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Pontificia Universidad Católica de Chile

Facultad de Ciencias Sociales - Escuela de Psicología


Psicoanálisis
Profesor: Alejandro Reinoso
Ayudante: Santiago Torrealba

El atractivo de transgredir:
la amoralidad como descarga

Pablo Valle
¿Por qué lo prohibido es atractivo?
I. Introducción

La indagación profunda en esta pregunta se hace tan relevante como cualquier indagación
sobre la psicología humana. La generación de mecanismos explicativos ante los fenómenos
psíquicos de nuestra especie es, en si misma, un ejercicio que parece reflejar la curiosidad y el
intento de entender -y tal vez controlar- dichos fenómenos y, en última instancia, entendernos a
nosotros mismos y las causas que rigen la experiencia de desenvolvernos en el mundo. Sin
embargo, si buscamos una aplicación social practica a los resultados que estas pesquisas pudiesen
arrojar, cabe mencionar su utilidad para comprender los casos donde la atracción sobre estas
prohibiciones cruza el límite de la convivencia social, generando casos criminalísticos.
No debiese sorprendernos el hecho innegable de la cultura de lo prohibido. Desde la mitología
bíblica hasta la cultura popular se manifiestan las certezas de que en la prohibición existe el
deseo. En los niños se hace particularmente visible este fenómeno; ¿Cuántas veces los niños
hacen exactamente lo que se les negó hacer? A pesar de esta exteriorización explicita en los
niños, no se debe pensar que solo en ellos existe esta tendencia. No debiese ser novedoso el
atractivo del fumar, del graffiti, de la violación al secreto y de la pornografía en escolares, todos
ellos ámbitos de lo no permitido. De hecho, en esta etapa estos actuares generan un culto a la
rebeldía entre pares. Ir contra la corriente hasta cierto punto se dibuja casi como un proceso
necesario, socialmente permitido y facilitado; y es que no solo lo encontramos en jóvenes, sino
también en las más variadas aristas del mundo adulto. El acceso al consumo de espacios
indecibles pero conocidos de placer es facilitado en las esferas cotidianas de la vida en sociedad a
la vez que invisibilizado, cobrando el carácter de secreto a voces. Las drogas, las carreras
clandestinas, plataformas online del estilo Grindr e incluso las películas de violencia gore, por dar
algunos ejemplos, advienen como productos de satisfacción al margen de lo estrictamente moral,
del actuar promulgable, y que permiten una suerte de escape del plano de lo domestico al del
furor. A pesar del silencio colectivo, en realidad son escasos los casos de individuos que no
participen de alguna forma en estos actuares, y las instancias para su practica encuentran cabida a
pesar de cualquier restricción.
¿Por qué este tema en específico? A pesar de ser un tema interesante de pesquisar en si mismo,
debo reconocer que mi curiosidad sobre él se fundamenta en una reflexión personal sobre como
adquirí el hábito del fumar. Personalmente, dicha adquisición se originó debido a una atracción
en lo prohibido del cigarrillo; mi familia no fuma y, quizás por esta misma razón, comencé a
fumar como un modo de satisfacer esta necesidad de transgresión. ¿Tuvo que ver con la creación
de identidad? ¿Con tendencias autodestructivas? Ya veremos lo que Freud es capaz de sacar a la
luz respecto al tema.

II. Preguntas especificas

¿Cómo sucede el origen de la prohibición?


Es interesante retornar a la primera manifestación prohibitiva sobre nuestros impulsos
infantiles; esta siempre viene impuesta por un sujeto otro. En un primer momento, esta viene en
la forma de mandato sobre nuestro control de esfínter. La fase anal freudiana simboliza el primer
acto de autocontrol producto de una exigencia exógena (A. Reinoso, comunicación personal,
2018). Nótese la importancia que implica que, en este caso, lo prohibido coincide con lo
placentero. Si bien es en esta etapa cuando nos enfrentamos por vez primera con lo prohibitivo,
no será hasta la sepultación del complejo de Edipo cuando realmente adquiramos e
internalicemos una moralidad en calidad de superyó. “Así como el niño estaba compelido a
obedecer a sus progenitores, de la misma manera el yo se somete al imperativo categórico de su
superyó” (Freud, 1923, p. 49). Este superyó nace a partir de la pugna entre la investidura
libidinosa sobre los padres y el interés narcisista de proteger el pene ante la amenaza de
castración, triunfando siempre este último (Freud, 1924). Es interesante destacar que este
complejo de castración, al cual atribuimos la causa de la sepultación edipiana, se puede remontar
hasta la sofocación más o menos violenta del onanismo en la primera infancia (Freud, 1925).
Podemos bosquejar así que la instauración de lo primariamente prohibido se condice con la
subyugación de la sexualidad de objeto primaria -edipiana- y con la internalización de dicho
procedimiento en un mecanismo psíquico auto-represor.
El papel de los sentimientos de culpa provocados por este órgano critico psíquico se hace
relevante de denotar. Estos pueden ser tan intensos en cuanto al establecimiento moral, que el
superyó podría ser tachado de sádico por la calidad de sus agresiones.

¿Cómo se comporta el mecanismo que sustenta la prohibición?


Como se expuso anteriormente, el principal mecanismo auto-punitivo encargado de la
mantención de la moralidad bien podría recaer exclusivamente en el superyó. Este mecanismo,
según Freud (1923), no es, como bien podría pensarse, el motivo que lleva a sofocar la agresión -
descarga-, sino todo lo contrario: “mientras mas un ser humano sujete su agresión, tanto más
aumentara la inclinación de su ideal a agredir a su yo” (p. 55). De esta aseveración podríamos
inferir que, a pesar de las mociones represoras de la instancia superyoica sobre el yo, existen
procesos de descarga necesarios para la mantención homeostática del aparato psíquico. Si
pensamos que en realidad “el superyó se ha engendrado, sin duda, por una identificación con el
arquetipo paterno” (p. 55), es sorpréndete que este fomente actitudes que van derechamente en
contra de los principios morales y de la institución patriarcal: la mantención de una cohesión
colectiva, el fomento de la convivencia social. De hecho, se hace más sorprendente este
fenómeno cuando advertimos que “este sentimiento de culpa icc [inconsciente] puede convertir al
ser humano en delincuente. […] En muchos delincuentes, en particular los juveniles, puede
pesquisarse un fuerte sentimiento de culpa que existía antes del hecho (y por lo tanto no es su
consecuencia, sino su motivo)” (p. 53). De esta manera, se evidencian instancias donde la
represión moral del superyó presenta fisuras, y el comportamiento individual se presta a acciones
que van en contra de los cánones ideales para la colectividad.
Por otro lado, la pulsión de muerte puede desempeñar un importante papel en todas estas
constelaciones. La idea de la subyugación de esta pulsión ante Eros y su vuelta hacia el yo en
calidad de superyó sintetiza la idea de malestar cultural (Freud, 1930). La lucha ambivalente
entre dos pulsiones opuestas culmina con el sometimiento de una en relación con la otra,
introyectándose sobre el yo y dotando a esta instancia autocritica de su poderosa naturaleza. Es
así como la instancia superyoica en realidad posee toda la fuerza de esta pulsión primordial. No
debiese sorprendernos entonces el papel sádico que a veces ocupa el superyó.
En este sentido, es interesante dar cuenta de que la pulsión de muerte podría caracterizarse en
dos magnos sentidos: Por un lado, según su fundamento autentico, valga decir su tendencia a
retornar a lo inanimado (la muerte) (Freud, 1920) y, por el otro lado, según su exteriorización en
forma de pulsión de destrucción (Freud, 1923). Tener presente estas dos principales formas de la
pulsión de muerte nos ayuda a inteligir y ahondar mas profundamente en la pregunta sobre el
funcionamiento superyoico.

¿La amoralidad es una pulsión?


La teoría es clara al exponer que existen ciertas pulsiones que van mas allá del principio del
placer. Una de ellas es la pulsión de apoderamiento (Freud, 1920). Nótese que, por su calidad
trascendente al principio de placer, bien se podría caracterizar que también va más allá de la
lógica de castigo en cuanto a la instauración de la moralidad superyoica; de esta manera, su
funcionamiento no se limita simplemente a evitar el displacer producido por los sentimientos de
culpa al quebrantar el juicio critico del superyó. Esta pulsión de apoderamiento busca repetir
situaciones, por lo general displacenteras, en un intento de ejercer dominio y control sobre ellas.
En una lógica parental punitiva, bien podría actuar esta pulsión desplazando el castigo y
apoderándose del mandato paterno, lo cual otorga dominio sobre la problemática. Si
consideramos situaciones donde lo prohibitivo no sigue los mismos cánones entre adultos y niños
(como en el caso del cigarrillo), esta pulsión, por ejemplo, podría llevar a repetir la acción
prohibitiva invirtiendo el papel de dominancia en un intento por controlar la situación. De esta
manera los niños buscan satisfacer su “deseo dominante en la etapa en que ellos se encuentran: el
de ser grandes y poder obrar como los mayores” (Freud, 1920, p. 16) pasando por alto ciertas
normas restrictivas.
Por otro lado, y como se mencionó anteriormente, la pulsión de muerte provee a la instancia
superyoica de todo su poder critico -nótese la agresividad del superyó- (Freud, 1930). Es curioso
el caso; una pulsión que se encarga de establecer diques y reproches sobre actuares que a su vez
son motivados pulsionalmente. Nos es licito suponer entonces que el yo se encuentra en un
permanente estado de malestar; por un lado, alcanzar el ideal del yo se le hace imposible; y por
otro, tampoco es libre en sus márgenes de actuación. Desde este punto de vista, debemos
comprender la moralidad como una tensión displacentera entre una fuerza permanentemente
crítica (e imposible de satisfacer) y una moción primigenia amoral pero inconciliable con las
necesidades del Eros.

III. Pregunta General

¿Por qué lo prohibido es atractivo?

La primera prohibición tiene que ver con postergar, o desviar, un acto placentero (A. Reinoso,
comunicación personal, 2018). Esto es, en realidad, una metáfora del malestar en la cultura: toda
moralidad implica un enfrentamiento directo con el principio de realidad y una afrenta al
principio de placer, que lo obliga a desviarse y/o sublimarse en pos de su descarga. Podemos
reducir entonces el mecanismo superyoico a un sistema meramente económico: ante los acosos
del superyó, el yo opta por la opción menos displacentera: el actuar moral. En sus comienzos,
esta decisión económica se fundamento como la renuencia a perder los genitales ante el miedo de
castración. La institución parental, por ende, se nos presenta de una manera ambivalente (Freud,
1923): por un lado, es el objeto hacia donde orientamos la libido y posee la capacidad de
otorgarnos máxima gratificación; y por otro, se nos presenta de manera amenazadora, atentando
directamente con nuestra integridad yoica (Freud, 1924). Es interesante, ante el cometido
propuesto en esta investigación, denotar que los márgenes de lo prohibido desde un comienzo no
son los mismos entre adultos e infantes.
La ambivalencia existente en las relaciones parentales -primera aproximación a un proceso de
socialización- se traspasa a su vez a las prohibiciones que dichas relaciones implican. Esta
apreciación no pasó desapercibida para Freud (1913) quien, respecto al tabú, dicta: “El tabú es
una prohibición antiquísima, impuesta desde afuera (por alguna autoridad) y dirigida a las más
intensas apetencias de los seres humanos. El placer de violarlo subsiste en lo inconciente de ellos;
los hombres que obedecen al tabú tienen una actitud ambivalente hacia aquello sobre lo cual el
tabú recae” (p. 42).
Es interesante que algunas sociedades totémicas rompan el tabú de manera coordinada y a
modo de ritual colectivo. Esta celebración periódica permite la descarga pulsional de la
ambivalencia sin mayores consecuencias morales, pero esto solo funciona porque es colectiva,
todos participan, y posee el carácter de ritual. Si consideramos las características de las instancias
de consumo de prohibición descritas en la introducción de este seminario, no podremos menos
que establecer una semejanza con el rito colectivo de violación al tabú. Ambas representan una
suerte de descarga pulsional controlada y colectiva ante la violación de lo moral. La diferencia
radica en que, en el caso de la tribu, la violación al tabú es en esencia total, o sea, se comete el
acto amoral definitivo, la violación de lo prohibido hasta sus bases; en el caso de la sociedad
contemporánea podríamos describir esa violación como parcial; los tabús que se rompen no
corresponden a los socialmente mas importantes o imprescindibles. En el caso de ambas se ejerce
un control de la instancia de amoralidad: las tribus a través del carácter ritualesco del acto;
nosotros a través de la insignificancia social que implican nuestros actos de amoralidad y del
silencio. Ambas parecieran ser una instancia permitida, fomentada y hasta necesaria.

Hasta ahora hemos inteligido el mecanismo parental de la prohibición y su ambivalencia.


Producto de esta ambivalencia originaria hemos denotado la existencia del impulso a la acción
amoral primigenia: ante la amenaza de castración y la envidia del lugar -sexual- que el padre
posee, existe el deseo de derrocarlo y de ocupar su lugar (Freud, 1913). En palabras del mito de la
horda primordial: “Los hermanos se habían coligado para el parricidio, animado cada uno de
ellos por el deseo de devenir el igual del padre” (p. 150). Nótese el carácter agresivo y destructor
de este acto. De esta manera, podríamos relacionar la pulsión de muerte como la primera
fomentadora de la parte negativa existente en la ambivalencia a la institución parental primera: el
derrocamiento al padre y su suplantación. Sin embargo, ante el triunfo final de Eros y la
convivencia social, esta opción es denegada, introyectándose sobre el yo (Freud, 1930).
Se destaco en la respuesta a la pregunta “¿Cómo se comporta el mecanismo que sustenta la
prohibición?” expuesta más arriba, la existencia de un mecanismo necesario de descarga agresiva
que contribuiría a aminorar los ataques del superyó sobre el yo fomentados por la pulsión de
muerte. Esta, a pesar de estar volcada sobre el yo a modo de superyó, parcialmente busca la
descarga extroyectada de su energía en función de aminorar los martirios sobre el yo. De esta
manera, podríamos inferir correctamente que existen partes de esta pulsión que no están
introyectadas, sino que buscan manifestarse hacia el mundo externo, usualmente en su carácter
agresivo. La amoralidad entonces, valga decir la desobediencia a la institución paterna, la
desviación del ideal del yo, adviene en este punto como una reacción ante el complejo de
castración. El individuo, motivado por la sed de dominancia producida por la pulsión de
apoderamiento y por los rastros de pulsión de muerte extroyectada agresivamente sobre el padre,
invierte en su forma adulta el complejo de castración. El actuar amoral tiene que ver con un
apoderamiento y un dominio del miedo inicial que instauro el fin del edipo y el comienzo del
ideal del yo, a su vez con un reemplazo del padre en cuanto a sus libres márgenes de acción
(recordemos las diferencias en cuanto a las prohibiciones entre hijo y padre). De esta forma se
produce la descarga que genera el malestar cultural de renuncia pulsional y se genera una suerte
de autodeterminación. Este proceso es necesario si se busca la mantención de estándares sociales
que regulen la convivencia colectiva: de ahí el hecho de que sea socialmente permitido y
regulado, tal como el ritual tribal que se le asemeja. El factor de su masividad nos da pistas de la
ausencia de mayores represalias del superyó, como dijo Freud (1913): “ahí actúa la conciencia de
que ejecutan una acción prohibida al individuo y sólo legítima con la participación de todos” (p.
142). El carácter de furor que provoca el ámbito de la transgresión no es sorprendente: “El
desencadenamiento de todas las pulsiones y la licencia de todas las satisfacciones. Aquí nos cae
en las manos, sin esfuerzo alguno, la intelección de la esencia de la fiesta” (p. 142).
Referencias:

Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. En Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras


completas (Vol. XXI). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1923). El yo y el ello. En Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras completas (Vol.
XIX). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1924). El sepultamiento del complejo de Edipo. En Strachey, J. (Trad.), Sigmund


Freud: Obras completas (Vol. XIX). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1925). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. En
Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras completas (Vol. XIX). Buenos Aires:
Amorrortu.

Freud, S. (1920). Más allá del principio de placer. En Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras
completas (Vol. XVIII). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1913). Tótem y tabú. . En Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras completas (Vol.
XIII). Buenos Aires: Amorrortu.

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