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La fascinante historia de las palabras –773–

BUHARDILLA
La buhardilla puede ser dos cosas: la ventana (con torrecita) por encima del
techo para airear e iluminar el lugar, o bien, el espacio bajo el caballete del
tejado que inicialmente se usaba como depósito o desván y, después, como
habitación o ático. Es lógico que ese espacio superior no existiera en el arte
románico (techos aplanados), y apareciera en los techos verticales del gótico
(siglo XIII).
La palabra buhardilla apareció en castellano en el siglo XVIII como un término
vulgar, diminutivo de ‘buharda’ y ‘bufarda’, que era el nombre dado al
respiradero para sacar el humo de las casas. Se entiende, entonces, que bufarda
venga de ‘bufar’, es decir, resoplar: el ruido del humo pasando por los
respiraderos.
Fueron los artistas bohemios de París los que –después de la Segunda Guerra–
hicieron romántica y elegante la palabra buhardilla, pues apenas si tenían para
pagar el alquiler del desván y lo convirtieron en foco de creatividad.
Recientemente la Academia ha admitido el sinónimo ‘Mansarda’, que alude al
arquitecto francés François Mansard, que llenó de buhardillas barrocas un
barrio de París.

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