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El atractivo de transgredir:
la amoralidad como descarga
Pablo Valle
¿Por qué lo prohibido es atractivo?
I. Introducción
La indagación profunda en esta pregunta se hace tan relevante como cualquier indagación
sobre la psicología humana. La generación de mecanismos explicativos ante los fenómenos
psíquicos de nuestra especie es, en si misma, un ejercicio que parece reflejar la curiosidad y el
intento de entender -y tal vez controlar- dichos fenómenos y, en última instancia, entendernos a
nosotros mismos y las causas que rigen la experiencia de desenvolvernos en el mundo. Sin
embargo, si buscamos una aplicación social practica a los resultados que estas pesquisas pudiesen
arrojar, cabe mencionar su utilidad para comprender los casos donde la atracción sobre estas
prohibiciones cruza el límite de la convivencia social, generando casos criminalísticos.
No debiese sorprendernos el hecho innegable de la cultura de lo prohibido. Desde la mitología
bíblica hasta la cultura popular se manifiestan las certezas de que en la prohibición existe el
deseo. En los niños se hace particularmente visible este fenómeno; ¿Cuántas veces los niños
hacen exactamente lo que se les negó hacer? A pesar de esta exteriorización explicita en los
niños, no se debe pensar que solo en ellos existe esta tendencia. No debiese ser novedoso el
atractivo del fumar, del graffiti, de la violación al secreto y de la pornografía en escolares, todos
ellos ámbitos de lo no permitido. De hecho, en esta etapa estos actuares generan un culto a la
rebeldía entre pares. Ir contra la corriente hasta cierto punto se dibuja casi como un proceso
necesario, socialmente permitido y facilitado; y es que no solo lo encontramos en jóvenes, sino
también en las más variadas aristas del mundo adulto. El acceso al consumo de espacios
indecibles pero conocidos de placer es facilitado en las esferas cotidianas de la vida en sociedad a
la vez que invisibilizado, cobrando el carácter de secreto a voces. Las drogas, las carreras
clandestinas, plataformas online del estilo Grindr e incluso las películas de violencia gore, por dar
algunos ejemplos, advienen como productos de satisfacción al margen de lo estrictamente moral,
del actuar promulgable, y que permiten una suerte de escape del plano de lo domestico al del
furor. A pesar del silencio colectivo, en realidad son escasos los casos de individuos que no
participen de alguna forma en estos actuares, y las instancias para su practica encuentran cabida a
pesar de cualquier restricción.
¿Por qué este tema en específico? A pesar de ser un tema interesante de pesquisar en si mismo,
debo reconocer que mi curiosidad sobre él se fundamenta en una reflexión personal sobre como
adquirí el hábito del fumar. Personalmente, dicha adquisición se originó debido a una atracción
en lo prohibido del cigarrillo; mi familia no fuma y, quizás por esta misma razón, comencé a
fumar como un modo de satisfacer esta necesidad de transgresión. ¿Tuvo que ver con la creación
de identidad? ¿Con tendencias autodestructivas? Ya veremos lo que Freud es capaz de sacar a la
luz respecto al tema.
La primera prohibición tiene que ver con postergar, o desviar, un acto placentero (A. Reinoso,
comunicación personal, 2018). Esto es, en realidad, una metáfora del malestar en la cultura: toda
moralidad implica un enfrentamiento directo con el principio de realidad y una afrenta al
principio de placer, que lo obliga a desviarse y/o sublimarse en pos de su descarga. Podemos
reducir entonces el mecanismo superyoico a un sistema meramente económico: ante los acosos
del superyó, el yo opta por la opción menos displacentera: el actuar moral. En sus comienzos,
esta decisión económica se fundamento como la renuencia a perder los genitales ante el miedo de
castración. La institución parental, por ende, se nos presenta de una manera ambivalente (Freud,
1923): por un lado, es el objeto hacia donde orientamos la libido y posee la capacidad de
otorgarnos máxima gratificación; y por otro, se nos presenta de manera amenazadora, atentando
directamente con nuestra integridad yoica (Freud, 1924). Es interesante, ante el cometido
propuesto en esta investigación, denotar que los márgenes de lo prohibido desde un comienzo no
son los mismos entre adultos e infantes.
La ambivalencia existente en las relaciones parentales -primera aproximación a un proceso de
socialización- se traspasa a su vez a las prohibiciones que dichas relaciones implican. Esta
apreciación no pasó desapercibida para Freud (1913) quien, respecto al tabú, dicta: “El tabú es
una prohibición antiquísima, impuesta desde afuera (por alguna autoridad) y dirigida a las más
intensas apetencias de los seres humanos. El placer de violarlo subsiste en lo inconciente de ellos;
los hombres que obedecen al tabú tienen una actitud ambivalente hacia aquello sobre lo cual el
tabú recae” (p. 42).
Es interesante que algunas sociedades totémicas rompan el tabú de manera coordinada y a
modo de ritual colectivo. Esta celebración periódica permite la descarga pulsional de la
ambivalencia sin mayores consecuencias morales, pero esto solo funciona porque es colectiva,
todos participan, y posee el carácter de ritual. Si consideramos las características de las instancias
de consumo de prohibición descritas en la introducción de este seminario, no podremos menos
que establecer una semejanza con el rito colectivo de violación al tabú. Ambas representan una
suerte de descarga pulsional controlada y colectiva ante la violación de lo moral. La diferencia
radica en que, en el caso de la tribu, la violación al tabú es en esencia total, o sea, se comete el
acto amoral definitivo, la violación de lo prohibido hasta sus bases; en el caso de la sociedad
contemporánea podríamos describir esa violación como parcial; los tabús que se rompen no
corresponden a los socialmente mas importantes o imprescindibles. En el caso de ambas se ejerce
un control de la instancia de amoralidad: las tribus a través del carácter ritualesco del acto;
nosotros a través de la insignificancia social que implican nuestros actos de amoralidad y del
silencio. Ambas parecieran ser una instancia permitida, fomentada y hasta necesaria.
Freud, S. (1923). El yo y el ello. En Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras completas (Vol.
XIX). Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1925). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. En
Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras completas (Vol. XIX). Buenos Aires:
Amorrortu.
Freud, S. (1920). Más allá del principio de placer. En Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras
completas (Vol. XVIII). Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1913). Tótem y tabú. . En Strachey, J. (Trad.), Sigmund Freud: Obras completas (Vol.
XIII). Buenos Aires: Amorrortu.