreno
planteado para continuar en la segunda parte de la clase con el fenómeno de la “Reacción
terapéutica negativa” y desde allí introducir al gran ausente del título de esta obra: El
Superyó. Desde allí tendremos la oportunidad de revisar la cuestión del masoquismo
moral, y le daremos una nueva lectura al problema de la satisfacción en juego en el
síntoma.

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